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SÍGUEME A DONDE YO VAYA 1 page

 

 


I

Residencia de don Félix Gordón Ordás

Calle Santa Engracia

Madrid

19 de julio de 1936

 

 

El salón de los Gordón Ordás parecía un hervidero de gente.

Allí estaba Sigfrido con su novia y compañera de carrera; y con ellos casi una docena de amigos y amigas que habían querido juntarse en una sola casa para compartir las noticias, los temores y las decisiones que debían tomar en aquellas angustiosas horas.

—Zoe, no te agobies demasiado si no obtienes línea. Todas las centralitas de Madrid deben de estar colapsadas.

El hermano mayor de Brunilda le pasó el teléfono para hacer dos llamadas: una al Ministerio de Guerra para localizar a Andrés, y otra a su jefe Max por si disponía de noticias de la Embajada suiza. Zoe pensaba que su hermano tenía que estar perfectamente informado de lo que estaba sucediendo, dado que era en el protectorado español donde se había producido el levantamiento. Pero no tenía forma de saber si seguía en Madrid o no. Si hacía caso a lo que le había dicho en persona la noche anterior, cuando había aparecido en su casa por sorpresa a las dos de la madrugada, su estancia en la capital iba a ser brevísima.

Tras una docena de intentos desistió, al no conseguir comunicar con nadie en el ministerio.

—Nunca hasta hoy había tenido tanto miedo por estar en la calle —intervino Bruni—. Esta mañana, nada más salir de mi último examen, me he cruzado con un grupo de anarquistas armados y pegando tiros, y la verdad es que temí que me pasara algo. Animaban a la gente a ir a la Puerta del Sol para protestar, y les daban pistolas.

Mientras unos y otros compartían experiencias, Unión Radio sonaba de fondo, a la espera del noticiario de las cuatro. Bruni decidió preparar unos bocadillos, ya que ninguno de los presentes había comido todavía, y Sigfrido empezó a contar a Zoe lo que había podido saber gracias a sus contactos socialistas.

—Hoy está todo el mundo reunido. Los partidos políticos están empezando a distribuir sus primeros comunicados y los sindicatos proponen responder a los golpistas en la calle. He sabido también que hay varios grupos de acción vigilando los cuarteles de Madrid, porque nadie se fía de nadie. Y el Partido Socialista y la UGT han convocado huelga general para mañana.

Un compañero de Sigfrido se sumó a la conversación aportando algunos rumores que le habían llegado a través de un pariente militar.

—El general Franco, por lo visto, radió ayer un extraño mensaje en el que saludaba con entusiasmo a las guarniciones golpistas, y loaba a la España con honor que saldría de ese heroico gesto. Esas fueron sus palabras exactas.



—Si se trata de un golpe como el de Sanjurjo del treinta y dos, no tenemos de qué preocuparnos —señaló la novia de Sigfrido.

—Ojalá tengas razón. Pero si se confirma que el general Mola ha levantado en armas Pamplona, que en Valladolid el general Saliquet ha hecho lo mismo, y que algo parecido está pasando en Sevilla, Burgos, Salamanca, Jerez, Córdoba, Cádiz y no se sabe cuántas ciudades más, la situación pinta mucho peor.

Bruni dejó una bandeja de bocadillos sobre la mesa del comedor y al ver que estaba libre el teléfono llamó a un primo que trabajaba en la oficina de la presidencia del Consejo de Ministros. La línea estaba ocupada, pero después de varios intentos lo consiguió. Explicó dónde estaba en esos momentos y con quién.

—Brunilda, no salgas a la calle por ningún motivo, ni tampoco tus amigos. Y separaos todo lo que podáis de las ventanas —le recomendó nada más empezar a hablar.

—Pero, Luis, ¿qué pasa? ¿Qué noticias tenéis?

—Acabo de saber que se están llevando a Azaña a un lugar seguro y que Casares Quiroga ha decretado la destitución de todos los generales sospechosos, además de revocar el estado de guerra que habían declarado en varias ciudades. En estos momentos tres navíos de la Armada se dirigen hacia el Estrecho para evitar el movimiento de tropas desde África. El asunto parece grave, aunque aquí nadie piensa que vaya a durar más de veinticuatro horas. De todos modos, hay muchos nervios, y aunque se sabe que la mayor parte del ejército está con nosotros, falta mucha información. Personalmente creo que la situación está fuera de control.

—¿Y qué hay de Madrid?

Bruni iba trasladando a los presentes las noticias que recibía de su primo.

—Hay dudas. Todavía no sabemos con certeza cuántos cuarteles se han pasado a los rebeldes y cuáles siguen siendo leales al Gobierno. Parece ser que la mayoría están de nuestro lado, porque cuando se les ha llamado para conocer su posición, no han contestado con el «¡Arriba España!», que según parece es la proclama de la insurrección. Pero está todo por ver. El Gobierno, además, está tratando de calmar los ánimos de los partidarios de actuar de inmediato en la calle y de que se arme al pueblo, como promueven los anarquistas o las juventudes socialistas y comunistas, junto con los sindicatos, pero de momento no se les está haciendo demasiado caso. Por eso os pido que no salgáis a la calle. Desde donde estoy se han empezado a escuchar los primeros disparos.

—Ten mucho cuidado, Luis —le recomendó Bruni, muy afectada por la difícil situación que le acababa de dibujar.

—Claro, no lo dudes. De aquí a una semana estaremos celebrando el cumpleaños de la abuela, como cada año, y todo esto solo habrá sido un mal sueño.

—Dios te oiga.

La comunicación se cortó y con ella el ambiente que se vivía en aquel salón de la calle Santa Engracia, donde un puñado de jóvenes, ajenos a las ensoñaciones revolucionarias de unos y a la voluntad de imponerse por las armas de los otros, se miraban muertos de miedo.

—Papá ha llamado antes de que llegaras, Bruni —se explicó Sigfrido—. Recibieron las primeras noticias de madrugada en México y están muy preocupados por nosotros. Menos mal que Ofelia y Anselmo están con ellos de vacaciones. Dijo que va a buscar la manera de llevarnos allí lo antes posible. Yo me quedaré, pero tú deberías irte, incluso antes de lo que tenías previsto.

Brunilda, presa de un ataque de angustia, no resistió más y rompió a llorar. Zoe la recogió entre sus brazos acongojada, preguntándose qué iba a ser de ella si las cosas se ponían tan feas como parecía.

En las noticias de las cuatro, Unión Radio Madrid no mencionó nada, pero sí lo hizo en las de las seis. Los locutores hablaron por primera vez y de forma oficial de un levantamiento en Marruecos, junto con otros focos repartidos por España, que por el momento, y según se sabía, estaban siendo controlados.

Escucharon en silencio las declaraciones del Gobierno emitidas desde el Ministerio de Gobernación:

«Gracias a las medidas de previsión que se han tomado por parte de las autoridades, puede considerarse desarticulado un amplio movimiento de agresión a la República, que no ha encontrado en la Península ninguna asistencia y solo ha podido conseguir adeptos en una fracción del Ejército que la República española mantiene en Marruecos, que, olvidándose de sus altos deberes patrióticos, fue arrastrada por la pasión política sin tener presentes los sagrados compromisos contraídos con el régimen republicano.»El Gobierno ha tenido que tomar en el interior radicales y urgentes medidas, ya conocidas las unas y culminando las otras en la detención de varios generales, así como de jefes y oficiales comprometidos en el movimiento.»La Policía ha conseguido también apoderarse de un avión extranjero que, según indicios, tenía el cometido de introducir en España a uno de los cabecillas de la sedición. Estas medidas, unidas a las órdenes cursadas a las fuerzas que en Marruecos trabajan para dominar la sublevación, permiten afirmar que la acción del Gobierno será suficiente para restablecer la normalidad. Para que la opinión no se desvíe, conviene que la gente sepa que Radio Ceuta, de la que se apoderaron elementos facciosos, da noticias simulando ser Radio Sevilla, de cosas que dice ocurridas en Madrid y en el resto de España, cuando, como es público y notorio, la normalidad es absoluta».

Terminado el noticiario, una relativa sensación de tranquilidad recorrió el ánimo de los presentes, que casi al unísono decidieron irse cada uno a sus casas. Se organizaron tres grupos de varones que acompañarían a las mujeres hasta sus domicilios siguiendo unas rutas establecidas. Pero cuando estaba a punto de salir el primero, Sigfrido vio desde la ventana cómo una docena de jóvenes detenían dos coches para requisarlos a punta de fusil.

—Vais a tener que ir en metro. Zoe, tú irás en el primer grupo. Los que se quieran venir conmigo a la Puerta del Sol, que se queden. Yo pienso ir a protestar con todas mis fuerzas. Este momento requiere la unidad de los demócratas; tenemos que defender la República y proteger nuestras libertades. Si los militares quieren acabar con ellas, nos van a tener enfrente.

Cuando Zoe llegó a su casa la esperaba Campeón.

Le extrañó su comportamiento. Estaba mucho más nervioso de lo normal. Pero imaginó que de un día tan turbulento como aquel no se podía esperar nada normal ni tan siquiera de un perro. En la calle, antes de entrar al portal, se había cruzado con un grupo de trabajadores ataviados con el clásico mono azul de trabajo, gorra de dos puntas, negra y roja, armados con fusiles y pistolas en dirección al vecino Cuartel de la Montaña.

Nada más entrar en el salón buscó una copa de brandy.

Se sentía como mareada, muy asustada y sola. Los peores vaticinios que todos pregonaban desde hacía meses se habían cumplido, pero no terminaba de querer creérselo. Se quitó los zapatos de tacón y después las medias, afectada por el cansancio de un día demasiado largo e inquietante. Con una buena cantidad de licor en la copa fue a tomar asiento en su sillón preferido, pero Campeón se cruzó en el camino para reclamar su turno de caricias. Dejó que se subiera al sillón, estiró las piernas y cerró los ojos para relajarse. No quiso ni encender la radio. Necesitaba pensar, ordenar en su cabeza todo lo que estaba sucediendo en aquel extraño día, y sobre todo decidir qué podía hacer si las cosas se ponían más feas.

Sonó el teléfono.

Levantó el auricular, y al reconocer la voz de su jefe Max, se felicitó al disponer de un aparato que le había puesto la Cruz Roja a cambio de estar permanentemente disponible para atender cualquier emergencia.

—Zoe, menos mal que te cojo en casa. He estado toda la tarde llamándote y como no me respondías he empezado a preocuparme en serio. ¿Dónde has estado? No te habrá pasado nada, ¿verdad?

Ella resumió lo que había hecho y sin pretenderlo le trasladó sus miedos.

—¿Qué sensaciones tienes tú, Max?

—Malas, muy malas. Pero veremos cómo evoluciona todo esto. De momento desde fuera de España se viven las noticias con un gran desconcierto. En mi embajada nadie sabe qué está pasando ni cómo han de reaccionar. La gente empieza a preocuparse de verdad. Hoy he visto cómo uno de mis vecinos llenaba el coche de maletas. No sé si se va de vacaciones o lo hace temiéndose otro tipo de problemas. Después del asesinato de Calvo Sotelo, supe de otros dos que escaparon a Francia. Entre las clases altas hay mucho miedo. Oye, por cierto, no hace falta que te diga que nuestra casa es tu casa.

—Espero que todo este lío se pueda resolver en pocas horas. Si tuviese algún problema te llamo, te lo prometo. De todos modos, gracias por pensar siempre en mí. —Sonó el timbre de la casa—. ¡Qué raro! Alguien llama a la puerta. Espera, te dejo sin colgar y veo quién es.

—Ten mucho cuidado de a quién abres.

Campeón se puso a ladrar y corrió hacia la puerta a toda velocidad. Tras él llegó Zoe preguntando quién la buscaba, antes de abrir.

—Soy yo, Andrés. Corre, déjame entrar.

Retiró los cerrojos y al abrir Campeón se le abalanzó. Andrés lo recibió feliz, pero tiró de él para meterlo pronto en casa.

—Pasa al salón. He de colgar el teléfono… Estaba hablando con Max. —Levantó el auricular—. Se trata de mi hermano. No te preocupes. Luego te llamo y seguimos hablando. ¿Te parece?

Max rogó que por favor no dejara de hacerlo y se quedó más tranquilo al saberla bien acompañada.

Nada más colgar el teléfono, Andrés empezó a hablar.

—Tengo el tiempo medido, pero al menos necesito una copa.

Zoe constató en su rostro una grave preocupación. Se dirigió al mueble bar y le sirvió un whisky.

—¿Qué sabes de lo de Marruecos? ¿Es tan serio como parece?

—Me espera un avión para regresar a Tetuán esta misma noche. Acabo de estar en el Ministerio de Guerra y llevo conmigo unas órdenes muy importantes. No te puedo contar, pero confío en volver a Madrid en solo unos días.

—No me has contestado a nada. Andrés, por favor, explícate. ¿Tenías noticias de lo que iba a pasar? —Zoe se aferró a sus muñecas con una expresión desesperada.

—De acuerdo, te cuento. Sabía que se iba a producir el golpe militar, sí. Desde hacía unas semanas se rumoreaban fechas, y yo mismo pude acceder a ciertas informaciones que indicaban lo que podía pasar. La Legión se ha rebelado, como también los Regulares y prácticamente todas las unidades del ejército en el norte de África, pero también en buena parte de Andalucía, Castilla la Vieja y las islas. Por la radio están contando la mitad de la mitad. La insurrección se está extendiendo por toda España y a los oficiales que no se están sumando al levantamiento se los fusila… Como verás, el momento es terrible.

—¿Y por qué has de volver a África? Podrían matarte... ¡No vayas!

—Casares Quiroga dimitirá esta misma madrugada como presidente del Consejo de Ministros y como ministro de Guerra. Le sustituirán dos republicanos moderados para tratar de frenar el levantamiento y dialogar con sus promotores. Uno de ellos será el general Miaja, y mi encargo consiste en llevar hasta Tetuán ciertas noticias en ese sentido.

—Pero ¿en qué bando estás? —La inesperada pregunta dejó mudo a Andrés durante unos segundos. Zoe lo conminaba a ser sincero, pero no debía serlo. Si le explicaba toda la verdad, podía comprometer su seguridad.

—En el de siempre —respondió sin extenderse.

Zoe entendió que al lado del Gobierno.

—Y ¿qué he de hacer yo? Quería ir a ver a papá, pero no sé si ahora será lo mejor. Desconozco cuál es la situación en Salamanca. Todo esto es horrible, Andrés… —La angustia ahogó sus últimas palabras.

—Estos días no salgas. Quédate en casa y procura no tener encendidas las luces por la noche. No te hagas notar mucho, y pide ayuda a tus amigos si te sientes asustada. Yo volveré pronto, y con lo que sepa decidimos.

Zoe se abrazó a él necesitada de protección, de compartir con alguien sus miedos y sus nervios. Él acarició su ondulado pelo, retiró un par de lágrimas de sus mejillas y la tranquilizó a su manera.

—No tengas miedo, canija. Además, te quedas con Campeón. Te protegerá, lo sé. Campeón sabe de guerras y de odios entre hombres. Él te ayudará.

 


II

Tetuán

Protectorado español de Marruecos

20 de julio de 1936

 

 

Andrés Urgazi, recién llegado de Madrid, tomó asiento sobre unos almohadones al lado de su nuevo superior, Carlos Pozuelo, quien junto a otros veinte hombres escuchaba con atención la relación de ciudades que hasta el momento habían declarado el estado de guerra. El análisis de la situación estaba siendo dirigido por el teniente coronel Yagüe, y tenía como público a una gruesa representación de los agentes de información que trabajaban en su bando desde hacía meses. En el ambiente se mascaba una evidente sensación de excitación, pero también de inquietud.

—Ya están de nuestro lado Pamplona, Valladolid, Burgos, Soria, Salamanca, Zaragoza, Gerona, Lérida, Ávila, Segovia, Huesca, toda Galicia y Baleares, y en Andalucía, Sevilla y Cádiz. Nuestros objetivos se están alcanzando casi como se esperaba —les expuso Yagüe.

—¡Mi teniente coronel, tenemos contestación del Gobierno! —Carlos Pozuelo reclamó su atención blandiendo un sobre oficial que acababa de recibir de manos de Andrés. Se levantó para dárselo en mano—. El teniente Urgazi lo recibió ayer y ha volado de madrugada para que lo tuviéramos a primera hora. Al parecer, desde Madrid nos urgen a que lo estudiemos.

El sobre estaba lacrado. Yagüe lo abrió y se entretuvo unos minutos en leerlo. Al terminar ordenó que fuera transmitido por cable a los generales Sanjurjo, Mola y Franco.

—Esperaremos a ver qué dicen, pero me temo que ya no hay vuelta atrás. La oferta que nos hace el Gobierno es generosa, pero lo tenían que haber hecho mucho antes. Desde Pamplona el general Mola ha puesto en marcha tres columnas motorizadas hacia Madrid, y Burgos y Valladolid están participando con otras dos. Por el contrario, en Barcelona el alzamiento ha fracasado, y en Valencia y Bilbao también, lo que va a retrasar nuestra victoria final. En cuanto caiga Madrid, las demás lo harán también. Ahora no estamos para inútiles parloteos con los políticos, necesitamos aviones para transportar nuestras tropas a la península, porque en barco lo tenemos difícil. Desde hace unos días, el Estrecho está siendo fuertemente vigilado por varios buques de la Armada que aparecieron poco antes de nuestro levantamiento. No sabemos quién los pudo avisar, pero juro que si un día lo averiguo lo mataré con mis propias manos.

Andrés, sentado en el salón árabe del cuartel de Regulares junto al resto de agentes, y a la espera de nuevas órdenes, escuchaba las explicaciones de quien se había hecho cargo del mando de la Legión tras el fusilamiento del coronel Molina, noticia que le había espantado e intranquilizado profundamente. Aparte del aprecio personal, la falta de aquel hombre iba a complicar muchísimo su situación. El coronel había sido su único contacto dentro de aquella red de contraespionaje; a él le pasaba las informaciones que obtenía, y solo de él recibía las órdenes pertinentes. Al hilo de las sospechas de Yagüe, imaginó que el informe que le había hecho llegar tras su aventurada incursión nocturna en aquel cañonero había influido en las decisiones de la Armada, que de repente había mandado al Estrecho a sus mejores destructores.

Apenas había tenido tiempo de conocer los motivos del fusilamiento de Molina, solo lo que le había contado Carlos Pozuelo minutos antes de entrar a aquella reunión. Según sus palabras, su muerte estaba justificada por la inquietud que suscitaba su conocida posición política, pero sobre todo por la dubitativa posición que había adoptado ante el levantamiento, el día más crítico entre todos, el dieciocho.

Un ayudante de Yagüe entró en la sala sin miedo de importunar.

—Mi teniente coronel, el agregado militar de Italia señor Luccardi, al teléfono; le hemos pasado la llamada a su oficina. Dice que es muy urgente.

El teniente coronel pidió que lo esperaran, dado que aún tenían que explicar sus nuevas responsabilidades y misiones. Una vez en su despacho y a puerta cerrada, descolgó el teléfono al responsable de los servicios secretos italianos en Tánger.

—Amigo Giuseppe, Yagüe al aparato.

—Juan, lamento tener que anunciártelo, pero el envío de los aviones que nos pedisteis se va a tener que retrasar.

—¿Cómo dices? —explotó en tono furioso—. ¿Qué significa eso? Se nos había asegurado que… ¿Hablamos de horas o de días?

—Espero que solo sean días. Nuestro Duce ha estado recabando información en Inglaterra y Francia a través de nuestros agentes especiales para conocer la posición que adoptarán sus gobiernos en respuesta a vuestro alzamiento, y como parece que no está encontrando una postura clara y unánime, prefiere no adelantarse. Lo terminará haciendo, no lo dudes, pero de momento prefiere esperar unos días más.

—No podemos esperar unos días más. Nos jugamos el éxito en las próximas horas. Si no actuamos ahora con la debida contundencia, nos arriesgamos a un fracaso. Han de saber lo importante que es nuestro pedido; necesitamos esos aviones. Por favor, transmítelo a tus superiores de Roma.

—Lo haré, pero no esperes mucho. Te recomiendo ir pensando en alguna solución alternativa, aunque sea transitoria.

—De todos modos, mantenme informado, por favor.

Yagüe dio por terminada la conversación indignado. No había querido contarle que ya se había puesto en marcha otra vía de trabajo. Dada la amistad que tanto él como el general Franco tenían con el empresario nazi Johannes Bernhardt, habían decidido trasladarlo a Alemania en compañía del responsable de la aviación sublevada, Francisco Arranz, y de un tercer empresario, Adolf Langenheim, este último con excelentes contactos en la cúpula del partido. Los tres iban a solicitar una entrevista personal con Hitler. Esperaban hacerlo aprovechando la llegada de un vuelo de correos de la Lufthansa a Tetuán el día veintitrés. Su principal objetivo sería explicar de primera mano al Führer cuáles eran los planes del alzamiento y cuáles los beneficios que obtendría si los apoyaba, solicitándole inicialmente solo diez aviones de transporte y algún cazabombardero. Se había ideado esta solución dado que las primeras peticiones cursadas al Ministerio de Guerra alemán en ese mismo sentido no habían dado ningún fruto. La alta diplomacia germánica estaba tomando la misma posición que el resto de gobiernos europeos: evitar alinearse con uno de los bandos, a la espera de más información. Con esa postura no se estaba atendiendo a las recomendaciones que había hecho el propio contralmirante Canaris, como responsable de los servicios secretos alemanes, para que Alemania apoyara sin fisuras a los militares que se habían rebelado contra el Gobierno.

El teniente coronel, nada más colgar el teléfono, dio orden a su ayudante de que informara al resto de generales sobre la indecisión del máximo dirigente italiano. Su despacho estaba situado en el torreón norte del poderoso cuartel de Regulares que tenía la ciudad. Desde su amplio ventanal divisó el palacio del Alto Comisionado, donde en esos momentos despachaba el general Franco como nuevo jefe militar de los ejércitos de África. Deseó que sus gestiones con Alemania fueran fructíferas para que, de una vez por todas, sus legionarios iniciaran la conquista de la Península.

Le pasaron un cable urgente.

Al volver al salón árabe encontró a los agentes del servicio secreto en animada conversación. Su gesto desolado no pasó desapercibido a ninguno de ellos. Se instaló un inmediato silencio. Con voz temblorosa les leyó la información que acababa de recibir.

—Señores, he de transmitirles una terrible noticia… El general Sanjurjo, primera cabeza de nuestra acción armada, acaba de tener un accidente en el avión que lo llevaba desde Lisboa a España para empezar a dirigir las acciones armadas. Que Dios lo tenga a su lado. —Miró a todos con solemnidad—. Supongo que en pocas horas sabremos quién lo relevará, pero mientras eso ocurra, aparte de pedir sus oraciones por el alma del fallecido, les ruego que vayan tomando conciencia de la máxima importancia que tienen los trabajos que les vamos a encomendar. En estos momentos, y más que nunca, necesitamos conocer los planes de nuestro enemigo antes de que pueda ponerlos en marcha. Hemos de neutralizar sin ninguna demora a los agentes que se han quedado sirviendo en el otro bando, y soy consciente de que muchos son amigos. Necesitamos manejar con absoluta eficacia el abultado flujo de informaciones que en estos momentos se está produciendo entre las legaciones diplomáticas de los diferentes países con sede en Tánger, así como las respuestas que estas puedan empezar a mandar al Gobierno de la República o entre ellas mismas. Hemos de conocer qué piensan hacer, cómo ven nuestra causa y qué pasos pretenden dar, para sacar una ventajosa posición cuando nos sentemos a conversar con ellos. Así mismo, tendremos que bloquear cualquier entrega de armamento desde los gobiernos que parecen mostrar una mayor afinidad con el de la República, y evitar a toda costa la financiación de nuestro adversario. —Hizo una larga pausa, se echó las manos a la espalda y recorrió el perímetro de la sala mirándolos uno a uno—. Señores míos, los necesitamos. Queremos que sean ustedes los que se encarguen de cubrir esas misiones. Están escuchando no solo la voz de un superior, sino la de la misma España que está pidiendo a sus mejores hijos que lo den todo por ella. Desde hoy, han de servir a la patria desde su valentía, armados con su propia perspicacia e intuición, y henchidos de fervor guerrero. Pero protéjanse bien. No nos podemos permitir ninguna baja entre ustedes.

—¿Seguiremos en el protectorado o pasaremos a la Península, mi teniente coronel? —preguntó uno.

—La mayoría seréis enviados a la Península, a nuevos destinos que en breve se os darán a conocer; algunos hoy mismo. Durante los próximos días, a medida que se vayan resolviendo de una forma u otra los diferentes frentes de guerra que permanecen abiertos, repartiremos las misiones. —Se dirigió a los cuatro tenientes del grupo—. Ustedes permanezcan sentados; serán los primeros en conocerlas. Los demás pueden irse. ¡Arriba España!

Todos los presentes corearon el mismo lema.


Date: 2015-12-24; view: 533


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