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El genio del idioma es caprichoso

 

Quienes admiramos a este genio singular debemos reconocerlo: a veces es caprichoso. Tal vez por su mala cabeza infantil mezclada con su orgullo escondido, el señor del idioma adopta posturas arbitrarias, que no anulan las descripciones aportadas hasta aquí: ordenado, analógico, tacaño..., pero sí las complementan.

En español nos topamos de tanto en vez con decisiones del genio que nos dejan perplejos. ¿Por qué admite la fórmula «nosotros os amamos» pero no «nosotros me amamos»? En este y otros casos que veremos ahora no existen precedentes en su genio paterno, es cierto; pero él podía haber hecho algo por avanzar en ese capítulo. No le dio la gana.

Podemos decir con toda naturalidad «cántame» y «me canta», colocando el pronombre por delante del verbo (proclítico) o por detrás (enclítico), en este último caso pegadito a él. O también «pidiole que lo hiciera» (formación frecuente en Asturias) y «le pidió que lo hiciera». Y también sería correcto «quisiera que me alcanzaras la ropa», pero ya no «quisiera que alcanzárasme la ropa». Por alguna razón, el genio ha establecido que en las oraciones subordinadas los tiempos simples de subjuntivo lleven el pronombre delante. Y al contrario, en el gerundio y el infinitivo deben ir siempre detrás: «animándole a leer», pero no «le animando a leer». Igualmente, el genio permite que el pronombre enclítico (el que va pegado y por detrás) se aparte del gerundio o del infinitivo si están subordinados a otro verbo, y que se conviertan por tanto en proclíticos (por delante y separados del verbo): «qué quieres decirme» es habitual, como «qué me quieres decir»; pero no «qué quiéresme decir».

Se pueden construir las frases «tienes que darme» y «me tienes que dar»; pero si bien decimos «hay que hacerlo» no se nos ocurre nunca «lo hay que hacer» (salvo algún uso local de Asturias). Y es válido «muero por conocerla» pero no «la muero por conocer»[118].

También fue caprichoso el genio en su clara preferencia por la voz activa frente a la pasiva (diferente de lo que sucede en inglés, donde la pasiva tiene una presencia estadística mayor). Ninguna frase hecha admite en español la pasiva, por ejemplo: nunca diríamos «aquí los perros son atados con longaniza» o «en todas partes son cocidas habas»

Como sucedía con la presencia del sujeto «yo» y otros pronombres, el genio del idioma español prefiere que la pasiva tenga un significado adicional. Así, no le gusta «Juan va a visitar las obras de la casa que está siendo construida por su hermano», sino «Juan va a visitar las obras de la casa que está construyendo su hermano». Ahora bien, si se desea un énfasis o un significado adicional sí que acepta esta fórmula: «en este pueblo la informática es estudiada por los barrenderos» frente a «en este pueblo los barrenderos estudian informática» . Y también cuando no se quiere o no se puede nombrar el sujeto: «el pueblo fue destruido» (y no sabemos por quién). La pasiva le atrae al genio de la lengua «cuando interesa más poner de relieve la meta del proceso verbal que su origen», en palabras de García Yebra[119].



A este arrinconamiento de la pasiva contribuye otra herramienta de la que dispone el español: la pasiva refleja. Frente a la frase «no conecten sus aparatos electrónicos hasta que las puertas hayan sido abiertas», con la que nos suelen castigar en los aviones, el genio del idioma prefiere «no conecten sus aparatos electrónicos hasta que se hayan abierto las puertas».

También favorece el uso de la voz activa el hecho de que el orden de palabras en español sea menos rígido que en el inglés: si se quiere resaltar algo, se pone en primer lugar y se acabó. En vez de «que se pongan ahí los árboles», se puede decir «los árboles, que se pongan ahí» antes que «los árboles sean puestos ahí»; pues para resaltar un complemento y colocarlo en el comienzo de la frase disponemos de esa posibilidad («los conservadores nombraron ministro a José», «José fue nombrado ministro por los conservadores» , «a José le nombraron ministro los conservadores»).

Tanto huye el genio de la pasiva, que ha inventado las frases impersonales en plural (aunque el hipotético sujeto sea uno): «anoche le mataron», «me han robado la cartera»; y hasta acude al pronombre indefinido: «alguien me ha robado la cartera», «alguien lo mató anoche».

No se comprenden a veces sus decisiones, ciertamente. En algún lugar leí que la traductora María Luisa Balseiro reivindicaba el uso de la palabra «constructo»: si de «producción» decimos «producto», ¿por qué de «construcción» no decimos «constructo»? En efecto, se vende un producto pero no se compra un constructo. En inglés, sin embargo, sí existe. Y en español encajaría con el genio de la lengua (estoy de acuerdo con la apreciación de esta prestigiosa traductora). Pero de momento su capricho lo ha dejado al margen. Quién sabe si más adelante...

Ahora bien, ese espíritu caprichoso no siempre se puede poner como disculpa para vulnerar aquellos criterios que, en otra parte de su carácter, sí tiene establecidos. La voz pasiva, precisamente, nos la ha puesto el genio al servicio de nuestras dudas para averiguar dónde está el complemento directo de una oración activa: el sujeto de ésta pasa a ser complemento en la pasiva, mientras que el complemento directo de la activa se convierte en el sujeto de la pasiva. Decimos «Juana comunicó la noticia» o «la noticia fue comunicada por Juana».

Actualmente algunas tendencias de duda con el régimen de los verbos (muy extendidas en América) no parecen casar con el genio de la lengua, cuando defienden la posibilidad de decir «el Gobierno informó que tomará medidas» (evitando «de que» y convirtiendo en completiva la frase y en complemento directo «que tomará medidas»): porque de ahí saldría «que tomará medidas fue informado por el Gobierno», en una pasiva un tanto alambicada. El problema (y el genio lo sabe) se aprecia mejor cuando «informó» -un verbo que no funciona igual que «comunicar», aunque ambos se parezcan- tiene un auténtico complemento directo: «el Gobierno informó al Parlamento que tomará medidas». Porque en ese caso la pasiva debería ser «el Parlamento fue informado por el Gobierno que tomará medidas», frase que induce a confusión (puesto que hablamos de un «Gobierno que tomará medidas») y que sonaría mejor con la preposición «de»: «el Parlamento fue informado por el Gobierno de que...»). Todo lo cual demuestra que la construcción más adecuada era «el Gobierno informó de que...», ya que el complemento «que tomará medidas» no es directo, sino circunstancial («acerca de que», «sobre el hecho de que»), pues en la voz pasiva queda en el mismo lugar que en la activa si lo escribimos todo correctamente: «el Gobierno informó al Parlamento de que tomará medidas» (o «acerca de que»); «el Parlamento fue informado por el Gobierno de que tomará medidas». Aún se aprecia mejor si quitamos el sujeto de la activa («el Gobierno»): «el Parlamento fue informado de que se tomarán medidas», o «según el Gobierno, el Parlamento fue informado de que tomará medidas» (nos sonaría mal «fue informado que tomará medidas»).

Todo esto, a efectos de lo que concuerda con el orden establecido por el genio histórico, con su gramática y su sintaxis curtidas por los años y los usos. A efectos de cada cual, escriba cada uno lo que desee, y defienda aquello en lo que crea. El caso es que la especie se ha extendido tanto en algunos países de América -incluso ha alcanzado a escritores prestigiosos- que el genio debe de estar barruntando algo al respecto. Si esta fórmula («informar que») se consolidase, habría que preguntarse si tal vez el genio de la lengua es más caprichoso de lo que jamás imaginamos.

 

Y misterioso. A veces los caprichos del genio nos lo presentan cromo un ser misterioso. Aunque conocemos sus motivos para la mayoría de las decisiones que tomó, lo desconocemos todo de otras. Y aún tenemos abiertas muchas interrogantes, algunas de las cuales hacen pensar de nuevo en una reunión de genios idiomáticos que hubieran adoptado determinados acuerdos.

¿Por qué existe tanta proximidad en diversos idiomas entre las palabras «nueve» y «nuevo»? Tenemos nine y new en inglés, nou y nou en catalán (idénticos), neuf y neuf en francés (iguales también), neun y neu en alemán, nove y nuovo en italiano, nove y novo en portugués, ni y ny en noruego, navah y na’va en sánscrito... Podemos acudir, desde luego, a la sostenible teoría de que esas lenguas proceden de troncos comunes y de ahí el parecido por vía de casualidad. Pero ¿qué ocurre con el apartado euskera, donde «nueve» y «nuevo» se dicen bederatzi y berri? ¿Demasiada casualidad? Tal vez; sin embargo ¿por qué pasa lo mismo entre «ocho» y «noche»: eight-night (inglés), huit-nuit (francés), buit-nit (catalán), otto-notte (italiano), acht-nacht (alemán), oito-noite (portugués)... donde además se puede observar que es más fuerte el parecido entre esas dos palabras dentro de un mismo idioma, que el que existe entre cada una de ellas y sus equivalentes en las otras lenguas (hay más proximidad entre acht y nacht o huit y nuit que entre acht y buit o huit y eight)[120].

Conocemos la relación entre chapeau, «capelo» y «cabeza» (una relación que alcanza incluso a la «capucha», al «capuz» y a la txapela del euskera, en este caso influido por el latín): todos esos vocablos arrancan de capitis. En español, «sombrero» significa lo mismo que en francés chapeau, pese a escribirse y pronunciarse de forma tan diferente. Ambas palabras no tienen relación, y «sombrero» se escapa de la serie; pero sabemos también de dónde sale (de «sombra»). Al contrario de lo que sucede en el siguiente caso.

En inglés, existe una relación entre wind y window, como en español entre sus equivalentes viento y ventana. Pero ¿por qué se vinculan tanto aquí en su relación semántica estas dos lenguas distantes, mientras que las demás -incluido el alemán, tan próximo del inglés- se alían con el latín fenestra para dar finestra (italiano), fenêtre (francés), el alemán Fenster o el antiguo finiestras del Mío Cid? ¿Tuvo ese poder la fuerza analógica del genio del idioma español para vincular la «ventana» con el «viento» y arrinconar la expresión latina? ¿Es una casualidad que el genio del inglés decidiera lo mismo? Pero, sobre todo, ¿de dónde demonios viene fenestra, con qué otra palabra se puede relacionar?[121].

¿Y por qué no hay en español un término que traduzca la voz latina amita (tía, hermana del padre) ni su complementaria matértera (tía, hermana de la madre)? El español dice normalmente «mi tía» sin precisar si el parentesco viene por parte del padre o de la madre, una pérdida frente al latín. Al genio dejó de interesarle esa diferencia, pero ¿por qué?

Hay más preguntas posibles sobre estos misterios. ¿Por qué el verbo «desear» necesita siempre un subjuntivo como apoyo cuando le sigue una oración subordinada? ¿Por qué el verbo «querer» no funciona igual gramaticalmente cuando significa lo mismo que «desear»? Decimos «quiero que te diviertas» y «deseo que te diviertas»; pero «deseo que te hayas divertido» y no «quiero que te hayas divertido».

Son cosas del genio de la lengua.

Podemos conjeturar que el verbo «querer» sólo se proyecta hacia delante («deseo que hayas sido tú», pero no «quiero que hayas sido tú») ... Sin embargo, no sabemos bien la razón: el genio tiene sus secretos.

Los filólogos aún se preguntan también por qué unas palabras latinas iniciadas con una f pasaron al castellano con ésta convertida en h, mientras que otras mantuvieron el sonido original. Barajan ciertas hipótesis, claro; pero no han resuelto este misterio.

Son muchos, pues, los enigmas; aún no sabemos qué le hizo adoptar determinadas decisiones, con qué relacionó algunas raíces. El genio de la lengua no habla, no sabemos dónde está. Sólo podemos deducir su personalidad a través de sus actos. Quizás algún día la aparición de una lápida antigua, el descubrimiento de una ciudad escondida, la inscripción en una vasija de porcelana hallada en un yacimiento arqueológico... Seguiremos a la espera.


XII


Date: 2015-12-17; view: 516


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