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Ministro de la Magia 6 page

—Pues claro que te ayudaremos —soltó Harry enseguida—. ¿Qué quieres que hagamos?

Hagrid se sorbió la nariz y dio unas palmadas a Harry en el hombro, con tanta fuerza que el chico salió impulsado hacia un lado y chocó contra un árbol.

—Ya sabía que diríais que sí —comentó Hagrid tapándose la cara con el pañuelo—, pero no..., nunca... olvidaré... Bueno, vamos... Ya falta poco... Tened cuidado porque por aquí hay ortigas...

Continuaron andando en silencio otros cinco minutos; cuando Harry abrió la boca para preguntar si faltaba mucho, Hagrid extendió el brazo derecho indicándoles que debían parar.

—Muy despacito —indicó con voz queda—. Sin hacer ruido...

Avanzaron con sigilo y de pronto Harry vio que se encontraban frente a un gran y liso montículo de tierra, tan alto como Hagrid; sintió terror al comprender que debía de ser la guarida de algún animal gigantesco. El montículo, a cuyo alrededor los árboles habían sido arrancados de raíz, se alzaba sobre un terreno desprovisto de vegetación y rodeado de montones de troncos y de ramas que formaban una especie de valla o barricada detrás de la cual se hallaban los tres amigos.

—Duerme —dijo Hagrid en voz baja.

Harry oyó claramente un ruido sordo, rítmico, que parecía el de un par de inmensos pulmones en funcionamiento. Miró de reojo a Hermione, que contemplaba el montículo con la boca entreabierta; era evidente que estaba muerta de miedo.

—Hagrid —dijo la chica en un susurro apenas audible por encima del ruido que hacía la criatura durmiente—, ¿quién es? —A Harry le sorprendió aquella pregunta. Si la hubiera formulado él, habría dicho «¿Qué es?»—. Hagrid, nos dijiste... —continuó Hermione, cuya varita mágica temblaba en su mano—, ¡nos dijiste que ninguno quiso venir contigo!

Harry miró a Hagrid y de repente lo entendió todo; luego dirigió de nuevo la mirada hacia el montículo al mismo tiempo que soltaba un ahogado grito de horror.

El montículo de tierra, al que habrían podido subir fácilmente los tres, ascendía y descendía lentamente al compás de la profunda y resoplante respiración. Aquella masa informe no era ningún montículo. No podía ser más que la curvada espalda de...

—Bueno, no, él no quería venir —aclaró Hagrid, presa de la desesperación—. Pero ¡tenía que traerlo conmigo, Hermione, tenía que traerlo!

—Pero ¿por qué? —preguntó Hermione, que parecía a punto de llorar—. ¿Por qué..., qué...? ¡Oh, Hagrid!

—Pensé que si lo traía aquí —continuó el guardabosques, que también parecía al borde de las lágrimas— y le enseñaba buenos modales... podría presentárselo a todo el mundo y demostrar que es inofensivo.



—¿Inofensivo, dices? —chilló Hermione, y Hagrid se puso a hacer frenéticos ademanes para que se callase, pues la enorme criatura que tenían ante ellos, aún dormida, había soltado un fuerte gruñido y había cambiado de postura—. Ha sido él quien te ha hecho esas heridas, ¿verdad? ¡Te ha estado pegando todo este tiempo!

—¡No es consciente de la fuerza que tiene! —aseguró Hagrid muy convencido—. Y está mejorando, ya no pelea tanto como antes...

—¡Ahora lo entiendo! ¡Por eso tardaste dos meses en llegar a casa! —comentó Hermione—. Oh, Hagrid, ¿por qué lo trajiste si él no quería venir? ¿No habría sido más feliz si se hubiera quedado con su gente?

—No lo dejaban vivir, Hermione, se metían con él por lo pequeño que es.

—¿Pequeño? —se extrañó la chica—. ¿Has dicho pequeño?

—No podía dejarlo allí, Hermione —afirmó Hagrid. Las lágrimas resbalaban por su magullada cara y se perdían entre los pelos de su barba—. Es que... ¡es mi hermano!

Hermione se quedó mirando a Hagrid, boquiabierta.

—Cuando dices «hermano» —intervino Harry—, ¿quieres decir...?

—Bueno, hermanastro —se corrigió—. Resulta que cuando dejó a mi padre, mi madre estuvo con otro gigante y tuvo a Grawp...

—¿Grawp? —repitió Harry.

—Sí..., bueno, así es como suena cuando él pronuncia su nombre —explicó Hagrid con nerviosismo—. No sabe mucho nuestra lengua... He intentado enseñarle un poco, pero... En fin, por lo visto mi madre no le tenía más cariño del que me tenía a mí. Veréis, para las gigantas lo más importante es tener hijos grandotes, y él siempre ha sido tirando a canijo[427], para ser un gigante. Sólo mide cinco metros.

—¡Sí, pequeñísimo! —opinó Hermione con sarcasmo y un deje de histeria—. ¡Minúsculo!

—Todo el mundo lo maltrataba; comprenderéis que no podía abandonarlo...

—¿Estaba de acuerdo Madame Máxime en traerlo? —preguntó Harry.

—Bueno, ella entendía que para mí era muy importante —contestó Hagrid mientras se retorcía las enormes manos—. Pero... pero pasados unos días se hartó de él, he de reconocerlo... Así que nos separamos en el viaje de regreso. Sin embargo, ella me prometió que no se lo contaría a nadie.

—¿Cómo demonios te las ingeniaste para traerlo hasta aquí sin que os vieran? —inquirió Harry.

—Bueno, por eso tardé tanto. Sólo podíamos viajar de noche y por zonas agrestes y deshabitadas. Cuando le interesa, avanza muy deprisa, ya lo creo, pero él quería volver con los suyos.

—¡Oh, Hagrid! ¿Por qué no lo dejaste marchar? —se lamentó Hermione dejándose caer en un árbol arrancado y tapándose la cara con las manos—. ¡Ya me explicarás qué piensas hacer ahora con un gigante violento que ni siquiera ha venido aquí voluntariamente!

—Mira, «violento» es un poco exagerado —puntualizó Hagrid, que seguía retorciéndose las manos con nerviosismo—. Reconozco que alguna vez ha intentado pegarme, cuando estaba de mal humor, pero está mejorando mucho, está mucho más tranquilo.

—Entonces ¿para qué son esas cuerdas? —quiso saber Harry.

Acababa de fijarse en unas cuerdas del grosor de árboles jóvenes, sujetas a los troncos de los árboles cercanos más anchos; las cuerdas conducían hasta Grawp, que estaba acurrucado en el suelo, de espaldas a ellos.

—¿Tienes que mantenerlo necesariamente atado? —preguntó Hermione con un hilo de voz.

—Bueno, sí... —admitió Hagrid, que continuaba muy nervioso—. Es que..., ya os lo he dicho, no controla su fuerza.

En ese momento Harry entendió por qué había visto tan pocas criaturas en aquella parte del bosque.

—¿Y qué quieres que hagamos Harry, Ron y yo? —inquirió Hermione con aprensión.

—Cuidar de él —respondió Hagrid con voz ronca—. Cuando yo me vaya.

Harry y Hermione se miraron con congoja. Harry se dio cuenta, alarmado, de que había prometido a Hagrid que haría lo que le pidiera.

—¿Qué..., qué implica exactamente «cuidar de él»? —balbuceó Hermione.

—¡Tranquila, no tendréis que darle de comer ni nada de eso! —aclaró Hagrid—. Él se busca su propia comida sin ninguna dificultad. Caza pájaros, ciervos... No, lo que necesita es compañía. Si yo supiera que alguien sigue ayudándolo un poco, enseñándole nuestro idioma... ¿Me explico?

Harry no dijo nada, pero dirigió la mirada hacia el gigantesco bulto que yacía dormido en el suelo frente a ellos. A diferencia de Hagrid, que simplemente parecía un ser humano mayor de lo normal, Grawp era deforme. Lo que Harry había tomado por una inmensa piedra cubierta de musgo, a la izquierda del montículo de tierra, era en realidad la cabeza de Grawp. Casi perfectamente redonda y cubierta de una densa mata de pelo muy rizado del color de los helechos, era mucho más grande en relación con el cuerpo que una cabeza humana. El borde de una oreja, grande y carnosa, asomaba en lo alto de la cabeza, que parecía aposentada, como la de tío Vernon, directamente sobre los hombros, sin que apenas hubiera cuello en medio. La espalda, cubierta por una especie de sucio blusón marrón hecho de pieles de animal cosidas burdamente, era muy ancha; y mientras Grawp dormía, se le tensaban un poco las costuras. El gigante tenía las piernas enroscadas bajo el cuerpo. Harry le vio las plantas de los enormes, sucios y descalzos pies, grandes como dos trineos, que reposaban uno encima del otro sobre el terroso suelo del bosque.

—Quieres que le enseñemos a hablar... —dijo Harry con voz apagada.

Ya entendía qué significaba la advertencia de Firenze: «Sus intentos no están dando resultado. Más le valdría abandonar.» Lógicamente, las otras criaturas que habitaban en el bosque debían de haber oído los vanos esfuerzos de Hagrid de enseñar a hablar a Grawp.

—Sí, sólo tendríais que darle un poco de conversación —comentó Hagrid esperanzado—. Porque me imagino que cuando pueda hablar con la gente, entenderá mejor que todos lo queremos y que nos encantaría que se quedara aquí.

Harry miró a Hermione, que le devolvió la mirada entre los dedos que le tapaban la cara.

—Casi preferiría que hubiera vuelto Norberto, ¿tú no? —le comentó a Hermione, y ella soltó una risita nerviosa.

—Entonces, ¿lo haréis? —les preguntó Hagrid, que no había captado el significado de lo que Harry acababa de decir.

—Sí, lo... —respondió Harry, que ya se había comprometido—. Lo intentaremos.

—Sabía que podía contar contigo, Harry —repuso Hagrid, y sonrió con los ojos llorosos mientras volvía a secarse la cara con el pañuelo—. Y no quisiera que esto os afectara demasiado... Ya sé que tenéis exámenes... Si tan sólo pudierais acercaros hasta aquí con tu capa invisible una vez por semana y charlarais un rato con él... Bueno, voy a despertarlo para presentároslo...

—¡No! —exclamó Hermione dando un respingo—. No, Hagrid, no lo despiertes, de verdad, no hace falta...

Pero Hagrid ya había pasado por encima del enorme tronco que tenían delante y se dirigía hacia Grawp. Cuando estaba a unos tres metros de él, cogió una larga rama del suelo, volvió la cabeza y sonrió a sus amigos para tranquilizarlos; luego golpeó la espalda del gigante.

Éste soltó un rugido que resonó por el silencioso bosque; los pájaros que estaban posados en las copas de los árboles echaron a volar, gorjeando, y se alejaron de allí. Entre tanto, frente a Harry y Hermione, el gigantesco Grawp se levantaba del suelo, que tembló cuando apoyó una inmensa mano en él para darse impulso y ponerse de rodillas. Después giró la cabeza para ver quién lo había despertado.

—¿Estás bien, Grawpy? —le preguntó Hagrid con una voz que pretendía ser alegre, y retrocedió con la larga rama en alto, preparado para volver a pegar a Grawp—. ¿Qué tal has dormido? ¿Bien?

Harry y Hermione retrocedieron cuanto pudieron, pero sin perder de vista al gigante. Grawp se arrodilló entre dos árboles que todavía no había arrancado. Los chicos, estupefactos, contemplaron su cara, increíblemente grande: parecía una luna llena gris que relucía en la penumbra del claro. Era como si hubieran tallado sus facciones en una gran esfera de piedra: la nariz era pequeña, gruesa y deforme; la boca, torcida y llena de dientes amarillos e irregulares del tamaño de ladrillos; los ojos, pequeños para tratarse de un gigante, eran de un color marrón verdoso, como el barro, y en aquellos momentos los tenía entornados a causa del sueño. Grawp se llevó los sucios nudillos, cada uno del tamaño de una pelota de criquet[428], a los ojos, se los frotó enérgicamente y luego, sin previo aviso, se puso en pie con una velocidad y una agilidad asombrosas.

—¡Madre mía[429]! —oyó Harry exclamar a Hermione, que permanecía pegada a él.

Los árboles a los que estaban atados los extremos de las cuerdas que sujetaban las muñecas y los tobillos de Grawp crujieron amenazadoramente. El gigante medía como mínimo cinco metros, como les había comentado Hagrid. Adormilado, Grawp miró alrededor, estiró una mano del tamaño de una sombrilla, cogió un nido de pájaros de las ramas superiores de un altísimo pino y lo volcó a la vez que emitía un gruñido de desagrado por no haber encontrado dentro ningún pájaro; los huevos cayeron como granadas al suelo y Hagrid se cubrió la cabeza con los brazos para protegerse.

—Mira, Grawpy —gritó el guardabosques mirando con aprensión hacia arriba por si caían más huevos—, he traído a unos amigos míos para presentártelos. Ya te hablé de ellos, ¿recuerdas? ¿Recuerdas que te dije que quizá tuviera que irme de viaje y dejarte a su cargo unos días? ¿Te acuerdas, Grawpy?

Pero Grawp se limitó a soltar otro débil gruñido; resultaba difícil saber si estaba escuchando a Hagrid o si ni siquiera reconocía los sonidos que emitía el guardabosques al hablar. Había cogido con la mano la copa del pino y tiraba del árbol hacia sí por el puro placer de ver hasta dónde rebotaba cuando lo soltaba.

—¡No hagas eso, Grawpy! —lo regañó Hagrid—. Así es como has arrancado todos los demás... —Y, efectivamente, Harry vio cómo el suelo empezaba a resquebrajarse alrededor de las raíces del árbol—. ¡Te he traído compañía! —gritó Hagrid—. ¡Mira, amigos! ¡Mira hacia abajo, payasote, te he traído a unos amigos!

—No, Hagrid, por favor —gimió Hermione, pero el guardabosques ya había levantado otra vez la rama y golpeó con fuerza a Grawp.

El gigante soltó la copa del árbol, que osciló peligrosamente y arrojó sobre Hagrid un aluvión de agujas de pino, y miró hacia abajo.

—¡Éste es Harry, Grawp! —gritó Hagrid, y fue corriendo hacia donde estaban los chicos—. ¡Harry Potter! Vendrá a verte si yo tengo que marcharme, ¿entendido?

El gigante acababa de percatarse de la presencia de Harry y Hermione, que vieron, atemorizados, cómo Grawp agachaba la colosal cabeza y los miraba con cara de sueño.

—Y ésta es Hermione. —Hagrid vaciló. Se volvió hacia ella y dijo—: ¿Te importa que él te llame Hermy? Es que para él es un nombre difícil de recordar.

—No, no me importa —chilló Hermione.

—¡Ésta es Hermy, Grawp! ¡Vendrá a hacerte compañía! Qué bien, ¿verdad? Tendrás dos amiguitos para... ¡NO, GRAWPY!

De pronto la mano de Grawp salió lanzada hacia Hermione, pero Harry agarró a su amiga, tiró de ella hacia atrás y la escondió tras un árbol. La mano de Grawp rozó el tronco, y cuando se cerró sólo atrapó aire.

—¡ERES UN NIÑO MALO, GRAWPY! —gritó Hagrid mientras Hermione se abrazaba a Harry temblando y gimoteando—. ¡MUY MALO! ¡ESO NO SE..., AY!

Harry asomó la cabeza por detrás del árbol y vio a Hagrid tumbado boca arriba, con una mano sobre la nariz. Grawp, que al parecer había perdido el interés, se había enderezado y volvía a tirar del pino para ver hasta dónde llegaba.

—Bueno... —dijo Hagrid con voz nasal; luego se puso en pie al tiempo que con una mano se tapaba la sangrante nariz y con la otra recogía su ballesta—. Bueno, ya está, ya os lo he presentado, así cuando volváis él os reconocerá. Sí, bueno...

Levantó la cabeza y miró a Grawp, que tiraba del pino con una expresión de placer e indiferencia en aquella cara que parecía una roca; las raíces crujían a medida que las arrancaba del suelo.

—Bueno, creo que ya hay suficiente por hoy —afirmó Hagrid—. Ahora..., ahora podemos regresar, ¿de acuerdo?

Harry y Hermione asintieron con la cabeza. Hagrid volvió a colocarse la ballesta sobre el hombro y, sin dejar de apretarse la nariz, los guió por entre los árboles.

Caminaban en silencio; ni siquiera hicieron ningún comentario cuando oyeron un estruendo a lo lejos, señal de que finalmente Grawp había arrancado el pino. Hermione iba muy tensa y muy pálida. A Harry no se le ocurría nada que decir. ¿Qué demonios pasaría cuando alguien se enterara de que Hagrid había escondido a Grawp en el Bosque Prohibido? Y por si fuera poco, había prometido que Ron, Hermione y él continuarían con los intentos totalmente inútiles de civilizar al gigante. ¿Cómo podía pensar Hagrid, pese a su inmensa capacidad para engañarse a sí mismo y creer que monstruos con colmillos eran adorables e inofensivos, que Grawp llegaría a estar preparado para convivir con seres humanos?

—Quietos —dijo de pronto Hagrid cuando Harry y Hermione lo seguían con dificultad por una zona de densas matas de centinodia. A continuación, sacó una flecha del carcaj que llevaba colgado del hombro y cargó la ballesta. Harry y Hermione levantaron sus varitas mágicas; ahora que habían dejado de andar, ellos también oían moverse algo cerca de allí—. ¡Vaya! —exclamó Hagrid en voz baja.

—Me parece recordar que te advertimos que ya no serías bien recibido aquí, Hagrid —sentenció una profunda voz masculina.

Por un instante, el torso desnudo de un hombre pareció que flotaba hacia ellos a través de la verdosa y veteada penumbra; pero entonces vieron que su cintura se fundía con el cuerpo de un caballo, cuyo pelaje era marrón. El centauro tenía un rostro imponente de pómulos muy marcados y largo cabello negro. Iba armado, igual que Hagrid: llevaba colgados del hombro un arco y un carcaj lleno de flechas.

—¿Cómo estás, Magorian? —lo saludó Hagrid con cautela.

Se oyeron susurros entre los árboles que había detrás del centauro, y entonces aparecieron otros cuatro o cinco congéneres. Harry reconoció la barba y el cuerpo negros de Bane, a quien había visto casi cuatro años atrás, la misma noche que vio por primera vez a Firenze. Sin embargo, Bane no dio muestras de reconocerlo.

—Creo que acordamos lo que haríamos si este humano volvía a entrar en el bosque, ¿verdad? —puntualizó Bane con una desagradable entonación.

—¿Ahora me llamas «este humano»? —replicó Hagrid, molesto—. ¿Sólo porque intenté impedir que cometierais un asesinato?

—No debiste entrometerte, Hagrid —replicó Magorian—. Nuestros métodos no son como los vuestros, ni tampoco nuestras leyes. Firenze nos ha traicionado y nos ha deshonrado.

—No sé por qué dices eso —repuso Hagrid con impaciencia—. No ha hecho más que ayudar a Albus Dumbledore...

—Firenze se ha convertido en esclavo de los humanos —afirmó un centauro gris de rostro severo surcado de arrugas.

—¡Esclavo! —exclamó Hagrid en tono mordaz—. Sólo le está haciendo un favor a Dumbledore, nada...

—Está revelando nuestra sabiduría y nuestros secretos a los humanos —concretó Magorian sin alterarse—. Esa ignominia no tiene perdón.

—Si tú lo dices... —replicó Hagrid encogiéndose de hombros—, pero creo que cometes un grave error.

—Igual que tú, humano —le espetó Bane—, por entrar en nuestro bosque cuando te advertimos que...

—Escúchame bien —lo interrumpió Hagrid, enojado—: si no te importa, preferiría que no lo llamaras «nuestro bosque». Tú no eres nadie para decidir quién puede entrar aquí y quién no.

—Ni tú, Hagrid —intervino Magorian, impasible—. Hoy te dejaré pasar porque vas acompañado de tus jóvenes...

—¡No son suyos! —lo corrigió Bane con desprecio—. ¡Son alumnos, Magorian, del colegio! Seguramente ya se habrán beneficiado de las enseñanzas del traidor Firenze. —De todos modos —prosiguió Magorian con calma—, matar potros es un crimen terrible; nosotros no hacemos daño a inocentes. Hoy puedes pasar, Hagrid. Pero, a partir de ahora, mantente alejado de este lugar. Perdiste la amistad de los centauros cuando ayudaste al traidor Firenze a huir de nosotros.

—¡No pienso mantenerme alejado del bosque porque me lo manden un puñado de mulas viejas como vosotros! —protestó Hagrid a voz en grito.

—¡Hagrid —exclamó Hermione con voz chillona, muerta de miedo, mientras Bane y el centauro gris piafaban—, vámonos, por favor!

Hagrid echó a andar, pero aún tenía la ballesta cargada y seguía mirando fijamente a Magorian.

—¡Sabemos qué es lo que guardas en el bosque, Hagrid! —le gritó Magorian mientras los centauros desaparecían de la vista—. ¡Y nuestra tolerancia tiene límites!

Hagrid, que parecía dispuesto a ir derecho hacia donde estaba Magorian, giró la cabeza.

—¡Lo toleraréis mientras esté aquí porque este bosque es tan suyo como vuestro! —gritó mientras Harry y Hermione tiraban con todas sus fuerzas de su chaleco de piel de topo en un intento de impedir que siguiera avanzando.

Hagrid miró hacia abajo con el entrecejo fruncido; al ver a los dos tirando de su chaleco puso cara de sorpresa, pues al parecer acababa de notar que iba arrastrándolos.

—Tranquilos, chicos —dijo; se dio la vuelta y reemprendió el camino, y Harry y Hermione lo siguieron jadeando—. ¡Malditas mulas!

—Hagrid —comentó Hermione, casi sin aliento, mientras sorteaban la zona de ortigas por donde habían pasado en el camino de ida—, si los centauros no quieren que los humanos entremos en el bosque, no sé cómo Harry y yo vamos a poder...

—Bah, ya has oído lo que han dicho —respondió Hagrid quitándole importancia—, no harían daño a unos potros..., quiero decir, a unos niños. Además, no podemos permitir que esas mulas nos mangoneen[430].

—Has hecho bien en intentarlo —animó Harry por lo bajo a la alicaída Hermione.

Finalmente llegaron al camino y, tras unos minutos más, comprobaron que los árboles ya no crecían tan juntos. Entonces volvieron a divisar fragmentos de cielo azul y oyeron gritos y vítores a lo lejos.

—¿Qué ha sido eso? ¿Otro gol? —preguntó Hagrid, y se paró entre los árboles cuando el estadio de quidditch apareció ante su vista—. ¿O será que ha terminado el partido?

—No lo sé —respondió Hermione con tristeza.

Harry vio que su amiga ofrecía muy mal aspecto: tenía la melena llena de hojas y de ramitas, la cara y los brazos estaban cubiertos de arañazos, y había varios desgarrones en su túnica. Imaginó que él no debía de tener una pinta mucho mejor.

—¡Eh, creo que ha terminado! —exclamó Hagrid, que seguía mirando hacia el estadio con los ojos entornados—. ¡Mirad, ya empieza a salir gente, si os dais prisa podréis mezclaros entre el público y nadie se enterará de que no habéis estado ahí!

—Buena idea —dijo Harry—. Bueno..., hasta luego, Hagrid.

—No puedo creerlo —musitó Hermione con voz temblorosa en cuanto estuvieron lo bastante lejos de Hagrid para que él no pudiera oírlos—. No puedo creerlo. No puedo creerlo, de verdad.

—Tranquilízate —le aconsejó Harry.

—¿Que me tranquilice? —se extrañó ella, sofocada—. ¡Un gigante! ¡Un gigante en el bosque! ¡Y pretende que nosotros le enseñemos nuestro idioma! ¡Suponiendo, claro, que podamos burlar a una manada de centauros asesinos al entrar y al salir! ¡No... puedo... creerlo!

—¡Todavía no tenemos que hacer nada! —afirmó Harry en voz baja para aplacarla mientras se mezclaban con una marea de alumnos de Hufflepuff que iban charlando hacia el castillo—. No nos ha pedido que hagamos nada a menos que lo echen, y cabe la posibilidad de que eso no llegue a ocurrir.

—¡Harry, por favor! —chilló Hermione, furiosa, y se paró en seco; los alumnos que iban detrás de ella tuvieron que esquivarla para pasar—. Claro que lo van a echar, y si quieres que te diga la verdad, después de lo que acabamos de ver no podemos culpar a la profesora Umbridge.

Harry lanzó una mirada fulminante a su amiga, cuyos ojos se llenaron lentamente de lágrimas.

—No lo dirás en serio —dijo Harry en voz baja.

—No, bueno, no, no lo he dicho en serio —balbuceó Hermione, enfadada, y se secó las lágrimas—. Pero ¿quieres decirme por qué Hagrid tiene que complicarse tanto la vida y complicárnosla a nosotros?

—No lo sé...

A Weasley vamos a coronar.

A Weasley vamos a coronar.

La quaffle consiguió parar[431].

A Weasley vamos a coronar...

 

—Y me encantaría que dejaran de cantar esa estúpida canción —añadió Hermione con desánimo—. ¿No se han regodeado ya bastante con el sufrimiento de Ron? —Una marea de estudiantes subía por la ladera desde el campo de quidditch— Venga, entremos antes de que lleguen los de Slytherin —suplicó.

Weasley las para todas

y por el aro no entra ni una pelota.

Por eso los de Gryffindor tenemos que cantar:

a Weasley vamos a coronar.

 

—Hermione... —dijo Harry, vacilante.

La canción cada vez sonaba más fuerte, pero no provenía del grupo de alumnos de Slytherin, vestidos de color verde y plateado, sino de una masa de alumnos, vestidos de rojo y dorado, que subía lentamente hacia el castillo; un par de ellos llevaban sobre los hombros a un tercero.

A Weasley vamos a coronar.

A Weasley vamos a coronar.

La quaffle consiguió parar.

A Weasley vamos a coronar...

 

—No... —susurró Hermione con voz queda.

—¡SÍ! —exclamó Harry.

—¡HARRY! ¡HERMIONE! —gritó Ron, que enarbolaba la copa de plata de quidditch y estaba loco de alegría—. ¡LO HEMOS CONSEGUIDO! ¡HEMOS GANADO!

Cuando Ron pasó por delante de ellos, Harry y Hermione sonrieron muy contentos a su amigo. Los estudiantes se agolparon junto a la puerta del castillo y Ron se golpeó la cabeza contra el dintel, pero los que lo llevaban a hombros se resistían a bajarlo. Sin dejar de cantar, la muchedumbre entró apretujadamente en el vestíbulo y se perdió de vista. Harry y Hermione, que continuaban sonriendo, la vieron marchar, hasta que dejaron de oírse las últimas notas de «A Weasley vamos a coronar». Entonces se miraron y sus sonrisas se desvanecieron.


Date: 2015-12-11; view: 451


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