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CAPÍTULO CINCO

 

 

La luz del sol despertó a Leslie. Se volvió para sentarse, observando cómo la mano de Oliver resbalaba desde su cintura hasta el suelo. Estaba dormido como un tronco. Se encontraba tendido boca abajo sobre la alfombra, con la cabeza vuelta hacia el otro lado. Leslie se estremeció y se puso de pie. La falda y la blusa estaban muy arrugadas, pues había dormido con ellas puestas. Se llevó una mano a la cabeza e intentó recordar lo que había sucedido. Inevitablemente, su mirada se dirigió hacia Oliver y le vino todo a la cabeza.

Observó su figura inmóvil con ojos llenos de tristeza. Se había medio enamorado de él, suponía. Medio enamorado de un hombre que apreciaba su libertad, que se resentía si estaba comprometido más de un día, que era sin lugar a dudas el hombre ideal para millones de mujeres americanas. La situación era lamentable.

Aturdida, fue hasta su habitación y se desplomó finalmente en su cama. ¿Qué otros anuncios habría hecho?

Su cara y su cuerpo serían vistos y admirados por miles y miles de mujeres. A cambio, él podría elegir entre sus más atractivas admiradoras. ¿Por qué, entonces, de entre todos los lugares de la tierra, él había elegido éste? ¿Y por qué la estaba seduciendo a ella precisamente?

Se dio la vuelta y se quedó mirando al techo con los ojos muy abiertos. Después de todo, ¿qué podría ver en ella? No había nada especialmente llamativo en su persona, de eso estaba segura. Ni, a pesar de lo que había dicho acerca de sus senos, tenía un cuerpo como para atraer a un hombre de su talla. Así que no era un gigoló, como había pensado al principio. Aunque, todavía, daba la imagen de un playboy impresionante, un modelo. Ella, por otro lado, había elegido un camino diferente, más tranquilo e íntimo. Y no podía desviarse de él... más de lo que haría Oliver del suyo.

Dándose cuenta de que, por mucho que pensara, los hechos no iban a cambiar, se levantó, se duchó y se puso un vestido de verano. Después se fue de compras a Gustavia. Cuando regresó a la villa, Oliver estaba en la playa. Durante largo rato permaneció en la terraza observándole sin ser vista. Estaba tumbado, completamente inmóvil, y llevaba un bañador azul marino. Había dicho una vez que le encantaba la desnudez. A Leslie le encantaría verle desnudo...

Frustrada por la simpleza de sus pensamientos, decidió marcharse. Se preparó un té con hielo, cogió un libro, y se acomodó en una silla de la terraza. No lo había hecho porque quisiera ver a Oliver cuando se fuera de la playa, se dijo a sí misma, sino simplemente porque le había apetecido sentarse allí. Al fin y al cabo, ésa era su casa...



Por un capricho del destino, se quedó dormida y cuando volvió en sí, fue con un sobresalto. Al abrir los ojos, se encontró con la mirada de preocupación de Oliver.

—¡Oliver! ¡Me has asustado!

Oliver sonrió con tristeza.

—Parece que tenemos el don de asustarnos el uno al otro. ¿Estás bien?

—Sí —su mano fue automáticamente a la muñeca y al encontrarla desnuda, frunció el ceño—. ¿Qué hora es?

—No estoy seguro —miró hacia el cielo—. Creo que la una más o menos —entonces miró fijamente a Leslie—. ¿Estás bien?

El significado profundo de la pregunta no se le escapó esta vez. Comenzando a relajarse lentamente, le ofreció una débil sonrisa.

—Creo que sí.

Se irguió, cogió su mano, y se quedó contemplando sus dedos, pequeños y finos.

—Respecto a lo que pasó anoche, Leslie...

Ella deslizó los dedos de entre los de Oliver y los llevó a sus labios.

—Shh, Oliver. Por favor. No digas nada —su sonrisa era suplicante—. No es necesario. De verdad que no lo es. Creo que los dos hemos sido embrujados por la atmósfera de este lugar. No se ha hecho ningún daño.

—Lo sé, pero aun así, hay muchas cosas que quisiera...

—Por favor —le interrumpió de manera apremiante—. Por favor, no. Las cosas están bien como están. ¿Para qué complicarlas más?

Oliver sonrió débilmente, apretó los labios desolado y sacudió la cabeza. Entonces levantó la mirada hacia las palmeras.

—La atmósfera de este sitio... una explicación demasiado fácil...

—Si hay otras —afirmó— no quiero oírlas.

Lo último que quería escuchar eran palabras falsas que hablaran de excusas, o peor aún, de afecto. Era obvio que Oliver Ames, de una manera u otra, se había metido en una situación incómoda. Ella sólo estaba intentando ofrecerle una salida fácil.

—Nada ha sucedido aquí, y no quiero que suceda —prosiguió—. No tengo nada de qué lamentarme.

—¿Nada? —preguntó Oliver, con la voz demasiado baja, los ojos demasiado sombríos.

Leslie tuvo el buen juicio de apartar la mirada.

—Nada... bueno, nada que no se pueda remediar —cuando le volvió a mirar, su sonrisa era forzada—. De todas maneras, ya es miércoles. No tengo ninguna intención de vivir lo que resta de semana con remordimientos. Antes de que me quiera dar cuenta estaré de vuelta en Nueva York, no estropeemos las cosas dándoles vueltas y más vueltas. ¿De acuerdo?,

Una extraña expresión apareció en el rostro de Oliver; parecía más nervioso incluso. Sus ojos oscuros miraban dentro de los de Leslie implacablemente, ahondando en ellos, encontrando caminos secretos hacia su alma, haciéndole sentirse desnuda y expuesta a él. Se sentía como si hubiera sido desmontada parte por parte y completamente dominada. Cuando su corazón comenzó a latir con más velocidad, la mirada de Oliver bajó hasta su pecho.

—¿Oliver? —murmuró—. ¿De acuerdo?

Su envalentonamiento era agua pasada.

Lentamente, Oliver volvió a mirarla.

—De acuerdo, Les. Comprendo tu punto de vista —le dio a Leslie un golpe en la rodilla y se levantó—. Creo que será mejor que me vista, quiero ir en moto a la ciudad.

—Coge el coche si quieres. Yo no lo voy a usar.

—No, gracias. Prefiero la moto —le lanzó una mirada llena de cinismo—. Es más insignificante. No quiero arriesgarme a dañar mercancías de valor.

Se marchó antes de que Leslie pudiera decidir de quién se estaba burlando, si de las mercancías, de él mismo, o de ella. Pero daba igual. Todo daba igual. Como le había dicho, no valía la pena dar vueltas y más vueltas a las cosas. Y muy pronto regresaría a Nueva York. Extrañamente, este pensamiento la inquietó más que ningún otro.

Sola en la playa, por la tarde, y sabiendo que Oliver estaba en la ciudad, no se resistió al impulso de quitarse la parte de arriba del bikini. Se estaba poniendo morena, pensó, observando su color dorado mientras se echaba crema en abundancia. Pero ¿vería alguien su bronceado? El de sus senos seguro que no. Nadie excepto ella misma, y entonces recordaría cuando estaba tumbada en la playa... junto a Oliver.

Era un recuerdo encantador, incluso aunque no llevara a nada. ¿Cómo estaban ellos ahora? De nuevo a la defensiva, cada uno por su lado y dejando al otro en paz. Era curioso cómo la palabra «paz» podía tener tan diferentes significados...

Para Leslie, una clase especial de «paz» llegó aquella noche cuando, de pronto, surgió Oliver en la puerta del estudio.

—Hola, Les.

Leslie levantó la mirada hasta la alta figura que estaba apoyada descuidadamente sobre la pared, con mal disimulada alegría.

—Hola.

—¿Qué haces?

—Un crucigrama —dio golpes con el lápiz en la hoja—. ¡Es complicado! No consigo terminarlo.

—¿Quieres que te ayude?

—Oh, no —alzó una mano y apretó la revista contra su pecho—. Lo puedo hacer sola. Puede que tarde varios días, pero antes me muero que dejarlo sin terminar.

—¿Te gustan los juegos en los que intervienen palabras?

Lo más probable era que a él le aburrieran.

—Sí —dijo levantando la barbilla desafiante.

Oliver llevaba unos pantalones vaqueros cortos y una camisa abierta a la altura del pecho. Tenía un aspecto terriblemente varonil. Leslie necesitaba algo con lo que combatir la impresión que le causaba. ¡Un desafío era la solución!

—¿Sabes jugar bien? —preguntó Oliver con ojos brillantes.

Ella se encogió de hombros con modestia.

—No he ganado nunca un concurso, pero creo que me puedo defender.

—¿No tendrás el juego de las palabras cruzadas?

—Sí que lo tengo.

Oliver se pasó la mano por la barbilla, casi tímidamente.

—¿Te apetece jugar?

—¿Y a ti? —replicó sorprendida.

—Por supuesto.

Jugaron hasta medianoche, interrumpiendo la partida de vez en cuando para tomar café. Quizá por la hora, o por la alegría de estar con Oliver, pero cuando, alrededor de las dos, las palabras adquirieron un matiz decididamente sugestivo, Leslie le siguió el juego a Oliver sin pensárselo dos veces. Al fin y al cabo eso era un juego, sólo un juego.

SUAVIDAD. SENSUALIDAD. LIBIDO.

—¡Muy buena, Oliver!

CAMA

—Venga, Les. Sé que puedes hacerlo mucho mejor.

—Lo estoy intentando, pero no tengo vocales.

—Toma, déjame darte un par de ellas.

VIRIL

—Muy suave.

CARICIA

—No está mal. Creía que no tenías vocales.

—Acabo de conseguirlas. Vamos. Te toca a ti.

CALOR. TURBULENCIA. ABANDONO

—Cuarenta puntos, Oliver. Juegas muy bien.

BALNEARIO. SEÑOR. LLAVES

—Muy puro, Leslie. Muy puro.

SEXO

—¡Oliver! ¡Esa palabra no te sirve para nada!

—Yo no diría eso. Tiene una «x», que vale ocho puntos.

—Pero ni siquiera has conseguido una puntuación doble o triple. Has jugado mal.

—Ya lo veremos —musitó entre dientes.

EXCITACIÓN. QUEJIDO. VIOLACIÓN. SENO

—No sé, Oliver. Esto se está poniendo de lo más obsceno. ¡Oye, no puedes poner «seno»! Esos dos cuadros no los podías usar. Estás haciendo trampas.

—Venga, Les. ¿Dónde está tu sentido del humor? «Seno» es una palabra magnífica.

—Es indecente. Prueba de nuevo.

OBSCENO

—No es justo. Te la he dicho yo.

—Oye, Les. Tú no tenías las letras. Hum, no me gusta cómo te brillan los ojos.

—Vete a la porra. «Obsceno» no vale nada. Observa.

ESTREMECIMIENTO

—Triple puntuación, más doble valor de la «r». Quince... veintidós... sesenta y seis puntos en total. Así que te puedes quedar con tu «obsceno», incluso aunque la «o» se saliera del tablero.

Hasta ese momento, Leslie había ido en cabeza, pero en la última jugada, Oliver la alcanzó.

AMOR

Ni doble ni triple puntuación. Ni siquiera valor doble de alguna de las letras. Nada, excepto el golpe emocional de una simple palabra de cuatro letras.

Extrañamente, de mutuo acuerdo, se fueron a dormir sin decir una palabra más después de aquello.

 

* * *

 

A pesar de su final conmovedor, la camaradería que habían compartido la noche anterior continuó durante el jueves. Pasaron el día juntos. Desayunaron las tortillas de champiñón que Leslie preparó y después se fueron a la playa, donde pasaron varias horas tomando el sol y nadando. Finalmente, se fueron de compras a Gustavia en la moto.

—¿Estás segura de que estás preparada para esto? —preguntó Oliver ajustándole el casco a Leslie antes de ponerse el suyo.

—Por supuesto. He ido en la moto sola muchas veces. Oye, ¿y tú, estás preparado?

Percibiendo su sonrisa burlona, la miró agudamente.

—Lo estaré pronto —refunfuñó, pasó una pierna sobre la moto, estiró un brazo hacia atrás para colocar a Leslie en una posición cómoda y arrancó.

Para Leslie, no podía haber habido cosa más estimulante que ir abrazada a Oliver de esa forma, sintiéndole tan firme y fuerte entre sus piernas.

—¿Vas bien? —gritó, frotando la mano de Leslie de un modo dulcemente atractivo.

—Adivínalo —contestó, y cerró los ojos mientras apretaba su mejilla contra la espalda de Oliver.

Tener una excusa aceptable para hacer eso era... era el éxtasis.

Además, el éxtasis continuó después de dejar la moto en el muelle y comenzar a pasear por las calles. Oliver la llevaba de la mano, manteniéndola muy cerca de él mientras deambulaban de una tienda a otra, sin buscar nada en particular.

Pararon un par de veces en algún pequeño café para descansar, charlar y disfrutar algo más de la ciudad. Solamente Leslie había comprado algunas cosas: un frasco de perfume importado, una cajita esmaltada y, cediendo a un impulso, un vestido de color rosa claro que la atrajo nada más verlo. Sabía que las tres cosas tendrían un significado especial para ella, dadas las circunstancias en las que habían sido compradas.

—¿Te apetece nadar? —preguntó Oliver mientras aparcaba la moto, cuando llegaron a la villa.

Leslie sonrió y se encogió de hombros.

—No lo sé. Me siento realmente cansada. Creo que voy a irme a dormir.

—Ven conmigo a la playa entonces. Puedes dormir allí mientras nado.

Para su sorpresa, eso fue precisamente lo que hizo. Recordaba haber visto a Oliver tirándose al agua, haber observado cómo nadaba durante un minuto... y nada más. Cuando se movió «una vez, sintió su cálido cuerpo junto a ella entre sueños, y se arrimó a él. Cuando se despertó, Oliver estaba allí, dormido a su lado. Sus brazos la acunaban dulcemente. Se dio la vuelta con cuidado, levantó la cabeza y le miró. Su rostro era la viva imagen de la tranquilidad. En cambio, el de Leslie estaba ardiendo.

—¿Oliver? —susurró.

—¿Mmmm?

—¿Estás despierto?

—Claro —murmuró con voz soñolienta—. Sólo tenía los ojos cerrados.

—¿Eso es todo? —se burló.

—Por supuesto. A mí no me importa acostarme tarde. Es algo que siempre hago.

Aún no había abierto los ojos y Leslie aprovechó para observarle con detenimiento. Le encantaba la tersura de su piel bajo la suave alfombra de vello de su pecho. Levantó la mano para tocarlo y resistió la tentación momentáneamente, hasta que al final se rindió.

—¡Oye! —Oliver se despertó instantáneamente y capturó su mano con infalible puntería—. ¡Me haces cosquillas! ¿Estás aburrida?

—Oh, no.

—¿Inquieta?

—Un poco.

—¿Hambrienta?

—Mmm.

Su indolente respuesta produjo un minuto de tensión entre ellos. Entonces, Oliver la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.

—¡Dios mío, Leslie! —exclamó mientras la estrechaba contra su piel desnuda. Leslie sintió el temblor de los brazos de Oliver y se llenó de satisfacción. Sensación que no disminuyó cuando él la soltó.

—¿Por qué no nos vestimos y nos vamos a cenar a la ciudad? —sugirió con voz profunda—. Me apetecería algo... caliente y picante.

—¿Sí? Qué curioso. Pensaba que preferías cosas más suaves y delicadas.

Sus ojos se encendieron repentinamente.

—Más tarde —dijo en voz baja—. Eso más tarde.

Era una promesa que se convirtió en el principal de los pensamientos de Leslie mientras se arreglaba. Cuando se bañó, tuvo especial cuidado de dejar su piel suave y aromática. También se peinó y se maquilló con especial atención, aunque lo hizo con moderación, resaltando sutilmente sus ojos y sus mejillas.

Cuando llegó la hora de vestirse, no tuvo problemas para elegir. Pasó silenciosamente del cuarto de baño a su dormitorio envuelta en una toalla. Cogió el elegante vestido rosa de la bolsa y lo desenvolvió, contemplando su discreto estampado de flores durante un par de minutos. A continuación, se miró en el espejo. Desató el nudo que sostenía la toalla y la dejó caer al suelo. Su mirada se dirigió a su cuerpo desnudo, antes de ponerse el vestido.

Entonces volvió a contemplarse. Le quedaba perfecto. ¿Lo habría elegido pensando en Oliver?

Cuando se encontró con él en la puerta principal a las ocho, quedó patente que resultó muy impresionado. Durante un minuto estuvo mirándola boquiabierto, devorando cada milímetro de su tersa piel, cada suave curva.

—Es... es... estas preciosa, Leslie. Preciosa...

Leslie lo sentía. Se sentía hermosa. Se sentía... especial. A pesar de las muchas diferencias que había entre ellos, a pesar de que seguramente habría conocido a mujeres más atractivas, a pesar de todo el poder, elegancia y virilidad que aquel hombre rezumaba, ella se sentía como si nunca hubiera habido, ni nunca fuera a haber, otra mujer en su vida.

Leslie casi no recordaba lo que había cenado aquella noche, lo que sí recordaba perfectamente era que se habían sentado en una mesa muy íntima, reservada para ellos dos, y que él no había apartado los ojos de ella durante toda la cena.

En aquel momento, sentada en la pequeña mesa de un sencillo restaurante de la acogedora y cálida isla de St. Barts, estaba lista para jugar a ese juego al que se había negado a jugar durante mucho tiempo. Estaba dispuesta a creer que Oliver estaba tan loco por ella como ella lo estaba por él, que estaban verdaderamente hechos el uno para el otro, que lo que existía entre ellos sería correcto, bueno y duradero. Lo que él fuera en la vida real no le importaba más que su propio pasado y futuro. Estaban juntos y muy enamorados. Esto era lo único que importaba.

—¿Qué quieres de postre, Leslie? —murmuró con los dedos entrelazados en los de ella y los ojos fijos en sus labios.

Mientras, el camarero esperaba a una distancia prudencial.

—Nada —respondió ella.

—¿Estás segura?

Asintió con la cabeza.

Pocos minutos después estaban en el coche, camino de la villa. Allí, tomaron el sendero que rodeaba la casa. Oliver le apretaba la mano con fuerza, volviéndose a veces para ayudarla a pasar sobre algunas rocas traicioneras. Cuando por fin llegaron a la playa, Oliver la cogió y la llevó en brazos.

Era como si Leslie hubiera estado esperando aquel momento toda la noche, toda la vida. Librada de toda inhibición por el aura de amor que los rodeaba, se había abrazado a su cuello con todas sus fuerzas.

—Ah, Leslie. Esto es lo que siempre había soñado.

La volvió a dejar sobre el suelo, dobló su cuerpo sobre el de Leslie y hundió la boca en su cuello. Sus brazos la estrechaban con una fiereza que la hacía estremecerse tanto como el roce de su cuerpo.

—Estás tan hermosa...

—Como tú —susurró, mientras enredaba sus dedos entre los cabellos de Oliver.

Apretó la mejilla contra su pecho. Su olor era rico y puro, sin adulterar por colonias o lociones fuertes. Aspiró profundamente, y eso la hizo sentirse más embriagada. Su sola presencia le hacía perder la cabeza.

Los ojos de Oliver eran ardientes y la miraban con intensidad, reflejaban la luz azulada de la luna, que resplandecía trémulamente sobre las olas. Oliver llevó la mano hasta la mejilla de Leslie, y recorrió con ella la suave curva de su mandíbula y sus oídos.

—Quiero besarte, Les. Quiero besarte por todas partes.

Si sus palabras no hubieran hecho que ardiera todo su cuerpo, lo habrían hecho sus manos inquietas. Estirándose, Leslie entreabrió los labios para invitarle a que la besara. Después, cuando Oliver aceptó su ofrecimiento, le dio todo. No hubo ninguna parte de su alma que no quedara atrapada en aquella caricia.

Sin detenerse un instante, las manos de Oliver empezaron a explorar todo su cuerpo. Se deslizaron a través de su espalda, sobre la suave curva de sus caderas y por el firme contorno de sus nalgas.

Dentro de su interior, se había desencadenado una tempestad. No había sentido una necesidad tan grande de nada en toda su vida. El cuerpo de Oliver era perfecto. Arqueándose contra él, sentía todo su contorno. Recorrió con las manos la amplitud de su espalda, la afilada longitud de su torso, la delgadez de su cintura, la solidez de sus muslos. Al deslizar los dedos por ellos, Leslie sintió cómo temblaba todo el cuerpo de Oliver, y se sintió satisfecha de ser ella la causante. Pero su satisfacción fue rápidamente consumida por la llama de un hambre que hacía arder todo su cuerpo. Cuando la voz de Oliver sonó roncamente junto a su oído, se estremeció.

—No llevas nada debajo, ¿verdad?

Oliver se inclinó hacia atrás sólo para ver su rostro. Bajo la pálida luz de la luna que se reflejaba en él, tenía un aspecto absolutamente frágil.

—No —susurró, con mirada inocente.

—¿Por mí?

Leslie se encogió de hombros tímidamente.

—Quería sentirme... provocativa.

—¿Te sientes así ahora?

—Oh, sí —suspiró.

—Y... si yo te quito el vestido, ¿seguirás sintiéndote así?

Su corazón palpitaba de tal manera que de lo único que fue capaz, fue de asentir con la cabeza. Era lo que quería, lo que anhelaba todo su cuerpo. De alguna manera, saber sus intenciones era de lo más erótico. Leslie se llevó las manos al nudo del vestido, pero toparon con las cálidas manos de Oliver, que las llevaron a su posición inicial.

—Déjame a mí —murmuró agachando la cabeza para besarla con delicadeza, antes de volver su atención al nudo.

Se miraron fijamente a los ojos, mientras los dedos de Oliver aflojaban el lazo poco a poco.

Cuando sintió el vestido escurriéndose sobre su pecho, Leslie vaciló por un instante. Aunque él ya había visto la mayor parte de su cuerpo, había algo muy especial en la absoluta desnudez. Pero era demasiado tarde para retroceder, lo sabía. Si la determinada mirada de Oliver no le hubiera hecho estar segura de ello, el cosquilleo que sentía en el vientre se habría encargado de hacerlo.

Lentamente, las manos de Oliver aflojaron el vestido y lo dejaron caer sobre la arena. Como si también supiera la necesidad de apoyo que sentía Leslie, puso inmediatamente las manos sobre sus hombros, mientras se deleitaba mirándola.

—Oh... Les... —consiguió articular en tono angustiado.

Ella contuvo la respiración.

—¿Es... soy...?

Sólo entonces volvió Oliver a mirarla a los ojos, encontrándose de nuevo con la inseguridad que había en su rostro.

—¿Estabas preocupada? —preguntó sorprendido.

—No soy ninguna maravilla...

Atraída sin remedio por el brillo dorado de su piel, la mirada de Oliver bajó otra vez, iniciando un lento recorrido con la mano. La textura de la palma suave de por sí, resultaba algo áspera en contraste con la delicada piel de los senos de Leslie. Sus dedos se escurrieron por su cintura y sus caderas; parecían casi capaces de rodear sus muslos completamente. Pero cuando rozaron como plumas el vello dorado que Oliver nunca había visto, fueron todo virilidad y fiereza.

Respondiendo a su delicada fuerza, Leslie se estiró en busca de apoyo, y se agarró a sus hombros.

—¡Oliver! —susurró roncamente.

—¿Estabas preocupada? —repitió.

Sus manos iban hacia abajo, alrededor, hacia arriba de nuevo... En cualquier lugar que tocaran, Leslie sentía que iba a explotar.

Rodeando la cara de Leslie con sus manos, la acercó hasta la suya.

—Eres magnífica, encanto. Tan cálida —pasó los labios sobre su nariz—, y tan suave —besó sus mejillas— y llena donde hay que serlo, y húmeda justo ahí...

Sus labios capturaron los de Leslie con un frenesí que hablaba con más elocuencia que cualquier otra cosa podría haberlo hecho. Y Leslie se rindió a su argumento, abandonándose a su fuego, prefiriendo creer que era tan magnífica como él pretendía.

Leslie disfrutaba de la sensación de la ropa de Oliver contra su piel y se apoyaba sin aliento contra él. La hacía sentirse desnuda, maliciosa y sensual. Pero cuando colocó la cabeza contra el cuello de Oliver y abrió sus labios ante el calor de su pecho, quiso más. Desnuda, maliciosa y sensual eran palabras algo narcisistas. Pero lo que ella sentía por Oliver iba mucho más allá del narcisismo.

Mientras le besaba suavemente los hombros, sus manos trabajaban desabrochándole los botones de la camisa, uno tras otro. Entonces, suspirando de placer, dejó las manos quietas sobre el pecho de Oliver, sintiendo que el poder tocarle a su voluntad, era el mejor regalo que podían haberle dado.

—Me gusta —gimió Oliver, presionando con sus manos las nalgas de Leslie para mantener unida la parte inferior de sus cuerpos—. He deseado que me tocaras durante tanto tiempo... sentir tus manos sobre mi cuerpo...

—Dime lo que te gusta, Oliver —susurró, extendiendo sus dedos y deslizándolos por su costado.

Cuando rozó sus pezones, Oliver se estremeció. Con las yemas de sus pulgares, Leslie se los acarició haciendo pequeños círculos.

—Así —dijo él con voz; entrecortada y los ojos cerrados, respirando con dificultad.

Leslie sintió que darle placer era un gozo en sí mismo. Su atrevimiento aumentaba por momentos, dobló la cabeza y sustituyó los dedos por sus labios. Esta vez, la reacción fue un gemido de dulce agonía. Aplastando sus nalgas con las manos, Oliver oprimió su vientre contra el suyo.

Cuando levantó la cabeza de Leslie, su voz era ronca y entrecortada, y sus ojos estaban llenos de fiereza.

—No sé cuánto más podré resistir, Leslie —advirtió—. Te he deseado tanto esta semana... y ahora...

La apartó y, en un instante, se desabrochó el cinturón y la cremallera del pantalón. Pero cuando iba a quitárselo, Leslie se acercó.

—¡Espera! —exclamó. Entonces, viendo la mirada perpleja de Oliver, se dio cuenta de que no lo había entendido—. No —murmuró, acercándose más a él—, es sólo que quiero hacerlo yo.

Arqueándose contra él, con las manos en su cintura, se estiró para llegar a sus labios. Sus senos se apretaron contra el pecho de Oliver, provocando una fricción embriagadora que dio incluso más calor a su beso. Entonces, deslizó las manos bajo el elástico de sus calzoncillos, encontró lo que quería y lo acarició con ternura. Estaba completamente excitado. Leslie se encontró respirando tan ansiosamente como él, necesitaba tocarle, necesitaba mucho más...

Oliver se quejó de nuevo y se estremeció. La apartó casi con violencia y se quitó los pantalones y los calzoncillos antes de volverla a coger.

Ante el contacto, Leslie gritó. Era electrizante.

—Oh, Les...

—Sí, sí...

—¡Ven aquí!

La última frase había sido una orden que surgió un segundo antes de que sus manos se deslizaran hasta la parte posterior de los muslos de Leslie y la elevaran al tiempo que ella separaba las piernas y las ajustaba firmemente sobre sus caderas. Entonces, tranquilo en la antesala de la culminación, cayó sobre sus rodillas y lentamente, la dejó con suavidad sobre la arena.

Hasta que no estuvo totalmente acomodada, Oliver no la soltó. Con una mano se sostuvo encima, mientras que con la otra inició un descenso sobre su cuerpo hasta encontrar infaliblemente lo que buscaba.

—Por favor, Oliver... —suplicó, y se movió contra la mano de él desesperada.

—¿Me quieres?

—¡Oh, sí!

Los dedos de Oliver la acariciaron con vehemencia.

—¿Estás lista...?

—Estoy lista desde hace mucho... no creo que pueda resistir mucho más...

—Yo no puedo —dijo él roncamente. Plantó la otra mano junto a su hombro, y entonces, se puso encima de Leslie.

Se miraron a los ojos, conscientes de la importancia de aquel momento. Para Leslie era perfecto, lo mirase desde donde lo mirase. Su cuerpo no era el único que deseaba a Oliver, también su mente y su corazón lo deseaban. No habría nada de lo que lamentarse; lo que el futuro le tuviera preparado no importaba pues el momento que estaba a punto de llegar prometía ser la culminación de algo muy especial para ella como mujer. Con el pulso totalmente acelerado, Leslie se agarró a las caderas de Oliver y le urgió a que entrara en su cuerpo.

Avanzando con mucha precaución, él la penetró lentamente, conquistándola milímetro a milímetro. La boca de Leslie se abrió proclamando en silencio toda la hermosura de aquel acto y cuando la penetración fue absoluta, Oliver echó la cabeza hacia atrás y respiró profundamente, Leslie gritó, elevó todo lo que pudo sus caderas y rodeó con sus piernas las de Oliver. Se apretó contra él con todas sus fuerzas y cerró los ojos, gozosa de saborear la dulce sensación de sentirle tan dentro de ella.

Oliver inclinó la cabeza para sellar los labios de Leslie y comenzó a mover las caderas lentamente al principio, pero aumentó la velocidad y la energía al mismo tiempo que la pasión se apoderaba de él.

A Leslie le sucedía algo parecido. Sus labios respondían a los ataques de los hambrientos besos de Oliver, sus manos vagaban acariciando con avidez la piel brillante de sudor. Leslie sentía su fuerza y la audacia con que se movía dentro de ella. Y, guiada por el instinto, se movió al mismo ritmo.

Lo que existía entre ellos en aquellos instantes era algo simple y primordial, una arrolladora y mutua necesidad. Etiquetarlo habría sido inútil. El placer que se daban mutuamente era intenso y sincero, no corrompido por nada de lo que pudieran haber sido, hecho o deseado con anterioridad. Eran sencillamente una pareja haciendo el amor en aquel instante; y nada más les importaba.

—¡Oliver! —exclamó ella en un arranque de pasión, con el cuerpo electrizado con una increíble necesidad—. Así... —susurró— más... oh, sí... así...

Leslie volvió a gritar su nombre, se arqueó hacia arriba y después se deshizo en espasmos de éxtasis. Un segundo después, Oliver también se quedó rígido y lanzó un quejido de satisfacción, mientras su placer continuaba sin fin.

Al final, absolutamente agotado, se desplomó sobre ella. Entonces, cuando la respiración de Leslie se acompasó a la de él, Oliver se apoyó sobre sus codos, elevándose para aliviarla de la mayor parte de su peso. Su mirada estaba absolutamente llena de ternura cuando la miró.

—¿Significa esa sonrisa que te sientes feliz?

Leslie asintió con la cabeza, pues tenía un nudo en la garganta.

—Yo estoy contento —dijo Oliver dulcemente, pasando sus labios por las comisuras de los de Leslie—. Estás hermosa. Ha sido hermoso.

Resbaló hacia un lado, dejando uno de sus muslos sobre los de ella.

—¿Qué estás pensando? —preguntó, y su tono de voz casi lindaba con la ingenuidad.

Leslie sabía que Oliver necesitaba saber que la había complacido. También sabía que aquello tenía poco que ver con el narcisismo. En realidad, estaba encantada.

Apartó un mechón de su frente sudorosa.

—Pienso —comenzó con deliberada ironía—, que para ser un devorador de mujeres profesional, no lo haces mal del todo.

—Estoy contento —murmuró— porque si ha servido para algo mi pasado, ha sido para hacerme mejor para ti.

—Eso es muy bonito.

—Es lo que siento, Leslie —de pronto se puso serio—. Sabes que nunca ha habido nada como esto antes, ¿verdad?

Porque quería creerle, asintió con la cabeza.

—¿Sabes también que estoy lleno de arena?

—No eres el único.

Antes de que pudiera decir una palabra más, Oliver la tenía en brazos.

—¿Qué estás haciendo?—gritó—. ¡Oh, no, Oliver Ames, debe estar helada a estas horas de la noche! ¿No irás a meterme ahí?

—Lo único helado es el viento —replicó, acabando con su débil resistencia.

—¡Oliver! Se suponía que tenías que estar cansado y soñoliento. ¡No puedes hacerme esto!

—Sí que puedo —sus pasos llevaban una dirección muy determinada, y no precisamente hacia la casa.

—¡Pero, Oliver! —se agarró con fuerza a su cuello cuando oyó el chapoteo de los pies en el agua— ¡Oliver! —él seguía avanzando mar adentro—. ¡Oliver, por favor!

Cuando Leslie sintió el agua en las nalgas dio un salto hacia arriba, pero él la soltó inevitablemente.

Incluso la tenue luz de la luna no pudo esconder el brillo de malicia que había en los ojos de Oliver. Leslie siguió con los brazos aferrados a su cuello.

—Suéltame, Leslie —murmuró.

—¡No! —contestó, sacudiendo la cabeza y agarrándose con todas sus fuerzas.

—Suelta...

—¡No!

Entonces le hizo cosquillas. Leslie, instintivamente, bajó los brazos... cayendo ruidosamente al agua como resultado. A pesar de eso, Oliver no llegó a soltarla del todo. Sus manos permanecieron en la cintura de Leslie para elevarla tan pronto como estuvo totalmente sumergida.

—¡Ha sido una broma muy pesada! —balbuceó. Se echó hacia atrás el pelo, y frunció el ceño, pero Oliver la llevó hacia él una vez más y Leslie casi se derritió de placer.

—Ahora, si quieres, te puedo volver a coger.

—De eso nada. Seguro que me haces cosquillas otra vez.

—Te prometo que no.

—¿Seguro que no?

—De verdad.

—¿De verdad?

Leslie se lo pensó sólo un instante. Entonces, llena de sensualidad y completamente feliz, volvió a rodear el cuello de Oliver con sus brazos. Sus cuerpos se ajustaban perfectamente.

—El único problema es que tú estás lleno de arena todavía y me estás ensuciando otra vez.

—¿Sí...?

Oliver frunció el ceño como pensando con seriedad el modo de resolver el problema. Entonces, se encogió de hombros inocentemente, se inclinó y saltó hacia atrás. Al menos esta vez se habían mojado los dos.

Leslie salió del agua riéndose. Cuando Oliver la agarró por la cintura y la elevó sobre él, ella bajó la vista mirándole con adoración.

—Ha sido una broma casi tan pesada como la otra.

—Pero estamos limpios —murmuró, mientras le mordisqueaba la barbilla—, ¿verdad? ¿Tienes frío?

—¿Entre tus brazos? Nunca.

—¿Cómo es que siempre tienes la respuesta adecuada?

—No siempre son adecuadas mis palabras —replicó sencillamente—, son sólo sinceras.

—¿Te gusta la sinceridad?

—Necesito la sinceridad.

—Hablas con la misma vehemencia con la que ya te he oído hablar más de una vez. ¿Qué te ocurrió, Leslie?

Las piernas de Leslie se deslizaron lentamente hacia abajo.

—¿A qué te refieres?

—A ti te han hecho daño. Algo te ha sucedido. Quiero saberlo.

—Nada importante... —trató de quitarle importancia al asunto.

—Quiero saberlo —la expresión de su rostro reflejaba su interés—. Quiero comprender por qué tienes sentimientos tan fuertes respecto a ciertas cosas. Por qué pusiste cierta distancia entre tú y tu familia. Por qué da la impresión de que desconfías de los hombres.

—No lo sé, Oliver. Realmente no tiene importancia... y me da vergüenza.

Pensaría que era una verdadera tonta si se lo contara.

—Entonces —avanzó hacia la orilla con ella en sus brazos—, será mejor que hables rápidamente para que la oscuridad pueda ocultar tus colores. Quiero saberlo todo... esta noche.

—¿O...?

—O si no...

—¿O si no, qué?

—O si no... te haré mi prisionera, y mañana por la mañana te ataré de pies y manos, y te dejaré asándote al sol hasta que hables.

—Mmmmm, qué provocativo suena eso.

Una vez fuera del agua, Oliver se detuvo.

—Primitivo es la palabra.

—Lo primitivo me enloquece.

—Leslie, no estás hablando en serio, pero no te saldrás con la tuya.

La bajó al suelo.

—Ahora coge tus cosas y vamos a la casa. Tenemos que hablar.

Leslie cogió sus sandalias y las dejó colgando de una mano.

—¿Oliver?

Estaba buscando sobre la arena el calcetín que le faltaba, su esbelto cuerpo brillaba bajo la luz de la luna.

—¿Qué?

Se acercó a él y con el brazo rodeó su cintura. Su piel se sentía suave y mojada, y el brazo de Leslie se deslizaba con facilidad sobre ella.

—¿No prefieres hacer el amor? —preguntó Leslie dulcemente, con expresión más cordial que seductora.

Él la besó en la punta de la nariz.

—Eso, encanto, será tu recompensa. Ahora ¡vámonos!


 


Date: 2015-12-18; view: 520


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