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Capítulo XXXI

 

Óscar Mendoza tenía en la mesa de su escritorio, a su derecha, una gran esfera terrestre. El abogado está de pie, observándola y haciéndola girar. Tiene, sentado enfrente, a Víctor Rumbo.

– Te has quedado mudo. ¿Qué piensas?

– Tengo una opinión, pero aún no me ha llegado a la cabeza.

El abogado sonríe. Reconoce el chiste. Es uno de sus habituales, referidos a los gallegos. Mendoza cree que va a tener que modular esa costumbre. La de contar chistes de gallegos. Los gallegos le ríen los chistes, sí. Pero rumian las palabras en un rincón, como hacen las vacas con la hierba. No, eso no va a decirlo en voz alta. Este Víctor, además, tiene su genio. El alias de Brinco le va bien. Es un arrebatado, embiste. Si le cortasen los brazos, remaría con los dientes. Mejor así. Sin curvas, sin indirectas, sin vueltas. Aborrecía ese eterno baile de contrapié. Un tipo decidido. Su ambición es franca. En definitiva, mucho más lobo que zorro. Se entienden bien. Y se entenderán mejor en el futuro.

– Ese Brinco está loco -le dijo un día a Mariscal por Víctor Rumbo. Y era cierto que había cometido una locura, una temeridad con un desembarco en pleno día. Pero lo que el abogado quería era saber lo que de verdad pensaba el Viejo. Así le decían y a él no le disgustaba. De modo que, ante el silencio de Mariscal, repitió la pregunta de otra forma: «Para hacer lo que hizo él hay que estar muy loco. A este paso no me será fácil defenderlo».

– ¿Quemó el dinero? -preguntó de pronto Mariscal.

– ¿Cómo iba a quemar el dinero? -respondió Mendoza desconcertado.

– Pues si no quema el dinero, no está loco.

Y ahí dio por finalizada la inspección mental de Brinco. Ese que ahora tiene delante Mendoza. Ese loco que no quema el dinero y que va a ser su verdadero satélite. Su brazo.

– Eso sí. Se acabó la leyenda del piloto más rápido del Atlántico. Ahora eres un patrón. Tendrás que cuidar mucho el espinazo.

El abogado empuja con el índice la esfera y la hace girar, esta vez con más lentitud.

– ¡Nos espera un largo viaje! Pero antes deberías ir a ver al Viejo, Víctor.

– ¡Lo veo todos los días! -respondió sombrío-. Es mi fantasma preferido.

– Para él eres como un hijo…

Ahora es Brinco quien se acerca a la esfera y la empuja con fuerza.

– ¿Cómo que un hijo? Si voy a ser tu jefe, no me hables como un lameculos de las telenovelas.

– Si al cliente no le gusta el discurso, hay que ofrecerle otro.



Mendoza empuja la esfera en sentido contrario y parece que desliza la voz sobre ella.

– Confucio fue de viaje y lo informaron: «En este reino impera la virtud: si el padre roba, el hijo lo denuncia; y si el hijo roba, lo denuncia el padre». Y Confucio respondió: «En mi reino también impera la virtud, pues el hijo encubre al padre y el padre encubre al hijo».

En este momento, a Mendoza le hubiera gustado que fuese Mariscal quien estuviese delante. Soltaría algún latinajo, agradecido por la elevación del lenguaje.

– Vale, Confucio -dijo Brinco, antes de cerrar la puerta con demasiada fuerza. Como hacía con las de los coches. Eso que a él lo ponía tan nervioso.

 


Date: 2016-01-03; view: 548


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