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Los perros en la historia

Se sabe que el perro desciende del lobo gris europeo e indio.

Los primeros restos arqueológicos que se han localizado hasta la fecha posen una antigüedad de treinta y dos mil años, pero su domesticación se cree que se produjo en torno a los cinco mil años antes de Jesucristo.

Los egipcios, tres mil años antes de nuestra era, reflejaban ya en sus relieves la existencia de tres tipos de perros. Poseían una raza estilo lebrel o galgo, la más dominante en un principio, hasta que apareció otra de tipo moloso, con grandes semejanzas a los mastines y dogos actuales, que fue usada para la guerra. Y todavía se hace referencia a una tercera de defensa, más pequeña.

El faraón Tutankamón dejó constancia de su uso bélico en un relieve que él mismo protagoniza luchando contra los nubios en compañía de una manada de molosos armados con collares de púas.

Los griegos dividieron las razas caninas en siete: tres de ellas molosas, mastines, alanos y dogos; una como guardianes; otra de pastores; y una pequeña tipo pichón maltés para la casa. Los romanos añadieron a esos usos la pelea en sus circos, recurriendo a unos grandes perros con habilidades de presa y combate tipo mastín o alano, que al parecer surgieron de Asia Menor. Y además clasificaron los perros según su capacidad de trabajo en perros de caza, de pelea, rastro, carrera, pastoreo y uso doméstico o compañía.

Los asirios emplearon también unos perros para la caza y la guerra de tipo moloso, como se pueden apreciar en los relieves del palacio de Nínive en el actual Irak.

Como vemos, la presencia del perro como herramienta de guerra es tan antigua como la propia humanidad. De haberlos tenido como protectores y cazadores, pasaron a formar parte de los ejércitos en las distintas civilizaciones, llegando en ese desempeño hasta nuestros días.

Se tiene constancia documental del uso de perros en la conquista de América para aterrorizar y vencer a los indios, como fue el caso de un perro llamado Becerrillo, del que habla el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo; un alano del que dijo: «…de gran entendimiento y denuedo porque entre doscientos indios sacaba uno que fuese huido de los cristianos y le asía por un brazo y le constreñía a venirse con él y lo traía al real y si ponía resistencia lo hacía pedazos. Y a medianoche si se escapaba un preso, aunque fuese a una legua, diciendo “ido es el indio” o “búscalo”, daba en el rastro y lo traía».

Pero donde se emplearon de forma masiva y para múltiples tareas fue durante la Primera Guerra Mundial, en la que los podemos ver tirando líneas de teléfono, como detectores de minas, en funciones de estafeta, sanitarios, arrastrando ametralladoras pesadas, como mensajeros, patrullando, o incluso de paracaidistas. Y aún más en la Segunda Guerra Mundial, donde además de las anteriores funciones recurrieron a los perros para convertirlos en bombas contra los tanques, o en el caso alemán para patrullar en los campos de concentración, recibiendo un especial entrenamiento para desarrollar una máxima agresividad contra los presos.



Una labor bastante desconocida que desempeñaron nuestros perros no hace demasiado tiempo tuvo que ver con el contrabando. A finales del siglo XIX y primeros del XX entre Algeciras y Gibraltar se emplearon miles de ellos para transportar tabaco desde el Peñón a la Línea, pertrechados con una especie de mochilas llamadas enjalmas, donde podían esconder entre 3 y 30 libras de tabaco. Tan importante fue el uso de esos animales que los periódicos de la época hablaban de cerca de cinco mil animales adiestrados para la faena. Recojo la noticia del periódico La Vanguardia del día uno de febrero de 1909.

«Zona de Algeciras.– Apresados por el Cuerpo de Vigilancia Costera 507 kilogramos de tabaco, 310 cigarros puros, una embarcación y un reo, matándose 68 perros de los dedicados al fraude. El grupo de Carabineros aprehendió 1.069 kilogramos de tabaco, dos reos y dos carruajes con caballerías.

»Y el Servicio Marítimo de la región aprehendió 656 kilogramos de tabaco, 19 bultos, 9 enjalmas y 7 latas con igual artículo, dos embarcaciones y 10 reos, inutilizándose 20 perros contrabandistas…»

Todos aquellos usos parecen estar muy lejos del habitual trato que ahora damos a nuestras mascotas, pero vienen a reflejar lo que el perro ha llegado a ser para el hombre desde la prehistoria: la especie más leal, generosa y entregada a los deseos del hombre. Un ejemplo que hoy día continúa conmoviéndonos cuando los vemos rescatando víctimas de un desastre natural, acompañando a ancianos o a ciegos, o cuando leemos en un periódico la historia de un perro que ha velado a su amo muerto durante más de diez años a los pies de su tumba, o a las puertas del hospital al que lo acompañó en su último paseo.

Pacto de lealtad es un canto a la virtud más característica de nuestros perros; esa abnegada lealtad que desde siempre han demostrado como especie. Son innumerables los ejemplos, pero quiero rescatar uno que por su antigüedad me ha parecido cuanto menos curioso. Cayo Plinio, en su Historia Natural, escribió en el año ochenta de nuestra era un suceso acontecido en Roma, donde se nos cuenta que: «El sitio de Roma donde generalmente se ajusticiaba se conocía con el nombre de Gemonías, y consistía en una especie de foso profundo, en el cuál se habían formado escalones dispuestos en gran declive, de tal suerte que una vez lanzados los reos rodaban velozmente, sin poderse contener, destrozándose antes de llegar al fondo del precipicio, y así encontraban una muerte horrible y de carácter infamante.

»En el año 781 de la fundación de la supradicha ciudad, el cruel y sanguinario Nerón había firmado la sentencia de muerte contra “Tito Sabino” y todos sus esclavos, y uno de éstos, durante el tiempo que permaneció en prisión estuvo acompañado por un perro que, aunque mansejón, no pudieron los carceleros quitárselo de su lado dada la fiereza que mostraba en los varios intentos realizados, pues en más de uno hirió gravemente al que con valentía quiso llevárselo a viva fuerza.

»Cuando sacado del cautiverio el amo se le condujo hasta el borde de Gemonías, el leal can tampoco se le separó un instante, y al recibir de repente el sentenciado el empujón postrero, dicho animal, con decisión impetuosa, se lanzó en seguimiento del cuerpo rodante logrando por casualidad llegar con vida al fondo del abismo y lamiendo con insistencia el cadáver del amo empezó a emitir aullidos tan impresionantes para los testigos presenciales de aquella ejecución, que, compadecidos no pocos, le echaron diversidad de alimentos, los que trasportaba de su boca a la del difunto, como si pudiera servir para revivirle.

»Al cabo de unos días de acudir la bárbara multitud a regocijarse en tan fúnebre espectáculo, se sacaron los cadáveres de los varios ejecutados, para arrojarlos al río Tíber, y el perro, con la cabeza inclinada y aspecto triste fue siguiendo a los conductores hasta la orilla, tardando menos tiempo en tirarse al agua en pos de la masa inerte del que fue su amo, del que éste necesitó para ser mojada al descender gravitando sobre aquel elemento.

»Allí se le vio bucear y reaparecer repetidas veces en la superficie, siempre empujando con el hocico, para impedir la sumersión de tan queridos despojos, y aunque varios espectadores hicieron grandes esfuerzos con la finalidad de sacar con vida a aquel fidelísimo animal, ya tirándole objetos flotantes, ora llamándole cariñosamente y con jeribeques atrayentes, nos les hizo caso y se dejó arrastrar por la impetuosa corriente del río, apareciendo posteriormente orillando los cadáveres de amo y perro; pero el de éste estaba con la boca férreamente atarazada al muy pequeño y pobre sudario que aquel llevaba puesto».


Date: 2015-12-24; view: 660


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