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Detrás del velo

 

 

Los rodearon unas siluetas negras salidas de la nada, que les cerraron el paso a derecha e izquierda; varios pares de ojos brillaban detrás de las rendijas de unas máscaras, y una docena de varitas encendidas les apuntaban directamente al corazón; Ginny soltó un grito de horror.

—Dame eso, Potter —repitió la voz de Lucius Malfoy, que había estirado un brazo con la palma de la mano hacia arriba. Harry notó un espantoso vacío en el estómago. Estaban atrapados, y los doblaban en número—. Dame eso —dijo Malfoy una vez más.

—¿Dónde está Sirius? —preguntó Harry.

Varios mortífagos rieron; una áspera voz de mujer surgió de entre las oscuras figuras, hacia la izquierda de Harry, y sentenció con tono triunfante:

—¡El Señor Tenebroso nunca se equivoca!

—No, nunca —apostilló Malfoy con voz queda—. Y ahora, entrégame la profecía, Potter.

—¡Quiero saber dónde está Sirius!

—«¡Quiero saber dónde está Sirius!» —se burló la mujer que estaba a su izquierda. Ella y el resto de los mortífagos se habían acercado más a Harry y a sus amigos, de los que ahora sólo los separaban unos palmos, y la luz de sus varitas deslumbraba a Harry.

—Sé que lo han capturado —afirmó él tratando de no hacer caso de la creciente sensación de pánico que notaba en el pecho, el terror que había estado combatiendo desde que habían puesto un pie en el pasillo de la estantería número noventa y siete—. Está aquí. Sé que está aquí.

—El bebé se ha despertado asustado y ha confundido el sueño con la realidad —dijo la mujer imitando la voz de un niño pequeño. Harry notó que Ron, que estaba a su lado, se movía.

—No hagas nada —murmuró Harry—. Todavía no...

La mujer que lo había imitado soltó una ruidosa carcajada.

—¿Lo habéis oído? ¿Lo habéis oído? ¡Está dando instrucciones a los otros niños, como si pensara atacarnos!

—¡Ah, tú no conoces a Potter tan bien como yo, Bellatrix! —exclamó Malfoy quedamente—. Tiene complejo de héroe; el Señor Tenebroso ya lo sabe. Y ahora dame la profecía, Potter.

—Sé que Sirius está aquí —insistió Harry pese a que el pánico le oprimía el pecho y le costaba respirar—. ¡Sé que lo han cogido!

Unos cuantos mortífagos volvieron a reír, aunque la mujer fue la que rió más fuerte.

—Ya va siendo hora de que aprendas a distinguir la vida de los sueños, Potter —dijo Malfoy—. Dame la profecía inmediatamente, o empezaremos a usar las varitas.



—Adelante —lo retó Harry, y levantó su varita mágica hasta la altura del pecho.

En cuanto lo hizo, las cinco varitas de Ron, Hermione, Neville, Ginny y Luna se alzaron a su alrededor. El nudo que Harry notaba en el estómago se apretó aún más. Si de verdad Sirius no estaba allí, habría conducido a sus amigos a la muerte para nada...

Pero los mortífagos no atacaron.

—Entrégame la profecía y nadie sufrirá ningún daño —aseguró Malfoy fríamente.

Ahora le tocaba reír a Harry.

—¡Sí, claro! —exclamó—. Yo le doy esta... profecía, ¿no? Y ustedes nos dejan irnos a casa, ¿verdad?

Tan pronto como Harry terminó la frase, la mortífaga chilló:

¡Accio prof...! —Pero Harry estaba preparado, y gritó: «¡Protego!» antes de que ella hubiera terminado de pronunciar su hechizo; la esfera de cristal le resbaló hasta las yemas de los dedos, aunque consiguió sujetarla—. ¡Vaya, el pequeño Potter sabe jugar! —dijo la mortífaga fulminando a Harry con la mirada tras las rendijas de su máscara—. Muy bien, pues entonces...

—¡TE HE DICHO QUE NO! —le gritó Lucius Malfoy a la mujer—. ¡Si la rompes...!

Harry se exprimía el cerebro. Los mortífagos querían aquella polvorienta esfera de cristal. A él, sin embargo, no le interesaba. Lo único que le interesaba era sacar a sus amigos de allí con vida y asegurarse de que ninguno de ellos pagara cara su estupidez...

La mujer dio un paso hacia delante, separándose de sus compañeros, y se quitó la máscara. Azkaban había dejado su huella en el rostro de Bellatrix Lestrange, demacrado y marchito como una calavera, aunque lo avivaba un resplandor fanático y febril.

—¿Vamos a tener que aplicarte nuestros métodos de persuasión? —preguntó mientras su tórax ascendía y descendía rápidamente—. Como quieras. Coged a la más pequeña —ordenó a los mortífagos que tenía detrás—. Que vea cómo torturamos a su amiguita. Ya me encargo yo.

Harry notó que los demás se apiñaban alrededor de Ginny; él dio un paso hacia un lado y se colocó justo delante de ella, abrazado a la esfera.

—Si quiere atacar a alguno de nosotros tendrá que romper esto —le advirtió— No creo que su amo se ponga muy contento si la ve regresar sin ella, ¿no? —La mujer no se movió; se limitó a mirar fijamente a Harry mientras se pasaba la punta de la lengua por los delgados labios—. Por cierto —continuó Harry—, ¿qué profecía es ésa?

No se le ocurría otra cosa que hacer que seguir hablando. El brazo de Neville se apretaba contra el suyo, y Harry lo notaba temblar; también percibía la acelerada respiración de otro de sus amigos en la nuca. Confiaba en que todos estuvieran esforzándose por encontrar una manera de salir de aquel apuro, porque él tenía la mente en blanco.

—¿Que qué profecía es ésa? —repitió Bellatrix, y la sonrisa burlona se borró de sus labios—. ¿Bromeas, Potter?

—No, no bromeo —respondió Harry, que pasó la mirada de un mortífago a otro buscando un punto débil, un hueco que les permitiera escapar—. ¿Para qué la quiere Voldemort?

Varios mortífagos soltaron débiles bufidos.

—¿Te atreves a pronunciar su nombre? —susurró Bellatrix.

—Sí —contestó Harry, y sujetó con fuerza la bola de cristal por si Bellatrix volvía a intentar arrebatársela—. Sí, no tengo ningún problema en decir Vol...

—¡Cierra el pico! —le ordenó Bellatrix—. Cómo te atreves a pronunciar su nombre con tus indignos labios, cómo te atreves a mancillarlo con tu lengua de sangre mestiza, cómo te atreves...

—¿Sabía usted que él también es un sangre mestiza? —preguntó Harry con temeridad. Hermione soltó un débil gemido—. Me refiero a Voldemort. Sí, su madre era bruja, pero su padre era muggle. ¿Acaso les ha contado que es un sangre limpia?

—¡DESMA..!

—¡NO!

Un haz de luz roja había salido del extremo de la varita mágica de Bellatrix Lestrange, pero Malfoy lo había desviado; el hechizo de Malfoy hizo que el de Bellatrix diera contra un estante, a un palmo hacia la izquierda de donde estaba Harry, y varias esferas de cristal se rompieron.

Dos figuras, nacaradas como fantasmas y fluidas como el humo, se desplegaron entre los trozos de cristal roto que habían caído al suelo, y ambas empezaron a hablar; sus voces se sobreponían una a otra, de modo que entre los gritos de Malfoy y Bellatrix sólo se oían fragmentos de la profecía.

—... el día del solsticio llegará un nuevo... —decía la figura de un anciano con barba.

—¡NO LO ATAQUES! ¡NECESITAMOS LA PROFECÍA!

—Se ha atrevido..., se atreve —chilló Bellatrix con incoherencia—. Este repugnante sangre mestiza... Míralo, ahí plantado...

—¡ESPERA HASTA QUE TENGAMOS LA PROFECÍA! —bramó Malfoy.

—... y después no habrá ninguno más... —dijo la figura de una mujer joven.

Las dos figuras que habían salido de las esferas rotas se disolvieron en el aire. Lo único que quedaba de ellas y de sus antiguos receptáculos eran unos trozos de cristal en el suelo. Sin embargo, aquellas figuras le habían dado una idea a Harry. El problema era cómo transmitírsela a los demás.

—No me han explicado ustedes todavía qué tiene de especial esta profecía que pretenden que les entregue —dijo para ganar tiempo mientras desplazaba lentamente un pie hacia un lado, buscando el de alguno de sus compañeros.

—No te hagas el listo con nosotros, Potter —le previno Malfoy.

—No me hago el listo —replicó él mientras concentraba la mente tanto en la conversación como en el tanteo del suelo. Y entonces encontró un pie y lo pisó. Una brusca inhalación a sus espaldas le indicó que se trataba del de Hermione.

—¿Qué? —susurró ella.

—¿Dumbledore nunca te ha contado que el motivo por el que tienes esa cicatriz estaba escondido en las entrañas del Departamento de Misterios? —inquirió Malfoy con sorna.

—¿Cómo? —se extrañó Harry, y por un momento se olvidó de su plan—. ¿Qué dice de mi cicatriz?

—¡¿Qué?! —susurró Hermione con impaciencia.

—¿Cómo puede ser? —continuó Malfoy regodeándose maliciosamente; los mortífagos volvieron a reír, y Harry aprovechó la ocasión para susurrarle a Hermione, sin apenas mover los labios:

—Destrozad... las estanterías...

—¿Dumbledore nunca te lo ha contado? —repitió Malfoy—. Claro, eso explica por qué no viniste antes, Potter, el Señor Tenebroso se preguntaba por qué...

—... cuando diga «ya»...

—... no viniste corriendo cuando él te mostró en tus sueños el lugar donde estaba escondida. Creyó que te vencería la curiosidad y que querrías escuchar las palabras exactas...

—¿Ah, sí? —dijo Harry. Entonces oyó, o más bien notó, cómo detrás de él Hermione pasaba el mensaje a los demás, y siguió hablando para distraer a los mortífagos—.Y quería que viniera a buscarla, ¿verdad? ¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió Malfoy, incrédulo y admirado—. Porque las únicas personas a las que se les permite retirar una profecía del Departamento de Misterios, Potter, son aquellas a las que se refiere la profecía, como descubrió el Señor Tenebroso cuando envió a otros a robarla.

—¿Y por qué quería robar una profecía que hablaba de mí?

—De los dos, Potter, hablaba de los dos... ¿Nunca te has preguntado por qué el Señor Tenebroso intentó matarte cuando eras un crío?

Harry miró fijamente las rendijas detrás de las que brillaban los grises ojos de Malfoy. ¿Era esa profecía la causa de que hubieran muerto sus padres, la causa de que él tuviera la cicatriz con forma de rayo en la frente? ¿Tenía la respuesta a esas preguntas en las manos?

—¿Que alguien hizo una profecía sobre Voldemort y sobre mí? —preguntó con un hilo de voz mirando a Lucius Malfoy, y sus dedos se apretaron contra la caliente esfera de cristal que tenía en las manos. No era mucho más grande que una snitch, y todavía estaba cubierta de polvo—. ¿Y me ha hecho venir a buscarla para él? ¿Por qué no venía y la cogía él mismo?

—¿Cogerla él mismo? —chilló Bellatrix mezclando las palabras con una sonora carcajada—. ¿Cómo iba a entrar el Señor Tenebroso en el Ministerio de la Magia, precisamente ahora que no quieren admitir que ha regresado? ¿Cómo iba a mostrarse el Señor Tenebroso ante los Aurores, ahora que pierden tan generosamente el tiempo buscando a mi querido primo?

—Ya, y les obliga a hacer a ustedes el trabajo sucio, ¿no? —se burló Harry—. Del mismo modo que envió a Sturgis a robarla, y a Bode, ¿verdad?

—Muy bien, Potter, muy bien... —dijo Malfoy lentamente—. Pero el Señor Tenebroso sabe que no eres ton...

—¡YA! —gritó entonces Harry.

¡REDUCTO! —gritaron cinco voces distintas detrás de Harry.

Cinco maldiciones salieron volando en cinco direcciones distintas, y las estanterías que tenían enfrente recibieron los impactos; la enorme estructura se tambaleó al tiempo que estallaban cientos de esferas de cristal y las figuras de blanco nacarado se desplegaban en el aire y se quedaban flotando; sus voces resonaban, procedentes de un misterioso y remoto pasado, entre el torrente de cristales rotos y madera astillada que caía al suelo.

—¡CORRED! —gritó Harry mientras las estanterías oscilaban peligrosamente y seguían cayendo esferas de cristal.

Agarró a Hermione por la túnica y tiró de ella hacia delante, a la vez que se cubría la cabeza con un brazo para protegerse de los trozos de madera y cristal que se les echaban encima. Un mortífago arremetió contra ellos en medio de la nube de polvo, y Harry le dio un fuerte codazo en la enmascarada cara; todos chillaban, se oían gritos de dolor y un fuerte estruendo, y las estanterías se derrumbaron en medio del eco de los fragmentos de profecías liberadas de las esferas.

Harry se dio cuenta de que tenía espacio libre para salir y vio que Ron, Ginny y Luna pasaban corriendo a su lado con los brazos sobre la cabeza; una cosa dura le golpeó en la mejilla, pero Harry agachó la cabeza y echó a correr. Una mano lo agarró por el hombro; entonces Harry oyó a Hermione gritar: «¡Desmaius!», y la mano lo soltó inmediatamente.

Estaban al final del pasillo número noventa y siete; Harry torció a la derecha y salió corriendo a toda velocidad mientras oía pasos a su espalda y la voz de Hermione, que apremiaba a Neville. Delante de Harry, la puerta por la que habían entrado estaba entreabierta, y él veía la centelleante luz de la campana de cristal. Agarrando con fuerza la profecía, pasó disparado por el umbral y esperó a que sus compañeros también lo cruzaran antes de cerrar.

¡Fermaportus! —gritó Hermione casi sin aliento, y la puerta se selló y produjo un extraño ruido de succión.

—¿Dónde... dónde están los demás? —preguntó Harry jadeando.

Creía que Ron, Luna y Ginny iban delante de ellos, y que estarían esperándolos en aquella habitación, pero allí no había nadie.

—¡Deben de haberse equivocado de camino! —susurró Hermione con el terror reflejado en la cara.

—¡Escuchad! —exclamó Neville.

Detrás de la puerta que acababan de sellar se oían gritos y pasos; Harry pegó una oreja para escuchar, y oyó que Lucius Malfoy gritaba:

—Dejad a Nott, ¡he dicho que lo dejéis! Sus heridas no serán nada para el Señor Tenebroso comparadas con perder esa profecía. ¡Jugson, ven aquí, tenemos que organizamos! Iremos por parejas y haremos un registro, y no lo olvidéis: no hagáis daño a Potter hasta que tengamos la profecía, pero a los demás podéis matarlos si es necesario. ¡Bellatrix, Rodolphus, id por la izquierda! ¡Crabbe, Rabastan, por la derecha! ¡Jugson, Dolohov, por esa puerta de ahí enfrente! ¡Macnair y Avery, por aquí! ¡Rookwood, por allí! ¡Mulciber, ven conmigo!

—¿Qué hacemos? —le preguntó Hermione a Harry temblando de pies a cabeza.

—Bueno, lo que no vamos a hacer es quedarnos aquí plantados esperando a que nos encuentren —contestó Harry—. Alejémonos de esta puerta.

Corrieron procurando no hacer ruido, pasaron junto a la brillante campana de cristal que contenía el pequeño huevo que se abría y se volvía a cerrar, y se dirigieron hacia la puerta del fondo que conducía a la sala circular. Cuando casi habían llegado, Harry oyó que algo grande y pesado chocaba contra la puerta que Hermione había sellado mediante un encantamiento.

—¡Aparta! —dijo una áspera voz—. ¡Alohomora!

La puerta se abrió y Harry, Hermione y Neville se escondieron debajo de unas mesas. Enseguida vieron acercarse el dobladillo de las túnicas de dos mortífagos que caminaban deprisa.

—Quizá hayan salido al vestíbulo —dijo la voz áspera.

—Mira debajo de las mesas —sugirió otra voz.

Harry observó que los mortífagos doblaban las rodillas, así que sacó la varita de debajo de la mesa y gritó:

¡DESMAIUS!

Un haz de luz roja dio contra el mortífago que tenía más cerca; éste cayó hacia atrás, chocó contra un reloj de pie y lo derribó. El segundo mortífago, sin embargo, se había apartado de un salto para esquivar el hechizo de Harry y apuntaba con su varita a Hermione, que salía arrastrándose de debajo de la mesa para poder apuntar mejor.

¡Avada...!

Entonces Harry se lanzó por el suelo y agarró por las rodillas al mortífago, que perdió el equilibrio y no pudo apuntar a Hermione. Neville volcó una mesa con las prisas por ayudar, y apuntando con furia al mortífago que forcejeaba con Harry, gritó: —¡EXPELLIARMUS!

La varita de Harry y la del mortífago saltaron de sus manos y fueron volando hacia la entrada de la Sala de las Profecías; Harry y su oponente se pusieron en pie y corrieron tras ellas; el mortífago iba delante, pero Harry le pisaba los talones, y Neville iba detrás, horrorizado por lo que acababa de hacer.

—¡Apártate, Harry! —gritó Neville, dispuesto a reparar el daño causado.

Harry se lanzó hacia un lado y su compañero volvió a apuntar y gritó: —¡DESMAIUS!

El haz de luz roja pasó justo por encima del hombro del mortífago y fue a parar contra una vitrina que había en la pared, llena de relojes de arena de diferentes formas; la vitrina cayó al suelo y se reventó, y trozos de cristal saltaron por los aires; luego se levantó, como accionada por un resorte, y se pegó de nuevo a la pared, perfectamente reparada; pero a continuación cayó de nuevo y se hizo añicos.

El mortífago, mientras tanto, había cogido su varita, que estaba en el suelo junto a la brillante campana de cristal. Cuando el individuo se dio la vuelta, Harry se escondió detrás de otra mesa, y como al mortífago se le había movido la máscara y no veía nada, se la quitó con la mano que tenía libre y gritó: —¡DES...!

¡DESMAIUS! —bramó entonces Hermione, que los había alcanzado.

Esa vez el haz de luz roja golpeó en medio del pecho al mortífago, que se quedó paralizado con los brazos en alto; entonces la varita se le cayó al suelo y él se derrumbó hacia atrás sobre la campana de cristal. Harry creyó que oiría un fuerte ¡CLONC! cuando el mortífago chocara contra el sólido cristal de la campana y resbalara por ella hasta desplomarse en el suelo, pero, en lugar de eso, la cabeza del hombre atravesó la superficie de la campana como si ésta fuera una pompa de jabón, y quedó tirado boca arriba sobre la mesa con la cabeza dentro de la campana llena de aquella relumbrante corriente de aire.

¡Accio varita! —gritó Hermione, y la varita de Harry salió volando de un oscuro rincón y fue a parar a la mano de la chica, que se la lanzó a su amigo.

—Gracias —dijo él—. Bueno, hemos de salir de...

—¡Cuidado! —exclamó Neville, horrorizado. Miraba la cabeza del mortífago, que seguía en el interior de la campana de cristal.

Los tres volvieron a levantar sus varitas, pero ninguno atacó: se quedaron contemplando, boquiabiertos y aterrados, lo que le ocurría a la cabeza de aquel hombre: se encogía muy deprisa y se estaba quedando calva; el negro cabello y la barba rala se replegaban hacia el interior del cráneo; las mejillas se volvían lisas, y el cráneo, redondeado, y se cubría de una pelusilla como de piel de melocotón[466]...

En aquel momento, el grueso y musculoso cuello del mortífago sostenía una cabeza de recién nacido, y el hombre intentaba levantarse; pero mientras los chicos lo observaban, estupefactos, la cabeza volvió a aumentar de tamaño y empezó a crecerle pelo en el cuero cabelludo y en la barbilla...

—Es el Tiempo —dijo Hermione, atemorizada—. El Tiempo...

El mortífago volvió a mover la fea cabeza intentando despejarse, pero antes de que pudiera levantarse, se le empezó a encoger otra vez hasta adoptar de nuevo la forma de la de un recién nacido...

Entonces oyeron gritar a alguien en una habitación cercana; luego, un estrépito y un chillido.

—¿RON? —gritó Harry, y apartó rápidamente la vista de la monstruosa transformación que tenía lugar ante ellos—. ¿GINNY? ¿LUNA?

—¡Harry! —gritó Hermione.

El mortífago había sacado la cabeza de la campana de cristal. Ofrecía un aspecto grotesco, pues su diminuta cabeza de bebé berreaba escandalosamente mientras agitaba los gruesos brazos en todas direcciones, y estuvo a punto de darle un golpe a Harry, que se agachó justo a tiempo. Harry levantó su varita mágica, pero para su sorpresa Hermione le sujetó el brazo.

—¡No puedes hacer daño a un bebé!

No había tiempo para discutir; Harry volvía a oír pasos, cada vez más fuertes, provenientes de la Sala de las Profecías, y comprendió, aunque demasiado tarde, que había cometido un error al gritar, porque había delatado su posición.

—¡Vamos! —dijo.

Dejaron al mortífago con cabeza de bebé tambaleándose detrás de ellos, y salieron por la puerta que estaba abierta en el otro extremo de la habitación, y que conducía a la sala circular negra.

Cuando habían recorrido la mitad de la habitación, a través de la puerta abierta Harry vio a otros dos mortífagos que entraban corriendo por la puerta negra e iban hacia ellos; entonces giró hacia la izquierda, entró precipitadamente en un despacho pequeño, oscuro y abarrotado, y en cuanto hubieron entrado Hermione y Neville, cerró.

¡Ferma...! —empezó a decir Hermione, pero antes de que pudiera terminar el hechizo, la puerta se abrió de par en par y los dos mortífagos irrumpieron en el despacho.

Ambos gritaron triunfantes:

¡IMPEDIMENTA!

Harry, Hermione y Neville cayeron hacia atrás; Neville se derrumbó sobre una mesa y desapareció de la vista; Hermione cayó sobre una estantería y recibió una cascada de gruesos libros encima; Harry se golpeó la parte posterior de la cabeza contra la pared de piedra que tenía detrás: unas luces diminutas aparecieron ante sus ojos y por un momento se quedó demasiado aturdido y mareado para reaccionar.

—¡YA LOS TENEMOS! —gritó el mortífago que estaba más cerca de él—. ¡ESTÁN EN UN DESPACHO[467] QUE HAY EN...!

¡Silencius! —gritó Hermione, y el hombre se quedó sin voz. Siguió moviendo los labios detrás del agujero de la máscara que tenía sobre la boca, pero no emitió ningún sonido. El otro mortífago lo apartó bruscamente.

¡Petrificus totalus! —gritó Harry cuando el segundo mortífago levantaba su varita. Los brazos y las piernas del hombre se pegaron y cayó de bruces sobre la alfombra que Harry tenía a sus pies, rígido como una tabla e incapaz de moverse.

—Bien hecho, Ha...

Pero el mortífago al que Hermione acababa de dejar mudo dio un repentino latigazo con la varita y un haz de llamas de color morado atravesó el pecho de Hermione. La chica soltó un débil: «¡Oh!» de sorpresa, se le doblaron las rodillas y se derrumbó. —¡HERMIONE!

Harry se arrodilló a su lado mientras Neville salía de debajo de la mesa y se arrastraba rápidamente hacia ella, con la varita en ristre. El mortífago lanzó una patada hacia la cabeza de Neville en cuanto éste se asomó, rompiendo por la mitad la varita del chico y acertándole en la cara. Neville soltó un aullido de dolor y retrocedió tapándose la boca y la nariz con ambas manos. Harry se volvió con la varita en alto y vio que el mortífago se había quitado la máscara y lo apuntaba; Harry reconoció la larga, pálida y contrahecha cara que había visto en El Profeta: era Antonin Dolohov, el mago que había matado a los Prewett.

Dolohov sonrió burlonamente. Con la mano que tenía libre, apuntó a la profecía que Harry seguía apretando en la mano; luego lo apuntó a él y seguidamente a Hermione. Aunque ya no podía hablar, el significado de aquellos gestos no podía estar más claro: «Dame la profecía, o correrás la misma suerte que ella...»

—¡Como si no nos fueran a matar de todos modos en cuanto les entregue esto! —exclamó Harry.

Harry percibía un silbido de pánico en el cerebro que le impedía pensar; tenía una mano sobre el hombro de Hermione, que todavía estaba caliente, aunque no se atrevía a mirarla a la cara. «Que no esté muerta, que no esté muerta, si se muere será culpa mía...»

—¡Haz lo que sea, Harry —urgió Neville con fiereza desde debajo de la mesa, y se quitó las manos del rostro, dejando al descubierto la nariz rota y la sangre que le chorreaba por la boca y la barbilla—, pero no se la des!

Entonces se oyó un estrépito detrás de la puerta y Dolohov giró la cabeza: el mortífago con cara de bebé había aparecido berreando en el umbral y seguía agitando desesperadamente los enormes puños mientras golpeaba todo lo que encontraba a su paso. Harry no desperdició aquella oportunidad.

—¡PETRIFICUS TOTALUS! —gritó. El hechizo golpeó a Dolohov antes de que éste pudiera neutralizarlo, y cayó hacia delante sobre su compañero, ambos rígidos como tablas e incapaces de moverse ni un milímetro.

—Hermione —dijo Harry entonces, zarandeándola, mientras el mortífago con cabeza de recién nacido se alejaba de nuevo dando tumbos—. Despierta, Hermione...

—¿Qué le ha hecho? —preguntó Neville; salió arrastrándose de debajo de la mesa y se arrodilló al otro lado de Hermione. Al chico le chorreaba sangre por la nariz, que se hinchaba por momentos. —No lo sé...

Neville cogió una de las muñecas de Hermione.

—Todavía tiene pulso, Harry, estoy seguro.

Harry sintió una oleada de alivio, tan intensa que al principio se mareó.

—¿Está viva?

—Sí, creo que sí.

Se callaron un momento; Harry aguzó el oído por si se oían más pasos, pero sólo percibió los gemidos y los topetazos[468] del mortífago con cabeza de bebé en la habitación de al lado.

—Neville, no estamos muy lejos de la salida —dijo Harry en un susurro—, estamos justo al lado de la sala circular... Si consiguieras llegar hasta allí y encontrar la puerta de salida antes de que lleguen más mortífagos, podrías llevar a Hermione por el pasillo hasta el ascensor... Y entonces podrías buscar a alguien..., dar la alarma...

—¿Y qué vas a hacer tú? —preguntó Neville secándose la sangrante nariz con la manga y mirando ceñudo a su compañero.

—Yo tengo que encontrar a los otros —contestó Harry.

—Quiero ayudarte a buscarlos —dijo Neville con firmeza.

—Pero Hermione...

—Podemos llevarla con nosotros —propuso Neville sin vacilar—. Puedo llevarla yo, tú eres más hábil con la varita...

Se incorporó y agarró a Hermione por un brazo, sin dejar de mirar con fiereza a Harry, que todavía dudaba; entonces Harry la agarró por el otro brazo y ayudó a Neville a colgarse el cuerpo inerte de Hermione sobre los hombros. —Espera —dijo Harry recuperando del suelo la varita de Hermione y poniéndosela a Neville en la mano—, será mejor que cojas esto.

Neville apartó de una patada los trozos de su varita y echaron a andar despacio hacia la puerta.

—Mi abuela me matará —afirmó Neville con voz pastosa escupiendo sangre al hablar—; ésa era la varita de mi padre.

Harry asomó cautelosamente la cabeza por la puerta y echó un vistazo alrededor. El mortífago con cabeza de bebé chillaba y se daba golpes contra todo, derribaba relojes de pie y volcaba mesas; se desgañitaba y parecía confuso, mientras la vitrina seguía cayendo, destrozándose y reparándose por sí sola una y otra vez, por lo que Harry dedujo que debía de contener giratiempos.

—No nos verá —susurró—. Vamos, pégate a mí... Salieron con sigilo del despacho y fueron hacia la puerta que conducía a la sala circular negra, que parecía completamente desierta. Avanzaron unos pasos; Neville se tambaleaba un poco a causa del peso de Hermione. La puerta de la Estancia del Tiempo se cerró tras ellos y la pared empezó a rotar otra vez. Harry estaba un poco mareado del golpe que se había dado en la cabeza, así que entornó los ojos y notó que oscilaba ligeramente, hasta que la pared dejó de moverse. Entonces vio que las equis luminosas que Hermione había trazado en las puertas habían desaparecido, y se le cayó el alma a los pies.

—¿Tú por dónde crees que...?

Pero antes de que pudieran decidir por qué puerta iban a intentar salir, se abrió de par en par una que había a la derecha y por ella entraron tres personas dando traspiés.

—¡Ron! —exclamó Harry, y corrió hacia ellos—. Ginny... ¿Estáis todos...?

—Harry —dijo Ron con una risita; se abalanzó sobre él, lo agarró por la túnica y lo miró como si no pudiera enfocar bien su cara—, estás aquí. ¡Ji, ji, ji! ¡Qué raro estás, Harry, vas muy despeinado!

Ron estaba muy pálido y le goteaba una sustancia oscura por una comisura de la boca. Entonces se le doblaron las rodillas, y al estar todavía agarrado a la túnica de Harry, éste se inclinó por la cintura como si hiciera una reverencia.

—Ginny —dijo Harry con temor—. ¿Qué ha pasado? Pero Ginny movió la cabeza de un lado a otro y resbaló por la pared hasta quedar sentada en el suelo, al tiempo que jadeaba y se sujetaba un tobillo.

—Creo que se ha roto el tobillo; he oído un crujido —susurró Luna, que se había agachado a su lado; era la única que parecía ilesa—. Cuatro mortífagos nos han perseguido hasta una habitación oscura llena de planetas; era un sitio muy raro, a veces nos quedábamos flotando en la oscuridad.

—¡Hemos visto Urano de cerca, Harry! —exclamó Ron, que seguía riendo débilmente—. ¿Me has oído, Harry? Hemos visto Urano. ¡Ji, ji, ji!

Una burbuja de sangre se infló en la comisura de la boca de Ron, por donde le goteaba aquella sustancia oscura, y explotó poco después.

—Uno de los mortífagos ha agarrado a Ginny por el tobillo —prosiguió Luna—; he utilizado la maldición reductora y le he lanzado Plutón a la cara, pero...

Luna señaló a Ginny, que respiraba entrecortadamente y mantenía los ojos cerrados.

—¿Y a Ron qué le ha pasado? —preguntó Harry atemorizado; su amigo seguía riendo tontamente, colgado de la túnica de Harry.

—No sé qué le han hecho —respondió Luna con tristeza—, pero se comporta de una forma muy extraña; me ha costado lo mío traerlo hasta aquí.

—Harry —continuó Ron sin parar de reír, y tiró de él hacia abajo hasta que la oreja de éste le quedó a la altura de la boca—, ¿sabes quién es ésta, Harry? Es Lunática, Lunática Lovegood, ¡ji, ji, ji!

—Tenemos que salir de aquí como sea —dijo Harry con firmeza—. Luna, ¿puedes ayudar a Ginny?

—Sí —contestó la chica, y se colocó la varita mágica detrás de una oreja. A continuación, rodeó a Ginny por la cintura y la levantó del suelo.

—¡Sólo me duele un poco el tobillo, puedo levantarme yo sola! —protestó Ginny, pero al cabo de un momento se cayó hacia un lado y tuvo que sujetarse a Luna. Harry se colocó el brazo de Ron sobre los hombros, como meses atrás había hecho con el de Dudley, y miró a su alrededor: tenían una posibilidad entre doce de encontrar la salida correcta a la primera.

Arrastró a Ron hacia una puerta, y estaban sólo a unos palmos de alcanzarla cuando otra se abrió de repente en el lado opuesto de la sala y por ella entraron tres mortífagos. Bellatrix Lestrange iba en cabeza.

—¡Están aquí! —gritó la mortífaga.

Los mortífagos lanzaron varios hechizos aturdidores; Harry entró apresuradamente por la puerta que tenía enfrente, se liberó sin miramientos de Ron y volvió sobre sus pasos para ayudar a Neville a que entrara a Hermione. Cruzaron todos el umbral justo a tiempo para cerrarle la puerta en las narices a Bellatrix.

¡Fermaportus! —gritó Harry, y oyó cómo tres cuerpos, al otro lado, chocaban contra la puerta.

—¡No importa! —exclamó una voz de hombre—. ¡Hay otras entradas! ¡LOS TENEMOS, ESTÁN AQUÍ!

Harry se dio la vuelta; volvían a estar en la Estancia de los Cerebros, y efectivamente, también allí había varias puertas. Enseguida oyó pasos en la sala circular: otros mortífagos llegaban para sumarse a los primeros.

—¡Luna, Neville, ayudadme!

Los tres recorrieron la habitación y sellaron una a una las puertas; Harry chocó contra una mesa y rodó por encima de ella con las prisas por llegar a la siguiente puerta.

¡Fermaportus!

Se oían pasos que corrían por detrás de las puertas, y de vez en cuando algún cuerpo se lanzaba con fuerza contra una de ellas y la hacía crujir y temblar; Luna y Neville, mientras tanto, encantaban las puertas de la pared de enfrente. Entonces, cuando Harry llegó al final de la habitación, oyó que Luna gritaba:

¡Ferma... aaaaaaah!

Se volvió y la vio saltar por los aires mientras cinco mortífagos entraban en la habitación por la puerta que ella no había logrado cerrar a tiempo. Luna chocó contra una mesa, resbaló por su superficie y cayó al suelo por el otro lado, donde se quedó desmadejada, tan quieta como Hermione.

—¡Coged a Potter! —chilló Bellatrix, y corrió hacia él; Harry la esquivó y salió disparado hacia el otro extremo de la habitación; estaría a salvo mientras los mortífagos temieran destrozar la profecía.

—¡Eh! —gritó Ron, que se había puesto en pie y avanzaba dando tumbos hacia Harry, sin parar de reír—. ¡Eh, Harry, ahí hay cerebros, ji, ji, ji! Qué raro, ¿verdad, Harry?

—Quítate de en medio, Ron, agáchate...

Pero Ron apuntaba al tanque con su varita.

—En serio, Harry, son cerebros. Mira, ¡accio cerebro!

La escena se detuvo momentáneamente. Harry, Ginny, Neville y los mortífagos se dieron la vuelta instintivamente para observar el tanque, y vieron que un cerebro salía como un pez volador del líquido verde: en un primer momento se quedó suspendido en el aire, pero a continuación se dirigió volando hacia Ron, mientras giraba sobre sí mismo, y unas cintas de algo que parecían imágenes en movimiento salieron despedidas de él, desenrollándose como rollos de película.

—¡Ji, ji, ji! Mira, Harry—dijo Ron contemplando cómo el cerebro desparramaba sus llamativas tripas por el aire—. Ven a tocarlo, Harry, seguro que tiene un tacto genial...

—¡NO, RON!

Harry ignoraba qué podía pasar si Ron tocaba los tentáculos de pensamiento que volaban detrás del cerebro, pero estaba convencido de que no podía ser nada bueno. Corrió enseguida hacia donde se encontraba su amigo, pero éste ya había atrapado el cerebro con ambas manos.

En cuanto entraron en contacto con su piel, los tentáculos empezaron a enroscarse en los brazos de Ron como si fueran cuerdas.

—Harry, mira lo que está pasan... No... no... no me gusta... No... basta... ¡Basta!

Las delgadas cintas se enrollaron alrededor del tórax de Ron, que tiraba de ellas, pero sin lograr impedir que el cerebro se aferrara a él como un pulpo.

¡Diffindo! —gritó Harry tratando en vano de cortar los tentáculos que se enrollaban con fuerza alrededor del cuerpo de Ron ante sus ojos. Este cayó al suelo e intentó librarse de sus ataduras.

—¡Lo va a asfixiar, Harry! —gritó Ginny, que seguía en el suelo sin poder moverse por culpa del tobillo roto. Entonces un haz de luz roja salió de la varita de uno de los mortífagos y le dio de lleno en la cara. Ginny se desplomó hacia un lado y quedó inconsciente.

¡DESMAIUS! —gritó Neville mientras agitaba la varita de Hermione hacia los mortífagos que se aproximaban—. ¡DESMAIUS, DESMAIUS!

Pero no pasó nada.

Otro mortífago lanzó un hechizo aturdidor a Neville y falló por los pelos. En ese momento, Harry y Neville eran los únicos que seguían luchando contra cinco mortífagos, dos de los cuales les lanzaban haces de luz plateada como flechas que no daban en el blanco, pero dejaban cráteres en la pared, detrás de los chicos. Bellatrix Lestrange echó a correr hacia Harry, que salió disparado levantando la mano con la que sujetaba la profecía y se dirigió hacia el otro extremo de la habitación; lo único que se le ocurría era alejar a los mortífagos de sus amigos.

Por lo visto, su plan había funcionado: los mortífagos lo persiguieron y derribaron sillas y mesas, pero sin atreverse a atacarlo por si dañaban la profecía, y Harry salió a toda velocidad por la única puerta que seguía abierta, aquella por la que habían entrado los mortífagos, confiando en que Neville se quedase con Ron y encontrase la forma de librarlo del cerebro. Entró en la siguiente habitación e inmediatamente notó que el suelo desaparecía bajo sus pies...

Cayó rodando por los altos escalones de piedra, rebotó en cada uno de ellos hasta llegar al final y allí sufrió un fuerte impacto que le cortó la respiración. Quedó tumbado boca arriba en el foso donde se alzaba el arco sobre su tarima.

Las risas de los mortífagos resonaban en la sala. Harry miró hacia arriba y vio que los cinco que lo habían perseguido desde la Estancia de los Cerebros bajaban hacia donde él se hallaba, mientras muchos mortífagos más entraban por diferentes puertas y empezaban a saltar de una grada a otra. Harry se levantó del suelo, aunque le temblaban tanto las piernas que apenas lo sostenían. Aún tenía la profecía, intacta, en la mano izquierda, y la varita fuertemente agarrada con la derecha. Era un milagro que la esfera de cristal no se hubiera roto. Retrocedió mientras miraba a su alrededor intentando mantener a todos los mortífagos dentro de su campo visual. Entonces dio con la parte de atrás de las piernas contra algo sólido: había llegado a la tarima donde estaba el arco. Sin girarse, subió a ella.

Los mortífagos se habían quedado quietos y lo miraban. Algunos jadeaban tanto como Harry. Había uno que sangraba mucho; Dolohov, libre ya de la maldición de la inmovilidad total, reía socarronamente mientras apuntaba a la cara de Harry con su varita mágica.

—Se acabó la carrera, Potter —dijo Lucius Malfoy arrastrando las palabras, y se quitó la máscara—. Ahora sé bueno y entrégame la profecía.

—¡Deje... deje marchar a los demás y se la daré! —exclamó Harry, desesperado.

Unos cuantos mortífagos rieron.

—No estás en situación de negociar, Potter —replicó Lucius Malfoy, y el placer que sentía hizo que el rubor coloreara su pálido rostro—. Verás, nosotros somos diez, y tú estás solo... ¿Acaso Dumbledore no te ha enseñado a contar?

—¡No está solo! —gritó una voz en la parte más alta de la sala—. ¡Todavía me tiene a mí!

A Harry le dio un vuelco el corazón: Neville bajaba como podía hacia ellos por los escalones de piedra, con la varita mágica de Hermione firmemente agarrada con una temblorosa mano.

—No, Neville, no... Vuelve con Ron...

¡DESMAIUS! —volvió a gritar Neville apuntando uno a uno a los mortífagos con la varita—. ¡DESMAIUS! ¡DESMA.!.

Uno de los mortífagos más corpulentos agarró a Neville por detrás, le sujetó los brazos y lo inmovilizó. Neville forcejeaba y daba patadas; los mortífagos reían.

—Ése es Longbottom, ¿verdad? —preguntó Lucius Malfoy con desdén—. Bueno, tu abuela ya está acostumbrada a perder a miembros de la familia a favor de nuestra causa... Tu muerte no la sorprenderá demasiado.

—¿Longbottom? —repitió Bellatrix, y una sonrisa verdaderamente repugnante se dibujó en su descarnado rostro—. Vaya, yo tuve el placer de conocer a tus padres, chico.

—¡Ya lo sé! —rugió Neville, y forcejeó con tanto ímpetu para intentar soltarse de su captor que el mortífago gritó:

—¡Que alguien lo aturda!

—No, no, no —repitió Bellatrix, que estaba extasiada; miró arrebatada a Harry y luego a Neville—. No, vamos a ver cuánto tarda Longbottom en derrumbarse como sus padres... A menos que Potter quiera entregarnos la profecía.

—¡NO SE LA DES! —bramó Neville, que estaba fuera de sí, dando patadas y retorciéndose mientras Bellatrix se le acercaba con la varita en alto—. ¡NO SE LA DES POR NADA DEL MUNDO, HARRY!

Bellatrix levantó la varita y exclamó:

¡Crucio!

Neville soltó un aullido y encogió las piernas hacia el pecho, de modo que el mortífago que lo sujetaba tuvo que mantenerlo en el aire unos instantes. Luego el hombre soltó a Neville, que cayó al suelo mientras se retorcía y chillaba de dolor.

—¡Eso no ha sido más que un aperitivo! —exclamó Bellatrix al tiempo que levantaba de nuevo la varita. Neville dejó de chillar y se quedó tumbado a sus pies, sollozando. La mortífaga se dio la vuelta y miró a Harry—. Y ahora, Potter, danos la profecía o tendrás que contemplar la lenta muerte de tu amiguito.

Esta vez Harry no tuvo que pensar: no le quedaba alternativa. Estiró el brazo y les tendió la profecía, que se había calentado con el calor de sus manos. Lucius Malfoy se adelantó para cogerla.

Pero entonces, de repente, en la parte más elevada de la sala se abrieron dos puertas y cinco personas entraron corriendo en la sala: Sirius, Lupin, Moody, Tonks y Kingsley.

Malfoy se volvió y levantó la varita, pero Tonks ya le había lanzado un hechizo aturdidor. Harry no esperó a ver si había dado en el blanco, sino que saltó de la tarima y se apartó con rapidez. Los mortífagos estaban completamente distraídos con la aparición de los miembros de la Orden, que los acribillaban a hechizos desde arriba mientras descendían por las gradas hacia el foso. Entre cuerpos que corrían y destellos luminosos, Harry vio que Neville se arrastraba por el suelo, así que esquivó otro haz de luz roja y se tiró a tierra para llegar hasta donde estaba su amigo.

—¿Estás bien? —le gritó mientras un hechizo pasaba rozándoles la cabeza.

—Sí —contestó Neville, e intentó incorporarse.

—¿Y Ron?

—Creo que está bien. Cuando lo he dejado seguía peleando con el cerebro.

En ese momento, un hechizo dio contra el suelo entre ellos dos, produjo una explosión y dejó un cráter justo donde Neville tenía la mano hasta unos segundos antes. Ambos se alejaron de allí arrastrándose; pero entonces un grueso brazo salió de la nada, agarró a Harry por el cuello y tiró de él hacia arriba. Harry apenas tocaba el suelo con las puntas de los pies.

—¡Dámela! —le gruñó una voz al oído—. ¡Dame la profecía!

El hombre le apretaba el cuello con tanta fuerza que Harry no podía respirar. Con los ojos llorosos, vio que Sirius se batía con un mortífago a unos tres metros de distancia; Kingsley peleaba contra dos a la vez; Tonks, que todavía no había llegado al pie de las gradas, le lanzaba hechizos a Bellatrix. Por lo visto, nadie se había dado cuenta de que Harry se estaba muriendo. Entonces dirigió la varita mágica hacia atrás, hacia el costado de su agresor, pero no le quedaba aliento para pronunciar un conjuro y el hombre buscaba con la mano que tenía libre la mano de Harry que sujetaba la profecía.

—¡AAAAHHHH! —oyó de pronto.

Neville también había surgido de la nada e, incapaz de pronunciar un hechizo, le había clavado con todas sus fuerzas la varita de Hermione al mortífago en una de las rendijas de la máscara. El hombre soltó a Harry de inmediato y profirió un aullido de dolor. Harry se dio la vuelta, lo miró y dijo, casi sin aliento:

¡DESMAIUS!

El mortífago se desplomó hacia atrás y la máscara le resbaló por la cara: era Macnair, el que había intentado matar a Buckbeak. Tenía un ojo hinchado e inyectado en sangre.

—¡Gracias! —le dijo Harry a Neville, y enseguida tiró de él hacia sí, pues Sirius y su mortífago pasaban a su lado dando bandazos y peleando[469] tan encarnizadamente que sus varitas no eran más que una mancha borrosa.

Entonces Harry tocó con el pie algo redondo y duro y resbaló. Al principio creyó que se le había caído la profecía, pero entonces vio que el ojo mágico de Moody rodaba por el suelo.

Su propietario estaba tumbado sobre un costado sangrando por la cabeza, y su agresor arremetía en ese momento contra Harry y Neville: era Dolohov, a quien el júbilo crispaba el alargado y pálido rostro.

¡Tarantallegra! —gritó apuntando con la varita a Neville, cuyas piernas empezaron de pronto a bailar una especie de frenético claque que le hizo perder el equilibrio y caer de nuevo al suelo—. Bueno, Potter...

Entonces realizó con la varita el mismo movimiento cortante que había utilizado con Hermione, pero Harry gritó:

¡Protego!

Notó que algo que parecía un cuchillo desafilado le golpeaba la cara; el impacto lo empujó hacia un lado y fue a caer sobre las convulsas piernas de Neville, aunque el encantamiento escudo había detenido en gran medida el hechizo.

Dolohov volvió a levantar la varita.

¡Accio profe...! —exclamó, pero entonces Sirius surgió de improviso, empujando a Dolohov con el hombro y desplazándolo varios metros.

La esfera había vuelto a resbalar hasta las yemas de los dedos de Harry, pero él había conseguido sostenerla. En esos momentos, Sirius y Dolohov peleaban; sus varitas brillaban como espadas, y por sus extremos salían despedidas chispas.

Dolohov llevó la varita hacia atrás para repetir aquel movimiento cortante que había empleado contra Harry y Hermione, pero entonces Harry se levantó de un brinco y gritó:

¡Petrificus totalus!

Una vez más, las piernas y los brazos de Dolohov se juntaron y el mortífago cayó hacia atrás desplomándose en el suelo con un fuerte estruendo.

—¡Bien hecho! —gritó Sirius, y le hizo agachar la cabeza al ver que un par de hechizos aturdidores volaban hacia ellos—. Ahora quiero que salgas de...

Volvieron a agacharse, pues un haz de luz verde había pasado rozando a Sirius. Harry vio que Tonks se precipitaba desde la mitad de las gradas, y su cuerpo inerte golpeó los bancos de piedra mientras Bellatrix, triunfante, volvía al ataque.

—¡Harry, sujeta bien la profecía, coge a Neville y corre! —gritó Sirius, y fue al encuentro de Bellatrix. Harry no vio lo que pasó a continuación, pero ante su vista apareció Kingsley que, aunque se tambaleaba, estaba peleando con Rookwood, quien ya no llevaba la máscara y tenía el marcado rostro al descubierto. Otro haz de luz verde pasó rozándole la cabeza a Harry, que se lanzó hacia Neville... —¿Puedes tenerte en pie? —le chilló al oído mientras las piernas de su amigo se sacudían y se retorcían incontroladamente—. Ponme un brazo alrededor de los hombros...

Neville obedeció, y Harry tiró de él. Las piernas de Longbottom seguían moviéndose en todas direcciones y no lo sostenían; entonces un hombre se abalanzó sobre ellos y ambos cayeron hacia atrás. Neville se quedó boca arriba agitando las piernas como un escarabajo que se ha dado la vuelta, y Harry, con el brazo izquierdo levantado intentando impedir que se rompiera la pequeña bola de cristal.

—¡La profecía! ¡Dame la profecía, Potter! —gruñó la voz de Lucius Malfoy en su oído, y Harry notó la punta de una varita clavándosele entre las costillas.

—¡No! ¡Suélteme! ¡Neville! ¡Cógela, Neville!

Harry echó a rodar la esfera y Neville giró sobre la espalda, la atrapó y se la sujetó con fuerza contra el pecho. Malfoy apuntó con la varita a Neville, pero Harry lo apuntó a él con la suya por encima del hombro y gritó:

¡Impedimenta!

Malfoy se separó inmediatamente de Harry y éste se levantó, se dio la vuelta y vio que Malfoy chocaba contra la tarima sobre la que Sirius y Bellatrix se batían en duelo. Malfoy volvió a apuntar con la varita a Harry y Neville, pero antes de que pudiera tomar aliento para atacar, Lupin, de un salto, se había colocado entre Lucius y los dos chicos.

—¡Harry, recoge a los otros y sal de aquí!

Harry agarró a Neville de la túnica por un hombro y lo subió al primer banco de piedra de las gradas; las piernas de su compañero se sacudían, daban patadas y no lo sostenían en pie; Harry tiró de nuevo de él con todas sus fuerzas y subieron otro escalón...

Entonces un hechizo golpeó el banco de piedra donde Harry tenía apoyados los pies; el banco se vino abajo y él cayó al escalón inferior. Neville también cayó al suelo, sin dejar de agitar las piernas, y se metió la profecía en el bolsillo.

—¡Vamos! —gritó Harry, desesperado, tirando de la túnica de Neville—. Intenta empujar con las piernas...

Dio otro fuerte tirón y la túnica de Neville se descosió por la costura izquierda. La pequeña esfera de cristal soplado se le salió del bolsillo y, antes de que alguno de los dos pudiera atraparla, Neville la golpeó sin querer con un pie. La profecía saltó por los aires unos tres metros y chocó contra el escalón inferior. Harry y Neville se quedaron mirando el lugar donde se había roto, horrorizados por lo que acababa de pasar, y vieron que una figura de un blanco nacarado con ojos inmensos se elevaba flotando. Ellos dos eran los únicos que la veían. Harry observó que la figura movía la boca, pero con la cantidad de golpes, gritos y aullidos que se producían a su alrededor, no pudo oír ni una sola palabra de lo que decía. Finalmente, la figura dejó de hablar y se disolvió en el aire.

—¡Lo siento, Harry! —gritó Neville, muy angustiado, y siguió agitando las piernas—. Lo siento, Harry, no quería...

—¡No importa! —gritó él—. Intenta mantenerte en pie, hemos de salir de...

—¡Dumbledore! —exclamó entonces Neville, sudoroso, mirando embelesado por encima del hombro de Harry. —¿Qué?

—¡DUMBLEDORE!

Harry se volvió y dirigió la vista hacia donde miraba su amigo. Justo encima de ellos, enmarcado por el umbral de la Estancia de los Cerebros, estaba Albus Dumbledore, con la varita en alto, pálido y encolerizado. Harry sintió una especie de descarga eléctrica que recorrió cada partícula de su cuerpo. ¡Estaban salvados!

Dumbledore bajó a toda prisa los escalones pasando junto a Neville y Harry, que ya no pensaban en salir de allí. Dumbledore había llegado al pie de las gradas cuando los mortífagos que estaban más cerca se percataron de su presencia y avisaron a gritos a los demás. Uno de ellos intentó huir trepando como un mono por los escalones del lado opuesto a donde se encontraban. Sin embargo, el hechizo de Dumbledore lo hizo retroceder con una facilidad asombrosa, como si lo hubiera pescado con una caña invisible.

Sólo había una pareja que seguía luchando; al parecer no se habían dado cuenta de que había llegado Dumbledore. Harry vio que Sirius esquivaba el haz de luz roja de Bellatrix y se reía de ella.

—¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor! —le gritó Sirius, y su voz resonó por la enorme y tenebrosa habitación. El segundo haz le acertó de lleno en el pecho. Él no había dejado de reír del todo, pero abrió mucho los ojos, sorprendido.

Harry soltó a Neville, aunque sin darse cuenta de que lo hacía. Volvió a bajar por las gradas y sacó su varita mágica al tiempo que Dumbledore también se volvía hacia la tarima.

Dio la impresión de que Sirius tardaba una eternidad en caer: su cuerpo se curvó describiendo un majestuoso círculo, y en su caída hacia atrás atravesó el raído velo que colgaba del arco.

Harry vio la expresión de miedo y sorpresa del consumido rostro de su padrino, antes apuesto, mientras caía por el viejo arco y desaparecía detrás del velo, que se agitó un momento como si lo hubiera golpeado una fuerte ráfaga de viento y luego quedó como al principio.

Entonces Harry oyó el grito de triunfo de Bellatrix Lestrange, pero comprendió que no significaba nada: Sirius sólo había caído a través del arco y aparecería al otro lado en cuestión de segundos...

Sin embargo, Sirius no reapareció.

—¡SIRIUS! —gritó Harry—. ¡SIRIUS!

Harry había llegado al fondo del foso respirando entrecortadamente. Sirius debía estar tras el velo; Harry iría y lo ayudaría a levantarse...

Pero cuando llegó al suelo y corrió hacia la tarima, Lupin lo rodeó con los brazos y lo retuvo.

—No puedes hacer nada, Harry...

—¡Vamos a buscarlo, tenemos que ayudarlo, sólo ha caído al otro lado del arco!

—Es demasiado tarde, Harry.

—No, todavía podemos alcanzarlo... —Harry luchó con todas sus fuerzas, pero Lupin no lo soltaba.

—No puedes hacer nada, Harry, nada. Se ha ido.


El único al que temió

 

 

—¡No se ha ido! —bramó Harry.

No lo creía; no quería creerlo. Harry seguía forcejeando con Lupin con toda la fuerza que le quedaba, pero Lupin no lo entendía: había gente escondida detrás de aquella especie de cortina. Harry la había oído susurrar la primera vez que había entrado en la habitación. Sirius estaba escondido, sencillamente, estaba oculto detrás del velo...

—¡SIRIUS! —gritó—. ¡SIRIUS!

—No puede volver, Harry —insistió Lupin; la voz se le quebraba mientras intentaba retener al chico—. No puede volver, porque está m...

—¡NO ESTÁ MUERTO! —rugió Harry—. ¡SIRIUS!

Alrededor de Harry reinaba una gran agitación y surgían destellos de nuevos hechizos; pero era un bullicio sin sentido. Aquel ruido no tenía ningún significado para él porque ya no le importaban las maldiciones desviadas que pasaban volando a su lado, no le importaba nada; lo único que le interesaba era que Lupin dejara de fingir que Sirius, que estaba al otro lado del viejo velo tan sólo a unos palmos de ellos, no saldría de allí en cualquier momento, echándose hacia atrás el pelo negro, deseoso de volver a entrar en combate.

Lupin alejó a Harry de la tarima, pero él, que no apartaba los ojos del arco, no entendía por qué Sirius lo hacía esperar tanto, y empezaba a enfadarse...

Sin embargo, mientras seguía intentando soltarse de Lupin, a Harry se le ocurrió pensar que hasta entonces su padrino nunca lo había hecho esperar. Su padrino siempre lo había arriesgado todo para verlo, para ayudarlo. La única explicación posible a que Sirius no saliese de detrás del arco cuando Harry lo llamaba a voz en grito, como si su vida dependiera de ello, era que no podía regresar, que era verdad que estaba...

Dumbledore tenía a casi todos los otros mortífagos agrupados en el centro de la sala, aparentemente inmovilizados mediante cuerdas invisibles; Ojoloco Moody había cruzado la sala arrastrándose hasta donde estaba tirada Tonks e intentaba reanimarla; detrás de la tarima todavía se producían destellos de luz, gruñidos y gritos: Kingsley había ido hasta allí para relevar a Sirius en el duelo con Bellatrix.

—Harry...

Neville había bajado uno a uno los bancos de piedra hasta llegar a donde estaba su compañero, que ya no peleaba con Lupin, quien de todos modos segu&iacu


Date: 2015-12-11; view: 478


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