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UN PACTO DE LEALTAD 3 page

—Pues claro, han venido a tomar café nuestros vecinos de valle —ironizó él.

—No me tomes el pelo. Alguien ha estado aquí.

—Pero ¿a cuento de qué piensas eso? —Luther avivó el fuego sin querer mirarla—. He pasado toda la tarde junto a Campeón, y me he entretenido escribiendo más y más papeles, que por cierto hoy te van a encantar porque nos toca empezar nueva materia…, la anestesia.

Zoe se dio por vencida, aunque no terminó de convencerla su comportamiento. Acababa de sentarse y acusó en un instante todo el cansancio del día, le pasaban factura la pesada excursión hasta aquel ibón y las cuatro horas a caballo.

—Eso huele muy bien… Estoy hambrienta.

Campeón olfateó alrededor de la sartén donde se cuajaban los huevos, miró a Zoe para saber si iba a poder probar aquel manjar, y al recibir su negativa bajó la cabeza y se tumbó en una esquina a la espera de recibir su ración diaria de patatas cocidas y moras, que en aquel comienzo del otoño era todo lo que el bosque les podía ofrecer.

Bostezó aburrido, apoyó la cabeza sobre las patas y se pasó la lengua por la boca al recordar los cinco tazones que había conseguido relamer mientras Luther despedía a aquellos hombres.

 


V

Puerto de Brest

Francia

Madrugada del 18 de septiembre de 1937

 

 

A eso de la una de la madrugada diez desconocidos abordaron la cubierta del submarino republicano C-2, amarrado a puerto desde hacía una semana por una reparación menor, gracias a la complicidad de su comandante. Entre ellos el primer oficial de otro de los sumergibles de la Armada republicana fondeado en Burdeos, el C-4, y Andrés Urgazi. Este último se colocó detrás de Troncoso, junto a una pareja de italianos, dos franceses del grupo fascista Croix de Feux, y tres agentes más de la comandancia de Irún, todos a la espera de ver abierta la escotilla por donde entrar.

Andrés tenía preparada su pistola. Sabía por Anselmo que uno de los contramaestres estaba avisado de la hora y día en que se iba a producir, pero desconocía cómo pensaba operar.

Nada más pisar la cubierta de la nave y de forma inesperada, se les abalanzó un hombre que puso en aviso al resto de la tripulación a gritos. Troncoso respondió plantándole el cañón de su pistola entre las cejas con la amenaza de levantarle la tapa de los sesos si no se callaba de inmediato, gesto que repitió el resto del grupo con cada uno de los marineros que empezaron a aparecer. De los siete asaltantes que entraron al sumergible, cuatro se dirigieron hacia la sala de torpedos, donde se enfrentaron a un grupo de suboficiales. Estos, al ir desarmados, aunque forcejearon, terminaron doblegándose a los pocos minutos. El resto de la tripulación también se rindió. Todos, salvo el segundo contramaestre que se había escondido en la cabina de mando.



Cuando intentaron entrar, el refugiado amenazó con matar al primero que se atreviera a poner un pie dentro.

—Vamos a sacar a ese cabrón de ahí —aseguró Troncoso después de haberle lanzado una carga de gases lacrimógenos.

Dejó pasar unos minutos, los suficientes para conseguir su aturdimiento, momento en el que ordenó a dos de sus hombres que entraran a por él. El amotinado se llevó por delante al primero reventándole la cabeza de un disparo, lo que provocó un intenso tiroteo entre las dos partes, hasta que al verse acorralado se encerró en la torreta blindada del sumergible.

Andrés sabía que el contramaestre estaba del lado de los servicios de inteligencia republicanos, pero desconocía si actuaba en solitario. Troncoso, afectado por el contratiempo, se dirigió al comandante del submarino.

—Ordene a su mecánico que arranque motores. Necesitamos salir de puerto y alcanzar alta mar lo antes posible.

—He de buscarlo... —El primer oficial se dirigió a Andrés y a uno de los franceses—. ¡Acompáñenme!

Lo siguieron hasta la sala de torpedos donde lo encontraron encerrado en una de sus camaretas. Cuando le quitaron la mordaza y el comandante le trasladó la orden, se negó a obedecer.

—¡Hágales caso o le matarán! —le conminó su jefe.

—Mi comandante, aunque quisiera no iba a servir de nada. Ayer por la tarde, el contramaestre me ordenó que no recargara los acumuladores, y sin el motor eléctrico el submarino no podrá navegar.

Andrés se felicitó por la eficaz actuación de su hombre dentro del C-2.

—¡Maldita sea! —exclamó Troncoso.

—Esto huele a boicot —apuntó otro del grupo.

Miraron al comandante por si se le ocurría alguna solución, pero el hombre no pudo hacer otra cosa que confirmar la incapacidad del C-2 para navegar.

—Entonces solo nos queda escapar —resolvió Troncoso, fastidiado por el fracaso de la operación—, y además a toda leche, no vaya a venir la gendarmería francesa y terminemos todos enchironados.

La orden de retirada corrió de boca en boca entre los miembros del comando, quienes tuvieron que abandonar al fallecido, debido a los riesgos que conllevaba una huida con él. Se repartieron en tres coches, y a Andrés le tocó el que conducía Troncoso. Iban los dos solos.

Eran las dos de la madrugada cuando, según lo convenido, desde la nueva sede del Ministerio de Estado republicano en Valencia se realizaba una llamada al máximo responsable de la gendarmería francesa de Brest y otra al de Burdeos para denunciar el intento de secuestro del submarino español. Advertidos de la existencia del comando terrorista, los dos jefes policiales pusieron en marcha un importante despliegue de fuerzas para localizarlo. Como la información suministrada provenía de una fuente oficial del Gobierno español, y la personalidad de los sospechosos era de sobra conocida por la Policía gala, que llevaba tiempo tras los pasos de Troncoso, en ningún caso repararon en medios.

Andrés, consciente de los planes de Anselmo, imaginó que de camino a Irún se cruzarían con varios controles de la gendarmería. A los dos primeros vehículos los pararon en las Landas, tan solo unas horas después del intento de asalto. Pero Troncoso decidió en el último momento cambiar su ruta para evitar la carretera principal, y tomó la de Mont-de-Marsán. Una decisión afortunada que evitó que terminara detenido.

A pocos minutos de alcanzar Biarritz, Troncoso le trasladó una comprometedora pregunta.

—¿Crees como yo que la misión ha sido boicoteada?

Andrés tocó con sus dedos el acero de su pistola Star por si la tenía que usar adelantándose a sus posibles conclusiones.

—Así lo creo. Volvemos a tener un topo —determinó sin temblarle la voz.

No se le ocurrió nada más contundente para neutralizar sus dudas. Todavía flotaban en su recuerdo los sótanos de la comandancia y el suplicio que había padecido en ellos. Pensó que si Troncoso barajaba una lista de sospechosos, él la encabezaba, sin duda.

—Comparto la misma opinión. —Lo miró de reojo con suspicacia—. Porque ese contramaestre sabía de antemano que íbamos a entrar. Lo que significa que de nuevo uno de los nuestros se ha ido de la lengua. Pero esta vez, juro que me voy a encargar personalmente de desenmascararlo. Estoy harto de traiciones, y esta me la voy a cobrar cara, muy cara...

 


VI

Bosque de Gabas

Pirineos franceses

14 de octubre de 1937

 

 

Como todos los jueves Zoe recogió la bolsa plastificada con un nuevo mensaje.

La encontró en el interior del tronco de un árbol. Montó en su caballo y salió de aquel bosque situado a media distancia entre el refugio y la carretera general que unía Pau con el puerto del Portalet. Miró el reloj y apretó el paso del animal.

Cuando entró con el caballo a la cuadra encontró a Luther recogiendo los huevos del gallinero. Al escuchar un relincho a sus espaldas se volvió a mirar.

—¿Sigue lloviendo?

—No ha parado desde que salí esta mañana.

Zoe se quitó la capa de agua y la sacudió con energía. Se arregló el pelo y se acercó hasta donde él estaba. Tomó asiento sobre una paca de paja y observó lo que hacía. En sus manos llevaba la bolsita.

Luther espantó a una gallina que se negaba a cederle su huevo, completó la docena que había ido a buscar y se dio media vuelta para mirar a Zoe. La encontró pensativa. Para ella, aquel jueves sería uno más en sus tareas de apoyo al espionaje republicano, pero en el caso de Luther iba a significar un importante estreno al poner en marcha un auténtico corredor humano de hombres y mujeres desesperados. Miró la hora en su reloj y sintió prisa y ganas de empezar a moverse. Aunque necesitaba que Zoe se fuera pronto para tener libertad de movimientos, no quiso pasar por alto algo que había escuchado en la radio mientras desayunaba.

—En los informativos de las nueve han dado una noticia terrible… —Zoe lo miró—. Según han explicado, ayer se produjo una gran explosión a las afueras de Jaca, en una instalación donde al parecer los nacionales estaban fabricando proyectiles de mortero. Hay diez mujeres muertas y otras cuarenta y tantas malheridas.

—Es terrible, sí. Tan terrible como cualquiera de las noticias que escuchamos a diario. En este país estamos en guerra, Luther, cada día mueren cientos de personas.

—Ya. ¿Y sabes que la semana pasada descubrieron a dos hombres ametrallados no muy lejos de aquí, en una cuneta de la carretera de Sallent de Gállego a Jaca?

Zoe lo miró en silencio un momento, y luego, intuyendo el porqué de los comentarios, preguntó:

—¿Por qué me estás contando todo esto?

—Tú verás, Zoe… Quizá sea pura casualidad, pero quién sabe si no son esos los objetivos marcados en los mensajes que los perros están trasladando.

Zoe fue a decir algo, pero no la dejó hablar.

—Con la de hoy habrás hecho ya cuatro entregas, ¿no te has sentido alguna vez tentada de leerlos?

—Luther, no te metas. Es mi país, estamos en guerra. A veces hay que tomar partido. Tú no puedes entenderlo.

—¿Y tú lo entiendes, Zoe? ¿Entiendes lo que estás haciendo? Si descubrieses que las acciones que acabo de contarte tienen algo que ver con tu misión, ¿dormirías tranquila? Creo que alguien con un mínimo de ética no puede prestarse a hacer algo así, y si lo hace, ha de hacerlo asumiendo su responsabilidad.

—¿Quién te crees que eres para juzgarme? ¿Hablas de ética tú? ¿Tú que estuviste meses entrenando perros para el ataque? ¿Tú que fuiste un peón obediente de los nazis? —Se arrepintió de aquellas palabras casi al momento de pronunciarlas. Sabía que el golpe había sido muy bajo.

Luther estaba pálido.

—Me vi obligado a hacerlo. Y sí, tienes razón, no actué bien, y por eso sé de lo que hablo. Recordarlo es un infierno, y te aseguro que no se te olvida. Lo revives cada día, cada noche. Tu eres buena persona, no puedes…

Zoe no quiso escuchar más.

—Desde que entramos por la puerta de Les Deux Pins he tenido que soportar, casi a diario, tus miradas, tus comentarios. Sé que desapruebas lo que hago, pero no tengo por qué aguantarlo… —Se puso en pie y empezó a sacudirse los restos de paja de forma nerviosa—. No admito que me culpabilices de todos los males que has escuchado por la radio. La guerra es la única causante de todos esos daños, como lo fue de las muchas brutalidades que he vivido en primera persona. Ahora resulta que yo soy la culpable… Estoy harta, ¿sabes? Harta de vivir contigo. Me cansas, me aburres… Me…

—Zoe, escucha…

—¡No! No quiero oír ni una palabra más. Me voy con Jasco y este mensaje —blandió el sobrecillo en el aire—, para ver si por mi culpa se cargan a alguien más.

—¡No te vayas! —alzó la voz—. Atrévete a abrir esa bolsa y leámoslo. Si estoy equivocado, te pediré perdón de inmediato.

Zoe, que había estado a punto de irse, jugueteó con ella entre las manos y se lo pensó dos veces. Se sentía enfurecida y con ganas de mandarlo al infierno, pero para dejar las cosas zanjadas de una vez por todas decidió ver su contenido. Dentro había un sobre sellado. Lo acercó a la lumbre con cuidado para despegar el lacre sin romperlo y recuperó de su interior un papel doblado por la mitad. Al leerlo trató de descifrar lo que estaba escrito, pero no entendió nada.

—Es imposible. Está en clave.

—Déjame verlo.

Insertadas entre las palabras aparecían salteadas y en aparente desorden unas cuantas consonantes que entorpecían el significado global. Vio que aumentaban además de número e imaginó que respondían a un tipo de secuencia. Pidió que se lo dejara antes de irse para transcribirlo en un papel y poder dedicarle un rato con más tranquilidad.

Zoe lo miró alterada. Arrugó el ceño y dudó si aquello servía para algo.

—Date prisa porque me he de ir. Ah, y por el bien de nuestra convivencia, intenta no sacar conclusiones antes de tiempo.

La montaña se había teñido de blanco en poco menos de tres semanas y la abundante nieve había tapado por completo su vegetación. En los últimos cuatro días no había dejado de nevar un solo momento, pero aquel jueves lucía el sol. Sin embargo, Zoe estaba congelada y no solo por fuera. La repercusión de la noticia que Luther le había trasladado la reconcomía. Porque, a pesar de la encendida defensa de su honorabilidad, no las tenía todas consigo y quizá las suposiciones de Luther fueran ciertas.

Recorrió el arroyo de Arrious hasta el lago del mismo nombre después de haber atravesado la frontera. Cabalgaba sin apenas poner atención, pensando.

Nunca había sentido aquella guerra como suya, y sin embargo le había tocado conocer de cerca sus caras más oscuras. Sus huidas de Madrid y de Burgos habían sido causadas por la crueldad y brutalidad de una gente que en otras condiciones quizá nunca se hubiera comportado de aquel modo. Y pensó en Mario y en Oskar. El profundo odio que estaba invadiendo el corazón de tantos y tantos españoles había transformado a algunos de ellos en auténticos monstruos.

Miró a Jasco; quizás dentro de su correa viajaba la muerte de alguien o tal vez el dolor de muchos. Y se espantó ante la idea de estar participando en ese juego de horror.

En el exterior del refugio Luther estaba esperando la llegada del familiar del miliciano, con el que había conseguido contactar a los pocos días de haber recibido la visita del grupo de refugiados.

Aurelio, que así se llamaba, era un pastor de ovejas que se conocía hasta el más pequeño rincón de aquellas montañas al haberlas pateado durante no menos de cuarenta años. A Luther no le había sido difícil dar con él cuando siguió las indicaciones dadas por su primo. En aquella época del año se le podía ver con sus ovejas en un paraje próximo a la frontera con Francia, que por su especial microclima ofrecía comida cuando el resto de pastos escaseaban.

Luther no tuvo que escarbar mucho en su personalidad para darse cuenta de que Aurelio, a sus cincuenta y pico años, era sobre todo un tipo básicamente bueno. El hombre, además de agradecerle haber ayudado a su familiar en su huida de España y de valorar los riesgos que había corrido para dar con él, creyó en su buena fe y no dudó en pedirle que diera un paso más para acometer con él un proyecto que había decidido poner en marcha; una idea que iban a terminar de hablar esa misma tarde aprovechando que el pastor tenía que pasar cerca del refugio, de paso al mercado de Pau, donde según explicó le pagaban mejor los corderos que en Huesca.

Aurelio apareció a la hora convenida con dos gossos d’atura, un centenar y medio de ovejas y sus respectivos corderos. Campeón ayudó a los perros a mantenerlas quietas cerca del refugio, mientras el pastor entraba a hablar con Luther. Sin haberse sentado a la mesa donde le esperaba un bocado, le preguntó abiertamente si había tomado ya una decisión con relación a su propuesta.

A pesar de su mal castellano, Luther consiguió hacerse entender. Le dejó claro que podía contar con él y con sus perros, a pesar de los riesgos que conllevaba. La causa bien lo valía.

El pastor le agradeció su apuesta con vehemencia y lo celebró estrechando con fuerza su mano.

—No se arrepentirá. —Relajó su postura, tosió el mal habano que se acababa de encender y estiró los pies hasta dejar las pesadas botas de monte cerca del fuego—. Como ya le conté, yo me encargaré de llevar a los fugitivos hasta el barranco de Bocitero, al oeste del río Aguas Limpias. A partir de ahí será trabajo suyo, suyo o de los perros. Le he dibujado un plano con una ruta que casi nadie conoce; recorre siete kilómetros dentro de España y el resto en Francia. No le dará problemas.

—¿Cuándo la primera?

—Puede que para dentro de cinco o seis días. Mándeme uno de sus perros y se lo devolveré con la fecha y hora exacta.

Después de abordar algunos detalles menores, se despidieron deseándose suerte para sus conjuntas misiones. Le asombró su habilidad para reunir a las ovejas con tres únicos silbidos con los que puso a trabajar a los perros, pero más aún su enorme talla moral. Se abotonó la pesada chaqueta de lana y aspiró el límpido aire que venía del sur.

Zoe y Jasco habían llegado al lago Arrious. Para ella, la presencia de sus aguas suponía haber alcanzado el destino final de su viaje, y para el perro el punto donde empezaba su recorrido en solitario hasta encontrarse con Martín. Los ocho kilómetros que el animal debía hacer de ida y los correspondientes de vuelta le ocupaban menos de una hora, el tiempo que Zoe tenía que esperar para regresar juntos a Les Deux Pins.

Empezó a nevar con fuerza cuando los cascos de su caballo chapotearon en la orilla del lago. Jasco movía el rabo nervioso a la espera de su orden. Zoe sacó los prismáticos de la funda y exploró la zona por la que tenía que pasar el perro, sin encontrar nada extraño. Y cuando iba a pronunciar la palabra clave para ponerlo en carrera, vio aparecer a su izquierda a media docena de soldados esquiando a gran velocidad por la ladera sur del monte que rodeaba el lago. Aunque estaban a bastante distancia de ellos, Jasco se puso a ladrar. El eco que había en aquel lugar amplificó el sonido, lo que atrajo a sus perseguidores.

Desde la lejanía, le dieron el alto.

Zoe reaccionó con rapidez, calculó el tiempo que necesitaría para volver a atravesar la frontera y la velocidad que llevaban aquellos hombres, y temió no conseguirlo. Azuzó a su caballo, y el animal se puso a cabalgar poniendo en ello todo su empeño, pero no había pasado ni un minuto cuando empezaron a sentir a su alrededor los primeros disparos. La mala fortuna hizo que una de las balas rozara una de las patas del caballo y provocase su estrepitosa caída sobre la nieve, arrastrándola a ella. Jasco se puso a ladrar como un loco al sentir el peligro cada vez más cerca, y Zoe, con apenas unos rasguños, después de ver que la herida no era importante tiró de las riendas para levantar al equino, pero no tuvo éxito. El caballo pateaba furioso, pero no acertaba a ponerse en pie. Ella miró a su espalda y los vio a menos de quinientos metros. Con la velocidad que llevaban, si no salía de allí de inmediato, se le echarían encima. Devolvió su atención al animal, y cuando no sabía qué más hacer, Jasco tuvo una buena idea. Le marcó un corvejón con sus colmillos, sin apretar fuerte, pero lo suficiente para que de un brinco el caballo volviera a estar a cuatro patas. Zoe montó de un salto, le clavó los tacones de las botas y sintió al momento el poderoso empuje de su tercio posterior, una vez se había lanzado al galope. Jasco se les adelantó hasta desaparecer de su vista.

Después de dibujar unas cuantas guirnaldas en la montaña, dos de los esquiadores forzaron un rápido derrape y apuntaron mejor sus armas buscando el perfil del equino. Al constatar lo cerca que el perseguido estaba de la frontera, dispararon sus fusiles hasta vaciar los cargadores.

Zoe, aferrada al cuello del caballo sentía la tensión de sus músculos sin mirar hacia atrás. El animal disparaba la nieve helada a su paso, con toda su atención puesta en el frente hasta que pisaron suelo francés. Solo en ese momento, viéndose a salvo, rebajó su velocidad y los dos respiraron más tranquilos. Zoe pensó en las consecuencias de haber sido localizada por aquella patrulla. No solo no iba a poder entregar el mensaje ni avisar a Martín, lo que acababa de ocurrir afectaba a todos los correos que le hicieran llegar. Sin ningún género de dudas, la vigilancia que se impondría sobre aquella zona a partir de ese momento complicaba definitivamente el futuro de la misión.

Decidió ponerlo en conocimiento del otro agente de Pau y de Anselmo, a través de un mensaje que dejaría en el árbol que ejercía de buzón en sus comunicaciones.

Pasados unos kilómetros y afectada todavía por el peligro que acababa de vivir, se sintió emocionalmente frágil. Por un momento, y a pesar de la discusión que habían tenido unas horas antes, deseó que Luther estuviera allí.

Jasco apareció después de un buen rato y se unió a su paso como si no hubiera pasado nada. Zoe vio en su valiente actuación la misma que tantas veces había demostrado Campeón. Una noble actitud que despertó en ella un profundo orgullo.

—Gracias por lo que has hecho, Jasco. Eres un buen perro.

Cuando aquella noche entró en el refugio se abrazó a Campeón para disfrutar de su compañía. Le hubiese gustado poder contarle a Luther lo que había ocurrido, pero él ya le había dejado claro que detestaba lo que estaba haciendo, y lo último que necesitaba era una nueva tanda de reproches, así que decidió irse a dormir cuanto antes. Aun así, necesitó preguntar:

—¿Has podido descifrarlo?

—No, todavía no.

Un incómodo silencio se instaló entre ellos.

—Bueno… Yo estoy agotada, me voy a la cama.

—¿No vas a cenar?

—No tengo hambre. Buenas noches.

 


VII

Hotel Plaza Biarritz

Francia

6 de octubre de 1937

 

 

El excomisario de Policía de Santander, Manuel Neila, era uno de los nombres marcados en la lista con la que operaba uno de los comandos del nuevo servicio de inteligencia franquista. Pretendían organizar su secuestro en la lujosa villa que el alto exfuncionario poseía en Anglet. El constante latrocinio que había demostrado aquel hombre hacia algunas personalidades de derechas, afincadas en la capital cántabra antes de que fuera tomada por las tropas franquistas, como su brutal comportamiento en general le habían granjeado una sanguinaria fama que no podía quedar impune por el hecho de haber escapado de España.

Aquella era una de las misiones que se estaban discutiendo en la habitación ocho del hotel Plaza donde se había establecido provisionalmente el nuevo responsable del Servicio de Información Militar y Policía, conocido por sus miembros como SIMP.

Tras las masivas detenciones que había practicado la gendarmería francesa a lo largo del mes de septiembre en Bayona, San Juan de Luz y Biarritz, los servicios secretos nacionales habían sufrido un duro golpe. Julián Troncoso había sido encarcelado, y con él cuarenta agentes más, dejando medio desarmada la anterior operativa de inteligencia. Sin embargo, en menos de un mes y bajo la nueva dirección del comandante José Ungría, quien había sido antiguo agregado militar de la Embajada española en París, se había conseguido reorganizar parte de los comandos, reunidos ahora en el hotel para recibir sus órdenes.

Andrés Urgazi estaba escuchando atentamente las nuevas directrices, pero cuando Ungría empezó a hablar sobre unas extrañas coincidencias que se estaban produciendo en torno a la frontera de Huesca con Francia prestó especial atención.

—Desde hace un mes hemos detectado un significativo aumento de boicots en esa región. Nos han incautado un envío de granadas y ametralladoras suecas cuando estaban a punto de atravesar el túnel de Canfranc, se ha volado una fábrica de obuses en Jaca, y uno de nuestros agentes fue secuestrado en Tarbes cuando iba a recoger unos planos de vital importancia. Quien se está adelantando a nuestras acciones es evidente que conoce bien su trabajo. Hemos de localizar a esa unidad enemiga y neutralizarla de inmediato.

Uno de los agentes más veteranos, Ibáñez de Opacua, se postuló para realizar con tres hombres más un barrido desde Aragües del Puerto a Bielsa, vanagloriándose de conocer mejor que nadie la zona.

Andrés, aunque solo estaba parcialmente informado sobre las actividades que desarrollaba su hermana junto al veterinario alemán en aquella región, temió que estuvieran hablando de ellos.

—Me gustaría formar parte de ese comando —intervino, interrumpiendo a Ungría.

—No, Andrés, prefiero que te quedes en Biarritz a la espera de una posible misión. Creemos que en estos días pueden llegar al aeródromo cinco aeroplanos desmontados y embalados bajo encargo del Gobierno rojo. Si se confirma la veracidad de la noticia, necesitaré a alguien que compruebe la naturaleza del cargamento para informar cuanto antes a Burgos y denunciarlo al Gobierno francés.

Lo que menos imaginaba Andrés era que aquella decisión también obedecía a órdenes externas. Porque a los anteriores recelos de Troncoso, que Ungría había empezado a compartir, desde hacía una semana se le habían sumado los de la Abwehr. En una reunión mantenida en aquella misma habitación, el jefe de los servicios secretos alemanes en Francia había descrito a Andrés como objeto de su máxima prioridad, dado que su hermana había participado en el secuestro del bombardero. Tenían la esperanza de que los llevara hasta ella, y posiblemente a su cómplice Luther Krugg. Además de poner sobre la mesa aquella razón, sumaron otra de mayor calado al desvelar el interés que el mismísimo Göring tenía en el caso. Con aquellas premisas Ungría había entendido la urgencia de los servicios secretos alemanes, como también el estrecho seguimiento que pretendían dar a su hombre, a lo que accedió sin rechistar.


Date: 2015-12-24; view: 426


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