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Capítulo XXII

 

Aquella luz vieja, caída de las barras fluorescentes, todavía resbalaba por la pared para iluminar el nombre del cinema y salón de baile París-Brétema. Eso era visible desde la playa, por lo menos para Fins Malpica. Como él podía oír hoy la voz de Sira, aquel estribillo, nao vou, nao vou, que de forma extraña animaba el andar. Pode passar o amor mais lindo, nao vou, nao vou. Cuando ella se animaba a cantar, en la tarde de domingo, las cosas en la ría ya tenían su lado de sombra. Eso era algo que ahora recordaba Fins, viendo su sombra proyectada en la playa. El caminar animoso de las sombras hacia el salón de baile.

Nao vou, nao vou.

Hacía tiempo que el cine había cerrado. Y el salón sólo abría esporádicamente, para alguna fiesta contratada de antemano. Una huella en la arena, no voy, otra, no voy. Él estaba alejado, pero estaba dentro. Podía ver, podía oír. El recuerdo tenía la intensidad de una ausencia. No se lo podía contar a nadie. Hacía un año que había regresado a Brétema y desde hacía unos meses había vuelto con él el pequeño mal. En episodios mucho más distanciados en el tiempo. Pero él adivinaba ese momento. Pasaban como intermitencias. Pestañeos. El abrirse y cerrarse de un hueco. El tenía un nombre propio para sus ausencias. El vacío del argonauta. Porque era el pequeño mal, sí. Pero era su pequeño mal.

Al poco de estar fuera, habían desaparecido las ausencias. Creyó que el incordio jamás volvería. Y durante los primeros tiempos, en el retorno, no había tenido ningún cortocircuito. Era como si su mente fuese por delante de él. Trabajaba bien. Sabía que faltaba mucho, pero empezaba a tener hilos para tejer.

Así que el pequeño mal no era, exactamente, una enfermedad. Después de un episodio de ausencia, en un arranque de humor, decidió considerarlo una propiedad. Una pertenencia secreta.

 

Dejó de oír la canción, de ver el espectro de las letras en el salón del Ultramar. Desde donde está, en las ruinas de la fábrica de salazón, Fins puede ver el muelle de San Telmo. Hay algunos focos de faroles que lo iluminan. Puede ver a la gente moviéndose, pero no los distingue a todos con claridad. Estudia las sombras. Es su oficio.

En el extremo del dique, donde hay un pequeño faro, permanecen dos hombres. Los reconoce a distancia. Uno de ellos es inconfundible. Lleva sombrero y un bastón tipo bengala. Entra y sale de los círculos de luz. Cuando entra en el círculo, destaca el blanco de los guantes y de las punteras blancas y parece que está a punto de hacer un número de claque. Ese es Mariscal. Su eterno guardaespaldas, el gigantón Carburo, parado y de brazos cruzados, lo escruta todo, moviendo su cabeza al compás de la luz giratoria del faro.



Ahora, por el nuevo dique, a paso rápido, decidido, marcial, avanza Brinco.

Lleva una chupa de cuero negro que adquiere una voluntad de charol centelleante cuando pasa bajo los focos. Detrás, con una vestimenta semejante, con más cremalleras y refuerzos metálicos, va Chelín. Un inseparable.

En algunas de las embarcaciones de bajura hay actividad para salir a faenar. Los marineros disponen los aparejos.

– ¡Eh! ¡Brinco! -grita uno de los marineros jóvenes.

Víctor Rumbo sigue su marcha, pero deja posar un saludo de confianza: «¿Todo bien?».

– Aquí, a hacer carrera, Brinco.

Y luego al compañero: «¿Has visto? ¡Es él!».

– ¿De verdad?

– ¡Pues claro, hombre! Jugamos juntos al fútbol. Mira, el otro es Chelín. Tito Balboa. Un buen portero, sí, señor.

– ¿Y ése no anduvo colgado?

– Ése anduvo siempre en la cresta. Para bien y para mal.

En su escondite, y por más que el mar amplifique, Fins Malpica no puede oír esa conversación. Pero sí los saludos de admiración que recibe a su paso Víctor Rumbo.

– ¡Chao, Brinco!

– ¡Chao, campeón!

 

– ¿Me ha mandado llamar?

Mariscal respondió con un carraspeo, como un gruñido afirmativo. Luego aclaró la voz: «Va siendo hora de que me tutees, Víctor».

– Sí, señor -dijo Brinco como si no lo hubiese oído.

El Viejo miró hacia las aguas de apariencia calma, pero que rezongan indóciles en las piedras del dique: «Todo lo mejor nos viene del mar. ¡Todo!».

– ¡Y sin una palada de estiércol!

– Eso ya te lo había dicho antes, ¿verdad?

– Sí, señor.

– Es lo que tenemos los clásicos. Que nos repetimos.

Mariscal carraspeó de nuevo. Miró fijamente a Víctor y le habló en un tono poco usual, íntimo: «¡Eres el mejor piloto, Brinco!».

– Eso dicen…

– ¡Lo eres!

Mariscal hizo un gesto a Carburo y éste sacó del bolsillo una linterna que encendió y dirigió hacia el mar con intermitencias de morse. Al rato, se escuchó el ruido de una motora, que debía de permanecer próxima y oculta. No era de una embarcación común. El sonido de sus caballos dominaba la noche.

– Pues lo mejor merece un extra. Un aliciente.

Nunca antes se había visto en Brétema semejante embarcación. Una planeadora de esa eslora, y con una potencia multiplicada por varios motores en popa. Invernó, el piloto, maniobró para acercarla al dique.

– ¿Qué tal esa chalana, Invernó?

El subalterno estaba entusiasmado.

– Esto no es una motora, Patrón. Es una fragata. ¡Un buque insignia! ¡Podríamos cruzar el Atlántico!

– Caballos tiene para dar la vuelta al mundo -dijo con petulancia Mariscal. Y luego se dirigió a Brinco: «¿Qué? ¿Qué te parece?».

– Los estoy contando, los caballos.

– ¡El insignia es tuyo! -dijo Mariscal-. Y no te preocupes por los papeles.

Estaba administrando la entrega.

– Todo está a nombre de tu madre.

Esto era lo que él llamaba un «golpe de afecto».

– Entonces habrá que llamarla Sira -dijo Brinco. Se notaba que había en él una guerra interior por encontrar el tono.

– ¿Por qué no? El nombre justo.

El Viejo echó a andar. Detrás, Carburo. Sin pisarle la sombra. Tenía esa distancia. Ese cuidado. De pronto, Mariscal se detuvo, giró hacia la dársena y apuntó con el bastón a la nave.

– Será mejor que le pongas Sira I.

Y a continuación: «¿No vas a probar esa máquina?».

Lo último que vio Fins Malpica fue que Brinco y Chelín saltaban al interior de aquella motora imponente. Que el piloto tomaba posesión. Y que después de girar en el muelle, brotaba una catarata de espuma trepando en la noche.

 


Date: 2016-01-03; view: 729


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