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Vida y mentiras de Albus Dumbledore

El sol se elevaba. La pura y descolorida inmensidad del cielo se extendía en lo alto, indiferente a él y su sufrimiento.

Harry se sentó en la entrada de la tienda y respiró hondo para despejarse. Simplemente el estar vivo contemplando la salida del sol sobre la brillante ladera nevada debería haber sido el mayor tesoro sobre la tierra, pero él no podía apreciarlo. Sus sentidos se habían entumecido por la calamidad de haber perdido su varita. Observó el valle cubierto de nieve, las lejanas campanas de la iglesia repicaban a través del brillante silencio.

Sin darse cuenta, se estaba clavando los dedos sobre los brazos como si intentara resistirse al dolor físico. Había derramado su propia sangre más veces de las que podía contar, había perdido todos los huesos del brazo derecho una vez, este viaje ya le había dejado cicatrices en el pecho y el antebrazo para unirse a las de la mano y la frente, pero nunca, hasta este momento, se había sentido tan fatalmente débil, vulnerable y desnudo, como si la mayor parte de su poder mágico le hubiese sido arrancado. Sabía exactamente lo que Hermione le diría si expresaba algo de esto: la varita mágica es sólo tan buena como lo es el mago. Pero estaba equivocada, su caso era diferente. Ella no había sentido a la varita girar como la aguja de una brújula y disparar las llamas doradas sobre el enemigo. Había perdido la protección de los corazones gemelos y solo ahora que había desaparecido comprendía lo que había estado contando con ello.

Sacó los pedazos de la varita rota del bolsillo y, sin mirarlos, los metió en la bolsa de Hagrid que llevaba alrededor del cuello. La bolsa estaba ya demasiado llena de objetos rotos e inútiles como para meter más. La mano de Harry acarició la vieja Snitch a través de la piel de topo y por un momento tuvo que luchar contra la tentación de arrancársela y tirarla. Impenetrable, inservible, inútil, como todo lo demás que Dumblemore había dejado atrás.

Y la furia hacia Dumblemore estalló ahora en él como lava, quemando en su interior, borrando cualquier otro sentimiento. Aparte de la pura desesperación con que se había aferrado a la creencia de que en el Valle de Godric encontrarían respuestas, se habían autoconvencido de que se suponía que volverían, que todo esto era parte de algún camino secreto diseñado para ellos por Dumblemore; pero no había ningún mapa, ningún plan. Dumblemore los había dejado para que caminaran a tientas en la oscuridad, luchando contra desconocidos e inimaginables terrores, solos y sin ayuda. Nada tenía explicación, nada era entregado libremente, no tenían la espada, y ahora, Harry no tenía varita. Y había dejado caer la fotografía del ladrón y esto seguramente facilitaría que Voldemort averiguara quién era...Voldemort tendría toda la información ahora....



—¿Harry?

Hermione parecía temer que pudiera maldecirla con su propia varita mágica. Con la cara bañada en lágrimas, se agachó a su lado, con dos tazas de té en sus temblorosas manos y algo voluminoso bajo el brazo.

—Gracias — dijo él, cogiendo una de las tazas.

—¿Te importa si te hablo?

—No —dijo, porque no quería herir sus sentimientos.

—Harry, querías saber quién era el hombre de la fotografía. Bueno... tengo el libro.

Tímidamente lo puso sobre su regazo, una copia inmaculada de Vida y Mentiras de Albus Domblemore.

—¿Dónde... cómo...?

—Estaba en la sala de estar de Bathilda, allí tirado...Esta nota sobresalía dentro de él.

Hermione leyó las pocas líneas de escritura puntiaguda, verde—ácido en voz alta.

—"Querida Batty, gracias por la ayuda. Aquí está la copia del libro, espero que te guste. Lo contaste todo, incluso si no lo recuerdas. Rita." Creo que debe haber llegado mientras la verdadera Bathidla estaba viva, pero ¿quizás no estaba en condiciones de leerlo?

—No, probablemente no lo estaba.

Harry bajó la mirada a la cara de Dumblemore y experimentó una oleada de salvaje placer. Ahora averiguaría todo lo que Dumblemore nunca había pensado que valiera la pena contarle, tanto si Dumblemore lo quería o no.

—Todavía estás realmente enfadado conmigo, ¿verdad? —dijo Hermione. Harry advirtió lágrimas frescas manando de sus ojos y sabía que la rabia debía mostrarse en su cara.

—No —dijo él quedamente—. No, Hermione, sé que fue un accidente. Intentabas mantenernos vivos y estuviste increíble, habría muerto si tú no hubieras estado alli para ayudarme.

Trató de devolverle la pálida sonrisa, luego volvió su atención al libro. El lomo estaba rígido; estaba claro que nunca antes había sido abierto. Hojeó las páginas, buscando fotografías. Las encontró casi inmediatamente, el joven Dumblemore y su apuesto compañero, rugiendo de risa por alguna broma largamente olvidada. Harry dejó caer los ojos sobre la nota al pie.

Albus Dumblemore, poco después de la muerte de su madre, con su

amigo Gellert Grindelwald.

 

Harry se aferró a la última palabra durante largo tiempo. Grindelwald. Su amigo Grindelwald. Miró de reojo a Hermione, que todavía contemplaba el nombre como si no pudiera creer en sus ojos. Despacio alzó la vista hacia Harry.

—¿Grindelwald?

Ignorando el resto de las fotografías, Harry buscó en las páginas de los alrededores la repetición del fatídico nombre. Pronto lo descubrió y leyó ansiosamente, pero se acabó perdiendo. Era necesario ir más hacia atrás para que todo aquello tuviera sentido, y finalmente se encontró al principio de un capítulo titulado "El Bien Mayor". Juntos, él y Hermione comenzaron a leer:

Acercándose a su décimo octavo cumpleaños, Dumblemore deja Hogwarts en el resplandor de la gloria—... Alumno destacado, Prefecto, Ganador del Premio Barnabus Finkley de Lanzamientos de Hechixos Excepcional, Joven Representante del Wizengamot, Medalla de Oro, Ganador por su Gran Contribución a la Conferencia Internacional de Alquimia de El Cairo. Dumblemore tiene la intención, a continuación, de hacer un Grand Tour con Elphias "Dogbreath" Doge, el compañero tonto pero devoto que había adoptado en la escuela.

Los dos jóvenes se hospedaban en el Caldero Chorreante en Londres, preparándose para la partida a Grecia a la mañana siguiente, cuando llegó una lechuza con noticias sobre la muerte de la madre de Dumblemore. "Dogbreath" Doge, quien rechazó ser entrevistado para este libro, ha dado al público su propia versión sentimental de lo que pasó después. Presentó la muerte de Kendra como un trágico golpe y la decisión de Dumblemore de abandonar la expedición como un acto de noble sacrificio.

Indudablemente Dumblemore volvió al Valle de Godric inmediatamente, supuestamente para cuidar de su hermano menor y su hermana. ¿Pero cuanto cuidado les dedicó en realidad?

"Era un cabeza loca, ese Aberfort", dijo Enid Smeck, cuya familia vivía a las fueras del Valle de Godric en aquel tiempo. "Corría salvaje" Naturalmente, con su madre y su padre desaparecidos tenías que sentir pena por él, solo que siguió tirando estiércol de cabra sobre mi cabeza. No creo que Albus se preocupara por él, nunca los vi juntos, de cualquier modo.

¿Entonces que hacía Albus, si no estaba consolando a su salvaje hermano? La respuesta, parece ser, asegurar el encarcelamiento continuo de su hermana. Al parecer, aunque su primer carcelera había muerto, no hubo ningún cambio en la lamentable condición de Ariana Dumblemore. Su misma existencia siguió siendo solo conocida por unos pocos allegados que, como "Dogbreath" Doge, se contentaban con creer la historia de su "enfermedad".

Otro amigo fácilmente satisfecho de la familia era Bathilda Bagshot, la famosa maga historiadora que ha vivido en el Valle de Godric durante muchos años. Kendra, desde luego, había rechazado a Bathilda cuando intentó dar la bienvenida a la familia al pueblo. Varios años más tarde, sin embargo, la autora envió una lechuza a Albus a Howard, habiendo quedado favorablemente impresionada por su papel en la transformación de trans—especies en Transfiguration Today. Este contacto inicial la llevó a conocer a toda la familia Dumblemore. En el momento de la muerte de Kendra, Bathilda era la única persona en Godric Hollow que se llevaba bien con la madre de Dumblemore.

Lamentablemente, la brillantez que Bathilda exhibió pronto en su vida ahora ha perdido intensidad. "El fuego estaba encendido, pero el caldero está vacío", como decía Ivor Dillonsby me exprimía, o, en la frase ligeramente anterior de Enid Smeck, "Está más chiflada que una cagada de ardilla". Sin embargo, una combinación de técnicas de prueba y error me permitió extraer bastantes pepitas de hechos sólidos para ensartarlos hasta dar forma a la escandalosa historia.

Como el resto del mundo magico, Bathilda atribuía la prematura muerte de Kendra a un encantamiento rebotado, una historia repetida por Albus y Aberforth en años posteriores. Bathilda también repite como un loro la historia de la familia sobre Ariana, llamándola "frágil" y "delicada". En un tema, sin embargo, Bathilda bien merecía el esfuerzo de ponerse a obtener Veritaserum, ya que ella, y solo ella, conocía la historia completa del secreto mejor guardado de la vida de Albus Dumblemore. Ahora revelado por primera vez, que pone en duda todo lo que creían sus admiradores sobre Dumblemore, su supuesto odio a las Artes Oscuras, su oposición a la opresión de los muggles, e incluso la devoción hacia su propia familia.

El mismo verano en que Dumblemore se fue a casa en el Valle de Godric, ahora huerfano y cabeza de familia, Bathilda Bagshot acordó aceptar en su casa a su sobrino nieto Gellert Grindelwald.

El nombre de Grindelwald es a toda suerte famoso. En una lista de Magos Oscuros Peligros de Todos los Tiempos, él perdería el primer lugar solo debido la llegada de quien—ustedes—ya—saben una generación más tarde, robándole la corona. Como Grindelwald nunca extendió su campaña de Terror a Gran Bretaña, sin embargo, los detalles del aumento de su poder no es ampliamente conocido aquí.

Educado en Durmstrang, una conocida escuela famosa incluso entonces por su desafortunada tolerancia a las Artes Oscuras, Grindelwald se mostró tan brillantemente precoz como Dumblemore. En vez de canalizar sus habilidades en lograr reconocimientos y premios, sin embargo, Gellert Grindelwald se dedicó a otras búsquedas. A los dieciséis años, incluso en Durmstrang sintieron que ya no podían hacer la vista gorda con respecto a los retorcidos experimentos de Gellert Grindelwald y fue expulsado.

Hasta ahora, todo lo que se sabía sobre los siguientes movimientos de Grindelwald era que "viajó por el extranjero durante algunos meses". Ahora puede ser revelado que Grindelwald decidió visitar a su tía abuela en el Valle de Godric, y que allí, por intensamente chocante que pueda ser para muchos de los que leen, acabó trabando una cercana amistad con nada menos que Albus Dumblemore.

"Me parecía un muchacho encantador", balbuceó Bathilda, "fuera lo que fuera en lo que se convirtió despues. Naturalmente se lo presenté al pobre Albus, que echaba de menos la compañía de jóvenes de su propia edad. Los muchachos simpatizaron el uno con el otro inmediatamente"

Ciertamente lo hicieron. Bathilda me mostró una carta, guardada por ella, que Albus Dumblemore había enviado a Gellert Grindelwald a altas horas de la noche.

"¡Sí, incluso después de que se pasaban todo el día discutiendo, ambos muchachos eran jóvenes brillantes, bullían como un caldero al fuego, yo a veces oía a una lechuza golpeando en la ventana del dormitorio de Gellert, entregando una carta de Albus¡ ¡Se le habría ocurrido una idea y tenía tendría que hacérselo saber a Gellert inmediatamente!

Y qué ideas tenían. Unas profundamente sorprendentes, como los admiradores de Albus Dumblemore descubrirán, aquí están los pensamientos de su héroe a los diecisiete años, en una misiva a su nuevo mejor amigo. (Una copia de la carta original puede se vista en la página 463)

Gellert

Tu punto de vista de que la dominación del Mago es POR EL PROPIO BIEN DE LOS MUGGLES...ese, creo yo, que es el punto crucial. Sí, se nos ha dado el poder y sí, ese poder nos da derecho a dominar, pero también conlleva una responsabilidad para con el mundo. Debemos acentuar ese punto, será la piedra angular sobre la que construiremos. Donde encontremos oposición, que seguramente la habrá, esta debe ser la base de todos nuestros contraargumentos. Tomemos el control POR EL BIEN MAYOR. Y seguir a partir de eso donde encontraremos resistencia, debemos usar solo la fuerza necesaria y no más. (Ese fue tu error en Durmtrang) Pero no me quejo, por que si no hubieras sido expulsado, nunca nos habríamos conocido.

Albus

Asombrados y consternados estarán sus muchos admiradores, esta carta constituye la prueba de que Albus Dumblemore una vez soñó con derrocar el Estatuto Secreto y establecer el control de los Magos sobre los muggles. ¡Qué golpe para los que siempre retrataban a Dumblemore como el mayor defensor de los nacidos muggles! A la luz de esta evidencia indiscutiblemente nueva, las cosas se ven desde otra perspectiva. ¡Qué despreciable aparece Albus Dumblemore ocupado en planear su ascención al poder, cuando debería haber estado afligido por su madre y cuidando de su hermana!

Sin duda, aquellos decididos mantener a Dumblemore sobre un pedestal alabarán que, después de todo, no pusiera sus proyectos en acción, debió haber sufrido un cambio de parecer, recobrando el juicio. Sin embargo, la verdad parece totalmente sorprendente.

Apenas dos meses después del comienzo de su nueva gran amistad, Dumblemore y Grindelwald se separaron, y nunca se volvieron a ver el uno al otro hasta que se encontraron en su legendario duelo (para más, ver capítulo 22). ¿Qué causó esta abrupta ruptura? ¿Dumblemore había recobrado el juicio? ¿Le había dicho a Grindelwald que no quería formar parte de sus proyectos? Ay!, no.

"Fue la muerte de la pobre y pequeña Ariana, creo, eso fue", dice Bathilda. "Fue un golpe terrible. Gellert estaba allí en la casa cuando pasó y volvió a mi casa muy nervioso, me dijo que se quería ir a casa al día siguiente. Terriblemente apenado, sabes. Entonces arreglé un Traslador y esa fue la última vez que le vi.

"Albus estaba fuera de sí por la muerte de Ariana. Fue terrible para los dos hermanos. Habían perdido a todos excepto el uno al otro. No es extraño que los temperamentos se elevaran a gran altura. Aberforth culpó a Albus, ya se sabe como se pone la gente en esas terribles circunstancias. Pero Aberforth siempre hablaba un poco como a lo loco, el pobre muchacho. En todo caso, romperle la nariz a Albus en el funeral no fue decente. Habría destruido a Kendra, el ver que sus hijos luchaban así, sobre del cuerpo de su hija. Una pena que Gellert no pudiera quedarse para el entierro... Habría sido un consuelo para Albus, al menos...

Esta reyerta junto al ataúd fue terrible, conocida solo por aquellos pocos que asistieron al entierro de Ariana Dumblemore, levantando varias preguntas. ¿Por qué culpaba exactamente Aberforth Dumblemore a Albus de la muerte de su hermana? ¿Fue, como "Batty" pretende, una mera efusión de pena? ¿O podía haber una razón más concreta para esa furia? Grindelwald, expulsado de Durmstrang por los casi fatales ataques a sus compañeros de estudios, escapó del país pocas horas después después de la muerte de la muchacha y Albus (¿por vergüenza o miedo?) nunca le volvió a ver, no antes de ser obligado a ello por las súplicas del mundo mágico.

Ni Dumblemore ni Grindelwald se refirieron nunca posteriormente a esta breve amistad de juventud. Sin embargo, no puede haber ninguna duda de que Dumblemore se retrasó, durante aproximadamente cinco años de confusión, víctimas y desapariciones, en su ataque sobre Gellert Grindelwald. ¿Le retrasó el afecto por el hombre o el miedo a exponerse ante su una vez mejor amigo lo que hizo que Dumblemore vacilara? ¿Fue solo a regañadientes que Dumbledore se dedicó a la captura del hombre al que una vez había estado tan encantado de conocer?

¿Y cómo fue la misteriosa muerte de Ariana? ¿Fue víctima involuntaria de algún rito oscuro? ¿Tropezó con algo que no debería haber visto, cuando los dos jóvenes estaban sentados practicando para su intendo de conseguir gloria y dominación? ¿Es posible que Ariana Dumblemore fuera la primera persona en morir por "el bien mayor"?

El capítulo terminaba aquí y Harry levantó la vista. Hermione había llegado al final de la página antes que él. Arrancó el libro de la mano de Harry, pareciendo un poco alarmada por su expresión, y lo cerró sin mirarlo, como si ocultara algo indecente.

—Harry....

Pero él negó con la cabeza. Alguna certeza interna había sido aplastada dentro de él; era exactamente lo que había sentido después de la marcha de Ron. Había confiado en Dumblemore, había creído que era la encarnación de la bondad y la sabiduría. Todo cenizas. ¿Qué más podía perder? Ron, Dumblemore, la varita de fénix...

—Harry —Ella pareció haber escuchado sus pensamientos. — Escúchame. Esto....no es una lectura muy agradable...

—Sí, podrías decirlo así...

—...pero no lo olvides. Harry, que esto está escrito por Rita Skecter.

—Leiste esa carta a Grindelwald, ¿verdad?

—Sí...lo hice —Vaciló, parecía molesta, acunando su té en las frías manos—. Creo que ese fue el peor trozo. Sé que Bathilda pensaba que solo era charla, pero "Por el Bien Mayor" se convirtió en el lema de Grindelwald, su justificación para todas las atrocidades que cometió más tarde. Y...desde que... esto hace que parezca que Dumblemore le dio la idea. Dicen que "Por El Bien Mayor” incluso fue tallado sobre la entrada de Nurmengard.

—¿Qué es Nurmengard?

—La prisión que tenía Grindelwald para retener a sus opositores. Él mismo terminó allí, una vez que Dumblemore le atrapó. De todos modos, esto....esto es un pensamiento horrible, que las ideas de Dumblemore ayudaran a impulsar la subida al poder de Grindelwald. Pero por otra parte, ni siquiera Rita puede fingir que se conocieron el uno al otro solo durante unos meses de verano cuando eran realmente jóvenes, como...

—Sabía que dirías eso —dijo Harry. No quería que su cólera se derramara sobre ella, pero era difícil de mantener la voz estable—. Sabía que dirías "eran jóvenes". Tenían la misma edad que nosotros ahora. Y aquí estamos nosotros, arriesgando nuestras vidas para luchar contra las Artes Oscuras y allí estaba él, reuniéndose con su nuevo mejor amigo, trazando planes para su ascención al poder sobre los muggles.

Su temperamento no permanecería bajo control mucho más. Se levantó y paseó por los alrededores, intentando trabajar un poco en acallarlo.

—No intento defender lo que Dumblemore escribió —dijo Hermione—. Toda esa basura de "derecho a gobernar", es solo "La Magia es Poder" una vez más. Pero Harry, su madre acababa de morir, estaba solo en casa....

—¿Solo? ¡No estaba solo! Tenía a su hermano y a su hermana acompañándolo, su hermana Squib, a la que mantenía encerrada...

—No me creo eso —dijo Hermione. Ella también se levantó—. Independientemente de lo que le pasara a esa chica. No creo que fuera una Squib. El Dumblemore que nosotros conocíamos nunca, jamás habría permitido...

—¡El Dumblemore que creíamos conocer no quería conquistar a los muggles a la fuerza! —gritó Harry, su voz resonó por la vacía cima haciendo que varios grajos se elevaran en el aire, graznando y volando en espiral contra el nacarado cielo.

—¡Cambió, Harry, cambió! ¡Es tan simple como eso! !Tal vez realmente creía en estas cosas cuando tenía diecisiete años, pero el resto de su vida lo dedicó a la lucha contra las Artes Oscuras! ¡Dumblemore fue quien detuvo a Grindelwald, quien siempre votó a favor de la protección de los muggles y los derechos de los nacidos muggles, quien luchó contra quien—tu—ya—sabes desde el principio y quien murió intentando derrocarlo!

El libro de Rita yacía en el suelo entre ellos, de forma que la cara de Albus Dumblemore sonreía culpablemente hacia ambos.

—Harry, lo siento, pero creo que la auténtica razón por la que estás tan enfadado es que Dumblemore nunca te contó nada de esto él mismo.

—¡Tal vez! —bramó Harry y arrojando los brazos sobre la cabeza, apenas sabiendo si intentaba contener su cólera o protegerse a sí mismo del peso de su propia desilusión. —¡Mira lo que me pidió, Hermione! ¡Arriesga tu vida, Harry! ¡Y otra vez! ¡Y otra vez! ¡Y no esperes que te lo explique todo, solo confía en mí a ciegas, confía en que sé lo que hago, confía en mí aun cuando yo no confío en ti! ¡Nunca toda la verdad! ¡Nunca!

Su voz se rompió por la tensión y se quedaron de pie mirándose el uno al otro en la blancura y el vacío, y Harry sintió que eran tan insignificantes como insectos bajo el amplio cielo.

—Te quería —susurró Hermione—. Sé que te quería.

Harry dejó caer los brazos.

—No sé a quien quería, Hermione, pero nunca fue a mí. Esto no es amor, el lío en el que me ha dejado metido. Compartió más de lo que estaba pensando con Gellert Grindelwald a simple vista de lo que nunca compartió conmigo.

Harry recogió la varita de Hermione, que había dejado caer en la nieve y volvió a sentarse en la entrada de la tienda.

—Gracias por el té. Terminaré la guardia. Regresa al calor.

Ella vaciló, pero reconoció la despedida. Recogió el libro y luego regresó caminando por delante de él a la tienda, pero mientras lo hacía, le acarició la parte superior de la cabeza ligeramente con la mano. Él cerró los ojos ante su tacto y se odió por desear que lo que Hermione había dicho era verdad: que Dumblemore realmente se había preocupado por él.

 

Capítulo 19

La cierva plateada

Estaba nevando para cuando Hermione se hizo cargo de la vigilancia a medianoche. Los sueños de Harry habían sido confusos y perturbadores. Nagini entraba y salía de ellos, primero a través de un anillo gigante agrietado, después a través de una corona de Navidad de rosas. Despertó repetidamente, en pleno ataque de pánico, convencido de que alguien le había llamado en la distancia, imaginando que el viento que azotaba la tienda eran ruido de pasos y voces.

Finalmente se levantó en la oscuridad y se unió a Hermione, que estaba acurrucada en la entrada de la tienda leyendo Historia de la Magia a la luz de su varita. La nieve estaba cayendo copiosamente, y ella agradeció con alivio su sugerencia de recoger temprano por la mañana y ponerse en movimiento.

—Iremos a algún sitio más protegido —estuvo de acuerdo, estremeciéndose mientras se ponía un jersey sobre su pijama—. Sigo pensando que puede que haya oído a gente moverse fuera. Incluso creí ver a alguien una o dos veces.

Harry se detuvo en el acto de ponerse un suéter y miró al silencioso e inmóvil Chivatoscopio sobre la mesa.

—Estoy segura de que lo imaginé —dijo Hermione, que parecía nerviosa—. La nieve en la oscuridad, juega malas pasadas a los ojos... Pero quizás deberíamos Desaparecer bajo la Capa de Invisibilidad, solo por si acaso.

Media hora después, con la tienda recogida, Harry llevando el Horrocrux, y Hermione aferrando su bolso de cuentas, se Desaparecieron. La usual estrechez los engulló. Los pies de Harry estaban parcialmente hundidos en el suelo nevado, y momentos después golpeó con fuerza en lo que le pareció tierra congelada cubierta de hojas.

—¿Dónde estamos? —preguntó, escudriñando alrededor hacia una nueva masa de árboles mientras Hermione abría su bolso de cuentas y empezaba a sacar los palos de la tienda.

—El Bosque de Dean —dijo—. Acampé aquí una vez con mamá y papá.

Había nieve posada en los árboles de alrededor y hacía un frío amargo, pero al menos estaban protegidos del viento. Pasaron la mayor parte del día dentro de la tienda, acurrucados en busca de calor alrededor de las útiles llamas de un brillante azul que Hermione era tan hábil en producir, y que podían ser recogidas y llevadas por ahí en una jarra. Harry se sentía como si se estuviera recuperando de una breve pero grave enfermedad, una impresión reforzada por la solicitud con la que Hermione le trataba. Esa tarde nuevos copos de nieve cayeron sobre ellos, haciendo que incluso su claro protegido se cubriera de una nueva capa de nieve en polvo.

Después de dos noches de poco sueño, los sentidos de Harry parecían más alerta de lo normal. Su escapada del Valle de Godric había sido por tan poco que Voldemort parecía de algún modo más cercano que antes, más amenazador. Cuando la oscuridad cayó otra vez Harry rehusó el ofrecimiento de Hermione de quedarse vigilando y le dijo que se fuera a la cama.

Harry llevó un viejo cojín a la entrada de la tienda y se sentó, llevaba puestos todos los jerseys que poseía e incluso así todavía temblaba. La oscuridad se acentuó con el paso de las horas hasta que resultó virtualmente impenetrable. Estaba a punto se sacar el Mapa del Merodeador, para observar el punto de Ginny un rato, cuando recordó que estaban en medio de las vacaciones de navidad y que ella debía estar de vuelta en la Madriguera.

Cada diminuto movimiento parecía magnificado por la inmensidad del bosque. Harry sabía que debía de haber criaturas vivas, pero deseaba que todas permanecieran inmóviles y en silencio para poder separar sus inocentes roces y murmullos de los ruido que podrían proclamar otros movimientos siniestros. Recordaba el sonido del serpenteo de una capa sobre las hojas muertas que había oído hacía años, y una vez creyó haberlo oído de nuevo antes de sacudirse mentalmente a sí mismo. Sus encantamientos protectores habían funcionado durante semanas, ¿por qué iban a fallar ahora? Y aun así no podía sacudirse la sensación de que algo era diferente esta noche.

Varias veces se enderezó de un salto, le dolía el cuello porque se había quedado dormido, derrumbado en un ángulo torpe contra el costado de la tienda. La noche alcanzó tal profundidad de aterciopelada negrura que podría haber estado suspendido en el limbo entre la Desaparición y la Aparición. Acababa de levantar una mano ante su cara para ver si podía distinguir sus dedos cuando ocurrió.

Una brillante luz plateada justo delante de él, moviéndose entre los árboles. Fuera cual fuera la fuente, se estaba moviendo silenciosamente. La luz parecía simplemente vagar hacia él. Saltó sobre sus pies, la voz se le quedó congelada en la garganta, y alzó la varita de Hermione. Entrecerró los ojos cuando la luz se volvió cegadora, los árboles de delante eran solo siluetas negras, y la cosa todavía seguía acercándose...

Y entonces la fuente de luz salió de detrás de un roble. Una cierva plateada, brillante a la luz de la luna y deslumbrante, abriéndose paso por el terreno, todavía silenciosa y sin dejar pisadas en la fina nieve en polvo. Se acercó a él, su hermosa cabeza de ojos grandes y largos se mantenía en alto.

Harry miraba fijamente a la criatura, lleno de maravilla, no por su extrañeza, sino porque sentía una inexplicable familiaridad. Se sentía como si hubiera estado esperando su llegada, pero había olvidado, hasta ese momento, que tenían una cita. Su impulso de llamar a Hermione, que había parecido tan fuerte momentos antes, había desaparecido. Sabía, se habría jugado la vida, que ella había venido por él, y sólo por él.

Se miraron el uno al otro durante largos momentos y entonces la cierva se giró y se alejó.

—No —dijo él, y su voz sonó agrietada por la falta de uso—. ¡Vuelve!

Ella continuó caminando deliberadamente a través de los árboles, y pronto su brillo se vio veteado por los gruesos troncos negos. Durante un tembloroso segundo vaciló. La cautela le murmurba que podía ser un truco, un cebo, una trampa. Pero el instinto, el abrumador instinto, le decía que esto no era Magia Oscura. Comenzó la persecución.

La nieve crujía bajo sus pies, pero la cierva no hacía ningún ruido mientras pasaba a través de los árboles, no era nada más que luz. Le conducían adentrándose más y más en el bosque, y Harry caminaba rápidamente, seguro de que cuando ella se parara, le dejaría aproximarse apropiadamente. Y entonces hablaría y la voz le diría lo que necesitaba saber.

Al fin, se detuvo. Giró su hermosa cabeza hacia él una vez más, y él echó a correr, una pregunta ardía en su interior, pero cuando abrió los labios para pronunciarla, ella se desvaneció.

Aunque la oscuridad se la había tragado del todo, su imagen bruñida estaba todavía impresa en las retinas de Harry; oscurecía su visión, iluminándola cuando bajaba los párpados, desorientándole. Ahora volvía el miedo. La presencia de ella significaba seguridad.

—¡Lummus! —susurró, y la punta de la varita se encendió.

Las impresión de la cierva palidecía con cada parpadeo de sus ojos y se quedó allí de pie, escuchando los sonidos del bosque, los distantes crujidos de ramas, los suaves latigazos de nieve. ¿Estaba a punto de ser atacado? ¿Le había atraído ella a una emboscada? ¿Se estaba imaginando que había algo de pie más allá del alcance de la luz de la varita, observándole?

Sostuvo la varita más alto, nadie corría hacia él, ningún destello de luz verde salió de detrás de un árbol.¿Por qué le había conducido a este lugar?

Algo brillaba a la luz de la varita, y Harry se acercó, pero todo lo que allí había era una pequeña y congelada charca, su agrietada superficie negra brilló cuando alzó aún más alto la varita para examinarla.

Se adelantó cautelosamente y bajó la mirada hasta ella. El hielo reflejaba su sombra distorsionada y el rayo de la varita, pero en lo profundo, bajo el grueso y brumoso caparazón gris, algo más brillaba. Una gran cruz plateada...

El corazón le saltó a la boca. Cayó de rodillas en el borde de la charca e inclinó la varita en un ángulo que inundara el fondo de la charca con tanta luz como fuera posible. Un destello de rojo profundo... Era una espada con relucientes rubíes en la empuñadura... la espada de Gryffindor yacía en el fondo de la charca de un bosque.

Apenas respirando, bajó la mirada. ¿Cómo era esto posible? ¿Cómo podía haber llegado a yacer en una charca del bosque, tan cerca del lugar en el que acampaban? ¿Alguna magia desconocida había arrastrado a Hermione a este lugar, o era la cierva, a la que había tomado por un Patronus, algún tipo de guardián de la charca? ¿O la espada había sido puesta en la charca después de que llegaran, precisamente porque ellos estaban aquí? En cualquier caso, ¿dónde estaba la persona que se la estaba entregando a Harry? De nuevo barrió con la varita los árboles y arbustos circundantes, buscando un humano a la vista, por el rabillo del ojo, pero no pudo ver a nadie. Al mismo tiempo un poco más de miedo fermentó su exitación cuando volvió la atención a la espada que reposaba en el fondo de la charca congelada.

Apuntó la varita hacia la forma plateada y murmuró.

Accio espada.

No se movió. No había esperado que lo hiciera. Si hubiera sido tan fácil, la espada habría estado tirada en el suelo para que él la recogiera, no en las profundidades de una charca helada. Se paseó alrededor del círculo de hielo, pensando con fuerza en la última vez que la espada se había entregado a sí misma a él. Había estado en un terrible peligro entonces, y había pedido ayuda.

—Ayuda —murmuró, pero la espada permaneció en el fondo de la charca, indiferente, inmóvil.

¿Qué era, se preguntó Harry a sí mismo (paseando de nuevo), lo que le había dicho Dumbledore la última vez que había recuperado la espada? Solo un verdadero Gryffindor podría haber sacado eso del Sombrero. ¿Y cuales eran las cualidades que definían a un Gryffindor? Una vocecita en su cabeza le respondió: Su atrevimiento, nervio, y su valor diferencian a un Gryffindor.

Harry dejó de pasearse y dejó escapar un largo suspiro, su vaporoso aliento se dispersó rápidamente en el aire congelado. Sabía lo que tenía que hacer. Para ser honesto consigo mismo, había pensado en ello desde el momento en que había divisado la espada a través del hielo.

Miró de nuevo a los árboles circundantes, pero estaba convencido de que nadie iba a atacarle. Habían tenido su oportunidad cuando caminaba solo a través del bosque, había habido muchas oportunidades mientras examinaba la charca. La única razón para retrasarlo era que la perspectiva de la acción inmediata era muy poco invitadora.

Con dedos torpes Harry empezó a quitarse las muchas capas de ropa. En cuanto a donde entraba el "valor" en esto, pensó resentido, no estaba muy seguro, a menos que contara como valor que no hubiera llamado a Hermione para hacerlo en su lugar.

Una lechuza ululó en alguna parte mientras se desnudaba, y pensó con una punzada de dolor en Hedwig. Ahora estaba temblando, sus dientes castañeteaban horriblemente, aunque continuó desnudándose hasta que al fin estuvo allí en ropa interior, descalzo en la nieve. Colocó la bolsita que contenía su varita, la carta de su madre, el trozo del espejo de Sirius, y la vieja Snitch encima de su ropa, después señaló con la varita de Hermione al hielo.

—Diffindo.

Se agrietó con un sonido parecido al de disparar una bala en el silencio. La superficie de la charca se rompió y trozos de hielo oscuro se mecieron sobre el agua se ondeaba. Por lo que Harry podía juzgar, no era profunda, pero para recuperar la espada tendría que sumergirse completamente.

Contemplar la tarea venidera no la haría más fácil o calentaría más el agua. Se acercó al borde de la charca y colocó la varita de Hermione en el suelo, todavía encendida. Después, intentando no imaginar el frío que estaba a punto de experimentar o lo violentamente que temblaría, saltó.

Cada poro de su cuerpo gritó en protesta. El mismo aire de sus pulmones pareció congelarse y volverse sólido cuando se sumergió hasta los hombros en agua congelada. A penas podía respirar; temblaba tan violentamente que el agua lamía los bordes de la charca, tanteó la hoja con su pie entumecido. Quería sumergirse solo una vez.

Calculó el momento de la inmersión total segundo a segundo, jadeando y temblando, hasta que se dijo a sí mismo que debía hacerse, reunió todo su coraje, y se sumergió. El frío era una agonía. Le atacaba como fuego. Su mismo cerebro parecía haberse congelado mientras empujaba a través del agua oscura hacia el fondo y extendía la mano, buscando la espada. Sus dedos se cerraron sobre la empuñadura, tiró hacia arriba.

Entonces algo se cerró firmemente alrededor de su cuello. Pensó que eran algas aunque nada le había rozado cuando se sumergió, y alzó la mano vacía para liberarse. No eran algas. La cadena del Horrocrux se había apretado y estaba apretando lentamente su tráquea.

Harry pateó salvajemente, intentando impulsarse de vuelta a la superficie, pero solo consiguió impulsarse contra el lado rocoso de la charca. Agitándose, ahogándose, asió la cadena estranguladora, sus dedos congelados fueron incapaces de soltarla, y ahora había luces estallando en su cabeza, e iba a ahogarse, no había nada, nada que pudiera hacer, y los brazos que se cerraban alrdedor de su pecho seguramente eran de motigafos...

Tosiendo y vomitando, empapado y más frío de lo que había estado nunca en su vida, se derrumbó bocabajo en la nieve. En alguna parte, cerca, otra persona jadeaba, tosía y se tambaleaba. Hermione había venido de nuevo al rescate, como había hecho cuando el ataque... Aunque no parecía ella, no con esas toses profundas, ni a juzgar por el peso de las pisadas.

Harry no tenía fuerzas para alzar la cabeza y averiguar la identidad de su salvador. Todo lo que pudo alzar fue una mano temblorosa hasta su garganta y palpar el lugar donde el guardapelo había cortado firmemente su carne. Había desaparecido. Alguien se lo había cortado. Entonces una voz jadeande habló sobre su cabeza.

—¿Estas... loco?

Nada excepto la sorpresa de oir esa voz podría haber dado a Harry las fuerzas necesarias para levantarse. Temblando violentamente, se puso en pie tambaleante. Allí ante él estaba Ron, completamente vestido pero empapado del todo, con el pelo aplastado sobre la cara, la espada de Gryffindor en una mano y el Horrocrux colgando de su cadera rota en la otra.

—¿Por qué demonios —jadeó Ron, sujetando en alto el Horrocrux, que se balanceaba adelante y atrás en la corta cadena en una especie de parodia de hipnosis— no te quitaste esta cosa antes de sumergirte?

Harry no podía responder. La cierva plateada no había sido nada, nada, comparado con la aparición de Ron, no podía creérselo. Temblando de frío, cogió la pila de ropa que todavía yacía al borde del agua y empezó a ponérsela. Mientras se pasaba jersey tras jersey sobre la cabeza, Harry miraba a Ron, medio esperando que hubiera desaparecido cada vez que le perdía de vista, aunque tenía que ser real. Acababa de tirarse a la charca, había salvado la vida de Harry.

—¿Eras t—tú? —dijo Harry al fin, sus dientes castañeteaban, su voz era más débil de lo habitual dada su casi—estrangulación.

—Bueno, si —dijo Ron, ligeramente confuso.

—¿Tú lanzaste esa cierva?

—¿Qué? ¡No, por supuesto que no! ¡Yo creía que habías sido tú!

—Mi patronus es un ciervo.

—Oh, si. Pensé que parecía diferente. Sin cornamenta.

Harry se puso la bolsita de Hagrid alrededor del cuello, poniéndose un último jersey, acercándose a recoger la varita de Hermione, y enfrentándose de nuevo a Ron.

—¿Cómo es que estás aquí?

Aparentemente Ron había esperado que ese punto se tocara más adelante, si es que se tocaba.

—Bueno, yo... ya sabes... he vuelto. Si... —Se aclaró la garganta—. Ya sabes. Si todavía me queréis aquí.

Hubo una pausa, en la cual el tema de la partida de Ron pareció alzarse como una pared entre ellos. Aunque estaba aquí. Había vuelto. Acababa de salvar la vida de Harry.

Ron bajó la mirada a sus manos. Pareció momentáneamente sorprendido al ver las cosas que sujetada.

—Oh, si, saqué esto, —dijo, bastante innecesariamente, alzando la espada para que Harry la inspeccionara—. ¿Saltaste por esto... verdad?

—Si —dijo Harry—. Pero no lo entiendo. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Cómo nos encontraste?

—Es una larga historia —dijo Ron—. Os he estado buscando durante horas, es un bosque grande, ¿verdad? Y justo estaba pensando en que iba a tener que dormir bajo un árbol y esperar a la mañana cuando vi a la cierva y la seguí.

—¿No viste a nadie más?

—No —dijo Ron— Yo...

Pero vaciló, mirando a dos árboles que crecían cerca el uno del otro a algunas yardas de distancia.

—Creo que vi algo moverse allí, pero estaba corriendo hacia la charca en ese momento, porque habías entrado pero no salías, así que no iba a hacer un desvío para... ¡ey!

Harry ya estaba corriendo hacia el lugar que Ron había señalado. Los dos robles crecían bastante juntos, había un hueco de solo unos centímetros entre los troncos al nivel de los ojos, un lugar ideal para ver sin ser visto. La tierra alrededor de las raíces, sin embargo,estaba libre de nieve, y Harry pudo ver que no había ninguna señal de pisadas. Volvió adonde estaba Ron esperando, todavía sujetando la espada y el Horrocrux.

—¿Hay algo? —preguntó Ron.

—No —dijo Harry.

—¿Entonces, que hacía la espada en esa charca?

—Quienquiera que lanzara el Patronus debe haberla puesto ahí.

Ambos miraron a la ornamentada espada de plata, su empuñadura de rubíes brillaba un poco a la luz de la varita de Hermione.

—¿Crees que es la auténtica? —preguntó Ron.

—Hay una forma de averiguarlo, ¿verdad? —dijo Harry.

El Horrocrux todavía se balanceaba en la mano de Ron. El guardapelo se sacudía ligeramente. Harry sabía que la cosa de dentro estaba de nuevo agitada. Había sentido la presencia de la espada y había intentado matar a Harry antes que dejarle poseerla. Ahora no había tiempo para largas discusiones; era el momento de destruir al guardapelo de una vez y para siempre. Harry miró alrededor, sujetando en alto la varita de Hermione, y vio el lugar; una roca plana que yacía a la sombra de un sicomoro.

—Vamos —dijo, y abrió el camino, limpiando la nieve de la superficie de la roca, y extendiendo la mano pidiendo el Horrocrux. Cuando Ron ofreció la espada, sin embargo, Harry sacudió la cabeza.

—No, debes hacerlo tú.

—¿Yo? —dijo Ron, sorprendido—. ¿Por qué?

—Porque tú sacaste la espada de la charca, creo que se supone que debes ser tú.

No estaba siendo para nada amable o generoso. Tan indudablemente como había sabido que la cierva era benigna, sabía que tenía que ser Ron quien esgrimiera la espada.

Dumbledore le había enseñado al menos algo sobre cierto tipo de magia, y el incalculable poder de ciertos actos.

—Lo voy a abrir —dijo Harry— y tú lo golpeas. Directamente, ¿vale? Por si lo que sea que haya dentro ofrece resistencia. El pedazo de Riddle del diario intentó matarme.

—¿Cómo vas a abrirlo? —preguntó Ron. Parecía aterrado.

—Voy a pedirle que se abra, en parsel —dijo Harry. La respuesta llegó tan fácilmente a sus labios que pensó que en el fondo siempre lo había sabido. Quizás había sido su reciente encuentro con Nagini lo que le había hecho comprenderlo. Miró a la serpentina S dibujada con brillantes piedras. Era fácil visualizarla como una minúscula serpiente, enroscada sobre la fría piedra.

—¡No! —dijo Ron. —¡No lo abras! ¡Lo digo en serio!

—¿Por qué no? —preguntó Harry—. Librémonos de esta maldita cosa, hace meses...

—No puedo, Harry, en serio... hazlo tú.

—¿Pero por qué?

—¡Porque esa cosa es mala para mí! —dijo Ron, retrocediendo lejos del guardapelo tendido sobre la roca—. ¡No puedo con ello! No es una excusa, Harry, ya me gustaría, pero a mi me afecta más que a ti y a Hermione, me hizo pensar cosas... cosas que yo ya estaba pensando de todos modos, pero las hizo peor. No puedo explicarlo, y entonces me fui y volví a pensar con claridad, y entonces vas tú y me pones esa cosa asquerosa delante... ¡no puedo hacerlo, Harry!

Se había alejado, con la espada colgando a su costado, sacudiendo la cabeza.

—Puedes —dijo Harry, —¡puedes! Solo tienes que coger la espada, sé que se supone que tienes que ser tú quien la utilice. Por favor, librémonos de él, Ron.

El sonido de su nombre pareció actuar como un estimulante. Ron tragó, después, todavía respirando con dificultad a través de su larga nariz, volvió hasta la roca.

—Dime cuando —graznó.

—A la de tres —dijo Harry, volviendo a mirar al guardapelo y entrecerrando los ojos, concentrándose en la letra S, imaginando una serpiente, mientras el contenido del guardapelo se retorcía como un gallo de pelea atrapado. Habría sido fácil compadecerlo, solo que el corte del cuello de Harry todavía ardía.

—Uno... dos... tres... ábrete.

La última palabra llegó en forma de un siseo y un gruñido y las puertas doradas del guardapelo se abrieron con un pequeño chasquido.

Tras las dos ventanas de cristal de dentro parpadeaban unos ojos vivos, oscuros y hermosos como habían sido los ojos de Tom Riddle antes de volverse escarlatas y de pupilas como rajas.

—Golpea —dijo Harry, sujetando el guardapelo firme en la roca.

Ron alzó la espada entre sus manos temblorosas. Surgió un punto sobre los ojos que saltaban de un lado a otro, y Harry agarró el guardapelo firmemente, endureciéndose a sí mismo, ya imaginando sangre manando de las ventanas vacías.

Entonces una voz siseó desde el Horrocrux.

—He visto tu corazón, y es mío.

—¡No le escuches! —dijo Harry ásperamente— ¡Golpea!

—He visto tus sueños, Ronald Weasley, y he visto tus miedos. Todo lo que deseas es posible, pero todo lo que temes también es posible...

—¡Golpea! —gritó Harry, su voz resonó entre los árboles circundantes, la espada temblaba, y Ron miraba fijamente a los ojos de Riddle.

—Siempre menos amado, por la madre que anhelaba una hija... Menos amado ahora, por la chica que prefiere a tu amigo... El segundo mejor, siempre eternamente a la sombra...

—¡Ron, golpea ya! —gritó Harry a voz en cuello. Podía sentir al guardapelo estremeciéndose en su apretón y le asustó lo que se avecinaba. Ron alzó la espada más alto, y cuando lo hizo, los ojos de Riddle se volvieron escarlata.

Saliendo de las dos ventanas del guardapelo, saliendo de los ojos, habían florecido como dos grotescas burbujas, las cabezas de Harry y Hermione, extrañamante distorsionadas.

Ron chilló por la sorpresa y retrocedió mientras las figuras surgían del guardapelo, sus pechos, sus cinturas, sus piernas, hasta que estuvieron de pie en el guardapelo, lado a lado como árboles con una raiz común, balanceándose sobre Ron y el auténtico Harry, que apartó los dedos del guardapelo como si quemara, repentimente al rojo vivo.

—¡Ron! —gritó, pero el Harry—Riddle estaba ahora hablando con la voz de Voldemort y Ron le miraba fijamente, hipnotizado, a la cara.

—¿Por qué volviste? Estabamos mejor sin tí, más felices sin ti, nos alegraba tu ausencia... Nos reíamos de tu estupidez, de tu cobardía, de tu presunción...

—¡Presunción! —repitió el Riddle—Hermione, que era más guapa aunque más terrible que la auténtica Hermione. Se bamboleaba, cacareando, ante Ron, que parecía horrorizado, aunque transfigurado, la espada colgaba inútilmente a su costado—. ¿Quién podría mirarte a ti, quien te miraría nunca, estando junto a Harry Potter? ¿Qué has hecho tú, comparado con el Elegido? ¿Qué eres tú comparado con el Chico que Vivió?

—¡Ron, golpea, GOLPEA! —chilló Harry, pero Ron no se movía. Sus ojos estaba abiertos de par en par y el Riddle—Harry y la Riddle—Hermione estaban reflejados en ellos, sus cabellos se arremolinaban en llamas, sus ojos brillaban rojos, sus voces se elevaban en un dueto maléfico.

—Tu madre confesó —dijo con desprecio el Riddle—Harry, mientras la Riddle—Hermione se burlaba— que me habría preferido a mí como hijo, que se habría alegrado de intercambiar...

—¿Quién no le preferiría a él, qué mujer te aceptaría, no eres nada, nada, nada comparado con él —graznó la Riddle—Hermione, y se estiró como una serpiente y se entrelazó alrededor del Riddle—Harry, envolviéndole en un estrecho abrazo. Los labios de ambos se encontraron.

Sobre el suelo ante ellos, la cara de Ron estaba llena de angustia. Alzó la espada en alto, sus brazos temblaban.

—¡Hazlo, Ron! —gritó Harry.

Ron le miró, y Harry creyó ver un rastro de escarlata en sus ojos.

—¿Ron...?

La espada centelleó, cayó. Harry se lanzó fuera de su camino, se oyó un chasquido de metal y un largo, interminable grito. Harry se dio la vuelta, resbalando en la nieve, con la varita en alto para defenderse, pero no había nada contra lo que luchar.

Las versiones mostruosas de sí mismo y Hermione habían desaparecido. Solo estaba Ron, allí de pie con la espada laxa en la mano, mirado a los restos esparcidos del guardapelo sobre la roca plana.

Lentamente, Harry se acercó a él, sin saber apenas qué decir o hacer. Ron estaba respirando con dificultad. Sus ojos ya no eran rojos, sino de su azul normal, también estaban húmedos.

Harry se agachó, fingiendo no haberlo visto, y recogió el Horrocrux roto. Ron había perforado el cristal de ambas ventanas. Los ojos de Riddle habían desaparecido, y el forro de seda manchado del guardapelo humeaba ligeramente. La cosa que había habitado en el Horrocrux se había desvanecido; torturar a Ron había sido su acto final. Las espada produjo un sonido metálico cuando Ron la dejó caer. Había caído de rodillas, con la cabeza entre las manos. Estaba temblando, pero no de frío, comprendió Harry. Harry se metió el guardapelo roto en el bolsillo, arrodillándose junto a Ron, y colocando una mano cautelosamente en su hombro. Se tomó como una buena señal que Ron no se la apartara de un manotazo.

—Después de que te marcharas —dijo en voz baja, agradeciendo el hecho de que la cara de Ron estuviera oculta— lloró durante una semana. Probablemente más, solo que no quería que yo lo viera. La mayoría de las noches ni siquiera nos hablábamos el uno al otro. Como te habías ido...

No pudo terminar, ahora que Ron estaba aquí de nuevo Harry comprendió lo mucho que su ausencia les había pesado.

—Ella es como una hermana —siguió—. La quiero como a una hermana y apuesto a que ella siento lo mismo por mí. Siempre ha sido así. Creí que lo sabías.

Ron no respondió, pero apartó la cara de Harry y se limpió la nariz ruidosamente en la manga. Harry se puso de nuevo en pie y se acercó a donde yacía la enorme mochila de Ron, descartada por Ron mientras corría hacia la charca para salvar a Harry de ahogarse. Se la colgó a su propia espalda y volvió hasta Ron, que removía los pies mientras Harry se aproximaba, con los ojos rojos pero por lo demás compuesto.

—Lo siento —dijo con una voz ronca—. Siento haberme marchado. Sabía que era un... un...

Miró alrededor, hacia la oscuridad, como si esperara que una palabra lo suficientemente mala se abalanzase sobre él y le reclamara.

—Ya has tenido suficiente por esta noche —dijo Harry—. Conseguir la espada. Terminar con el Horrocrux. Salvarme la vida.

—Eso hace que suene más guay de lo que fue —murmuró Ron.

—Esas cosas siempre suenan más guays de lo que son en realidad —dijo Harry—. He estado intentando decírtelo durante años.

Simultáneamente se adelantaron y se abrazaron, Harry aferró la espalda de la chaqueta todavía empapada de Ron.

—Y ahora —dijo Harry cuando se apartaron— todo lo que tenemos que hacer es volver a encontrar la tienda.

Pero no fue dificil. Aunque la caminata a través del bosque oscuro con la cierva había parecido larga, con Ron a su lado, el viaje de vuelta pareció llevar sorprendemente muy poco tiempo. Harry no podía esperar a despertar a Hermione, y fue con apresurada excitación que entró a la tienda, con Ron un poco rezagado tras él.

Resultaba gloriosamente cálida después de la charca y el bosque, la única iluminación era la de las llamas azules que todavía brillaban en un cuenco en el suelo. Hermione estaba bien dormida, acurrucada sobre sus mantas, y no se movió hasta que Harry pronunció su nombre varias veces.

—¡Hermione!

Se movió, después se sentó rápidamente, apartándose el pelo de la cara.

—¿Qué pasa? ¿Harry? ¿Estás bien?

—Bien, todo va bien. Más que bien, estoy genial. Hay alguien aquí.

—¿Qué quieres decir? ¿Quién...?

Vio a Ron, que estaba de pie sujetando la espada y goteando sobre la raída alfombra. Harry retrocedió hasta una esquina oscura, soltando la mochila de Ron, e intentando fundirse con la lona.

Hermione bajó de su litera y se movió como una sonámbula hacia Ron, con los ojos en la cara pálida de él. Se detuvo justo delante de él, con los labios ligeramente separados y los ojos abiertos de par en par. Ron lanzó una débil y esperanzada sonrisa y medio alzó los brazos.

Hermione se lanzó a sí misma hacia delante y empezó a dar puñetazos a cada centímetro de él que pudo alcanzar.

—Ouch... ow... ¡basta! ¿Pero qué...? Hermione... ¡OW!

—¡Tú... completo... estúpido... Ronald... Weasley!

Puntualizaba cada palabra con un golpe. Ron retrocedió, protegiéndose la cabeza mientras Hermione avanzaba.

—Te... arrastras... hasta... aqui... después... de... semanas... y... semanas... oh, ¿dónde está mi varita?

—¡Protego!

Un escudo invisible se irguió entre Ron y Hermione. La fuerza del mismo la derribó hacia atrás sobre el suelo. Escupiendo el pelo de la boca, se levantó de nuevo de un salto.

—¡Hemione! —dijo Harry—. Cálma...

—¡No pienso calmarme! —gritó ella. Nunca antes la había visto perder el control así; parecía un poco loca—. ¡Devuélveme mi varita! ¡Devuélvemela!

—Hermione, si quieres...

—¡No me digas lo que debo hacer, Harry Potter! —chilló—. ¡No te atrevas! ¡Devuélvemela ahora! ¡Y TÚ!

Estaba señalando a Ron en directa acusación. Sonó como una maldición, y Harry no culpó a Ron por retroceder varios pasos.

—¡Corrí detrás de ti! ¡Te llamé! Te supliqué que volvieras.

—Lo sé —dijo Ron—. Hermione, lo siento, de verdad...

—¡Oh, lo sientes!

Soltó una risa aguda, que sonó fuera de control. Ron miró a Harry buscando ayuda, pero Harry simplemente le hizo una mueca impotente.

—¿Vuelves después de semanas... semanas... y crees que todo se arreglará diciendo simplemente lo siento?

—Bueno, ¿qué más puedo decir? —gritó Ron, y Harry se alegró de que Ron estuviera contraatacando.

—¡Oh, no sé! —chilló Hermione con feo sarcasmo—. Registra tu cerebro, Ron, eso solo debería llevarte un par de segundos...

—Hermione —intervino Harry, que consideró eso un golpe bajo—. acaba de salvarme la...

—¡No me importa! —gritó ella—. ¡No me importa lo que ha hecho! Semanas y semanas en las que podríamos haber muerto por lo que él sabía...

—¡Sabía que no estábais muertos! —bramó Ron, ahogando la voz de ella por primera voz y acercándose tanto como podía con el Encantamiento Escudo entre ellos—. Harry está todo el rato en El Profeta, en la radio, le están buscando por todas partes, hay todo tipo de rumores e historias alocadas. Sabía que lo oiría si estabais muertos, no sabes lo que ha sido...

—¿Lo que ha sido para ti?

Su voz era tan chillona que pronto sólo los murciélago podrían oírla, pero había alcanzado un nivel de indignación que la dejó temporalmente muda, y Ron aprovechó la ocasión.

—¡Quise volver en el minuto en que Desaparecí, pero me metí directamente en medio de una banda de Merodeadores, Hermione, y no pude ir a ninguna parte!

—¿Una banda de qué? —preguntó Harry, mientras Hermione se lanzaba sobre una silla con los brazos y las piernas cruzadas tan firmemente que parecía improbable que fuera a poder desenredarlos en varios años.

—Merodeadores —dijo Ron—. Están por todas partes... bandas intentando ganar oro persiguiendo a nacidos muggles y traidores de sangre, hay una recompensa desde el Ministerio por cualquiera capturado. Yo estaba solo, y parecía que pudiera tener edad escolar; estaban realmente excitados, creyeron que era un nacido muggle a la fuga. Tuve que hablar rápido para evitar que me arrastraran hasta el Ministerio.

—¿Qué


Date: 2015-12-11; view: 526


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