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QUIÉN ES EL GENIO DEL IDIOMA

 

Quién es, finalmente, este genio de la lengua? No es nadie, no es nadie en concreto. Se trata, como bien sabemos, de un ser mitológico, un ente que sale de la lámpara maravillosa, un cuento. Pero ¿no habíamos quedado en que el idioma se gobierna con unas leyes que parecen dictadas enteramente por una misma persona? En efecto, en toda la historia del idioma se percibe un gobernante que maneja un tiro de dos caballos, dos fuerzas que representan la evolución popular y la tendencia de las corrientes cultas; el campo y la ciudad; los fieles y el clero; y consigue que ambos avancen en colaboración, prestándose mutuamente el ánimo para que el carruaje siga su camino, dando la primacía a las clases cultas en las palabras menos usadas y otorgando el poder al pueblo en las más corrientes. Lento y tranquilo, de espíritu analógico y sencillo, riguroso con el orden pero condescendiente con el desorden si eso implica aportaciones, conservacionista y melancólico, certero con los significados, económico en sus gastos y ahorrador de sus inmensos caudales para usarlos en el momento oportuno, pacifista y equilibrado, algo caprichoso, guardián de sus misterios, atento a los sonidos y la música de las palabras, creativo y genial.

...Tiene que haber un genio del idioma, pero no un ser único con fisonomía individual. ¿Quién es el genio del idioma? El genio del idioma lo formamos todos los hablantes de nuestra lengua que hemos pisado la Tierra desde que este idioma nació, y aún recibimos la herencia de cuantas culturas nos cobijaron y nos agrandaron, y nos dieron la amplitud de miras necesaria para seguir creciendo con aportaciones nuevas que se irán amoldando a nuestro carácter, a la forma de ser que nos ha dado la historia como hispanohablantes, por encima de razas y de naciones pero apegada a una cultura que nos ha formado. Una cultura mestiza y auténtica a la vez, respetuosa de sus vecinos y dispuesta a relacionarse con ellos y a aprender de sus adelantos sin ser ellos ni sentirse inferior a ellos.

Ojalá cuando dentro de miles de años los seres del futuro descubran el «Atapuerca» donde ahora vivimos encuentren algunas palabras, a diferencia de lo que nos ha ocurrido a nosotros en los más antiguos yacimientos. Si el genio de la lengua ha pervivido a la destrucción de la naturaleza que prodigamos, o a la catástrofe nuclear que seguimos temiendo, o al deterioro del pensamiento, los seres que en ese momento pueblen la Tierra alcanzarán a entendernos y a sacar algo bueno de cuanto hemos hecho.

Les ayudará entonces el genio de la lengua, un personaje con el que nos identificamos tanto (a menudo sin saberlo) porque en él cabemos todos, porque algo de su espíritu tenemos cada uno, puesto que entre nosotros lo hemos formado. La lengua es la mayor de las democracias, no sólo porque todas las decisiones las acaba tomando o ratificando el pueblo sino porque agrupa también a los que nos precedieron y a los que vendrán. Como escribió Eugenio Coseriu, «el lenguaje no es la actividad de un sujeto absoluto, sino de un sujeto histórico». «El español abarca por eso no sólo lo ya dicho, sino también lo que se puede decir en español»[165]. Wilhelm von Humboldt define la lengua como «un trabajo del espíritu»[166], y añade: «el lenguaje no es un producto, es una energía»[167];. Emilio Lorenzo entendió que la lengua de la que disfrutamos reúne unos «instrumentos eficaces depurados tras siglos de historia del idioma»[168].



Y por ahí podemos aprehender el genio de la lengua. Porque si él en realidad somos nosotros, como «nosotros» que somos intentaremos desarrollar nuestra personalidad con él, convivir con los demás que no son «nosotros» y acoger sus aportaciones, resolver nuestras dudas, construir lentamente nuestros monumentos, llegar puntuales a nuestras citas históricas, aprender de los que nos adelantan, comprender mejor a los otros, ahorrar en nuestros recursos, preservar la naturaleza que nos rodea y aprovechar los frutos que encontramos en el camino, promover las artes de la paz, ejercitar nuestra experiencia, comparar los hechos y aplicarles las soluciones verificadas, recordar lo hermoso de cuanto nos precedió, definir con rigor la realidad para obtener rendimientos mejores, apreciar el sonido de los acordes verbales... y todo eso con sencillez y sin darse importancia, sin creerse superior a nadie pero tampoco inferior, sin distinguir razas ni países sino sólo palabras.

El genio nunca habla por sí mismo, se refleja en nosotros -en el pueblo y en sus letrados- y, sobre todo, se muestra en las constantes de sus actos, que son los nuestros también. Se mueve y se detiene, a veces se equivoca, reflexiona sobre sus decisiones y analiza los hechos que se le presentan delante. Está dotado de una fuerza descomunal que a veces han canalizado las Academias y que a veces se desborda. A menudo construye sus propios criterios y los aplica sin miramientos. Y tiene sus defectos, como todo el mundo: esa altivez, ese orgullo de haberlo inventado todo y no necesitar ya nada, por ejemplo. Pero sólo se trata de mecanismos de defensa, destinados a mantener el conjunto de la obra que construyó durante siglos, una maravilla de gramática, sintaxis, semántica, ritmo, léxico, fonética y sentido común. Ha sido un placer conocerlo.



Date: 2015-12-17; view: 552


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