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Ministro de la Magia 10 page

Éste paró en seco. Harry sólo veía la parte de atrás de su calva entre el bosque de patas de sillas que tenía delante.

—El amo nunca dice al pobre Kreacher adonde va —contestó el elfo.

—¡Pero tú lo sabes! ¿Verdad? ¡Tú sabes dónde está!

Se produjo un breve silencio; entonces el elfo rió socarronamente.

—¡El amo nunca regresará del Departamento de Misterios! —afirmó alegremente—. ¡Kreacher y su dueña se han quedado solos otra vez! —exclamó, y siguió andando y se escabulló por la puerta que conducía al vestíbulo.

—¡Te voy a...!

Pero antes de que pudiera concretar su amenaza, Harry notó un fuerte dolor en la coronilla; tragó un montón de ceniza y, atragantándose, notó que lo arrastraban hacia atrás a través de las llamas, hasta que, con espantosa brusquedad, se encontró mirando la ancha y pálida cara de la profesora Umbridge, que lo había sacado de la chimenea tirándole del pelo y en ese momento le echaba el cuello hacia atrás cuanto podía, como si fuera a degollarlo.

—¿Creías que después de dos escarbatos —dijo en un susurro tirando un poco más de la cabeza de Harry, de modo que éste se quedó contemplando el techo— iba a permitir que otra inmunda y carroñera criatura entrara en mi despacho sin que yo lo supiera? Cuando entró el último, puse hechizos sensores de sigilo en la puerta de mi despacho, idiota. Quítale la varita —le gritó a alguien a quien Harry no podía ver, y notó que una mano hurgaba en el bolsillo interior de su túnica y sacaba su varita—. Y no te olvides de ella. —Harry oyó una refriega junto a la puerta y comprendió que a Hermione también se la habían arrebatado—. Quiero saber qué hacíais en mi despacho —dijo la profesora Umbridge agitando el puño con que le sujetaba el pelo a Harry, de modo que éste se tambaleó.

—¡Quería... recuperar mi Saeta de Fuego! —repuso Harry con voz ronca.

—Mentira. —La profesora volvió a zarandearlo—. Tu Saeta de Fuego está custodiada en las mazmorras, como sabes muy bien, Potter. Tenías la cabeza dentro de mi chimenea. ¿Con quién te estabas comunicando?

—Con nadie —contestó Harry, e intentó soltarse, notando cómo varios cabellos se le desprendían del cuero cabelludo.

—¡Mentira! —gritó la profesora Umbridge.

Le dio un empujón, y Harry chocó contra la mesa. Ahora veía a Hermione, a quien Millicent Bulstrode inmovilizaba contra la pared. Malfoy estaba apoyado en el alféizar de la ventana sonriendo mientras lanzaba la varita mágica de Harry al aire y la recuperaba con una mano.



A continuación se produjo un alboroto al otro lado de la puerta, y entonces entraron varios corpulentos alumnos de Slytherin que arrastraban a Ron, Ginny, Luna y, para sorpresa de Harry, Neville, a quien Crabbe había hecho una llave y llevaba tan sujeto[451] por el cuello que parecía a punto de ahogarse. Los habían amordazado a los cuatro.

—Los tenemos a todos —anunció Warrington, y empujó bruscamente a Ron hacia el centro del despacho—. Éste —dijo hincándole un grueso dedo a Neville en el pecho— ha intentado impedir que agarrara a ésa —señaló a Ginny, que pretendía pegar patadas en la espinilla a[452] la robusta alumna de Slytherin que la sujetaba—, así que lo hemos cogido también.

—Estupendo —dijo la profesora Umbridge mientras contemplaba los forcejeos de Ginny—. Muy bien, veo que dentro de poco ya no quedará ni un solo Weasley en Hogwarts.

Malfoy, adulador, rió con ganas. Umbridge dibujó su ancha y displicente sonrisa y se sentó en una butaca de chintz; miraba a sus prisioneros pestañeando, como un sapo sobre un parterre de flores.

—Muy bien, Potter —comenzó—. Has colocado vigilantes alrededor de mi despacho y has enviado a ese payaso —señaló con la cabeza a Ron, y Malfoy rió aún más fuerte— para que me dijera que el poltergeist estaba provocando el caos en el departamento de Transformaciones cuando yo sabía perfectamente que estaba manchando de tinta las miras de todos los telescopios del colegio, porque el señor Filch acababa de informarme de ello. Es evidente que te interesaba mucho hablar con alguien. ¿Con quién? ¿Con Albus Dumbledore? ¿O con ese híbrido, Hagrid? No creo que se tratara de la profesora McGonagall porque tengo entendido que todavía está demasiado enferma para hablar con nadie.

Malfoy y otros miembros de la Brigada Inquisitorial rieron al oír aquel comentario. Harry sentía tanta rabia y tanto odio que temblaba de pies a cabeza.

—No es asunto suyo. Yo puedo hablar con quien me dé la gana —gruñó.

El blandengue rostro de la profesora Umbridge se tensó un poco.

—Muy bien —continuó con su dulce voz, más falsa y más peligrosa que nunca—. Muy bien, señor Potter... Le he ofrecido la posibilidad de contármelo voluntariamente y la ha rechazado. No tengo otra alternativa que obligarlo. Draco, ve a buscar al profesor Snape.

Malfoy se guardó la varita de Harry en el bolsillo de la túnica y salió del despacho con la sonrisa en los labios, pero Harry apenas se fijó en él. Acababa de darse cuenta de una cosa; no podía creer que hubiera sido tan estúpido para olvidarlo. Había creído que en el colegio ya no quedaba ningún miembro de la Orden, nadie que pudiera ayudarlo a salvar a Sirius, pero se había equivocado. Aún había un miembro de la Orden del Fénix en Hogwarts: Snape.

En aquel momento, en el despacho sólo se oían los inquietos movimientos y los forcejeos de Ron y sus compañeros, a los que los alumnos de Slytherin intentaban dominar. A Ron le sangraba el labio y estaba manchando la alfombra de la profesora Umbridge mientras intentaba librarse de la llave que le hacía Warrington en el cuello[453]; Ginny, por su parte, trataba de pisarle los pies a la alumna de sexto que la agarraba con fuerza por ambos brazos; Neville cada vez estaba más morado e intentaba soltarse del cuello los brazos de Crabbe; y Hermione procuraba en vano apartar a Millicent Bulstrode. Luna, en cambio, estaba de pie junto a su captora, sin oponer resistencia, y miraba distraídamente por la ventana como si todo aquello la aburriera muchísimo.

Harry volvió a mirar a la profesora Umbridge, que lo observaba atentamente. Sin embargo, él mantuvo una expresión insondable cuando se oyeron pasos que se acercaban por el pasillo y Draco entró de nuevo en el despacho y le aguantó la puerta a Snape.

—¿Quería verme, directora? —preguntó éste, y miró a las parejas de forcejeantes alumnos con un gesto de absoluta indiferencia.

—¡Ah, profesor Snape! —exclamó la profesora Umbridge sonriendo de oreja a oreja y poniéndose de nuevo en pie—. Sí, necesito otra botella de Veritaserum. Cuanto antes, por favor.

—Le di la última botella que tenía para que interrogara a Potter —contestó Snape observándola con frialdad a través de sus grasientas cortinas de pelo negro—. No la gastaría[454] toda, ¿verdad? Ya le indiqué que bastaba con tres gotas.

La profesora Umbridge se ruborizó.

—Supongo que podrá preparar más, ¿no? —dijo, y su voz se volvió aún más infantil y dulce, como ocurría siempre que se ponía furiosa.

—Desde luego —contestó Snape haciendo una mueca con los labios—. Tarda todo un ciclo lunar en madurar, así que la tendrá dentro de un mes.

—¿Un mes? —chilló la profesora Umbridge inflándose como un sapo—. ¿Un mes, ha dicho? ¡La necesito esta noche, Snape! ¡Acabo de encontrar a Potter utilizando mi chimenea para comunicarse con alguien!

—¿Ah, sí? —dijo Snape, y por primera vez mostró interés y giró la cabeza para mirar a Harry—. Bueno, no me sorprende. Potter nunca se ha mostrado inclinado a obedecer las normas del colegio.

Los fríos y oscuros ojos de Snape taladraron los de Harry, que le sostuvo la mirada sin pestañear concentrándose en lo que había visto en su sueño, con la esperanza de que Snape pudiera leerle la mente y comprendiera...

—¡Quiero interrogarlo! —gritó la profesora Umbridge fuera de sí, y Snape dirigió la vista al enfurecido y tembloroso rostro de la directora—. ¡Quiero que me proporcione una poción que lo obligue a decirme la verdad!

—Ya se lo he dicho —repuso Snape con toda tranquilidad—. No me queda ni una gota de Veritaserum. A menos que quiera envenenar a Potter, y le aseguro que si lo hiciera yo lo comprendería, no puedo ayudarla. El único problema es que la mayoría de los venenos actúan tan deprisa que la víctima no tiene mucho tiempo para confesar.

Snape giró de nuevo la cabeza hacia Harry, que seguía mirándolo fijamente para intentar comunicarse sin palabras.

«Voldemort tiene a Sirius en el Departamento de Misterios —pensó—. Voldemort tiene a Sirius...»

—¡Está usted en periodo de prueba! —bramó la profesora Umbridge, y Snape volvió a mirarla con las cejas ligeramente arqueadas—. ¡Se niega a colaborar! ¡Me ha decepcionado, profesor Snape; Lucius Malfoy siempre habla muy bien de usted! ¡Salga inmediatamente de mi despacho!

Snape hizo una irónica reverencia y se dio la vuelta para marcharse. Harry sabía que aquélla era su última oportunidad de informar a la Orden de lo que estaba pasando.

—¡Tiene a Canuto! —gritó—. ¡Tiene a Canuto en el sitio donde la guardan!

Snape se paró con una mano sobre el picaporte de la puerta.

—¿Canuto? —chilló la profesora Umbridge mirando ávidamente a Harry y luego a Snape—. ¿Quién es Canuto? ¿Dónde guardan qué? ¿Qué ha querido decir, Snape?

Snape se volvió y miró a Harry con expresión inescrutable. Harry no supo si le había entendido o no, pero no se atrevió a ser más explícito delante de la profesora Umbridge.

—No tengo ni idea —respondió Snape sin inmutarse—. Potter, cuando quiera que me grites disparates como ése, te daré un brebaje bocazas[455]. Y Crabbe, haz el favor de no apretar tanto. Si Longbottom se ahoga tendré que rellenar un montón de aburridos formularios, y me temo que también tendré que mencionarlo en tu informe si algún día solicitas un empleo.

Cerró la puerta tras él haciendo un ruidito seco, y Harry se quedó más confuso que antes, pues Snape era su última esperanza. Luego miró a la profesora Umbridge, que parecía sentirse igual que él; la mujer respiraba agitadamente, llena de rabia y de frustración.

—Muy bien —dijo, y sacó su varita mágica—. Muy bien... No me queda otra alternativa. Este asunto va más allá de la disciplina escolar, es un tema de seguridad del Ministerio... Sí, sí...

Era como si intentara convencerse de algo. Cambiaba constantemente el peso del cuerpo de una pierna a otra, nerviosa, y observaba a Harry mientras se golpeaba la palma de una mano con la varita y respiraba entrecortadamente. Harry se sentía indefenso sin su varita mágica.

—No me gusta nada tener que hacer esto, Potter, pero me has obligado —afirmó la profesora Umbridge, que no paraba de moverse—.A veces las circunstancias justifican el empleo de... Estoy segura de que el ministro comprenderá que no tuve otro remedio... —Malfoy la observaba con avidez—. Seguro que la maldición Cruciatus te hará hablar —sentenció la profesora Umbridge con voz queda.

—¡No! —gritó Hermione—. ¡Es ilegal, profesora Umbridge! —Pero la mujer no le prestó atención. Tenía en la cara una expresión cruel, ansiosa y emocionada que Harry no había visto hasta entonces. La profesora Umbridge alzó la varita—. ¡El ministro no aprobará que viole la ley, profesora Umbridge! —volvió a gritar Hermione.

—Si Cornelius no se entera, no pasará nada —repuso la profesora jadeando ligeramente mientras apuntaba con la varita a distintas partes del cuerpo de Harry intentando decidir, al parecer, dónde le dolería más—. Cornelius nunca llegó a saber que fui yo quien envió a los Dementores contra Potter el verano pasado, pero de todos modos le encantó tener una excusa para expulsarlo del colegio.

—¿Fue usted? —preguntó Harry atónito—. ¿Usted me envió a los Dementores?

—Alguien tenía que actuar —respondió la profesora Umbridge, y su varita apuntó directamente a la frente de Harry—. Todos decían que había que hacerte callar como fuera, que había que desacreditarte, pero yo fui la única que hizo algo... Sólo que tú te las ingeniaste para librarte, ¿verdad, Potter? Pero hoy no va a ocurrir lo mismo, ya lo verás... —Inspiró hondo y gritó—: ¡Cru...!

—¡NO! —chilló entonces Hermione, a quien Millicent Bulstrode continuaba sujetando—. ¡No! ¡Harry, tendremos que contárselo!

—¡Nada de eso! —bramó él fulminando con la mirada a lo poco del cuerpo de Hermione que alcanzaba a ver.

—¡Tendremos que hacerlo, Harry! Va a obligarte de todos modos, así que ¿qué sentido tiene?

Y Hermione se puso a llorar débilmente sobre la parte de atrás de la túnica de Millicent Bulstrode. Ésta dejó de aplastarla contra la pared de inmediato y se apartó de ella con asco.

—¡Vaya, vaya! —exclamó la profesora Umbridge, triunfante—. ¡Doña Preguntitas nos va a dar algunas respuestas! ¡Adelante, niña, adelante!

—¡Her... mione..., no! —gritó Ron a través de la mordaza.

Ginny miraba con atención a Hermione, como si fuera la primera vez que la veía. Neville, que todavía estaba medio asfixiado, la miraba también. Pero Harry acababa de darse cuenta de algo. Pese a que Hermione sollozaba desesperadamente y se tapaba la cara con las manos, no había derramado ni una sola lágrima.

—Lo... lo siento, pe... perdonadme —balbuceó la chica—, pe... pero no puedo so... soportarlo...

—¡Está bien, niña, tranquila! —dijo la profesora Umbridge, que agarró a Hermione por los hombros y la sentó en la butaca de chintz. Se inclinó sobre ella y añadió—: A ver, ¿con quién se estaba comunicando Potter hace un momento?

—Bueno —contestó Hermione, y tragó saliva—, intentaba hablar con el profesor Dumbledore.

Ron se quedó de piedra, con los ojos como platos; Ginny dejó de intentar pisotear a su captora; y hasta Luna adoptó una expresión de leve sorpresa. Por fortuna, la profesora Umbridge y sus secuaces tenían toda la atención concentrada exclusivamente en Hermione y no repararon en aquellos sospechosos indicios.

—¿Con Dumbledore? —repitió la profesora Umbridge, entusiasmada—. ¿Acaso sabéis dónde está?

—¡Bueno, no! —sollozó Hermione—. Hemos probado en el Caldero Chorreante, en el callejón Diagon, en Las Tres Escobas y hasta en Cabeza de Puerco...

—¿Cómo puedes ser tan idiota? ¡Dumbledore no estaría sentado en un pub mientras lo busca el Ministerio en pleno! —gritó la profesora Umbridge, y la decepción se reflejó en todas las flácidas arrugas de su rostro.

—¡Es que..., es que necesitábamos decirle algo muy importante! —gimió Hermione, que seguía tapándose la cara; Harry comprendió que ese gesto no era de angustia, sino de disimulo.

—¿Ah, sí? —dijo la profesora Umbridge volviendo a animarse—. ¿Y qué era eso que queríais decirle?

—Pues queríamos decirle que..., que..., ¡que ya está lista! —balbuceó Hermione.

—¿Lista? —se extrañó la profesora, que volvió a sujetar a Hermione por los hombros y la zarandeó ligeramente—. ¿Qué es lo que está listo, niña?

—El... el arma.

—¿El arma? ¿Qué arma? —preguntó la profesora, cuyos ojos se salían de las órbitas a causa de la emoción—. ¿Habéis desarrollado algún método de resistencia? ¿Un arma que podríais emplear contra el Ministerio? Por orden de Dumbledore, claro...

—¡S... s... sí —farfulló Hermione—, pero cuando se marchó todavía no la habíamos terminado y a... a... ahora nosotros la hemos terminado solos, y te... te... teníamos que encontrarlo para decírselo!

—¿De qué tipo de arma se trata? —preguntó con aspereza la profesora Umbridge mientras sujetaba con fuerza a Hermione por los hombros con sus regordetes dedos.

—No... no... nosotros no lo entendemos del todo —respondió Hermione sorbiéndose ruidosamente la nariz—. So... sólo hicimos lo que el profesor Dumbledore nos di... dijo que debíamos hacer.

La profesora Umbridge se enderezó. Estaba exultante de alegría.

—Llévame a donde está el arma —le ordenó.

—No quiero enseñársela... a ellos —contestó Hermione con voz chillona mirando a los alumnos de Slytherin entre los dedos.

—No eres nadie para poner condiciones —le espetó la profesora Umbridge.

—Está bien —repuso Hermione, que volvía a sollozar con la cara tapada—. ¡Está bien, que la vean, y espero que la utilicen contra usted! ¡Sí, mire, invite a un montón de gente a venir a verla! Le... le estará bien empleado...[456] ¡Sí, me encantaría que to... todo el colegio supiera do... dónde está, y co... cómo emplearla, así, si vuelve usted a molestar a alguien, podrán... deshacerse de usted!

Esas palabras causaron un fuerte impacto en la profesora Umbridge: miró rápida y recelosamente a su Brigada Inquisitorial, y sus saltones ojos se detuvieron un momento en Malfoy, que era demasiado lento para disimular la expresión de entusiasmo y codicia que iluminaba su cara.

La profesora Umbridge volvió a mirar con detenimiento a Hermione, y entonces dijo con una voz que pretendía ser maternal:

—Está bien, querida, iremos tú y yo solas... y nos llevaremos también a Potter, ¿de acuerdo? ¡Vamos, levántate!

—Profesora —intervino Malfoy—, profesora Umbridge, creo que algunos miembros de la Brigada deberían acompañarla para vigilar que...

—Soy una funcionaría del Ministerio perfectamente capacitada, Malfoy, ¿de verdad crees que no puedo defenderme yo sola de dos adolescentes sin varita mágica? —lo atajó con aspereza Dolores Umbridge—. Además, no parece que esa arma de la que habla la señorita Granger sea algo que deban ver unos colegiales. Permaneceréis aquí hasta que yo regrese y os aseguraréis de que ninguno de éstos —señaló a Ron, Ginny, Neville y Luna— escape.

—Como usted diga —aceptó Malfoy a regañadientes.

—Vosotros dos iréis delante de mí y me enseñaréis el camino —les ordenó la profesora Umbridge a Harry y Hermione apuntándolos con su varita—. Adelante.


Pelea y huida

 

 

Harry no tenía ni idea de qué era lo que planeaba Hermione; en realidad ni siquiera sabía si tenía algún plan. Salió detrás de ella del despacho de la profesora Umbridge y la siguió por el pasillo, consciente de que resultaría muy sospechoso que se notara que él no sabía adonde iban, así que no intentó hablar con ella. La profesora Umbridge los seguía tan de cerca que Harry notaba cómo respiraba.

Hermione bajó por la escalera que conducía al vestíbulo. Se oían voces y ruido de cubiertos y platos provenientes del Gran Comedor; Harry no podía creer que seis metros más allá hubiera gente cenando tranquilamente, que celebraba el final de los exámenes sin nada de qué preocuparse...

Hermione salió por las puertas de roble del castillo y bajó la escalera de piedra, donde la recibió la templada y agradable brisa de la tarde. El sol estaba poniéndose por detrás de las copas de los árboles del Bosque Prohibido, y mientras Hermione caminaba decidida por la extensión de césped, seguida de Harry (la profesora Umbridge tenía que correr para seguirles el ritmo), las largas y oscuras sombras del bosque ondulaban sobre la hierba detrás de ellos como si fueran capas.

—Está escondida en la cabaña de Hagrid, ¿verdad? —aventuró la profesora Umbridge, impaciente, al oído de Harry.

—Claro que no —repuso Hermione en tono mordaz—. Hagrid podría haberla puesto en marcha accidentalmente.

—Ya —dijo la profesora asintiendo con la cabeza; su emoción iba en aumento—. Sí, claro, seguro que la habría puesto en marcha, ese híbrido es un bruto.

La mujer rió y Harry sintió un irrefrenable impulso de darse la vuelta y agarrarla por el cuello, pero se contuvo. Notaba un dolor palpitante en la cicatriz, aunque aún no le ardía como si la tuviera al rojo, como sabía que ocurriría si Voldemort se dispusiera a matar.

—Bueno, ¿dónde está? —preguntó la profesora con un deje de incertidumbre en la voz al ver que Hermione seguía caminando a grandes zancadas hacia el bosque.

—En el bosque, ¿dónde quiere que esté? —contestó la chica, y señaló los frondosos árboles—. Había que guardarla en un sitio donde los estudiantes no pudieran encontrarla por casualidad, ¿no le parece?

—Sí, claro —concedió la profesora Umbridge, aunque parecía un poco preocupada—. Claro, claro... Muy bien, pues... id vosotros dos delante.

—Si hemos de ir nosotros delante, ¿puede prestarnos su varita? —preguntó Harry.

—Nada de eso, señor Potter —repuso la profesora Umbridge con falsa ternura, y le clavó la punta en la espalda—. Me temo que el Ministerio valora mucho más mi vida que la de ustedes dos.

Cuando llegaron bajo la sombra que proyectaban los primeros árboles, Harry intentó captar la mirada de Hermione, pues entrar en el bosque sin varitas le parecía algo mucho más imprudente que todo lo que habían hecho aquella tarde. Sin embargo, Hermione se limitó a lanzar a la profesora Umbridge una mirada de desprecio y se metió sin vacilar entre los árboles; caminaba tan deprisa que la profesora Umbridge se veía en apuros para seguirla a causa de lo cortas que eran sus piernas.

—¿Está muy lejos? —preguntó la bruja cuando la túnica se le enganchó en unas zarzas.

—Sí, ya lo creo —contestó Hermione—. Sí, está muy bien escondida.

Los recelos de Harry iban en aumento. Su amiga no había tomado el camino que habían seguido para ir a visitar a Grawp, sino el que él había recorrido tres años atrás, que conducía a la guarida del monstruo Aragog. Hermione no había ido con él en aquella ocasión, y Harry dudaba que hu amiga conociera el peligro que acechaba al final de aquel camino.

—Oye, ¿estás segura de que es por aquí? —le preguntó, lanzándole una clara indirecta.

—Sí, sí —respondió ella en tono férreo, pisando la maleza y haciendo lo que Harry consideró un ruido exagerado.

Detrás de ellos, la profesora Umbridge tropezó con un árbol joven caído. Ninguno de los dos se detuvo para ayudarla a levantarse; Hermione siguió andando y gritó volviendo un poco la cabeza:

—¡Ya falta menos!

—Baja la voz, Hermione —murmuró Harry, y aceleró el paso para alcanzarla— Alguien podría oírnos...

—Eso es precisamente lo que quiero, que nos oigan —repuso Hermione en voz baja mientras la profesora Umbridge intentaba darles alcance sin preocuparse por el ruido que hacía—. Ya verás...

Siguieron caminando un buen rato, hasta que se adentraron tanto en el bosque que la densa cúpula de árboles impedía el paso de la luz. Harry tenía la sensación que ya había experimentado otras veces en el bosque: que lo observaban unos ojos invisibles.

—¿Falta mucho? —preguntó la profesora Umbridge con enojo.

—¡No, ya falta poco! —gritó Hermione cuando entraban en un claro húmedo y oscuro—. Sólo un poquito...

Entonces una flecha surcó el aire y se clavó en el tronco de un árbol, produciendo un ruido sordo, justo por encima de la cabeza de Hermione. De pronto oyeron ruido de cascos; Harry notó que el suelo del bosque temblaba y la profesora Umbridge soltó un grito y se abrazó a Harry para que le sirviera de escudo.

El, sin embargo, se soltó y se dio la vuelta. Entonces vio cerca de cincuenta centauros que salían de todos los rincones, con los arcos cargados y levantados, apuntándolos a los tres. Harry, Hermione y la profesora Umbridge retrocedieron hacia el centro del claro; la profesora emitía leves gemidos de terror. Harry miró de reojo a Hermione, que exhibía una sonrisa triunfante.

—¿Quién eres? —preguntó una voz.

Harry miró hacia la izquierda. El centauro de pelaje marrón, Magorian, se había separado del círculo que los demás formaban alrededor de los intrusos y caminaba hacia ellos con el arco levantado. A la derecha de Harry, la profesora Umbridge seguía gimoteando y apuntaba al centauro que se le estaba acercando con la varita, que le temblaba violentamente en la mano.

—Te he preguntado quién eres, humana —repitió Magorian con brusquedad.

—¡Soy Dolores Umbridge! —contestó la profesora con una voz chillona que delataba su miedo—. ¡Subsecretaría del ministro de la Magia y directora y Suma Inquisidora de Hogwarts!

—¿Eres del Ministerio de la Magia? —inquirió Magorian mientras los centauros que los rodeaban se movían inquietos.

—¡Exacto —exclamó la profesora Umbridge con voz aún más chillona—, así que mucho cuidado! Según las leyes aprobadas por el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, cualquier ataque de híbridos como vosotros contra seres humanos...

—¿Cómo nos has llamado? —gritó un centauro negro de aspecto feroz a quien Harry reconoció como Bane. A su alrededor, los demás murmuraban furiosos y tensaban las cuerdas de sus arcos.

—¡No los llame así! —chilló Hermione, indignada, pero la profesora Umbridge hizo como si no la hubiera oído. Sin dejar de apuntar con su temblorosa varita a Magorian, continuó:

—La ley Quince B establece claramente que: «Cualquier ataque de una criatura mágica dotada de inteligencia cuasihumana, y por lo tanto considerada responsable de sus actos...»


Date: 2015-12-11; view: 479


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