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El GENIO DEL IDIOMA ES PACIFISTA

 

Nuestro enigmático personaje jamás ha empuñado un arma. No le acusemos de nada de eso. En la expansiva historia española se produjeron muchas crueldades, pero no en nombre del idioma (salvo en la dictadura franquista).

Desde tiempo inmemorial el genio de la lengua se había aplicado a anidar en las mentes populares, a sugerir ideas a los prestigiosos y a dejar caer en saco roto algunas propuestas; y a crecer sin violencia. Con la llegada de los romanos a la Península y hasta los albores del idioma castellano, hubo combates y sacrificios -Viriato; Numancia, Sagunto...- pero no se produjeron por la lengua; y sin embargo la vinculación de los peninsulares primero al latín y luego al castellano tenía ya en su germen el destino: empezando por el establecimiento del propio idioma de los romanos y el abandono de las lenguas que habitaban Hispania, y siguiendo por la creación del castellano. También resultó inexorable el cambio en Cataluña (no hay que olvidar, por cierto, que el catalán es lengua romance y, desde un punto de vista técnico, fruto también de una invasión, la invasión de los romanos, que acabó con lenguas precedentes, incluidas las que se hablasen antes en Cataluña).

Se han producido muchas injusticias contra el genio de la lengua del idioma español. Se le ha menospreciado, con asertos como «no habría sido nada sin la imposición de las armas», «el español se extendió detrás de los ejércitos» , y otras similares.

Pero en el reino de Alfonso X el Sabio se hablaban con naturalidad -y convivían con el castellano- el árabe, el gallego, el vascuence (en el señorío de Vizcaya), también el catalán y el latín. Y está documentado que hacia el año 1235, en tiempos de Fernando III, los habitantes del valle riojano de Ojacastro -una de las zonas que se supone repoblaron los vascos- respondían en vascuence a las demandas judiciales[140].

Podemos decir, si hemos interpretado bien las enseñanzas de los historiadores de la lengua, que el idioma español se habría extendido igualmente al margen de las batallas que ha contemplado, algunas de ellas, como la dictadura de Franco, de feroz combate contra las demás lenguas españolas. Y bien que debemos lamentarlo, porque las heridas que abrió el fascismo tardarán mucho en cerrarse, y porque además han esparcido el hedor de la dictadura franquista por toda la historia de España[141].

Ni siquiera en América esa imposición (que se produjo en determinados casos, desde luego) adquirió proporciones globales durante la invasión española. Porque aquellas batallas no se desataron para imponer la lengua, sino para extender la religión. De hecho, el papa Alejandro VI -una suerte de ONU unipersonal- condicionó en 1493 los derechos españoles sobre los nuevos territorios al empeño fundamental de convertir a los nativos al cristianismo. Ésa era la tarea, no el idioma.



Y bien se sabe además que la Iglesia, tras llegar a América, comenzó a adoctrinar a los indios en sus lenguas nativas, después de acometer el esfuerzo de aprenderlas. La documentación existente al respecto es abrumadora. No hay que olvidar que según las Escrituras los apóstoles recibieron del Espíritu Santo el don de lenguas («predicad a cada uno en su lengua») y se fueron a dar doctrina con esa facilidad por todo el orbe. Así que los religiosos debían aplicarse con el ejemplo. Y a menudo con exceso: en España, el Concilio Provincial de Tarragona (con amplias competencias territoriales) establecía en 1591: «en el Principado de Cataluña, que se use la lengua catalana; en el Reino de Aragón las naturales de allí; en el de Valencia, la valenciana y nunca otra». Y para entonces ya se había aniquilado a los comuneros (1521, batalla de Villalar), en lo que podemos considerar la desaparición de Castilla.

Mientras, al otro lado del océano, don Alonso de la Peña Montenegro, obispo de Quito, proclamaba que un párroco que no supiese quéchua o aimara cometía pecado mortal[142].

Para los castellanos de entonces, el idioma no constituía un elemento aglutinador. Hasta el punto de que el cronista catalán Ramón Muntaner explicaba en los tiempos del rey sabio que Cataluña era más nación que Castilla porque tenía mayor homogeneidad lingüística, basada en el catalán[143]. Y a nadie se le ocurrió arremeter contra eso, sino todo lo contrario: los reinos de Aragón y de Castilla (en realidad, Aragón era el reino catalanoaragonés) pactaron su unión política mediante el matrimonio de Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos juraron los fueros catalanes, en una época en la que brilla la literatura en ese idioma y en la que también se podía leer, sin embargo, a poetas bilingües como Pere Torroella[144]. Y es bajo su reinado cuando el cardenal Cisneros manda -frente a decisiones anteriores- que la cristianización de los árabes tenga como vehículo la lengua castellana, sin que conste entonces decisión alguna contra los catalanes, a buen seguro porque cristianos eran en su propia lengua. El hispanoárabe finalmente no desapareció de España por ser lengua distinta, sino por ser lengua de musulmanes. Ahí se produjo un exterminio indiscutible, mas no por un conflicto de lenguas sino de dioses. El genio sólo podía lamentarlo. El ha acompañadlo a la historia, pero no la ha gobernado.

Cosa diferente es que la unidad de la corona de Aragón con la de Castilla diera de rebote una menor influencia política de Cataluña y redujera la autonomía del antiguo condado de Barcelona; y más diferente aún que en el siglo XVIII Felipe V destruyera los fueros catalanes -en venganza por la toma de partido que adoptó Cataluña contra él en la guerra de Sucesión- con sus decretos de Nueva Planta (1707), que ahora juzgamos con razón infames. Pero nada de eso tuvo que ver en realidad con la lengua. Digamos que la lengua pasaba por allí y sufrió las consecuencias.

De hecho, Felipe V hablaba sólo francés y le traía sin cuidado la cuestión idiomática de España. Le importaba bastante más instaurar el Estado centralista que había aprendido en Francia, y ejercer sin escrúpulos su «tradicional inclinación por su país natal»[145]. Podemos imaginar incluso que si el catalán hubiera sido entonces el idioma central de España y el castellano una lengua regional, Felpe V habría impuesto el catalán sin ningún problema. Su voluntad no era filológica, sino de poder. Con algo de venganza, claro, puesto que la tomó con los catalanes pero dejó indemnes los fueros de vascos y navarros. De hecho, los nacionalistas españoles (digamos fascistas para entendernos mejor) abominarían tiempo después de ese rey afrancesado.

Aún más: Castilla también fue víctima del centralismo. Lo dijo el propio Pi i Margall (1824-1901): «Castilla fue entre las naciones de España la primera que perdió las libertades; las perdió en Villalar bajo el primer rey de la Casa de Austria»[146]. Una vez consumado eso, añadía el político catalán, Castilla sirvió de instrumento para destruir el resto de las libertades de los otros pueblos de España. Es lo que Julio Valdeón ha llamado «el rapto de Castilla» por sus dirigentes. Así fue como Felipe V, «al concluir la guerra de Sucesión, se valió de instrumentos castellanos para suprimir de raíz las instituciones privativas de Cataluña».

Pero no es nuestro propósito defender a Felipe V sino al genio del idioma. Y, de paso, a la auténtica Castilla. Las nuevas leyes que privilegiaron el castellano llegaron más tarde, con Carlos III (1767) cuando ya ocho de cada diez habitantes de la Península hablaban este idioma y las zonas urbanas con lengua autóctona eran en buena parte bilingües. El Diario de Barcelona aparecerá en 1792, escrito en castellano y defendiendo el castellano, como le interesaba entonces a la burguesía catalana que lo leía y lo arropaba, dedicada en buena medida al suculento comercio con las colonias de América (recuérdese que el algodón llegaba desde allí para la industria textil, favorecido por la protección a Cataluña que instauró el propio Felipe V, quien prohibió la importación de algodones y linos extranjeros en todo el territorio español)[147]. Mataró, Terrasa y Sabadell son ya ricas zonas industriales, que atraen a gran número de trabajadores de Andalucía y Extremadura[148].

Tampoco el latín se había impuesto por la fuerza necesariamente. La acompañó, pero no más. El talento y la cultura superior de los romanos expandieron su idioma y eso hizo que los nativos fueran olvidando el suyo, que les resultaba inferior e insuficiente para las complejas necesidades de la nueva vida que la colonización traía consigo[149]. «Para su difusión no hicieron falta coacciones; bastó el peso de las circunstancias. [...] superioridad cultural y conveniencia de emplear un instrumento expresivo común a todo el imperio»[150]. Las lenguas prerromanas convivieron con el latín durante muchos siglos (por eso influyeron en su evolución hacia el castellano). El historiador latino Tácito cuenta que un aldeano de Termes (actualmente provincia de Soria) daba grandes voces en su lengua nativa cuando se le acusó de haber intervenido en el asesinato del pretor Lucio Pisón. Y eso ocurría en el año 25 después de Jesucristo (los romanos habían llegado en el siglo III antes del Nacimiento). No es el único testimonio de esa realidad. El vascuence llegaría mas lejos, sin duda, porque incluso los repobladores vascos de Castilla hablaban su lengua vernácula hasta muy avanzado el siglo XIII.

La fase de conquista y asentamiento de los romanos dio paso a la extensión del latín. Ahora bien, el uso de ese idioma no fue impuesto (apenas podría haberlo sido) : las poblaciones locales lo aprendieron -porque les interesó- de los colonos romanos, administradores, soldados, comerciantes, etcétera. El proceso fue rápido en algunas zonas (este y sur), más lento en otras (centro, oeste y norte) y no llegó a completarse en un área (País Vasco). Cualquier cambio de lengua como éste implica un período de bilingüismo que se prolonga durante varias generaciones, pero el proceso de latinización fue mucho más rápido en el este y el sur, donde el íbero y el griego (en las actuales Cataluña y Valencia) y el tartesio (Andalucía y sur de Portugal) parecen haber sido desplazados totalmente antes del siglo I de nuestra era[151].

El genio del idioma es pacifista incluso en tiempos de guerra. Hubo una acometida brutal contra los árabes, sí, pero eso no le impidió asimilar miles de palabras que procedían de ellos. Y no sólo eso: los arabismos se incorporaron en su mayor parte antes del siglo X; es decir, antes de la victoria militar mediante aplastamiento, y, por consiguiente, antes de la expansión final de Castilla y de su lengua en territorio musulmán. Esas palabras que empiezan a circular entre los cristianos que admiran los avances de los árabes son préstamos tomados más bien de un idioma vecino que de una lengua que comparte territorio. Se debieron de nuevo, probablemente, a la necesidad de designar objetos que llegaron a Castilla desde Al Ándalus. (A principios de la Edad Media, el árabe gozaba de un gran prestigio, porque pertenecía a una cultura más adelantada que la de la España cristiana). Un porcentaje muy alto de esos arabismos fueron sustantivos. El artículo (ese al con el que empiezan tantos vocablos) fue tomado como parte de la palabra, pues era invariable en género y número y por tanto para el genio de la lengua no se podía entender como un artículo.

El castellano, por acentuar su pacifismo, tenía una ventaja adicional frente al latín, el árabe o el hebreo: en aquellos tiempos era neutral para los creyentes de las tres religiones (cristiana, musulmana y hebrea) que convivían en Castilla[152]. Podía servir para mediar entre ellos.

Tampoco fue belicoso el genio de la lengua durante la Conquista de América. Presente en todo, pero agente de nada, los misioneros que se comunicaban en el siglo XVI con sus superiores de España se veían en la obligación de argumentar continuamente que no había más remedio para salvar a los indios que adoctrinarles en su propia lengua.

Así que Felipe II resolvió: «no parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural, mas se podrían poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender la castellana, y se dé orden como se haga guardar lo que está mandado en no proveer los curatos sino a quien sepa de los indios».

La solución funcionó durante unos cuantos años, hasta que los españoles fueron descubriendo los cientos de lenguas que hablaban los nativos, y que la aprendida en un lugar no les servía en otro. De manera que en 1769 el arzobispo de México, Francisco Antonio de Lorenzana, ya estaba pidiéndole a Carlos III que permitiera unificar el asunto[153]: elegir sólo a los clérigos que sabían lenguas dejaba fuera a otros más capacitados pero monolingües. Por si el argumento verdadero no fuera convincente, el arzobispo se sacó de la manga además que la doctrina cristiana no podía exponerse en lenguas tan primitivas. Eso hace que Carlos III enmiende a Felipe II, y merced a ello el avance del idioma español se producirá ya con menos trabas, lo que, como ocurrirá en la Península, sirve para que los hablantes de lenguas diferentes se puedan entender entre sí y siempre con un solo objetivo: extender la religión.

Pero ya hemos dicho que el genio de la lengua no es rápido. Colón llegó a América en 1492, y en 1810 (más de dos siglos después) sólo uno de cada tres americanos hablaba español. En aquellos momentos en que las colonias americanas desencadenan los movimientos a favor de su independencia, viven allá tres millones de hispanohablantes (blancos y mestizos, bien españoles o bien descendientes de ellos) junto con nueve millones de indios, desconocedores casi todos del idioma castellano[154] (estos números, que con razón nos parecen bajos, se multiplicaron por seis o por siete en un siglo, y en 1900 los hispanohablantes sumaban ya setenta millones). Pero una vez producida la separación política entre América y España es cuando el genio de la lengua se aplica a trabajar, y así colaboró en lograr la situación de hoy, en la que más del 95 por ciento de los habitantes de esos países hablan español. Las nuevas naciones decidieron asumir este idioma y convertirlo en oficial. La población indígena entiende que necesita el español para progresar, y la clase política cree que la unidad latinoamericana, el sueño de Simón Bolívar, sólo se puede forjar con un idioma común.

Dentro de su espíritu pacifista, el genio del idioma español se ha aplicado a recoger palabras y enseñanzas de todas las lenguas que hablaban aquellos pueblos que sufrieron en su presencia acoso político o religioso. Y en los últimos decenios se ha dedicado a inspirar preferentemente a sus hablantes de América, tan suyos como los españoles, porque en esas tierras no sólo ha nacido la mejor literatura en español durante el siglo XX sino que se ha creado una multitud de palabras («grabadora» , «estacionamiento», «abanderado», «novedoso», «ubicar», «receso» -como equivalente de «descanso breve»-, «exitoso», «golpiza»...) que salen al paso de nuevas necesidades y responden, cómo no, al genio del idioma.

Y hoy -discútase todo lo discutible sobre la historia- esta lengua se presenta ante el mundo, sin duda alguna, como una de las grandes lenguas de cultura y de entendimiento, destinada con firmeza, como bien anunció Nebrija al presentar su gramática ante la reina Isabel, a servir de vehículo para que «florezcan las artes de la paz».


XIV


Date: 2015-12-17; view: 479


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