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Un lugar donde esconderse

Todo parecía confuso, lento. Harry y Hermione saltaron sobre sus pies y esgrimieron sus varitas. Muchas personas se estaban dando cuenta ahora de que algo raro había ocurrido; algunas cabezas todavía se estaban volviendo hacia el gato plateado cuando desapareció. El silencio se extendió hacia fuera en frías ondas desde el lugar en que había aparecido el Patronus. Entonces alguien gritó.

Harry y Hermione se lanzaron entre la multitud despavorida. Los invitados corrían en todas direcciones; muchos Desaparecían; los encantamientos protectores que había alrededor de la Madriguera se habían roto.

—¡Ron! —lloró Hermione—. Ron, ¿dónde estás?

Mientras se abrían paso a empujones hasta el otro lado de la pista de baile, Harry vio como unas figuras enmascaradas salían de entre la multitud; luego vio a Lupin y Tonks, con sus varitas levantadas, y escuchó que ambos gritaban, "¡Protego!", grito que resonó por todas partes

— ¡Ron! ¡Ron! —llamó Hermione medio sollozando, al ser envueltos por los aterrorizados invitados. Harry la estaba cogiendo de la mano para asegurarse de que no fueran separados, cuando una línea de la luz zumbó sobre sus cabezas, aunque no supo si era un encantamiento protector o algo más siniestro.

En ese momento apareció Ron. Cogió el brazo libre de Hermione, y Harry la sintió girar sobre sí misma; la visión y el sonido se extinguieron mientras la obscuridad se cernía sobre él; todo lo que podía sentir era la mano de Hermione mientras era lanzado a través de espacio y tiempo, lejos de la Madriguera, lejos de los Mortífagos que descendían, lejos, quizás, de Voldemort mismo. . . .

—¿Dónde estamos? —dijo la voz de Ron.

Harry abrió los ojos. Por un momento, pensó que no habían abandonado la boda, después de todo; todavía parecían estar rodeados de gente.

—En Tottenham Court Road —jadeó Hermione—. Camina, simplemente camina, tenemos que encontrar un sitio para que os cambiéis.

Harry hizo lo que le decía. Medio anduvieron medio corrieron subiendo la amplia y oscura calle, atestada de trasnochadores y llena de tiendas cerradas, mientras las estrellas brillaban sobre ellos.

Un autobús de dos pisos rugió al pasar y un grupo de parroquianos alegres se los comieron con los ojos cuando pasaron; Harry y Ron todavía llevaban sus túnicas de etiqueta.

—Hermione, no tenemos nada para cambiarnos, —dijo Ron, cuando una mujer joven se echó a reir tontamente al verle.

—¿Por qué no me habré asegurado de traerme la capa de invisibilidad? —dijo Harry, maldiciendo interiormente su propia estupidez—. Todo el año pasado la llevé encima y..



—Está bien, tengo la capa, tengo ropa para los dos — dijo Hermione—. Sólo tratad de actuar con naturalidad hasta … esto servirá.

Los condujo a una calle lateral, y luego a la protección de un callejón sombrío.

—Cuando dices que tienes la capa, y la ropa ... —dijo Harry, frunciendo el ceño a Hermione, que no llevaba nada salvo su pequeño bolso bordado, en el que rebuscaba en ese momento.

—Si, aquí están —dijo Hermione, y para absoluto asombro de Harry y Ron, sacó un par de vaqueros, una camiseta gruesa, algunos calcetines granates, y finalmente la plateada capa de invisibilidad.

—¿Cómo demonios…?"

—Encantamiento de Extensión Indetectable —dijo Hermione—. Difícil, pero creo que lo he hecho bien; en cualquier caso, me las arreglé para meter aquí todo lo que necesitamos. —Dio una pequeña sacudida a la aparentemente frágil bolsa, que resonó como si fuera un cargamento con varios objetos pesados rodando dentro.

—Oh, maldición, eso deben ser los libros —dijo, mirándolo con atención—. Y los tenía todos apilados por tema ... En fin ... Harry, es mejor que cojas tú la capa de invisibilidad. Ron, date prisa y cámbiate ...

—¿Cuándo hiciste todo esto? — preguntó Harry mientras Ron se desvestía.

—Te lo dije en la Madriguera, he llevado encima lo esencial preparado durante días, ya sabes, por si acaso tuviéramos que huir rápidamente. Hice tu mochila esta mañana, Harry, después de que te cambiaras, y la puse aquí ... Tenía un presentimiento ...

—Eres asombrosa, de verdad que si, —dijo Ron, pasándole su túnica enrollada.

—Gracias —dijo Hermione, con una pequeña sonrisa, mientras empujaba las túnicas en la bolsa—. ¡Por favor, Harry, ponte esa capa!

Harry le lanzó la Capa de Invisibilidad alrededor de los hombros y la reafirmó sobre su cabeza, desapareciendo de la vista. Estaba empezando a darse cuenta de lo que había ocurrido en ese momento.

—Los demás …toda la gente de la boda…

—No podemos preocuparnos por eso ahora —cuchicheó Hermione—. Van tras de ti, Harry, y si volvemos lo único que conseguiremos será ponerlos a todos aún en más peligro.

—Tiene razón — dijo Ron, que parecía saber que Harry estaba a punto de discutir, incluso sin poderle ver la cara—. La mayor parte de la Orden estaba allí, cuidarán de todos.

Harry asintió con la cabeza, luego recordó que no podían verlo y dijo

—Sí.

Pero pensó en Ginny, y el miedo burbujeó como ácido en su estómago.

—Vamos, creo que deberíamos mantenernos en movimiento — dijo Hermione.

Retrocedieron por la calle lateral y de nuevo por la carretera principal, donde un grupo de hombres cantaba y ondeaban los brazos en la acera de enfrente.

—¿Sólo por curiosidad, por qué Tottenham Court Road? —preguntó Ron a Hermione.

—No tengo ni idea, fue lo primero que me vino a mi cabeza, pero estoy segura de que estaremos más seguros en el mundo muggle, donde no esperarán que estemos.

—Es cierto —dijo Ron, mirando a su alrededor—. Pero ¿tú no te sientes un poco … expuesta?

—¿Dónde más podríamos ir? —preguntó Hermione, encogiéndose cuando los hombres del otro lado de la calle empezaron a aullarle como lobos—. Difícilmente podemos reservar habitaciones en el Caldero Chorreante, ¿no? Y Grimmauld Place está descartado, ya que Snape puede ir allí....Supongo que podríamos probar en casa de mis padres, pero creo que hay una posibilidad de que lo comprueben....Oh, ¡por qué no se callarán!

—¿Y bien, querida? —el más borracho de los hombres del otro lado estaba gritando—. ¿Quieres un trago? ¡Abandona al pelirrojo y ven y tómate una pinta!

—Vamos a sentarnos en algún sitio —dijo Hermione apresuradamente cuando Ron abrió la boca para responder gritando al otro lado de la calle. Mirad, ¡esto servirá, entrad aquí!

Era un café nocturno pequeño y gastado. Un ligera capa de grasa yacía sobre todas las mesas acabadas en formica, pero por lo menos estaba vacío. Harry entró a un reservado, y Ron se sentó junto a él, frente a Hermione, que quedó de espaldas a la entrada, lo que no pareció gustarle; echaba vistazos por encima del hombro tan frecuentemente parecía tener un tic. A Harry no le gustaba que estuvieran quietos; caminar les había dado la ilusión de que tener un objetivo. Debajo de la capa podía sentir los últimos vestigios de la Poción Multijugos abandonándole, sus manos regresaban a su forma y longitud acostumbrada. Sacó las gafas del bolsillo y se las puso otra vez.

Después de uno o dos minutos, Ron dijo:

—Sabéis, no estamos lejos del Caldero Chorreante, está en Charing Cross…

—¡Ron, no podemos'! —dijo Hermione inmediatamente.

—No digo quedarnos allí, pero sí averiguar qué está ocurriendo!

—¡Sabemos qué esta ocurriendo! Voldemort ha tomado el Ministerio, ¿qué más necesitamos saber?

—Vale, vale, ¡era sólo una idea! —Cayeron en un silencio espinoso. La camarera, que masticaba chicle, les atendió, y Hermione pidió dos capuchinos: como Harry era invisible, podría haber parecido raro pedirle uno. Un par de obreros fornidos entró en el café y se metió en el reservado de al lado. Hermione redujo su voz a un susurro.

—Yo digo que encontremos un lugar tranquilo para Desaparecernos y dirigirnos hacia el campo. En cuanto estamos allí, podremos enviar un mensaje a la Orden.

—¿Entonces puedes hacer un Patronus de esos que hablan? —preguntó Ron.

—He estado practicando, y creo que sí —dijo Hermione.

—Bueno, mientras eso no les cause problemas, aunque deben haber sido arrestados ya. Dios, esto está asqueroso —añadió Ron después de dar un sorbo al espumoso café grisáceo. La camarera le había oído; le echó a Ron una mirada rencorosa mientras se dirigía a atender a los nuevos clientes. El más grande de los dos obreros, que era rubio e inmenso, ahora que Harry lo miraba, la apartó. Ella le miró fijamente, ofendida.

—Vámonos entonces, no quiero beberme esta mugre —dijo Ron—. Hermione, ¿tienes dinero Muggle para pagar esto?

—Sí, saqué todos mis ahorros de la Sociedad Constructora antes de ir a la Madriguera. Apuesto a que todo el dinero suelto está en la parte de abajo —se quejó Hermione, cogiendo su bolso bordado.

Los dos obreros hicieron idénticos movimientos, y Harry los imitó inconscientemente: los tres esgrimieron sus varitas. Ron, que tardó unos segundos en darse cuenta de lo qué estaba pasando, arremetió hacia al otro lado de la mesa, empujando a Hermione al otro lado de su banco. Los impactos de los hechizos de los mortífagos hicieron añicos el mosaico de la pared justo donde había estado la cabeza de Ron, mientras Harry, todavía invisible, gritó,

—¡Desmanius!

El enorme mortífago rubio fue golpeado en la cara por un rayo de la luz roja: se desplomó lateralmente, inconsciente. Su compañero, incapaz de ver quién había lanzado el hechizo, disparó otro a Ron: brillantes cuerdas negras volaron de su varita y ataron a Ron de pies a cabeza. La camarera gritó y corrió hacia la puerta. Harry envió otro Hechizo Aturdidor al mortífago de la cara torcida que había atado a Ron, pero el hechizo falló, rebotó en la ventana y golpeó a la camarera, que se desplomó delante de la puerta.

—¡Expulso! —gritó el mortífago, y la mesa detrás de la que estaba Harry explotó. La fuerza de la explosión le hizo golpearse contra la pared y sintió como la varita caía de su mano mientras se le soltaba la capa.

—¡Petrificus Totalus! —gritó Hermione desde fuera de su campo de visión, y el mortífago se desplomó como una estatua con un ruido sordo sobre los restos de loza, mesa, y café. Hermione salío gateando de debajo del banco, sacudiéndose del pelo los restos de cristal de un cenicero y temblando entera.

—D… diffindo, —dijo, apuntando su varita hacia Ron, que bramó de dolor cuando le cortó la rodilla de los vaqueros, dejando una profundo corte.

—Oh, lo siento tanto, Ron, ¡me tiembla la mano! ¡Diffindo!

Las cuerdas cayeron, cortadas. Ron se puso en pie, agitando los brazos para recuperar la sensibilidad. Harry recogió su varita y trepó sobre los escombros hacia el lugar donde el enorme mortífago rubio se había desplomado al otro lado del banco.

—Debería haberlo reconocido, estaba allí la noche en que Dumbledore murió —dijo. Giró al mortífago moreno con el pie; los ojos del hombre se movían rápidamente de Harry y Ron a Hermione rápidamente.

—Éste es Dolohov" —dijo Ron—. Lo reconozco de los antiguos carteles de “Se busca”. Creo que el grande es Thorfinn Rowle.

—¡No importa cómo se llamen! —dijo Hermione un poco histéricamente—. ¿Cómo nos encontraron? ¿Qué vamos a hacer?

De algún modo su pánico pareció despejar la cabeza de Harry.

—Cierra con llave la puerta —le dijo— Y Ron, tú apaga las luces.

Miró al paralizado Dolohov, pensando rápidamente mientras la cerradura hacía clic y Ron usaba el Desiluminador para dejar el café sumido en la obscuridad. Harry podía escuchar a los hombres que habían piropeado a Hermione gritar a otra chica en la distancia.

—¿Qué vamos a hacer con ellos? —le susurró Ron a Harry en la oscuridad; luego, incluso en voz más baja—, ¿Matarlos? Ellos nos habrían matado. Este es el mejor momento.

Hermione se estremeció y dio un paso atrás. Harry agitó la cabeza.

—Sólo tenemos que borrar sus memorias —dijo Harry—. Es mejor de ese modo, los dejará fuera de escena. Si los matáramos, sería obvio que hemos estado aquí.

—Tú eres el jefe —dijo Ron, que parecía enormemente aliviado—. Pero no he hecho nunca un Encantamiento Desmemorizador.

—Yo tampoco —dijo Hermione—. Pero sé la teoría.

Inspiró hondo para tranquilizarse, luego apuntó su varita mágica a la frente de Dolohov y dijo:

—Obliviate.

Inmediatamente, los ojos de Dolohov se volvieron desenfocados y soñadores.

—¡Brillante! —dijo Harry, dándole una palmada en la espalda—. Ocúpate del otro y de la camarera mientras Ron y yo limpiamos esto.

—¿Limpiar? —dijo Ron, mirando el café en parte destruido—. ¿Por qué?

—¿No crees que podrían preguntarse qué puede haber ocurrido si se despiertan y se encuentran en un lugar que parece que acaba de ser bombardeado?

—Oh, es verdad, sí. . .

Ron forcejeó durante un rato antes de conseguir extraer la varita de su bolsillo.

—No es raro que no pueda, Hermione, has encojido mis vaqueros viejos, me aprietan.

—Oh, lo siento tanto —siseó Hermione, y mientras arrastraba a la camarera fuera de la vista de las ventanas, Harry la escuchó farfullar una sugerencia respecto a dónde se podía clavar la varita Ron.

En cuanto el café fue devuelto a su condición previa, llevaron a los mortífagos de regreso a su reservado y los apoyaron mirándose el uno al otro

—¿Pero cómo nos encontraron? —preguntó Hermione, mirando de un hombre inerte al otro—. ¿Cómo supieron dónde estábamos?

Se volvió hacia Harry.

—Tu… no crees que lleves todavía el Rastro, ¿no, Harry?

—No puede ser —dijo Ron—. El Rastro acaba a los diecisiete, es la Ley Mágica, no se puede poner sobre un adulto.

—Por lo que tú sabes —dijo Hermione—. ¿Y si los mortífagos han encontrado una forma de ponerlo sobre un joven de diecisiete años?

—Pero Harry no ha estado cerca de un mortífago en las últimas veinticuatro horas. ¿Quién se supone que podría haber vuelto a poner un Rastro sobre él?

Hermione no respondió. Harry se sentía contaminado, corrompido; ¿era realmente así cómo les habían encontrado los mortífagos?

—Si no puedo usar magia, y vosotros no podéis usar magia cerca de mí, sin revelar nuestra posición… —empezó.

—¡No nos vamos a separar! —dijo Hermione firmemente.

—Necesitamos un lugar seguro para escondernos —dijo Ron—. Danos tiempo para pensarlo.

—Grimmauld Place —dijo Harry.

Los otros dos se quedaron con la boca abierta.

—¡No seas absurdo, Harry, Snape puede aparecer por allí!

—El padre de Ron dijo que habían puesto sortilegios contra él… e incluso aunque no hayan funcionado… — continuó antes de que Hermione empezara a argumentar— ¿qué más da? Os lo juro, no hay nada que desee tanto como encontrarme a Snape.

—Pero…

—Hermione, ¿Qué otro sitio hay? Es la mejor elección que tenemos. Snape es un solo mortífago. Si todavía tienen el Rastro sobre mí, tendremos multitudes de ellos sobre nosotros allá donde vayamos.

No podía discutir eso, aunque se notaba que le hubiera gustado hacerlo. Mientras abría la puerta del café, Ron accionó el Desiluminador para dar luz de nuevo al café. Luego, a la cuenta de tres de Harry, deshicieron los hechizos sobre sus tres víctimas, y antes de que la camarera o cualquiera de los mortífagos pudieran hacer nada mas que removerse somnolientos, Harry, Ron y Hermione habían salido fuera y desaparecido en la oscuridad otra vez.

En unos segundos Harry dilataba sus pulmones agradecido, y abría los ojos, estaban en medio de una tristona y familiar plaza. Casas altas y ruinosas, los miraban desde todos los lados. El número doce era visible para ellos, puesto que Dumbledore, su Guardián Secreto, les había revelado su existencia, y se encaminaron inmediatamente hacia él, comprobando a cada metro que no les seguía nadie. Subieron los peldaños de piedra, y Harry golpeó la puerta principal una vez con su varita mágica. Escucharon una serie de clics metálicos y el ruido de una cadena, luego la puerta se abrió con un chirrido y se apresuraron a atravesar el umbral.

Cuando Harry cerró la puerta tras ellos, las lámparas de gas, pasadas de moda, volvieron a la vida, lanzando una luz parpadeante a lo largo de todo el pasillo. Era como Harry lo recordaba: extraña, tenebrosa, las filas de cabezas de elfos caseros en la pared lanzando sombras extrañas escaleras arriba. Unas largas cortinas oscuras ocultaban el retrato de la madre de Sirius. Lo único que estaba fuera de lugar era el paraguero con forma de pierna de troll, que estaba estando tendido de lado como si Tonks acabara de chocar con él.

—Creo que alguien ha estado aquí —cuchicheó Hermione, señalándolo con el dedo.

—Eso podía haber ocurrido cuando la orden partió —murmuró Ron en respuesta.

—¿Pero dónde están los sortilegios que pusieron contra Snape? —preguntó Harry.

—A lo mejor solamente se activan si aparece —sugirió Ron.

Todavía seguían los tres sobre el felpudo, con la espalda contra la puerta, temiendo internarse más en la casa.

—Bueno, no podemos quedarnos aquí para siempre— dijo Harry, y dio un paso adelante.

—¿Severus Snape?— susurró la voz de Ojoloco Moody en la oscuridad, haciendo que los tres saltaran hacia atrás aterrados.

—¡No somos Snape!— gruñó Harry, antes de que una especie de aire frío se abalanzara sobre y su lengua se enrollara sobre sí misma, haciéndole imposible hablar. Antes de que tuviera tiempo de sentirla dentro de su boca, sin embargo, su lengua se había desenrollado otra vez.

Los otros dos parecían haber experimentado la misma desagradable sensación. Ron estaba haciendo ruidos de vómito; Hermione dijo tartamudeando,

—¡Esto debe haber sido el Sortilegio de Lengua Atada que preparó Ojoloco para Snape!

Cautelosamente, Harry dio otro paso adelante. Algo se desplazó entre las sombras al fondo del vestibulo, y antes de que ninguno de ellos pudiera decir una palabra, una figura se alzó de la alfombra, alta, de color polvo, y terrible; Hermione gritó y lo mismo hizo la Señora. Black, sus cortinas que se abrieron; la figura gris planeó hacia ellos, más y más rápido, el pelo, que le llegaba hasta la cintura, flotando tras ella, la cara hundida, sin carne, con las cuencas de los ojos vacías: horriblemente familiar, terriblemente alterada, levantó un brazo descarnado, señalando a Harry.

—¡No! —gritó Harry, y aunque había levantado su varita no se le ocurrió ningun hechizo—. ¡No! ¡No fuimos nosotros! No te matamos…

Tras la palabra matamos, la figura explotó en una gran nube de polvo. Tosiendo, con los ojos lloroso, Harry vió a Hermione agachada en el suelo, junto a la puerta, con los brazos sobre la cabeza, mientras Ron, temblando de pies a cabeza, le masajeaba torpemente la espalda diciendo,

— Todo va bien… se ha ido...

El polvo se arremolinó alrededor de Harry como si fuera niebla, a la luz azul de las lámparas de gas, mientras la Señora Black seguía gritando.

—¡Sangresucia, mugre, manchas de deshonor, manchas de vergüenza sobre la casa de mis padres…

—¡Cállate! —bramó Harry, apuntándola con su varita, y con un golpe y una ráfaga de chispas rojas, las cortinas se cerraron otra vez, silenciándola.

—Eso... Eso ha sido... —gimió Hermione, mientras Ron la ayudaba a ponerse en pie.

—Sí —dijo Harry—, Pero no era realmente él, ¿no? Sólo algo para asustar a Snape.

¿Hubiera funcionado?, se preguntó Harry, ¿o habría afrontado Snape a la horrible figura tan tranquilamente como había acabado con el verdadero Dumbledore? Con los nervios todavía hormigueando, llevó a los otros dos hasta el final del pasillo, medio esperando a que un nuevo terror se revelara, pero nada se movió, salvo un ratón que pasó rozando el rodapié.

—Antes de que vayamos más lejos, creo que es mejor que comprobemos —cuchicheó Hermione, y levantó su varita, diciendo—. Homenum revelio.

Nada ocurrió.

—Bueno, acabas de sufrir un gran shock —dijo Ron generosamente—. ¿Qué se supone que debería haber hecho eso?

—¡Ha hecho lo que le he dicho que hiciera! —dijo Hermione algo enojada—. Era un hechizo para revelar la presencia humana, y no hay nadie aquí excepto nosotros!

—Y el viejo Polvoriento, —dijo Ron, echando una mirada a la mancha en la alfombra de la que el espectro se había levantado.

—Subamos —dijo Hermione, mirando asustada la misma mancha, y encabezó la marcha por las chirriantes escaleras hasta el salón del primer piso.

Hermione agitó su varita para encender las viejas lámparas de gas, luego, tiritando ligeramente en la fría habitación, se sentó sobre el sofá, rodeandose fuertemente con los brazos. Ron cruzó hasta la ventana y abrió las pesadas cortinas de terciopelo unos centímetros.

—No veo a nadie ahí fuera —informó—. Y uno pensaría que si Harry tuviera todavía un Rastro sobre él, nos habrían seguido hasta aquí. Sé que no pueden entrar en la casa, pero …¿Qué pasa, Harry?"

Harry había dado un grito de dolor, su cicatriz había ardido cuando algo destelló cruzando su mente como una luz brillante sobre el agua. Vio una gran sombra, y sintió una cólera que no era suya liberarse a través de su cuerpo, de forma violenta y breve como una descarga eléctrica.

—¿Qué has visto? —preguntó Ron, avanzando hacia Harry. — ¿Le viste en mi casa?

—No, sólo sentí su cólera... está realmente enfadado.

—Pero eso podía ser en la Madriguera —dijo Ron en un tono fuerte— ¿Qué más? ¿No viste nada? ¿Estaba maldiciendo a alguien?

—No, sólo sentí la cólera … No podría decir…

Harry se sentía importunado, confuso, y Hermione no ayudó cuando dijo con voz asustada:

—¿Tu cicatriz, otra vez? ¿Pero qué está ocurriendo? ¡Pensaba que la conexión estaba cerrada!

—Lo estuvo, durante un tiempo, —farfulló Harry; la cicatriz todavía le dolía, lo que le hacía difícil concentrarse—. Creo que ha empezado a abrirse otra vez siempre que pierde el control, cómo solía...

—¡Pues entonces tienes que cerrar tu mente! —dijo Hermione estridentemente—. Harry, Dumbledore no quería que usaras esa conexión, quería que la cerraras ¡Por eso se supone que tenías que usar la Oclumencia! Si no, Voldemort podría introducir ideas falsas en tu mente, recuerda…

—Sí, recuerdo, gracias, —dijo Harry apretando los dientes; no necesitaba que Hermione le recordara que Voldemort había usado la conexión entre ellos para llevarlo una vez a una trampa, ni que su resultado había sido la muerte de Sirius. Desearía no tener que decirles lo que había visto y sentido; eso hacía a Voldemort más amenazador, como si estuviera presionando contra la ventana de la habitación, y el dolor de su cicatriz persistía y luchó contra él: era como resistir la sensación de estar enfermo.

Dio la espalda a Ron y Hermione, fingiendo examinar el viejo tapiz con el árbol genealógico de los Black de la pared. Entonces Hermione chilló. Harry empuñó su varita de nuevo y dio media vuelta para ver un Patronus de plata pasar a través de la ventana de salón y aterrizar sobre el suelo enfrente de ellos, donde se solidificó en una comadreja que hablaba con la voz del padre de Ron.

—La familia está a salvo, no respondais, nos vigilan.

El Patronus se disolvió en la nada. Ron soltó un ruido entre un gemido y un quejido y se dejó caer en el sofá. Hermione se reunió con él, cogiéndole del brazo.

—Están bien, están todos bien —murmuró, y Ron medio se rió y la abrazó.

—Harry, —dijo por encima del hombro de Hermione—, Yo…

—No pasa nada —dijo Harry, asqueado por el dolor de cabeza—. Es tu familia, luego estabas preocupado. Yo me habría sentido igual. —Pensó en Ginny—. Yo me siento igual.

El dolor en su cicatriz estaba llegando a un máximo, quemando como lo había hecho en el jardín de la Madriguera. Escuchó débilmente a Hermione decir,

—No quiero parecer egoista pero, ¿podríamos usar los sacos de dormir que he traído y acampar aquí esta noche?

Escuchó a Ron mostrar su acuerdo. No podía luchar contra el dolor mucho más tiempo. Tuvo que sucumbir.

—Baño —farfulló, y dejó la habitación tan rápido como pudo sin correr.

Apenas lo consiguió: cerró con cerrojo la puerta detrás de él con las manos temblando, se agarró la palpitante cabeza y cayó al suelo, entonces, en una explosión de agonía, sintió la rabia que no le pertenecía poseer su alma, vio una habitación larga iluminada solamente por un fuego, y al enorme mortífago rubio en el suelo, gritando y retorciéndose, y una figura más pequeña estaba de pie sobre él, con la varita extendida, mientras Harry hablaba en una voz alta, fría y despiadada.

—Más, Rowle, ¿o terminamos ya y alimentas a Nagini? Lord Voldemort no está seguro de perdonar esta vez... ¿Me devuelves la llamada para esto, para decirme que Harry Potter se ha escapado otra vez? Draco, dale a Rowle otra muestra de nuestro desagrado... ¡Hazlo, o siente tú mi ira!"

Un tronco cayó al fuego, las llamas crecieron, y arrojaron luz sobre una cara blanca aterrorizada y puntiaguda… con la sensación de emerger de debajo del agua, Harry respiró profundamente y abrió los ojos.

Estaba despatarrado sobre el frío suelo de mármol negro, su nariz a centímetros de la cola de una de las serpientes plateadas que servían de soporte a la bañera grande. Se incorporó. La cara petrificada y demacrada de Malfoy parecía grabada a fuego en el interior de sus ojos. Harry se sentía asqueado por lo que había visto, por el uso que Voldemort estaba dando a Draco.

Sonó un agudo golpe en la puerta, y Harry saltó cuando la voz de Hermione resonó.

—Harry, ¿quieres tu cepillo de dientes? Lo tengo aquí.

—Si, guay, gracias, —dijo, luchando por mantener un tono informal mientras se levantaba para dejarla entrar.

 

 

Capítulo 10


Date: 2015-12-11; view: 481


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