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CAPÍTULO OCHO

 

 

Aturdida, Leslie observó cómo Tony se levantaba y se apartaba para dejar a Oliver ocupar su lugar. Él lanzó a Leslie una mirada sombría antes de centrar su atención en Diane.

—Hola, Diane —dijo en un tono de voz bajo y dulce—. ¿No te sientes muy bien?

Diane miró a Tony primero, después a Leslie, la cara llena de lágrimas les acusaba de traición.

—¿Pero qué es esto? —susurró.

Leslie no podía contestar. Se sentía tan pasmada y paralizada como Diane. Tony prefirió no responder. Fue Oliver el que acudió al rescate.

—Me gustaría ayudarte.

—Pero... eres un... psi...

—Un psiquiatra. Es cierto.

Su voz era increíblemente tranquila a pesar de la angustia con que miró a Leslie, la cual estaba demasiado distraída asimilando sus palabras como para ver el dolor que las acompañaba.

¿Un psiquiatra? Tenía que ser una broma. Era Oliver Ames, famoso por su anuncio de Homme Premier. Un hombre con suerte. De corazón inquieto. El hombre del que una vez pensó que era un gigoló. Su Oliver. Su piel lucía ese bronceado tan familiar para ella, sus rasgos eran los mismos también.

Pero aun así, había algo diferente. ¿Sería su forma de vestir más seria? ¿Su aire autoritario? Aunque este también lo había exhibido en St. Barts. Pero ahora era... una conducta profesional.

Llena de estupefacción, Leslie miró con ojos vidriosos a Tony, que estaba mirándola fijamente. Él sabía que Diane estaba en buenas manos y ahora estaba preocupado por ella. En un instante, Leslie se dio cuenta de que Tony lo había sabido todo desde el principio. Por supuesto. Claro. Jugaban juntos al tenis, ¿no? Eran amigos. Tony había sabido a quién acudir aquella noche.

Sintió que sobraba allí y que necesitaba aire fresco. Se levantó bruscamente y se dirigió hacia la puerta. Pero Oliver la cogió del brazo. La voz era tranquila, la expresión controlada. Tan sólo sus dedos, que apretaron con demasiada fuerza la muñeca de Leslie, revelaron la intensidad de la emoción que había dentro de él.

—¿Por qué no esperas en el otro cuarto? —ordenó con suavidad—. Dentro de un par de minutos estaré ahí fuera para hablar contigo.

Soltó su mano y volvió con Diane, con la apariencia de no haber hecho nada más que ofrecer apoyo al familiar afligido de su paciente. Tony sabía más que todo eso. Siguió a Leslie, para dejar que Oliver se las entendiera a solas con Diane.

Como Leslie se sentía absolutamente sofocada, corrió hacia la puerta principal y la abrió. Estaba respirando con dificultad el aire frío de la calle cuando Tony llegó hasta ella.



—¿Leslie?

Le miró desconcertada, después volvió a mirar al vacío.

—No pasa nada, Les. En realidad, no hay nada tan horrible en ser un psiquiatra.

—¿Un psiquiatra? —repitió llena de estupor—. No puedo creerlo. Es un modelo. Un modelo atractivo.

—No, Les. Es un psiquiatra atractivo que resulta que de vez en cuando trabaja como modelo.

—Pero yo... él no puede... yo nunca... —sacudió la cabeza confundida y se apoyó pesadamente contra la puerta.

—Vamos, Les. Cogerás un resfriado.

—Yo ya cogí mi resfriado. Él me cuidó. Un médico... ¡Porras!

—No tiene importancia en realidad...

—¿Qué no tiene importancia? —exclamó, desahogándose con Tony—. ¡Eso es fácil de decir para ti! ¡No eres el que pasó la semana con el individuo! ¡No eres el que creyó sus mentiras! No me lo dijo. Todo lo que hubo, y no me lo dijo...

Al ver que la aflicción de su hermana perduraba, Tony se sintió impotente. Sería muy sencillo hablarle del dolor de Oliver, pero le había prometido que no lo haría. Ya era bastante negativo que la revelación hubiera llegado aquella noche y de aquel modo; por esto también se sentía responsable. Demasiado tarde para preguntarse si hubiera podido mantener a Leslie alejada de aquella casa; desgraciadamente, se había preocupado más de buscar la manera de ayudar a Diane. Brad parecía inútil. Incluso entonces, estaba inmóvil en la puerta del despacho con la mirada baja, su encanto estaba borrado del mapa.

—Entremos, Les, vas a coger frío —repitió de nuevo.

Leslie alzó la mirada y como tomando una decisión repentina, dejó de apoyarse en la puerta y entró en la casa, pero sólo para ponerse el abrigo que Brad había dejado sobre una silla. Tony la miró con cautela.

—¿Dónde vas?

Cogió las llaves del bolsillo y regresó a la puerta.

—A mi casa.

Se sentía atontada y lo único que quería era tiempo y espacio para reflexionar sobre todo lo que acababa de descubrir.

—¡Espera, Les! ¡No puedes marcharte!

—¿Por qué no?

—Diane te necesita.

—Está en manos competentes. Él será competente, ¿no? —recalcó con ironía.

—El mejor. Pero necesita nuestro apoyo también.

—Tú quédate aquí. Brad está aquí, aunque no sirve para mucho. Lo único que sé, es que yo no podría ayudar a Diane esta noche.

Ya estaba fuera de la casa y había bajado los escalones.

—Pero Oliver dijo que esperáramos.

—¡Dile a Oliver —le contestó sin detenerse—, que yo no recibo órdenes de nadie! ¡Y menos de él!

—¡Leslie...!

Pero ya había cerrado la puerta del coche de un portazo y lo había puesto en marcha antes de que pudiera decir algo más. Tony se quedó parado sin saber qué hacer, viendo cómo el coche daba la vuelta y se alejaba a toda prisa. Pidió al cielo que aminorara la velocidad. Miró el reloj para calcular el tiempo que tardaría en llegar a casa y así llamar para saber que había llegado bien. Cerró la puerta silenciosamente y regresó al despacho.

Oliver había colocado una silla junto a Diane, y continuaba hablando con ella de manera lenta y tranquilizadora. Cuando volvió Tony, se puso de pie, le dio un apretón en el hombro y caminó hacia la puerta, donde hizo un gesto con la barbilla señalando el vestíbulo. Cuando Tony se unió a él, comenzaron a hablar en voz baja.

—Creo que ya ha pasado lo peor. Está cansada y aturdida. Le daré algún tranquilizante para ayudarla a dormir —alzó la vista un instante cuando Brad se unió a ellos, después volvió de nuevo su atención a Tony—. ¿Hay alguien que se pueda quedar con ella? —frunció el ceño y miró alrededor—. ¿Dónde está Leslie?

—Se ha marchado a su casa —respondió Tony titubeando, percibiendo al instante que la expresión de su amigo se había alterado ante las noticias.

Oliver se pasó los dedos por el pelo.

—Orgullosa —murmuró entre dientes. Después se dirigió a Brad.

—Tu mujer está trastornada. Necesitará descansar y después hablar con alguien. Yo me quedaré hasta que se duerma. ¿Puedes llevarla a mi consulta mañana por la mañana?

Increíblemente, Brad se puso nervioso.

—No tendrá que ser... hospitalizada, ¿verdad?

—No —dijo Oliver, con voz tensa—. Una hospitalización sólo la trastornaría más en este momento.

—¿Pero, y lo que ha hecho? —replicó Brad—. ¿Y si se despierta y se vuelve a poner violenta?

—Eso no sucederá. Ya ha echado fuera lo peor, y dispone de toda nuestra atención. Ahora, lo que necesita, es nuestro apoyo y comprensión.

—Ella no quiere que yo haga nada por ella —continuó Brad, dando muestras de estar malhumorado—. Lo intenté antes. No me deja acercarme a ella.

—Eso es porque eres en gran parte causa de su problema —afirmó Oliver con una indudable ausencia de simpatía por el hombre que había sido tan ciego al empeoramiento del estado mental de su esposa. Tony le había informado de los problemas del matrimonio Weitz, y aunque su trabajo no era juzgar, no podía ocultar su enfado. Tampoco podía negar la necesidad que sentía de salir de la casa y buscar a Leslie—. Tony me ha dicho que tenéis una asistenta.

—Menuda ayuda que es —refunfuñó Brad—. Ha estado escondida en la cocina todo el tiempo.

—¿Puedo verla?

—Supongo que sí.

Les dirigió una mirada irritada y se marchó con paso airado hacia la cocina.

—Qué tipo más agradable —observó Oliver sin poderlo evitar.

—Sí. Pero Diane le quiere. O al menos le quería.

—Todavía le quiere. De no ser así, no habría explotado de este modo al final.

Tony se puso alerta.

—¿Tú crees, Oliver? ¿Cuál es tu diagnóstico?

Oliver se encogió de hombros.

—Sólo he hablado con ella unos cuantos minutos. Pero entre eso, y lo que me has contado, creo que tiene problemas más bien prácticos.

—¿Puedes ayudarla?

—A su debido tiempo —frunció el ceño—. Lo único que espero, es que no sea yo el que lo tenga que hacer.

—¿Por qué no? Eres el mejor.

—Pero resulta que estoy relacionado sentimentalmente con tu otra hermana, y este hecho podría ser una complicación si tratara a Diane.

Con las manos en los bolsillos, cruzó el vestíbulo hasta llegar a la ventana frontal. Tony le siguió rápidamente.

—Vamos, Oliver. No me hagas tener que buscar a otra persona para un asunto tan delicado como éste.

Algo en la voz de Tony, una nota de urgencia, picó la curiosidad de Oliver.

—Tu familia no tiene demasiada confianza en la psiquiatría, ¿verdad?

—¿Por qué lo dices? —replicó Tony a la defensiva.

—Porque en muchas familias de vuestra clase social, los psiquiatras son casi parte de ellas. Me sorprende que ninguno de vosotros llamara a uno antes.

—No queríamos interferir. Pensábamos que era un problema de Diane y Brad. Hasta hoy no nos dimos cuenta de lo mal que estaban las cosas. Leslie había estado intentando hablar con Diane durante toda la semana, pero Diane siempre ponía alguna excusa...

Al continuar mirándole Oliver fijamente, lleno de expectación, Tony puso mala cara.

—De acuerdo, tienes razón, no sentimos mucho afecto por los psiquiatras. Mi madre fue muy desgraciada durante los últimos años de su vida. No hablamos mucho acerca de este tema, pero creo que todos estamos de acuerdo en que el tipo que la trataba no le hizo mucho bien.

—¿Iba a un psiquiatra? —Leslie no se lo había mencionado nunca—. ¿Por qué?

—Depresiones. Nervios. Soledad.

—¿Con un marido y cuatro hijos?

—Era estar con su marido lo que ella quería, y él siempre estaba fuera. Siempre con viajes de negocios y todo lo demás... Los niños sólo podían satisfacer ciertas necesidades. Había otras muchas que nunca fueron saciadas.

—¿Cómo murió?

—No se suicidó, si es eso lo que estás pensando. Tenía cáncer. Creo que simplemente... se rindió. No hay mucha diferencia, supongo.

Oliver no tuvo tiempo de hacer ningún comentario, pues Brad había regresado con una mujer de aspecto tímido tras él. Oliver habló amablemente a la mujer, pidiéndole que se encargara de vigilar de vez en cuando a Diane durante la noche. Diane no debía despertarse y encontrarse sola. Tenía que sentirse cómoda, y había que darle comida, bebida, o cualquier cosa de ese tipo que se le antojara. Y si surgía algún problema, debían llamarle inmediatamente.

Oliver volvió con Diane, le dio un sedante, y la ayudó a subir las escaleras. Entonces, ignorando la inquietud que había en su interior, se sentó al lado de la cama hasta que el sedante hizo efecto, y se marchó sólo cuando estuvo seguro de que estaba profundamente dormida.

 

* * *

 

Leslie estaba deseando salir de ello. Estaba en tal estado de confusión que ni el conducir, el llegar hasta su casa cálida y familiar, o el vaso de su mejor vino añejo, la pudieron sacar de él. Recogió la correspondencia, la hojeó, y la dejó. Encendió la televisión, comprobó lo que había en los diferentes canales, y la apagó. Abrió la nevera, vio lo que había, y la cerró sin tocar una sola cosa.

Se quitó una lágrima solitaria que había en uno de sus ojos y subió las escaleras. Llegó hasta su dormitorio y se tumbó en la oscuridad. Se sentía herida y cansada, tensa por las emociones que se habían acumulado en su interior.

Cuando sonó el teléfono, se quedó mirándolo echando fuego por los ojos. Pero después se dio cuenta de que podría ser Brenda, que estaba preocupada por Diane.

—¿Diga? —preguntó con cautela, preparada para colgar si contestaba Oliver. Era Tony.

—Gracias a Dios. Has llegado a casa sin problemas.

—Por supuesto —contestó aliviada, pero con creciente irritación—. ¿Qué podría haberme sucedido?

—Por la manera que tenías de conducir no estaba seguro.

—Estoy bien.

—¿Lo estás?

—Relativamente.

—Él no se puso muy contento cuando vio que te habías marchado.

—Qué pena. ¿Qué tal está Diane?

—Le dio un sedante y la acostó.

—¿Y qué más?

—Después, probablemente, irá a verte.

Leslie frunció el ceño irritada.

—¿Entonces qué es lo que ha planeado para Diane? Un sedante y una charla no creo que vaya a solucionar su problema.

—La verá en su consulta mañana.

—Eso está bien por su parte.

—Es verdad, teniendo en cuenta el hecho de que tiene una enorme cantidad de trabajo, y de que tiene muchas reservas acerca de tratarla por su relación contigo. Vamos, Leslie. No te lo tomes así.

—¿Qué relación? ¡Una relación basada en mentiras no es nada!

Tony comenzó a temer que estaba empeorando las cosas.

—Escucha —dijo con tono apaciguador—, Oliver te lo explicará todo. Yo tengo prisa. Te llamaré después.

—Seguro —murmuró Leslie, colgó, y se volvió a tumbar de nuevo en la oscuridad. No sabía cuánto tiempo había pasado, sólo sabía que lo único que podía hacer era estar tumbada y preguntarse cómo se las había apañado para estar sufriendo otra vez. Dolía. Dolía mucho. Al desaparecer la perplejidad, el dolor había comenzado a ahogarla.

Cuando sonó el timbre de la puerta principal, no se sorprendió. Sabía que iría. Los movimientos de los hombres eran fáciles de predecir cuando estaban dolidos, y ella le había herido al no quedarse esperándole en casa dé Diane.

Se quedó en la oscuridad escuchando. El timbre sonaba una y otra vez. Cuando comenzó a dar golpes en la gruesa madera de la puerta, se volvió de lado y se hizo un ovillo. Cuando sonó el timbre de la puerta trasera, seguido por golpes en la puerta, se volvió hacia el otro lado. Escuchó la voz lejana que repetía su nombre, y encontró una perversa satisfacción en la irritación de Oliver. Ciertamente estaba dolido. ¡Un pequeño consuelo por cómo la había hecho sentirse a ella!

Sorprendida, comprobó que dejó de llamar unos pocos minutos después. Se puso alerta, escuchando atentamente para descubrir lo que se traía entre manos ahí fuera. ¿Pero qué podría oír? Su cuarto estaba en el segundo piso. Era pleno invierno, y la nieve apagaría el sonido de sus pisadas. Además, las ventanas, de considerable grosor, no sólo impedían que pasara el frío, también se lo impedirían a cualquier tipo de ruido extraño.

Era insoportable, lo tenía que reconocer, el estar allí sin saber si estaban acechándola. Se incorporó para escuchar. Se deslizó silenciosamente desde la cama hasta la puerta. Reinaba el silencio. ¿Se habría rendido, el muy cobarde? ¿Habría tirado la toalla con tanta facilidad?

Oyó un ruido, y se puso alerta instantáneamente. Una puerta que se cerraba. ¿En la cocina? Oyó pasos y sintió miedo, casi fue presa del pánico.

—¡Leslie! ¿Dónde estás? ¡Sé que estás aquí!

El corazón le continuó palpitando, a pesar del alivio que sintió al oír la voz. Las pisadas se oían con interrupciones, al pasar de los suelos de madera a las alfombras una y otra vez.

Cuando Oliver llegó a las escaleras y miró hacia arriba, le vio al instante. Con la mano en la espiral que formaba al final la barandilla, y un pie en el primer escalón, se quedó mirándola.

—Baja, Leslie —dijo apaciblemente—. Tenemos que hablar.

—¿Cómo has entrado?

—Por el garaje. La cerradura de la puerta interior era fácil de abrir.

—Eso es allanamiento de morada. ¿Otra de tus sorprendentes habilidades?

Leslie no se había movido, sentía que tenía una cierta ventaja al estar allí arriba.

—El hecho es —refunfuñó, quitándose el abrigo y dejándolo sobre la barandilla—, que es una cerradura malísima. Deberías estar mejor protegida. Me sorprende que no haya entrado nadie antes.

—Tengo un sistema de alarma.

—Ha funcionado a la perfección esta vez.

—No estaba conectada.

—¡Perfecto! ¡Le hubiera sentado muy bien a tu compañía de seguros oír eso! ¿Así que eres de los que creen que la pequeña cajita sobre la ventana es suficiente para asustar a un criminal?

—A ti no te asustó. ¿Qué habrías hecho si hubiera comenzado a sonar, y te hubieras encontrado rodeado de policías? La comisaría está aquí al lado, ¿sabes?

—Les hubiera dicho la verdad. Y seguramente, habría tenido tu apoyo.

—Oh, tienes mi apoyo, de acuerdo —refunfuñó sarcásticamente—. Lo tienes desde que te encontré en mi cama por primera vez. La cuestión es que podría denunciarte por perjurio.

Oliver estaba a punto de estallar.

—Baja, Leslie. No puedo seguir hablando de esta manera, mirando a la oscuridad. Me gustaría verte la cara.

Los dedos de Leslie apretaron la barandilla.

—¿Por qué? ¿Para poder ver mis reacciones y actuar en consecuencia? ¿Para poder analizar lo que pienso y preparar tu contraataque? ¿Para poder...?

—¡Leslie! ¡Ven aquí! —gritó. Soltó una maldición entre dientes y prosiguió en voz más baja—. Por favor. Ha sido un día muy duro para los dos, y estoy tan disgustado como tú por el giro que han dado los acontecimientos.

—De eso estoy segura. Supongo que te habría gustado poder continuar con la farsa más tiempo.

Oliver la fulminó con la mirada, se aflojó el nudo de la corbata, y se dirigió hacia el despacho. Leslie se imaginó cómo se acercaría a la barra, cogería un vaso, abriría la pequeña nevera que había bajo la barra, y sacaría la misma botella que ella había sacado antes. Sólo cuando oyó que la puerta de la nevera era cerrada de un portazo, comenzó a bajar las escaleras.

Oliver estaba esperándole con dos vasos al pie de las escaleras. Con la cabeza muy alta, cogió uno de ellos sin decirle una palabra, y se fue a la sala. Tuvo que hacer uso de todo su valor para sentarse en un sillón conservando la tranquilidad, y volver la cabeza hacia Oliver del modo más arrogante que pudo.

Oliver bebió varios tragos de vino, se aflojó más la corbata, y se desabrochó el botón del cuello de la camisa. Metió la mano en el bolsillo de los pantalones, y la miró.

—Te lo iba a contar este fin de semana —dijo con serenidad.

—¿De verdad?

Su burla fue rápidamente castigada con una mirada fulminante.

—Te lo habría dicho tan pronto como hubiéramos llegado a las montañas, una vez que te hubiera aislado del mundo de modo que no pudieras escaparte de la casa y huir en tu coche. ¡Eso no ha estado nada bien, Leslie!

—Es curioso —apretó los dientes para resistir el dolor—. Yo pienso que ha estado perfecto. No se me necesitaba allí. Diane estaba en buenas manos.

—¿Y nosotros?

—No creo que tuviéramos nada que decirnos.

—¿No? —preguntó con voz ronca—. Yo creo que sí. ¿Es que no hay nada entre nosotros?

Leslie se bebió todo el vaso de vino sin saborear ni una gota, en busca de la fuerza y la calma interior que no encontraba.

—Lo has estropeado todo —murmuró.

—Sólo si tú lo piensas así, Leslie —replicó con firmeza. Su mandíbula estaba apretada, sus hombros rígidos—. Yo no soy Joe Durand, Leslie. No he hecho nada inmoral. Y no pretendía herirte. Sería lo último que quisiera hacer.

—Mentiste.

—Nunca mentí.

—Dijiste que eras modelo. No psiquiatra. Modelo.

—Y soy modelo. Tú lo has visto. Poso de vez en cuando porque me divierte. Y nunca he dicho que no fuera psiquiatra.

—Eso es buscarle tres pies al gato, Oliver. Me dejaste creer que... que... oh, a la porra.

—Sigue.

—No —respondió, no quería darle la satisfacción de verla sufrir.

—Me decepcionas —la dijo sarcásticamente—. Eres una mujer con las ideas muy claras. ¿Ya no te atreves a defenderlas? ¿Dónde está la mujer que me preguntó a bocajarro por qué prefería pasar una semana tranquila en su villa del Caribe a divertirme en la ciudad?

—Puede ser que ahora ande con pies de plomo para responder. Puede ser que haya perdido la confianza en sí misma.

Sintiéndose satisfecha de ver a Oliver sufrir, se hundió en un melancólico silencio una vez más. Como había bajado la cabeza, no vio a Oliver dejar su vaso sobre una mesa que había cerca de él. Sólo cuando puso las manos sobre los brazos de su sillón, fue consciente de su presencia.

—Tonterías —la voz retumbó cerca de su oído—. Su orgullo ha sido herido, es vulnerable, y está enamorada.

Leslie levantó la cabeza bruscamente.

—¡Mentira! ¡No lo está!

—¿No? —murmuró, muy cerca de su mejilla.

Momentáneamente incapaz de responder, cerró los ojos. Estaba tan cerca... era tan atrayente... Su olor a limpio, tan natural, despertaba sus sentidos. Toda la semana había estado esperando estar con él. Le quería tan desesperadamente...

—No —susurró, reforzando la mentira. Si él lo podía hacer, ella también.

—Te amo, Leslie —murmuró él con los ojos cerrados, llenándose de la cercanía de Leslie. Toda la semana había estado esperando estar con ella. La quería tan desesperadamente...

—¡No! —gritó Leslie, y tomándole por sorpresa, echó a correr hasta la chimenea y le plantó cara—. ¡No! ¡No quiero oírlo! Has tenido tiempo más que suficiente para decírmelo antes. Has tenido tiempo más que suficiente para habérmelo contado todo antes. Ahora es demasiado tarde. ¡Ya no te puedo creer!

—Leslie... —comenzó a acercarse hacia ella.

—¡No te acerques a mí! —exclamó, apoyándose contra el mármol de la chimenea. Intentó escapar hacia un lado, pero las manos de Oliver la detuvieron—. ¡Suéltame! ¡No quiero que me toques!

—Me vas a escuchar —refunfuñó, y emitió un quejido de dolor cuando Leslie le dio una patada en la espinilla. En vez de soltarla, deslizó las manos hasta la parte superior de los brazos de Leslie para sujetarla con más seguridad.

—Te estás portando como una niña, Les. Como una verdadera niña.

—Tienes que estar acostumbrado a eso —murmuró entre dientes, intentando liberarse—. Tú eres el experto en ataques de nervios.

Se retorcía, pero sin ningún éxito. Incluso cuando intentó mover su rodilla hacia arriba, fracasó. Oliver se había anticipado a su estratagema, bloqueando el movimiento con facilidad.

—Ya me habías hablado de ese truco antes. ¿Te acuerdas? No deberías haberte descubierto.

—No pensaba que tuviera que hacerlo contigo. ¡Suéltame!

—De ninguna manera —la llevó hasta el sofá—. Me vas a escuchar aunque me tenga que morir para conseguirlo.

—¿Y quién se ocuparía de Diane? ¿Y de tus amados pacientes? ¿Y del adorable público enamorado del hombre de la colonia?

La dejó en el sofá y la sujetó para impedir que escapara.

—A mí me importas tú. Lo demás me importa un rábano. ¡Y ahora vas a oír lo que tengo que decirte! ¿Tengo que tenerte presa o crees que te puedes comportar de manera civilizada?

—Me estoy comportando como debo —le contestó con tranquilidad.

Viendo que había dejado de moverse de repente, Oliver se levantó. Suspiró, se dirigió hasta el extremo opuesto del cuarto, y se volvió hacia ella con las manos en los bolsillos.

—Cuando Tony me propuso la idea de ir a St. Barts, me pareció formidable. Estaba cansado. Necesitaba unas vacaciones. Cuando me habló de ti y de su pequeña broma, no me pareció mal. Parecía divertido, y totalmente inofensivo. Tony me había dicho que eras una mujer independiente, y que probablemente te irías por tu cuenta como si yo no estuviera allí. Aparte de compartir unas cuantas risas el primer día, yo no esperaba nada.

—Conseguiste algo más que eso, ¿verdad? —murmuró malhumorada.

—Algo más. No esperaba que una criatura tan adorable, con un resfriado de tomo y lomo, entrara en el dormitorio y me despertara.

—¿Adorable? —frunció el ceño—. ¿Cómo un cachorrito al que le enseñas a traerte las zapatillas a cambio de un bizcocho rancio?

—Adorable, lo mismo que radiante y hermosa —contestó con voz muy dulce.

—¡Deja de decir tonterías, Oliver! Estaba sudando y tenía fiebre.

La última cosa que deseaba era que comenzara a hablar con ternura, dada su peculiar susceptibilidad a ello.

—Sudando y con fiebre, pero después flamante y hermosa... y necesitando mis cuidados —se acercó hacia ella—. No sabes lo que significa para un hombre sentirse necesitado hoy en día.

Le miró llena de escepticismo.

—¡Tú te sentirás necesitado constantemente! Mira cómo te necesita Diane, por no mencionar a la cantidad de gente desgraciada que te ha debido echar de menos en Manhattan mientras estabas fuera.

—Profesionalmente, sí. Pero yo estaba hablando personalmente. Y en el plano personal, es agradable sentirse necesitado de vez en cuando.

—¿Exaltando la imagen del macho protector?

—La imagen del macho protector no es nada comparada con la que tú estás intentando dar de mujer dura e independiente. El sarcasmo no te favorece, Les.

Leslie no le replicó esta vez. Tenía razón. Le gustaba tan poco como a él la manera en que ella misma estaba hablando, y el hecho de que estuviera sólo desahogándose, no dulcificaba lo más mínimo el sabor amargo que sentía en la boca. Bajó la mirada, y escuchó a Oliver, que prosiguió en tono más suave.

—Me veías como el hombre del anuncio. Para decirte la verdad, me divertí con ello de alguna manera. Era una nueva imagen para mí. Lo creas o no, lo necesitaba.

—No lo creo —respondió sin ironía. Estaba sorprendida. No tenía sentido—. ¿Qué hay de malo en ser psiquiatra?

—¿Te gustan los psiquiatras?

—No... pero mi caso es diferente. Y mi mala predisposición es estrictamente emocional. Desde un punto de vista objetivo, respeto el hecho de que hayas tenido que estudiar duro para hacerte psiquiatra.

—Gracias. Pero la mayoría de la gente no piensa eso cuando me conocen. Se creen que estoy impaciente por escuchar sus problemas, que me debe resultar muy fácil leer sus pensamientos, y que yo mismo debo de ser un neurótico. También están los que te tratan como si tuvieras la peste, que se mantienen a distancia, y que no se acercarán por miedo de que descubra algo en su interior que prefieran mantener oculto. ¿Te imaginas lo aburrido que todo esto puede ser?

—¿No te gusta tu trabajo?

—Me apasiona... cuando estoy trabajando. No veinticuatro horas al día. Ni cuando voy a fiestas, cenas, o al teatro. Es de lo más frustrante ser continuamente etiquetado. Ésa es la razón por la que no te dije toda la verdad cuando pensaste que era un modelo. Eran mis vacaciones. ¿Qué mejor manera de escapar de la realidad que asumir una nueva identidad?

Parecía tan sincero que Leslie casi podía creerle. Casi... pero no del todo. Le había creído entonces, y se sentía humillada ahora.

—Pero me dejaste decir demasiadas cosas —argumentó, algo avergonzada—, cosas acerca de las mujeres, la edad, lo que hacías... incluso insinué que tus padres tal vez estuvieran avergonzados de ti.

Comprobó aliviada que Oliver no se estaba riendo.

—Y todo lo que respondí fue sincero. Mis padres están orgullosos de lo que hago. Y soy modelo, Leslie. Aunque sólo sea un hobby, consigo una cantidad considerable de dinero por ello. Y no estoy lo suficientemente introducido en ese mundo como para conocer el otro... aspecto de la profesión. Te lo imaginaste tú; yo sólo evité decir algo que pudiera desilusionarte —respiró profundamente y se acercó a la chimenea, donde se apoyó—. Ser modelo es un escape para mí. Pasar una tarde haciendo algo tan liviano, es reconfortante. Lo necesito de vez en cuando.

El silencio reinó por unos instantes. Leslie intentó encontrar algún fallo en sus razones, pero no pudo. Oliver intentó encontrar razones para su error, pero tampoco pudo.

—Debería habértelo contado todo.

—Deberías. ¿Por qué no lo hiciste?

La miró entonces con una expresión vulnerable. Como Leslie no quería ser afectada por ella, bajó la mirada. Pero aun así, no pudo evitar que sus palabras llegaran hasta ella, acompañadas por una nota de urgencia.

—Porque al principio me divirtió el papel que estaba desempeñando. Con el paso del tiempo, me fue gustando menos. Y cuando fui consciente de lo mucho que significabas para mí, ya conocía tu obsesión por la sinceridad.

—¿Y entonces por qué no me dijiste algo?

—¡Tenía miedo! —exclamó;

—¿Tú? ¿Asustado?

—Sí —respondió en tono sombrío—. Yo, asustado. Te quería. Te necesitaba. Parecía que eras todo lo que había esperado durante treinta y nueve años. Sentía que habíamos tenido un comienzo inmejorable. No sabía qué hacer. Por un lado, no quería que supieras que era psiquiatra. Es tan... complicado a veces. Un modelo era más sencillo. Por el otro, sabía que te enfadarías si no te lo decía. Era la vieja historia. Con cada día que pasaba, se hacía más difícil. Cuanto más duraba el engaño, más miedo me daba confesarlo. Y al final, yo fui el burlado. Cuando llegó la hora de regresar a Nueva York, sabía que te amaba... y aunque me remordía la conciencia por haberte engañado, no sabía cómo demonios corregir el error sin arriesgarme a perderte.

Tragó saliva. Tenía los nudillos de la mano blancos de la fuerza con que se aferraba a la repisa de la chimenea. Miró a Leslie, y le remordió mucho más la conciencia, al ver el sufrimiento que le había causado.

—Lo intenté, Leslie. Intenté decírtelo varias veces durante aquella semana. Pero tú no me dejabas. Y yo era lo suficientemente feliz como para no insistir. Había veces en las que me preguntaba si lo sabrías. Una vez me llamaste de broma doctor Ames. En otra ocasión me pediste que no analizara las cosas tan profundamente. ¿Te acuerdas? Estábamos en la terraza... —comenzó a dirigirse hacia ella, pero Leslie se levantó rápidamente del sofá y cruzó el cuarto hasta la ventana, donde se quedó de espaldas a él.

—Recuerdo un comentario que hiciste cuando pensé que Tony te había pagado por hacer que me lo pasara bien. Te reíste y dijiste que nadie pagaba por tu tiempo para hacer algo como aquello. Supongo que debería haberme preguntado lo que querías decir, pero supuse que te referías a que sólo trabajabas como modelo. A pesar de toda mi desconfianza, estaba... deseando creer —sacudió la cabeza consternada—. ¿Qué es lo que me pasa? Después de lo de Joe, juré que nunca más volvería a dejarme engañar. Una semana contigo... y ya estoy cegada otra vez.

Oliver se acercó hasta ella por detrás, y se quedó a su lado sin tocarla.

—El amor es ciego —le dijo, con una triste sonrisa—. ¿No has oído nunca decir eso?

—Sí. Qué tontería.

—No es ninguna tontería. Yo dejé que el amor me cegara, y no me di cuenta de la necesidad que tenías de la verdad. Yo te amo, Leslie. Y si no estuvieras tan enfadada y dolida, creo que tú también reconocerías que me quieres.

—Pero estoy enfadada y dolida —sus grandes ojos de color violeta daban fe de sus palabras—. Me siento... traicionada.

—Por favor, Les, yo no te he traicionado —intentó tocarle la mejilla, pero ella retrocedió, y no insistió—. Soy la misma persona que era, y siento lo mismo por ti. Psiquiatra o modelo, da exactamente igual. Si podías amar al modelo, ¿por qué no al psiquiatra?

—¡Yo no amaba al modelo! —exclamó, agarrándose a la única ilusión que podía salvarla de la atracción que sentía por Oliver—. Me dejé hechizar por... el encanto de la isla. Eso fue lo que pasó. Nada más.

Oliver entornó los ojos.

—¿Y por qué estabas tan callada durante el viaje de vuelta? ¿Y por qué aceptaste rápidamente pasar el fin de semana conmigo? ¿Y por qué te ofreciste a mí con tal abandono? ¿Y por qué volverías a darte de nuevo si te llevara al dormitorio ahora mismo? Tú no te acuestas con cualquiera. ¿Recuerdas?

El corazón de Leslie comenzó a palpitar. Si se debía a sus calidades de psiquiatra o sólo a que era un hombre perceptivo, no lo sabía. Pero sus preguntas le habían llegado al corazón.

—Eres bueno en la cama —se oyó decir a sí misma con voz mucho más fría que el calor que sentía en su interior—. Y necesitaba un escape. Puede que no fueras el único que intentaba dar otra imagen —dijo, hablando según le venían las ideas—. Puede que necesitase hacer desaparecer la imagen de la maestra de escuela pegada a su trabajo. Puede qué yo también estuviera desempeñando un papel.

Lo había conseguido. Oliver se irguió bruscamente.

—No te creo.

—Qué pena. Curioso... parece que estamos siempre corriendo el riesgo de tropezar. Cuando dos personas juegan durante una semana, es difícil saber después lo que es verdad y lo que no. Creo que sería mejor que te fueras —dijo sin mirarle—. El juego ha terminado.

—¡De eso nada! —exclamó Oliver, fue hasta ella, que se dirigía hacia la puerta y la obligó a darse la vuelta—. No te creo ni una palabra. Te conozco, Leslie. Puedo leer tus pensamientos.

—Entonces tienes un problema doble. Porque si quieres que me lo crea, también tendré que creer todos aquellos tópicos sobre los psiquiatras. Y si lo hago, no querré estar cerca de ti. Tengo secretos, como todo el mundo. Y no me gusta la idea de ser transparente —llegó por fin a la puerta y puso la mano en el picaporte en busca de apoyo—. ¿Te vas a marchar o tendré que llamar a la policía y denunciar tu allanamiento de morada? No será muy positivo para tu imagen.

Oliver se quedó mirándola fijamente durante un minuto. Aunque no había creído ni una sola palabra, sus protestas a ese respecto sólo habían servido para endurecerla más. Tenía que haber algún modo de convencerla, pero desgraciadamente, no podía pensar con claridad. Su interior estaba destrozado, y necesitaba toda su energía para mantenerse frío. Este pensamiento le recordó que su abrigo estaba en la barandilla. Con la cabeza gacha, se acercó a recogerlo. Cuando volvió a la puerta, Leslie la abrió.

—Esto no es el final, Leslie.

—Yo creo que sí —murmuró, sintiendo un tremendo dolor.

Oliver sólo sacudió la cabeza. Como necesitaba desesperadamente tocarla, levantó una mano hacia su cara. Cuando Leslie intentó retroceder, se lo impidió agarrándola con firmeza por el pelo.

—No, Les. Lo que teníamos en St. Barts era único. La mayoría de la gente se pasa toda la vida buscándolo infructuosamente. Yo ya lo he encontrado. Lo único que me falta por demostrar, es que tú también lo has encontrado.

Oliver dejó que su dedo se deslizara del modo más suave posible por la mejilla de Leslie hasta llegar a los labios. Ella intentaba librarse de él, retroceder, hacer lo que fuera menos admitir lo mucho que le deseaba. Pero no se podía mover.

Oliver volvió a sacudir la cabeza, esta vez con una sonrisa en los labios, provocada por la ternura de la caricia.

—Encontramos algo especial allí y antes me muero, que renunciar a ello.

Por un instante, Leslie pensó que la iba a tomar entre sus brazos. Sus ojos se abrieron. Tragó saliva. Pero mientras estaba intentando decidir si luchar o no, él dejó caer su mano, se puso el abrigo, y se marchó.

Leslie se quedó en la puerta hasta que perdió de vista el coche, subió las escaleras, y lloró hasta que se quedó dormida.


 


Date: 2015-12-18; view: 580


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