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AHORA ESTÁS A MI LADO 12 page

—Excelente, señor —contestó, manteniendo las formas.

Von Sievers indicó dónde podía tomar asiento.

—Llámeme Wolfram de ahora en adelante. Espero mantener un estrecho y provechoso contacto con usted.

Luther tragó saliva sin imaginar qué lo podría justificar.

El hombre empujó dos libros desde el otro extremo de la mesa y los abrió por las señales que había dejado colocadas de antemano. De un vistazo, Luther no entendió qué tenía que ver. Wolfram tomó la palabra.

—Le hemos hecho venir hasta este castillo por motivos relacionados con su trabajo, como puede imaginar. Y para no demorar más el tema, paso a explicarle lo que queremos de usted. Necesitamos que empiece a colaborar con la fundación Ahnenerbe: una sociedad recientemente establecida dentro de las SS que persigue la investigación y enseñanza de nuestra ancestral herencia. Sus referencias profesionales son las mejores para acometer los planes que estamos ideando, y a ellas se les suma la alta opinión que sobre usted tiene nuestro gruppenführer Heydrich. Eso es más que bueno para su futuro; esté seguro de ello. Pero yendo al grano, ha de ayudarnos a cumplir un verdadero sueño, un sueño que la fundación Ahnenerbe ha adoptado desde la inspiración de nuestro líder Göring.

Luther lo escuchaba con una especie de amarga ansiedad. La poca curiosidad por conocer de qué trataba aquello estaba directamente relacionada con el seguro rechazo que le produciría. Devolvió su atención a los libros para evitar la incisiva mirada del hombre, y vio dos grabados en los que aparecían unos perros atacando a un feroz oso.

—¿Qué sabe sobre la raza de perros bullenbeisser? —inquirió Wolfram.

—Que es una raza extinguida. La estudié en la carrera, y hasta podría ser capaz de recordar algunos detalles de su fisonomía, pero no mucho más. —Señaló los dibujos de ambos libros—. ¿Son estos, verdad?

—Cierto. —Von Sievers tomó entre sus manos el ejemplar más voluminoso, buscó otra página marcada y se lo devolvió para que la mirara—. No soy hombre de circunloquios y tampoco me gusta hacer perder el tiempo a la gente, por lo que le voy a plantear lo que queremos. ¿Cuánto tiempo necesitaría para poner un perro como este en mis manos? ¿Cuánto tiempo para devolver a Alemania uno de sus animales más emblemáticos y valerosos?

Luther se quedó sin habla.

—La contestación es rápida: ninguno. Porque es imposible.

Wolfram no se inmutó con su respuesta.

—Por lo que me han contado de usted, esas palabras salen de su boca con demasiada frecuencia.

Luther tuvo que reconocérselo, pero insistió en la imposibilidad del nuevo encargo.



—No me diga que no puede, pídame todo lo que necesite, por extraño o costoso que le parezca —contrarrestó Von Sievers—. En esta sala, como en otras cuatro más que posee el castillo, hemos reunido miles y miles de libros sobre los más variados temas de nuestro pasado: cultura, religión, folclore, mitología, antiguas tradiciones, biografías de nuestros magnos antecesores. Estamos seguros de que, al igual que hemos localizado estos dos dibujos que acaba de ver, aparecerán otros trabajos con las pistas necesarias para que su actual negativa se transforme en una solución viable. Pero antes de dar cualquier paso, requerimos en usted una actitud algo más abierta.

—No digo que no sea así, pero me parece un trabajo ímprobo.

—Ya hemos puesto a un numeroso equipo de personas a buscar. No se preocupe; esa no será su tarea. En cuanto localicen cualquier referencia que pudiera serle útil, se lo haremos saber. Pero esa sería la parte más sencilla de lo que esperamos de usted. Porque nuestro principal cometido es emplear sus importantes conocimientos en genética para averiguar qué otras razas pueden haber heredado la sangre del bullenbeisser. Superada esa primera fase, tendría que elegir entre ellas cuáles son las más directas y reunir cuantos ejemplares necesitase para recomponer la raza originaria. En definitiva, se trataría de extraer los orígenes del bullenbeisser desde sus herederos. Sabemos que no es una tarea fácil, pero confiamos en su capacidad. Y como ya le he avanzado, no repararemos en invertir el dinero que sea necesario.

Luther reconoció que el enfoque podía dar resultados, y desde un ángulo científico le pareció un fascinante reto, un trabajo descomunal y lento, pero atractivo.

—Vuelvo entonces a preguntarle. ¿Cuánto tiempo necesitará para ponerme un perro como estos en mis manos?

Luther fue consciente del compromiso. Lo meditó durante unos segundos.

—Quizá no menos de diez años para empezar a tener algo.

Von Sievers se mostró completamente indignado.

—¿Se ha vuelto loco? No le estamos pidiendo que levante las pirámides de Guiza; solo que mezcle unas determinadas razas para recrear otra. Se ha de hacer en menos tiempo. No me venga con estrecheces mentales más propias de otros siglos…

Luther admitió la posibilidad de acelerar el resultado si bajaba el número de cruces para hacer, eso sí, con más dudas sobre el resultado final, como así le razonó.

—Y entonces, ¿qué tiempo le llevaría?

—Quizá en dos o tres años tendríamos los primeros resultados. No sé.

Von Sievers se palmeó las rodillas encantado con la nueva solución y agradeció su flexibilidad. Dispuesto a dar por terminada la entrevista, no quiso que se fuera sin dejarle claro una vez más cuál tenía que ser desde ese momento su único objetivo.

—Usted trabaje, sueñe, y hasta coma, pensando solo en el bullenbeisser. Le adelanto que en los próximos días llegarán a Grünheide dos órdenes directas de Heydrich que no han de ocupar ni un solo segundo de su tiempo; hablaré con su jefe Stauffer para que lo tenga en cuenta. Será a él a quien pidamos que nos envíe a este castillo los diez pastores alemanes más fieros que tengan, y más importante todavía, que incremente en un cincuenta por ciento la producción de perros para cubrir las necesidades de los nuevos campos que se van a abrir.

—Lo de los diez perros no va a suponer ningún problema, pero dudo que Grünheide esté capacitado para alcanzar el nivel de entregas que pretenden exigir a mi jefe.

Von Sievers le recriminó su comentario recordándole el único asunto que tenía que ocupar su mente.

—Hágame caso… Usted solo piense en el bullenbeisser. —Se levantó de la silla, le estrechó la mano emplazándolo a verse en menos de un mes, y lo acompañó hasta la puerta de salida del castillo—. ¡Ah! Se me olvidaba. Heydrich me ha encargado investigar su historial personal y familiar. —A Luther se le paralizó el corazón—. Ha de comprender que, dada la importancia de los asuntos que le estamos encomendando, no podemos tener la mínima sospecha sobre usted. Imagino que no nos vamos a llevar ninguna sorpresa en ese sentido, ¿verdad?

—Por supuesto. No… Claro que no.

 


XIX

Campamento de la Legión española

Dar Riffien

Protectorado español de Marruecos

18 de junio de 1935

 

 

Un mes después de haber pisado suelo africano y de sentir cómo su piel volvía a tostarse por efecto de un sol que apenas había conocido en Asturias, Andrés empezó a preocuparse por su situación. Su bandera seguía destinada en tierras astures, su jefe no terminaba de decir para qué lo quería allí, y se pasaba los días sin apenas saber qué hacer.

Aquel silencio le estaba matando.

Hasta que una tarde le citó en su despacho. Su superior, nada más verlo entrar, lejos de seguir en su mesa de despacho, le ofreció asiento en una cómoda butaca con objeto de restarle formalidad a la conversación, dada su buena amistad.

—Andrés, supongo que estarás deseando saber por qué te estoy reteniendo en Dar Riffien sin tus hombres.

Molina se sirvió una copa de brandy y le puso otra.

—He de reconocer que un poco sí, mi coronel.

—Como habrás comprobado, durante las pasadas semanas apenas he parado por el cuartel, por lo que tampoco hemos tenido muchas oportunidades de vernos. Sin embargo, antes de comentarte mis motivos, me gustaría hablar un poco de Asturias. No imaginas cuánto me hubiera gustado estar con vosotros. Muchos días pienso que me falta acción y me sobran papeles. Pero, en fin… Dime, ¿cómo has visto la situación por allí?

—Si se me permite opinar, y no solo dar unos fríos datos, aquello es un cáncer que solo con armas no se va a curar. La gente necesita trabajo y unas mínimas condiciones laborales. Pero, sobre todo, más y mejores escuelas para que las próximas generaciones busquen su futuro fuera de la mina y de la actual miseria. Tal y como he podido constatar, de no hacerlo, volverán las protestas. —Probó el brandy y lo saboreó despacio.

El coronel confesó compartir su opinión y prometió transmitirla a donde pudiera ser tenida en cuenta. Con pocos oficiales había ganado tanta confianza como con Andrés y necesitaba compartir la inquietante visita de Millán Astray. Seguía preocupado desde entonces.

—Se está cociendo algo.

—¿A qué se refiere?

—Trátame de tú, como hemos hecho siempre en privado. —Sonó el teléfono en ese momento, pero no lo descolgó. Cuando cesó la llamada levantó el auricular para dar orden de que no le pasaran ninguna más. Necesitaba tranquilidad y tiempo para hablar sobre un asunto de extrema importancia—. Hay un grupo de generales y oficiales de alta graduación que últimamente frecuentan ciertos domicilios privados para mantener reuniones, digamos que, poco oficiales. La mayoría tuvieron cargos de responsabilidad y buenos destinos aquí en el protectorado. Como participaron en las guerras del Riff, recibieron condecoraciones y vertiginosos ascensos debido a sus indudables méritos militares, no lo niego. Millán Astray es uno de ellos, y hoy ha venido a tantearme.

A Andrés no le extrañaron las reservas que Molina mantenía sobre el fundador de la Legión, porque ya se las había escuchado otras veces. Pero sí la existencia de aquellos encuentros. Preguntó quiénes eran.

—Fanjul, Franco, Cabanellas, Goded, y casi estoy seguro de que también está metido nuestro jefe, el general Mola, desde su máxima responsabilidad en la circunscripción oriental del protectorado de Marruecos —alargó la última frase enfatizando su importancia—. Como comprenderás, de todo lo que hablemos no puede salir ni una sola palabra.

Andrés confirmó que así sería. La confianza era mutua.

El coronel añadió que casi todos aquellos nombres estaban adscritos a la Unión Militar Española, un grupo de militares contrarios a la República implicados en el golpe de Sanjurjo del treinta y dos. Andrés había escuchado cosas, pero no sabía que en ese momento estuviesen copando las unidades operativas, academias y jefaturas más importantes del país.

—Como respuesta a esa organización, a finales del año pasado se constituyó otra unidad de militares, en este caso completamente leales a la República, donde tengo buenos amigos y con la que confieso simpatizar: la UMA, Unión Militar Antifascista. —Se incorporó y caminó hacia la mesa de su escritorio. Buscó una llave que le colgaba del cuello y abrió un cajón con doble cerradura. De allí extrajo una carpeta y volvió a su asiento—. Pronto entenderás por qué te estoy contando todo esto —sentenció en un tono misterioso—. Pero antes, necesitas saber algo más.

A tenor de sus palabras, Andrés se empezó a inquietar. Nunca había hablado con el coronel de asuntos tan serios como de los que le estaba haciendo partícipe.

—Poco después del golpe de Sanjurjo, al ser Azaña ministro de la Guerra y por expreso deseo suyo, se organizó una oficina especial dependiente de su ministerio y persona, llamada Sección del Servicio Especial del Estado Mayor Central, conocida con las siglas SSE. La misión de esa oficina fue inicialmente de tipo informativo. Estaba planteada, específica y casi exclusivamente, para conocer quiénes eran leales a la República entre los miembros del ejército. Vamos, dicho de una forma más coloquial, una oficina de espionaje.

—Entre cuarteles se han escuchado rumores sobre ese departamento, pero en realidad nadie sabe qué hace ni quiénes lo forman —apuntó Andrés.

—Yo sé un poco más. Dentro de un momento entenderás por qué. —Bajó la voz para dar más confidencialidad a sus palabras—. A partir de los sucesos de Asturias, la SSE creció en agentes y en funciones, y se desdobló en dos. Se creó un nuevo servicio llamado de antiextremismo, y otro de contraespionaje, con las siglas SEA y SEC, respectivamente. Para que te hagas una idea de la importancia que hoy tiene el SSE, solo en este protectorado existen cuatro delegaciones: una en Tánger, otra en Larache y, cómo no, en Ceuta y Melilla. —El coronel se acabó el coñac de un solo trago, y vio llegado el momento de revelarle la verdadera causa de haberlo hecho venir desde Asturias antes de la fecha prevista—. Si te estoy contando todo esto es por dos motivos: el primero, porque tengo algo que ver con el servicio especial de contraespionaje; y el segundo, porque te he propuesto para que entres a formar parte de él.

Andrés sintió una sacudida mental al escuchar aquello.

Se rascó la nariz lleno de dudas.

—El máximo jefe de esos servicios te ha aceptado. Ahora solo falta que digas que sí.

—Bueno, no sé… Parece algo muy serio. ¿Qué tendría que hacer exactamente?

El coronel comprendió sus reservas, pero le pidió una decisión inequívoca. No podía detallarle nada sin contar con su previa lealtad al proyecto.

—Antes de explicártelo todo, debes definirte. ¿Te unes o no?

Andrés se revolvió en su asiento, incómodo por la presión a que se estaba viendo sometido. Era consciente de que se le pedía una respuesta a ciegas. Pensó con rapidez. De repente se vio a sus dieciocho años. Por entonces la Legión le había abierto las puertas sin preguntar sus razones ni ponerle una sola condición. Al recordarlo, entendió que solo podía responder de una manera. Se expresó con toda rotundidad.

—Estupendo; estaba seguro de tu comportamiento. —Estrechó su mano—. Bien, entonces te cuento hasta donde yo sé. La SSE necesita mejorar la calidad de la información que actualmente obtiene de las legaciones diplomáticas extranjeras que están presentes en la ciudad de Tánger, y quieren que seas tú quien lo haga. —Guardó unos segundos de silencio, se encendió un puro y siguió—. En apoyo de tu tarea, serías introducido en los ambientes diplomáticos de aquella ciudad para que puedas descubrir los nombres de sus principales agentes y obtener la información que circule por sus embajadas. Sobre todo la de Alemania e Italia, dadas las afinidades ideológicas que tienen con el grupo de militares bajo sospecha.

Andrés escuchaba, intentando disimular la congoja que sentía por la magnitud de la empresa, pero no le pareció acertado confesarlo.

—Podrás emplear todos los medios que consideres, establecer los métodos y recursos que encuentres necesarios, y dispondrás del dinero que te haga falta. Hasta ahora, ¿cómo lo ves?

—Me siento un poco abrumado, la verdad. Como bien sabes, no soy de los que se amilanan ante las dificultades, ni tampoco de los que vacilan ante una orden dada. Pero en este caso me surgen las dudas, quizá por mi inexperiencia en ese tipo de trabajos. O quizá porque desde fuera la propuesta parece muy muy compleja. No sé si estaré a la altura.

—Es lógico que ahora lo veas así, pero no debe preocuparte.

—¿A quién tendría que pasar la información?

—A un superior de la SSE que pronto conocerás. Pero tu pregunta nos adentra en un terreno un poco más complejo que debes conocer. Y me explico: oficialmente, el destinatario último de toda la información que hoy está generando la SSE es el general jefe del Estado Mayor Central, o sea...

—El general Franco —resolvió con rapidez Andrés.

—Exacto. Pero Franco forma parte de la UME… —durante unos segundos dejó en el aire esas últimas palabras, cruzó una pierna, se metió dos largas caladas a los pulmones y, entre volutas de humo y un corto ataque de tos, recuperó la conversación—, lo que significa que aquellos informes que puedan afectar a ese grupo de militares problemáticos de la UME me los tendrías que hacer llegar exclusivamente a mí, para enviarlos por cartera especial a una persona que por lógica no te diré quién es, pero te aseguro que detenta un gran poder político. Como ves, mi papel en todo este asunto es semejante al que tiene un jefe de agujas en una estación de tren. Tengo acceso a toda la información que se consigue, y la dirijo hacia un lado u otro. Puede parecerte algo enrevesado, pero en este momento y en este país todos dudamos de todos.

El teniente Urgazi tragó saliva y expuso su resumen.

—Por tanto, mi superior no tiene que saber que una parte de la información no se la pasaré a él, sino solo a ti. O sea, que he de jugar a dos bandas, si se me permite el símil.

—O a tres. Eso ya se verá. Sé que te estoy pidiendo un trabajo extremadamente delicado y no exento de riesgos, pero confío en ti, y por otro lado la SSE también. Andrés, estoy seguro de que no te falta valor, inteligencia y capacidad. Superas con diferencia a la media de los oficiales de nuestro tercio. —Abrió la carpeta que había recogido antes de su escritorio—. Por eso te propongo, ahora formalmente, que ingreses en la SSE, y también en otro selecto grupo, la Red Especial, cuya existencia es desconocida para la SSE y para casi todo el mundo. Una vez firmes este documento —le acercó un papel de color amarillo en cuyo membrete ponía «papel B»—, habrás entrado a formar parte de los servicios de espionaje del Gobierno. Porque para el otro trabajo que te pido colaborar, para la Red Especial, no existen registros.

Andrés ni lo leyó. Estampó su rúbrica sintiendo cómo la sangre de sus sienes palpitaba al mismo ritmo que su mano se movía sobre el papel. En su decisión había una parte de amor a la Legión, otra al espíritu de entrega que había aprendido de ella, y un poco de inconsciencia. Actitud esta última demasiado presente en su carácter y una de las principales causas de sus abundantes problemas.

Estrecharon sus manos.

Andrés le expresó su agradecimiento por haber pensado en él, y acto seguido el coronel introdujo el papel en un sobre con unas letras grandes que decían «No abrir. Servicio Especial».

—Ordenaré tu definitivo relevo en Asturias para que puedas comenzar lo antes posible en Tánger. Oficialmente, te darás a conocer en los ambientes de esa ciudad como el nuevo asesor agrícola de nuestra legación diplomática. Borraré cualquier rastro de tu expediente. Desde hoy te convertirás en un individuo sin pasado militar, aunque en realidad nunca lo perderás. —Sacó de un cajón dos gruesas carpetas y se las pasó—. De momento, sería bueno que te estudiaras todo esto, lo necesitarás.

Andrés leyó los dos encabezamientos.

—Estudio y balance de las necesidades de transferencia tecnológica agraria para el protectorado español. Y el segundo, Mejora y explotación de fincas agrícolas en terrenos semidesérticos.

El coronel sonrió ante su expresivo gesto de pavor.

—Apasionante, ¿a que sí?

 


XX

Hospital de la Cruz Roja

Calle de Pablo Iglesias

Madrid

25 de junio de 1935

 

 

Tres semanas después de su intento de violación, Zoe seguía atemorizada.

Cada vez que se cruzaba con un hombre que la miraba de forma excesiva, le temblaban las piernas. En casa, la relación con Rosa se había vuelto incomodísima, sobre todo desde que había sabido que a su novio le podían caer dos años de prisión. Y a todo eso había que sumar la gesta de vivir con algo más de treinta pesetas al mes: un ejercicio casi imposible.

La ropa le venía cada vez más grande y los días se sucedían duros y anodinos.

Los pacientes del hospital, aunque ella no lo sabía, no pensaban lo mismo cada vez que la veían aparecer, y hasta alguno se preguntaba de dónde había salido aquel ser de bata azul, zapatos desgastados y un alma tan grande. Pero ella no lo veía así. Ahogada por las contrariedades, le tocó asumir que los tiempos en su vida venían marcados, y que poco más le quedaba por hacer salvo seguir limpiando cuerpos malogrados, escuchar los lamentos de unos y otros, o adecentar unos baños que recogían a diario grandes dosis de inmundicia, dolor y enfermedad.

Por lo menos ahora tenía a Campeón.

Aquel día, a punto de terminar su turno, decidió adelantar su salida. Recogió sus cosas de la taquilla, buscó la calle y allí lo vio, tumbado en el suelo y hecho un ovillo.

—Ven conmigo, corre…

El perro saltó de alegría, con un batir de cola tan intenso que parecía no haberla visto en años. Zoe soltó la correa de la farola donde lo tenía atado y se la envolvió en la mano dándole dos vueltas. Miró a la calle con expresión vacía y empezó a caminar.

—¡Espere un momento!

Zoe se volvió para ver quién le hablaba. Se trataba de Max Wiss.

—Perdone, pero tengo prisa —mintió, para evitar hablar con él.

—Le ruego que espere, por favor. —El hombre dio dos zancadas para ponerse a su altura y miró al perro—. Dígame solo una cosa, ¿es suyo?

—Sí, claro.

Se agachó a acariciarlo. Campeón, además de recibirlo encantado, reconoció su azulada mirada de otras ocasiones que se había parado a estar con él. Aquel hombre le había transmitido buenas vibraciones desde el primer día. Le olfateó la mano y las rodillas.

—¡Menuda sorpresa! O sea, que eres tú la dueña…

Zoe asintió con la cabeza sin saber a qué venía todo aquello, y su desconcierto aumentó todavía más cuando el hombre se agachó para hablar con el perro.

—Llevo tiempo viéndote por aquí, esperando horas y horas, y me había preguntado cien veces quién te habría enseñado a tener tanta paciencia, a estar tan tranquilo, solo y sin molestar a nadie.

Zoe no supo qué decir.

—¿Cómo lo consigue? —Miró a Zoe.

—Lo he acostumbrado a ello. No es el primer perro que tengo y creo conocer algunas claves para que te obedezcan. Al principio le daba un pequeño premio, pero después no hizo falta. Aunque es cierto que ellos también ayudan cuando tienen buen carácter, como es el caso de Campeón. —Le rascó una oreja con cariño.

—De mi último viaje a Suiza —le explicó el hombre—, me volví con dos cachorros de pastor alemán de tres meses, con idea de que fueran los primeros perros con los que empezar mi proyecto con la Cruz Roja. Los recogí cerca de la ciudad de Vevey, en un centro canino muy especial. De momento seguirán conmigo un tiempo hasta poder juntarlos con los otros veinte que irán llegando en los próximos meses, a la espera de tener bien entrenado al responsable de la nueva unidad.

Zoe no entendía a dónde quería llegar, pero le trasladó su opinión.

—Aunque habrá pasado algo más de mes y medio desde que me entrevistó, sigo pensando que me hubiera encantado ser su elegida.

—No imaginaba que lo deseara tanto… —Se rascó la barbilla—. Pero, verá, quizá estemos a tiempo de ponerla de nuevo a prueba.

—¿Lo dice en serio? —A Zoe le empezaron a temblar las piernas, y con los nervios también un párpado. Aquello no podía ser verdad—. No sé qué decir…, o sí. ¡Gracias!

—Lo digo completamente en serio. Pero ha de constarle que el principal responsable de mi cambio de parecer ha sido él. —Señaló a Campeón—. Porque, si usted es capaz de conseguir que un perro se comporte como lo hace este todos los días, considero que se merece otra oportunidad. —Le sonrió.

—Y ¿qué he de hacer? —preguntó inquieta.

—Venga a mi casa esta tarde. Tendrá que superar una prueba con los cachorros suizos. Su oponente ya la ha hecho. Valoraré si es capaz de mejorar sus resultados.

Sacó una tarjeta de visita de su cartera, se despidió y retomó su camino.

Zoe tardó unos minutos en poder reaccionar.

No se lo podía creer. Miró a Campeón regalándole una dosis extra de caricias.

—El día que mi hermano te dejó en casa, estaba lejos de imaginar lo que podías llega a influir en mi vida. —Con la lengua colgando y la cola barriendo el aire, Campeón centró su mirada en los ojos de aquella mujer con la que se sentía cada día mejor—. Me defendiste de aquel desgraciado, me ofreces a diario una dosis gratuita de alegría, eres mejor compañía que muchas personas, y hoy me acabas de colocar enfrente de una puerta que creía cerrada para mí. ¿Sabes una cosa, Campeón? —Al escuchar su nombre, sumó sus caderas al bamboleo de rabo—. Te estás haciendo querer. —Buscó en el bolso una galleta enorme a ojos del perro, que se la devoró en décimas de segundo a la espera de más.

Cuando aquella tarde Zoe entró en la cocina del piso de Max, atendiendo las indicaciones de su mayordomo, la luz de media tarde iluminaba con suficiente generosidad un improvisado circuito de obstáculos repartidos por el suelo, que no eran otra cosa que dos viejas cacerolas, varias macetas y unos gruesos y largos cordones de cortina que limitaban un sinuoso recorrido. Mientras esperaba al dueño de aquel enorme piso de la calle Maldonado, trató de combatir su estado de ansiedad estudiando la distribución de los elementos del circuito de un modo casi obsesivo, intentando adelantarse a lo que le pudiera pedir. Le iba tanto en ello que se había pasado más de dos horas en casa de Rosa ensayando con Campeón diferentes juegos y técnicas con el fin de conseguir su concentración y disciplina, aunque no le había ido tan bien como hubiera deseado. Su relación con los perros se basaba en la experiencia de haber vivido con ellos muchos años y en su propia intuición, porque la técnica para adiestrarlos ni la había aprendido ni la conocía.


Date: 2015-12-24; view: 625


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