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Ministro de la Magia 3 page

—¿Y bien? —preguntó Snape; le apretaba tanto el brazo que a Harry empezó a dormírsele la mano—. ¿Te lo has pasado bien, Potter?

—N-no —contestó Harry al mismo tiempo que intentaba liberar su brazo.

Snape daba miedo: le temblaban los labios, estaba blanco como el papel y enseñaba los dientes.

—Tu padre era un tipo muy gracioso, ¿verdad? —dijo el profesor, y zarandeó a Harry hasta que le resbalaron las gafas por la nariz.

—Yo... no...

Snape empujó a Harry con todas sus fuerzas y éste cayó estrepitosamente contra el suelo de la mazmorra.

—¡No le cuentes a nadie lo que has visto! —bramó Snape.

—No —repuso Harry, y se levantó tan lejos como pudo de Snape—. No, claro que no...

—¡Largo de aquí! ¡No quiero volver a verte jamás en este despacho!

Y cuando Harry salía disparado hacia la puerta, un tarro de cucarachas muertas se estrelló sobre su cabeza. Abrió la puerta de un tirón, echó a correr por el pasillo y no paró hasta que estuvo a tres pisos de distancia de Snape. Entonces se apoyó en la pared jadeando y se frotó el magullado brazo.

No le apetecía volver tan pronto a la torre de Gryffindor, ni contarles a Ron y a Hermione lo que acababa de ver. Si se sentía horrorizado y desdichado no era porque Snape le hubiera gritado ni porque le hubiera lanzado un tarro de cucarachas, sino porque él sabía qué experimentaba uno cuando lo humillaban en medio de un corro[406] de curiosos, y sabía exactamente qué había sentido Snape cuando su padre se había burlado de él; a juzgar por lo que acababa de ver, su padre había sido tan arrogante como Snape siempre le había dado a entender.


Orientación académica[407]

 

 

—Pero ¿por qué ya no tienes clases particulares de Oclumancia? —preguntó Hermione con expresión ceñuda.

—Ya te lo he dicho —murmuró Harry—. Snape cree que ahora que he aprendido los conceptos básicos puedo seguir estudiando por mi cuenta.

—¿Quiere eso decir que no tienes sueños raros? —inquirió Hermione con escepticismo.

—Bueno, casi nunca —respondió Harry sin mirar a su amiga.

—¡Pues no creo que Snape deba interrumpir las clases hasta estar completamente seguro de que puedes controlarlos! —exclamó la chica, indignada—. Harry, creo que deberías volver a su despacho y preguntarle...

—No —repuso Harry, tajante—. Déjalo, Hermione, ¿quieres?

Era el primer día de las vacaciones de Pascua, y Hermione, como de costumbre, había pasado gran parte del tiempo haciendo horarios de repaso para los tres amigos. Harry y Ron no habían puesto objeciones: eso era más fácil que discutir con ella, y de todos modos quizá los horarios resultaran útiles.



Ron se llevó una sorpresa al ver que sólo faltaban seis semanas para los exámenes.

—¿Cómo puede ser que eso te sorprenda? —le preguntó Hermione mientras tocaba cada cuadradito del horario de Ron con su varita para que se pintara de un color diferente según la asignatura.

—No lo sé —admitió Ron—. Han pasado muchas cosas.

—Toma, ya está —dijo Hermione, y le entregó su horario—. Si lo sigues al pie de la letra, no tendrás problemas.

Ron lo contempló con desánimo, pero de pronto su rostro se iluminó.

—¡Me has dejado una noche libre cada semana!

—Para los entrenamientos de quidditch —aclaró Hermione.

La sonrisa se borró de la cara de Ron.

—¿Qué sentido tiene que entrenemos? —comentó, desalentado—. Tenemos las mismas posibilidades de ganar la Copa de quidditch este año que las de mi padre de ser nombrado ministro de la Magia.

Hermione no dijo nada; observaba a Harry, que miraba sin ver la pared opuesta de la sala común mientras Crookshanks le tocaba una mano con la pata para que le acariciara las orejas.

—¿Qué pasa, Harry?

—¿Qué? —reaccionó él rápidamente—. Nada.

De inmediato cogió su ejemplar de Teoría de defensa mágica y fingió que buscaba algo en el índice. Crookshanks lo dejó por imposible[408] y se escondió bajo la butaca de Hermione.

—Antes he visto a Cho —comentó la chica tanteando el terreno—. Ella también parecía muy triste. ¿Os habéis vuelto a pelear?

—¿Qué? Ah, sí, nos hemos peleado —dijo Harry, quien agradeció la excusa que le brindaba Hermione.

—¿Por qué?

—Por su amiga Marietta, la chivata —contestó Harry.

—¡Y con todos los motivos! —terció Ron apartando la mirada de su horario de repaso—. Por su culpa...

Ron se puso a despotricar contra Marietta Edgecombe, lo cual a Harry le resultó muy útil: lo único que tenía que hacer era poner cara de enfado, asentir con la cabeza y decir «sí» y «eso» cada vez que Ron paraba para tomar aliento, y entre tanto podía recordar lo que había visto en el pensadero, aunque le hiciera sentirse sumamente desgraciado.

Tenía la impresión de que el recuerdo de aquella escena lo estaba carcomiendo por dentro. Siempre había estado tan seguro de que sus padres eran unas personas maravillosas que nunca se había creído lo que afirmaba Snape sobre el carácter de su padre. ¿Acaso no le habían asegurado personas como Hagrid y Sirius que su padre era un tipo fenomenal? («Sí, ya, pero mira cómo era Sirius —dijo una vocecilla impertinente dentro de la cabeza de Harry—. Era igual de ruin que él, ¿no?») Sí, en una ocasión había oído decir a la profesora McGonagall que su padre y Sirius eran los alborotadores del colegio, pero los había descrito como precursores de los gemelos Weasley, y Harry no podía imaginar que Fred y George colgaran a alguien por los pies sólo para divertirse... A menos que odiaran de verdad a esa persona; quizá se lo habrían hecho a Malfoy, o a alguien que de verdad se lo mereciera...

Harry intentó demostrarse a sí mismo que Snape se había merecido el trato que había recibido de James; pero ¿acaso Lily no había preguntado: «¿Qué os ha hecho?», y James había contestado: «Es simplemente que existe, no sé si me explico»? ¿Y acaso James no había empezado la broma sólo porque Sirius había dicho que se aburría? Harry recordaba que, cuando estaban en Grimmauld Place, Lupin había comentado que Dumbledore lo había nombrado prefecto con la esperanza de que ejerciera cierto control sobre James y Sirius... Pero, en el pensadero, Lupin se había quedado sentado y no había hecho nada para impedir el enfrentamiento...

Harry se acordaba una y otra vez de que Lily había intervenido; su madre sí era una persona decente. Sin embargo, el recuerdo de la expresión de la cara de Lily cuando le gritaba a James lo inquietaba tanto como todo lo demás; era evidente que odiaba a James, y Harry no se explicaba cómo habían acabado casándose. En un par de ocasiones, hasta se preguntó si James la habría obligado a...

Durante casi cinco años la imagen de su padre había sido para él una fuente de consuelo e inspiración. Siempre que alguien comentaba que se parecía a James, él se sentía orgulloso. Pero en aquellos momentos..., en aquellos momentos se sentía indiferente y triste cuando pensaba en él. A medida que avanzaba la semana de Pascua, el tiempo se hizo más ventoso, soleado y cálido, pero Harry estaba atrapado dentro del castillo, como el resto de los alumnos de quinto y séptimo, sin más ocupación que repasar e ir y venir de la biblioteca. Harry fingía que su malhumor no tenía más causa que la proximidad de los exámenes, y como sus compañeros de Gryffindor también estaban hartos de estudiar, nadie puso en duda su excusa.

—Estoy hablando contigo, Harry. ¿No me oyes?

—¿Eh?

Giró la cabeza. Ginny Weasley, muy despeinada, se había sentado a su lado en la mesa de la biblioteca, adonde Harry había ido solo. Era un domingo por la noche; Hermione había vuelto a la torre de Gryffindor para repasar Runas Antiguas, y Ron tenía entrenamiento de quidditch.

—¡Ah, hola! —exclamó Harry, y acercó los libros hacia sí—. ¿Por qué no estás entrenando?

—El entrenamiento ha terminado —respondió Ginny—. Ron ha tenido que llevar a Jack Sloper a la enfermería.

—¿Por qué?

—Bueno, no estamos seguros, pero creemos que se ha golpeado él mismo con el bate. —Suspiró profundamente—. En fin... Ha llegado un paquete. Acaba de pasar por el nuevo detector de la profesora Umbridge.

Levantó una caja envuelta con papel marrón y la puso encima de la mesa; era evidente que la habían desenvuelto y la habían vuelto a envolver con descuido. En el papel había una nota escrita con tinta roja que rezaba: «Inspeccionado y aprobado por la Suma Inquisidora de Hogwarts.»

—Son huevos de Pascua que nos envía mi madre —dijo Ginny—. Hay uno para ti, toma...

Le dio un bonito huevo de chocolate decorado con pequeñas snitchs glaseadas que, según el envoltorio, contenía una bolsa de meigas fritas. Harry se quedó mirándolo y de pronto sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Ginny en voz baja.

—Sí, sí, estoy bien —contestó Harry con brusquedad. El nudo de la garganta le hacía daño. No entendía por qué un huevo de Pascua conseguía que se sintiera de ese modo.

—Últimamente estás muy deprimido —insistió Ginny— ¿Sabes qué? Estoy segura de que si hablaras con Cho...

—No es con Cho con quien quiero hablar —la atajó Harry.

—Pues ¿con quién? —inquirió Ginny mirándolo con atención. —Con...

Harry miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba. La señora Pince se hallaba bastante lejos, pues estaba retirando de una estantería un montón de libros para Hannah Abbott, que parecía agobiadísima.

—Me muero de ganas de hablar con Sirius —masculló—. Pero sé que no puedo.

Ginny siguió mirándolo con atención. Harry desenvolvió su huevo de Pascua, no porque le apeteciera comérselo, sino más bien por hacer algo, rompió un pedazo grande y se lo metió en la boca.

—Bueno —dijo Ginny, y también cogió un trozo de huevo—, si tantas ganas tienes, supongo que podríamos encontrar la forma de que hablaras con él.

—No digas bobadas[409]. Eso es imposible mientras la profesora Umbridge vigile las chimeneas y abra nuestro correo.

—Lo bueno de crecer con Fred y George es que acabas pensando que cualquier cosa es posible si tienes suficiente coraje —dijo Ginny con aire pensativo.

Harry la miró. Quizá fuera el efecto del chocolate (Lupin siempre le había aconsejado que comiera un poco tras un encuentro con Dementores), o sencillamente porque, por fin, había expresado en voz alta el deseo que llevaba una semana entera ardiendo en su interior, pero de pronto se sintió más animado.

—PERO ¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO?

—¡Vaya! —susurró Ginny, y se puso en pie de un brinco—. Se me había olvidado...

La señora Pince se abalanzó sobre ellos con su arrugado rostro desfigurado por la ira.

—¡Chocolate en la biblioteca! —gritó—. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡FUERA!

Y, agitando la varita, hizo que los libros, la mochila y el tintero de Harry los siguieran a él y a Ginny hasta la puerta de la biblioteca, y que por el camino los golpearan varias veces en la cabeza.

 

• • •

 

Para subrayar la importancia de los próximos exámenes, una serie de folletos, prospectos y anuncios relacionados con varias carreras mágicas aparecieron encima de las mesas de la torre de Gryffindor poco después de que las vacaciones finalizasen, y en el tablón de anuncios colgaron un letrero que decía:

ORIENTACIÓN ACADÉMICA

Todos los alumnos de quinto curso tendrán, durante la primera semana del trimestre de verano, una breve entrevista con el jefe de su casa para hablar de las futuras carreras. Las fechas y las horas de las entrevistas individuales se indican a continuación.

 

Harry revisó la lista y vio que la profesora McGonagall lo esperaba en su despacho el lunes a las dos y media, lo cual significaba que se saltaría casi toda la clase de Adivinación. Harry y los otros alumnos de quinto habían pasado una parte considerable del último fin de semana de las vacaciones de Pascua leyendo la información sobre diferentes carreras que habían dejado en la torre para que los alumnos la examinaran.

—Bueno, la Sanación no me atrae —comentó Ron la última noche de las vacaciones. Estaba enfrascado en la lectura de un folleto en cuya portada se veía el emblema del hueso y la varita cruzados de San Mungo—. Aquí pone que necesitas como mínimo una «S» en los TIMOS de Pociones, Herbología, Transformaciones, Encantamientos y Defensa Contra las Artes Oscuras. No son exigentes ni nada, ¿eh?

—Bueno, ten en cuenta que es una profesión de mucha responsabilidad —observó Hermione, que estudiaba minuciosamente un folleto de color naranja titulado: «¿CREES QUE TE GUSTARÍA TRABAJAR EN RELACIONES CON LOS MUGGLES?»—. Para especializarte en relaciones con los muggles no es necesario estar muy bien cualificado; sólo te piden un TIMO de Estudios Muggles. Mira lo que dice aquí: «¡Son mucho más importantes tu entusiasmo, tu paciencia y tu sentido del humor!»

—Te aseguro que para relacionarse con mi tío hay que tener algo más que sentido del humor —intervino Harry con desánimo—. Un buen sentido del escondite[410], por ejemplo. —Estaba leyendo un folleto sobre la banca mágica—. Escuchad esto: «¿Buscas una carrera interesante que implique viajes, aventuras y sustanciosas bonificaciones en metálico relacionadas con experiencias peligrosas? Pues plantéate si quieres trabajar para Gringotts, el Banco Mágico, que recluta a rompedores de maldiciones y les ofrece emocionantes oportunidades en el extranjero.» Pero piden Aritmancia; ¡tú podrías hacerlo, Hermione!

—No me interesa mucho la banca —repuso ella con vaguedad, pues estaba leyendo otro folleto titulado: «¿TIENES LO QUE HAY QUE TENER PARA ENTRENAR A TROLS DE SEGURIDAD?»

—¡Eh! —le susurró alguien al oído a Harry. Giró la cabeza y vio que Fred y George se les habían unido—. Ginny ha venido a hablarnos de ti —dijo Fred, y estiró las piernas sobre la mesa que tenían delante provocando que varios folletos sobre carreras relacionadas con el Ministerio de la Magia cayeran al suelo—. Dice que necesitas comunicarte con Sirius.

—¿Qué? —saltó Hermione, y dejó quieta en el aire la mano con que se disponía a coger el folleto titulado: «TRIUNFA EN EL DEPARTAMENTO DE ACCIDENTES Y CATÁSTROFES EN EL MUNDO DE LA MAGIA.»

—Sí —confirmó Harry con tono desenfadado—, sí, me gustaría...

—No seas ridículo —terció Hermione, que se enderezó y lo miró como si no pudiera creer lo que estaba oyendo—. ¿Cómo vas a hacerlo si la profesora Umbridge hurga en las chimeneas y registra a todas las lechuzas?

—Verás, es que hemos pensado que podríamos encontrar la forma de burlar su vigilancia —explicó George, desperezándose, con una sonrisa en los labios—. Se trata simplemente de organizar una maniobra de distracción. Mira, no sé si te habrás fijado en que hemos estado muy tranquilos durante las vacaciones de Pascua...

—¿Qué sentido tenía alterar el tiempo de ocio? —continuó Fred—. Ninguno, nos dijimos. Y por supuesto, habríamos molestado a los estudiantes que estaban repasando, y por nada del mundo querríamos hacer eso. —Miró a Hermione con cara de mojigato. A ella le sorprendió que los gemelos hubieran tenido tanta consideración—. Pero a partir de mañana empieza otra vez la fiesta —prosiguió enérgicamente—. Y ya que tenemos pensado causar un poco de alboroto, ¿por qué no hacerlo de modo que Harry pueda aprovechar la ocasión para charlar con Sirius?

—Sí, pero de todos modos —dijo Hermione como si le estuviera contando algo muy simple a una persona muy obtusa—, aunque consigáis distraer a la profesora Umbridge, ¿cómo se supone que va a hablar Harry con Sirius?

—En el despacho de la profesora Umbridge —contestó él en voz baja.

Llevaba dos semanas pensándolo y no se le había ocurrido ninguna alternativa. La propia profesora Umbridge le había dicho que la única chimenea que no estaba vigilada era la de su despacho.

—¿Te has vuelto loco? —replicó Hermione con voz queda.

Ron había dejado de leer un folleto en el que ofrecían puestos de trabajo en la industria del cultivo de hongos y escuchaba la conversación con recelo.

—Creo que no —contestó Harry, y se encogió de hombros.

—¿Y cómo piensas entrar allí, para empezar?

Harry estaba preparado para contestar a aquella pregunta.

—Con la navaja de Sirius —dijo.

—¿Con qué?

—Hace dos Navidades, Sirius me regaló una navaja que abre cualquier cerradura. Así que, aunque la profesora Umbridge haya encantado la puerta para que no funcione el Alohomora, como imagino que habrá hecho...

—¿Qué opinas tú de esto? —le preguntó Hermione a Ron, y de inmediato Harry recordó cómo la señora Weasley había apelado a su marido durante la primera cena en Grimmauld Place.

—No lo sé —contestó Ron. Al parecer, Hermione lo había pillado desprevenido al pedirle su opinión—. Si Harry quiere hacerlo, es asunto suyo, ¿no?

—Así hablan los buenos amigos y los Weasley —afirmó Fred, y dio unas fuertes palmadas a Ron en la espalda—. Muy bien. Hemos pensado hacerlo mañana, después de las clases, porque provocaríamos un impacto máximo si todo el mundo estuviera en los pasillos. Harry, lo soltaremos en el ala este, no sé exactamente dónde, y la obligaremos a salir de su despacho. Calculo que podemos garantizarte... unos veinte minutos, ¿verdad? —añadió mirando a George.

—Sí, seguro —confirmó éste.

—¿En qué consiste la maniobra de distracción? —preguntó Ron.

—Ya lo verás, hermanito —dijo Fred mientras él y su gemelo se levantaban—. Sólo tienes que estar en el pasillo de Gregory el Pelota[411] mañana a eso de las cinco.

 

Al día siguiente Harry se despertó temprano, casi tan nervioso como el día de su vista disciplinaria en el Ministerio de la Magia. Lo que lo angustiaba no era únicamente la perspectiva de entrar en el despacho de la profesora Umbridge y utilizar su chimenea para hablar con Sirius, aunque desde luego ese hecho habría sido suficiente, sino que, además, aquel día Harry estaría cerca de Snape por primera vez desde que el profesor lo había echado de su despacho. Tras permanecer un rato tumbado en la cama, pensando en el día que tenía por delante, Harry se levantó sin hacer ruido y fue hasta la ventana que había junto a la cama de Neville. Miró por ella y vio que hacía una mañana francamente espléndida. El cielo estaba de un azul claro, neblinoso y opalino. Justo delante de la ventana por la que miraba Harry, se encontraba la altísima haya bajo la que su padre había atormentado a Snape. No estaba seguro de qué podría decirle Sirius para explicar la escena que había visto en el pensadero, pero estaba impaciente por escuchar la versión de su padrino sobre lo ocurrido, conocer cualquier factor atenuante que pudiera haber habido, cualquier excusa, por pequeña que fuera, para justificar el comportamiento de su padre...

De pronto Harry vio que algo se movía en los límites del Bosque Prohibido. Aguzó la vista y distinguió a Hagrid, que salía de entre los árboles. Le pareció que cojeaba. Mientras Harry lo observaba, el guardabosques fue haciendo eses hasta la puerta de su cabaña y se metió dentro. El chico se quedó varios minutos contemplando la cabaña. Hagrid no volvió a aparecer, pero empezó a salir humo por la chimenea; no podía estar muy malherido si todavía era capaz de echarle leña al fuego.

Harry se apartó de la ventana, regresó junto a su baúl y empezó a vestirse.

Con la perspectiva de entrar por la fuerza en el despacho de la profesora Umbridge, Harry no esperaba que aquél fuera a ser un día tranquilo, pero no había contado con que Hermione lo acosara constantemente para disuadirlo de lo que planeaba hacer a las cinco. Por primera vez, Hermione estuvo tan distraída como Harry y Ron en la clase de Historia de la Magia del profesor Binns, y susurraba sin parar advertencias que Harry hacía todo lo posible por ignorar.

—... y si te encuentra allí dentro, aparte de expulsarte, se imaginará que has estado hablando con Hocicos, y esta vez seguro que te obliga a beberte el Veritaserum y a contestar a sus preguntas...

—Hermione —dijo Ron con voz contenida e indignada—, ¿quieres hacer el favor de dejar de regañar a Harry y escuchar a Binns, o voy a tener que tomar yo mismo apuntes?

—¡Pues podrías tomar apuntes, para variar, no te morirías!

Cuando llegaron a las mazmorras, Harry y Ron ya no le dirigían la palabra a Hermione. Ella, sin dejarse amilanar, aprovechó el silencio de sus amigos para soltarles un torrente continuo de graves advertencias, pronunciadas con ímpetu en un susurro ininterrumpido que hizo que Seamus se pasara cinco minutos revisando su caldero, pues creía que tenía alguna fuga.

Snape, por su parte, había decidido actuar como si Harry fuera invisible. Como es lógico, éste ya estaba acostumbrado a esa táctica, pues era una de las favoritas de tío Vernon, y en el fondo se alegraba de no tener que soportar nada peor. De hecho, comparado con los insultos y las burlas de Snape que normalmente debía aguantar, le parecía que el nuevo enfoque suponía una pequeña mejora; además, se llevó una grata sorpresa al comprobar que si lo dejaban tranquilo era capaz de preparar un filtro vigorizante sin grandes problemas. Al finalizar la clase, metió un poco de su poción en una botella, la tapó con un tapón de corcho y la llevó a la mesa de Snape para que el profesor le pusiera nota. Había calculado que como mínimo conseguiría una «S».

Cuando acababa de darse la vuelta, oyó el ruido de algo que se rompía. Malfoy soltó una fuerte carcajada, Harry giró sobre los talones y vio que su botella estaba hecha añicos en el suelo, y que Snape lo miraba a él regodeándose.

—¡Vaya! —dijo el profesor en voz baja—. Otro cero, Potter.

Harry estaba tan indignado que no podía hablar. Volvió junto a su caldero dando grandes zancadas con la intención de llenar otra botella con poción y obligar a Snape a ponerle nota, pero vio con horror que el resto del contenido había desaparecido.

—¡Lo siento! —exclamó Hermione, tapándose la boca con las manos—. Lo siento muchísimo, Harry. ¡Creía que habías terminado y lo he limpiado!

Harry ni siquiera pudo contestar. Cuando sonó la campana, salió corriendo de la mazmorra, sin mirar atrás, y se aseguró de encontrar sitio entre Neville y Seamus a la hora de comer, para que Hermione no empezara a darle la lata otra vez sobre su intención de utilizar el despacho de la profesora Umbridge.

Cuando llegó a la clase de Adivinación estaba tan malhumorado que había olvidado que tenía una entrevista de orientación académica con la profesora McGonagall, y no lo recordó hasta que Ron le preguntó por qué no había ido al despacho de la profesora. Harry subió a toda prisa y sólo llegó unos minutos tarde.

—Lo siento, profesora —se excusó mientras cerraba la puerta—. Se me había olvidado.

—No importa, Potter —repuso la bruja con brusquedad, pero, mientras ella hablaba, alguien hizo un ruido con la nariz en un rincón. Harry miró hacia allí.

La profesora Umbridge estaba sentada con un sujetapapeles sobre las rodillas, una recargada blonda alrededor del cuello[412] y una sonrisita petulante en los labios.

—Siéntate, Potter —le indicó lacónicamente la profesora McGonagall, a quien le temblaron un poco las manos cuando barajó los folletos que había esparcidos por su mesa.

Harry se sentó de espaldas a la profesora Umbridge e hizo cuanto pudo para fingir que no oía el rasgueo de la pluma sobre el pergamino.

—Bueno, Potter, esta reunión es para hablar sobre las posibles carreras que hayas pensado que te gustaría estudiar, y para ayudarte a decidir qué asignaturas deberías cursar en sexto y en séptimo —le explicó la profesora McGonagall—. ¿Has pensado ya qué te apetecería hacer cuando salgas de Hogwarts?

—Pues... —empezó Harry.

El rasgueo de la pluma que oía detrás no le dejaba concentrarse.

—¿Qué? —le preguntó la profesora McGonagall.

—Pues... he pensado que a lo mejor podría ser Auror —masculló Harry.

—Para eso necesitarías muy buenas notas —replicó la profesora McGonagall; a continuación sacó un pequeño folleto de color oscuro de debajo del montón que cubría su mesa y lo abrió—. Piden cinco ÉXTASIS como mínimo, y por lo que veo no aceptan notas inferiores a «Supera las expectativas». Además, te obligan a someterte a una serie de rigurosas pruebas de personalidad y aptitudes en la Oficina de Aurores. Es una carrera difícil, Potter, sólo aceptan a los mejores. Es más, creo que hace tres años que no aceptan a nadie. —En ese momento la profesora Umbridge emitió una débil tosecilla, como si quisiera comprobar lo discretamente que era capaz de toser. La profesora McGonagall no le hizo caso—. Supongo que querrás saber qué asignaturas tendrías que estudiar, ¿verdad? —prosiguió elevando un poco la voz.

—Sí —respondió Harry—. Supongo que... Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Naturalmente —confirmó la profesora McGonagall con tono resuelto—. Y también te aconsejaría... —La profesora Umbridge volvió a toser, esta vez un poco más fuerte. La profesora McGonagall cerró los ojos un momento, volvió a abrirlos y siguió como si tal cosa—. También te aconsejaría que estudiaras Transformaciones, porque en su trabajo los Aurores necesitan a menudo transformarse y destransformarse. Y he de decirte, Potter, que en mis clases de ÉXTASIS no acepto a ningún alumno que no haya conseguido como mínimo un «Supera las expectativas» en el TIMO. Si no me equivoco, de momento tú tienes una media de «Aceptable», de modo que tendrás que ponerte a estudiar en serio antes de los exámenes si quieres continuar con esa asignatura. También deberías estudiar Encantamientos, que siempre son muy útiles, y Pociones. Sí, Potter, Pociones —añadió, y esbozó una brevísima sonrisa—. El estudio de las pociones y de los antídotos es fundamental para los Aurores. Y debes saber que el profesor Snape no acepta a ningún alumno que no haya conseguido un «Extraordinario» en su TIMO, así que... —La profesora Umbridge soltó la tos más pronunciada hasta el momento—. ¿Quiere una pastilla para la tos, Dolores? —preguntó con aspereza la profesora McGonagall sin mirar a su colega.


Date: 2015-12-11; view: 410


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