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Ministro de la Magia 2 page

—No, no —respondió Cho—. No, era sólo que..., bueno, sólo quería decirte... Harry, jamás pensé que Marietta se chivaría[397]...

—Ya —repuso él con aire taciturno. Lamentaba que Cho no hubiera elegido a sus amigas con más cuidado; no lo consolaba mucho saber que Marietta todavía estaba en la enfermería y que la señora Pomfrey no había conseguido hacer desaparecer ni un solo grano de su cara.

—En el fondo es una persona encantadora —comentó Cho—. Pero cometió un error...

Harry la miró sin dar crédito a sus oídos.

—¿Una persona encantadora que cometió un error? Pero ¡si nos ha traicionado a todos, incluida tú!

—Bueno, no nos ha pasado nada, ¿verdad? —replicó Cho, suplicante—. Es que su madre trabaja para el Ministerio, y a ella le resulta muy difícil...

—¡El padre de Ron también trabaja para el Ministerio! —saltó Harry, furioso—. Y por si no lo habías notado, él no lleva escrito «chivato» en la cara.

—Eso no ha estado nada bien por parte de Hermione Granger —opinó Cho con dureza—. Debió decirnos que había embrujado esa lista...

—Pues yo creo que fue una idea excelente —replicó Harry con frialdad. Cho se ruborizó y se le pusieron los ojos brillantes.

—¡Ah, sí, se me olvidaba! Claro, si fue idea de tu querida Hermione...

—No te pongas a llorar otra vez —la previno Harry.

—¡No iba a ponerme a llorar! —gritó Cho.

—Ya tengo bastantes problemas.

—¡Pues ve y ocúpate de ellos! —le espetó Cho, furiosa; luego se dio la vuelta y se alejó.

Harry bajó la escalera hacia la mazmorra de Snape. Estaba que echaba chispas, y sabía por experiencia que a Snape le resultaría mucho más fácil entrar en su mente si llegaba enfadado y resentido, pero aun así, antes de alcanzar la puerta de la mazmorra, no fue capaz de pensar en nada más que en unas cuantas cosas que debería haberle dicho a Cho sobre Marietta.

—Llegas tarde, Potter —se quejó Snape fríamente cuando Harry cerró la puerta tras él.

El profesor estaba de pie de espaldas a Harry, retirando algunos pensamientos de su mente, como de costumbre, y colocándolos con cuidado en el pensadero de Dumbledore. Dejó la última hebra plateada en la vasija de piedra y se volvió para mirar a Harry.

—Bueno —dijo—. ¿Has practicado?

—Sí —mintió Harry fijando la vista en una de las patas de la mesa de Snape.

—Ahora lo veremos, ¿no? —comentó éste con voz queda—. Saca la varita, Potter. —Harry se colocó en la posición de siempre, frente al profesor, entre éste y su mesa. Estaba muy enfadado con Cho y muy preocupado por lo que Snape pudiera sacar de su mente—. Contaré hasta tres —anunció Snape perezosamente— Uno, dos...



Pero de pronto se abrió la puerta y Draco Malfoy entró atropelladamente en el despacho.

—Profesor Snape, señor... ¡Oh, lo siento! Malfoy se quedó mirando a Snape y a Harry, sorprendido.

—No pasa nada, Draco —lo tranquilizó el hombre, y bajó la varita—. Potter ha venido a repasar pociones curativas.

Harry no había visto a Malfoy tan contento desde el día en que la profesora Umbridge se presentó para supervisar la clase de Hagrid.

—No lo sabía —masculló mirando con gesto burlón a Harry, que se había puesto muy colorado. Habría dado cualquier cosa por gritarle la verdad a Malfoy, o mejor aún, por echarle una buena maldición.

—¿Qué ocurre, Draco? —preguntó Snape.

—Es la profesora Umbridge, señor. Han encontrado a Montague, señor, ha aparecido dentro de un servicio[398] del cuarto piso.

—¿Cómo llegó allí?

—No lo sé, señor. Está un poco aturdido.

—Está bien, está bien. Potter —dijo Snape—, continuaremos la clase mañana por la noche.

Y tras pronunciar esas palabras Snape salió pisando fuerte del despacho. Cuando el profesor estaba de espaldas, Malfoy miró a Harry y, moviendo los labios sin emitir ningún sonido, dijo: «¿Pociones curativas?»; luego siguió a Snape.

Harry, que hervía de rabia, se guardó la varita mágica en la túnica y se dispuso a abandonar el despacho. Al menos tenía veinticuatro horas más para practicar; sabía que debía estar agradecido por haberse salvado por los pelos[399], aunque fuera a costa de que[400] Malfoy le contara a todo el colegio que necesitaba clases particulares de pociones curativas.

Sin embargo, cuando ya estaba a punto de marcharse, vio una mancha de luz temblorosa que danzaba en el marco de la puerta. Se detuvo y se quedó mirándola, y recordó algo... Entonces cayó en la cuenta: se parecía un poco a las luces que había visto en el sueño de la noche anterior, cuando entró en la segunda habitación, durante su incursión en el Departamento de Misterios.

Se dio la vuelta. La luz provenía del pensadero, que estaba encima de la mesa de Snape. Su contenido, de un blanco plateado, fluía y se arremolinaba. Los pensamientos de Snape... Lo que el profesor no quería que Harry viera si el chico le rompía accidentalmente las defensas...

Harry se quedó mirando el pensadero, muerto de curiosidad. ¿Qué era aquello que Snape tanto quería ocultarle?

Las luces plateadas temblaban en la pared. El muchacho avanzó un par de pasos hacia la mesa dándole vueltas al asunto. ¿Y si lo que Snape estaba decidido a ocultarle era información acerca del Departamento de Misterios?

Harry miró hacia la puerta; el corazón le latía más fuerte y más deprisa que nunca. ¿Cuánto podía tardar Snape en rescatar a Montague del servicio? ¿Volvería después directamente al despacho o acompañaría a Montague a la enfermería? Seguro que lo acompañaba... Montague era el capitán del equipo de quidditch de Slytherin, y Snape querría asegurarse de que se encontraba bien.

Harry siguió andando hacia el pensadero, se plantó delante de él y observó su contenido. Vaciló un momento aguzando el oído, y luego volvió a sacar la varita mágica. No se oía nada ni en el despacho ni en el pasillo, así que dio un ligero golpe en el pensadero con la punta de su varita. La sustancia plateada empezó a arremolinarse muy deprisa. Harry se inclinó sobre ella y vio que se había vuelto transparente. Una vez más, estaba mirando desde arriba el interior de una sala, a través de una ventana circular que había en el techo... Entonces comprendió que, a menos que se equivocara, lo que estaba viendo era el Gran Comedor.

Estaba empañando con el aliento la superficie de los pensamientos de Snape... Tenía la sensación de que su cerebro esperaba algo... Sería una locura hacer lo que estaba tan tentado de hacer... Temblaba... Snape podía regresar en cualquier momento... Pero Harry pensó en la cara de enfado de Cho y en el gesto burlón de Malfoy, y un coraje imprudente se apoderó de él.

Inspiró hondo y hundió la cara en la superficie de los pensamientos de Snape. Inmediatamente, el suelo del despacho dio una sacudida y Harry cayó de cabeza dentro del pensadero.

Se precipitaba en una fría oscuridad, girando con furia sobre sí mismo, y entonces...

Estaba de pie en medio del Gran Comedor, pero las cuatro mesas de las casas habían desaparecido, y en su lugar había más de un centenar de mesitas, orientadas hacia el mismo sitio, y en cada una de ellas, sentado con la cabeza gacha, había un estudiante que escribía en un rollo de pergamino. Sólo se oía el rasgueo de las plumas y, de vez en cuando, un susurro cuando alguien colocaba bien el trozo de pergamino. Era evidente que se trataba de un examen.

El sol entraba a raudales por las altas ventanas y caía sobre las cabezas de los alumnos, arrancándoles destellos dorados, cobrizos y castaños. Harry miró atentamente a su alrededor. Snape tenía que estar por allí... Ese recuerdo era suyo...

Y, en efecto, allí estaba, sentado a una mesa colocada detrás de Harry. Éste se quedó mirándolo. El adolescente Snape tenía un aire pálido y greñudo, como una planta que no ha visto mucho la luz. Su cabello, lacio y grasiento, caía sobre la mesa; y mientras escribía, tenía la ganchuda nariz pegada al trozo de pergamino. Harry se colocó detrás de Snape y leyó el título de la hoja del examen: «DEFENSA CONTRA LAS ARTES OSCURAS. TIMO.»

Así pues, Snape debía de tener quince o dieciséis años, más o menos la edad que tenía Harry. Su mano iba rápidamente de un borde al otro del pergamino; había escrito como mínimo treinta centímetros más que sus vecinos, y eso que su letra era minúscula y muy apretada.

—¡Cinco minutos más!

Harry se sobresaltó al oír aquella voz. Giró la cabeza y vio la parte superior de la cabeza del profesor Flitwick, que se movía entre las mesas, a escasa distancia. El profesor pasaba junto a un muchacho de cabello negro y despeinado... Muy negro y muy despeinado...

Harry se desplazó tan deprisa que, de haber sido sólido, habría derribado varias mesas. Pero se deslizó como en un sueño, atravesó dos hileras de mesas y enfiló un pasillo. La espalda del muchacho de cabello negro se acercó y... El chico empezó a enderezarse; dejó la pluma encima de la mesa, cogió la hoja de pergamino y se puso a releer lo que había escrito.

Harry se colocó frente a la mesa y miró a su padre a la edad de quince años.

Notó una fuerte emoción y se le hizo un nudo en la garganta. Era como si se estuviera mirando a sí mismo, pero con algunas diferencias evidentes. Los ojos de James eran castaños, la nariz, un poco más larga que la de Harry, y no había ninguna cicatriz en la frente, pero ambos tenían la misma cara delgada, la misma boca, las mismas cejas; James tenía también el mismo remolino que Harry en la coronilla, las manos podrían haber sido las de su hijo, y Harry estaba seguro de que, cuando su padre se levantara, comprobaría que medían más o menos lo mismo.

James dio un gran bostezo y se pasó la mano por el pelo, despeinándoselo aún más. Entonces, tras echar un vistazo hacia donde estaba el profesor Flitwick, giró la cabeza y sonrió a un muchacho que estaba sentado cuatro mesas más atrás.

Harry volvió a sentirse embargado por la emoción al ver a Sirius haciéndole a James una señal de aprobación con el pulgar. Sirius estaba cómodamente repantigado, y se mecía sobre las patas traseras de la silla. Era muy atractivo; el oscuro cabello le tapaba los ojos con una elegante naturalidad que ni James ni Harry habrían conseguido, y una chica que estaba sentada detrás de él lo miraba expectante, aunque Sirius no parecía haber reparado en ese detalle. Y dos asientos más allá del de la chica (Harry notó un placentero cosquilleo en el estómago) estaba Remus Lupin. Estaba muy pálido (¿se acercaba la luna llena?) y muy concentrado en el examen; mientras releía sus respuestas, se rascaba la barbilla[401] con el extremo de la pluma, con el entrecejo ligeramente fruncido.

Eso significaba que Colagusano también debía de estar por allí... Y, en efecto, Harry no tardó en dar con él: un chico menudo con cabello castaño claro y nariz puntiaguda. Colagusano parecía nervioso, se mordía las uñas, tenía la vista fija en la hoja de pergamino y no paraba de mover los pies. De vez en cuando, miraba con ansiedad la hoja del examen de su vecino. Harry se quedó observando a Colagusano un momento y luego volvió a mirar a James, que ahora garabateaba en un trozo de pergamino de borrador. Había dibujado una snitch y estaba escribiendo las letras «L. E.» ¿Qué significaban?

—¡Dejad las plumas, por favor! —chilló el profesor Flitwick—. ¡Tú también, Stebbins! ¡Por favor, quedaos sentados en vuestros sitios mientras yo recojo las hojas! ¡Accio!

Más de un centenar de rollos de pergamino salieron volando por los aires, se lanzaron hacia los extendidos brazos del profesor Flitwick y lo hicieron caer hacia atrás. Varios estudiantes rieron. Un par de alumnos de las primeras mesas se levantaron, sujetaron al profesor por los codos y lo ayudaron a levantarse.

—Gracias, gracias —dijo jadeando—. ¡Muy bien, ya podéis iros todos!

Harry miró a su padre, que había tachado rápidamente las iniciales «L. E.» que había estado adornando, se había puesto en pie de un brinco, había guardado su pluma y su hoja de preguntas en la mochila y se la había colgado del hombro, y esperaba que Sirius se le acercara.

Harry miró alrededor y vio a Snape no lejos de allí; iba entre las mesas hacia las puertas del vestíbulo, y seguía repasando la hoja de preguntas del examen. Cargado de espaldas pero anguloso, tenía unos andares agitados[402] que recordaban a una araña, y su grasiento cabello se movía alrededor de su rostro.

Un grupo de chicas parlanchinas[403] separaban a Snape de James y los demás, y colocándose en medio, Harry consiguió no perder de vista a Snape mientras aguzaba el oído para escuchar lo que decían su padre y sus amigos.

—¿Te ha gustado la pregunta número diez, Lunático? —preguntó Sirius cuando salieron al vestíbulo.

—Me ha encantado —respondió Lupin enérgicamente—. «Enumere cinco características que identifican a un hombre lobo.» Una pregunta estupenda.

—¿Crees que las habrás puesto todas? —preguntó a su vez James fingiendo preocupación.

—Creo que sí —repuso Lupin muy serio, mientras se unían a la multitud que se apiñaba alrededor de las puertas, impaciente por salir a los soleados jardines—. Pero me habría bastado con tres. Uno: está sentado en mi silla. Dos: lleva puesta mi ropa. Tres: se llama Remus Lupin...

Colagusano fue el único que no rió.

—Yo he puesto la forma del hocico, las pupilas y la cola con penacho —comentó con ansiedad—, pero no me acordaba de qué más...

—¡Mira que eres tonto, Colagusano! —exclamó James con impaciencia—. Te paseas con un hombre lobo una vez al mes y no...

—Baja la voz —suplicó Lupin.

Harry, nervioso, volvió a girar la cabeza. Snape seguía cerca, absorto todavía en las preguntas de su examen, pero aquél era su recuerdo, y Harry estaba seguro de que si Snape decidía tomar otro camino cuando salieran a los jardines, él no podría seguir a su padre. Sin embargo, cuando James y sus tres amigos echaron a andar por la ladera de césped hacia el lago, vio con gran alivio que Snape los seguía. Todavía iba repasando la hoja de preguntas, y al parecer no tenía un destino fijo. Harry caminaba un poco por delante de él y así podía continuar observando a James y a los demás.

—Bueno, el examen estaba chupado[404] —oyó que decía Sirius—. Me sorprendería mucho que no me pusieran un «Extraordinario».

—A mí también —añadió James, que se metió la mano en el bolsillo y sacó una indómita snitch dorada.

—¿De dónde has sacado eso?

—La he robado —afirmó James sin darle importancia. Empezó a jugar con la snitch, dejándola volar hasta que se alejaba unos treinta centímetros, y luego la atrapaba; sus reflejos eran excelentes. Colagusano lo contemplaba admirado.

Se detuvieron bajo la sombra del haya que había a orillas del lago, donde Harry, Ron y Hermione habían pasado un domingo terminando sus deberes, y se tumbaron en la hierba. Harry giró la cabeza una vez más y vio, complacido, que Snape también se había sentado en la hierba, bajo la densa sombra de unos matorrales. Seguía repasando la hoja del TIMO, de modo que Harry también se sentó en la hierba, entre el haya y los matorrales, y de ese modo observaba a su padre y a sus tres amigos. El sol hacía brillar la lisa superficie del lago, a cuya orilla se habían instalado el grupo de risueñas chicas que acababan de salir del Gran Comedor; se habían quitado los zapatos y los calcetines y se estaban refrescando los pies en el agua.

Lupin había sacado un libro y se había puesto a leer. Sirius miraba a los estudiantes que se paseaban por los jardines, con un aire un tanto altivo y aburrido, pero con elegancia. James seguía jugando con la snitch, y cada vez dejaba que se alejase un poco más; la pelota siempre estaba a punto de escapar, pero él la atrapaba en el último momento. Colagusano lo observaba con la boca abierta. Cada vez que James la atrapaba de una manera particularmente difícil, él soltaba un grito de asombro y aplaudía. Tras cinco minutos, Harry se preguntó por qué su padre no le decía a Colagusano que se controlara, pero parecía que a James le gustaba que le prestaran tanta atención. Harry se fijó en que su padre tenía la costumbre de desordenarse el cabello, como si quisiera impedir que ofreciera un aspecto demasiado pulido[405], y también miraba continuamente a las chicas que se habían sentado a orillas del lago.

—Guarda eso, ¿quieres? —acabó diciéndole Sirius cuando James atrapó la snitch de un modo magnífico y Colagusano lo vitoreó—, antes de que Colagusano se haga pis encima de la emoción.

Colagusano se ruborizó ligeramente, pero James sonrió.

—Si tanto te molesta... —dijo, y se guardó la pelota en el bolsillo. Harry tuvo la certeza de que Sirius era la única persona por la que James habría dejado de presumir.

—Me aburro —comentó Sirius—. ¡Ojalá hubiera luna llena!

—¿Te aburres? —se extrañó Lupin desde detrás de su libro—. Todavía nos queda Transformaciones; si te aburres puedes preguntarme la lección. Toma... —Y le pasó su libro.

Pero Sirius soltó un resoplido y dijo:

—No necesito el libro, me lo sé de memoria.

—Esto te animará, Canuto —comentó James en voz baja—. Mira quién está allí...

Sirius giró la cabeza y se quedó muy quieto, como un perro que ha olfateado un conejo.

—Fantástico —dijo con voz queda—. Quejicus.

Harry se volvió para ver a quién estaba mirando Sirius.

Snape se había levantado y estaba guardando la hoja del TIMO en su mochila. Cuando salió de la sombra de los matorrales y echó a andar por la extensión de césped, Sirius y James se pusieron en pie.

Lupin y Colagusano permanecieron sentados: Lupin seguía con la vista fija en el libro, aunque no movía los ojos y entre sus cejas había aparecido una pequeña arruga; Colagusano miraba a Sirius y a James y luego a Snape con avidez y expectación.

—¿Todo bien, Quejicus? —preguntó James en voz alta.

Snape reaccionó tan deprisa que dio la impresión de que estaba esperando un ataque: soltó su mochila, metió la mano dentro de su túnica y cuando empezó a levantar la varita, James gritó:

¡Expelliarmus!

La varita de Snape saltó por los aires y cayó con un ruido sordo en la hierba, detrás de él. Sirius soltó una carcajada.

¡Impedimenta! —exclamó éste señalando con su varita a Snape, que tropezó y cayó al suelo cuando se lanzaba a recoger su varita.

Muchos estudiantes se habían vuelto para mirar. Algunos se habían levantado y se acercaban poco a poco. Unos parecían preocupados; otros, divertidos.

Snape estaba tirado en el suelo, jadeante. James y Sirius avanzaron hacia él con las varitas levantadas; James giraba de vez en cuando la cabeza para mirar a las chicas que había sentadas al borde del lago. Colagusano también se había puesto en pie y había pasado junto a Lupin para ver mejor.

—¿Cómo te ha ido el examen, Quejiquis? —preguntó James.

—Me he fijado en él, tenía la nariz pegada al pergamino —aseguró Sirius con maldad—. Su hoja debe de estar llena de manchas de grasa; no van a poder leer ni una palabra.

Varios estudiantes que estaban mirando rieron; era evidente que Snape no tenía muchos amigos. Colagusano rió con estridencia. Snape, por su parte, intentaba levantarse, pero el embrujo todavía duraba, de modo que forcejeaba como si estuviera atado con cuerdas invisibles.

—Esperad... y veréis —dijo entrecortadamente contemplando con profundo odio a James—. ¡Esperad... y veréis!

—¿Qué veremos? —preguntó Sirius impávido—. ¿Qué vas a hacer, Quejiquis, limpiarte los mocos en nuestra ropa?

Snape soltó un torrente de palabrotas mezcladas con maleficios, pero como su varita había ido a parar a tres metros de él, no pasó nada.

—Vete a lavar esa boca —le espetó James—. ¡Fregotego!

Inmediatamente empezaron a salir rosadas pompas de jabón de la boca de Snape; la espuma le cubría los labios, le provocaba arcadas y hacía que se atragantara...

—¡DEJADLO EN PAZ!

James y Sirius giraron la cabeza. Inmediatamente, James se llevó la mano que tenía libre a la cabeza y se revolvió el cabello.

Era una de las chicas de la orilla del lago. Tenía una poblada mata de cabello rojo oscuro que le llegaba hasta los hombros, y unos ojos almendrados de un verde asombroso, iguales que los de Harry.

Era la madre de Harry.

—¿Qué tal, Evans? —la saludó James con un tono de voz mucho más agradable, grave y maduro.

—Dejadlo en paz —repitió Lily. Miraba a James sin disimular una profunda antipatía—. ¿Qué os ha hecho?

—Bueno —respondió James, e hizo como si reflexionara acerca de la pregunta—, es simplemente que existe, no si me explico...

Muchos estudiantes que se habían acercado rieron, incluidos Sirius y Colagusano, pero Lupin, que seguía en apariencia concentrado en su libro, no se rió, y tampoco lo hizo Lily.

—Te crees muy gracioso —afirmó ella con frialdad—, pero no eres más que un sinvergüenza arrogante y bravucón, Potter. Déjalo en paz.

—Lo dejaré en paz si sales conmigo, Evans —replicó rápidamente James—. Vamos, sal conmigo y no volveré a apuntar a Quejiquis con mi varita.

A sus espaldas, el efecto del embrujo paralizante estaba remitiendo y Snape se arrastraba con lentitud hacia su varita, escupiendo espuma de jabón.

—No saldría contigo ni aunque tuviera que elegir entre tú y el calamar gigante —le aseguró Lily.

—Mala suerte, Cornamenta —exclamó Sirius con viveza, y se volvió hacia Snape—. ¡Eh!

Demasiado tarde: Snape apuntaba con su varita a James; se produjo un destello de luz, un tajo apareció en la cara de James y la túnica se le manchó de sangre. James giró rápidamente sobre sí mismo: hubo otro destello, y Snape quedó colgado por los pies en el aire; la túnica le tapó la cabeza y dejó al descubierto unas delgadas y pálidas piernas y unos calzoncillos grisáceos.

Muchos de los curiosos vitorearon a James; Sirius, James y Colagusano rieron a carcajadas.

Lily, cuya expresión de rabia había vacilado un instante, como si fuera a sonreír, gritó:

—¡Bajadlo!

—Como quieras —convino James, y apuntó hacia arriba con su varita.

Snape cayó al suelo como un montón de ropa arrugada. Se desenredó de la túnica y se puso rápidamente en pie, con la varita en la mano, pero Sirius exclamó «¡Petrificas totalus!» y Snape volvió a caer de bruces, rígido como una tabla.

—¡DEJADLO EN PAZ! —gritó Lily, que ahora también enarbolaba su varita. James y Sirius la miraron con cautela.

—Evans, no me obligues a echarte un maleficio —protestó James con seriedad.

—¡Pues retírale la maldición!

James exhaló un hondo suspiro, se volvió hacia Snape y pronunció la contramaldición.

—Ya está —dijo mientras Snape se ponía trabajosamente en pie—. Has tenido suerte de que Evans estuviera aquí, Quejicus...

—¡No necesito la ayuda de una asquerosa sangre sucia como ella!

Lily parpadeó y, fríamente, dijo:

—La próxima vez no me meteré donde no me llaman. Y por cierto —añadió—, yo que tú me lavaría los calzoncillos, Quejicus.

—¡Pídele disculpas a Evans! —le gritó James a Snape, apuntándolo amenazadoramente con la varita.

—No quiero que lo obligues a pedirme disculpas —le gritó Lily a James—. Tú eres tan detestable como él.

—¿Qué? —gritó James—. ¡Yo jamás te llamaría... eso que tú sabes!

—Siempre estás desordenándote el pelo porque crees que queda bien que parezca que acabas de bajarte de la escoba, vas presumiendo por ahí con esa estúpida snitch, te pavoneas y echas maleficios a la gente por cualquier tontería... Me sorprende que tu escoba pueda levantarse del suelo, con lo que debe de pesar tu enorme cabeza. ¡Me das ASCO! —exclamó, y dio media vuelta y se marchó de allí a buen paso.

—¡Evans! —le gritó James—. ¡Eh, EVANS!

Pero Lily no miró hacia atrás.

—¿Qué mosca le ha picado? —dijo James intentando en vano fingir que era una pregunta hecha al azar, y que en realidad no le importaba.

—Leyendo entre líneas, yo diría que te encuentra un poco creído, amigo mío —apuntó Sirius.

—Está bien —aceptó James con gesto de fastidio—. Está bien... —Entonces se produjo otro destello y Snape volvió a colgar por los pies en el aire—. ¿Quién quiere ver cómo le quito los calzoncillos a Snape?

Pero Harry no llegó a saber si James le quitó los calzoncillos a Snape o no, pues una mano se había cerrado alrededor de su brazo con la fuerza de unas tenazas. El chico hizo una mueca de dolor y giró la cabeza para ver quién lo estaba sujetando, y vio, con horror, al Snape adulto de pie detrás de él, lívido de rabia.

—¿Te diviertes?

Harry notó que se elevaba por el aire; los soleados jardines se evaporaban a su alrededor; subía flotando por una gélida oscuridad, y la mano de Snape seguía sujetándolo con fuerza por el brazo. Entonces, con la sensación de que caía en picado, como si hubiera dado una voltereta en el aire, sus pies dieron contra el suelo de piedra de la mazmorra de Snape, y se encontró de nuevo plantado ante el pensadero que había encima de la mesa del oscuro despacho del que, en la actualidad, era su profesor de Pociones.


Date: 2015-12-11; view: 413


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