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UN PACTO DE LEALTAD 4 page

Andrés, sin saber que estaba en boca de tanta gente y desconociendo la delicada situación en la que se encontraba, aceptó la misión. Desde ese instante no vio el momento de abandonar el hotel. Temiendo por su hermana. Solo sabía que estaba escondida en algún enclave de los Pirineos en la región de Pau, y que se había prestado a colaborar en alguna labor de espionaje. Necesitaba informar a Anselmo a través de su habitual contacto en la carnicería para que supieran lo que se estaba organizando.

Cuando cerró la puerta de la carnicería, miró a ambos lados de la calle y tan solo vio a una anciana estudiando el escaparate de una librería y a una pareja de jóvenes sentados en un banco, besándose como si no hubiera mañana. Se alejó de ellos despreocupado, sin darse cuenta de que en el mismo momento en que doblaba la esquina con la avenue de Jaulerry los aparentes enamorados se levantaban y, cogidos de la mano, lo seguían sin perderlo de vista.

* * *

A cuatrocientos kilómetros al sur, Oskar Stulz acababa de colgar el teléfono encantado. Desde hacía una semana conocía los movimientos del hermano de Zoe, y tenía la esperanza de que en algún momento lo llevase hasta Luther. A pesar de la durísima amonestación que había recibido por parte de Göring durante una visita ex profeso a principios de septiembre, ahora reconocía la gran ayuda que este le había procurado al ofrecerle a la Abwehr para dar con ellos.

Arrancó la moto, se puso el casco y se dirigió al aeródromo de Gamonal, donde le esperaba su avión y una operación de ataque a las posiciones del ejército popular a las afueras de la ciudad de Huesca. Se proponía realizar un trabajo brillante para compensar su decepcionante fracaso con Luther, y conseguir de una vez por todas la cruz de hierro.

Una hora después se ajustó los cinturones de seguridad del Messerschmitt, activó todos sus dispositivos de vuelo y, mientras esperaba la orden de despegue, se acordó de su mujer y del hijo que esta le había robado. Sacó de su cartera una fotografía en la que estaba con ella en las escaleras de entrada de su casa de Burgos, recién casados, y sintió una mezcla de rabia e impotencia.

Si había hecho bien las cuentas, el niño nacería en enero.

Se imaginó en París, recuperando como fuera al heredero del apellido Stulz, y prometió castigar a su madre como se merecía.

En guerra todo valía, también con una mujer como esa.

 


VIII

Refugio de Les Deux Pins

Pirineos franceses

19 de octubre de 1937

 

 

Luther se había pasado toda la noche empeñado en descifrar aquel mensaje. Le había costado mucho hallar sus claves, pero gracias a su paciencia y a un pequeño error, se pudo agarrar a esa pista y con ella terminó por descubrir ciertas reglas que, sin ser todas, le permitieron entender con bastante precisión el contenido.



Lo dejó encima de la mesa junto a su traducción antes de salir con Campeón y uno de los alanos para encontrarse con Aurelio y recoger al primer grupo de fugitivos en el lugar que este le había indicado. Llevaba en sus manos el pequeño plano. Eran las siete de la mañana y, si no se le daba mal, estaría de vuelta a las once, después de haber recorrido unos diez kilómetros a través de las montañas.

Zoe había salido antes que él y no se habían visto.

Ella había ido al bosque donde recogía los encargos del agente de Pau para informar a Anselmo de las dificultades que tenía para desempeñar sus labores de espionaje, a partir de haber sido detectada por las tropas nacionales de alta montaña, y su decisión de detener durante un tiempo el envío de nuevos mensajes.

Cuando regresó al refugio y no encontró a Luther dentro, ni tampoco en el establo, se empezó a preocupar en serio. Le extrañó no ver a Campeón y comprobó que también faltaba uno de los alanos.

Entró desconcertada al interior de la casa, tiró la pelliza sobre la cama y decidió tomar una infusión. Al ir a por una taza, sobre la mesa descubrió dos papeles. Los leyó.

En uno de ellos reconoció el texto del mensaje que había copiado Luther con intención de descifrarlo, y cuando abordó el contenido del segundo tuvo que sentarse. El escrito recogía nombre y apellidos de alguien a quien tachaban de traidor, con la indicación de «eliminar», y la ubicación de dos edificios en Jaca para ser volados.

Rompió en pedazos los papeles y los tiró al suelo. Le faltaba el aire.

No podía culpar a nadie más que a ella. Nadie la había engañado. ¿Qué responsabilidad iba a pedirle a Anselmo cuando se estaba librando una guerra y él trataba de actuar en defensa de sus legítimos intereses, con los medios que pudiese? ¿Y ella? ¿Realmente no lo sabía? ¿Qué creía que eran aquellos mensajes? ¿Saludos? ¿Felicitaciones de cumpleaños? ¿De verdad nunca se le había pasado por la cabeza que lo que estaba haciendo con los perros podía significar un daño real?

Se odió por hipócrita y lloró.

Se pasó un buen rato apoyada sobre la mesa hasta que escuchó un ladrido familiar, y al abrirse la puerta recibió la alegría de Campeón.

—¿Dónde te habías metido?

El perro levantó las dos patas delanteras y las apoyó sobre sus piernas. Zoe lo acarició a fondo, para satisfacción del animal, que venía de haber pasado un intenso frío.

—Me ha ayudado a mí… A nosotros. —Luther empujó la puerta. Detrás de él Zoe vio a cinco desconocidos, ojerosos, agotados y temblando.

—Pero…

Luther los invitó a entrar al interior del refugio ante la desconcertada mirada de Zoe. Uno de ellos llevaba pegado a los pies a uno de los alanos más jóvenes.

—Son fugitivos, a los que ayudo a escapar de España.

—¿Te has vuelto loco?

Zoe se levantó de la silla con tanta energía que la tiró al suelo.

—No, para nada.

—Ahora entiendo lo del otro día. Me lo negaste, pero has tenido que estar viéndote con alguien para organizar todo esto. Nos has puesto en peligro a los dos. ¿Por qué no me lo contaste? No quiero pensar lo que nos puede pasar si nos denuncia alguien.

Zoe, atragantada por la indignación, le asaeteaba a preguntas y reproches.

—¿Así agradeces que te ayudáramos a escapar? ¿Ignorando las directrices de Anselmo? Nos utilizaste y ahora nos pones en peligro. ¿Y pretendes darme lecciones de ética?

—Zoe, vienen extenuados… No creo que sea el momento.

Ella se dio cuenta de que estaba gritando rabiosa, ignorando por completo el drama de los recién llegados, y se sintió avergonzada.

Al constatar el penoso estado de aquellos hombres cambió de actitud. Dejó de hablar y fue a poner una olla con agua al fuego para prepararles algo caliente. Y además sacó de la pequeña despensa varias tiras de carne seca para que comieran algo. Al verla llegar con aquel jugoso alimento, uno de ellos, el más anciano, se lo agradeció.

Ella observaba cómo Luther ayudaba a sentarse a unos y a otros, les quitaba los abrigos o les acercaba un vaso de agua, y sintió una honda admiración. No entendía ni cómo ni cuándo había podido organizar aquel trasiego humano, pero su gesto era tan noble que no se atrevió ni a preguntar. En ese momento era consciente de que lo único importante eran sus invitados, y a ellos se dedicó en cuerpo y alma mientras escuchaba sus historias y sus miedos, los porqués de su huida y las esperanzas que tenían puestas en algún lugar demasiado lejos de sus casas y de sus vidas.

Cuando los despidieron a media tarde, Zoe se quedó con la sensación de que había pasado algo demasiado importante como para no hablarlo despacio con él, pero que la decisión que había tomado Luther desde ese momento iba a ser también la suya.

De vuelta a la cocina, se instaló un silencio extraño entre ellos que ninguno se atrevió a romper. La traducción de aquel mensaje, su decepción por haber tomado una decisión equivocada, o haber visto cómo Luther había empleado a los perros para una finalidad bastante mejor que la suya la llevaron a ver las cosas de otro modo. Se volvió hacia él, dejó lo que tenía en sus manos y, sin pronunciar una sola palabra, le regaló una mirada cargada de reconocimiento. Luther respondió con otra que a Zoe le pareció contenida, como si no quisiera reflejar lo que de verdad sucedía en su interior. Y se sintió turbada, pero no la rehuyó, se mantuvo quieta, a la espera de una palabra que no vino, y de un porqué, que tampoco.

Aquella noche la conversación que mantuvieron a los pies de la lumbre fue diferente a cualquier otra, porque Luther decidió hablar de Katherine. Habían pasado seis meses de su muerte y sin embargo hasta aquel momento nunca había intentado expresar en voz alta y a nadie la sucesión de emociones que había sentido tras el fatal suceso.

—Mi mujer era un ser extremadamente sensible, alegre y vitalista, pero también frágil. Su amor era inagotable, incondicional. Me respetaba y creía en mí, pero vivía llena de miedos, era aprensiva, y cualquier suceso que afectara a nuestra plácida rutina la desestabilizaba. Por eso sufrió tanto durante los últimos años, entre nazis y absurdos perros mitológicos, aunque eso no fue lo que en realidad la llevó a perder la cabeza…

Zoe escuchó con espanto la causa de su suicidio desde un hondo respeto y sin atreverse a preguntar nada más para no remover su dolor. Con la mirada puesta en las brasas le transmitió su pesar y sintió la necesidad de confesar sus últimas decisiones.

—He comunicado a Anselmo mi voluntad de no volver a actuar como espía para él.

—Me alegra saberlo. Pero creo que yo también te debo una explicación. Tendría que haberte contado cómo surgió la oportunidad de ayudar a esa gente.

—No te preocupes, no pasa nada. Lo peor es que no sé cómo se tomará la noticia Anselmo ni cuánto tiempo más nos mantendrá por aquí. Si tuviéramos que irnos, ¿has pensado qué hacer? —Probó un sorbo de licor de hierbas.

—Aún no lo sé. Dependerá de lo que suceda en Alemania. Si los nazis se mantienen en el poder, me tocará seguir escondiéndome, y en permanente peligro, o buscar algún lugar lo más alejado de Europa donde vivir.

—¿Y no echas de menos ejercer la profesión?

—Todos los días. ¿Y tú? Si España siguiese en guerra, ¿a dónde irías?

Zoe no llegó a decirle toda la verdad porque desde hacía tiempo soñaba con un lugar que veía muy difícil de conseguir, y por eso lo cambió por un destino más probable, México.

Se terminó la copa, sintió de golpe el cansancio de todo el día, y anunció su intención de acostarse.

—Yo también, pero me quedaré despierto un rato más.

Zoe se levantó de la silla, lo miró de reojo y se sintió ligeramente inquieta.

—Hasta mañana, Luther.

—Hasta mañana, Zoe.

 


IX

Bosque de Biscau

Alrededores de Gabas. Francia

10 de noviembre de 1937

 

 

Las Cortes republicanas se acababan de reunir por primera vez en la historia en el monasterio de Montserrat presididas por Martínez Barrio, el Gobierno se había trasladado a Barcelona al ver peligrar la plaza de Valencia, Franco había nombrado su primer gobierno eliminando la Junta Técnica, y el pueblo seguía viendo morir a sus hijos en una guerra perdida por todos de antemano.

Junto al último mensaje que Zoe había recogido, encontró otro dirigido a ellos en el que Anselmo Carretero los citaba para verse en un bosque próximo a la pequeña población de Gabas. Aparte de los detalles de fecha y hora, había añadido un pequeño plano con el punto de encuentro marcado con una equis. Les había extrañado aquel detalle, en las anteriores visitas se había presentado directamente en el refugio, pero con las últimas decisiones que habían tomado el encuentro era más que oportuno.

Decidieron salir con bastante tiempo, dado el abigarrado entorno boscoso, y lo hicieron con Campeón, con idea de alejarlo durante unas horas de la única hembra adulta de alano a la que tenía bastante harta con sus devaneos amorosos.

Se cumplían cuatro meses desde que habían llegado a Les Deux Pins, pero sin duda alguna noviembre había sido el más gratificante de todos. En menos de treinta días habían conseguido ayudar a escapar de la zona nacional a tres grupos de fugitivos, dieciséis personas con sus dieciséis dramas, a las que habían acogido en su refugio después de haber atravesado aquellas peligrosas montañas que representaban la frontera entre muerte y libertad. Un recorrido que, a tenor de las indicaciones del pastor de Tramacastilla, se había dividido en tres tramos. El primero lo asumía él; otro intermedio en el que los fugados eran guiados por uno de los alanos junto a Campeón; y el tercero en zona francesa en el que Zoe y Luther acudían a su encuentro con mantas, mucho cariño y un caballo.

Nunca olvidarían sus miradas de agradecimiento ni las palabras que surgían de unos labios agrietados por el frío y el miedo. Como tampoco olvidarían los que huían de España, al descubrir que allí donde no parecía haber más que piedras, praderas y bosques, a más de mil seiscientos metros de altitud, había dos personas que daban lo que no tenían para ayudar a unos peregrinos en busca de su dignidad.

Cabalgaron por caminos secundarios hasta que pasada una hora llegaron a una vieja choza que coincidía con el punto señalado en el plano. Dejaron el caballo a espaldas de la edificación y entraron con sigilo. En su interior no había nadie. Campeón recorrió todo su perímetro con la trufa a menos de dos centímetros del suelo, hasta que se lanzó a la caza de un ratón que apareció bajo unos listones de madera podrida. Zoe, completamente helada, se envolvió la cara con la bufanda y tomó asiento en la única silla que encontraron.

—Lástima no tener con qué encender fuego. —Observó con pena la chimenea—. Esto sería otra cosa.

Luther andaba fisgoneando en unas grandes cajas de madera apiladas en una de las esquinas.

Zoe se fijó en él con ojos de mujer y no solo de compañera de refugio. Desde hacía unas semanas su relación había cambiado, como también lo habían hecho sus conversaciones, cada vez más íntimas y profundas. Pero también era consciente de que ambos mantenían intacta una barrera emocional de difícil abordaje. Se producían coincidencias, pero de inmediato se marcaban distancias, en un juego de precauciones y mensajes mudos.

Escucharon unos pasos por el exterior de la choza.

Campeón levantó las orejas, corrió a la puerta y gruñó.

—Zoe, escóndete detrás de las cajas.

Luther se colocó a la izquierda de la entrada armado con una pistola.

Los goznes de la puerta crujieron, se empezó a abrir, y Campeón se puso a agitar el rabo como un loco.

—¿Zoe…? ¿Luther…?

Al reconocer la voz, ella abandonó su escondite y fue hacia Anselmo para darle dos besos.

—¿Estás sola?

—No —respondió Luther, que apareció por su espalda. Se guardó la pistola y estrechó su mano.

—No se os ocurra separaros a partir de ahora —le repuso Anselmo de una manera un tanto misteriosa.

Ante el inmediato interés que puso Zoe por entender los motivos de su advertencia, Anselmo entró de lleno en lo que venía a decirles.

—Hemos recibido una comunicación de tu hermano advirtiéndonos que el nuevo servicio de inteligencia franquista, el SIMP, ha organizado un comando especial para rastrear la frontera de Huesca con Francia en respuesta a nuestras últimas acciones de sabotaje y boicot.

Luther se mordió la lengua retrasando su opinión al no saber todavía para qué los había convocado.

—¿Qué tal está Andrés?

—Aparte del mensaje al que me he referido, sabemos poco de él. Hemos procurado evitar los contactos, por seguridad.

—¿A qué se debe tu visita? —Luther decidió ir al grano.

—He venido por tres motivos. El primero advertiros a los dos sobre el comando. El segundo tiene que ver contigo, Zoe. Recibí tu última comunicación, y estoy de acuerdo con que retrasemos durante un tiempo el envío de nuevos mensajes, y con más razón ahora que sabemos que os buscan. Sin embargo, no quiero perder la oportunidad de reconocerte en persona lo mucho que nos has ayudado. —Sonrió a Zoe—. No solo has sido muy valiente, también muy eficaz. Gracias.

—No hay de qué —respondió ella con escasa convicción.

Miró a su compañero de refugio y se preguntó si no había llegado el momento de contarle a Anselmo qué nuevo uso estaban dando a los perros. Pero Luther, que supo interpretar lo que estaba pensando, le hizo un disuasivo gesto. Gracias a Campeón, Anselmo no se percató. El perro, después de no haberse apartado de su lado desde que había entrado en la cabaña, acababa de exigirle una ración de caricias poniéndole la cabeza sobre una de sus rodillas.

—Y por último… —Había cubierto dos de sus objetivos, pero le faltaba el más incómodo. No se anduvo por las ramas porque quizá fuese el más grave de los tres asuntos que había venido a tratar—. Tenéis que dejar de pasar refugiados —sentenció.

Los habían descubierto.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Zoe incómoda.

—Dirijo un equipo de investigación, es lógico que me entere de muchas cosas. Y no he sido el único, sabemos que la noticia ya corre por la región, y os recuerdo que tenéis demasiados enemigos buscándoos. Os jugáis mucho, pero también nosotros. Si llegasen a localizaros, comprometeríais a muchos de mis hombres, y no estoy dispuesto a permitirlo. —Endureció su gesto.

Zoe vio llegado el momento de confesar sus dudas.

—No te falta razón, Anselmo. Pero quiero que entiendas el origen de la decisión que hemos tomado, aunque ahora hable por mí. Estoy segura de que la guerra no va a conseguir otra cosa que dejar una España destrozada para mucho tiempo, y cada vez me cuesta más identificarme con la causa. Me conoces, y por eso sabes cómo he pensado siempre. No es que haya cambiado de bando, es que no soy capaz de asumir una sola muerte más por mi culpa. He conocido la realidad de las dos Españas, he llegado a la conclusión de que la brutalidad y lo peor de la condición humana se han instalado en ambas. Conseguí huir de la barbarie, de las miserias y del horror cuando abandoné Madrid, pero no encontré en Burgos nada diferente. Por todo ello, cuando he sido consciente de que al actuar como espía estaba siendo cómplice de más y más dolor, decidí dejarlo. Siento ser tan sincera, pero es así como lo veo.

Anselmo entendió que aquellas palabras ponían el punto final a la misión. Iba a responder, pero Luther se le adelantó.

—Aunque lo de los fugitivos surgió de una forma accidental, ahora no estamos dispuestos a dejarlo.

—Más tarde o más temprano os localizarán. Si lo hace la Abwehr, date por muerto, Luther. Y no creas que a ti no te implicarán, Zoe, te acusarán de encubridora o de cualquier cosa que se les ocurra. ¿Lo habéis pensado bien de verdad?

—Sí, y asumimos los riesgos —respondió Luther—. Y precisamente lo quiero hacer con unos perros que estaban destinados a provocar dolor y muerte, a convertirse en bestias. Por eso no acepté tu encargo. Ahora que puedo ser coherente con mis principios, no voy a dar un paso atrás.

Después de escuchar la firme declaración de intenciones, Anselmo necesitaba unos minutos de reflexión para analizar cómo podía afectar el cambio de situación a todos, y tomar decisiones. Les pidió que se quedaran dentro. Paseó alrededor de la casucha, al abrigo de un denso pinar, afectado por las consecuencias que aquello iba a producir en el trabajo de sus agentes, aunque comprendía su postura. Lo primero que asumió fue la imposibilidad de mantener su aislamiento en aquel refugio, dado el alto riesgo que tenían de ser localizados. Sería difícil convencerlos porque dejar Les Deux Pins significaría el fin de su colaboración con el paso de gente por la frontera. Conocía mejor a Zoe, pero Luther parecía igual de obstinado. Y en caso de conseguirlo, le esperaba un siguiente escollo: organizar su realojo en algún otro destino y preparar el traslado, dos tareas complejas y delicadas.

Cuando regresó al interior sintió su inquietud.

—De antemano os advierto que sobre lo decidido no cabe discusión alguna. —Tomó asiento a su lado—. Abandonaréis el refugio en dos semanas y para entonces necesito tener claro a dónde os he de llevar. Tenedlo presente, vendré a por vosotros el veinticuatro de noviembre.

Protestaron. Tenían comprometida una nueva recepción de refugiados para el día diecisiete y otra el veinticuatro. Sin embargo, y a pesar de su insistencia, Anselmo se mostró impasible.

Luther se decidió por Inglaterra. Un país alejado de cualquier influencia alemana y en el que su profesión gozaba de indiscutible prestigio. Pero Zoe dudó qué contestar. La determinación de su compañero de exilio la había dejado desconcertada y triste; no había hecho ni amago de saber qué idea tenía ella, como si diera por sentada su inmediata separación.

Los dos hombres la miraron a la espera de su contestación, y Zoe respondió con lo primero que le vino a la cabeza, dolida por la actitud de Luther.

—¿Todavía estás a tiempo de conseguirme ese pasaje para México?

 


X

Sallent de Gállego

Huesca

16 de noviembre de 1937

 

 

Los tres componentes del comando del SIMP vigilaban desde dos posiciones distintas una cuadra a las afueras del pueblo de Tramacastilla de Tena, donde les habían asegurado que se organizaban expediciones de fugitivos para escapar de la zona nacional.

La noche era fría, pero no como la anterior, en la que habían llegado a diez bajo cero.

Protegidos con gruesos abrigos, armas cortas y la discreción de un vecino pajar, esperaban a que saliera el grupo con idea de seguirlo hasta descubrir por dónde realizaban el paso, sus posibles compinches al otro lado de la frontera, y capturar in fraganti a su promotor: un pastor al que también hacían responsable del resto de actividades de espionaje que habían provocado que estuvieran allí. Su denuncia les había llegado a través de un cartero falangista, que conocía a todo el mundo en la comarca. Además de su trabajo postal, aquel confidente regentaba una tahona, trabajaba como zapatero en horas muertas y abría y cerraba la sede de la agrupación local de la Falange en el pueblo de Sallent de Gállego.

A los agentes enviados por Ungría, además de las provechosas pistas dadas por el delator, les llamó la atención la referencia que hizo a unos extraños perros, cuya raza no se había visto antes por la comarca, que sin pertenecerle habían sido vistos con él por la montaña y que podían estar implicados en el tráfico de los huidos.

Bien entrada la noche escucharon descorrerse las puertas del establo y vieron que un hombre de mediana edad asomaba la cabeza y escudriñaba los alrededores. En menos de un minuto vieron salir a cuatro personas protegidas con pasamontañas y ropa de abrigo.

El grupo se dirigió campo a través en dirección norte en completo silencio.

Su primer destino era el pueblo de Panticosa, arranque del difícil recorrido de montaña que les esperaba después.

Los agentes del SIMP los vieron alejarse a buen paso, unos pegados a otros, detrás del pastor. El hombre iba acompañado por dos perros, uno era chucho y el otro de raza, pero desconocida para ellos. Recordaron la mención del cartero. Calcularon una separación de quinientos metros, y salieron tras ellos.

Cuando los huidos llegaron a las inmediaciones del prestigioso balneario que daba fama al pueblo solo había pasado hora y media, pero algunos empezaban a acusar un cierto cansancio. Bordearon sus instalaciones de la forma más discreta posible y continuaron andando hacia el norte con la ventaja de la luna llena. Media hora después encaraban una difícil ascensión, a menos de cinco kilómetros de tocar la frontera, que según el pastor les iba a llevar no menos de dos horas de duro ascenso, en la que sin duda iba a ser la peor parte del recorrido.

Por detrás de ellos, el cabecilla del comando empezó a hartarse de tanta montaña y de las constantes quejas de sus compañeros por las dificultades de la marcha. Miró su plano y calculó a cuánto estaban de Francia. Al verse tan cerca, entendió que o aceleraban o los iban a perder.

—Muchachos, necesitamos cortarles el paso antes de que superen el último ibón pegado al borde fronterizo. He visto que existe un sendero alternativo a la ruta oficial que nos permitiría tomarles la delantera y cogerlos por sorpresa.

Los dos agentes observaron el escarpado recorrido que les proponía y tragaron saliva al captar su dificultad.

—Jefe. Podríamos tomar su mismo camino, pero a un paso mucho más rápido del que hemos llevado hasta ahora, y sin tanto esfuerzo les daríamos caza también.

—No. Ni hablar. Hemos de llegar antes. Imagino que por los alrededores del ibón estarán esperándolos para pasarlos al lado francés. Se trata de coger a todos. —Sacó una petaca con brandy, bebió un trago y se la pasó—. Entrad en calor, que todavía vamos a pasar un poco más de frío…

Aurelio, el pastor de Tramacastilla, iba animando a cada uno de los miembros de su grupo durante el difícil ascenso. Era consciente del enorme sacrificio que les estaba exigiendo, pero también de que aquella era la única ruta alejada de los controles militares y la que se habían aprendido los perros para, una vez pasada la frontera y ya sin él, conducirlos hasta un torrente denominado Gave d’Arruille, donde los esperarían Luther y Zoe para terminar el camino hasta el refugio.


Date: 2015-12-24; view: 608


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