Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






UN PACTO DE LEALTAD 5 page

Cuando eran las dos de la madrugada se adentraron en una densa arboleda, detrás de la cual divisarían la oscuridad del ibón de Bramatuero Bajo. Jasco olisqueó la alfombra de hojas que cubría el camino bajo los primeros árboles, adelantándose a una zona tan oscura que apenas permitía ver a dos pasos de distancia. La mano del pastor buscó la correa de Campeón y pidió a los presentes que fueran llamándose cada poco tiempo para que nadie se despistara.

Cuando después de quince minutos llegaron al final del bosque, el ánimo del grupo mejoró notablemente, al constatar la cercanía del país galo y sentir su salvación más cerca. Corrieron hasta la orilla del lago con el eco de la crujiente nieve bajo su calzado y se juntaron a los pies de una enorme mole de granito, detrás de la cual discurría el último sendero antes de la frontera. Se felicitaron por haberlo conseguido abrazándose a Aurelio, llenos de agradecimiento.

Los últimos cincuenta metros atravesaban dos promontorios rocosos, detrás de los cuales el camino ascendía ligeramente. Apoyado en una de aquellas enormes masas de granito, Aurelio les explicó que a partir de ese momento serían guiados únicamente por los dos perros. Allí terminaba el tramo del recorrido bajo su responsabilidad. Pero la sorpresa se encontraba parapetada tras las dos moles de piedra, y cuando el último fugitivo pisó suelo francés se les echaron encima apuntándoles con las armas.

—¡Manos arriba! El primero que se le ocurra hacerse el valiente recibirá la primera bala.

Uno de los agentes corrió tras el pastor al verlo huir. Su disparo despertó a la montaña. Aurelio recibió la bala en un hombro y quedó tendido a pocos metros de su perseguidor.

El líder del comando se hizo con la correa de Jasco, pero se le escapó el otro, y aunque trató de abatirlo con su arma, no acertó.

Mientras encañonaba a los cuatro evadidos ordenó al otro agente que buscara por los alrededores. No entendía cómo pretendían huir. Había escuchado la despedida del pastor, y en el lado francés no había nadie. No entendía nada. Resistió los violentos tirones del perro y recibió su amenazante mirada sin saber qué papel podían tener aquellos dos animales. Decidió averiguarlo.

Se fijó en los cuatro capturados y eligió el que tenía una expresión más asustada. Era un hombrecillo enjuto y de ojos saltones, que temblaba como un flan. Apuntó el cañón de la pistola en su pecho y cargó una bala.

—O me explicas cuál era vuestro plan desde este punto y quién os iba a esperar y dónde, o en tu caso dalo por terminado…



—Por favor, señor… Yo no he, yo no entien…, no sé nada… —trastabilló al hablar, preso del miedo.

El agente del SIMP apuntó el arma a su pie y disparó.

El hombre se dobló de dolor lloriqueando.

Los otros tres miraron con espanto al brutal tipo, y él recorrió sus ojos uno a uno. Apuntó la pistola a la cabeza del herido y preguntó.

—¿Alguien quiere salvarle la vida?

Tres horas después, Zoe y Luther atravesaron el torrente de Arruille en dirección sur para acercarse un poco más al paso por donde tenían que llegar los nuevos fugitivos conducidos por Jasco y Campeón.

—Las otras veces llegaron bastante antes…

Zoe miró su reloj y vio que solo faltaban diez minutos para las cinco de la madrugada.

—Quizá esté peor el tiempo al otro lado de esos altos y la nieve los esté retrasando —contestó Luther metiéndose las manos en los bolsillos para calentarse los dedos.

Zoe eligió un promontorio para disfrutar de una mejor panorámica y lo escaló con dificultad, tenía las piernas entumecidas por el frío. Al tocar su cumbre recibió una bofetada de viento gélido que apenas le permitió abrir los ojos. Buscó el último meandro del torrente, recorrió la ladera de la montaña que cerraba el valle y fijó la vista en el risco por donde solían aparecer los fugitivos. Pensó en el difícil momento que estarían pasando aquellos pobres hombres.

Una noche en los Pirineos dejaba factura a quien se atrevía a pasarla al ras, como estaba haciendo ella en esos momentos, pero no se podía quejar. No se jugaba su vida como hacían los otros, tenía un refugio a menos de una hora, fuego con que calentarse, una cama y comida.

Inmersa en sus pensamientos, no escuchó a Luther cuando llegó por detrás, pero lo sintió cuando la rodeó con sus brazos.

—Estabas temblando… —se justificó.

—Te lo agradezco… Estoy helada, sí… —consiguió decir, extrañada por su gesto.

Los siguientes minutos los pasaron en silencio, ateridos de frío, pero compartiendo su calor, a la espera de ver aparecer a los fugitivos. Zoe se sintió apurada. Nunca había recibido de él una muestra de atención como aquella, y todavía tenía en mente la palabra Inglaterra y el mal sabor que le había dejado.

Pasada media hora, vieron aparecer una sombra que se movió a gran velocidad hacia ellos. Estaba demasiado lejos para identificarlo mejor, pero era uno de los perros. Se separaron y corrieron ladera abajo para recibir al animal.

Se trataba de Campeón.

El perro tomó impulso a dos metros de ellos y se echó a los brazos de Zoe con tanta fuerza que a punto estuvo de tumbarla.

—¿Y Jasco? ¿Dónde están los demás?

Campeón la miró, sacó la lengua y jadeó feliz.

—Quizá se ha adelantado al grupo —supuso Luther—. Seguro que aparecerán en breve.

—Ojalá tengas razón, pero no sé. Intuyo que les ha pasado algo… Van a ser las seis y en menos de dos horas se hará de día. No es normal.

Zoe se agachó para hablar con Campeón.

—Escúchame… Nosotros no conocemos los caminos por los que venís, pero necesitamos que nos lleves. —Campeón ladeó la cabeza sin entender qué quería—. ¡Busca a Jasco! ¡Jasco! ¡Jasco! ¡Vamos!

El perro dio dos vueltas sobre sí mismo, olfateó el aire y se lanzó a correr hacia las montañas. Luther se hizo con el caballo, lo montó y ayudó a Zoe a subir. Se calzó los estribos y lo lanzó al galope tras el perro.

Dos horas después, ya de día, volvían al mismo promontorio sin haber encontrado una sola pista de su paradero. No habían llegado hasta el límite de la frontera al no poder bajar a caballo por el último desfiladero, pero la divisaron desde lo alto sin ver a nadie.

Zoe descabalgó muy preocupada. No lo habían hablado entre ellos, pero se temían lo peor. Si habían sido interceptados, su única esperanza estaba en manos de Aurelio y su resistencia a la confesión. O callaba, o en pocas horas tendrían alguna peligrosa visita.

—No sirve de nada seguir por aquí, esperando. No van a aparecer. Volvamos al refugio.

Zoe se plantó frente a él, apretó los puños, y recordó su huida en Guadarrama cuando había dejado atrás a Campeón.

—No pienso abandonar a esos hombres, y tampoco a Jasco. Yo me quedo.

Luther suspiró, asumió su tozudez, y al ver que eran las ocho de la mañana decidió volver solo al refugio para recoger algo de comida y agua.

—En menos de una hora, estaré de vuelta —se despidió, antes de doblar al caballo para que tomara dirección norte.

Los primeros rayos de sol del estrenado diecisiete de noviembre encontraron a una mujer abrazada a su perro en lo alto de un promontorio, con la mirada puesta en el infinito y una pistola preparada por si tenía que usarla.

Esa misma noche, habían sonado tres teléfonos con un intervalo de media hora.

El primero fue descolgado en la habitación número ocho del hotel Plaza en Biarritz. Su destinatario: el comandante Ungría, quien escuchó una asombrosa historia que tenía como protagonistas a dos perros que actuaban como guías en el paso de refugiados por los Pirineos. Su agente, desde Sallent de Gállego, le había dado todos los detalles que había obtenido después de someter a confesión a cada uno de los integrantes del grupo detenido, como también a su principal cómplice. Del último no había conseguido gran cosa, al morírseles durante el interrogatorio. Tan solo unos datos que no parecían demasiado importantes. Uno era el número de refugiados que había conseguido ayudar en total; y otro, la raza del perro que habían capturado cuando por curiosidad le habían preguntado por ella.

De toda aquella información, el nombre de aquella raza, junto con el detalle de las cartucheras que llevaba atadas a la espalda, suscitó un especial interés en Ungría, recuperando de su memoria una noticia.

La segunda llamada la recibió el máximo responsable de la agencia de espionaje alemán en Francia, la Abwehr, después de que su homólogo en los servicios secretos nacionales tuviera entre las manos un periódico donde se daba la noticia del secuestro de un avión de la Legión Cóndor a mediados de julio. Entre líneas, y sin darle mayor importancia, se citaba que dentro de la bodega habían viajado una decena de perros de esa misma raza por alguna razón desconocida. Un extraño suceso que había terminado con la desaparición de los responsables, a excepción de la hija del embajador alemán en Francia, cuya participación nadie se explicaba.

Oskar Stulz recibió la tercera desde la Abwehr.

—Herr Stulz, siento llamarle de madrugada, pero por fin tenemos noticias… ¡Ha aparecido uno de los alanos!

Andrés se enteró de lo sucedido cuando acudió a una reunión de urgencia que Ungría había convocado en el hotel Plaza a las diez y media de la mañana. Llevaba toda la semana en el aeródromo de Biarritz y los aviones desmontados habían llegado, pero la inquietante desaparición de su carnicero hizo que no pudiera neutralizar su entrega a las tropas nacionales. El primer día no le había extrañado ver la tienda cerrada, pero que tres días después siguiera igual le pareció bastante raro, aparte de preocupante al dejarle sin su habitual medio de contacto con el grupo de Anselmo Carretero.

Lo que no podía imaginar era en manos de quién había caído aquel pobre hombre, y qué medios estaban usando para hacerle cantar lo que sabía sobre Andrés. Por eso tampoco le extrañó que Ungría lo convocara, junto con seis compañeros más, para contarles qué había pasado la noche anterior entre Sallent de Gállego y un lugar de montaña a los pies de la frontera. Pero cuando escuchó lo del perro, la localización de la operación y el resultado de las llamadas que Ungría había hecho durante la noche, cuyo contenido estaba compartiendo con todos ellos, sintió una aguda taquicardia al temer por Zoe.

Pensó que, si su jefe había llamado a la Abwehr, y sobre todo a la Legión Cóndor a causa de las coincidencias con la fuga de los alanos, Oskar Stulz estaba al corriente de todo y le llevaba varias horas de ventaja.

Andrés no sabía que su presencia en aquella reunión y lo que le estaban haciendo saber formaba parte de un plan orquestado por su jefe, la Abwehr y Oskar Stulz para conseguir que los llevara hasta el lugar exacto donde estaban los alanos, al suponer que detrás de ellos estaría Luther y posiblemente su hermana Zoe, en algún punto en medio del Pirineo francés.

La última comunicación de Oskar con Ungría había tenido lugar una hora antes de aquella reunión, a eso de las nueve y media, desde el aeródromo de Pau, a donde acababa de llegar pilotando su propio avión. Había salido de Burgos todavía de noche nada más recibir la noticia, pero ahora necesitaba nuevos datos para dirigir la detención de Luther Krugg, una de las piezas más cotizadas para la cúpula nazi. Pero no solo era Oskar el que tenía razones personales para resolver aquel caso; gracias a la declaración del carnicero, Ungría había descubierto el doble juego de Andrés, lo que le iba a hacer pagar con la muerte en cuanto terminara esa misión.

Ajeno a lo que se le venía encima, Andrés estaba calculando a contrarreloj los pasos que tenía que dar en cuanto pudiera salir de allí.

—Burgos quiere la cabeza de todos los implicados en ese paso de fugitivos, pero nos faltan los del lado francés —continuó hablando Ungría—. En mi opinión, se trata de la misma unidad de espionaje que buscábamos, la responsable de los atentados y boicots que veníamos sufriendo últimamente. —Tomó papel y lápiz y empezó a colocar nombres en tres columnas—. Repartiremos la búsqueda en tres equipos; dos que inspeccionarán la región pirenaica francesa y uno el valle de Tena. La operación se llamará Alano y hemos de ponerla en marcha mañana. Así que moveos… Esta noche os quiero ver viajando hacia los diferentes puntos de actuación.

Andrés fue incorporado a uno de los grupos con destino francés, aunque tanto él como Ungría sabían que no iba a acudir con su equipo. Cuando se dio por terminada la reunión, en su cabeza había un solo objetivo: salvar a Zoe por encima de todo. Para conseguirlo iba a tener que desertar del SIMP y necesitaba contactar de forma inmediata con Anselmo para saber dónde la tenía escondida.

A la salida del hotel se dirigió a buen paso hasta su casa para recoger munición, dinero y las llaves de su coche, sin percatarse de los dos agentes de la inteligencia alemana que llevaba pegados a su espalda.

Acudió después al vecino pueblo de Anglet a casa de Anastasio Blanco.

A pesar de tenerlo prohibido, Andrés no estaba ni para reprimendas ni para cuidar los protocolos de seguridad. Le explicó la situación, lo que necesitaba, e imploró su ayuda. A pesar de las protestas de su jefe, accedió a llamar a Barcelona para que hablara con Anselmo. Utilizaron para ello una cadena de emisoras repartidas por el sur de Francia, hasta que la de Montpelier contactó con el despacho de Anselmo, una comunicación que estaba pinchada por el SIMP de Ungría. A los pocos minutos Andrés se apuntaba en un papel la dirección que necesitaba, y se despedía de Anastasio a toda velocidad.

Pero no solo él había tomado nota de un refugio llamado Les Deux Pins.

En la calle, uno de los agentes de la Abwehr estaba trasladando a sus superiores la dirección de la casa en la que acababa de entrar Andrés, con una solicitud de registro una vez la abandonara. Lo hacía desde un teléfono público, ubicado en una estafeta de correos vecina a donde se habían parado. Andrés salió del chalé, y sin perder un solo segundo se subió a su coche, arrancó y pisó el acelerador a fondo. Al verlo, el segundo agente tuvo que hacer lo mismo sin poder esperar a su compañero, que se quedó pasmado y con el teléfono en la mano.

El agente alemán se encendió como pudo un cigarrillo sujetando el volante con las piernas, se cagó en lo rápido que le hacía ir aquel tipo, y lo siguió callejeando por la ciudad hasta que tomaron la carretera en dirección a Pau. Miró el reloj.

Faltaban dos minutos para las doce de la mañana.

 


XI

Refugio Les Deux Pins

Pirineos franceses

17 de noviembre de 1937

 

 

La montaña había cambiado de color a mediodía y otra vez al atardecer.

Frente a ella, Zoe y Luther, después de catorce horas de demora, compartían la amarga sensación de que allí ya no hacían nada, pero ninguno se atrevía a decirlo. Les dolían las piernas de estar sentados tanto tiempo, sus tripas crujían de hambre, y a esas alturas del día sus esperanzas estaban por los suelos. Y para empeorar la situación, Campeón llevaba demasiado tiempo sin moverse y se estaba poniendo un poco pesado.

Zoe trató de tranquilizarlo, pero no lo consiguió.

El problema que se les planteaba no era sencillo de resolver y los nervios empezaban a aflorar, también en el perro. Estaban preocupados por los fugitivos, por Jasco y por lo que les podía pasar a ellos.

—¿Cómo estás?

—Triste y asustada. Si han cogido a esos pobres hombres, será cuestión de horas que nos encuentren.

—Sería lo lógico, pero confío en Aurelio. Es un hombre íntegro y duro, no se dejará vencer con facilidad. Si no han venido todavía, es muy probable que no lo hagan ya. En ese sentido el tiempo corre a nuestro favor.

Para desentumecerse, Zoe estiró las piernas y los brazos, y Campeón se puso a saltar a su alrededor interpretando que se iban.

—Necesito caminar, y él cambiar de aires. Me vuelvo andando al refugio. —Se sacudió el polvo de los pantalones.

—Ni hablar. Vete a caballo. Si te vieras en un aprieto, te sacaría del apuro.

—¿Y tú?

—Les daré una última oportunidad, pero no estaré mucho. Volveré pronto. Esta noche deberíamos hablar, Zoe; creo que ha llegado el momento de abandonar estas montañas.

—Opino lo mismo.

Zoe dejó el caballo en el establo y a Campeón con el resto de los perros. Le extrañó su excesiva inquietud, pero decidió que aquel día todos estaban raros. Cerró la puerta al verlos querer salir en tropel detrás de ella, y se dirigió hacia el refugio. Iba pensativa y preocupada. No es que aquel lugar fuese el paraíso, pero estaba harta de huir. Abrió la puerta, colgó el abrigo y se quitó las botas, trató de arreglarse un poco el pelo en el único espejo de la casita, y se dirigió al hogar para echar dos troncos mientras pensaba qué podía preparar para comer. Los perros no paraban de ladrar. Decidió que iría a ver qué les pasaba en cuanto tuviese el fuego encendido.

Pero no pudo.

Del almacén salió Oskar Stulz.

Al verlo, se sobresaltó tanto que tuvo que apoyarse en la cocina para no caerse.

—Hola, Zoe… Menuda sorpresa, ¿verdad?

Vestía de paisano, su postura era relajada, tenía gesto cansado y en su mano una pistola.

—¿No me vas a ofrecer un café? Estaba buscándolo ahí dentro, pero o no tenéis o está muy escondido.

Zoe cogió un puchero y lo llenó con agua para calentarla. Dispuso un poco de hojarasca seca por encima de los maderos y la encendió con un fósforo. De cuclillas, mientras esperaba a que las llamas tomaran un poco de cuerpo, pensó qué podía hacer para defenderse de él. Solo se le ocurrió una idea. Bajo la constante presión de su mirada, al incorporarse desde el suelo buscó apoyo en el armario, y de espaldas a él trató de abrir uno de sus cajones, en el que guardaban los cuchillos. Lo hizo con mucho cuidado.

—No te molestes, ya no están ahí… —La miró de reojo.

—¿Qué quieres de mí?

Oskar tardó unos segundos en responder. Puso dos tazas sobre la mesa, cucharillas, un azucarero, y pidió que se sentara.

—Para empezar, los perros que nos habéis robado… Por cierto, ¿por dónde anda tu amigo? Intuyo que no muy lejos.

Zoe comprendió que no le serviría de nada ocultar la presencia de Luther.

—¿Cómo has dado con nosotros?

—Gracias a uno de los alanos. Tiene gracia, ¿verdad? Fueron ellos los que os facilitaron el modo de huida, y ahora son los que os han delatado... Ironías de la vida, ya ves… Bueno, no ha sido solo él, pero no tengo que contártelo todo.

La captura de los fugitivos y de Jasco quedaba confirmada.

La infusión de hierbas empezó a burbujear. Oskar se guardó la pistola en la espalda y sirvió las tazas. Miró a Zoe, tomó un primer sorbo y se decidió a hablar.

—Vuestra huida me complicó mucho las cosas, pero no solo vengo por eso. Tienes una gravísima deuda conmigo, una deuda con nombre de mujer, y no me iré sin habérmela cobrado. —Afiló su mirada.

Zoe vio en sus ojos un odio viejo y un brillo de locura. Estaba perdida. Consciente de sus nulas posibilidades, optó por hablar con valentía.

—No te merecías a Julia —contestó rotunda—. Eres una rata. Hizo bien en abandonarte.

—Fuiste tú quien la empujó a hacerlo.

—Y lo haría cien veces más. —Levantó la voz armada de razones—. ¿Pero con qué autoridad puedes pedirme responsabilidades después de haber intentado volarnos a todos cuando escapábamos en el avión, incluidos Julia y tu propio hijo? —Miró de reojo por la ventana con la esperanza de ver aparecer a Luther.

Oskar se levantó de la silla, la estampó contra la mesa y se aferró al cuello de Zoe. Ella trató de zafarse sin conseguirlo.

—¿Ni sintiéndote en peligro eres capaz de respetarme? ¿No te bastó con dejarme en ridículo delante de mis superiores? ¿Ahora te regodeas en el fracaso de mi matrimonio y me insultas? —Zoe se sonrió—. ¿Y encima te ríes en mi cara? —Sacó su pistola y le clavó el cañón en una mejilla—. Vas a tener que elegir: o implorarme perdón o esto… —Le rompió la camisa y manoseó sus senos.

—Me da igual lo que hagas conmigo —contestó ella. Su actitud encolerizó todavía más a Oskar. La encañonó en el pecho.

—Estoy deseando apretar este gatillo.

—¿A qué esperas? ¡Hazlo! —Su pensamiento voló hacia el pasado, a una casa de Salamanca. Sintió el calor de los brazos de su madre y la sonrisa de su padre, y recorrió en décimas de segundo las cosas maravillosas que la vida le había dado.

Lo miró a los ojos, y leyó en ellos lo que iba a hacer. Por eso cerró los suyos y apretó los dientes esperando el final.

De repente escuchó a Luther:

—¡Déjala!

Lo vio correr hacia Oskar.

El primer disparo reventó un tarro de confitura en una de las estanterías de la cocina, pero el siguiente hirió a Luther en la pierna. Oskar, con sonrisa de vencedor, amenazó con levantarle la tapa de los sesos si ella no dejaba la pesada sartén que acababa de coger.

—O la devuelves a su sitio o te aseguro que esto será una sangría.

Zoe lo obedeció a pesar de las indicaciones que le estaba haciendo Luther.

Los disparos habían alertado a los perros, que ladraban furiosos.

—Eres un canalla. —Le escupió antes de agacharse a ayudar a Luther.

Preocupada por la abundante sangre que perdía, corrió a por un paño de cocina y le hizo un torniquete.

—Necesito que me ayudes a tumbarlo sobre la mesa. Si no le saco la bala pronto, se desangrará.

A Oskar inicialmente le pareció una idea absurda, pero pensó en Göring y decidió hacerle caso.

De un manotazo Zoe retiró de la mesa todo lo que había, y a continuación lo levantaron a pulso hasta dejarlo sobre la madera. Le preguntó dónde había escondido los cuchillos, y tras saberlo fue a por uno y lo puso sobre las brasas.

Oskar no la perdía de vista ni un solo segundo.

Zoe estaba dispuesta a operarlo. Visualizó mentalmente el recorrido anatómico que iba a tener que abordar al recordar los dibujos que habían estudiado juntos, tomó aire, y esperó a que el cuchillo estuviera al rojo.

Oskar le apuntaba con la pistola, asombrado con la rapidez y seguridad que Zoe demostraba.

—Hazlo bien, que todavía tiene que dar la cara ante ciertas personas que están deseando verlo.

Luther apretó los puños de dolor y lo miró asqueado.

—Te voy a matar —consiguió decir antes de perder el conocimiento.

Zoe preparó sobre la mesa un improvisado instrumental, encendió una vela para calentar otro cuchillo más pequeño con el que cauterizar los vasos destrozados por la bala, y buscó la botella de orujo. Roció sus manos con el licor y echó un chorro sobre la herida. Miró a Luther llena de miedo y después a Oskar, expresándole su más profundo odio. Cortó con unas tijeras la tela del pantalón para visualizar mejor el campo de actuación y recuperó el cuchillo desde el fuego. Suspiró tres veces para serenarse, y penetró dentro de la herida.

Las sucesivas embestidas de los perros contra los portones del establo consiguieron vencerlos. Cuando se abrieron, salieron en tropel para repartirse por los alrededores, salvo Campeón, que se puso a olfatear la puerta del refugio muy nervioso, al intuir un peligro que no alcanzaba a ver. Puso toda su atención en los sonidos que surgían desde su interior hasta que escuchó unos pasos a su espalda. Al volverse, se le iluminó la mirada al reconocer a su viejo amo. Corrió en su busca y se puso a saltar a su alrededor una y otra vez para atraer su atención, pero no lo consiguió. Lo acompañó hasta la entrada del refugio con la esperanza de obtener algún gesto de reconocimiento a su absoluta entrega, pero tampoco le respondió, ni tan siquiera dejándolo entrar al interior. Ladró furioso cuando le cerró la puerta en las narices, se revolvió varias veces sobre sí mismo, y terminó quedándose sentado frente a la entrada, mirándola y sin terminar de aceptar aquel desprecio.

Cuando Andrés Urgazi entendió lo que había pasado, disparó a Oskar sin pensárselo dos veces hiriéndolo ligeramente en el cuello. Zoe, que acababa de terminar de curar a Luther, se volvió para ver quién era y gritó su nombre en el momento en que otra bala salía de la pistola de Oskar para atravesar mortalmente el corazón de su hermano.

—¡Nooooo! —su grito surgió desde lo más profundo de su ser, desgarrando el aire y el tiempo. Corrió a su lado para recogerlo en sus brazos, consciente de la gravedad de su herida.

—No ha podido ser… —Un reguero de sangre se le escurrió por la comisura de los labios.

Zoe se abrazó a él rota de dolor. Observó en sus ojos la presencia de la muerte y no lo quiso aceptar, pero nada podía hacer. Y cuando todo estaba por terminar, Andrés pronunció solo tres palabras, las más importantes de su vida:

—Te quiero, canija…

La muerte se llevó el alma de Andrés y medio corazón de su hermana, que para no permitirlo seguía abrazada a él, como si no dejara resquicio alguno por donde pudiera escaparse su espíritu.


Date: 2015-12-24; view: 597


<== previous page | next page ==>
UN PACTO DE LEALTAD 4 page | UN PACTO DE LEALTAD 6 page
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.017 sec.)