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A VECES, MAMÁ, TE DIGO...


-A veces, mama, te digo,
que me das un miedo loco.
¿Qué es eso, di, que caminas
de otra laya que nosotros
y, de pronto, ni me oyes
y hablas lo mismo que el loco
mirando y sin responder
o respondiendo a los otros?
¿Con quién hablas, dime, cuando
yo me hago el que duerme... y oigo?
Será con los animales,
la hierba o el viento loco.

-Porque todos están vivos
y a lo vivo les respondo.
También contesto a lo mudo,
por ser mis parientes todos.

-Ja, ja, ja, mama, la mama,
calla o me lo cuentas todo.

-Me llamaban "cuatro añitos"
y ya tenía doce años.
Así me mentaban, pues
no hacía lo de mis años:
no cosía, no zurcía,
tenía los ojos vagos,
cuentos pedía, romances,
y no lavaba los platos...
¡Ay! y, sobre todo, a causa
de un hablar así, rimado.

-¿Y qué más, qué más hacías?
¡Ve contando, ve contando!

-Me tenía una familia
de árboles, otra de matas,
hablaba largo y tendido
con animales hallados.
Todavía hablo con ellos
cuando te vas escapado.

Pero ellos contestan sólo
cuando no les hacen daño.
No lo hostigó mi Santo
Francisco y les dijo hermanos.

 

VALLE DE ELQUI


Tengo de llegar al Valle
que su flor guarda el almendro
y cría los higuerales
que azulan higos extremos,
para ambular a la tarde
con mis vivos y mis muertos.

Pende sobre el Valle, que arde,
una laguna de ensueño
que lo bautiza y refresca
de un eterno refrigerio
cuando el río de Elqui merma
blanqueando el ijar sediento.

Van a mirarme los cerros
como padrinos tremendos,
volviéndose en animales
con ijares soñolientos,
dando el vagido profundo
que les oigo hasta durmiendo,
porque doce me ahuecaron
cuna de piedra y de leño.

Quiero que, sentados todos
sobre la alfalfa o el trébol,
según el clan y el anillo
de los que se aman sin tiempo
y mudos se hablan sin más
que la sangre y los alientos.

Estemos así y duremos,
trocando mirada y gesto
en un repasar dichoso
el cordón de los recuerdos,
con edad y sin edad,
con nombre y sin nombre expreso,
casta de la cordillera,
apretado nudo ardiendo,
unas veces cantadora,
otras, quedada en silencio.

Pasan, del primero al último,
las alegrías, los duelos,
el mosto de los muchachos,
la lenta miel de los viejos;
pasan, en fuego, el fervor,
la congoja y el jadeo,
y más, y más: pasa el Valle
a curvas de viboreo,
de Peralillo a La Unión,
vario y uno y entero.

Hay una paz y un hervor,
hay calenturas y oreos
en este disco de carne
que aprietan los treinta cerros.
Y los ojos van y vienen
como quien hace el recuento,
y los que faltaban ya
acuden, con o sin cuerpo,
con repechos y jadeados,
con derrotas y denuedos.

A cada vez que los hallo,
más rendidos los encuentro.
Sólo les traigo la lengua
y los gestos que me dieron
y, abierto el pecho, les doy
la esperanza que no tengo.



Mi infancia aquí mana leche
de cada rama que quiebro
y de mi cara se acuerdan
salvia con el romero
y vuelven sus ojos dulces
como con entendimiento
y yo me duermo embriagada
en sus nudos y entreveros.

Quiero que me den no más
el guillave de sus cerros
y sobar, en mano y mano,
melón de olor, niño tierno,
trocando cuentos y veras
con sus pobres alimentos.

Y, si de pronto mi infancia
vuelve, salta y me da al pecho,
toda me doblo y me fundo
y, como gavilla suelta,
me recobro y me sujeto,
porque ¿cómo la revivo
con cabellos cenicientos?

Ahora ya me voy, hurtando
el rostro, por que no sepan
y me echen los cerros ojos
grises de resentimiento.

Me voy, montaña adelante,
por donde van mis arrieros,
aunque espinos y algarrobos
me atajan con llamamientos,
aguzando las espinas
o atravesándome el leño.

 

 

HUERTA


-Niño, tú pasas de largo
por la huerta de Lucía,
aunque te paras, a veces,
por cualquiera nadería.

¿Qué le miras a esa mata?
Es cualquier pasto. ¡Camina!

-¿Qué? es la huerta de Lucía.
Tan chica, mama, y sin árboles.
¿Qué haces ahí, mira y mira?
Esa vieja planta todo.
Por vieja, tendrá manías.

-Tonito mío. Es la albahaca.
¡Qué buena! ¡Dios la bendiga!

-Pero si no es más que pasto,
mama. ¿Por qué la acaricias?

-Le oí decir a mi madre
que la quería y plantaba
y la bebía en tisana,
le oí decir que alivia
el corazón, y eran ciertas
las cosas que ella nos contaba.

-¿Por qué entonces no la coges?

-Chiquito, soy un fantasma
y los muertos, ya olvidaste,
no necesitan de nada.

-¡Ay, otra vez, otra vez
me dices esa palabra!

-¿Cómo te respondo entonces
a tantas cosas que me hablas?

-Mama, oye: algunas veces
me lo creo, otras veces, nada...
Me dices que te moriste
pero hablas tal como hablabas,
Cuando voy solo y con miedo,
siempre vienes y me alcanzas,
casi nada has olvidado
¡y caminas tan ufana!
¿Por qué te importan, por qué
todavía hasta las plantas?

-Chiquito, yo fui huertera.
Este amor me dio la mama.
Nos íbamos por el campo
por frutas o hierbas que sanan.
Yo le preguntaba andando
por árboles y por matas
y ella se los conocía
con virtudes y con mañas.

Por eso te atajo cuando
te allegas a hierbas malas.
Esta Patria que nos dieron
apenas cría cizañas,
gracias le daba al Señor
por todo y por esta hazaña.
Le agradecía la lluvia,
el buen sol, la trebolada,
la lluvia, la nieve, el viento
norte que nos trae el agua.
Le agradecía los pájaros,
la piedra en que descansaba,
y el regreso del buen tiempo.
Todo lo llamaba "gracia".

-¿Gracia? ¿Qué quiere decir?

 

EL MAR


-Mentaste, Gabriela, el Mar
que no se aprende sin verlo
y esto de no saber de él
y oírmelo sólo en cuento,
esto, mama, ya duraba
no sé contar cuánto tiempo.
Y así de golpe y porrazo,
él, en brujo marrullero,
cuando ya ni hablábamos de él,
apareció en loco suelto.

Y ahora va a ser el único:
Ni viñas ni olor de pueblos,
ni huertas ni araucarias,
sólo el gran aventurero.
Déjame, mama, tenderme,
para, para, que estoy viéndolo.
¡Qué cosa bruja, la mama!
y hace señas entendiendo.
Nada como ése yo he visto.
Para, mama, te lo ruego.
¿Por qué nada me dijiste
ni dices? Ay, dime, ¿es cuento?

-Nadie nos llamó de tierra
adentro: sólo éste llama.
-¡Qué de alboroto y de gritos
que haces volar las bandadas!
Calla, quédate, quedemos,
échate en la arena, mama.
Yo no te voy a estropear
la fiesta, pero oye y calla.

¡Ay, qué feo que era el polvo,
y la duna qué agraciada!

-Échate y calla, chiquito,
míralo sin dar palabra.
Óyele él habla bajito,
casi casi cuchicheo.

-Pero, ¿qué tiene, ay, qué tiene
que da gusto y que da miedo?
Dan ganas de palmotearlo
braceando de aguas adentro
y apenas abro mis brazos
me escupe la ola en el pecho.
Es porque el pícaro sabe
que yo nunca fui costero.
O es que los escupe a todos
y es Demonio. Dilo luego.

Ay, mama, no lo vi nunca
y, aunque me está dando miedo,
ahora de oírlo y verlo,
me dan ganas de quedarme
con él, a pesar del miedo,
con él, nada más, con él,
ni con gentes ni con pueblos.
Ay, no te vayas ahora,
mama, que con él no puedo.
Antes que llegue, ya escupe
con sus huiros el soberbio.

-Primero, óyelo cantar
y no te cuentes el tiempo.
Déjalo así, que él se diga
y se diga como un cuento.

Él es tantas cosas que
ataranta a niño y viejo.
Hasta es la canción de cuna
mejor que a los niños duerme.
Pero yo no me la tuve,
tú tampoco, mi pequeño.
Míralo, óyelo y verás:
sigue contando su cuento.

 

ALCOHOL


Resbalando los pastales
y entrando por los viñedos
que el Diablo trenza y destrenza
desde la cepa al sarmiento,
dan al animal y al indio
tufos de alcohol violento
y ambos ven la llamarada
que salta de pueblo a pueblo,
con la zancada y la mueca
del mono que corre ardiendo.

Al indio el payaso trágico
le robó el padre en su juego;
al otro quemó el pastal
que blanqueaba de corderos,
y a mí me manchó, de niña,
la bocanada del viento.

Vaciaremos los lagares
y aventaremos los cueros,
para quemar la demencia
de los mozos y los viejos.
¡Ea, el chiquillo y la bestia!
¡Vamos por bodega y pueblos,
vamos, como los cruzados,
hostigando al Esperpento!

 

MONTE ACONCAGUA


Yo he visto, yo he visto
mi monte Aconcagua.
Me dura para siempre
su loca llamarada
y desde que le vimos
la muerte no nos mata.
Manda la noche grande,
suelta las mañanas,
se esconde en las nubes,
bórrase, acaba...
y sigue pastoreando
detrás de la nubada.

Parado está en el sueño
de su cuerpo y de su alma,
ni sube ni desciende,
de lo absorto no avanza;
su adoración perenne
no se rinde y relaja,
pero nos pastorea
con lomos y llamarada
aunque le corran cuatro
metales las entrañas.
La sombra grave y dulce
rueda como medalla;
ella cae a las puertas,
las mesas y las caras,
los ojos hace amianto,
los dorsos vuelve plata,
conforta, llama, urge,
nos aúpa y abrasa,
Elías, carro ardiendo
¡Monte Aconcagua!

Cebrea los pastales,
tornea las manzanas,
enmiela los racimos,
enjoroba las parvas,
hace en turno de Jove,
tempestad y bonanzas
cuenta y recuenta hijos
y de contar no acaba...

Le aguardan espinales
a la primer jornada;
después, salvias y boldos
con reveses de plata,
y a más y a más que sube
el pecho se le aclara:
arrebatado Elías,
¡Elohim Aconcagua!

A veces las aldeas
son de su ardor mesadas
y caen desgranándose
en uvas rebanadas.
Mas nunca renegamos
su pecho que nos salva,
parece sueño nuestro,
parece fábula
el que tras de las nubes
su rostro guarda.
¡Elohim abrasado,
viejo Aconcagua!

Yo veo, yo veo,
mi Padre Aconcagua
de nuestro claro arcángel
desciende toda gracia.
Ya se oyen sus cascadas,
por las espumas blancas
la madre mía baja
y después se va yendo
por faldas y quebradas.
¡Demiurgo que nos haces,
viejo Aconcagua!

Di su nombre, dilo a voces
para que te ensanche el pecho
y te labre la garganta
y se te baje a los sueños.
Aconcagua "padre de aguas",
Aconcagua, duro gesto,
besado del Dios eterno
y del arrebol postrero.
Algo ha en tus manos, algo
que invoca por tus dos pueblos.
"Paz para los hombres, paz",
bendición para el pequeño
que está naciendo, dulzura
para el que muere...

 

FLORES


-No te entiendo, mama, eso
de ir esquivando las casas
y buscando con los ojos
los pastos o las mallacas.
¿Nunca tuviste jardín
que como de largo pasas?

-Acuérdate, me crié
con más cerros y montañas
que con rosas y claveles
y sus luces y sus sombras
aun me caen a la cara.
Los cerros cuentan historias
y las casas poco o nada.

-Y a mí que me gusta tanto
pegarme a cercos de casas
y traerte por cariño
rosas y lilas robadas...

-No es que deteste las flores
es que me ahogan las casas.
Oye tú, cuando las hacen
desperdician las montañas,
apenas si ellos las miran
como si fueran madrastras.

-Claro, tuviste el antojo
de volver así, en fantasma
para que no te siguiesen
las gentes alborotadas,
pasas, pasas las ciudades,
corriendo como azorada,
y cuando tienes diez cerros,
paras, ríes, dices, cantas.

-Tapa tu boca, que tú
no les pones mala cara
y gritas cuando los Andes
con veinte crestas doradas
y rojas, hacen señales
como madres que llamaran.
Yo te gano la porfía,
indito cara taimada.
¿Cómo vas a convencer
a la criada en sus faldas
y guardada de sus sombras
y de ellas catequizada?
Me duermo a veces mirándolas,
tomada, hundida en sus faldas.
Y con entregarme a ellas
mis penas se vuelven nada.
Ya no soy, sólo son ellas
y lo que manan: su gracia.

-¿Qué es lo que tú llamas gracia,
pobrecita que no llevas
sobre ti cosa que te valga?

-La gracia es cosa tan fina
y tan dulce y tan callada
que los que la llevan no
pueden nunca declararla,
porque ellos mismos no saben
que va en su voz o en su marcha
o que está en un no sé qué
de aire, de voz o mirada.
Yo no la alcancé, chiquito,
pero la vi de pasada
en el mirar de los niños,
de viejo o mujer doblada
sobre su faena o en
el gesto de una montaña.
Bien que me hubiese quedado
sirviéndola embelesada,
pero fue mi enemigo
la raya blanqui-dorada
de una ruta de un río y más
y más un mar de palabra.

-No te entiendo ¿por qué tú
siempre andas pensando
para mí en una parada,
en hoyos de aburrimiento
de uña casa y otra casa...?

-Es que, como el pecador,
amo y destesto las casas:
me las quiero de rendida,
las detesto de quedada.

-¿Y cuándo voy a parar
yo, mama, si tú no paras?

-No te podría dejar
en la tierra ajena y rasa,
sin un techo que te libre
de viento, lluvia y nevadas.
¿Cómo volvería yo
a mis huertos y a mi Patria,
a mi descanso, a mi término,
al ruedo ancho de mis muertos
y a la eternidad ganada,
dejándote a media Ruta
como las almas penadas?

Cuando empezamos a andar
tú no tenías "compaña"
ni para la noche ciega
ni las rutas escarchadas.
Ya miraste, ya aprendiste
cómo se siembra y se planta,
cómo se riega el durazno
y la sequía se mata,
y se ahuyenta la peste
hasta que la peste acaba.

Cuando mañana despiertes
no hallarás a la que hallabas
y habrá una tierra extendida,
grande y muda como el alma.
Apréndete el oficio nuevo y eterno.
Pide tierra para ti, cóbrala.
Es la tierra en la que yo
tu pobre mama fantasma
fue feliz como los pájaros.

-¿Te me vas, di? Sí, ya vas yéndote.

-Porque ya me estoy cansando
de ver y contar montañas,
me voy a entrar por la puerta
sin llaves y sin murallas.
Déjame, déjame entrar,
nadie se allega a fantasmas.
Aunque alinden La Serena
y se la aúpen a Corte
con Czar y torres doradas,
lo mejor siempre serán
sus huertas embalsamadas,
su oración crepuscular
y el canto de sus campanas.

-Yo te sigo, la mama, aúpame,
que voy a pata pelada.

-Salta las cercas, no temas,
esa huertera no es mala.
Por allá azulean uvas
y aquí las flores casi hablan.
¡Eh! ¿te llenas los bolsillos?

-¿Y qué te creías, mama?

-¡Qué saqueo estás haciendo!
¡Uvas negras y rosadas!

-Y tú no me ayudas, no;
y estás como embelesada.

-Sí, también estoy cogiendo,
pero no cosa vedada.
Son gajos de flores rústicas
que tú me escoges trocadas,
porque no sabes de flores
y disparatas al mentarlas.
Sigamos andando digo,
te las miento y doy cortadas.
¿Ves? Te pesan los racimos.
Las mías no pesan nada.
Este manojo, oyeló,
es no más gajo de salvia.
¿Cómo que no la conoces
si como tú, es campechana?
Ella crece, cunde, medra,
como cosa de nonada.
Tú la has visto en cualquier huerta,
pero no es aseñorada
y medra hasta en los potreros
echando flor azulada.
Mírala, abájate, huele.
Ya, ya. No vas a olvidarla.

-Mama, tú hablas de las matas
como si fueran "cristianas".
¿Cómo te acuerdas del nombre
y del olor te atarantas?

-Calla y miéntala una vez,
dos veces, tres, ya, ya basta.
Ahora, ahora esta otra...

-Oye, yo me sé los pájaros,
me los hallo porque..., cantan.
No te digo lo demás,
porque de todo te espantas.

-¿Que tú los coges, es eso?

-Ahora ya no digo nada.

-Ya entendí ¡qué cara fea!
Eso me cuentas mañana.
Ahora estoy dándote a oler
este romero de España,
al que llaman de Castilla.

-La mama se lo tenía,
pero ya me lo olvidaba.
¿Es que tú tenías huerta?
De eso no me has dicho nada.

-Te escapas, sacas el cuerpo,
pero soy, has de saber,
una fantasma porfiada.
Y este otro gajo cogido
es de toronjil, ya basta.
Pero si hemos de seguir
así con las manos dadas,
yo me tengo de mentarte
lo que nunca te mentaron.
Es muy lindo bautizar
las criaturas amadas

-Mama, dices "criaturas",
pero estos pastos son nada.

-Ahora te pongo a dormir
tu siesta. Tiéndete y calla.
A lo mejor te dan lindo
sueño las tres agraciadas.
Estás amurrado, sabes
duerme, duerme, te hago "nana"

-Las flores de Chile son
tantas, tantas, mi chiquillo,
que si te las voy mentando
te azoran y te atarantan.
Te voy a contar de algunas.
Párame si es que te cansas.
Unas serán las "catrinas",
otras, campesinas rasas.

Ya sabes que no me sé
mucho a las "aseñoradas"
que no quieren doncelear
de las campesinas rasas
y les ponen el mal gesto
que les dan a sus cabañas.

Voy a decirte lo que
con la pobre menta pasa,
también con la hierbabuena
e igual con la mejorana.

-¿Qué les pasa, mama, di?

-Que ellas huelen todo el año
y las rosas una semana,
y tanto que pavonean
de su garbo y de su gracia...

Por estos lados prosperan
ésas que mientan Susanas
y no es más que la merita
manzanilla oji-dorada,
un sol pequeñito, una
que no presume de nada.
Desde que hacemos camino
parando en huertas o casas,
nos sale al paso y saluda
así con la frente alzada,
y aunque son tantas las rosas
amarillas y rosadas,
la paisanita y la blanca,
más duran menta y romero.

Aquí donde cabecean
las que auguran bodas o nada,
vale la pena parar
por estas oji-doradas
aunque ellas están rendidas
y hartas de ser consultadas.
Porque de novias de veinte,
ansiosas y atarantadas,
siempre le están preguntando
"si el novio cumple o si nada".

Cuando ya te llegue el tiempo
de noviazgos y jaranas,
andarás también buscándolas
con la codicia en la cara:
"Me quiere", "me quiere mucho"
o "poquito" o "casi nada".
Y las manzanillas van
a responder en voz baja:
"mucho", siempre, hoy y mañana.
Y la rosa va a decir:
"mucho" y sólo una semana.

-De noviazgos, no sé nada...

-¡Qué pena, Mío, no verte
con novia encocorocada,
la iglesia hirviendo de luces
y la aldea de campanas.

-Cuando hablas así de loca,
mama mía, me atarantas.
Mejor te callas y tomas
las manzanillas cortadas.

-Gracias, sí, mi niño, pero
no me gustan de cortadas.
Se doblan sus cabecitas
y en poco, no valen nada.
Pero los grandes ni tú
entienden la salvajada
y despojan a la Ruta
que les echa una mirada
dura que los va siguiendo
como insistente palabra.

-Mama ¿ves como eres loca?
Ni quieres verte enflorada.
Pero yo te quiero mirar
tan feliz como unas Pascuas
y quiero oírte cantar
en vez de decir palabras
que te oigo y no te entiendo
y que son como quedadas...
Canta el viento de tu nombre,
llámalo según lo llamas,
porque sólo cuando cantas
se nos aviva la marcha.

-Cuando me pongo a cantar
y no canto recordando,
sino que canto así, vuelta
tan sólo a lo venidero,
yo veo los montes míos
y respiro su ancho viento.
Cuando es que el camino va
lleno de niños parleros
que pasan tarareando
lo mas viejo y lo más nuevo,
con semblantes y con voces
que los dicen placenteros,
yo veo una tierra donde
tienen huerto los huerteros.
Y cuando paro en umbrales
de casas y oigo y entiendo
que Juan Labrador ya se labra
huerto suyo y duradero,
a la garganta me vienen
ganas de echarme a cantar
tu canto y lo voy siguiendo.

Parece que hasta la Tierra
que llaman "bruta" los lerdos
se puso a hablar cuando vio
el reparto de mil huertos.
Cantaba y yo me lo oí
y canté días enteros
y canté junto con ellos
y el silbo de cuatro vientos:
Viento Sur y Viento Norte
con el Este y el Oeste.
¡No hubo día entre los días
tan dorado y tan ferviente!

Cuando ya cae la noche
y me está llamando el sueño,
y alguna puerta se me abre
que es la de Juan Cosechero,
digo: Yo bien duermo aquí,
porque me va a dar buen sueño.

Cuando es tiempo del maíz
granado y el trigo tierno
y siento cortar mazorcas
que caen como entendimiento,
con mi cuerpo de mentira
donde se sientan me siento.
No me duele el que no vean
en cuerpo a la que es de sueño
que se hace y se deshace
y es y no es al mismo tiempo.
Lo que importa es que los miro,
que los palpo y me los tengo
felices como en los cuentos.

Me gustan los ademanes
y los gestos de mi gente,
el bien volear el trigo
y el abajar el ciruelo,
el regodear la frutilla
y cogérsela con tiento.
Me duelen las podas duras
del parrón que vi pequeño,
el oír caer el trigo
recto y con un tarareo.
Pero lo que más me gusta
es ver subir los renuevos.
Parece que son llamados
y que van apareciendo:
un dedito, diez y ciento
y el uno mirando al otro
y todo el árbol contento;
y Primaveras y Otoños
de manos de Dios saliendo
y poquito a poco, todas
las ramas secas "volviendo"
y gesteando azoradas
de que la Muerte fue cuento.

Con los brotes asomados
están ojeándose y viéndose
sin costumbre y con sorpresa
que todo vuelve de nuevo
y con unas timideces
de niños con traje nuevo.
Los dos mil duraznos pálidos
y los doscientos ciruelos,
y las vejanconas parras
bajito se cuchichean
y corre de mata a mata
el chisme y sigue corriendo.
Y el que los puso a dormir
les va apurando el suceso
y cada día amanece
más donoso el viejo huerto.
Pasa toditos los años
y siempre parece cuento
que el huerto vive su muerte
y no le cuesta el morir
y tampoco el devolverse.

No comer fruta pintona
por puro atarantamiento.
Unas semanitas más
y todo llega devuelto
color, aroma, sabores,
gritería y canasteo.

-Esas muchachas que buscan
flores, no las cogen, Mama.
¿Qué les pasa que no ven
la retamilla y la malva,
la topa-topa y la albahaca,
el huilli, varilla brava?

Sabes, por ser hierbas locas
ellas las mientan cizañas.
Oye: por donde pasamos
se da la flor de la araña,
también el amancai,
y aquellas "varillas bravas".
No cortan, siguen de largo,
como si viesen nonada.
Dijiste tú que reparten
a los pobres tierra dada.
Cuando me la den a mí,
verás que pongo turnadas
la lenteja con el pilpu.

-Yo no sabía, chiquito,
que las flores te importaban.
Gentes hay que ni las ven
y pasan como que nada.

Son los tontos, pero acuérdate
de cuando pasa una oleada
de menta o huele-de-noche
o de la varilla brava.

-Esas, bah, salen solitas
¡nadie las riega ni planta!

 

 

LUZ DE CHILE


¿Qué tendrán las piedras pardas
y los pedriscos y el légamo
que al más cascado lo llevan
alácrito de ardimiento?
Es como que el Valle hace
de camino y de viajero
y nos lleva liberados
de jornada y de aceceo.

La luz viva travesea
a donaire y devaneo
y da mirada de amante
rica de descubrimientos.
Prendidos a lo que amamos
vistas ni aromas perdemos
y por la luz que tuvimos
de muertos seguimos viendo.

Hermana loca la Ruta,
Madre Luz y Padre el Viento,
y tu Norte aventurero
no me faltéis que voy sola
con un huemul y un pergenio.

Lleva un lindo trotecito
el ciervo en Abel contento
y el Valle se nos anima
de sus locos corcoveos.

Por fin la sonrisa sube
al indio en corto chispeo
y a los tres ya no les pesa
el mundo que recibieron.

La luz del Valle Central
es la que nos da ardimiento,
hace ver el maizal
en muchachada que danza
y las melgas de frijoles
son un baile de muchachas.

Ella muda el nisperal
en cargazón de luceros;
de la higuera hace matrona
inmóvil por regadora;
de cada piedra hace otra
que es Reina y camina...

LA RUTA


¡Qué hermosa corre la ruta
de Rapel al río Laja
antes de que lluvia o nieblas
la pongan bizca o cegada!
Sin brazo alzado conduce
como nos lleva nuestra alma,
y va recta a su destino
si los Andes no la atajan
o le tuercen la aventura
como al amante y la amada.

Y esta ruta no va, no,
desnuda ni solitaria:
va asistida de poleos,
de hierbabuena y de salvias,
adulada de alamedas
o silabeada de cañas.

Por que de rasa y lampiña
no haya tedio la cuitada,
y por que la vagabunda
no pare en desesperada,
sigue, sigue, sin relajo,
como loca o embriagada.
¡Qué obsesión y voluntad
la cogió, la lleva y manda
para que no la detengan
la tormenta, la nevada,
el torrente, la pedrera
y el rodado que la alcanza...

Va zurcida de charoles
como la carne estropeada
y, a trechos, suelta unos visos
como de anguila empapada.
Por fin a la noche llega
libre de tropa y muladas
y la restaura el rocío
de la ancha noche estrellada.

Todos los colores caen
a la sierva y la humillada;
ella asusta en los ponientes
lamida de cobre en llamas
y en noches de luna embruja
cual Sulamita azulada.
Pero es más la Mujer-Ruta
en sus estameñas pardas,
nieta de Tahuantinsuyo
sin facciones, voz ni nada,
Mama Ocllo cargadora,
toda silencio y espaldas,
sin contar cuánto se sabe
por más que sepa mil fábulas.
¡Lleva, lleva y aunque arribe
nunca duerme en las posadas
y del amor que la lleva
será que corre embriagada!

Tan fiel que lleva, por más
que mude nombres y caras,
desde lo llano a lo pino,
voluble de alucinada
y en loco garabateo
de conflictos y de alianzas.

Los que marchan van alertas
como van las vivas aguas...
que la cuesta que el atajo,
que la gran piedra rodada,
que el tronco de laurel roto,
que el granizo, que la escarcha...
Húmeda, enjuta, callada,
recogiendo va las huellas
nuestras, como hijas amadas,
y sin fatiga ni tedio
las recuenta en las paradas:
madre nuestra en lo paciente,
lo fiel y lo resignada.

Días y días conduce
sin voluntad, como el llama,
y de repente la odiamos
por lo morosa o la larga,
y cuando ya nos rendimos
tomará nuestra jornada
pues de pronto no la vemos
ni oímos más nuestras plantas
y empieza un andar dormido
de Eternidades bienhadada,
y mujer, y bestia y niño,
como del viento llevados,
bruscamente despertarnos
en una aldea impensada
o en unas huertas que huelen
a vendimia consumada.

A ratos, la Ruta chilla
por el carro de manzanas,
o el tractor que va gimiendo
de maderas embalsamadas;
y la ofenden la tropilla
y el mayoral que la canta.

El mayoral de los Andes
nos mira empinado el ceño
-blanca el ansia, blanco el logro
y los escondidos fuegos.
Con alburas paternea
y nos aguza el deseo
y sin brazos nos sostiene
como los dioses sin cuerpo.

Están haciendo el curanto
mujeres encuclilladas
y lo hacen para alegría
y perdición, los cuitados
y las cuitadas que silban
y ríen enajenadas.

Todavía quien se acuerda
da con mano rebosada,
lo mismo si el hambre es Ángel
que si es gente perdularia.
En donde no son ciudades
pasa tal como pasaba:
que dos miradas se cruzan,
piden y dan sin palabras
y una cena de patriarca
llega como fabulada...

A pesar de tiempos duros
y Padrenuestros que fallan,
hacienda o rancho responden
al grito o a las palmadas.
¡Bendito el Dios que está vivo
y abaja tranqueras altas
y la cara del disco de oro
que acude como llamada
trayendo la taza humeante
que a los hambrientos alarga!

Danos un respiro, tú,
Ruta-chasqui sin paradas,
oye que en el viento viene
un rasgueo de guitarras,
y mujeres que las tañen
entre ardientes y quedadas.
¡Lo mismo te da aguardar
que llevarnos. apurada!

Suelta, Ruta, la tropilla,
que por fin se ve una granja
en donde están ordeñando
a gemelas rebosadas.
El señor que caminó
probaría estas jornadas
y tuvo sed y pedía
para toda su compaña.
Mira que el campo será
de Abraham, si nadie ataja...

La mi bestiecita hambrienta
éntrese por las cebadas,
porque vamos a pedir
a la dueña de vacadas
como quien cobra en el flanco
materno, leches sobradas.

Allégate, el indiecillo,
coge por ti y la compaña...
Hambre que tienes no dices
y siempre hay que adivinártela.
Pide, que el indio no niega,
tampoco los "caras-pálidas".

Come lento, bebe lento,
que por las veinte semanas
no sabemos cortar pan
ni beber espumas altas;
y entre un sorbo y otro sorbo,
mira a la mujer callada,
que en el temblor es María
y en lo preferida, Sara,
y ve los brazos ligeros
que siegan, al sol que abrasa,
mientras yo mascullo algo
parecido a acción de gracias.

 

 

CORDILLERA

I

Este día ya no digas
mas, que me la sigo viendo
y se me van a quedar
en los ojos veinte cerros.
¡Es la Patrona Blanca
que da el temor y el denuedo!

-¿Por qué no se acuesta nunca
y no se baja? No entiendo.
Yo jugaría con ella,
con susto, pero riendo;
mas ella está encocorada
y nunca, nunca baja a vernos.
La grito por si responde
y apenas contesta el eco.
¿Y siempre va a estar así,
mama? ¿Por qué estás riendo?

-Porque a la vez, tú la quieres
y a la vez, le tienes miedo.
Dicen que el cordillerano
mamó leche de dos pechos,
el uno blando y florido,
el otro taimado y recio.
La madraza de ojos fijos
sólo les copiaba el gesto,
y el vendimiador contento
y el fatigado minero,
rostro dichoso tenían
contando en hijos sus cerros,
y yo bien me la tenía
en las veras y en los sueños.

-Mama, pero eso que no habla
¿cómo es que algo te decía?

-No eran palabras, con gestos
iba diciendo y diciendo...

-¡Qué cara pones, la mama,
y lloras y no es de miedo!
Y ahora a causa de ti
siempre voy a estarme viendo
lo mismo que tú, y a urdir
con ella veras y cuentos...

Aunque queremos la Ruta
varia, ardiente y novelera,
y al mar buscamos oír
el duro grito y la endecha,
pasa siempre que volvemos
el rostro a la Madre cierta.
Cuando decae la marcha
y la garganta jadea
y nos miramos, tú, Ciervo,
y yo, la apunta-senderos,
cae la vista rendida,
sin buscarlo, sin saberlo,
sobre aquella Dama Blanca
que mira y mira sin gestos,
y la divina y la fiel,
puro amor y seguimiento,
la mirada nos devuelve,
como amando y entendiendo.

-¿A ti te ha querido, a ti,
que me pones ese gesto?,

-Tal vez. Eso parece
un sí y un no al mismo tiempo.

II

Andando va con nosotros
como un sueño verdadero,
casi tocando el costado
la dueña de nuestros cuerpos,
como una sola alma fiel
y con semblantes diversos.

Mirando recta hacia el niño,
haciendo señas al Ciervo,
y cerrándoseme a mí
en un nudo que le entiendo,
mi cordillera camina
con sus carnes y sus huesos.

Centaura y costumbre nuestra,
divina bestia sin tiempo,
aupada por el Espíritu
y abajada por los miembros,
así, entre Dios y nosotros,
existe en Pillán de fuego.

Cada uno de nosotros
la va ignorando y sabiendo;
le va hablando con la marcha
y con el entendimiento,
punzados y enardecidos
de su llameante arponeo.

Sin abajarse nos cubre,
lúcidos vuelve a los ciegos,
y en el tumbo de la sangre
nos amartillea el pecho:
alto yunque que nos hace
medio Arcángel, medio Hefesto.
Y así nos labra y nos urge
al filo de piedra y hielo.

Enderezados los tres
o sin alzar nuestros cuellos,
lo mismo la habemos como
al Dios de tactos inmensos:
la desvariamos dormidos
y la sabemos despiertos.

Su vertical nos retiene
o nos suben sus faldeos
que los tres le repechamos
en Pasión o regodeo.
Nunca la alcanzamos, pero
en el soñar la tenemos.

Vamos unidos los tres
y es que juntos la entendemos
por el empellón de sangre
que va de los dos al Ciervo
y la lanzada de amor que
nos devuelve, entendiendo,
cuando los tres somos uno
por amor o por misterio.

 

 

RAÍCES


Estoy metida en la noche
de estas raíces amargas,
ciegas, iguales y en pie
que como ciegas, son hermanas.

Sueñan, sueñan, hacen el sueño
y a la copa mandan la fábula.
Oyen los vientos, oyen los pinos
y no suben a saber nada.

Los pinos tienen su nombre
y sus siervas no descansan,
y por eso pasa mi mano
con piedad por sus espaldas.

Apretadas y revueltas,
las raíces alimañas
me miran con unos ojos
de peces que no se cansan;
preocupada estoy con ellas
que, silenciosas, me abrazan.

Abajo son los silencios.
En las copas son las fábulas.
Del sol fueron heridas
y bajaron a esta patria.
No sé quien las haya herido
que al rozarlas doy con llagas.

Quiero aprender lo que oyen
para estar tan arrobadas.
Paso entre ellas y mis mejillas
se manchan de tierra mojada.

 

 

PERDÍZ


Oye, ¿qué gime o qué llora?
Dime, dime, ¿qué le pasa?
Corre adentro del trigal
pero a trechos se descansa.
Es más grandota que pájaro
y lleva críos. ¿Es mama?

-A esas que corren las mientas
la Keu y la "Copeteada"
y andan desde el viejo tiempo
de poetas alabadas.
¡Y tú te ibas, como loco,
a coger a la cuitada!
Mírala, ella va corriendo
para cubrir su pollada.

-Mama, ve, no es para tanto,
le tocó ser gorda y parda.

-La hubo también y la hay
rojiza y aleonada.
Yo me quiero a la nortina
copetuda y agraciada.

-Mira qué gracia le da
lo de estar toda jaspeada.
Ya no se ve, siempre, siempre,
ha de pasar que me llamas
en el momentito mismo
de darle la manotada.
¡Cada bicho me lo asustas
y yo regreso sin nada!

-¡Ay, tienes tiempo sobrado
para hacer la villanada!
Los hombres se sienten más
hombres cuando van de caza.
Yo, chiquito, soy mujer:
un absurdo que ama y ama,
algo que alaba y no mata,
tampoco hace cosas grandes
de ésas que llaman "hazañas".

-Es que tú no eres "de veras",
y andas..., sí, como trocada.
Repíteme el nombre de ésa.

-Tiene varios, Keu la llaman.
Keu, Keu, allá en Atacama,
tuya i mía. Di: "Keu, Keu"
¡Tiene no sé qué de gracia!
En cuanto suben los trigos
y el maíz bate su caña,
un rumorcillo va y viene
que nos vuelve y que nos para
y nos persigue la vista
y a los tres nos ataranta.

Es doña Perdiz que busca
como comadre azorada,
porque, ¡oye! la ambiciosa
tiene el nido y la pollada.
Vuela y corre, para y sigue
de tres críos azorada.
Y menos vuela que corre,
porque ella nació pesada.
Corre y vuela con el pico
lleno de trigo y de granza.

-Mama ¡pero qué mal vuela!
¡casi la cogemos, mama!
Con que corramos ligero
le atrapamos la nidada.

-Pero vuelan, sí, también,
por la estación azoradas
las grandes señoras que
llaman apenas "torcazas"
y que son gruesas y hermosas
como las mejores damas.
¡Qué bien comidas parecen,
qué cortitas, pero qué anchas,
con nutridas plumazones
como de manos pintadas!
Ellas a la vez parecen
señoronas y aniñadas...
Un gritito corto nos
denuncia a las azoradas
y corren y medio vuelan
a la vez torpes y rápidas.
¡Qué vocecilla que tienen
estas señoras pintadas!
No te pongas a correrlas,
porque a la madre atarantas.
Ya basta con que el hambriento
las rastree hasta encontrarlas.
Ya corre, ya te despista,
ya se pierde, ya está salva.

Óyeles el tierno pío
que es mitad queja y llamada.
¡Cómo podremos tumbar
niña tan llena de gracia!

Se ve su "postura" con
cuatro huevecillos: ¡nada!
¡Que está cayendo la tarde
y vuelven a la nidada!
Una quisiera tenerme
sobre el pecho o en las faldas,
pero si me las atrapo
¡qué vergüenza de la hazaña!
Chiquito, ésa es la tórtola,
siempre corriendo apurada
por los "malhoras" que pasan
con diez hambres atrasadas.
Mejor fuera, si las cogen,
llevarlas a nuestras casas,
casi, casi, casi mansas.

-Mama, parece que lloran.

-Cállate que se atarantan.
Unas medran en la puna
y otras viven en las playas.
Yo creo que son los trigos
los que las cubren y amparan.
¡Ay, ay! me dan tal mirada
que apenas las he cogido
me las suelto avergonzada...

-Te pones tonta tú, dámelas.
¿No ves que cuesta atraparlas?

-¡Ah! ¿también tú? Sí, también
te aficionas a la "hazaña"
de matar cuanto te encuentras
por cerros y por llanadas.

-Pero si todos los niños,
toditos, te digo, matan.
¿Qué se te ocurre que coman
si está la carne tan cara?

-Ya me sé la cantilena.

-No te vuelvas chocha, mama,
ellas se comen la hierba
como unas desesperadas.

-Deja que maten los otros;
tú, mi chiquito, no lo hagas.

-Como tú no comes nunca
de esto no comprendes nada.
Te hago caso algunas veces
cuando hablas como hablabas,
cuando eras de carne y hueso
y vivías en las casas...
Ahora las gentes dicen
que eres cosa trascordada...

-¡Cómo te echan a perder
las comadres cuando te hablan!
Eres uno caminando
conmigo, la mano dada,
pero en cuanto te me escapas,
te me vuelcas como un jarro
y mudas de rostro y habla.

-Oye, pobrecita, óyeme:
ahora ya sé lo que pasa.
Me han contado las comadres
que tú eras, que tú fuiste,
que tuviste nombre y casa,
y bulto, y país y oficio;
pero ahora eres nonada,
no más que una "aparecida",
bulto que mientan fantasma,
que no me vale de nada.

-Sí, mi niño, yo sabía
que vendría una mañana
en que tu manita diestra
se soltaría asustada
de palpar y darte cuenta
de que es mano de fantasma...

Yo te vi sobre el desierto
como la liebre extraviada
y bajé, sin más, bajé
como la flecha apuntada.
Los hombres no quieren, no,
ver que marchan con fantasmas,
aunque así van por las rutas
y viven en sus moradas.

Yo te dejo, sin dejarte,
yo habré dos vidas bizarras;
llevaré el color del aire
y del mero aire las hablas.
Te haré cantar a la alondra
porque no escuches la rana;
te enseñaré a deletrear
la callada Vía Láctea,
te haré olvidar en el sueño
a la muerte malhadada.

-Oye, por qué a veces, vos
calláis, mi mama-fantasma,
y parece..., sí, parece
que contra alguno porfiaras.
Yo no veo a nadie, pero
es como que a alguien hablaras.
Sin razón de cargar nada,
el andar se te relaja.
Parece que respondieses
y yo no veo a quien hablas.

-Menos te pregunta tu ángel
guardián y te cuida y calla...
¿Y para qué has de saber
el nombre de tu "compaña"?
Muy bien que nos avenimos,
legua a legua, marcha a marcha.
Cuando se muera el camino
como raya cancelada
y llegues tú adonde ibas
te lo sabrás sin palabras.

Vuelva la cara a tu diestra
que hay un árbol de castañas
y puedes encaramarte
y no te va a pasar nada.
Yo de abajo te sostengo
sin más que darte mi espalda.

-¡Pero tú no tienes fuerzas,
mama. No tienes ni espaldas!

 

 

FRUTILLAR


Vuela un olor delicado
y tímido y placentero,
delgado como la brisa,
íntimo como el aliento.
Lo había olvidado andando
campos de olores violentos
que se dicen y declaran
casi, casi como un grito.
Sí, sí, ya no recordaba
este aroma de embeleso.

Es el frutillar tendido
que crece callado y lento,
pero en la estación del fruto
se declara desde lejos
y hace torcer el camino
al distraído o al lelo.

El bulto del frutillar
se disimule en el huerto
y el pobrecillo se ignora
que su olor de cerca o lejos
lo denuncia y lo declara
y siempre lo está "vendiendo".

-Abájate, mi chiquillo,
hay frutas que estoy viendo.
Abájate, coge pocas
y deja algo a los que vienen,
y cógelas con cuidado
que él se tiene sus recelos.

-Otra vez vas a decirme
que el frutillar tiene miedo.

-Sí, que lo tienen por unos
que lo revuelven sin seso.

-Voy, voy, pero te descansas.
Que no te rindas. Parece
y que tu cuerpo no es cuerpo.
Por eso ya voy creyendo
que eres fantasma sin sueño.
Pero te sigo y te sigo
y de tanto acompañarte
¿tú no lo ves? Ya te quiero...

No cuesta nada coger
frutillas, aquí las tengo.
¿Que no las comes, que no?
Son maduras, estás viendo.
Las hueles, las vas contando
y no las comes. No entiendo.
Y te pones a entonar
y ese canto es extranjero.
¿De dónde te lo sacaste?
No cantan eso en mi pueblo.

-Es que yo quiero que cantes
para acortar el sendero.
Aunque siempre lo hice mal,
yo canté con alma y cuerpo.

-Tú quieres decir, repite, Mama,
"yo canté con alma y cuerpo".

-Mal se portó mi garganta,
poquito menos el cuerpo.
Unos me decían ¡sigue!
otros me daban denuestos.
Ahora me vengo acordando,
porque cansado te veo,
que aquel cantar me aliviaba
de mucho, casi de todo,
todo, todo lo olvidaba.
Las gentes se me reían
de la voz y las palabras
y yo seguía, seguía...

 

 

CHILLÁN


La ciudad de amansaderas,
curtidores y alfareros,
tiene tendones heridos
y un no sé qué de lo huérfano,
y a medio alzarse nos cuenta
de su tercer nacimiento.

El Volcán baja a buscarla
como quien busca su oreo.
Pero ella, que es mujer,
le hurta el abrazo tremendo,
y de todo tiempo dura
su amor sin aplacamiento.

Él juega en todas las rondas,
vuelto niño de su tiempo.
Da a Eduardo su romance
y a Manuel sopla sus cuentos
y a Pablo le hace cantar
su más feliz canto nuevo.

Él baja por no olvidar
la Cordillera,
la madraza araucaria,
la feria del chillanejo.

Y cuando baja, lo sigue
por la vertical del vuelo
Doña Isabel, y se adentra
por éste y el otro pueblo
donde un corro de mujeres
baila bailes de su tiempo;
y entre una y otra danza,
nos averigua si habemos
más pan, más leche y contento.
Y ahora le vamos a contar
que cunden cosas y puertos.

Doña Isabel se retarda,
Bernardo vuelve contento
y después, después, los dos
vuelven tejiendo el comento.

En la presencia callada
y viva, es el largo aliento
de uno que vive en
mundo como un sacramento
que en la caída nos alza
y en la lentitud da el vuelo.
Él frecuenta a los ancianos
y llega a los nacimientos,
y acude a las bodas
y amortaja a nuestros muertos.

Por la feria de Chillán
donde rebrillan en cercos
maíces, volaterías,
riendas, estribos, aperos,
cruzaremos sin pararnos
y azuzados del deseo,
porque la que va en fantasma
voz no lleva ni dineros.

Arden eras chillanejas.
Todo Chillán es fermento.
Toda su tierra parece
ofrenda, fervor, sustento,
y salta una llamarada
que nos da a mitad del pecho.
Ternuras balbuceamos
al Padre, oídos abiertos,
y Él mira y oye a sus tres
carrizos calenturientos.

Dejen que lo mire largo
en el último reencuentro,
que lo beba fijamente
hasta que imposible sea verlo
y que sus memorias vayan
bajando como en deshielo.

Por esta tierra que mira
con pestañas abrasadas
y unos barbechos de oro
y un trascender de retamas.

Encumbraría el Bernardo
cometas pintarrajeados,
mestizo de ojos de lino,
hombros altos, cejas bravas.

Voces de doña Isabel
venían en la venteada.
Pero tirado en maíces
el mozo oía otras hablas,
la oreja puesta en la tierra
y la vista desvariada.
A otro grito el cimarrón
apenas se enderezaba,
y volvía a dar la oreja
a la greda y a las pajas
y a lo que ellas le decían.

Doña Isabel lo quería
suyo y lo mismo la Parda,
y el Bernardo entre las dos
como un junquillo temblaba.
La Parda se lo luchaba
y de vuelta, trascordado,
las dos sílabas mascaba
y sería de esa brega
la luz que lo iluminaba.

 

 

BOLDO


Pasamos alborotados
de una ola de fragancia.
Demorar, mi niño, el paso,
gozar al aire su gracia.
Tan austeros como viejos
druidas en acción de gracias,
convidando con su gesto
a tomarlos de posadas.
Mienten sus hojas por rudas
que no son cosa cristiana,
pero vuelan por el mundo
sus hojas hospitalarias.
Corta, ponlas en tu pecho,
aunque son duras, son santas
y responden al que pasa
con su dulce bocanada.

-Dijiste que donde son
los árboles cosa santa
allí vamos a dormir
y a recogerles la gracia.

-Sí, sí, chiquito, olvidé.
Yo me llamo "Trascordada".
Aquí se duerme sin pena
doblando la trebolada.
Agradece, cara al cielo,
resplandores y fragancias.
¡Qué mal que duermen los hombres
en su agujero de casas!
Se desperdician las yerbas
y la ancha noche estrellada.
Acuesta al Ciervo con cuido
¡No se vaya de jarana!
Lo rodeas con el brazo
y le resobas la espalda.

-Se llama lomo dijiste.
¿Ves como estás trascordada?

 

NOCHE ANDINA


La noche de nuestra Patria
de estrellas acribillada
en cedazo a lo divino
está colando las almas.
Hierve así del esplendor
como una Escritura Santa.
¿Por qué será que dormimos
cuando ella dice palabras
que el Día se desconoce
y que sólo de ella bajan?

Tanto fervor tiene el cielo,
tanto ama, tanto regala,
que a veces yo quiero más
la noche que las mañanas.

-¿Qué dices, qué, mama mía,
que no quieres la mañana?

-¿Es que sabéis nuestros nombres
mas que se los sabe el alma?
¿Qué miráis y qué veis, para
palpitar como azoradas?
O es que sólo nos decía:
Olvidad vuestra jornada
para que olvidada se alce
la memoria trascordada.

Arde, palpita, conversa
la Madre Noche estrellada,
anula faenas, cuidos,
y borra ruta y jornada.
Era mentira que el Día
canta, cuenta, y sabe y ama.
Es la Noche la nodriza
que sabe, que vela y canta,
la clara y profunda noche
de las manos alargadas.

Nos habla el tapiz de fuego
con urgidoras palabras.
Parece como que cantan,
de nuestro amor embriagadas.

Ay, perdimos en un tiempo
que la memoria nos guarda
por culpa que no sabemos
la lengua en que nos habla.
Las estrellas siguen dando
en densa leche dorada
sus pulsaciones ardientes
su exigencia apasionada.
Juntad las señas dispersas
y que bajen en palabras.
Arded más por ayudarnos.
Ya casi sois llamaradas.
Ya parece que cantáis
una estrofa única y alta.

-No deis más, que somos sólo
un niño, un cervato y este
atribulado fantasma.

-Mama, no sigas hablando,
me pones susto en el sueño.

 

LA TENCA


Como que ella nada fuese
por la color deslavada,
quédate bajo el peral
hasta que cante en su rama.

-¿Y cuánto espero? ¿Hasta que
de cantar le dé la gana?

-Pero no nos ve y por eso
ya empieza desaforada.

-Mama, mejor canta el tordo
cuando mira a su nidada.

-Qué ganas de hacer disputa,
mi niño, cuando eso canta.
Aunque cantaban arriba,
yo bajé de donde estaban
y bajé, chiquito, sólo
por ver mi primera Patria,
y porque te vi vagar
como los cuerpos sin alma.
Calla tú ahora, que ya
no revuela y canta y canta.
¿Le has matado alguna cría?
Di.
-Pero esa no cantaba.

-No cantan cuando es tu antojo,
sino haciendo la nidada.

-Tanto que ya me enseñaste,
pero no a cantar tonada.
¿Tú no aprendiste a cantar
con esos que arriba cantan?

-Cuando ya calle la tenca
sigues tú. ¿No dices nada?
Tan lindo cantó la madre
que yo, fijo, la escuchaba,
trepándome a sus rodillas
y escuchando embelesada.
El canto no me dormía,
que fui niña desvelada.
Pero calla y déjame
oírme esa bienhadada.

-¿Bienhadada dices? -Sí.
Tal vez ellas tengan hada.

-Pero fuiste tú la que
me contaste que no hay hadas.

-Porque querías hallártelas
y no se buscan, que se hallan...

-Siempre, siempre tu diciendo
un sí y un no. ¿Por qué, Mama?

-Porque algunas cosas son
a la vez buenas y malas,
tal como ocurre con hojas
de un lado aterciopeladas
y con el otro te dejan
con la palma ensangrentada.
Casi no parecen hojas,
parecen mujeres malas.

 

 

CAMPESINOS


Todavía, todavía
esta queja doy al viento:
los que siembran, los que riegan,
los que hacen podas e injertos,
los que cortan y cargan
debajo de un sol de fuego
la sandía, seno rosa,
el melón que huele a cielo,
todavía, todavía
no tiene un "canto de suelo".

De tenerlo, no vagasen
como el vilano en el viento,
y de habérmelo tenido
yo no vagase como ellos,
porque nací, te lo digo,
para amor y regodeo
de sembrar maíz que canta,
de celar frutillas lento
o de hervir, tarde a la tarde,
arropes sabor de cielo,

Pero fue en vano de niña
la pela y el asoleo,
y en vano acosté racimos
en sus cajitas de cuento,
y en vano celé las melgas
de frutillares con dueño...
porque mis padres no hubieron
la tierra de sus abuelos,
y no fui feliz, cervato,
y lo lloro hasta sin cuerpo,
sin ver las doce montañas
que me velaban el sueño,
y dormir y despertar
con el habla de cien huertos
y con la sílaba larga
del río adentro del sueño.

 

 

REPARTO DE TIERRA


Aún vivimos en el trance
del torpe olvido y el gran silencio,
entraña nuestra, rostros de bronce,
rescoldo del antiguo fuego,
olvidados como niños
y absurdos como los ciegos.

Aguardad y perdonadnos.
Viene otro hombre, otro tiempo.
Despierta Cautín, espera Valdivia,
del despojo regresaremos
y de los promete-mundos
y de los don Mañana-lo-haremos.

El chileno tiene brazo
rudo y labio silencioso.
Espera a rumiar tu Ercilla,
indio que mascas recuerdos
allí en tu selva madrina.
Dios no ha cerrado sus ojos,
Cristo te mira y no ha muerto.

Yo te escribo estas estrofas
llevada por su alegría.
Mientras te hablo mira, mira,
reparten tierras y huertas.
¡Oye los gritos, los "vivas"
el alboroto, la fiesta!

¿Te das cuenta? ¡Entiende, mira!
Es que reparten la tierra
a los Juanes, a los Pedros.
¡Ve correr a las mujeres!

 

FUEGO


Ya se acabaron las noches
del verano que Dios hizo.
No hizo el amoratado
invierno que escarcha nidos,
que traba pies de perdices
y amorata pies de niños.

Vamos a encender el fuego
chocando piedras de río
y acarreando gajos muertos
de chañar y de olivillo.
Vamos el niño y yo misma:
¡no cuesta matar el frío!

Aunque se apriete la noche
como puño de bandido,
en unos momentos salta
atarantado y divino;
no salta de nuestras manos,
sube como de sí mismo.

-Mira tú, ve cómo saltan
y ojean con gestos vivos.
¡Sí, si, sí! dicen al fuego,
locas de atar, en delirio.
¡Sí, sí, sí! dicen a la llama
¡y tú teniéndole miedo!

-Mama, ríes como loca,
¿Cómo es que no tienes miedo?
Son unas locas de atar.
¡Me dan miedo, me dan miedo!

-¡Vaya unas locas de atar
y tú teniéndoles miedo!
-¡Vaya unas locas de atar
y tú riendo, riendo!

-Pena de niñito mío
que llora de ver un fuego.
Seguiremos por hallar
en donde duermas sin miedo.

-¿A dónde es que ahora vamos?
Dilo tú, mis cuatro miedos.
Te asustas de una cascada,
de un forastero, del viento,
te asustas hasta del susto
que doy pasando los pueblos.
¿Qué hago contigo esta noche
para que no tengas miedo?

El fuego nunca se muere,
él espía entredormido,
malicioso el ojo de oro
y subiendo repentino.

Por aquí anduvieron otros
y habrá rescoldos dormidos,
y si sólo son cenizas,
comenzarlo da lo mismo.

Ya vienen las ramas muertas
y vienen a su destino;
jueguen a alcanzar el cielo,
sesteen a lo divino.

Juega al subir y al caer,
juega al muerto y queda vivo.
¡Ay! la hermosura caída
del cielo...

Cuando es que desaparece
vuelve en otro y es el mismo.
Todos danzamos por él
y de él desde que nacimos.

Está donde cabrillea
en horno y brasero vivo,
está en amor y dolor
rojo-azul, dorado y fino.

Pena de dejar atrás
cosa linda, padre fuego.

-Mama, por esto también
será que te tienen miedo.
Mama, me da miedo el fuego,
tomamé, que doy un grito.

No vamos, que comeremos
lo amañado y recogido.

Las castañas gruñen, saltan
del rescoldo, miedosillo.
En comiendo dormiremos
guardados de padres-pinos.

Y si también te me vuelves,
niño trabado de miedo
¿con quién voy a caminar
la tierra, si es que yo vuelvo?
¡un hombrecito tan fuerte
que llora porque ve fuego!
Quieres seguir caminando,
pero, ¿dónde no habrás miedo?

-Paremos donde haya gente
y yo pido alojamiento.

-Y te despides de mí,
porque ¿cómo yo me acerco?

-¡Ay, mama, a qué fue venir
así, parecida a un cuento!
Sigamos mejor, quién quita
que encontremos otro pueblo.

-No repitamos la historia.
Duerme, aquí de cara al cielo.

 

 


Date: 2015-12-24; view: 622


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