Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






Carta del doctor John Eliot al profesor Huree Jyoti Navalkar.

 

Surgeon's Court, Hanbury Street, Whitechapel, Londres

 

5 de enero de 1888

 

Mí querido Huree:

 

Como verás, me he establecido en Londres definitivamente. Confío en que tomes nota de mis señas y en que, a pesar de lo pre­cipitado y abrupto de nuestra separación, hagas uso de ellas y me escribas, aunque ahora no tengo mucho tiempo para entregarme a las discusiones en las que solíamos enzarzamos con tanto placer.

 

Nunca he sido una persona sociable; y, sin embargo, a veces me encuentro más solo en esta imponente ciudad de seis millones de habitantes que en las montañas del Himalaya. De mis dos vie­jos amigos, uno, Arthur Ruthven, ha muerto, víctima, al parecer, de un asesinato cruel y absurdo; fuese lo que fuese lo que movió a sus asesinos, su muerte es ciertamente una trágica pérdida y yo lo echo muchísimo en falta, porque era una persona brillante. Mi otro amigo, sir George Mowberley, es, en la actualidad, como tal vez habrás leído en los periódicos, ministro del gobierno: un desti­no, por lo que a mí concierne, casi tan perturbador como el del po­bre Ruthven. Los lloro a los dos.

 

Pero no tengo demasiados motivos para quejarme de mi aisla­miento; además, apenas tengo tiempo libre. Trabajo tantísimo y abarco tanto que me siento abrumado y ofuscado. Me alojo y tra­bajo en el más marginal de los barrios de esta gran ciudad de mar­ginados. No hay ninguna clase de miseria o de horror que no esté presente en sus calles; durante un mes me han devorado la rabia y la desesperación. Qué arrogante fui al creer que debía viajar lejos. ¿Por qué irse a Oriente a hacer más llevadero el peso del sufri­miento humano, cuando aquí, en la ciudad más rica del mundo, el dolor puede alcanzar grados tan terribles?

 

A ti puedo confesarte lo que siento en mi fuero interno. Con los demás y, sí, también conmigo mismo, soy un témpano. No tengo más remedio que comportarme así. ¿Cómo, si no, iba a poder salir ileso de lo que veo cuando salgo a atender a mis pacientes? Un hombre que agoniza en un sótano, consumido por la viruela, mientras su mujer, embarazada de ocho meses, deja que sus hijos se arrastren desnudos en la inmundicia. Una niñita que lleva dos semanas muerta, a la que hallan enterrada bajo los excrementos de sus hermanos y hermanas. Una viuda que padece escarlatina y que sigue vendiendo su cuerpo en una buhardilla diminuta, mien­tras sus hijos, en la intemperie, expuestos a los vientos helados, ti­ritan de frío. Ni siquiera en los suburbios de Bombay vi la miseria y el padecimiento que he visto aquí. En semejantes condiciones, dejarse vencer por los sentimientos sería como dejar un ascua a merced de un fuerte vendaval. Me temo que incluso la rabia sea una pasión que no me puedo permitir. Pero, afortunadamente, soy, como recordarás, una persona fría; si ahora, aquí en Whitechapel, me guío por la razón y la lógica, no hago más que seguir fiel a los rasgos que han marcado siempre mi personalidad. Pese a todo el empeño que pusiste en ello, Huree, las enseñanzas de Oriente no han dejado huella en mí. Pensarás, tal vez, que desper­dicié los años que pasé en la India. Lo único que puedo decirte es que me es imposible cambiar mi manera de ser. Para mí no existe ninguna realidad fuera de lo que observo y, a veces, deduzco.



 

¿Qué ocurre entonces, volverás sin duda a preguntarme, con lo que vi en Kalikshutra? ¿Pongo en duda su realidad? ¿Puedo as­pirar a explicarlo sirviéndome de la lógica? Todavía no, lo reco­nozco, a pesar de que le dedico grandes esfuerzos, pero algún día sé que podré. Aunque una cosa es cierta, Huree, y es que no acepto tus explicaciones. ¿Demonios? ¿Vampiros? ¿Qué tiene que ver la ciencia con estas ideas fantásticas? Nada. Vuelvo a repetirlo: lo imposible no me interesa. El médico aficionado a estas cosas irrea­les acabará convirtiéndose en un curandero. Y yo no voy a caer tan bajo; sería degradante que un doctor se dedicara a la brujería y practicara rituales espantosos para aplacar fuerzas aterradoras y espíritus que no comprende. ¿Te das cuenta? El recuerdo del hijo del pobre Paxton sigue obsesionándome: el dolor que asomaba en sus ojos, la sangre que salía a borbotones de su corazón perforado. ¿Qué hubiera sido de él, Huree? Hubiera acabado convirtiéndose en la víctima de una enfermedad terrible e inexplicable, sí, pero no se merecía aquel final: ¡nosotros lo matamos! Sé de sobra que yo no podía hacer nada por él; y sin embargo me martiriza la idea de que no intenté curarlo, de que preferí matarlo, asesinarlo. Al ha­cerlo, traicioné el trabajo de toda mi vida.

 

Te lo repito: soy un ser optimista, soy un científico. Y de esto es de lo que sigo estando más orgulloso. Los misterios con los que me enfrento han de poder explicarse; todo aquello que investigo ha de poder ser objeto de observación. Recordarás cuál es mi método: descubrir, examinar, deducir. Sigo siendo lo que siempre he sido: un racionalista. Y mi forma de investigar, a la que he consagrado una vida, sigue siendo igual de válida hoy. ¿Te das cuenta? No he desistido de nada, ni remotamente. He construido un pequeño la­boratorio en mi vivienda, que está en el mismo edificio en el que he montado un hospital; lo utilizo para analizar los elementos que reúno fuera. Te adjunto una copia de un breve artículo que escribí, donde establezco algunos de mis principios fundamentales. Obser­varás que no he abandonado mi interés por los glóbulos blancos, que sigo estudiando incansablemente, ni por el enigma de su extra­ordinaria longevidad. De más está decir que todavía me queda un largo trecho por recorrer, pero dudo mucho de que, cuando por fin halle la solución definitiva, me encuentre con vampiros.

 

Escríbeme. Habrás advertido lo deseoso que estoy de reem­prender nuestras discusiones. Contéstame pronto y no te importe nada ser grosero conmigo,

 

jack

 


Date: 2015-12-17; view: 564


<== previous page | next page ==>
LA MALDICIÓN DEL BRAHMÁN | Carta de la señorita Lucy Ruthven a sir George Mowberley.
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.01 sec.)