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AHORA ESTÁS A MI LADO 23 page

Cuando Luther y Eva Mostz llegaron a la aristocrática población donde aquella mujer vivía, a unos setenta kilómetros al sureste de Londres, quedaron impresionados por la magnitud y riqueza de sus mansiones. Recorrieron el centro desde la estación de tren, buscando la Bishops Down Road, donde se encontraba la residencia de Dorothy. Tras dejar atrás una calle porticada repleta de buenos comercios y dos grandes balnearios que anunciaban unas saludables aguas ferruginosas, las que habían dado tanta fama a la población, alcanzaron una mansión de estilo colonial que coincidía con el número y la calle de destino. Sin duda esa era la vivienda de la presidenta del Bulldog English Club.

Frente a la puerta principal Eva estudió su reflejo en el cristal. Se abrochó el botón superior de la chaqueta, buscó el mejor ángulo de su sombrero y terminó colgándose amorosamente del brazo de Luther. De cara a la presidenta del Bulldog Club, y tal y como se lo había hecho saber a su acompañante, ella adoptaría el papel de amorosa esposa; la clásica mujer supeditada a su hombre, poco habladora y tranquila, para así correr menos riesgos de que la inglesa quisiera ahondar mucho en su pasado. La idea no le pareció mal a Luther, quien era el más interesado en el éxito de la operación para volverse cuanto antes a Grünheide y recuperar a Katherine.

Una mujer de saludable aspecto les abrió la puerta.

—Encontrarán a la señora en el club de golf.

Luther se quedó algo desconcertado, dado que habían sido citados justo a esa hora por Dorothy cuando hablaron por teléfono la tarde anterior.

Preguntó a la mujer si el campo quedaba lejos de allí.

—Como no hemos venido en coche…

—Uy, tampoco lo necesitarían. —Salió al porche del edificio y señaló a su derecha, apoyándose en una de las columnas que soportaba la planta superior—. Tomen esa dirección, y cuando hayan pasado la cuarta casa doblen por la segunda calle y lo encontrarán. Lo raro es que no haya llegado todavía. Se habrá retrasado por algún motivo.

Eva, en un inglés casi perfecto y con un tono de lo más candoroso, preguntó si podía dejar allí la caja de bombones que traían de cortesía, para no ir con ella hasta el campo de golf.

—¡Cómo no…! ¿Miss…?

—Krugg. Señora Krugg —respondió Eva con una angelical sonrisa.

De camino al campo acordaron unos mínimos datos personales para no verse comprometidos en el caso de que se interesara por cosas como cuánto llevaban casados, dónde vivían, en qué ciudad habían nacido o cosas por el estilo. Eva lo miró de reojo y trató de rebajar la tensión entre ellos adoptando una actitud tranquila. Pensó en la trayectoria del personaje que iban a conocer.



—La verdad es que debe de ser una mujer bastante interesante —apuntó, manifestando un agudo escalofrío. El frescor de la arboleda que atravesaban, a solo cincuenta metros ya de la entrada al club deportivo, había hecho bajar la temperatura algunos grados.

—Sin duda debe de serlo, sí —respondió Luther sin ganas de darle conversación.

Ella lo miró, aburrida de su deliberada indiferencia.

Dorothy Pearson no tendría los treinta y cinco. Vestía falda larga, chaleco de lana y camisa blanca con corbata. Cuando la saludaron acababa de completar el hoyo con dos golpes bajo par, y su sonrisa mostraba una honda satisfacción al haber compensado un anterior recorrido no demasiado acertado.

—Herr Krugg, es un placer tenerlo por aquí. —Le estrechó la mano con una inusual fuerza. Un gesto que confirmaba su arrolladora personalidad—. Señora… ¿Han tenido un buen viaje?

—Excelente, gracias —contestó Eva, luciendo sus peculiares ojos de color lila junto a una encantadora sonrisa que mostraba su blanca dentadura.

—Miss Pearson, después de las excelentes referencias que me han dado de usted, tenía muchas ganas de conocerla —intervino Luther, mirando cómo metía el putter en una larga bolsa de cuero.

Ella sonrió con cortesía, y llamó a su caddie para que se hiciera cargo de los palos. El chico, muy joven, vino en su ayuda desde un penacho de bosque, entre dos hoyos, acompañado por un precioso bulldog. A Luther se le iluminó la cara cuando lo vio. Dorothy lo notó al instante.

—Les presento a King White, mi mejor ejemplar.

Luther lo estudió mientras caminaba. Cabeza enorme y morro hundido, la cara surcada por cuatro arrugas, incluidas las dos de su corta nariz. Mostraba un pecho muy musculoso y abierto, con las patas anteriores rectas y firmes, pero muy separadas entre sí y con los codos muy bajos. Apoyaba los pies como si estuvieran vueltos hacia afuera y mantenía los dedos bien abiertos. El pelo de su capa era casi blanco y se trataba de un macho, de unos veinticinco kilos.

—¡Hola, King! —Eva se acuclilló cuando lo tuvo a su altura. El perro la miró desconfiado.

Dorothy se interpuso entre ellos y le recomendó esperar a ser presentados por ella.

—Estos perros, por suerte, han perdido su legendaria ferocidad, pero no del todo. Tenga cuidado con ellos.

Los ojos oscuros del can miraron a los de su ama y adivinó su orden antes de que se la diera. Dotado de una paciencia infinita, se dejó colocar por sus manos hasta conseguir de él la típica postura de concurso, para que Luther lo estudiara mejor.

—Es fantástico… ¡Qué fortaleza y qué clase tiene!

Lo rodeó observando con detalle su tercio posterior, caracterizado por el mayor tamaño de sus patas frente a las delanteras, con unos corvejones bien aplomados y doblados hacia dentro. Le llamó la atención su poderoso cuello, corto, y con un grueso pliegue de piel por debajo, a la altura de la garganta.

El perro empezó a respirar con fuerza por la nariz emitiendo un sonido similar a un ronquido.

—¿Por qué hace eso? —preguntó Eva, guardando una prudente distancia con el animal.

—Si quieren se lo voy contando de camino a casa. Pronto será la hora del té y empieza a refrescar. Síganme.

Dorothy les fue explicando el porqué de su corto morro, herencia de sus antepasados que eran usados para combatir fieros toros en unos espectáculos que habían causado furor en Inglaterra desde el siglo XIII hasta el XVIII. Detalló que se trataba de luchas con apuestas entre un toro embravecido, anillado y atado por una cuerda, y uno o varios perros que se lanzaban contra el enorme animal y lo mordían en los morros y belfos hasta inmovilizarlo. Cuando lo conseguían se daba por terminada la pelea. La presencia de las arrugas por encima de la boca y fosas nasales les facilitaba no ahogarse con la sangre de sus víctimas, al resbalar por ellas mientras mordían, poniendo así todas sus fuerzas en ello. Dorothy justificó del mismo modo el aspecto de sus ollares, tan abiertos y en ángulo, para que así pudieran respirar sin soltar a su presa en ningún momento, bien apretadas sus mandíbulas. Otras razas, con otras formas de boca y nariz, según explicó, necesitaban abandonar la mordida para poder respirar.

Al llegar a la mansión, Dorothy decidió enseñarles el criadero antes de tomar el té. Estaba al fondo de una larga pradera arbolada, en su periferia.

—Ahora tengo veinticinco animales entre machos y hembras. Bueno, y en este momento diez cachorros de dos camadas. Son maravillosos de pequeños. Pero cuénteme, ¿qué es lo que en realidad puedo hacer por ustedes?

Luther le explicó sin entrar en demasiados detalles dónde trabajaba y cuáles eran sus planes con la extinta raza de los bullenbeisser, así como la recomendación que le había hecho el doctor Nores. Eva, callada, iba mirándolo todo. Llegaron a unos galpones de madera con unos parterres enrejados anexos, por donde empezaron a verse los primeros perros.

—Todavía no conozco en persona al joven doctor Nores, pero en efecto nos une una larga amistad epistolar, y por lo que sé, debe de haber hecho un gran trabajo con su dogo. Hace años me pidió dos machos y dos hembras, hijos de mis mejores animales, y pasado un tiempo de habérselos enviado me llegaron unas fotografías del producto final; asombroso, y por otro lado curioso. Me explico. Me gusta jugar a identificar similitudes entre el carácter y el físico de una determinada raza de perro con su país de origen, o con sus dueños. Y entre la foto del doctor y el perro que consiguió crear, he encontrado más de una.

Luther observó a la primera hembra que acababa de salir de uno de los jaulones, e instintivamente contrastó la teoría con su misma ama.

—Recibo la justa pena a mis palabras. —Se rio con ganas—. Pero no, por suerte no es ese mi caso. La raza bulldog está ganando cada día más adeptos en Inglaterra y no solo por razones históricas. El temple, la bravura, inteligencia y fortaleza de estos animales definen bastante bien la personalidad de mis conciudadanos. Somos un pueblo orgulloso de sí mismo, de sus leyendas, de sus costumbres y hasta de nuestras manías. Como imagino les sucederá a ustedes.

Eva se dispuso a dar respuesta al comentario con otra pregunta.

—¿A qué perro cree que nos asemejamos los alemanes?

Dorothy retiró el cerrojo del siguiente jaulón donde guardaba a dos madres que amamantaban a sus cachorros.

—Antes de responderle en concreto, he de empezar diciendo que miramos a su país con bastante preocupación —apuntó con cierta cortesía, muy a pesar de su verdadera opinión—. Y en ese sentido, temo decir que las razas que mejor encajan con el momento actual que vive su país, a la sombra de sus inquietantes dirigentes, son la rottweiler y la dóberman.

—No tema, comprendemos perfectamente su punto de vista. —Eva se empleó a fondo con su cinismo—. Puede expresarse con toda libertad. Somos muy poco amigos de los desvaríos que defiende el Partido Nazi.

Luther la miró indignado, pero lo disimuló para que no se diera cuenta la británica.

—Pues dicho eso, se lo agradezco, sí. Porque no comprendemos cómo han podido llegar a ascender a ese monstruo…, a ese Hitler… Sus ideas antisemitas, fascistas y expansionistas nos inquietan, y mucho —confesó mientras recogía un diminuto cachorro de menos de un mes.

—También nos preocupan a nosotros —afirmó Eva. Pero en esa ocasión, por el motivo que fuera, su convicción sonó más débil.

Dorothy la observó un instante, pero no comentó nada.

Desde que los había visto aparecer en el campo de golf le había parecido que en aquella pareja había algo que no encajaba. No sabía el qué, ni tampoco por qué lo presentía, pero sobre todo la mujer le producía desconfianza. La encontraba falsa. De repente, su pensamiento se vio ensombrecido por una duda. Se dirigió a Luther.

—En la primera carta me pidió colaboración con su proyecto y hoy me lo ha explicado mejor. Tratándose de una gran autoridad en genética como es usted, desde luego no tengo ningún inconveniente en cumplir con sus deseos. Pero, ahora bien, también le digo que me negaría en rotundo si sus objetivos coincidieran con algún plan ordenado por esos mandatarios nazis. No es que desconfíe de su palabra, pero ¿me podría dar alguna prueba sólida de que no es así?

Luther se puso a ello, garantizando que su interés era exclusivamente científico. Intentó hacerlo poniendo en ello toda su voluntad, dada la distancia que estaba empezando a tomar la mujer. Pero Dorothy parecía estar más atenta a Eva que a sus palabras. Vio cómo tomaba en brazos a un pequeño cachorro y lo acariciaba después con ternura. El animal se acurrucó sin abrir los ojos, mientras Eva le rascaba su gorda barriga llena de leche. Y fue entonces cuando Dorothy observó las manos de la mujer y no encontró ningún anillo de casada. Sin embargo, él sí lo tenía. Sus anteriores dudas se convirtieron en sospechas, por no decir certezas. No entendía muy bien qué estaba pasando allí, pero su instinto la empujó a tomar una decisión. Recogió el cachorro de los brazos de Eva y se lo devolvió a la madre. Con tono áspero los invitó a abandonar el jaulón. Su expresión había cambiado por completo.

Sin haber dado ni dos pasos de camino hacia la casa, se dirigió a ellos muy seria.

—Les voy a ser totalmente franca. Presiento que no han venido a mí con la verdad por delante. Así que, dadas las circunstancias, y como no lo termino de ver claro, he decidido que no les voy a vender ni uno solo de mis perros. Lamento haberlos hecho viajar en balde, pero acabo de tomar una decisión en firme. ¡No hay trato! Los acompaño hasta la calle.

Luther no supo qué decir.

El fracaso de la misión no era una buena noticia para él. Retrasaría fatalmente los objetivos del proyecto bullenbeisser, supondría un serio revés a sus planes y ayudaría más bien poco a mejorar su situación personal delante de sus promotores, bastante delicada, y mucho menos a recuperar a su mujer.

Eva intentó quemar un último cartucho.

—Miss Pearson, perdóneme, pero no acabo de entender su cambio de actitud. Estamos dispuestos a pagar los que nos pida por ellos, y estamos hablando solo de perros.

Dorothy miró a Eva directamente a los ojos y respondió frunciendo el ceño.

—Desconozco qué motivos os mueven, pero tú no eres su mujer. Y por mucho dinero que me ofrecierais, no me movería ni un milímetro de esta postura. Me niego a poner a mis perros en manos de alguien a quien no veo venir con transparencia. ¿Queda suficientemente claro, o preferís que avise a la Policía para que sepan que en el pueblo hay un par de nazis? Porque eso es lo que sois, ¿verdad?

—Dejémoslo así, miss Pearson. Nos ha quedado muy clara su posición, y en ese sentido ruego que disculpe todas las molestias —intervino Luther, cogiendo del brazo a Eva para buscar la salida de la finca.

Estaba a punto de hacerse de noche cuando abandonaron la señorial avenida y tomaron camino hacia la estación de tren, al principio callados. Sin embargo, Eva no paraba de pensar. No quería verse delante de sus superiores teniendo que explicar aquel fracaso.

Cuando solo habían recorrido la mitad de la calle comercial, y nada más haber dejado atrás una curiosa tienda de perfumes, Eva se detuvo frente al escaparate de una casa de té, abrió la puerta haciendo sonar un juego de campanillas y señaló a Luther la entrada.

—¿Y ahora qué quieres? —preguntó él con acritud.

—Si esa estirada y absurda mujer, de corte repugnantemente británico, no nos los ha querido vender, no hay otra solución: se los robaremos.

—Pero ¿qué dices?

Eva pidió dos tazas de té y unas pastitas cubiertas de mermelada que desde el mostrador estaban pidiendo que alguien se las comiera.

Una vez servidos, comentó sus planes en voz baja.

—Estás loca… Nos cogerán y será todavía peor. Ya verás.

—Luther, no estamos tan holgados de oportunidades como para andar descartando planes.

—No lo hago, solo pienso en cómo ser eficaz. Si no hubieras venido conmigo, quizá el plan inicial no habría fallado.

—De nada sirve lamentarnos, ahora hemos de ser inteligentes y calcular las consecuencias de este fiasco. Porque, si piensas que solo me afectará a mí, estás más que equivocado. Declararé lo que considere necesario para inculparte. Por otro lado, no olvides que cuando a mi gente le toca solucionar problemas serios, y este puede ser uno de ellos, lo hacen poniendo un metro de tierra por encima. Y si no, pregúntaselo a tu amigo Dieter.

—¿A qué viene lo de Dieter ahora? ¿Me estás diciendo que lo habéis matado? —Se llevó las manos a la boca.

—Claro. El mismo día de nuestra salida de Bremen —contestó impávida—. ¿O qué esperabas que hiciéramos con un tipo como él? ¿De qué otro modo podíamos actuar con alguien que traiciona a su país desde sus artículos, siempre con veladas críticas al partido, y que es pillado in fraganti cuando intentaba sacaros de Alemania?

—Solo sois unos asesinos. Un día pagaréis por todo lo que estáis haciendo. —Se mordió los labios, ahogándose las ganas de romperle la cara en esos momentos.

—Insúltanos lo que quieras, pero quédate con una sola idea: recuerda dónde estamos, y a ser posible dedica toda tu cabeza a pensar únicamente en cómo hemos de actuar aquí y ahora. Y da gracias a que todavía estamos a tiempo. Así que pongámonos ya a acordar cómo vamos a hacerlo, y sobre todo decidamos cuándo. ¿Has podido ver dónde estaban los cachorros? ¿Podríamos separar alguno de sus madres sin que se nos muriera de camino por falta de leche?

Luther, todavía afectado por la noticia del asesinato de Dieter, preguntó por Katherine.

—Ahora no estamos para esas cosas, sino para pensar en cómo salir con éxito de esta —contestó con toda su indolencia—. Pero, por si te sirve de algo, a tu mujer no le pasará lo de Dieter Slummer si vas avanzando en tus objetivos. Cuanto más tardes en alcanzarlos, más tardarás en verla.

Luther empezó a valorar la viabilidad del plan. Era una locura, pero tendrían que hacerlo.

—He visto a dos que estaban a punto de destetar. —Miraba a Eva y se acordaba de Dieter. Colaborar con aquel monstruo le parecía un despropósito, pero pensó en su mujer, su única manera de soportarlo—. ¿Cómo vamos a hacer para que no nos cojan? Dorothy Pearson nos denunciará en cuanto lo descubra.

—Lo sé. Por eso hemos de hacerlo ya, hoy mismo. Hay que jugar con el factor sorpresa y con los tiempos. Entramos en el criadero una vez se haga por completo de noche, nos hacemos con ese par de cachorros y tomamos el último tren a Londres. Si extremamos todas las precauciones, ella no se enterará hasta mañana por la mañana. Y para cuando lo haga, podríamos estar volando hacia Alemania.

* * *

Al día siguiente, en Tetuán, el sol apretaba con tantas ganas que no parecían las ocho de la mañana.

Carlos Pozuelo conducía su coche y Andrés Urgazi iba a su lado. Acababan de desayunar unos pasteles típicos de Tetuán, una especie de serpiente de hojaldre rellena de almendra que ahora notaba flotando por el interior de su estómago. Tampoco ayudaba mucho la agitada conducción que practicaba su jefe dirigiéndose a un bosque al este de la ciudad, donde iban a poder hablar con mayor tranquilidad.

Andrés no estaba seguro de lo que su nuevo responsable en la SSE le iba a contar. Después de la rocambolesca huida del cañonero Eduardo Dato, no se habían vuelto a ver. Pero Carlos había insistido mucho en ir a aquel recóndito lugar.

La sierra de Beni Hosmar, paralela a la costa, se caracterizaba por la gran cantidad de cedros y pinos marroquíes, algunos de ellos centenarios. Formaban un enorme bosque húmedo de escarpadas colinas y paseos agradables por sus zonas más llanas. Nada más aparcar en una explanada, al abrigo de un conjunto de pinsapos, y constatar que estaban solos, se decidieron a salir del vehículo.

Carlos recogió su chaqueta del maletero y señaló a dónde quería ir.

—A poca distancia de aquí, hacia el oeste, existe una hermosa cascada que suele tener agua incluso en este tiempo. Allí estaremos más frescos.

Caminaron unos quince minutos hasta alcanzar el alto de un risco, desde donde se precipitaba un chorro de agua de respetable altura. A la sombra de un vecino pinar, buscaron un tronco caído y se sentaron.

Carlos se encendió un cigarrillo y le dio dos profundas caladas antes de hablar.

—Andrés, si hemos venido hasta aquí es para evitar que la misión que te vamos a encomendar sea interceptada por algún agente enemigo. Verás que se trata de un asunto de trascendental importancia. —Se le acercó para hablar en voz más baja—. Necesitamos que estés disponible en Madrid a mediados de julio para una misión relámpago. Tendrás que ir con el beneplácito de Molina para que nadie sospeche de ti, por lo que vete pensando cómo justificar el viaje. Y en cuanto a tu tarea, una vez estés allí tendrás que entrevistarte con una altísima personalidad del Gobierno, un día determinado que sabrás a su debido tiempo. Le llevarás un mandato y una carta que recibirás el día anterior al viaje, y que solo a él podrás entregar. Esperarás a que los lea y volverás con su contestación. Por tu propia seguridad ahora no te daré más detalles, pero quiero que sepas que en tus manos viajará la solución al crítico momento que vive nuestra patria o supondrá su suicidio.

—¿Ya está decidida la fecha que tanto esperamos? —Andrés tragó saliva sintiendo la gravedad de su tarea.

—Parece ser que sí. Y también cómo ha de empezar todo.

TERCERA PARTE


Date: 2015-12-24; view: 511


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