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Fjällbacka, 1925 5 page

–¿El tratamiento? ¿De qué? Patrik no se lo podía creer, se había cruzado con Pia y Martin el fin de semana y todo parecía en orden.

–A menos que ocurra un milagro, puede que solo le queden seis meses, según los médicos.

–¿Seis meses de tratamiento?

Martin levantó la cabeza despacio y lo miró a los ojos. Patrik se estremeció al ver el dolor indecible que se reflejaba en su mirada.

–Seis meses de vida. Y luego, Tuva se quedará sin su madre.

–Pero... ¿Qué...? ¿Cómo os habéis...? –Patrik oía sus balbuceos, era incapaz de formular una pregunta sensata después de haber recibido semejante noticia.

Tampoco Martin respondió. Se derrumbó sobre la mesa y empezó a temblar y a llorar desconsolado. Patrik se levantó, se le acercó y le dio un abrazo. No sabía cuánto tiempo estuvieron así, pero al final, Martin empezó a calmarse hasta que dejó de llorar.

–¿Dónde está Tuva? –preguntó Patrik sin dejar de abrazarlo.

–Con la madre de Pia. Es que no puedo... Por ahora, no puedo. –Empezó a llorar otra vez, aunque ahora las lágrimas le rodaban despacio y en silencio por las mejillas.

Patrik le dio una palmada en la espalda.

–Venga, hombre, eso es, tienes que desahogarte.

Era un tópico y se sintió un poco ridículo, pero ¿qué podía decir uno en una situación así? ¿Había alguna frase de consuelo que fuera mejor que otra? Lo que había que preguntarse, en realidad, era si importaba cuáles fueran sus palabras y si Martin le prestaba alguna atención.

–¿Has comido algo?

Martin seguía sollozando, se secó la nariz en la manga del batín y negó en silencio.

–No tengo hambre.

–Ya, pero eso a mí me da igual. Tienes que comer algo. –Patrik se encaminó al frigorífico para ver qué había. Estaba lleno, pero se figuró que no tenía mucho sentido preparar un plato caliente, así que se limitó a sacar el queso y la mantequilla. Luego hizo un par de tostadas de pan de molde que había encontrado en el congelador. No creía que Martin comiera mucho más. Tras un momento de vacilación, se preparó también una. Siempre resultaba más fácil comer acompañado.

–Bueno, y ahora, cuéntame cuál es la situación –dijo después de que Martin, que ya empezaba a recuperar el color, se hubiese comido la primera tostada.

Martin le refirió entrecortadamente y a trompicones todo lo que sabía sobre el cáncer de su mujer y la conmoción que supuso para él creer que todo iba bien para, unos días después, de repente, enterarse de que tenían que ingresarla en el hospital para aplicarle un tratamiento de lo más agresivo que, seguramente, no le serviría de nada.



–¿Cuándo podrá volver a casa?

–Creo que la semana que viene. No lo sé con certeza, no he... –Martin se llevó la tostada a la boca temblando, y se lo veía avergonzado.

–¿No has hablado con ellos? ¿Has ido a ver a Pia después de que la ingresaran? –Patrik se esforzaba por que no pareciera que lo estaba censurando. Era lo último que necesitaba Martin en aquellos momentos y, de algún modo y por extraño que pudiera parecer, comprendía su reacción. Había visto a tanta gente conmocionada que reconocía a la perfección la mirada vacía y la rigidez de movimientos tan características.

–Voy a preparar un té –dijo antes de que Martin hubiera podido responder–. ¿O prefieres café?

–Mejor café –dijo Martin. Masticaba todo el rato y parecía que le costase tragar la comida.

Patrik llenó un vaso de agua.

–Ve tragando con esto. El café estará enseguida.

–No he ido a verla –dijo Martin.

–No es de extrañar. Estás conmocionado –dijo Patrik mientras ponía el café en el filtro.

–La estoy dejando en la estacada. Cuando más me necesita, la dejo en la estacada. Y a Tuva. No veía la hora de dejarla en casa de la madre de Pia. Como si ella no lo estuviera pasando mal, dado que se trata de su hija. –Parecía a punto de echarse a llorar otra vez, pero respiró hondo y despacio–. No comprendo de dónde saca Pia la fuerza. Me ha llamado varias veces, preocupada por mí. ¿No te parece disparatado? Le están dando quimio y radioterapia y a saber qué más. Seguro que está muerta de miedo y pasándolo fatal. ¡Y es ella la que se preocupa por mí!

–Bueno, eso tampoco es de extrañar –dijo Patrik–. Mira, vamos a hacer una cosa. Tú vas, te duchas y te afeitas y, para cuando salgas, está listo el café, ¿te parece?

–Uf, no, es que... –comenzó Martin, pero Patrik lo calló levantando la mano.

–Si no vas a ducharte ahora mismo y te arreglas tú solo, tendré que arrastrarte hasta la ducha y que restregarte a conciencia. Creo que preferiría ahorrarme la experiencia, espero que tú también.

Martin no pudo evitar echarse a reír.

–Ni se te ocurra acercarte a mí con una pastilla de jabón. Ya lo hago yo.

–Estupendo –dijo Patrik, se dio media vuelta y se puso a buscar las tazas en el mueble. Enseguida oyó que Martin se levantaba y se dirigía al cuarto de baño.

Diez minutos después, parecía otro.

–Bueno, ahora sí te reconozco. –dijo Patrik, y sirvió dos tazas de café humeante.

–Sí, gracias, ahora me siento un poco mejor –dijo Martin, y se sentó a la mesa. Aún tenía los ojos llorosos, pero el verde del iris había recuperado algo de vitalidad. Tenía el pelo rojo húmedo y despeinado. Parecía el pequeño detective Kalle Blomqvist, que hubiese crecido.

–A ver, tengo una propuesta –dijo Patrik, que había estado cavilando mientras Martin estaba en el cuarto de baño–. Debes dedicar todo el tiempo que puedas a apoyar a Pia. Además, tendrás que asumir mucha más responsabilidad en los cuidados de Tuva. Considérate de vacaciones desde este momento, y ya veremos lo que pasa y cuánto tienes que prolongarlas.

–Pero si solo me quedan tres semanas de vacaciones...

–Bueno, ya lo arreglaremos –dijo Patrik–. No pienses en eso ahora.

Martin lo miró inexpresivo y asintió. A Patrik le vino a la cabeza la imagen de Erica después del accidente de tráfico. Él podía haberse visto en la misma situación que Martin. Había estado muy cerca de perderlo todo.

Se había pasado la noche dándole vueltas. Cuando Patrik se fue al trabajo, Erica se sentó en la terraza para tratar de ordenar sus pensamientos mientras los niños jugaban solos un rato. Le encantaban las vistas a Fjällbacka y se alegraba muchísimo de haber podido salvar la casa de sus padres para que los niños pudieran crecer allí. No era una casa fácil de mantener. El viento y el salitre destrozaban la madera, y siempre tenían que andar con reparaciones y mejoras.

En la actualidad, eso no suponía ningún problema desde el punto de vista económico. Le había exigido muchos años de duro trabajo, pero a aquellas alturas, ganaba bastante dinero con sus libros. No por ello había cambiado mucho sus costumbres, pero era una tranquilidad no tener que preocuparse porque el presupuesto doméstico se disparase si se estropeaba la caldera o si necesitaban arreglar la fachada.

Eran muchos los que no disfrutaban de esa tranquilidad, bien lo sabía ella, y cuando siempre faltaba dinero y, de repente, te quedabas sin trabajo, era fácil buscar a un culpable. Seguramente, ahí residía en parte la razón del éxito de Amigos de Suecia. Desde que estuvo hablando con John Holm no había podido dejar de pensar en él y en lo que defendía. Esperaba conocer a un hombre desagradable que abogase abiertamente por sus ideas. En cambio, se encontró con algo mucho más peligroso. Una persona elocuente capaz de dar respuestas sencillas de forma convincente. Un hombre que podía ayudar a los votantes a identificar al culpable, y luego prometerles que él se encargaría de eliminarlo.

Erica se estremeció ante aquel pensamiento. Estaba convencida de que John Holm ocultaba algo. Quizá guardara relación con los sucesos de Valö, quizá no. Tenía que averiguarlo, y sabía con quién tenía que hablar.

–Niños, ¡vamos a salir a dar una vuelta en coche! –dijo en voz alta mirando hacia la sala de estar. Enseguida oyó gritos de júbilo. A los tres les encantaba ir en coche.

–Solo voy a hacer una llamada, Maja. Ve poniéndote los zapatos, yo iré enseguida a ponérselos a Anton y a Noel.

–Yo puedo ayudarles –dijo Maja; le dio la mano a sus hermanos y los llevó hacia el vestíbulo. Erica sonrió. Maja se estaba convirtiendo en una verdadera madrecita.

Un cuarto de hora después, iban en el coche camino de Uddevalla. Había llamado para asegurarse de que Kjell estaba en el trabajo, para no hacer el viaje con los niños en balde. Primero pensó en contárselo todo por teléfono, pero luego comprendió que era mejor que Kjell viera el documento con sus propios ojos.

Fueron todo el camino cantando, y Erica estaba medio afónica cuando anunció su llegada en recepción. Al cabo de unos instantes, apareció Kjell.

–¡Pero bueno! ¡Si viene toda la pandilla! –dijo al ver a los tres niños, que lo miraban tímidamente.

Kjell le dio un abrazo a Erica y le raspó un poco la mejilla con la barba. Ella sonrió. Se alegraba de verlo. Se habían conocido años atrás cuando, tras una investigación de asesinato, averiguó que su madre, Elsy, y el padre de Kjell, fueron amigos durante la Segunda Guerra Mundial. Kjell les caía bien a Erica y a Patrik, y lo respetaban como periodista.

–Es que hoy no tenía canguro.

–No pasa nada. Me encanta veros –dijo Kjell mirando a los niños cariñosamente–. Me parece que tengo una cesta de juguetes, podéis jugar un rato mientras mamá y yo hablamos, ¿de acuerdo?

–¿Juguetes? –De repente, se había esfumado la timidez, y Maja se apresuró a ir tras él en busca de la cesta que le había prometido.

–Aquí está, aunque lo que más hay es papel y tizas de colores –dijo Kjell volcando la cesta en el suelo.

–Pues no te garantizo que no te manchen la alfombra –dijo Erica–. Todavía no se les da muy bien mantenerse dentro de los límites del papel.

–¿A ti te parece que unas cuantas manchas marcarían una gran diferencia? –preguntó Kjell, y se sentó ante el escritorio.

Erica contempló la alfombra desgastada y sucia, y comprendió que tenía razón.

–Ayer estuve hablando con John Holm –dijo al tiempo que se sentaba.

Kjell la miró con curiosidad.

–¿Qué te pareció?

–Encantador, pero peligrosísimo.

–Pues sí, creo que es una interpretación acertada. En su juventud, John perteneció a uno de los grupos de cabezas rapadas más violentos. Ahí fue donde conoció a su mujer.

–Pues no es fácil imaginárselo con la cabeza rapada. –Erica volvió la cara para echar un vistazo a los niños, que, hasta el momento, se estaban comportando de un modo ejemplar.

–Desde luego, puede decirse que ha mejorado mucho su imagen. Pero, a mi entender, estos tipos no cambian de ideología con la misma facilidad. Simplemente, con los años se vuelven más listos y aprenden a comportarse.

–¿Sabes si tiene antecedentes y figura en los archivos?

–No, nunca lo han detenido por ningún delito, aunque en su juventud estuvo a punto varias veces. Al mismo tiempo, no creo ni por un momento que su postura haya cambiado desde que participaba en las manifestaciones nacionalistas del aniversario de la muerte del rey Carlos XII. Sin embargo, me atrevería a decir que el partido le debe a él y solo a él haber llegado al parlamento.

–¿Y cómo lo ha conseguido?

–Su primer paso genial fue utilizar las discrepancias surgidas entre los grupos nacionalsocialistas después de los incendios del colegio de Uppsala.

–¿Cuando condenaron a tres simpatizantes nazis? –preguntó Erica, que recordaba los titulares, aunque hacía ya muchos años de aquello.

–Exacto. Aparte de las discrepancias entre los diversos grupos y en el seno de cada uno, el asunto despertó un interés mediático enorme, y la Policía no los perdía de vista. Entonces apareció John. Reunió a los cerebros de cada grupo y les propuso que colaborasen, lo que desembocó en que Amigos de Suecia se convirtiera en el partido dirigente. Luego dedicó muchos años a hacer limpieza, al menos, superficialmente, y a inculcar el mensaje de que su política era una política para las bases. Se han posicionado como un partido proletario, la voz del hombre de a pie.

–Pero, debería ser muy difícil mantener la unión en un partido de esa naturaleza; habrá un montón de extremistas, ¿no?

Kjell asintió.

–Sí, y algunos han abandonado el partido, so pretexto de que John Holm ha tenido una actitud demasiado blandengue, que ha traicionado los viejos ideales. Al parecer, existe una regla tácita: no hablar abiertamente de la política de inmigración. Hay demasiada diversidad de opiniones, lo que podría llevar a la desintegración del partido. Hay de todo, desde los que piensan que habría que meter a todos los inmigrantes en el primer avión con destino a sus países de origen, hasta los que consideran que lo ideal sería endurecer los requisitos para todos los que vengan.

–¿A qué categoría pertenece John? –preguntó Erica, y se volvió para mandar callar a los gemelos, que ya empezaban a alborotar.

–Oficialmente, a los segundos, pero de forma oficiosa... A ver, a mí no me sorprendería que tuviera un uniforme nazi en el armario de su casa.

–¿Y cómo fue a parar a esos círculos?

–He vuelto a indagar un poco más su evolución después de que me llamaras ayer. Lo que yo ya sabía era que John Holm pertenece a una familia acaudalada. Su padre fundó una empresa de exportación en los años cuarenta, y después de la guerra amplió el negocio, que subió como la espuma. Pero en 1976... –Kjell hizo una pausa de efecto y Erica se inclinó hacia él muerta de curiosidad.

–¿Qué pasó?

–Pues que estalló un escándalo en los círculos más elegantes de Estocolmo. Greta, la madre de John, dejó a Otto, su marido, por un ejecutivo libanés con el que el padre de John había hecho negocios. Además, resultó que Ibrahim Jaber, que era el nombre del libanés, había engañado a Otto y se había quedado con la mayor parte de su fortuna. Humillado y solo, Otto se pegó un tiro sentado a la mesa de su despacho a finales de julio de 1976.

–¿Qué fue de Greta y de John?

–Resulta que la muerte de Otto no fue el final de la tragedia. Al parecer, Jaber tenía mujer e hijos. Ni se le había pasado por la cabeza casarse con Greta, se llevó el dinero y la abandonó. Unos meses más tarde, el nombre de John apareció por primera vez en un contexto nacionalsocialista.

–Y ha seguido alimentando el odio –dijo Erica. Echó mano del bolso, sacó el documento manuscrito y se lo dio a Kjell.

–Ayer encontré esto en casa de John. No sé qué dice, pero puede que sea interesante.

Kjell se echó a reír.

–Define «encontrar».

–Vaya, pareces Patrik –dijo Erica sonriendo–. Estaba por allí. Seguro que no es más que un papel de notas sueltas que nadie echará de menos.

–A ver. –Kjell se puso las gafas, que tenía encajadas en la frente–. «Gimlé» –leyó en voz alta con una mueca de extrañeza.

–Ya. Pero ¿qué significa? No había oído nunca esa palabra. ¿Será una abreviatura?

Kjell negó con la cabeza.

–Gimlé es, en la mitología nórdica, lo que sucede al Ragnarök. Algo así como el cielo o el paraíso. Es un concepto conocido y muy utilizado en los círculos neonazis. También es el nombre de una asociación cultural. Sostienen que no están vinculados a ningún partido político, pero no estoy muy seguro. En todo caso, tienen mucha relación con Amigos de Suecia y el Partido Popular Danés.

–¿Y a qué se dedican?

–Trabajan, según dicen, por recuperar el sentimiento nacionalista y una identidad común. Les interesan las tradiciones suecas antiguas, las danzas populares, la antigua poesía sueca, los monumentos prehistóricos y cosas parecidas, todo lo cual está muy en consonancia con la idea que promueve Amigos de Suecia de preservar las tradiciones suecas.

–Entonces, ¿tú crees que se refiere a esa asociación? –preguntó Erica señalando el papel.

–Es imposible saberlo. Puede referirse a cualquier cosa. Tampoco es fácil adivinar qué son estas cifras: 1920211851612114. Y luego pone: «5 08 1400».

Erica se encogió de hombros.

–Pues sí, yo no tengo ni idea. También pueden ser notas emborronadas de números de teléfono. Parece que lo han escrito a toda prisa.

–Puede ser –dijo Kjell. Agitó el papel y añadió–: ¿Puedo quedarme con él?

–Claro. Espera, le voy a hacer una foto con el móvil. Nunca se sabe, igual tengo una inspiración divina y descifro el código.

–Buena idea. –Kjell le puso el papel delante para que lo fotografiara. Luego, Erica se agachó y empezó a recoger los juguetes.

–¿Tienes alguna idea de para qué puede servirte?

–No, todavía no. Pero sí sé de algunos archivos donde buscar más información.

–O sea que estás seguro de que no son meros garabatos, ¿verdad?

–No, no estoy seguro, pero vale la pena averiguarlo.

–Bueno, pues si encuentras algo, llámame; yo haré lo mismo en cuanto tenga alguna novedad –dijo, a la vez que llevaba a los niños hacia el pasillo.

–Por supuesto. Estamos en contacto –dijo, y alargó el brazo en busca del teléfono.

Claro, ¿cómo no? Si Gösta llegaba tarde, se montaba un expolio, pero Patrik sí que podía pasarse fuera media mañana sin que nadie enarcase una ceja siquiera. Erica lo había llamado el día anterior y le había contado su visita a Ove Linder y a John Holm, y Gösta no veía el momento de ir a ver a Leon con Patrik. Suspiró al pensar en las injusticias de la vida y volvió a concentrarse en la lista que tenía delante.

Un segundo después, sonó el teléfono, y Gösta respondió en el acto.

–¿Sí? ¿Hola? Aquí Flygare.

–Gösta –dijo Annika–. Tengo a Torbjörn al teléfono. Ya tienen el resultado del primer análisis de la sangre. Pregunta por Patrik, pero quizá puedas contestar tú, ¿no?

–Por supuesto.

Gösta escuchó con suma atención y lo anotó todo, a pesar de que sabía que Torbjörn enviaría por fax una copia de la información. Pero, por lo general, redactaban los informes en un lenguaje tan enrevesado que era más fácil cuando Torbjörn se explicaba de viva voz.

En el momento en que colgó, se oyeron unos golpecitos en la puerta, que estaba abierta.

–Dice Annika que Torbjörn acababa de llamar. ¿Qué ha dicho? –Patrik sonaba ansioso, pero tenía la mirada triste.

–¿Ha pasado algo? –dijo Gösta sin responder.

Patrik se desplomó en la silla.

–He ido a ver a Martin.

–¿Y cómo se encuentra?

–Estará de baja un tiempo. Para empezar, tres semanas. Luego ya veremos.

–Pero ¿por qué? –Gösta notaba crecer la preocupación. Claro que él se metía con el muchacho a veces, pero le tenía cariño a Martin Molin. No había quien no se lo tuviera.

Cuando Patrik le contó lo que sabía del estado de Pia, Gösta tragó saliva. Pobre chico. Y su hija, tan pequeña, que perdería a su madre mucho antes de tiempo. Tragó saliva otra vez, volvió la cara y se puso a parpadear febrilmente. No iba a empezar a lloriquear en la comisaría.

–Tendremos que seguir trabajando sin Martin –concluyó Patrik–. Así que, dime, ¿qué ha averiguado Torbjörn?

Gösta se limpió los ojos discretamente y se volvió de nuevo hacia él con las notas en la mano.

–El laboratorio confirma que se trata de sangre humana. Pero tiene tanto tiempo que no han logrado obtener ningún resultado de ADN que se pueda comparar con la sangre de Ebba y, además, no pueden afirmar que sea sangre de varias personas.

–Vale. Eso era más o menos lo que me temía. ¿Y el casquillo?

–Torbjörn se la envió ayer a un tipo del laboratorio al que él conoce bien y que es especialista en armas. Ha efectuado un análisis rápido, pero, por desgracia, no hay coincidencia con ninguna otra arma involucrada en casos sin resolver.

–Bueno, la esperanza es lo último que se pierde –dijo Patrik.

–Pues sí. En todo caso, el calibre es de nueve milímetros.

–¿Nueve milímetros? Pues eso no reduce las posibilidades que digamos. –Patrik se desplomó en la silla.

–No, ya, pero Torbjörn dijo que tenía unas acanaladuras muy marcadas, así que su amigo iba a examinarla más detenidamente para ver qué tipo de arma habían utilizado. Y si encontramos el arma, podemos comprobar el casquillo.

–Claro, solo nos falta el pequeño detalle de que habría que encontrar el arma primero. –Miró a Gösta pensativo–. ¿Examinasteis la casa y los alrededores lo bastante a fondo?

–¿En 1974, quieres decir?

Patrik asintió.

–Hicimos lo que pudimos –dijo Gösta–. Andábamos cortos de personal pero, desde luego, peinamos la isla. Si hubiera habido un arma por allí, la habríamos encontrado, creo yo.

–Lo más seguro es que esté en el fondo del mar –dijo Patrik.

–Sí, es lo más probable. Por cierto, he empezado a llamar a los alumnos del internado, pero todavía no he sacado nada en claro. Hay varios que no responden, aunque no es de extrañar, es verano y la gente está de vacaciones.

–Bueno, está bien que hayas empezado, de todos modos –dijo Patrik pasándose la mano por el pelo–. Anota ahí si hay alguien con quien creas que debamos hablar primero, a ver si podemos ir a verlo.

–Bueno, en principio están dispersos por toda Suecia –dijo Gösta–. Vamos a tener que viajar un montón si queremos verlos a todos en persona.

–Ya lo veremos cuando sepamos de cuántos se trata. –Patrik se levantó y se encaminó a la puerta–. Entonces, ¿vamos a casa de Leon Kreutz después del almuerzo? Por suerte, a él lo tenemos más cerca.

–Sí, me parece bien. A ver si sacamos más en claro que de los interrogatorios de ayer. Josef estuvo tan parco como yo lo recordaba.

–Y que lo digas, había que sacarle las palabras con sacacorchos. Y el tal Sebastian es un tipo escurridizo donde los haya –dijo Patrik antes de irse.

Gösta se puso manos a la obra y empezó a marcar otro número. No sabía por qué, pero no soportaba hablar por teléfono, y de no haber sido por Ebba, habría hecho lo posible por librarse. Se alegraba de que Erica se hiciera cargo de algunas de las llamadas.

–¡Gösta! ¡Ven un momento! –le gritó Patrik desde el pasillo.

Fuera estaba Mårten Stark. Estaba muy serio y llevaba en la mano una bolsa con lo que parecía una postal.

–Mårten quiere enseñarnos algo –dijo Patrik.

–La he metido en una bolsa enseguida –dijo Mårten–. Pero antes la tuve en las manos, así que alguna huella habré borrado.

–Bien pensado –lo tranquilizó Patrik.

Gösta examinó la postal a través del plástico. Era una tarjeta normal y corriente, con un cachorro de gato monísimo. Le dio la vuelta y leyó el breve mensaje.

–¡Pero qué coño! –exclamó.

–Pues sí, parece que G empieza a mostrarnos su verdadera cara –dijo Patrik–. Esto es, sin lugar a dudas, una amenaza de muerte.

 


Capítulo 13


Date: 2015-12-17; view: 454


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