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EL GENIO DEL IDIOMA ES PRECISO

 

La precisión constituye otra de las obsesiones del genio de la lengua. Los campesinos medievales que sabían distinguir las variedades del ganado o de los équidos, cada una con su nombre, se acostumbraron a nombrar las zoquetas, los cañiceros y los hocinos, a agavillar lo segado y a salir al acarreo. Cada objeto tenía su palabra, y cada función su verbo.

Eso estaba y eso permanece en la mentalidad del pueblo hispanohablante, que busca siempre atinar en los matices. Todo atentado contra la precisión de la lengua es un acto de leso genio del idioma.

El Diccionario del español ha acogido el galicismo «devenir» (que se escribe igual en francés) y lo define como equivalente de «sobrevenir», «suceder», «acaecer» o «llegar a ser». Como concepto filosófico, «el devenir» es «la realidad entendida como proceso o cambio, que a veces se opone a ser». Así, «el devenir» puede ser «el desarrollo», «la evolución» o «el proceso» de algo.

Pensando en francés, uno puede «devenir catedrático»; es decir, llegar a ser catedrático. O pensando en español: «convertirse en catedrático». La expresión francesa parece ganarle al español en la significación de un proceso, un camino en el cual el sujeto se está transformando para terminar en el sustantivo o adjetivo que la sigue. Pero llama la atención, como muy bien ha expuesto Emilio Lorenzo, la facilidad del español para ganar a su vez en precisión y eficacia a ese «devenir» que tanto acomplejaba a algunos filósofos desilusionados por no encontrar en nuestro idioma un sustantivo y un verbo equivalentes a «derivar del ser». Porque «devenir» se dice en español de muchas maneras: devenir vulgaire, por ejemplo, es «adocenarse». Y devenir fou, «enloquecer» . Y hacerse viejo, «envejecer» (o «avejentarse», que la precisión del español sabe distinguir el ser del parecer). Y así tenemos «rejuvenecer», «enriquecerse», «adelgazar» , «engordar», «debilitar», «ablandar», «enrojecer» (y «ruborizarse», «sonrojarse»), «abaratar», «encarecer», «acrecentar»... Verbos que no existen en otras lenguas y que ganan en precisión frente a cualquier alternativa. El español puede decir «enamorarse», significando así el proceso, el devenir, mientras que el francés debe acudir a tomber amoreux y el inglés a to fall in love, con un tránsito necesariamente brusco pues los dos hablan de una caída.

Ir perdiendo el pelo sería «encalvecer», y una traducción de «abarraganarse» en inglés nos daría nada menos que to enter into concubinage[93]. Son centenares los ejemplos que nos ofrece el diccionario que, para mayor rigor, concretan el devenir en evoluciones precisas.

El genio busca atinar con los matices y tiende a la especialización de las palabras. Eso no quiere decir que cada término corresponda a un significado y sólo a uno, sino que significados cercanos pero no iguales deben encontrar sus términos precisos y por tanto, distintos.



Partimos de la base de que el genio ha consentido oposiciones lingüísticas que, a diferencia de las oposiciones lógicas, no son exclusivas, sino inclusivas[94]. Y sin embargo es casi imposible el error (salvo intencionado) . Así, tenemos la oposición día-noche. Pero la noche está dentro del día. Yeso no es en absoluto fuente de equivocaciones o malos entendidos al hablar. La ambivalencia de «día» no afecta a su precisión, como tampoco el extenso valor de «caballos» (palabra que puede referirse a los animales o a la potencia de un coche), porque el contexto da siempre idea del significado (y si en el 99 por ciento de los casos no fuera así, ese doble valor acabaría desapareciendo). Sin embargo, sí afectaría al rigor del idioma que no supiéramos distinguir entre «caballos», «burros» o «mulas» porque todos se denominaran de la misma forma. Y no sólo es imposible eso, sino que además el genio de la lengua ha sabido distinguir entre «alazán», «jaca», «corcel», «purasangre» o «percherón». Igual que entre «berrendo», «ensabanao» o «bragado» . Y antes, entre «fanega», «carga», «cahíz», «almud», «almudada», «rebujal», «celemín», «yugada» y «obrada», palabras con las que el léxico medía la vida rural.

El sistema verbal del español constituye uno de los factores de la precisión que ha desarrollado nuestro genio. Para empezar, dispone del inmenso valor del subjuntivo. La especialización de significados verbales nos permite distinguir bien entre estas tres frases: «come todo lo que le da», «comió todo lo que le dieron», «comerá todo lo que le den». Este último verbo, expresado en subjuntivo, nos refleja una conjetura, algo irreal por el momento. En alemán, en cambio, se tiende a enfocar el hecho como real, usando para ello el indicativo[95].

Igualmente, en los casos en que se muestra una esperanza mezclada con deseo, el francés, el alemán y el inglés usan el presente o el futuro de indicativo, mientras que el español acude al presente de subjuntivo. J'espére que mon pére viendra me voir, I hope my father will come to see me; Wird mich besuchen; en los tres casos, se está diciendo «espero que mi padre vendrá a verme». Pero en español se distingue la conjetura: «espero que mi padre venga a verme». El subjuntivo en español, con ese valor intrínseco de irrealidad, especializa mejor lo que se está contando. Decimos en nuestra lengua «cuando me vaya», pero en francés quand je m'irai. Y «cuando salga la luna» se diría en inglés when the moon comes out.

El indicativo, según lo considera nuestro genio de la lengua, se acerca más a los hechos que acaecen; el subjuntivo se aleja, para acercarse a los que tal vez no acaezcan: «creo que mi padre vendrá», frente a «no creo que mi padre venga» .

Por tanto, podemos decir que va contra el genio del idioma español ese uso, influido por el inglés o el francés, de un indicativo que debiera ser subjuntivo: «espero que vendrá», «confío en que lo hará» (pero sí es correcto «creo que vendrá»). El valor psicológico que le da el español a estos usos resulta interesante, porque no son exactamente iguales las fiases «quizá tienes razón» y «quizá tengas razón».

Ese sentido preciso del subjuntivo se aprecia también con la diferencia entre estas oraciones: «he convocado a los directivos. Quiero conocer a uno que habla inglés». «He convocado a los directivos. Quiero conocer a uno que hable inglés». En este segundo caso hay que buscar dos veces: un directivo y que hable inglés. Uno «que habla inglés» existe, tiene una fisonomía o una descripción o un nombre; uno «que hable inglés» hay que buscarlo, aún no sabemos nada de él o de ella. En el primer caso, esa persona está en el grupo donde buscamos. En el segundo, quizás en él nadie hable inglés.

Como nos explican los lingüistas, el indicativo indica y el subjuntivo subordina (se somete). El subjuntivo es pieza principal en la idiosincrasia de nuestra lengua. En inglés, los tiempos del subjuntivo casi siempre coinciden formalmente con los del indicativo, y eso a veces hace difícil saber si nos hallamos ante un indicativo o un subjuntivo, a la hora de traducir.

El español, por otro lado, es la única lengua de las culturas occidentales que ha desarrollado un sistema o programa peculiar con el que se desperfectivizan los verbos[96]. Sirve para precisar que la acción acabada no ha terminado y sigue en desarrollo la acción que se entiende ya ha concluido: «te lo vengo diciendo» es un ejemplo; ya hemos dicho lo que teníamos que decir, pero damos la apariencia de que seguimos haciéndolo.

Por su parte, Valentín García Yebra destaca también el pretérito imperfecto, que «es un recurso de las lenguas románicas verdaderamente precioso»[97]. Porque se trata de un tiempo pasado que contempla la acción el, su desarrollo, sin atender a su principio ni a su fin. Es decir, que generalmente expresa una acción pasada que ocurre mientras acontece otra.

Esa riqueza (y por tanto precisión, pues ésta no se concibe sin aquélla) nos ofrece igualmente la diferencia psicológica entre «mi padre ha muerto hace tres años» y «mi padre murió hace tres años», porque la afectividad es diferente[98]. Igual que el valor psicológico que se deduce de un hablante cambia en el caso de que diga «si quisieras, iríamos al cine» o «si quieres, vamos al cine», puesto que en el primer caso la posibilidad es más remota. (Por eso seguramente le disgustan al genio del idioma frases como «si quieres, iríamos al cine», o «si el Madrid gana, se pondría segundo»; que mezclan las dos posibilidades y arruinan esa precisión expresiva).

García Yebra, el maestro de traductores, resalta asimismo la diferencia entre oraciones como «el presidente se planteaba una reforma fiscal pero tenía que sortear esos problemas» y «el presidente se planteó una reforma fiscal pero tuvo que...». Una y otra se pueden usar, por supuesto, pero sus puntos de vista lingüísticos son distintos. En el segundo caso, se consideran los hechos simplemente pasados y concluidos, mientras que en el primero se ven como procesos en cierto modo presentes en el pasado, que se muestran al lector como no concluidos todavía. Esta riqueza psicológica (derivada de la riqueza gramatical) alcanza a otros tiempos: por el plurivalor del presente y su uso para el pasado («Felipe González es elegido en 1982 con mayoría absoluta...») y por el futuro de pasado («... pero la última parte de su mandato, de 1990 hasta 1996, estará rodeada de la polémica»).

 

Demostrativos más certeros. El rigor y especialización que ha impuesto nuestro genio al idioma español se observa con claridad en el sistema de los demostrativos, que en palabras de Emilio Lorenzo es «uno de los más perfectos y eficientes de los romances ibéricos»[99], pues a las tres posiciones en el espacio corresponden tres pronombres personales, tres demostrativos y tres adverbios de lugar, todos ellos perfectamente ensamblados.

En francés podemos decir ce pied, en inglés this foot, en alemán dieses Fuss o en italiano questo piede, pero ninguna de esas expresiones es traducción exacta de «ese pie», porque en español «ese» forma parte de un sistema de localización en tres grados, frente a los dos grados de los otros idiomas. «El significado del español es intransferible en su integridad», sentencia Emilio Lorenzo. Porque la precisión de nuestro genio ha alumbrado «este», «ese» y «aquel»; «aquí», «allí» y «allá» , y «yo», «tú» y «él», con sus correspondientes plurales en el caso de los pronombres y los adjetivos.

Además, «tú» no significa lo mismo que you. Porque «tú» se ha circunscrito al tono familiar y cercano, mientras que you puede traducirse también libremente como «uno» («Uno va al cine...»), como «Nosotros» y como «usted». El español refleja una imagen del mundo en la que existen el tú y el usted. Y el nosotros y el nosotras. Por tanto, el significado español es intransferible[100].

Al genio le ha importado mucho la perspectiva del hablante, y por eso no ha renunciado (al contrario que otras lenguas) a convertirlo en referencia de lugar. De ahí las distinciones entre «ir» y «venir» o «traer» y «llevar». (En las relativas y peculiares de «ser» y «estar» no vale la pena entrar, por ser de sobra conocidas).

Otra precisión maravillosa de nuestro genio es la preposición a para significar complemento directo de persona, que nos hace diferenciar entre las frases «la decisión dividió el pueblo» y «la decisión dividió al pueblo»; «el entrenador alteró el equipo» o «el entrenador alteró al equipo»... Y sutilezas como «cambió el alcalde por un ministro» o «cambió al alcalde por un ministro»... o «los socios cambiaron el presidente» y «los socios cambiaron al presidente»[101].

Una de las razones por las que nuestro idioma huye de la voz pasiva (aun siendo posible) radica en su ambigüedad: «estos niños son descuidados» puede significar que los niños carecen de orden y disciplina, tal vez con el añadido de un cierto despiste; o bien que sus padres no les dedican la debida atención[102].

Por todo ello (los ejemplos podrían sumar mas páginas, desde luego), podemos describir legítimamente al genio de la lengua como un personaje que gusta de la precisión cuando la necesita, desde el léxico rural hasta el científico (donde se le supone), pasando por los recursos que él mismo ofrece en la gramática, las partículas que atinan con los significados certeros: «dormir», «adormecer», «adormilar»...

 

En la Edad Media, coexistían las pronunciaciones /horma/ (con h aspirada) y /forma/, para una sola grafía: «forma». Eso fue consecuencia de la evolución fonológica que convertía ciertas /f/ del latín en /h/ y que no estuvo acompañada durante un tiempo por la correspondiente evolución ortográfica. Por eso el genio del idioma se vio en la necesidad, atendiendo a su rigor y precisión, de ordenar las cosas. Durante siglos, «forma» se pronunciaba de dos maneras y tenía significados distintos con cada una de ellas. Así que a principios del XVI se comenzó a escribir «horma» y «forma», según correspondiera, para distribuir adecuadamente los dos significados. Lo contrario nos resultaría hoy inconcebible: una misma grafía para dos pronunciaciones, dos significados repartidos en una sola escritura.

Esta especialización de palabras y sonidos le agrada al genio, y por ello tal vez podemos defender que la desespecialización le disgusta cuando resta matices al idioma de uso general. Cualquier empleo del lenguaje que borre los límites entre las palabras y los verbos, que anule las diferencias psicológicas, va contra la precisión del genio de la lengua. Por ejemplo, «hindú» (que profesa el hinduismo) e «indio» (ciudadano de la India) ya se han unificado actualmente bajo el paraguas de «hindú» (que hospeda tanto a «ciudadano de la India» como a «quien profesa el hinduismo») hasta el punto de que un «hindú» (ciudadano) puede no ser un «hindú» (religioso). «Prueba» se acerca en el lenguaje periodístico a «evidencia»; «ingresar» se aproxima a «entrar»; «alarmista» equivale ya a «alarmante»... han perdido sus diferencias «carbonizar» y «calcinar»...[103]. Todo esto ocurre en el semblante de la lengua, pero la Academia ha consagrado en el diccionario estas pérdidas de precisión. ¿Terminarán formando parte del talante del idioma? ¿Está la Academia en consonancia con el genio de la lengua? Ya contestará éste cuando se decida.


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Date: 2015-12-17; view: 585


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