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VII.- Historia de la Venancia

La escena bufa con Manolo el Chafandín hizo que en la casa de doña Leonarda se le considerara a Andrés como a un héroe. Lulú le llevó un día al taller de la Venancia. La Venancia era una de estas viejas secas, limpias, trabajadoras; se pasaba el día sin descansar un momento.

Tenía una vida curiosa. De joven había estado de doncella en varias casas, hasta que murió su última señora y dejó de servir.

La idea del mundo de la Venancia era un poco caprichosa.

Para ella el rico, sobre todo el aristócrata, pertenecía a una clase superior a la humana.

Un aristócrata tenía derecho a todo, al vicio, a la inmoralidad, al egoísmo; estaba como por encima de la moral corriente. Una pobre como ella, voluble, egoísta o adúltera le parecía una cosa monstruosa; pero esto mismo en una señorona lo encontraba disculpable.

A Andrés le asombraba una filosofía tan extraña, por la cual el que posee salud, fuerza, belleza y privilegios tiene más derecho a otras ventajas, que el que no conoce más que la enfermedad, la debilidad, lo feo y lo sucio.

Aunque no se sabe la garantía científica que tenga, hay en el cielo católico, según la gente, un santo, San Pascual Bailón, que baila delante del Altísimo, y que dice siempre: Más, más, más. Si uno tiene suerte le da más, más, más; si tiene desgracias le da también más, más, más. Esta filosofía bailonesca era la de la señora Venancia.

La señora Venancia, mientras planchaba, contaba historias de sus amos. Andrés fue a oírla con gusto.

La primera ama donde sirvió la Venancia era una mujer caprichosa y loca, de un humor endiablado; pegaba a los hijos, al marido, a los criados, y le gustaba enemistar a sus amigos.

Una de las maniobras que empleaba era hacer que uno se escondiera detrás de una cortina al llegar otra persona, y a ésta le incitaba para que hablase mal del que estaba escondido y le oyese.

La dama obligaba a su hija mayor a vestirse de una manera pobre y ridícula, con el objeto de que nadie se fijara en ella. Llegó en su maldad hasta esconder unos cubiertos en el jardín y acusar a un criado de ladrón y hacer que lo llevaran a la cárcel.

Una vez en esta casa, la Venancia velaba a uno de los hijos de la señora que se encontraba muy grave. El niño estaba en la agonía y a eso de las diez de la noche murió. La Venancia fue llorando a avisar a su señora lo que ocurría, y se la encontró vestida para un baile. Le dio la triste noticia, y ella dijo: Bueno, no digas nada ahora. La señora se fue al baile, y cuando volvió comenzó a llorar, haciéndose la desesperada.

—¡Qué loba! —dijo Lulú al oír la narración.

De esta casa la señora Venancia había pasado a otra de una duquesa muy guapa, muy generosa, pero de un desenfreno terrible.

Aquélla tenía los amantes a pares —dijo la Venancia—. Muchas veces iba a la iglesia de Jesús con un hábito de estameña parda, y pasaba allí horas y horas rezando, y a la salida la esperaba su amante en coche y se iba con él.

—Un día —contó la planchadora estaba la duquesa con su querido en la alcoba, yo dormía en un cuarto próximo que tenía una puerta de comunicación. De pronto oigo un estrépito de campanillazos y de golpes. Aquí está el marido —pensé—. Salté de la cama y entré por la puerta excusada en la habitación de mi señora. El duque, a quien había abierto algún criado, golpeaba furioso la puerta de la alcoba; la puerta no tenía más que un pestillo ligero, que hubiera cedido a la menor fuerza; yo la atranqué con el palo de una cortina. El amante, azorado, no sabía qué hacer; estaba en una facha muy ridícula. Yo le llevé por la puerta excusada, le di las ropas de mi marido y le eché a la escalera.



Después me vestí de prisa y fui a ver al duque, que bramaba furioso, con una pistola en la mano, dando golpes en la puerta de la alcoba.

La señora, al oír mi voz, comprendió que la situación estaba salvada y abrió la puerta. El duque miró por todos los rincones, mientras ella le contemplaba tan tranquila. Al día siguiente, la señora me besó y me abrazó, y me dijo que se arrepentía de todo corazón, que en adelante iba a hacer una vida recatada; pero a los quince días ya tenía otro amante.

La Venancia conocía toda la vida íntima del mundo aristocrático de su época; los sarpullidos de los brazos y el furor erótico de Isabel II; la impotencia de su marido; los vicios, las enfermedades, las costumbres de los aristócratas las sabía por detalles vistos por sus ojos.

A Lulú le interesaban estas historias.

Andrés afirmaba que toda aquella gente era una sucia morralla, indigna de simpatía y de piedad; pero la señora Venancia, con su extraña filosofía, no aceptaba esta opinión; por el contrario, decía que todos eran muy buenos, muy caritativos, que hacían grandes limosnas y remediaban muchas miserias.

Algunas veces Andrés trató de convencer a la planchadora de que el dinero de la gente rica procedía del trabajo y del sudor de pobres miserables que labraban el campo, en las dehesas y en los cortijos.

Andrés afirmaba que tal estado de injusticia podía cambiar; pero esto para la señora Venancia era una fantasía.

—Así hemos encontrado el mundo y así lo dejaremos —decía la vieja, convencida de que su argumento no tenía réplica.


Date: 2015-12-24; view: 659


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