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CAPÍTULO CUATRO

 

 

Los labios de Leslie estaban entreabiertos. Resbalando hacia adelante, Oliver aceptó su invitación, mordisqueándola dulce y lentamente hasta que cerró los ojos, rindiéndose a su fuego. Leslie estaba ardiendo, y Oliver encima la atormentaba, evitándola entre beso y beso, y forzándola a ser más agresiva en su búsqueda de satisfacción.

—¡Oliver! —susurró, doblando su cuerpo lo suficiente como para poder deslizar la mano de Oliver hacia abajo y apretarla contra su pecho—. No puedo soportar esto —dijo con voz entrecortada, observando cómo Oliver abría los ojos lentamente.

—¿Que no puedes soportarlo? —refunfuñó con voz ronca—. Nos van a detener de un momento a otro.

Movió suavemente un dedo sobre su pezón palpitante, divirtiéndose con los esfuerzos que Leslie hacía para no gritar. Leslie apretó la mano de Oliver, pero no la apartó.

No podía. Era demasiado agradable, como si fuera un amor perdido hace mucho tiempo que acababa de regresar a casa. Sintiéndose repentinamente algo frívola, sonrió maliciosamente.

—¿Crees que nos detendrán... ? —lanzó una mirada alrededor—. Lo que quiero decir es que tiene que haber más gente tonteando por aquí, aunque yo nunca me doy cuenta de ello.

—Porque no eres una mirona —le respondió—. Si estuvieras mirando, lo encontrarías.

—¿Tú lo has visto? —preguntó, con los ojos encendidos de curiosidad—. Vamos, Oliver —susurró con tono de conspiración.

Estiró de la mano de Oliver hacia arriba, y la colocó en su mejilla, de manera que su brazo cruzaba totalmente su pecho desnudo. Sus cuerpos estaban unidos. Leslie se sentía maravillosamente viva.

—Dímelo.

—No te lo diré. Podría darte ideas.

—¿Ideas? ¿Qué ideas?

Cuando Oliver sonrió burlonamente, el surco de las comisuras de sus labios se hizo más profundo. Leslie no se había fijado hasta entonces; había una vaga sensualidad en él.

—Si te lo dijera, sabrías lo que he visto. Creo que mejor me volveré a dormir.

Volvió la cabeza hacia el lado opuesto. Leslie apreció su intento de dominarse, pero lo que más apreció fue aquel brazo fuerte y velludo que le hacía cosquillas por donde rozaba.

—¿Dormir? —le preguntó con tono acusador—. ¿Era eso lo que estabas haciendo?

Se volvió de nuevo hasta que sus caras estuvieron íntimamente juntas.

—No. Supongo que no. Estaba pensando... —parecía que iba a continuar, pero suspiró y repitió de nuevo—. Pensando...

—¿Estás contento en St. Barts? —preguntó, acurrucándose más cómodamente contra el brazo que Oliver no parecía tener prisa en apartar.



—Sí —era una afirmación. Pero quedó en el aire.

—No pareces muy convencido.

—Está bien...

—¿Pero?

—Es sólo que el que todo el mundo esté emparejado me hace sentir solo.

Leslie le miró dubitativa.

—¿Tanto significa para ti estar comprometido?

—¿Comprometido? De ninguna manera. Lo que quiero es una relación de amistad sencilla, alguien con quien poder hablar con confianza. Esto es lo que veo aquí, en la playa, en tiendas y cafés. Afecto. Me da envidia.

—Yo también he sentido algo parecido —murmuró, medio hablando consigo misma, puesto que recordaba los sentimientos similares que había abrigado la noche anterior. Levantó la mano por un instante para mirar hacia delante—. ¿Qué serán, Oliver? ¿Amigos? ¿Amantes? ¿Matrimonios?

La mirada de Oliver siguió a la suya, deteniéndose en una pareja que estaba tumbada a unos cuantos metros de distancia.

—Habrá de todo, supongo —hizo un movimiento con la barbilla, señalando a la pareja—. Están casados.

—¿Sí?

—Seguro. ¿No ves el anillo de él?

—¿Y el de ella?

—Oh. Eso rebate mi teoría.

—¿Has estado casado alguna vez?

—No.

—¿Por qué no?

—Nunca quise.

—¿Ni siquiera por el afecto del que hablabas?

—La mujer trae el afecto, no el matrimonio.

—Cierto. ¿Pero, y los niños?

Era extraño. Leslie daba por sentado, ante la imagen que ofrecía Oliver, que no le interesarían en absoluto los niños. Pero, de alguna manera, se lo podía imaginar fácilmente rodeado de ellos.

—¿No te casarías por tenerlos?

—Casarse sólo con el fin de tener hijos puede ser un desastre total.

—Podrías casarte y ser feliz.

—Podría... supongo. Es difícil encontrar la mujer adecuada —sonrió—, con mi profesión y todo lo demás.

—Claro, tu profesión...

—¿Y tú?

—Mi profesión no es ningún problema.

—¿Entonces por qué no te has casado? Pareces cariñosa y afectiva, del tipo de personas que se casan —movió un dedo rozando muy levemente la mejilla de Leslie—. Y te gustan los niños. ¿No te gustaría tener hijos?

—Citando tus propias palabras, casarse sólo con el fin de tener hijos puede ser un desastre total.

—Citando las tuyas, podrías casarte y ser feliz.

Leslie se puso más seria.

—Ojalá. Pero me da la impresión de que a cualquier lado que miro, veo divorcios y más divorcios. Divorcios, o parejas que están sufriendo las molestias de tener que acudir a los juzgados, y otras que sencillamente son desgraciadas. Puede ser que tú no lo veas, o que con tu profesión, te resulte natural; pero yo lo estoy viendo todos los días y me molesta. No sólo ha hecho estragos dentro de mi familia, sino que muchos de los niños de los centros son producto de hogares destrozados. Y muchos de ellos están sufriendo espantosamente.

Oliver notó la expresión de angustia en el rostro de Leslie.

—Pero has vuelto de nuevo al tema de los niños. Para empezar, ¿qué es lo que sucede con los matrimonios? ¿Por qué será que no funcionan?

Leslie meditó un instante y después se encogió de hombros.

—No lo sé. Demasiada ambición. Muy poca sinceridad. Demasiada independencia. Muy poca confianza. Puede que sea que los tiempos están cambiando, y estamos experimentando una evolución emocional en todos los campos. Puede ser que tengamos que entender el amor de otra manera, para hacerlo posible en esta época. Mira por ejemplo aquella pareja. Por todo lo que sabemos, su mujer podría estar con alguien también. Pero si ella está enamorada, y ellos están enamorados, y los cuatro son felices, muy lejos estaríamos nosotros de poderlos criticar, especialmente si no tenemos nada mejor.

Oliver frunció el ceño mientras consideraba las últimas palabras de Leslie.

—¿Aceptas la infidelidad?

—No, realmente no —también Leslie frunció el ceño—. Puede ser que lo que esté diciendo es que el amor es lo fundamental, y que cualquier medio es válido para conseguirlo. El único problema es que, cuando se trata de amor, esos medios pueden causar mucho, mucho dolor.

—Pareces muy convencida.

—Lo estoy.

—¿Has sentido alguna vez ese dolor?

Dándose cuenta de que se habían alejado del camino seguro, que habían entrado en un terreno que aborrecía, Leslie se encogió de hombros.

—No importa —suspiró y forzó una leve sonrisa—. Además, puede que todo sea una ilusión nada más. Puede ser que aquella pareja no esté enamorada, sino solamente encantados por la atmósfera de este lugar. Hay algo especial en una isla tropical en pleno invierno...

—¿Algo atrevido como estar tumbado casi desnuda?

En un instante, la conversación más seria se había olvidado. Leslie sonrió.

—Algo así.

—¿Por qué no te vuelves? —se burló Oliver. Ella respondió al fuego con fuego, divirtiéndose con el intercambio de pullas: —; ¿Por qué no te vuelves tú?

—Porque no puedo dejar de pensar en que tú lo hagas y me pongo nervioso, y me siento... molesto.

—Nervioso y molesto. Interesante.

—Te diré lo que podemos hacer: yo me iré en un sentido y me imaginaré que no estás aquí. Si tú haces lo mismo, problema resuelto.

—No lo sé —hizo un gesto de duda con las manos, nada dispuesta a perder su compañía—. Podríamos seguir haciéndolo aquí...

—¿Haciendo el qué?

—Estar tumbados, cómodos y frescos...

Estaba tan pegada a él, que el comentario fue un poco absurdo. Evitando su mirada, Leslie apartó su brazo y se volvió con lenta y estudiada indiferencia.

—Bueno —suspiró, con los ojos cerrados—. Tu turno.

Oliver soltó un juramento expresivo entre dientes y tosió para deshacerse del nudo que se le había hecho en la garganta.

—Creo que mejor me daré esa vuelta.

—No te vayas —susurró Leslie, volviendo la cabeza y abriendo los ojos—. Lo que quiero decir, es que estamos bien. No hay ninguna necesidad de que tengas que irte. Es todo una cuestión de... imaginación.

Oliver le lanzó una mirada penetrante. Después deslizó la mirada hasta sus senos.

—¿Sólo es eso? —preguntó con voz ronca—. ¿Una cuestión de imaginación?

Cuando Oliver la miró, sintió como si unos dedos largos y nerviosos acariciasen sus senos exuberantes, acabando con su teoría. Su respiración ya era irregular cuando Oliver se impulsó con los brazos y le habló al oído.

—Tienes unos senos preciosos, Leslie.

—Lo mismo que las tres cuartas partes de las mujeres que hay en la playa.

—Yo no estoy mirando los pechos de esas mujeres. Estoy mirando los tuyos.

—Bueno, pues no deberías estar mirando.

Oliver la ignoró.

—¿Te pongo crema? Se me da de miedo.

—¡Oliver! —protestó ahogadamente—. Al menos podrías intentarlo.

—Lo intento, lo intento.

—¡Seguro! Excitarme —le lanzó una mirada de reproche—. Ahora intenta calmarme.

—Eso no sería divertido.

—Oliver —le reprochó medio enfadada—. Prometiste que te irías. Prometiste que no provocarías.

Ante su expresión suplicante, Oliver se puso serio.

—¿Yo prometí eso? ¿De verdad? —Leslie asintió con la cabeza, que estaba pocos centímetros por debajo de la de Oliver—. Entonces —añadió—, será mejor que me dé esa vuelta después de todo.

La besó en la punta de la nariz y se levantó, antes de que Leslie pudiera responder. Leslie se apoyó sobre los codos y observó cómo Oliver se dirigía hacia la orilla y desaparecía entre las olas, para salir a continuación y alejarse caminando pensativo por la orilla.

A Leslie le habría encantado irse con él. Hubiera sido agradable pasear juntos por la orilla de la playa, sintiendo las caricias de las olas en sus pies. Hubiera sido agradable haber hablado un poco más. Le gustaba hablar con él. Era sencillo, y curioso; y siempre estaba listo para sonreír. Leslie creía que un modelo tendría que ser egocéntrico, pero él no lo era. Parecía mucho más interesado en escuchar a Leslie que en impresionarla con sus propias palabras. Ahora que lo pensaba, Oliver había hablado poco de sí mismo en las charlas que hasta ahora habían tenido.

Suspirando, se dejó caer en la toalla. Probablemente fuera mejor así, teniendo en cuenta la procedencia de sus ingresos; cuanto menos supiera acerca de su modo de vivir, mejor. Sabía hablarle a una mujer, halagarla. Era un profesional. El único problema era que Leslie quería creerle, quería creer que encontraba sus senos hermosos, que le atraía más que cualquier mujer de la playa. Deseaba creerle... cómo deseaba creerle...

Se incorporó bruscamente, se puso la parte de arriba del bikini, se echó su albornoz por encima y recogió sus cosas. Ya había tenido bastante playa por aquel día. Un lento paseo en coche por la isla aclararía sus ideas. Aquello era lo que necesitaba: un largo paseo en coche.

Cuando regresó a la villa, lo tenía todo claro una vez más. Su nombre era Leslie Parish, una persona solitaria que estaba pasando las vacaciones en la villa de su familia. Y resultaba que Oliver Ames, por un capricho del destino, y de su hermano Tony, también estaba allí. Eso era todo. Cada uno por su camino. Unos días. Tenía sus ideas perfectamente ordenadas... lo que hacía doblemente duro comprender su continuo desasosiego.

Después de su regreso, se quedó dormida en la cama. Oliver regresó silenciosamente poco después. Cuando Leslie se despertó, descubrió su figura cómodamente instalada en una de las sillas de la terraza. Estaba leyendo un libro.

Salió lentamente a la terraza, vistiendo el traje playero se había puesto después de ducharse. A modo de saludo, rozó a Oliver en el hombro al pasar junto a él. Permaneció apoyada en la barandilla, de espaldas a él. Como habían transcurrido varios minutos y Leslie todavía no había abierto la boca, Oliver dio el primer paso.

—Estaba algo preocupado. ¿Has vuelto sin problemas?

Leslie se dio la vuelta y se apoyó en la barandilla.

—No tienes por qué preocuparte —respondió, a pesar de que sus palabras la habían afectado—. Di una vuelta en coche.

Oliver asintió con la cabeza, y Leslie sintió una especie de remordimiento al recordar que se había marchado de la playa sin despedirse. Oliver también estaba pensando en aquello. Esbozó una leve sonrisa:

—Tuve problemas para encontrar la toalla... sin tus senos no me podía orientar...

—Oliver... —le dijo con tono suplicante.

—Lo siento —asintió de nuevo, y se puso más serio—. No podía resistir aquello.

—Lo sé.

—Pero te he echado de menos —dijo, con absoluta sinceridad—. Era estupendo estar allí tumbados... hablando...

¿No había tenido ella pensamientos parecidos? Leslie miró hacia sus pies desnudos para no encontrarse con su mirada.

—Precisamente quería hablarte de eso.

Él se puso mucho más nervioso de lo que Leslie habría imaginado. Levantó la mano y movió la cabeza:

—Escucha, Leslie, fue una casualidad. Yo no estaba persiguiéndote ni nada por el estilo. A lo que me refiero, es que había ido a esa playa ayer, y cuando vi tu coche, pensé en buscarte. No pretendía molestarte. Diablos, sólo estaba hablando en broma de tus senos... —dejó de hablar al ver la expresión divertida de Leslie—. ¿Cuál es la gracia?

—Tú eres la gracia. Cuando te pones a la defensiva, eres adorable. Pero eso es aparte. Me estaba preguntando si... bueno, hay un restaurante muy tranquilo en Gustavia... muy elegante..., y había pensado, bueno, no me apetecía ir sola, con toda la demás gente emparejada, como dijiste antes —hizo una pausa para recuperar el aliento, preguntándose por qué no la ayudaría en vez de quedarse ahí sentado con una expresión de desconcierto en el rostro—. Lo que me estaba preguntando, era si te gustaría cenar conmigo.

—Sí —fue la respuesta inmediata.

—Lo que quiero decir es que te lo puedes pensar. Yo... yo sólo te ofrezco eso: cenar. Sólo cenar.

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Oliver:

—Eso está bien. Cenar sólo estará bien.

Leslie respiró profundamente y sonrió.

—Bien, ¿Reservo la mesa para las ocho y media?

—Formidable.

Leslie asintió con la cabeza, sintiéndose de nuevo incómoda. Se alejó de la barandilla y se dirigió hacia la playa.

—Hasta luego entonces.

 

* * *

 

La velada compensó a Leslie de lo mal que lo había pasado con la conversación. Deseaba una compañía estimulante y la tuvo. Él estaba muy atractivo con su camisa abierta y sin corbata y con unos pantalones blancos holgados, de pinzas. Resultó ser un compañero de mesa absolutamente encantador. Su charla era amena e interesante. No sólo hablaba con conocimiento de los complejos temas de Wall Street, sino que también igualaba los conocimientos sobre política de Leslie. Consiguió que ella hablara más sobre su trabajo, demostrando auténtico interés y una aptitud especial para comprender el tenue vínculo que había entre padres, niños y profesores. Sólo se retrajo en un par de ocasiones en las que Leslie le hizo preguntas personales. Ella pensó que sería la costumbre no permitir que los clientes supieran más allá de un determinado límite. Y aunque era curiosa, esto le sirvió a Leslie para recordar la naturaleza de su relación. Pero con un hombre tan atento y atractivo sentado junto a ella, en la intimidad de aquel pequeño restaurante francés, aquello era muy fácil, demasiado fácil de olvidar...

 

* * *

 

El martes fue un día de los que no se olvidan, silencioso y tranquilo. Leslie no vio a Oliver hasta el mediodía. Se saludaron intercambiando una sonrisa. Oliver explicó que quería llevar a su hermana algo de regalo y le pidió consejo a Leslie. Reprimiendo el deseo que le entró de preguntarle cosas acerca de su hermana, le recomendó una pequeña boutique de Gustavia, entre cuya selección de vestidos estampados a mano, y demás surtido, estaba convencida de que encontraría algo. Entonces él se fue, sin mencionar una sola palabra acerca de la noche anterior.

Daba lo mismo, se dijo a sí misma. Daba igual. Había ido para estar sola. Y sola estaba.

A la hora de la cena, Oliver tampoco dio señales de vida. Leslie se preparó algo de pescado fresco a la plancha y un poco de verdura. Después se preparó una bebida de aspecto exótico, aunque sólo era ron y Coca-Cola servido en un coco y adornado con un gajo de naranja, y se fue a la playa. Fue allí donde, mucho después de que el sol se hubiese puesto, la encontró Oliver.

—¿Leslie? —gritó desde la terraza—. ¿Leslie?

—¡Aquí, Oliver! —respondió, con el corazón latiéndole muy deprisa—. ¡En la playa!

Una nube había tapado la luna, y a Oliver le costó un minuto encontrar el camino hacia la playa. Sólo cuando ya estaba de pie ante Leslie, volvió a relucir la luz plateada.

—¿Llevas mucho rato aquí, en la oscuridad?

—Algo. Cené y me apeteció venir a sentarme aquí a pensar un rato.

Leslie temió por un instante que Oliver asintiera con la cabeza y, viendo que estaba segura, regresara a la casa. Aliviada, vio cómo se sentaba junto a ella.

—¿Te importa que te haga compañía?

—No —murmuró suavemente—. En realidad a veces me siento algo sola. Sería muy agradable.

—Deberías haberme llamado. Habría venido.

—No estabas aquí.

—He vuelto hace hora y media por lo menos.

—¿Dónde estuviste? —Oliver llevaba unos pantalones cortos y una camisa. Estaba devastadoramente atractivo.

—Oh —miró hacia el mar—. Estuve en Gustavia, y después di un paseo en moto durante un rato.

—¿Encontraste algo para tu hermana?

—Sí.

—¿Has comido?

—Piqué alguna cosilla en la ciudad.

Leslie asintió, se sentía inquieta. Entonces dijo rápidamente:

—Oye, si tienes algo que hacer... por mí no te quedes.

—No digas eso. Fui yo quien se ofreció a quedarse, ¿no te acuerdas? —el volumen de su voz disminuyó—. Estás preciosa. Muy femenina.

El cambio de color de las mejillas de Leslie pasó inadvertido debido a la oscuridad. Llevaba una blusa de gasa y una falda de volantes.

—Es agradable ponerse ropa como ésta de vez en cuando.

La pasada noche su vestido era igual de delicado, pero más elegante, para darle un aire de seguridad y sofisticación. Sin embargo esa noche parecía vulnerable y, además, así era como se sentía.

—Supongo que apreciarán tu aspecto todos los hombres que vayan a tu casa. Siento envidia de ellos.

—No deberías sentirla. No son demasiados.

—Pero tú tendrás visitas...

—Sólo cuando es necesario.

—¿Qué quieres decir? —dijo frunciendo el ceño.

—Sólo eso —le contestó francamente—. Hay ciertos... compromisos sociales que deben llevarse a cabo. Fiestas de cumpleaños, inauguraciones, recepciones, esa clase de cosas. A veces es más fácil estar acompañado que solo.

Durante un instante, tan sólo el rumor de las olas rompió el silencio de la noche. Cuando Oliver habló de nuevo, había una calma mortal en el tono de sus palabras.

—¿Fue eso lo que sentiste anoche?

—¡Oh, no! —exclamó sin afectación alguna—. Anoche fue algo diferente. Anoche... fue... como deseaba que fuese...

Contempló a Oliver con los ojos muy abiertos hasta que, al final, él se acercó a ella y cogió su mano. Sólo entonces se relajó Leslie.

—Estoy contento, Les. Me divertí anoche. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien.

—¿Mucho tiempo? —se burló Leslie—. Eso no es decir demasiado de todas esas otras mujeres.

Los dedos de Oliver apretaron los suyos, su rostro se puso tenso.

—Esas mujeres no existen, Leslie. Creo que ya va siendo hora de aclarar este asunto. Yo no soy un gigoló.

—Nunca he dicho que lo fueras —replicó débilmente.

—Pero lo has pensado. Y no lo niegues, porque mi pulgar está sobre tu pulso y sé cuándo mientes.

—Lo que estás notando es miedo. Me estás asustando.

Inmediatamente dejó de apretar, aunque no soltó su mano.

—¿Has pensado en algún momento que yo era un gigoló?

—Yo... esto...

—¿Sí o no?

—Sí. Pero, ¿qué iba a pensar? Eras mi regalo de cumpleaños. Mi hermano te contrató para mí. ¿No es realmente lo mismo?

Aliviada, comprobó que la voz de Oliver se había suavizado de nuevo.

—Supongo que sí. Si fuera verdad. Pero no lo es.

—¿El qué no es verdad? —sintió un rayo de esperanza—. ¿Tony no te contrató?

—Tony me llamó, me explicó la situación y me propuso que viniera. Aparte de esta casa, he pagado todo de mi propio bolsillo.

La mente de Leslie comenzó a dar vueltas, el alivio era casi tan irresistible como la vergüenza. Sin saber qué decir, comenzó a censurar a su hermano.

—¡Ese canalla! ¡Lo menos que podía haber hecho, si el plan era suyo, era pagar los gastos!

Aprovechó la sorpresa de Oliver para liberar la mano que él le tenía cogida.

—¡No estoy segura de qué es lo que me indigna más, si el que te haya estafado a ti, o el que me haya vendido a mí a un precio tan bajo!

—¡No has sido vendida, Leslie! ¡Esto es lo que estoy intentando explicarte! Yo necesitaba unas vacaciones. Tony sólo sugirió el lugar. Y en cuanto a la broma, bueno, era una pequeña sorpresa.

—¡Además pequeña! —refunfuñó—. He creído todo el tiempo que esto no era para ti nada más que un asunto de negocios. Pero estás defendiendo mucho a mi hermano. ¿Lo conoces?

Suspirando profundamente, Oliver se acomodó en la arena, frente a ella.

—Le conocí hace un año. Jugamos al tenis de vez en cuando.

—¿Fue Tony el que te contrató para el anuncio?

—No. En realidad, fue pura casualidad que el anuncio saliera en su revista.

—Ya comprendo.

Bajó la cabeza y frunció el ceño. Mientras que una parte suya estaba llena de regocijo por saber que Oliver Ames no era el horrible playboy de alquiler que pensaba que era, la otra estaba atormentada.

—¿Les...? —dijo él suavemente—. ¿Qué te pasa?

—Me siento como una estúpida —susurró—. Realmente como una estúpida.

—¿Pero por qué?

Leslie miró hacia arriba con los ojos brillantes.

—Yo pensaba que eras un gigoló. Debes pensar que soy una imbécil... por algunas de las cosas que he dicho.

—Realmente —Oliver sonrió—, me lo he pasado en grande.

—¡A mi costa!

—A la mía. Fui un buen juguete, ¿no crees?

—Creo que podías haberme dicho la verdad. Un buen juguete, ¡Ja!

Leslie le dio la espalda girando sobre la arena.

—Oye —dijo en voz baja, estirándose para darle un apretón en los hombros—. Vamos. No se ha hecho ningún daño. Además, muy pocas de las cosas que dijiste no se pueden aplicar a la profesión de modelo. Nunca pensé mal de ti... por ninguna de ellas.

Leslie quería creerle, pero sólo sacudió la cabeza.

—Me sentí tan humillada cuando llegué, pensando que Tony estaba realmente pagando por tenerme acompañada...

—Encanto, nadie paga por mi tiempo de esa manera —dijo lentamente, y aclaró su garganta cuando Leslie le miró inquisitivamente—. Soy independiente. No me gusta pasar más de un día seguido trabajando en la misma cosa. Y esto no es ningún trabajo. Créeme, si no hubiera querido venir aquí, no habría venido. Además —acarició el brazo de Leslie—, podría haberme marchado en cualquier momento.

Estaba intentando asimilar la nueva imagen de Oliver y se sentía confundida e insegura. Un modelo. Simplemente un modelo. ¿Tan horrible era eso? Pero para ella seguía siendo un mundo aparte y, en muchos aspectos, la representación en miniatura de todas las cosas contra las que había luchado durante años. Ficción. Mucha afectación. ¿No era sólo eso la publicidad? Pero había surgido aquel hombre: su rostro, su sonrisa, la vulnerabilidad que reflejaba la suya propia...

Leslie le miró. Entonces, sin pensárselo, se puso de rodillas, le rodeó el cuello con los brazos y le abrazó con fuerza. Sólo después de varios segundos sintió Leslie los brazos de Oliver completando el círculo.

—¿Qué significa esto? —preguntó con voz ronca.

Leslie cerró los ojos y siguió en la misma posición durante un minuto más.

—Sólo quiero disculparme y darte las gracias.

—¿Las gracias?

—Por no aceptar dinero por divertirme. La voz de Oliver se hizo más profunda.

—¿Estoy... divirtiéndote?

Leslie apenas podía respirar de lo fuerte que era el abrazo de Oliver.

—Sí. Me ha alegrado mucho tenerte aquí.

—Bueno, esto es una concesión —dijo dulcemente. Entonces se movió para llevarla hasta la arena. Con una mano se sostuvo sobre ella, mientras que con la otra apartó muy suavemente el pelo del rostro de Leslie.

—Eres hermosa, Leslie —murmuró—. Incluso si hubiera habido todas esas mujeres que imaginabas, todavía pensaría que eras la mejor.

—Debe ser la luna llena, que te está cegando.

—¿No crees que eres hermosa?

—No. Puede que tenga una buena figura. ¿Pero hermosa? —movió la cabeza—. No.

—Bueno, pues lo eres. Y si no hubieras rechazado a muchos hombres, sé que alguno de ellos sería el que te lo estaría diciendo, no yo.

—¡Palabras, palabras! Son muy aburridas cuando sabes que no son nada más que parte del juego.

—Esto no es ningún juego, Les. Es verdad lo que digo. Para mí, eres hermosa. ¿No me crees?

—Sí, debo estar tan loca como tú.

—No es locura. Sólo...

Nunca finalizaría la frase. En vez de eso, bajó la cabeza y besó los labios de Leslie con un beso tan alocado como embriagador.

Embriagada por el calor del beso, Leslie no pudo sino responder de la misma manera, ofreciendo su boca a la húmeda caricia de la de Oliver.

—Mmm, Oliver —murmuró cuando él dejó sus labios y empezó a darle besos en el cuello.

—Hueles tan dulce —aspiró profundamente contra su piel—, tan dulce...

Oliver levantó la cabeza y volvió a besarla de nuevo, con tanta ternura y suavidad como Leslie había esperado de él.

—Te necesito, Les —gimió, dejando uno de sus muslos entre los de Leslie, mientras se deslizaba hacia un lado para que una de sus manos quedara libre para acariciarla.

Cuando las manos de Oliver se cerraron sobre sus senos, ella creyó que no soportaría más aquel tormento.

—¿Te sientes bien?

Leslie cerró los ojos y asintió.

Cuando la palma de su mano pasó sobre el pezón y se lo acarició suavemente hasta que se endureció, Leslie gimió e intentó moverse hacia arriba. Entonces, abrió los ojos y apretó su mano contra la de Oliver para parar su movimiento.

—Dios mío, Oliver, esto no tiene fin...

—Sí que tiene fin, amor. Y te lo voy a demostrar.

Oliver sostuvo la mirada de Leslie; ella contuvo la respiración. Oliver fue desabrochando uno a uno los botones de su blusa y deslizó la mano en el interior.

—Ayer en la playa estaba deseando hacer esto —murmuró, rozando su carne, sensibilizándola a su tacto.

—Lo sé...

—¿Agradable?

Sus dedos se movían con una magia que a Leslie le hacía sentir cosas maravillosas.

—Mmm... ¿Oliver?

Oliver puso los labios en uno de sus senos.

—¿Qué, cariño?

—Mis senos... —logró articular, a pesar de la pasión que la aturdía—. Dijiste bromeando... que eran más bonitos que los de las otras mujeres de la playa. ¿Verdad?

Levantó la cabeza y la miró con seriedad.

—No, no estaba burlándome de ti. Lo que dije era verdad, Leslie. Tu cuerpo me impresiona más que ningún otro.

Inclinándose hacia adelante, apartó la blusa de su camino, puso sus labios en uno de los pezones y lo besó con dulzura.

Leslie se estremeció, suspiró y se arqueó para unirse un poco más a él, si es que eso todavía era posible.

—Estoy contenta. No me gusta que se burlen de mí... y menos sobre algo como aquello —su voz se hizo más fuerte—. Sobre algo como... nosotros.

Un temblor casi imperceptible sacudió las largas y tensas extremidades de Oliver de manera inquietante. Permaneció inmóvil durante un instante, después, de mala gana, retiró lentamente la boca del seno de Leslie y le dio un último beso en la garganta, antes de dedicarse a la tarea de arreglarle la blusa.

—Tenemos que hablar —murmuró, dándole un beso en la mejilla—. Tenemos que hablar.

Muy lentamente, Leslie percibió que la posibilidad de culminar su placer se había desvanecido. Cuando Oliver la ayudó a incorporarse, ella se sentó dócilmente. Sus ojos estaban muy abiertos, su voz era insegura.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó, temiendo haber hecho algo mal.

—Tenemos que hablar.

—Ya lo has dicho... tres veces.

—También había dicho que te dejaría sola, y no lo he hecho.

Dándose cuenta del remordimiento que había en sus palabras, Leslie se echó rápidamente la culpa a sí misma.

—Lo que acaba de suceder ha sido más culpa mía que tuya. He sido yo la que me he echado en tus brazos.

—Ésa no es la cuestión —protestó, entonces se pasó una mano por la cabeza y respiró profundamente varias veces—. Escucha, puede que tengas razón. Puede que sea la luna llena —se levantó y le tendió a Leslie la mano—. Vamos adentro. Necesito beber algo.

Leslie lo consiguió. Tuvo que poner todas sus fuerzas en ello, pero lo hizo, y con cada paso que daba, comprendía mejor lo que acababa de suceder. Todavía incluso, su respiración era entrecortada y le temblaban un poco las piernas.

Pasó por la cocina y se fue derecha al salón. Allí buscó refugio en un cómodo sillón, para hacer frente a la tormenta. Pues sabía que iba a haber tormenta, de una u otra clase. Se había estado formando desde el mismo momento en que había llegado el viernes anterior, se le había negado la salida unos pocos momentos antes y ahora hacía daño. Tenía que estallar.

Observó cómo Oliver se acercaba a la barra con los ojos llenos de preocupación. Estaba muy atractivo con su jersey y sus pantalones de pinzas, aunque sus rasgos no disimulaban la tensión. Se sirvió un coñac, lanzó una mirada por encima de su hombro, y preparó una segunda bebida. Cruzó la habitación y le dio una de ellas a Leslie. Él empezó a dar golpecitos en su vaso, dando un trago de vez en cuando; ella simplemente observaba el movimiento del líquido ámbar dentro de su copa, con los labios apretados.

Oliver se plantó ante ella con firmeza.

—Leslie, quiero decirte que...

—Por favor, nada de excusas.

—Pero hay algo que deberías saber.

Negándose a mirarle, sacudió la cabeza.

—Debe haber sido la luna. Yo no olvido algo así tan fácilmente.

Él, sumido en sus propios dilemas, bebió un poco más de coñac y fue hasta la ventana con paso airado.

—Toda esta historia ha sido una locura desde el principio. ¡Y no puedo escapar! ¡Por todos los diablos! ¡No puedo!

—Lo que acaba de ocurrir no ha sido nada más que pura necesidad física —prosiguió Leslie con tono violento, sin escuchar las palabras de Oliver más de lo que él escuchaba las suyas. Agachó la cabeza y se llevó la mano a la frente—. No puedo creer que esto haya sucedido. Creía que ya había escarmentado. Ha sido una estupidez. ¡Una verdadera estupidez!

—Toda la vida jugando, aquí, allí... —gruñó él a su vez—. Pensé que podría escapar de ello, pero me hundo más y más.

Deambuló unos instantes, hasta que al final dio un paso hacia Leslie.

—Leslie...

Ella estaba sentada, cubriéndose la cara con las manos, incapaz de contener las lágrimas que fluían de sus ojos; era la infelicidad personificada.

—Oh, Leslie —se lamentó con voz ronca. Se arrodilló ante ella, cogió el vaso de entre sus dedos y lo dejó sobre el suelo. Inmediatamente, Leslie utilizó también esta mano para taparse la cara—. No llores, amor mío.

—No estoy llorando. ¿Qué me está pasando? —se quejó entre sollozos convulsivos.

Oliver deslizó su brazo por la espalda de Leslie y la echó hacia delante.

—Yo no lo sé, cariño. Tendrás que decírmelo —le acarició la nuca, enredándose su melena entre los dedos—. Háblame, Les. Dime lo que te pasa.

—Me siento... me siento... muy confusa...

—¿Por lo nuestro? —murmuró.

—Por todo...

Cuando comenzó a sollozar de nuevo, Oliver tiró de ella hasta tenerla junto a él en el suelo. La abrazó, y con la espalda apoyada sobre la silla, la meció dulcemente, acariciándola mientras la dejaba desahogarse.

Después de largo rato, ella hizo unos cuantos pucheros y se calmó por fin.

—Lo siento —se arriesgó a susurrar temblorosamente—. He mojado tu camisa.

—Se secará. ¿Te sientes mejor?

Ella asintió, pero volvió a hacer pucheros.

—Normalmente no hago cosas como ésta.

—Todos necesitamos desahogarnos de vez en cuando —la consoló, secando las lágrimas de sus mejillas—. ¿Te apetece hablar?

Leslie se quedó pensativa durante un rato, hipando de vez en cuando, y secándose las lágrimas que habían escurrido por su mejilla. Finalmente le miró.

—No creo que pueda —respondió.

—Puedes decirme lo que quieras...

Pero ella sacudió la cabeza contra el pecho cálido de Oliver:

—No puedo decirte algo que ni yo misma sé.

—Puedes decirme tus pensamientos.

—Estoy hecha un lío.

—Quizá yo pueda ayudarte a aclarar tus pensamientos.

Sacudió la cabeza de nuevo. De alguna manera, al llorar tanto, se había librado de gran parte de su nerviosismo. Y ahora se sentía... cansada.

—Es algo que tengo que meditar, supongo.

—¿Estás segura?

Asintió con la cabeza, sonriendo tristemente, entonces contuvo el aliento.

—Pero... ¿Oliver?

—¿Sí? —dijo él sonriendo.

—¿Por qué no nos quedamos sentados así durante un ratito? ¿Simplemente así?

Oliver bajó la cabeza y apoyó su mejilla en la cabeza de Leslie, dándole un cariñoso apretón.

—Por supuesto, Les. Me encantaría.

No dijeron nada más durante un rato. Leslie se acurrucó contra él, encontrando consuelo silencioso en el apoyo de sus brazos, tranquilidad en el latido de su corazón junto a su oído. Aunque sus pensamientos estaban completamente revueltos, Leslie no hizo ningún esfuerzo por aclararlos. Había mucho que disfrutar en la sencillez total de aquel momento. Simplemente eran Oliver y Leslie. Sin pasado ni futuro. Solamente... el presente.

Con lentitud, comenzó a relajarse, y su respiración se hizo más lenta y uniforme. La relajación era una cosa maravillosa, meditó mientras se arrimaba al calor de Oliver. Cerró los ojos y suspiró. Entonces algo le vino a la cabeza.

—¿Oliver?

—¿Hum? —sus ojos también estaban cerrados, Leslie levantó la cabeza—. ¿Oliver?

—¿Qué quieres? —respondió, abriendo los ojos.

—Todavía no he podido olerlo.

—¿Oler el qué?

—Tu Homme Premier.

—No la uso.

—¿No la usas? ¿Nunca?

—Nunca.

—¿No va eso contra las leyes de la publicidad o algo así?

Oliver la abrazó con más fuerza y cerró los ojos de nuevo.

—Creía que ibas a dormirte.

—Yo también... pero se me ocurrió eso.

—¿No te gusta cómo huelo? —refunfuñó.

—Me encanta como hueles —murmuró, acurrucándose contra su pecho—. Tan acogedor, fresco... y viril...

—Me alegra que sea así —murmuró Oliver y abrazó a Leslie por última vez antes de apoyar su cabeza sobre la de ella.


 


Date: 2015-12-18; view: 554


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