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UN PACTO DE LEALTAD 6 page

Miró a su alrededor y se dio cuenta de que nada tenía sentido.

La muerte había venido a robarle a uno de los suyos, sirviéndose de un desalmado que por unos nimios motivos había ejecutado la sentencia.

Rota de dolor buscó a Luther, que ya había recobrado el sentido, dispuesta a luchar para que aquella sombra mortal no se cobrase otra alma más. Se miraron, y fluyó entre ellos una emoción nueva.

Oskar se tocó el cuello y al sentir el calor húmedo de su sangre decidió cerrar aquel oscuro capítulo de una vez por todas. Comprobó que le quedaban balas en la pistola, una preparada en la recámara, pero en el momento en que iba a hacer uso de ella alguien más entró en la casa. El desconocido, que había seguido a Andrés desde Biarritz, armado con un subfusil ametrallador escupió un par de tacos en alemán, y en nombre de la Abwehr pidió que se rindieran. La perplejidad que produjo en todos los presentes creció cuando vieron entrar a una jauría de perros detrás del recién llegado.

Los alanos, cansados de ladrar, habían visto la puerta abierta.

Luther los vio.

Y Zoe también.

Y al unísono pronunciaron la palabra fatal varias veces:

—¡Ataca! ¡Ataca! ¡Ataca!

Los perros sacaron de sus recuerdos el instinto que llevaban en la sangre y miraron a aquellos dos extraños con ojos oscuros y dientes afilados. El primero que actuó esquivó la bala de Oskar y le clavó la mandíbula en la boca para inmovilizarlo, como hacían los suyos desde siempre, entre aquellas verdes montañas prisioneras de una región llamada las Encartaciones. Y otros dos hicieron lo mismo con el recién llegado, que no tuvo ni tiempo de disparar su arma, quedando tendido en el suelo con dos cabezas de perro encima; una le destrozaba la garganta, y la otra, media cara.

Oskar tuvo tiempo de ver cómo dos alanos más lo atacaban para llevarse su vida pegada a los colmillos. Solo sintió la primera dentellada alrededor de su cuello.

Pero hubo un perro que no actuó como el resto, vencido por la pena: Campeón.

Él estaba llorando a Andrés.

 


XII

Les Deux Pins

Gabas. Francia

Anochecer del 17 de noviembre de 1937

 

 

Bajo tres paraguas, y en la penumbra de un día demasiado duro para todos, Zoe, Luther y Anselmo despedían a Andrés en su tumba, excavada a toda prisa a los pies de un roble centenario.

Anselmo había volado desde Barcelona a Toulouse, alarmado por la llamada que Andrés le había hecho a primera hora de la mañana, y se había presentado en el refugio solo media hora después de que los perros actuaran.

Luther, apoyado sobre Zoe, echó una última palada de tierra después de que lo hicieran ella y Anselmo.



La soledad de aquel paisaje desencadenó una gran congoja en Zoe al verse transportada a otro tiempo, al entierro de su madre en una dehesa y bajo la sombra de un grupo de encinas, y al de su padre, más cercano, en aquel cementerio olvidado de la ciudad de Salamanca.

Los invocó para que desde los cielos acompañaran a su hijo.

Campeón a su lado estaba anormalmente quieto. Tenía la mirada puesta en aquella montaña de tierra que iba escondiendo a un hombre al que había querido. Y sintió pena. Se pegó a las piernas de Zoe, la miró, se cruzaron sus dolores, y aulló anunciando una nueva muerte en el valle.

Y en ese momento, a ella le pareció ver cómo su hermano acariciaba por última vez la cabeza de su perro, le daba un beso de despedida a ella, en una mejilla, y se perdía para siempre entre aquellas oscuras nubes que ocultaban el cielo.

—Nos tenemos que ir ya —insistió Anselmo, imaginándose la inmediata llegada de media Abwehr y de la SIMP tras la pista de los perros—. Entiendo lo mal que te sientes, Zoe, y lo difícil que es abandonar a un hermano de este modo. Pero corremos un enorme peligro —les trasladó su inquietud.

Zoe y Luther entendieron su urgencia y se afanaron por recoger sus pocas pertenencias en el menor tiempo posible. A Zoe le intimidó la presencia de los cadáveres medio despedazados, pero a Luther no. No había piedad posible con gente como esa. Y el destino se había cobrado sus atrocidades con la misma moneda.

Echaron un último vistazo a las paredes de piedra con la sensación de que allí se dejaban algo importante. Desde un inicial rechazo mutuo, agravado por el desencuentro que les había provocado el encargo de espionaje, Zoe había recibido un poco después el increíble regalo de una formación profesional inesperada y un cierto olvido de sus anteriores miedos y fantasmas hacia los hombres. Y Luther, en aquel escenario tan pleno de naturaleza, había conseguido enterrar una buena parte de su pasado y se había reconciliado con la vida. Aunque le habían quedado cosas por decir, sobre todo a Zoe.

Al cerrar la puerta de aquel refugio, no solo quedaban para el recuerdo los días que habían compartido, también las incógnitas sobre su futuro. Bajaron el sendero callados. Ninguno se atrevía a mencionar qué iba a ser de ellos. Por eso, cuando al llegar al coche preguntaron a Anselmo a dónde los llevaba, él les devolvió la cuestión.

—Si mantienes tu idea de ir a Inglaterra, puedo preparar tu evacuación esta misma noche. Avisaré por radio a mi gente para que lo tengan todo preparado a nuestra llegada a Toulouse. —Luther miró a Zoe, mantuvo unos segundos de silencio, pero finalmente se lo confirmó—. Y en tu caso, Zoe, si te has decidido por México, tardaríamos un poco más en programar el viaje hasta que encontráramos pasaje.

—Quizá cambie de destino.

En cuanto el coche empezó a rodar por el camino, ella volvió su mirada hacia atrás para dejar memorizado en su recuerdo aquel escenario. Pensó en Aurelio, quien por ayudar a unas cuantas personas a salvar la vida posiblemente se había jugado la suya. Y se vio montada a caballo, atravesando las montañas, entre peligros y perros. Con el dolor de la pérdida de Andrés se le escaparon unas lágrimas, pero de repente vio venir hacia ellos a los nueve alanos corriendo. Pidió a Anselmo que detuviera el coche y se bajó para despedirse de cada uno, sabiendo que solo se podían llevar a Campeón. Les lanzó un último beso y cerró la puerta del vehículo, dejando para siempre atrás aquellos cuatro intensos meses vividos entre fríos, perros que habían jugado a espías, sus estudios y el descubrimiento de un hombre al que ahora no deseaba perder.

Anselmo arrancó, aseguró que mandaría a alguien a buscar a los perros, y recibió como compañero de asiento a Campeón, quien a los pocos metros de tomar la carretera hacia Pau fijó su mirada hacia delante y sin mover la cabeza, como si su vida y la de su ama solo tuvieran a partir de entonces un único destino, supo que para ellos todo volvía a empezar.

 


XIII

Fortunate Fields

Vevey. Suiza

15 de enero de 1938

 

 

Dos meses después Zoe abrió la ventana de su dormitorio para admirar el nevado perfil de los Alpes, bajo un cielo que parecía prometer un día soleado. Pero como a las siete de la mañana el frío de enero no era un buen compañero de amaneceres, se le coló por el camisón y desencadenó un agudo respingo. Ella cerró de golpe y se volvió corriendo a la cama.

Al meterse, recuperó el calor que había dejado su propio cuerpo.

A sus pies, Campeón ladeó la cabeza para mirarla y golpeó la colcha con el rabo dos o tres veces, bastante poco convencido, en realidad agotado por el intenso trabajo que le tocaba hacer cada día.

Zoe comprobó que todavía le quedaba media hora para levantarse, se tapó con la sábana hasta la punta de la nariz, recorrió la moldura del techo y pensó en la importante conversación que iba a tener con Dorothy. Si aceptaba su propuesta, sería la persona más feliz del mundo.

Le debía mucho a aquella mujer.

Su acogida en Fortunate Fields y el trabajo que de inmediato le propuso habían sido sin duda las noticias que pudieron compensar un poco la difícil despedida de Luther y los duros recuerdos de Les Deux Pins. Le había bastado una sola llamada al criadero suizo, aquella noche en Toulouse, para saber que su propietaria la aceptaba encantada en su casa.

Sin Andrés y sin su padre, con una España que no terminaba de doblegarse a los ejércitos de Franco y la conciencia de que su historial había quedado marcado para siempre después de lo que había hecho en uno y otro frente, la posibilidad más sensata se llamaba México. Pero su corazón la dirigió a Vevey, quizá por ser el lugar donde había sido más feliz en los últimos años, o tal vez por su mayor cercanía a Inglaterra.

Dorothy no estaba en la oficina cuando fue a buscarla.

La encontró en un área de ampliación del criadero donde los perros estaban aprendiendo a detectar explosivos, tarea en la que Zoe estaba implicada. Campeón iba a su lado, consciente de que un día más le iba a tocar repetir varias veces los trabajos que aprendían después los demás perros, pero en su caso para formar a los monitores. Zoe se sentía orgullosa de él, porque ninguno de los pastores alemanes del centro había demostrado tanta sagacidad y rapidez en ese cometido como él, y por el prestigio que se había ganado ante el resto del equipo humano que trabajaba en Fortunate Fields.

Al llegar a su lado, esperó a que terminara de dirigir los ensayos de un innovador método para el rescate de heridos, y solo cuando terminó fue hacia ella. De camino sintió crujir sus zapatos sobre la escarcha del suelo. La temperatura era tan gélida que en ocasiones no terminaba de desaparecer en todo el día.

—Dorothy, necesito comentar contigo algo que me tiene muy inquieta.

—Se te nota en la cara… ¿Lo hablamos delante de un buen desayuno? ¿Te parece?

Se agarró de su brazo, y de camino al pabellón principal corrigió un mal movimiento por parte de un monitor al pasar al lado de otro de los parques de entrenamiento, se fijó en que las papeleras estaban sin vaciar desde hacía más de una semana y comentó la clase que tenían un par de foxterrier con los que estaba ensayando nuevos ejercicios. Pero entre tantas cosas, también se dio cuenta de que Zoe un día más seguía vistiendo la misma ropa. Se prometió arreglarlo esa tarde, era consciente de la escasez de equipaje con que había venido y a ella le sobraban vestidos y faldas, y además coincidían en la talla.

—Antes de que me expliques lo que te preocupa, me gustaría conocer tu opinión sobre una idea que te puede parecer peregrina, pero que me está apeteciendo abordar... —Miró hacia un punto indeterminado, frente a ella, y le dio a su voz un deliberado tono intrascendente—. ¿Tú crees que a Luther le gustaría trabajar con nosotros?

Zoe sintió un escalofrío al escuchar aquel nombre. Desde que sus vidas habían tomado caminos diferentes, no sabía mucho de él, solo que había sido contratado en un centro de investigación cerca de Londres y que parecía contento con su trabajo. Lo sabía gracias a una postal que había recibido a finales de diciembre con la imagen de un abeto navideño lleno de guirnaldas y un Merry Christmas en letras doradas. Una postal que desde entonces dormía todas las noches en su mesilla.

—Imagino que no, Dorothy. Cuando eligió Inglaterra no sopesó otras posibilidades que también se le ofrecían. —Aparte de la doble intención implícita en sus palabras, alargó la última sílaba sin ocultar lo defraudada que se sentía por ello—. Pero pruébalo…

—Pásame su dirección. Cualquier día le escribo.

Llegaron al chalé principal y entraron en el comedor. Margareth, la camarera, les tenía preparado un revuelto de huevos, café y una bandejita de dulces. Tomaron asiento y Zoe no esperó ni a probarlo.

—Dorothy, he pensado una cosa que no sé si verás posible. —Retorció la servilleta y tomó aire—. Desde hace tiempo tengo una deuda pendiente con mi profesión y con mi padre que me gustaría resolver de una vez. Me explico. Al centrar todo mi trabajo en los perros de la Cruz Roja, no pude terminar la carrera de Veterinaria en Madrid. Y al estallar la guerra se hizo imposible. Pero en todo ese tiempo he tratado de estudiar como si hubiera acudido a clases, me he leído los mismos libros con los que trabajan los alumnos, y tuve la suerte de contar con un maestro que me terminó de enseñar una buena parte de la materia académica, a los pies de los Pirineos.

—Imagino que te refieres a Luther… —Dorothy era mujer y sabía interpretar por qué le cambiaba la cara a Zoe cada vez que surgía ese nombre.

—Sí… La verdad es que aprendí muchísimo con él. —De lo poco que se había traído de Les Deux Pins, uno de sus bienes más preciados eran aquellas doce hojas de almanaque pintarrajeadas por detrás, que incluían todo un tratado de anatomía, cirugía e histología—. Como es algo que llevo pensando desde que llegué, me atreví a escribir a la Escuela de Veterinaria de Zúrich. Les conté mi caso, y les debió de conmover porque, para mi sorpresa, han aceptado examinarme de los dos años que me faltan en una sola prueba oral, en junio.

—¡Me parece una excelente noticia! ¿Qué problema hay?

Zoe la miró incrédula. ¿Problemas? Todo era un problema… Le explicó que iba a necesitar estudiar muchísimas horas e ir con frecuencia a la biblioteca de la universidad para aprender la terminología técnica ahora en alemán, lo que le parecía abusar de su confianza.

—Se resentiría mi trabajo… Por mucho empeño que ponga en sacar todas las tareas adelante, no sé si llegaré a todo. Por eso necesito tu aprobación.

Zoe bajó la cabeza y revolvió la taza de café. Se le había quedado frío, pero más helada se iba a quedar ella si la contestación no era la que deseaba escuchar.

Dorothy se sonrió al notarlo.

Apreciaba a aquella joven desde el primer día que había aparecido por su casa. Era una luchadora, tenía cabeza y amor propio, pero también era resolutiva y un punto atrevida, como cuando había decidido salvar a aquellos perros que se proponía recoger Luther. Le recordaba en tantas cosas a ella que deseaba ayudarla. Y además, también tenía una propuesta.

—Cuando terminemos de desayunar te daré mi opinión. Pero eso será fuera de Fortunate Fields. Necesitaremos un coche.

Se abotonó la chaqueta al sentir frío y adoptó una sonrisa difícil de interpretar.

No tardaron más de quince minutos en llegar a una finca vecina a Fortunate Fields que Zoe conocía, rodeada de enormes abetos, y en primavera y verano de centenares de hortensias que producían una especial sensación de paz a su alrededor. En el cartel de entrada se podía leer The Seeing Eye, «El ojo que ve».

Aparcaron por detrás del edificio del complejo que hacía funciones de dormitorio, comedor y oficinas, y siguió a Dorothy a buen paso hasta llegar a un recinto al aire libre en el que un grupo de ciegos estaban aprendiendo a ser más autónomos con la ayuda de unos perros que iban dibujando un recorrido lleno de obstáculos, rampas, puertas que abrir y cerrar, escaleras, o falsas paradas de tranvía.

—Como bien sabes, desde el año veintiocho vengo desarrollando este tipo de tareas; sin duda alguna la más gratificante de todas las que he emprendido en mi vida. Tanto aquí como en Estados Unidos hemos formado a más de un centenar de instructores para que puedan adiestrar a perros guía, y gracias a ellos hoy puedo decir que hay más de quinientos invidentes que han mejorado su movilidad y en general su vida. Pero todavía quedan muchas lagunas, muchas cosas que perfeccionar para que estos animales lleguen a convertirse en sus verdaderos segundos ojos.

Zoe observó cómo uno de ellos tiraba suavemente de su acompañante para ayudarlo a subir una falsa escalera. Aparte de mirar por él, mostraba un grado de concentración poco común para un animal. No se imaginó a Campeón haciéndolo.

—Es un precioso trabajo para un perro —apuntó Zoe.

—Lo es, pero todavía no he dado con la raza perfecta para ello. Necesitaría tener a un animal más decidido que los pastores alemanes con los que empezamos; dispuesto a hacerse paso entre la gente en medio de una calle, que no dependa de que su amo tenga que premiar siempre su comportamiento, y que posea un sólido equilibrio emocional para obviar sus instintos en beneficio del uso al que está siendo dedicado. En resumen: un perro que se olvide de sí mismo para regalarse a su amo.

—La idea es preciosa.

—Estoy de acuerdo. Pero, para conseguirla, necesito a alguien que ponga todo su talento y sensibilidad en esa labor. —Miró a Zoe y le dedicó las siguientes palabras después de haberlas meditado mucho—. Me gustaría que lo hicieras tú, Zoe. Además, te llevaría menos tiempo que el trabajo actual, por lo que queda contestada tu pregunta anterior. Si aceptas mi propuesta, podrás estudiar, y también se beneficiará de ello The Seeing Eye, porque espero que apliques toda la ciencia médica que aprendas en descubrir qué facetas de su inteligencia son las más idóneas y las promuevas, como también que ayudes a preservar la salud de un animal que se vuelve imprescindible para su dueño. Y en definitiva, que persigas una actitud única en ellos con el fin de que sus amos sientan con su ayuda que sus limitaciones son menores… —Provocó una pequeña pausa, tomó aire, y le propuso formalmente su idea—: ¿Quieres ser la directora técnica del proyecto The Seeing Eye?

Zoe sintió tanta emoción que temió que se escucharan desde fuera los latidos de su corazón desbocado. Se imaginó a su padre orgulloso, y a su hermano dándole un pellizco en la barbilla y feliz por la noticia. Tembló de arriba abajo, en su cara surgió una enorme sonrisa de gratitud, unió sus manos con las de Dorothy y respondió con la voz medio quebrada:

—Me encantaría…

Aquella tarde, bajo un precioso cielo azul, Zoe paseaba con campeón a su lado sobre una de las enormes praderas que rodeaban Fortunate Fields. El perro iba y venía con un palo en la boca que su dueña le tiraba lo más lejos que podía. Sin desviar un milímetro sus ojos de ella, el animal recordó de repente otra pradera, próxima a una población a la que había llegado con su anterior amo, con Andrés, en la que el juego había consistido en buscar una pistola que este le lanzaba.

Todavía podía escuchar el ruido de disparos, o el ensordecedor rugido de un extraño aparato que aparecía y desaparecía por el cielo sembrando la tierra de fuego y sangre. Por entonces no entendía en qué consistían aquellos juegos que los humanos practicaban para destruirse, y aunque lo había vuelto a ver varias veces más de la mano de su nueva dueña, no había encontrado un solo motivo que lo justificara.

Porque los perros como él no entendían de guerras ni de armas.

Ni tampoco conocían en qué consistía el odio, o el sentido de aquella otra palabra que tantas veces les había escuchado decir: la política. Una palabra en la que se amparaban para matarse entre ellos.

Él no sabía hacer otra cosa que cuidar a aquella persona que se había cruzado en su vida.

Cuando se volvió para mirar a Zoe, esta le regaló una de sus tiernas caricias. Y en ese momento prefirió aquel otro juego, porque ese sí lo entendía, el del amor: la razón última de su verdadero pacto de lealtad.

 


XIV

Universidad de Zúrich

Suiza

9 de junio de 1938

 

 

La facultad de Veterinaria estaba llena de alumnos, de nervios y de exámenes finales.

Pero Zoe padecía su propia tortura al enfrentarse a un tribunal nombrado exclusivamente para ella, en un salón de actos vacío que se hacía eco de sus explicaciones.

Como primer tema le habían pedido que describiera la actinomicosis, una enfermedad de los bóvidos descubierta por uno de los profesores más ilustres que había pisado aquella universidad, Otto Bollinger. Y como era uno de los procesos que mejor se había preparado, su exposición fue precisa y muy completa. Acabada aquella materia, tuvo que abordar seis preguntas más de las asignaturas que configuraban los dos últimos cursos, con la mastodóntica Terapéutica y Toxicología entre ellas, cuyo desarrollo le había supuesto un mayor esfuerzo. Acabado aquel bloque, aún le faltaba una pregunta más para terminar el examen teórico. Después del cual llegaría el práctico.

Hacía demasiado calor.

A pesar de que las ventanas estaban abiertas, en vez de refrescar a los presentes parecían las mismísimas bocas del infierno.

Zoe esperó a conocer la última cuestión a la vez que repasaba de cabeza la respuesta dada a la clasificación y descripción de los antiparasitarios más importantes. Se abanicó con los papeles que tenía sobre la mesa y concluyó que no había cometido ningún error.

—Señorita… Por último querríamos que nos contase cuáles son las patologías más comunes en el ovario de la yegua. —El presidente del tribunal se retiró las gafas, cruzó las manos sobre la mesa y esperó a que empezara a hablar.

Zoe dejó el abanico a un lado, se desabrochó un botón de la camisa asfixiada de calor, y abordó la cuestión de forma ordenada, empezando por un primer resumen de los procesos que a continuación detalló. Tardó media hora en cerrar su exposición, pero se quedó convencida. Después de unos minutos de silencio, el tribunal empezó a debatir. Compartieron sus notas, cuchichearon entre ellos y hasta revisaron una columna de libros para contrastar algún dato de su intervención.

Zoe temblaba. Trataba de escudriñar en sus gestos alguna pista de lo que pensaban, por pequeña que fuera, pero le pareció que tardaban tanto que los nervios terminaron por vencerla.

Aquellos cinco hombres tenían la llave que podría abrir su futuro, pero también cerrar su mayor sueño.

El rítmico golpeteo de una pluma sobre la mesa en manos de uno de los catedráticos sonaba igual que un cronómetro en pleno descuento de tiempo.

Miró la hora, ya eran las dos de la tarde.

—Fräulein Zoe Urgazi Latour. ¡Levántese para escuchar el resultado de este tribunal!

Se estiró la falda, jugó con su tirabuzón, se echó después las manos a la espalda y cerró los ojos.

—Después de haber respondido a las materias que le han sido requeridas para su evaluación, y de constatar un conocimiento suficiente de ellas, este tribunal determina que puede pasar a la prueba práctica al haber demostrado su aptitud. ¡Le damos nuestra más sincera enhorabuena!

Incapaz de medir su reacción, se le escapó un sentido «viva» y corrió hacia ellos con una gran sonrisa y la intención de estrechar sus manos uno a uno.

—Gracias, caballeros…, gracias. Este título supone para mí mucho más de lo que se pueden imaginar.

—Aguarde, aguarde… Que aún falta por determinar la prueba práctica que va a tener que completar.

Zoe sabía que, superada la teórica, estaba casi aprobada, pero tampoco podía darlo por hecho. El presidente metió la mano en una urna, sacó un papelito y lo leyó:

—«¡Diagnóstico histológico del linfosarcoma de Stiker!» —pronunció con voz solemne—. A continuación le vamos a pasar cuatro dibujos, ha de reconocer el correcto y describir todo lo que vea en él.

Zoe sintió un gran alivio y se sonrió al recordar la tensa entrevista que había mantenido con el director de la escuela de Madrid cuando había pretendido asistir a las clases. Aquel hombre le había hecho la misma pregunta y la imagen del tejido dañado había quedado grabada a fuego en su memoria.

Identificó sin problemas cuál era, y su explicación terminó de convencer a los presentes, que dieron por concluida la prueba felicitándola por formar parte desde aquel día de la profesión veterinaria.

A Zoe, mientras atravesaba los pasillos de la facultad, le faltaba el aire y solo tenía ganas de salir a la calle para explotar a llorar. Se cruzó con varios grupos de alumnos que se abrazaban deseándose unas felices vacaciones, y añoró tener a alguien con quien compartir su alegría. Había conseguido lo que desde tan pequeña había deseado, pero se sintió muy sola. Apretó los ojos para evitar que se le escapara la primera lágrima antes de tiempo, alcanzó el atrio de la facultad, y se los tapó ante el resplandor de la calle.

Al salir y recuperar la visión se encontró con una enorme sorpresa.

Allí, en la acera, estaba su mejor amiga con un bebé de corta edad y una desbordante sonrisa.

—¡Julia! —Se abrazó a ella bañada en lágrimas.

—Dime de una vez qué ha pasado… ¿Has aprobado?

—¡Sí! Ya soy veterinaria… ¿Te lo puedes creer? ¡Pero mira a quién tenemos por aquí! —El niño la observó extrañado con sus enormes ojos azules—. ¡Por Dios… Es guapísimo! Cuántas ganas tenía de verlo, y a ti. ¡Qué alegría más grande! Pero ¿cómo has sabido que me examinaba?

—Dorothy —contestó Julia. En su expresión no cabía más orgullo y felicidad.

—Claro… —La estudió de arriba abajo—. Por lo que veo, el embarazo no te ha dejado ni una sola señal, condenada; sigues igual de atractiva. No te haces idea de lo feliz que me has hecho.

—Lo sé, pero no soy la única que ha venido a verte.

Zoe se quedó parada, sin entender a qué se refería. Miró a su alrededor y no vio a nadie.


Date: 2015-12-24; view: 573


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