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CAPÍTULO DIEZ

 

 

Fascinada, Leslie observó a Oliver mientras éste dormía. Estaba espléndido. El pelo moreno y ondulado, desarreglado por la noche de amor, le caía ahora sobre la frente. Había una tenue sombra de barba en su mandíbula.

Con sonrisa pícara, fue mirando su cuerpo, que esperaba desnudo bajo la sábana.

—¿Dónde has estado? —murmuró Oliver medio dormido, extendiendo un brazo en gesto de invitación a que se uniera a él.

Apagó la luz del cuarto de baño, cruzó la habitación y se dejó caer entre sus brazos.

—Sólo te estaba mirando —dijo—, y recordando la primera vez que te vi.

—¿En St. Barts?

—En Man's Mode. Estabas tan hermoso... Tony debió pensar que me había vuelto loca. Me quedé mirando el anuncio, la expresión de tu cara, como una tonta —restregó la mejilla contra el suave vello de su pecho—. Parecías tan vulnerable, tan solo y enamorado, que ya deseaba entonces conseguirte.

—Te llevó bastante tiempo —se burló, pellizcándola.

—Lo sé —dijo ella con ternura, y le besó.

—¿Qué es lo que fue, Les? ¿Qué fue lo que te trajo finalmente a mí?

Rodeada por los sonidos nocturnos de Berkshires, pensó la respuesta. Cuando llegaron allí, ya era de noche, así que todavía no había podido admirar la belleza del entorno.

—En realidad, creo que nunca te dejé —confesó, acariciándole el costado—. Estaba tan enamorada de ti en St. Barts... Creo que nunca había experimentado algo parecido.

—Deberías habérmelo dicho.

—¿Me lo dijiste tú?

—No. Pero fue porque sabía que te había estado engañando, y me sentía como un gusano. Lo último que deseaba era decirte que te quería. Cuando por fin me decidí a decírtelo, no me creíste, y yo necesitaba que me creyeras.

—Te creí. Intenté no creerte, pero te creí.

—Dijiste que no.

—Mentí. Estaba enfadada y dolida. Me sentía demasiado... inocente. Me sentía acomplejada todo el tiempo de tener que competir con las mujeres estupendas a las que suponía que estabas acostumbrado. Entonces descubrí que eras psiquiatra...

—¿Te importa?

—¿El qué?

—Que sea psiquiatra.

—Por supuesto que no. ¿Por qué me iba a importar?

En la oscuridad, Leslie pudo distinguir el brillo de sus ojos.

—Los psiquiatras están locos, ¿no lo sabías? Están tan chalados como sus pacientes. Son... extraños.

—No éste.

—¿Estás segura?

—Sí. Tú debes ser casi tan racional como mi hermana Brenda —cuando Oliver la miró como si fuera ella la extraña, se explicó—. Tu plan. Estaba muy bien pensado. Fueron horribles las semanas que me dejaste sola. Te echaba muchísimo de menos, y me pasaba todo el tiempo intentando convencerme a mí misma de que eres un canalla mentiroso. Pero no funcionaba. Cuando me mandaste el gatito, me puse contentísima.



—Me alegra oírlo —susurró. Los dedos de Oliver se deslizaron distraídamente por su espina dorsal. Su piel era cálida y suave; nunca se cansaría de tocarla—. Lo tenía todo calculado. Te daría tiempo suficiente para que te calmaras, e incluso llegaras a echarme de menos. Después te haría saber cómo era en realidad. Te traería aquí y comenzaría la seducción de nuevo desde el principio —hizo una pausa—. Pero estaba planeado que fuera lento y tranquilo, no rápido y apasionado. Creo que hice mal algún cálculo.

—Ya habrá tiempo para lo lento y tranquilo. Esta noche necesitaba lo rápido y apasionado. ¿Cómo lo supiste?

—¡No me pude controlar! Lo que quiero decir, es que es duro para un hombre estar tan encantado por una mujer como para no poder controlarse.

—¡Pero si ni siquiera me besaste! —protestó, mirándole sorprendida—. Nunca me diste ni el más mínimo indicio de que desearas algo más que un abrazo.

—Era todo parte del plan —se burló—. Lo ibas a tener de una manera o de otra durante el fin de semana. Puede ser que lo de Diane tuviera su lado positivo, pues ciertamente hizo que todo sucediera más deprisa.

Sus palabras les dieron a ambos motivos para pensar.

—Oliver, ¿se pondrá bien?

—Creo que sí. Le he dado a Tony el nombre de un colega que es muy bueno. Él podrá tratar a Diane mucho mejor de lo que yo nunca podría.

—¿Por qué habrá hecho eso?

—Irónicamente, puede que fuera por habernos visto juntos en la recepción de Brenda. No es un fenómeno raro que una paciente piense que está enamorada de su médico.

—Recuerdo que me comentaste que habías reducido las sesiones.

—Sí. Puede que eso la molestara. Brad todavía estaba haciéndola sentirse mal. Es un canalla. La mayor parte del tiempo siente que no es ni deseada ni querida. Cuando nos vio juntos, y por lo que dice Brenda, dando la impresión de estar muy enamorados, se puso celosa. Pensó que con su historia haría ver también a Brad que alguien la deseaba.

—Me siento fatal por ella.

—Yo también. Es muy desgraciada. Le dije a Tony que pensaba que ella y Brad deberían separarse. A Brad no le importó ni tan siquiera su primera explosión; Diane dice que todavía sigue viendo a alguna amante, y yo la creo.

—Pobre Diane. Y nosotros tenemos mucha suerte.

—Sí —dijo, abrazándola con brazos temblorosos.

Estuvieron en silencio durante varios minutos, disfrutando del abrazo.

—¿Oliver?

—¿Sí?

—¿Cómo es que fuiste a casa de Diane esta noche? Te lo pregunto porque me sorprende que quisiera darte una oportunidad de defenderte.

—Y no quería. Pero necesitaba sentirse poderosa de alguna manera, así que llamó a Tony para contarle lo que se traía entre manos. Él me llamó a mí y a Brenda. Tony sabía que el abogado de Brad y Diane iba a estar allí, y tenía la esperanza de cortar todo el asunto de raíz.

—¿Por qué no fui llamada?

Oliver la besó con ternura en la nariz.

—No queríamos que te sintieras mal. Era un asunto muy feo.

—¡Pero era mentira!

—Lo sabía. Pero sólo las palabras hubieran sido lo suficientemente dolorosas. Además, si teníamos éxito, nunca te enterarías de nada —hizo una pausa como titubeando—. Leslie, ¿la creíste en algún momento?

Leslie levantó la cabeza sorprendida.

—¿Creer a Diane? Por supuesto que no. ¿Estabas preocupado?

—Un poco. Después de todo lo que había pasado, no sabía demasiado bien hasta dónde llegaría tu confianza.

—¿Te preocupaba que pudiera llegar el caso al juzgado?

—No sería sincero si te dijera que no. Tenía razón respecto a una cosa: los titulares y las habladurías podrían perjudicar mi carrera.

Se quedó pensativo, su respiración era regular. Enganchó con el pie la pantorrilla de Leslie, llevó su pierna entre las suyas, y presionó sus caderas contra él. Entonces se quedó quieto, disfrutando de la plenitud de aquel momento.

—Gracias, Leslie —dijo por fin, con voz intensa y dulce.

—¿Por qué?

—Por confiar en mí.

Leslie sonrió tímidamente.

—No es nada. Es fácil confiar en alguien como tú —le pellizcó en el costado—, incluso cuando mientes.

—¡Yo no miento! —exclamó, con tal vehemencia, que Leslie se enterneció.

—Lo sé —se excusó dulcemente—. Sólo estaba bromeando —se quedó pensativa un instante—. Hace un momento me preguntaste que por qué había vuelto a ti. Creo que por varios motivos. Me di cuenta de que tus argumentos tenían sentido. Y te echaba tanto de menos... Cuando empezamos a salir juntos y te conocí mejor, vi que lo que habías dicho era cierto. Modelo o psiquiatra, eras el mismo hombre. Fuiste tan sincero entonces, que fue suficiente para compensarme por todo lo que no habías dicho en la isla. Y justo entonces, estaba comenzando a sentirme como una hipócrita.

—¿Tú? ¿Una hipócrita?

—La verdad es que no fui más sincera contigo, o conmigo misma, de lo que te acusaba a ti de ser. Te quería. Te quería desde St. Barts. Debería haberte dejado hablar cuando sabía que eso era lo que deseabas. Pero tenía miedo, miedo de que lo que dijeras de ti mismo pudiera destruir la burbuja de ilusión que habíamos creado. No quería que ocurriera nada. Así que ya ves, fui mala hasta conmigo misma. Pero me engañaba cuando pensaba que podría volver a Nueva York y olvidarte. De esto me di cuenta en el taxi que cogí en el aeropuerto.

Oliver le acarició la mejilla y después le levantó la barbilla con el dedo:

—La amo, señorita. ¿Lo sabías?

Leslie sonrió, y asintió con la cabeza.

—Si hubieras sido mi psiquiatra, seguro que me habría enamorado de ti.

—Si tú hubieras sido mi paciente —dijo con voz ronca, poniéndose lentamente sobre ella para sentir toda la sensualidad de su cuerpo—, estoy seguro de que hubiera tenido pensamientos obscenos y faltos de ética.

—¿Sólo pensamientos?

—Solo.

—¿No soy lo suficientemente atractiva? ¿Por qué no?

—Si quieres que te diga la verdad, resulta que ese sofá es la cosa más incómoda que te puedas imaginar.

—¿Sí? Así que lo has probado, ¿eh?

Oliver le mordisqueó en el brazo como castigo por sus malos pensamientos.

—He estado sentado en él, y también me he quedado dormido un par de veces.

—¿Has hecho alguna vez el amor en él?

—No. Podríamos probarlo alguna vez.

—Ay, Oliver, no sé. Sería... inmoral.

—Pero tú no eres mi paciente.

—Lo sé, pero...

—¿Ya te has cansado de mí?

—¿Bromeas? Es sólo que... bueno... aunque Diane no vaya a denunciarte, siempre recordaré su amenaza. Me sentiría culpable de hacer el amor en tu consulta. Tus pacientes tienen problemas mucho más serios que los nuestros...

Oliver estaba encantado por su sensibilidad, se sentía emocionado.

—Eres increíble, ¿lo sabías?

Antes de que pudiera responder, Oliver selló sus labios con los suyos, en un beso tan dulce y apasionado, que la llenó de felicidad.

—¿Entonces no te molesta —musitó boca con boca—, que sea psiquiatra? —Oliver estaba recordando a la madre de Leslie, y lo que Tony le había contado.

—Estoy orgullosa de ti —dijo ella, besándole la comisura de los labios.

—Tienes que conocer a mis padres —dijo Oliver con agudeza, ya que acababa de acordarse de una discusión que habían tenido acerca del orgullo. Ella también lo recordó, y se sonrojó.

—Entonces me preguntaba qué clase de padres podrían estar orgullosos de que su hijo fuera un gigoló. Ahora que sé la verdad, me encantaría conocerlos.

—¿Y te casarás conmigo?

—Eso también me encantaría.

Aspiró profundamente, y después dejó salir el aire despacio, mientras contemplaba la esbelta figura que estaba debajo de él.

—Eres hermosa. Ni demasiado delgada. Ni demasiado exuberante. En su punto. Cuando volvamos a la ciudad, voy a comprarte un camisón blanco de seda. Me encantaría poder quitártelo...

—¡Oliver! —exclamó, encantada por el efecto tan inmediato que el simple pensamiento había tenido en Oliver—. Siempre estás pensando en la desnudez. ¿Qué diría Freud acerca de esto?

Se movió para ponerse completamente encima de ella.

—Me importa un comino. Freud no era nada más que un carcamal...

—¿Pararás... de hacer eso durante un ratito de manera que, pueda hablar?

—¿Hacer el qué?

—Moverte de esa manera.

Él había comenzado a deslizarse sobre ella con el pretexto de besarle los ojos. Después descendió para besarle la nariz, el lóbulo de la oreja... En realidad, todo su cuerpo se movía sobre ella, y Leslie estaba comenzando a estremecerse. Él se detuvo al instante, y se separó de ella.

—¿Así está mejor?

—En realidad no... excepto para hablar.

—Así que... ¿qué ibas a decir?

—Quería... esto... pedirte un favor.

—Venga.

Leslie comenzó a acariciarle la espalda, y después el pecho, descendiendo lentamente. Cuando sufrió la inequívoca dureza de sus pezones, se detuvo.

—Es sobre tu hobby de modelo. Cuando nos casemos...

Le miró, y se echó atrás:

—Sé que es una tontería pero...

—¡Suéltalo ya, mujer, si no, no podremos arreglarlo!

—¡No quiero que poses desnudo! ¡No creo que pudiera soportarlo! ¡No quiero que otras mujeres vean tu cuerpo! ¡Quiero que seas sólo para mí! —se quedó sin aire, respiró profundamente, y después habló con más tranquilidad—. Ya te dije que era una tontería.

—No es ninguna tontería, Leslie —replicó suavemente—. Es dulce, amoroso, y posesivo; y me gusta muchísimo.

—¿De verdad? —preguntó con timidez.

—De verdad.

—Es que yo quiero tu cuerpo —sus manos se deslizaron por los costados de Oliver, hasta llegar a los muslos—. Adoro tu cuerpo.

—¡Es todo tuyo!

—¿De verdad?

—De verdad. Pero hay algo que te voy a pedir a cambio.

—Oh, ya sabía yo —cerró los ojos—. De acuerdo. ¿Qué es?

—Quiero también tu cuerpo. Es justo, ¿no?

—Supongo.

—¿Cómo que supones?

—Es que... ¿y mi pensamiento?

—¿Tu pensamiento? Oh. Eso. Bueno, veamos. Podríamos guardarlo en una cajita, y dejarlo en la mesilla de noche. ¡Oye, me haces cosquillas!

—Era verdad lo que decía el anuncio. Eres un pícaro.

—¿Alguna objeción?

Leslie sonrió y habló con confianza, serenidad y amor:

—Ninguna, Oliver. Ninguna en absoluto.

 

 

FIN

 


Date: 2015-12-18; view: 673


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