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Empieza la segunda guerra

 

 

REGRESA EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO

 

El viernes por la noche, Cornelius Fudge, ministro de la Magia, corroboró que El-que-no-debe-ser-nombrado ha vuelto a este país y está otra vez en activo[481], según dijo en una breve declaración.

«Lamento mucho tener que confirmar que el mago que se hace llamar lord..., bueno, ya saben ustedes a quién me refiero, está vivo y anda de nuevo entre nosotros —anunció Fudge, que parecía muy cansado y nervioso en el momento de dirigirse a los periodistas—. También lamentamos informar de la sublevación en masa de los Dementores de Azkaban, que han renunciado a seguir trabajando para el Ministerio. Creemos que ahora obedecen órdenes de lord..., de ése.

«Instamos a la población mágica a permanecer alerta. El Ministerio ya ha empezado a publicar guías de defensa personal y del hogar elemental[482], que serán distribuidas gratuitamente por todas las viviendas de magos durante el próximo mes.»

La comunidad mágica ha recibido con consternación y alarma la declaración del ministro, pues precisamente el miércoles pasado el Ministerio garantizaba que no había «ni pizca de verdad en los persistentes rumores de que Quien-ustedes-saben esté operando de nuevo entre nosotros».

Los detalles de los sucesos que han provocado el cambio de opinión del Ministerio todavía son confusos, aunque se cree que El-que-no-debe-ser-nombrado y una banda de selectos seguidores (conocidos como «mortífagos») consiguieron entrar en el Ministerio de la Magia el jueves por la noche.

De momento, este periódico no ha podido entrevistar a Albus Dumbledore, recientemente rehabilitado en el cargo de director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, miembro restituido de la Confederación Internacional de Magos y, de nuevo, Jefe de Magos del Wizengamot. Durante el año pasado, Dumbledore había insistido en que Quien-ustedes-saben no estaba muerto, como todos creían y esperaban, sino que estaba reclutando seguidores para intentar tomar el poder una vez más. Mientras tanto, «El niño que sobrevivió»...

 

—Eh, Harry, aquí estás; ya sabía yo que hablarían de ti —comentó Hermione mirando a su amigo por encima del borde de la hoja de periódico.

Estaban en la enfermería. Harry se había sentado a los pies de la cama de Ron y ambos escuchaban a Hermione, que leía la primera plana de El Profeta Dominical. Ginny, a quien la señora Pomfrey había curado el tobillo en un periquete, estaba acurrucada en un extremo de la cama de Hermione; Neville, cuya nariz también había recuperado su tamaño y forma normales, estaba sentado en una silla entre las dos camas; y Luna, que había ido a visitar a sus amigos, tenía la última edición de El Quisquilloso en las manos y leía la revista del revés sin escuchar, aparentemente, ni una sola palabra de lo que decía Hermione.



—Sí, pero ahora vuelven a llamarlo «El niño que sobrevivió» —observó Ron—. Ya no es un iluso fanfarrón, ¿eh?

Cogió un puñado de ranas de chocolate del inmenso montón que había en su mesilla, lanzó unas cuantas a Harry, Ginny y Neville y arrancó con los dientes el envoltorio de la suya. Todavía tenía profundos verdugones[483] en los antebrazos, donde se le habían enroscado los tentáculos del cerebro. Según la señora Pomfrey, los pensamientos podían dejar cicatrices más profundas que ninguna otra cosa, aunque ya había empezado a aplicarle grandes cantidades de Ungüento Amnésico del Doctor Ubbly, y Ron presentaba cierta mejoría.

—Sí, ahora hablan muy bien de ti, Harry —confirmó Hermione mientras leía rápidamente el artículo—. «La solitaria voz de la verdad... considerado desequilibrado, aunque nunca titubeó al relatar su versión... obligado a soportar el ridículo y las calumnias...» Hummm —dijo frunciendo el entrecejo—, veo que no mencionan el hecho de que eran ellos mismos, los de El Profeta, los que te ridiculizaban y te calumniaban...

Hermione hizo una leve mueca de dolor y se llevó una mano a las costillas. La maldición que le había echado Dolohov, pese a ser menos efectiva de lo que lo habría sido si hubiera podido pronunciar el conjuro en voz alta, había causado «un daño considerable», según las palabras textuales de la señora Pomfrey. Hermione, que tenía que tomar diez tipos de pociones diferentes cada día, había mejorado mucho, pero ya estaba harta de la enfermería.

—«El último intento de Quien-ustedes-saben de hacerse con el poder, páginas dos a cuatro; Lo que el Ministerio debió contarnos, página cinco; Por qué nadie hizo caso a Albus Dumbledore, páginas seis a ocho; Entrevista en exclusiva con Harry Potter, página nueve...» ¡Vaya! —exclamó Hermione, y dobló el periódico y lo dejó a un lado—. Sin duda les ha dado para escribir mucho. Pero esa entrevista con Harry no es una exclusiva, es la que salió en El Quisquilloso hace meses...

—Mi padre se la vendió —dijo Luna con vaguedad mientras pasaba una página de El Quisquilloso—. Y le pagaron muy bien, así que este verano organizaremos una expedición a Suecia para ver si podemos cazar un snorkack de cuernos arrugados.

Hermione se debatió consigo misma unos instantes y luego replicó:

—Qué bien, ¿no? —Ginny miró con disimulo a Harry y apartó rápidamente la vista sonriendo—. Bueno —dijo Hermione incorporándose un poco y haciendo otra mueca de dolor—, ¿cómo va todo por el colegio?

—Flitwick ha limpiado el pantano de Fred y George —contó Ginny—. Tardó unos tres segundos. Pero ha dejado un trocito debajo de la ventana y lo ha acordonado.

—¿Por qué? —preguntó Hermione, sorprendida.

—Dice que fue una gran exhibición de magia —comentó Ginny encogiéndose de hombros.

—Yo creo que lo ha dejado como un monumento a Fred y George —intervino Ron con la boca llena de chocolate—. Mis hermanos me han enviado todo esto —le dijo a Harry, y señaló la montaña de ranas que tenía a su lado—. Les debe de ir muy bien con la tienda de artículos de broma, ¿no?

Hermione lo miró con gesto de desaprobación y preguntó:

—¿Y ya se han acabado los problemas desde que ha vuelto Dumbledore?

—Sí —contestó Neville—, todo ha vuelto a la normalidad.

—Supongo que Filch estará contento, ¿no? —dijo Ron, y apoyó contra su jarra de agua un cromo de rana de chocolate[484] en el que aparecía Dumbledore.

—¡Qué va! —exclamó Ginny—. Se siente muy desgraciado. —Bajó la voz y añadió en un susurro—: No para de decir que la profesora Umbridge era lo mejor que jamás le había pasado a Hogwarts...

Los seis giraron la cabeza. La profesora Umbridge estaba acostada en otra cama un poco más allá, contemplando el techo. Dumbledore había entrado solo en el bosque para rescatarla de los centauros, pero nadie sabía cómo había logrado salir de la espesura sin un solo arañazo y con Dolores Umbridge apoyada en él; y, por supuesto, la profesora Umbridge no era quien desvelaría aquel misterio. Desde su regreso al castillo, no había pronunciado ni una sola palabra, que ellos supieran. Nadie sabía a ciencia cierta qué le pasaba. Llevaba el pelo, por lo general muy bien peinado, completamente revuelto, y aún tenía enredados en él trocitos de ramas y hojas, pero por lo demás parecía ilesa.

—La señora Pomfrey dice que sólo sufre una conmoción —susurró Hermione.

—Yo diría que está enfurruñada[485] —opinó Ginny.

—Sí, porque da señales de vida cuando haces esto —dijo Ron, e hizo un débil ruidito de cascos de caballo con la lengua.

Inmediatamente, la profesora Umbridge se incorporó de un brinco y miró, asustada, a su alrededor.

—¿Ocurre algo, profesora? —le preguntó la señora Pomfrey asomando la cabeza por detrás de la puerta de su despacho.

—No, no... —contestó Dolores Umbridge, y volvió a apoyarse en las almohadas—. No, debía de estar soñando...

Hermione y Ginny ahogaron la risa con las sábanas.

—Hablando de centauros —comentó Hermione cuando se hubo recuperado un poco—, ¿quién será ahora el profesor de Adivinación? ¿Se quedará Firenze?

—No tendrá más remedio que quedarse —respondió Harry—. No creo que los otros centauros lo acepten en la manada.

—Parece que Firenze y la profesora Trelawney van a compartir el puesto —apuntó Ginny.

—Seguro que a Dumbledore le habría encantado librarse para siempre de la profesora Trelawney —terció Ron mientras masticaba la rana número catorce—. Aunque la verdad es que lo que no sirve para nada es la asignatura en sí; las clases con Firenze tampoco son mucho mejores.

—¿Cómo puedes decir eso? —lo regañó Hermione—. ¡Justo cuando acabamos de enterarnos de que existen las profecías de verdad!...

A Harry se le aceleró el corazón. No había revelado ni a Ron ni a Hermione ni a nadie el contenido de la profecía. Neville les había dicho que se había roto mientras Harry lo ayudaba a subir por las gradas de la Cámara de la Muerte, y Harry aún no había corregido aquella información. No estaba preparado para ver la expresión de sus rostros cuando les contara que tendría que ser asesino o víctima, pues no había alternativa...

—Es una lástima que se rompiera —comentó Hermione con voz queda, y movió la cabeza.

—Sí, es verdad —coincidió Ron—. Pero al menos Quien-vosotros-sabéis tampoco se enteró de lo que decía.

¿Adonde vas? —preguntó, sorprendido y contrariado, al ver que Harry se levantaba.

—A... ver a Hagrid —respondió—. Acaba de llegar, y le prometí que iría a verlo y a decirle cómo estáis vosotros dos.

—Ah, bueno —repuso Ron de malhumor, y miró por la ventana de la enfermería hacia la extensión de luminoso cielo azul—. Ojalá pudiéramos ir nosotros también.

—¡Dale recuerdos de nuestra parte! —gritó Hermione cuando Harry salía ya de la enfermería—. ¡Y pregúntale qué ha sido de... su amiguito! —añadió, y el chico hizo un ademán para indicar que la había oído y que había captado el mensaje.

El castillo estaba muy tranquilo, incluso tratándose de un domingo. Todo el mundo estaba en los soleados jardines disfrutando de que habían acabado los exámenes y con la perspectiva de unos pocos días más de curso libres de repasos y deberes.

Harry recorrió despacio el vacío pasillo echando vistazos por las ventanas por las que pasaba; vio a unos cuantos estudiantes que volaban sobre el estadio de quidditch y a un par de ellos nadando en el lago, acompañados por el calamar gigante.

No estaba seguro de si quería estar con gente o no; cuando tenía compañía le entraban ganas de marcharse, y cuando estaba solo echaba de menos la compañía. De todos modos decidió ir a visitar a Hagrid, pues no había hablado con calma con él desde que el guardabosques había regresado.

Harry acababa de bajar el último escalón de la escalera de mármol del vestíbulo cuando Malfoy, Crabbe y Goyle salieron por una puerta que había a la derecha y que conducía a la sala común de Slytherin. Harry se paró en seco; lo mismo hicieron Malfoy y sus compinches. Lo único que se oía eran los gritos, las risas y los chapoteos provenientes de los jardines, que llegaban hasta el vestíbulo por las puertas abiertas.

Malfoy echó un vistazo a su alrededor (Harry comprendió que quería comprobar si había por allí algún profesor) y luego miró a Harry y dijo en voz baja:

—Estás muerto, Potter.

—Tiene gracia —respondió él alzando las cejas—. No sabía que los muertos pudieran caminar.

Harry jamás había visto tan furioso a Malfoy, y sintió una especie de indiferente satisfacción al observar cómo la ira crispaba su pálido y puntiagudo rostro.

—Me las pagarás —contestó Malfoy en un susurro—. Vas a pagar muy caro lo que le has hecho a mi padre.

—Mira cómo tiemblo —respondió Harry con sarcasmo—. Supongo que lo de lord Voldemort no fue más que un ensayo comparado con lo que me tenéis preparado vosotros tres. ¿Qué pasa? —añadió, pues Malfoy, Crabbe y Goyle se habían encogido al oír a Harry pronunciar aquel nombre—. Es amigo de tu padre, ¿no? No le tendrás miedo, ¿verdad?

—Te crees muy hombre, Potter —replicó Malfoy, y avanzó hacia Harry. Crabbe y Goyle lo flanqueaban—. Espera y verás. Ya te atraparé. No puedes enviar a mi padre a la prisión y...

—Eso es precisamente lo que he hecho —lo atajó Harry.

—Los Dementores se han marchado de Azkaban —continuó Malfoy, impasible—. Mi padre y los demás no tardarán en salir de allí.

—Sí, no me extrañaría. Pero al menos ahora todo el mundo sabe que son unos cerdos.

Malfoy se dispuso a coger su varita, pero Harry se le adelantó: había sacado la suya antes de que Draco hubiera metido siquiera los dedos en el bolsillo de su túnica.

—¡Potter! —se oyó entonces por el vestíbulo.

Snape había aparecido por la escalera que conducía hasta su despacho, y, al verlo, Harry sintió un arrebato de odio muy superior al que sentía hacia Malfoy. Dijera lo que dijese Dumbledore, él nunca perdonaría a Snape, nunca...

—¿Qué haces, Potter? —le preguntó el profesor con su habitual frialdad, y se encaminó hacia ellos.

—Intento decidir qué maldición emplear contra Malfoy, señor —contestó Harry con fiereza.

—Guarda inmediatamente esa varita —le ordenó Snape taladrándolo con la mirada—. Diez puntos menos para Gryff... —empezó a decir dirigiendo la vista hacia los gigantescos relojes de arena que había en las paredes, y esbozó una sonrisa burlona—. ¡Ah, veo que ya no queda ningún punto que quitar en el reloj de Gryffindor! En ese caso, Potter, tendremos que...

—¿Añadir unos cuantos?

La profesora McGonagall acababa de subir la escalera de piedra de la entrada del castillo; llevaba un maletín de cuadros escoceses en una mano y con la otra se apoyaba en un bastón, pero por lo demás tenía buen aspecto.

—¡Profesora McGonagall! —exclamó Snape, y fue hacia ella dando grandes zancadas—. ¡Veo que ya ha salido de San Mungo!

—Sí, profesor Snape —repuso ella, y se quitó la capa de viaje—. Estoy como nueva. Vosotros dos, Crabbe, Goyle... —Les hizo señas imperiosas para que se acercaran, y ellos obedecieron, turbados y arrastrando sus grandes pies—. Tomad. —Le puso el maletín en los brazos a Crabbe y la capa a Goyle—. Llevad esto a mi despacho. —Los dos alumnos se dieron la vuelta y subieron la escalera de mármol haciendo mucho ruido—. Muy bien —dijo la profesora McGonagall mientras miraba los relojes de arena de la pared—. Bueno, creo que Potter y sus amigos se merecen cincuenta puntos cada uno por alertar al mundo del regreso de Quien-vosotros-sabéis. ¿Qué opina usted, profesor Snape?

—¿Cómo? —replicó éste, aunque Harry sabía que había oído perfectamente—. Ah, bueno, supongo que...

—Serán cincuenta para Potter, los dos Weasley, Longbottom y la señorita Granger —enumeró la profesora McGonagall, y una lluvia de rubíes cayó en la parte inferior del reloj de arena de Gryffindor mientras hablaba—. ¡Ah, y cincuenta para la señorita Lovegood, se me olvidaba! —añadió, y unos cuantos zafiros cayeron en el reloj de Ravenclaw—. Bueno, creo que usted quería quitarle diez al señor Potter, profesor Snape, de modo que... —Unos cuantos rubíes subieron a la parte superior del reloj, pero quedó una cantidad considerable en la inferior—. Bueno, Potter, Malfoy, creo que con un día tan espléndido como el de hoy deberíais estar los dos fuera —continuó la profesora McGonagall con decisión.

Harry no se hizo rogar; se guardó la varita mágica en el bolsillo interior de la túnica y echó a andar hacia las puertas de roble sin volver a mirar ni a Snape ni a Malfoy.

Cruzó la extensión de césped hacia la cabaña de Hagrid bajo un sol abrasador. Los estudiantes que estaban tumbados en la hierba tomando el sol, hablando, leyendo El Profeta Dominical y comiendo golosinas levantaron la cabeza al verlo pasar; algunos lo llamaron o le hicieron señas con la mano, ansiosos por demostrar que ellos, igual que El Profeta, habían decidido que Harry era una especie de héroe. El no dijo nada a nadie. No tenía ni idea de qué sabían y qué no sabían de lo que había ocurrido tres días antes, pero hasta el momento había evitado que lo interrogaran y prefería seguir así.

Al principio, cuando llamó a la puerta de la cabaña de Hagrid, pensó que no estaba, pero Fang llegó corriendo desde una esquina de la casa y casi lo tiró al suelo con el entusiasmo de su bienvenida. Resultó que Hagrid estaba recogiendo judías verdes en el jardín de atrás.

—¡Hola, Harry! —exclamó, radiante de alegría, cuando Harry se acercó a la valla—. Entremos, entremos, nos tomaremos un vaso de zumo de diente de león. ¿Cómo va todo? —le preguntó, y se sentaron a la mesa de madera con un vaso de zumo helado cada uno—. ¿Te encuentras bien?

Por la mirada de preocupación de Hagrid, Harry comprendió que su amigo no le estaba preguntando por el bienestar físico.

—Sí, estoy bien —se apresuró a responder Harry, porque no le apetecía hablar sobre lo que Hagrid, evidentemente, estaba pensando—. ¿Y tú? ¿Dónde has estado?

—Pues escondido en las montañas. En una cueva, como hizo Sirius cuando... —Hagrid dejó la frase a la mitad, carraspeó con brusquedad, miró a Harry y bebió un largo trago de zumo—. Bueno, el caso es que ya estoy aquí —añadió débilmente.

—Tienes mejor aspecto —comentó Harry, decidido a mantener a Sirius fuera de la conversación.

—¿Qué? —dijo Hagrid; levantó una mano y se palpó la cara—. ¡Ah, sí! Bueno, ahora Grawpy se porta mucho mejor. Se puso muy contento cuando regresé, la verdad. En el fondo es buen chico... Mira, hasta he pensado buscarle una amiguita...

En otras circunstancias, Harry habría intentado disuadir a Hagrid de inmediato; la perspectiva de que un segundo gigante, con toda seguridad más salvaje y brutal que Grawp, se instalara en el Bosque Prohibido era muy alarmante, pero Harry no se sentía con fuerzas para discutir sobre el tema. Volvía a tener ganas de estar solo, y con la intención de acelerar su marcha bebió varios tragos seguidos de zumo de diente de león y dejó el vaso medio vacío.

—Ahora todo el mundo sabe que decías la verdad, Harry —comentó Hagrid inesperadamente—. Eso hará que te sientas mejor, ¿verdad? —Harry hizo un gesto de indiferencia—. Mira... —Hagrid se apoyó en la mesa y acercó la cabeza a la de Harry—, yo conocía a Sirius desde mucho antes que tú. Murió en combate, y seguro que es así como él quería morir...

—¡Él no quería morir! —explotó Harry.

Hagrid agachó la enorme y desgreñada cabeza y admitió:

—No, claro que no. Pero aun así, Harry..., él no estaba hecho para quedarse sentado en casa mientras los demás se encargaban del trabajo más peligroso. Si no hubiera ido a ayudar, jamás se lo habría perdonado...

Harry se puso en pie de un brinco.

—Tengo que ir a la enfermería a ver a Ron y Hermione —dijo como un autómata.

—¡Ah! —repuso Hagrid un tanto disgustado—. ¡Ah, bueno! Pues cuídate, Harry, y ven a verme cuando tengas un momen...

—Sí, está bien...

Harry fue hacia la puerta todo lo rápido que pudo y la abrió de un tirón; volvía a estar fuera[486] de la cabaña antes de que Hagrid se hubiera despedido de él, y echó a andar por la hierba. Una vez más, sus compañeros lo llamaban al pasar. Harry cerró los ojos un instante y deseó que todos se esfumaran de allí, que pudiera abrir los ojos y encontrarse solo en los jardines...

Unos días atrás, antes de que terminaran los exámenes y de que tuviera la visión que Voldemort había introducido en su mente, habría dado cualquier cosa para que el mundo mágico supiera que siempre había dicho la verdad, para que creyera que Voldemort había regresado, para que supiera que él no era ni un mentiroso ni un loco. Ahora, sin embargo...

Caminó un poco alrededor del lago, se sentó en la orilla, detrás de unos arbustos, protegido de la curiosidad de los que pasaban por allí, y se quedó con la mirada perdida sobre la reluciente superficie del agua, pensando...

Quizá el motivo por el que le apetecía estar solo era porque desde que había tenido la charla con Dumbledore se había sentido aislado de los demás. Una barrera invisible lo separaba del resto del mundo. Estaba marcado, siempre lo había estado. Lo que ocurría era que en realidad él nunca había entendido qué significaba eso.

Y, sin embargo, allí sentado, en la orilla del lago, abrumado por el terrible peso del dolor y el recuerdo por la reciente pérdida de Sirius, no sentía un gran temor. Hacía sol, los jardines del castillo estaban llenos de risueños estudiantes, y pese a que él se sentía tan lejos de ellos como si perteneciera a otra raza, seguía resultándole muy difícil creer que fuera a ser víctima o autor de un asesinato...

Permaneció largo rato allí sentado, contemplando la superficie del agua, e intentó no pensar en su padrino ni recordar que fue precisamente en la orilla opuesta del lago donde en una ocasión Sirius se derrumbó cuando intentaba ahuyentar a un centenar de Dementores...

Se puso el sol, y al cabo de un rato Harry se dio cuenta de que tenía frío. Se levantó y regresó al castillo, y mientras iba por el camino se enjugó la cara con la túnica.

 

Ron y Hermione salieron de la enfermería completamente curados tres días antes de que finalizara el curso. Era evidente que Hermione quería hablar de Sirius, pero cada vez que mencionaba su nombre, Ron se ponía a hacer gestos para que se callara. Harry todavía no estaba seguro de si quería o no hablar de su padrino: cambiaba de idea según su estado de ánimo. Pero sí sabía una cosa: por muy desgraciado que se sintiera en esos momentos, echaría mucho de menos Hogwarts al cabo de unos días, cuando volviera al número cuatro de Privet Drive. Pese a que ahora entendía perfectamente por qué tenía que regresar a casa de sus tíos cada verano, eso no lograba que se sintiera mejor. Es más, nunca había temido tanto la vuelta al hogar de los Dursley.

La profesora Umbridge se marchó de Hogwarts el día antes de que terminara el curso. Por lo visto, salió con todo sigilo de la enfermería a la hora de comer con la esperanza de que nadie la viera partir, pero, desafortunadamente para ella, se encontró a Peeves por el camino; el fantasma aprovechó su última oportunidad de poner en práctica las instrucciones de Fred, y la persiguió riendo cuando salió del castillo, golpeándola con un bastón y con un calcetín lleno de tizas. Muchos estudiantes salieron al vestíbulo para verla correr por el camino, y los jefes de las casas no pusieron mucho empeño en contenerlos. De hecho, la profesora McGonagall se sentó en su butaca en la sala de profesores tras unas pocas y débiles protestas, y la oyeron lamentarse de no poder correr ella misma detrás de la profesora Umbridge para abuchearla porque Peeves le había cogido[487] el bastón.

Llegó la última noche en el colegio; la mayoría de los estudiantes habían terminado de hacer el equipaje y comenzaban a bajar al Gran Comedor, donde se celebraría el banquete de fin de curso, pero Harry todavía no había empezado a preparar su baúl.

—¡Ya lo harás mañana! —le dijo Ron, que esperaba junto a la puerta del dormitorio—. ¡Vamos, estoy muerto de hambre!

—No tardaré mucho. Mira, ve bajando tú...

Pero cuando la puerta del dormitorio se cerró tras Ron, Harry no hizo ningún esfuerzo para terminar de recoger. Nada le apetecía menos que asistir al banquete de fin de curso porque le preocupaba que Dumbledore hiciera alguna referencia a él en su discurso de despedida. Seguro que mencionaría el regreso de Voldemort; al fin y al cabo, el año anterior les había hablado de ello a los estudiantes.

Harry sacó una túnica arrugada del fondo de su baúl para dejar sitio a otra ya doblada, y al hacerlo vio un paquete mal envuelto en un rincón. No sabía qué hacía allí.

Se agachó, lo sacó de debajo de sus zapatillas de deporte y lo examinó.

Entonces recordó qué era. Sirius se lo había dado antes de que Harry saliera de Grimmauld Place. «Quiero que lo utilices si me necesitas, ¿de acuerdo?», había dicho.

Harry se sentó en la cama y desenvolvió el paquete. Dentro había un pequeño espejo cuadrado que parecía viejo y estaba muy sucio. Harry se lo acercó a la cara y vio su reflejo, que le devolvía la mirada.

Luego le dio la vuelta. En el dorso había una nota de Sirius:

Esto es un espejo de doble sentido; yo tengo la pareja. Si necesitas hablar conmigo, sólo tienes que pronunciar mi nombre; tú aparecerás en mi espejo y yo podré hablar en el tuyo. James y yo los usábamos cuando cumplíamos un castigo separados.

A Harry se le aceleró el corazón. Recordó el día que vio a sus padres muertos en el Espejo de Erised, cuatro años antes. Podría volver a hablar con Sirius en ese mismo momento, lo sabía...

Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no había nadie en el dormitorio y comprobó que estaba vacío. Miró el espejo, se lo puso frente a la cara con manos temblorosas y dijo en voz alta y clara: «Sirius.»

Su aliento empañó la superficie del espejo. Se lo acercó un poco más a los ojos, embargado por la emoción, pero los ojos que lo contemplaban pestañeando a través del vaho eran los suyos.

Limpió el espejo y volvió a decir con voz aún más fuerte, de modo que cada una de las sílabas resonaron en la habitación:

—¡Sirius Black!

No pasó nada. La cara de frustración que lo contemplaba desde el espejo seguía siendo, sin lugar a dudas, la suya.

«Sirius no llevaba encima su espejo cuando atravesó el arco —dijo una vocecilla dentro de la cabeza de Harry—. Por eso no funciona.»

Harry se quedó muy quieto y luego tiró al baúl el espejo, que se rompió. Durante un maravilloso minuto que le pareció muy largo había estado convencido de que vería a Sirius, de que volvería a hablar con él...

La desazón le agarrotaba la garganta, así que se levantó y empezó a meter sus cosas desordenadamente en el baúl, encima del espejo...

Pero entonces se le ocurrió una idea, una idea mucho mejor que un espejo, algo mucho más importante... ¿Cómo era posible que no se le hubiera ocurrido antes? ¿Por qué nunca lo había preguntado?

Salió corriendo del dormitorio y bajó la escalera de caracol golpeándose contra las paredes, aunque no lo notaba; cruzó a toda velocidad la desierta sala común, salió por el hueco del retrato y llegó al pasillo sin hacer caso a la Señora Gorda, que le gritó: «¡El banquete está a punto de empezar, vas muy justo de tiempo!»

Pero Harry no tenía intención de ir al banquete. Cómo podía ser que el castillo estuviera lleno de fantasmas cuando no los necesitabas para nada, y que en cambio ahora...

Bajó las escaleras y recorrió los pasillos a toda velocidad sin cruzarse con nadie, ni muertos ni vivos. Era evidente que todos estaban en el Gran Comedor. Se detuvo jadeando delante del aula de Encantamientos y pensó, desconsolado, que tendría que esperar hasta más tarde, hasta que hubiera terminado el banquete.

Pero cuando ya había perdido las esperanzas, lo vio: una forma traslúcida atravesaba una pared al final del pasillo.

—¡Eh, Nick! ¡Eh! ¡NICK!

El fantasma asomó la cabeza por la pared y el estrambótico sombrero con plumas y la tambaleante cabeza de sir Nicholas de Mimsy-Porpington se hicieron visibles.

—Buenas noches —lo saludó el fantasma, y retirando el resto de su cuerpo de la sólida pared de piedra, sonrió a Harry—. Veo que no soy el único que llega tarde al banquete...

—¿Puedo preguntarle una cosa, Nick? El rostro de Nick Casi Decapitado adoptó una expresión muy peculiar cuando el fantasma introdujo un dedo en la rígida gorguera del cuello y la enderezó un poco, como si quisiera ganar tiempo para pensar. Sólo desistió cuando su cuello, parcialmente seccionado, estuvo a punto de separarse del todo.

—¿Tiene que ser precisamente ahora, Harry? —comentó Nick, contrariado—. ¿No puedes aguardar a que termine el banquete?

—No. Nick, por favor —suplicó Harry—. Necesito hablar con usted, en serio. ¿Podemos entrar ahí?

Harry abrió la puerta del aula más cercana y Nick Casi Decapitado suspiró resignado.

—Está bien —concedió—. No puedo negar que estaba esperándolo.

Harry sujetaba la puerta para que entrara Nick, pero el fantasma atravesó la pared.

—¿Qué estaba esperando? —inquirió el chico al cerrar la puerta.

—Que vinieras a buscarme —contestó Nick, y se deslizó hasta la ventana y contempló a través de ella los jardines, cada vez más oscuros—. Ocurre a veces, cuando alguien ha sufrido... una pérdida.

—Bueno —repuso Harry negándose a desviar la conversación—, pues tenía usted razón, he venido a buscarlo. —Nick no dijo nada—. Es que... —empezó Harry, y vio que lo que se proponía le resultaba más violento de lo que había imaginado—. Es que como usted está muerto... Pero sigue aquí, ¿verdad? —Nick suspiró otra vez y siguió contemplando los jardines—. Sí, ¿verdad? Usted murió, pero yo estoy hablando con usted... Y usted puede pasearse por Hogwarts, ¿no?

—Sí —admitió Nick Casi Decapitado con voz queda—. Hablo y me paseo, sí.

—Entonces eso significa que usted volvió, ¿verdad? —dijo Harry con ansiedad—. Los muertos pueden volver, ¿no es así? Convertidos en fantasmas. No tienen por qué desaparecer por completo. ¿Y bien? —añadió con impaciencia al ver que Nick seguía sin decir nada.

Nick Casi Decapitado vaciló un momento y luego sentenció:

—No todo el mundo puede volver convertido en fantasma.

—¿Qué quiere decir?

—Sólo... sólo los magos.

—¡Ah! —exclamó Harry, y sintió tanto alivio que casi le dio risa—. Bueno, no pasa nada, la persona a la que me refiero es un mago. Así que puede volver, ¿no?

Nick se apartó de la ventana y miró apesadumbrado a Harry.

—Él no volverá.

—¿Quién?

—Sirius Black.

—¡Pero usted volvió! —gritó Harry con enfado—. Usted volvió, y está muerto, pero no desapareció.

—Los magos pueden dejar un recuerdo de sí mismos en el mundo y pasearse como una sombra por donde caminaban cuando estaban vivos —explicó Nick con tristeza—. Pero muy pocos magos eligen ese camino.

—¿Por qué no? ¡Además, no importa, a Sirius no le importará que no sea algo habitual, volverá, estoy seguro de que volverá!

Y tan poderosa era su fe que Harry giró la cabeza hacia la puerta, convencido por una milésima de segundo de que vería a su padrino, con el cuerpo de un blanco nacarado y traslúcido pero sonriente, entrando por ella y dirigiéndose hacia él.

—No volverá —repitió Nick—. Él... seguirá adelante.

—¿Qué significa que «seguirá adelante»? —preguntó Harry—. ¿Adonde irá? Dígame, ¿qué pasa cuando uno muere? ¿Adonde va? ¿Por qué no todo el mundo vuelve? ¿Por qué este castillo no está lleno de fantasmas? ¿Por qué...?

—No puedo contestar a esas preguntas —respondió Nick.

—Usted está muerto, ¿no? —insistió Harry, exasperado—. ¿Quién mejor que usted para contestarlas?

—Yo temía a la muerte —repuso Nick débilmente—. Decidí no aceptarla del todo. A veces me pregunto si no debí... Bueno, es como no estar ni aquí ni allí. De hecho, yo no estoy ni aquí ni allí... —Chasqueó la lengua y añadió—: Yo no sé nada de los secretos de la muerte, Harry, porque en lugar de morir elegí una pobre imitación de la vida. Creo que en el Departamento de Misterios hay magos eruditos que estudian ese tema...

—¡No me hable de ese sitio! —le espetó Harry con fiereza.

—Siento mucho no poder resultarte de mayor ayuda , —se excusó Nick amablemente—. Y ahora, si me disculpas... El banquete, ya sabes...

Y salió de la habitación dejando a Harry allí solo, contemplando la pared por la que había desaparecido Nick.

Todas las esperanzas de Harry de ver a Sirius o hablar de nuevo con él se desvanecieron, y eso fue como perder otra vez a su padrino. Volvió sobre sus pasos, triste y abatido, por el vacío castillo, y se dirigió hacia la sala común de Gryffindor preguntándose si algún día recuperaría la alegría.

Al entrar en el pasillo de la Señora Gorda, divisó a alguien al fondo clavando una nota en un tablón de anuncios que había en la pared. Se fijó y comprobó que era Luna. No había ningún buen escondite por allí cerca, y seguro que ella ya había oído los pasos de Harry; además, en ese momento él no tenía ánimo para esquivar a nadie.

—¡Hola! —lo saludó Luna con apatía al mismo tiempo que giraba la cabeza y se apartaba del tablón de anuncios.

—¿Por qué no estás en el banquete? —le preguntó Harry.

—Es que he perdido casi todos mis objetos personales —contestó Luna con serenidad—. La gente me los coge y los esconde, ¿sabes? Pero como ésta es la última noche, necesito recuperarlos; por eso he colgado estos letreros.

Señaló el tablón de anuncios, en el que efectivamente había colgado una lista de los libros y las prendas de ropa que le faltaban, y pedía que se los devolvieran.

Harry tuvo una extraña sensación, una emoción que no se parecía en nada ni a la ira ni al dolor que lo embargaban desde la muerte de Sirius. Tardó unos instantes en darse cuenta de que sentía lástima de Luna.

—¿Por qué esconde la gente tus cosas? —inquirió frunciendo el entrecejo.

—Bueno... —repuso Luna con indiferencia—. Supongo que me consideran un poco rara, ¿sabes? Hay algunos que hasta me llaman Lunática Lovegood.

Harry la miró, y aquel nuevo sentimiento de compasión se intensificó dolorosamente.

—Eso no justifica que te quiten las cosas —dijo con sencillez—. ¿Quieres que te ayude a buscarlas?

—No, no —respondió ella, sonriente—. Ya aparecerán, al final siempre aparecen. Lo que pasa es que quería hacer el equipaje esta noche. En fin... ¿Y tú por qué no estás en el banquete?

Harry se encogió de hombros.

—No me apetecía ir.

—Entiendo —dijo Luna observándolo con aquellos ojos protuberantes y de mirada extrañamente brumosa—. Ya me imagino. Ese hombre al que mataron los mortífagos era tu padrino, ¿verdad? Ginny me lo contó.

Harry se limitó a asentir con la cabeza, pero se dio cuenta de que por algún curioso motivo no le molestaba que Luna hablara de Sirius. Acababa de recordar que ella también podía ver a los thestrals.

—¿Tú has...? —empezó Harry—. Quiero decir... ¿Quién...? ¿Se te ha muerto alguien?

—Sí —contestó Luna con naturalidad—, mi madre. Era una bruja extraordinaria, ¿sabes?, pero le gustaba mucho experimentar, y un día uno de los hechizos le salió mal. Yo tenía nueve años.

—Lo siento —murmuró Harry.

—Sí, fue terrible —continuó Luna con desenvoltura—. A veces todavía me pongo muy triste cuando pienso en ella. Pero me queda mi padre. Además, no es que nunca más vaya a volver a ver a mi madre, ¿no?

—¿Ah, no? —dijo Harry, desconcertado.

Luna movió la cabeza, incrédula.

—Vamos, Harry. Tú también los oíste, detrás del velo, ¿no?

—¿Te refieres...?

Harry y Luna se miraron. Una débil sonrisa asomaba a los labios de Luna. Harry no sabía qué decir ni qué pensar; Luna creía en tantas cosas extraordinarias... Y, sin embargo, él también estaba seguro de haber oído voces al otro lado del velo.

—¿Seguro que no quieres que te ayude a buscar tus cosas? —insistió.

—No, no —dijo Luna—. Creo que bajaré a comer un poco de pudín y esperaré a que aparezcan... Siempre acabo encontrándolo todo... Bueno, felices vacaciones, Harry.

—Gracias, lo mismo digo —repuso él.

Luna echó a andar por el pasillo, y mientras la veía alejarse, Harry se dio cuenta de que el terrible peso que notaba en el estómago se había aligerado un poco.

 

Al día siguiente, el viaje de vuelta a casa en el expreso de Hogwarts estuvo lleno de incidentes de todo tipo. En primer lugar, Malfoy, Crabbe y Goyle, que llevaban toda aquella semana esperando la oportunidad de atacar sin que los viera ningún profesor, intentaron tenderle una emboscada a Harry en el pasillo cuando regresaba del lavabo. El ataque habría podido tener éxito de no ser porque, sin darse cuenta, decidieron realizarlo justo delante de un compartimento repleto de miembros del ED, que vieron lo que estaba pasando a través del cristal y se levantaron a la vez para correr en ayuda de Harry. Cuando Ernie Macmillan, Hannah Abbott, Susan Bones, Justin Finch-Fletchley, Anthony Goldstein y Terry Boot terminaron de hacer una amplia variedad de embrujos y maleficios que Harry les había enseñado, Malfoy, Crabbe y Goyle quedaron convertidos en tres gigantescas babosas apretujadas en el uniforme de Hogwarts, y Harry, Ernie y Justin los subieron a la rejilla portaequipajes y los dejaron allí colgados.

—Os aseguro que estoy impaciente por ver la cara de la madre de Malfoy cuando su hijo se baje del tren —comentó Ernie con cierta satisfacción mientras observaba a Malfoy, que se retorcía en la rejilla. Ernie aún no había superado por completo la humillación de que Malfoy le descontara puntos a Hufflepuff durante su breve periodo como miembro de la Brigada Inquisitorial.

—En cambio, la madre de Goyle se llevará una gran alegría —terció Ron, que había ido a investigar el origen del alboroto—. Ahora está mucho más guapo... Oye, Harry, el carrito de la comida acaba de parar en nuestro compartimento. Si quieres algo...

Harry dio las gracias a todos y acompañó a Ron a su compartimento, donde compró un enorme montón de pasteles[488] en forma de caldero y empanadas de calabaza.

Hermione estaba leyendo El Profeta otra vez, Ginny hacía un crucigrama de El Quisquilloso y Neville acariciaba su Mimbulus mimbletonia, que había crecido mucho en un año y emitía un extraño canturreo cuando la tocaban.

Harry y Ron se entretuvieron casi todo el trayecto jugando al ajedrez mágico mientras Hermione leía en voz alta fragmentos de El Profeta. El periódico estaba saturado de artículos sobre cómo repeler a los Dementores y sobre los intentos del Ministerio de localizar a los mortífagos, y de cartas histéricas en las que los lectores aseguraban que habían visto a lord Voldemort pasar por delante de su casa aquella misma mañana.

—Esto todavía no ha empezado —comentó Hermione suspirando con pesimismo, y volvió a doblar el periódico—. Pero no tardará mucho...

—Eh, Harry —dijo Ron en voz baja, y señaló con la cabeza hacia el pasillo.

Harry miró a través del cristal y vio pasar a Cho acompañada de Marietta Edgecombe, que llevaba puesto un pasamontañas. Su mirada y la de Cho se cruzaron un momento. Cho se ruborizó y siguió andando. Harry dirigió de nuevo la vista hacia el tablero de ajedrez justo a tiempo para ver cómo uno de sus peones huía de su casilla, perseguido por un caballo de Ron.

—¿Qué tal os va a vosotros dos, por cierto? —preguntó Ron.

—No nos va —contestó Harry con franqueza.

—He oído decir... que ahora sale con otro —comentó Hermione, vacilante.

A Harry le sorprendió comprobar que aquella revelación no lo afectaba en absoluto. Ya no le interesaba impresionar a Cho; esas intenciones pertenecían a un pasado del que Harry se sentía muy lejano, como de muchas cosas que había deseado antes de la muerte de Sirius. La semana que había transcurrido desde que vio por última vez a su padrino se le había hecho eterna; era un periodo que separaba dos universos: uno en el que estaba Sirius y otro en el que no estaba.

—Mejor para ti, Harry —afirmó Ron con convicción—. Mira, es muy guapa y todo eso, pero tú te mereces a alguien más alegre.

—Seguramente con otro ella estará también mucho más alegre —repuso Harry encogiéndose de hombros.

—¿Con quién sale ahora, por cierto? —le preguntó Ron a Hermione, pero fue Ginny quien contestó.

—Con Michael Corner.

—¿Con Michael...? Pero... —balbuceó Ron estirando el cuello y girando la cabeza para mirar a su hermana—. ¡Pero si tú sales con él!

—Ya no —aclaró Ginny con resolución—. No le gustó que Gryffindor ganara aquel partido de quidditch contra Ravenclaw y estaba muy malhumorado, así que lo planté y él corrió a consolar a Cho —añadió, y se rascó distraídamente la nariz con la punta de la pluma, colocó El Quisquilloso del revés y empezó a anotar las respuestas. Ron se puso contentísimo.

—Bueno, siempre me pareció un poco idiota —aseguró, y empujó su reina hacia la temblorosa torre de Harry—. Bien hecho, Ginny. La próxima vez a ver si eliges a alguien mejor.

Y al decir eso, lanzó una furtiva y extraña mirada a Harry.

—He elegido a Dean Thomas, ¿qué te parece? —contestó Ginny vagamente.

—¿CÓMO? —gritó Ron al tiempo que tiraba el tablero de ajedrez. Crookshanks salió disparado detrás de las piezas y Hedwig y Pigwidgeon se pusieron a gorjear y a ulular, muy enojadas.

Cuando el tren empezó a reducir la velocidad al aproximarse a la estación de King's Cross, Harry pensó que nunca había lamentado tanto que llegara ese momento. Hasta se preguntó qué pasaría si se negaba a apearse y seguía tercamente allí sentado hasta el uno de septiembre, fecha en que regresaría a Hogwarts. Sin embargo, cuando por fin el tren se detuvo resoplando, Harry cogió la jaula de Hedwig y se preparó para bajar el baúl, como siempre.

Pero cuando el revisor indicó a Harry, Ron y Hermione que ya podían atravesar la barrera mágica que había entre el andén número nueve y el número diez, Harry se llevó una sorpresa: al otro lado había un grupo de gente esperándolo para recibirlo.

Allí estaba Ojoloco Moody, que ofrecía un aspecto tan siniestro con el bombín calado para tapar su ojo mágico como lo habría ofrecido sin él; sostenía un largo bastón en las nudosas manos e iba envuelto en una voluminosa capa de viaje. Tonks se encontraba detrás de Moody; llevaba unos vaqueros muy remendados y una camiseta de un vivo color morado con la leyenda «Las Brujas de Macbeth», y el pelo, de color rosa chicle, le relucía bajo la luz del sol, que se filtraba a través del sucio cristal del techo de la estación. Junto a Tonks estaba Lupin, con su habitual rostro pálido y su cabello entrecano, que llevaba un largo y raído abrigo sobre un jersey[489] y unos pantalones andrajosos. Delante del grupo se hallaban el señor y la señora Weasley, ataviados con sus mejores galas muggles, y Fred y George, que lucían sendas chaquetas nuevas de una tela verde con escamas muy llamativa.

—¡Ron, Ginny! —gritó la señora Weasley mientras corría a abrazar a sus hijos—. ¡Y tú, Harry, querido! ¿Cómo estás?

—Bien —mintió él mientras ella lo abrazaba con todas sus fuerzas.

Por encima del hombro de la señora Weasley, Harry vio que Ron miraba con los ojos como platos la ropa nueva de los gemelos.

—¿Qué es eso? —preguntó señalando las llamativas chaquetas.

—Piel de dragón de la mejor calidad, hermanito —respondió Fred, y tiró un poco de su cremallera[490]—. El negocio funciona de maravilla, y nos pareció que nos merecíamos un premio.

—¡Hola, Harry! —dijo Lupin cuando la señora Weasley soltó al muchacho y fue a saludar a Hermione.

—¡Hola! —contestó él—. No esperaba... ¿Qué hacen ustedes aquí?

—Bueno —respondió Lupin sonriendo—, hemos creído oportuno decirles un par de cosas a tus tíos antes de que te lleven a casa.

—No sé si será buena idea —comentó Harry de inmediato.

—Ya lo creo que lo es —gruñó Moody, que se había acercado renqueando—. Son ésos, ¿verdad, Potter?

Señaló con el pulgar por encima de su hombro; estaba mirando con su ojo mágico a través de la parte de atrás de su cabeza y del bombín. Harry se inclinó un poco a la izquierda para ver hacia dónde apuntaba Ojoloco y, en efecto, allí estaban los tres Dursley, asombradísimos ante el comité de bienvenida de Harry.

—¡Ah, Harry! —exclamó el señor Weasley, y se separó de los padres de Hermione, a los que acababa de saludar con entusiasmo y que en ese momento abrazaban a su hija—. Bueno, ¿vamos allá?

—Sí, Arthur, creo que sí —afirmó Moody. Moody y el señor Weasley se pusieron en cabeza y guiaron a los demás hacia los Dursley, que parecían clavados en el suelo. Hermione se separó con delicadeza de su madre y fue a unirse al grupo.

—Buenas tardes —dijo el señor Weasley educadamente a tío Vernon cuando se paró justo delante de él—. No sé si se acordará de mí, me llamo Arthur Weasley.

Teniendo en cuenta que dos años antes el señor Weasley había demolido sin ayuda de nadie el salón de los Dursley, a Harry le habría sorprendido mucho que su tío se hubiera olvidado de él. En efecto, tío Vernon se puso de un color morado aún más intenso y miró con odio al señor Weasley, pero decidió no decir nada, en parte, quizá, porque los otros los doblaban en número. Tía Petunia parecía asustada y abochornada; no paraba de mirar a su alrededor, como si la aterrara pensar que alguien pudiera verla en semejante compañía. Dudley, por su parte, intentaba hacerse pequeño e insignificante, una hazaña en la que fracasaba estrepitosamente.

—Sólo queríamos decirles un par de cosas con respecto a Harry —prosiguió el señor Weasley sin dejar de sonreír.

—Sí —gruñó Moody—. Y del trato que queremos que reciba mientras esté en su casa.

A tío Vernon se le erizaron los pelos del bigote de indignación. Se dirigió a Moody, seguramente porque el bombín le había causado la errónea impresión de que ese personaje era el que más se parecía a él.

—Que yo sepa, lo que ocurra en mi casa no es de su incumbencia...

—Mire, sobre lo que usted no sabe podrían escribirse varios libros, Dursley —gruñó Moody.

—Bueno, no es de eso de lo que se trata —intervino Tonks, cuyo pelo de color rosa parecía ofender a tía Petunia más que cualquier otra cosa, porque cerró los ojos para no verla—. De lo que se trata es de que si nos enteramos de que han sido desagradables con Harry...

—... y no duden de que nos enteraríamos... —añadió Lupin con amabilidad.

—Sí —terció el señor Weasley—, aunque no permitan a Harry utilizar el felétono...

—Teléfono —le susurró Hermione.

—Si tenemos la más ligera sospecha de que Potter ha sido objeto de cualquier tipo de malos tratos, tendrán que responder ante nosotros —concluyó Moody.

Tío Vernon se infló de forma alarmante. Su orgullo era aún mayor que el miedo que le inspiraba aquella pandilla de bichos raros.

—¿Me está amenazando, señor? —preguntó en voz tan alta que varias personas que pasaban por allí se volvieron y se quedaron mirándolo.

—Sí —contestó Ojoloco, que se mostraba muy contento por el hecho de que tío Vernon hubiera captado el mensaje tan deprisa.

—¿Y diría usted que parezco de esa clase de hombres que se dejan intimidar? —le espetó tío Vernon.

—Bueno... —respondió Moody echándose el bombín hacia atrás para dejar al descubierto su ojo mágico, que giraba de un modo siniestro. Tío Vernon retrocedió, horrorizado, y chocó aparatosamente contra un carrito de equipajes—. Sí, yo diría que sí, Dursley. —Después se volvió hacia Harry y añadió—: Bueno, Potter, si nos necesitas, péganos un grito. Si no tenemos noticias tuyas durante tres días seguidos, enviaremos a alguien a... —Tía Petunia se puso a gimotear lastimeramente. Era evidente que estaba pensando en lo que dirían los vecinos si veían a aquellas personas desfilando por el camino de su jardín—. Adiós, Potter —se despidió Moody, y agarró brevemente a Harry por el hombro con su huesuda mano.

—Cuídate, Harry —dijo Lupin con voz queda—. Estaremos en contacto.

—Harry, te sacaremos de allí en cuanto podamos —le susurró la señora Weasley, y volvió a abrazarlo.

—Nos veremos pronto, compañero —murmuró Ron, nervioso, estrechándole la mano a su amigo.

—Muy pronto, Harry —aseguró Hermione con seriedad—. Te lo prometemos.

Harry asintió con la cabeza. No encontraba palabras para explicarles lo que significaba para él verlos a todos allí en fila, expresándole su apoyo. Así que sonrió, levantó una mano para decir adiós, se dio la vuelta y echó a andar hacia la soleada calle mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley corrían tras él.

 

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[124] Por lo visto tendremos que dejar de violar las reglas

[125] ¡Llévala!

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[131] Bueno

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[134] Tienda de chascos

[135] Quemado

[136] Pero es tu responsabilidad

[137] Rizos

[138] Está bien

[139] La manija

[140] Vidrio

[141] En una maceta

[142] Suave voz

[143] Tonta

[144] Levantarla

[145] Como lo describen

[146] Quinotos

[147] Sí

[148] ¡Vete de aquí!

[149] Gran Salón

[150] Aspecto

[151] Jugo

[152] Carne

[153] Me parece un poco difícil

[154] Carne

[155] Celador

[156] Que estaba lleno de tonterías

[157] Entre las tonterias

[158] Si estaría paranoico

[159] Mentiras

[160] ¡Sí!

[161] Ten cuidado con lo que dices

[162] Afirma que el que dice disparates

[163] De dejar de atacarnos

[164] Va a ser un poco difícil

[165] Controladores de calidad

[166] De los exámenes para obtener las Matriculas de Honor en Brujería

[167] Los exámenes para obtener las MHB

[168] Obtuvieron sólo tres Matrículas cada uno, ¿verdad?

[169] Nuestras Matrículas

[170] Los exámenes para obtener las MHB

[171] Exámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas

[172] Me gustaría ser Auror

[173] A mí también

[174] Aprobar con lo justo

[175] Por qué demonios la atacaste

[176] ¿Atacarla? Yo no la ataqué, solo...

[177] y frunció los labios

[178] Una poción que suele pedirse en los


Date: 2015-12-11; view: 543


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