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El escarabajo, acorralado 4 page

Sin embargo, lo que hizo más feliz a Harry fue que al día siguiente Cho lo alcanzara por un pasillo cuando él se dirigía a la clase de Transformaciones, y antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, Cho le cogiera de la mano y le susurrara al oído: «Lo siento muchísimo. Esa entrevista es un verdadero acto de valentía. Me ha hecho llorar.»

Harry lamentó que Cho hubiera llorado por culpa de aquel tema, pero se alegraba mucho de que volvieran a ser amigos, y se puso aún más contento cuando Cho le dio un fugaz beso en la mejilla y se alejó corriendo. Y lo más increíble fue que, en cuanto Harry llegó al aula de Transformaciones, ocurrió algo francamente asombroso: Seamus se separó de la fila para hablar con él.

—Sólo quería decirte que te creo —masculló mirando la rodilla izquierda de Harry con los ojos entrecerrados—. Y que he enviado un ejemplar de esa revista a mi madre.

Y si algo hacía falta para redondear la felicidad de Harry, fue la reacción de Malfoy, Crabbe y Goyle. Los vio con las cabezas juntas a última hora de la tarde en la biblioteca; estaban con un chico enclenque que, según le dijo Hermione al oído, se llamaba Theodore Nott. Giraron la cabeza para mirar a Harry mientras él buscaba por las estanterías un libro sobre desaparición parcial que necesitaba: Goyle hizo crujir los nudillos, como si lo amenazara, y Malfoy le susurró algo sin duda malicioso a Crabbe. Harry sabía perfectamente por qué se comportaban así: él había identificado a sus respectivos padres como mortífagos.

—¡Y lo mejor de todo es que no pueden contradecirte porque no deben admitir que han leído el artículo! —dijo en voz baja Hermione, con regocijo, cuando abandonaban la biblioteca.

Por si fuera poco, a la hora de cenar, Luna le informó de que ningún otro número de El Quisquilloso se había agotado tan deprisa.

—¡Mi padre está haciendo una reimpresión! —le explicó a Harry con los ojos fuera de las órbitas—. ¡No puede creerlo; dice que a la gente le interesa más esta historia que la de los snorkacks de cuernos arrugados!

Aquella noche Harry recibió tratamiento de héroe en la sala común de Gryffindor. Fred y George, con gran osadía, le habían hecho un encantamiento de ampliación a la portada de El Quisquilloso y la habían colgado en la pared, de modo que la gigantesca cabeza de Harry presidía la reunión desde lo alto, y decía de vez en cuando cosas como: «LOS DEL MINISTERIO SON UNOS IMBÉCILES» O «CHÚPATE ÉSA[364], UMBRIDGE» con voz atronadora. Hermione no lo encontró muy divertido; dijo que le impedía concentrarse, y acabó acostándose temprano de lo fastidiada que estaba. Harry tuvo que reconocer, pasadas un par de horas, que el póster ya no resultaba tan gracioso, sobre todo cuando empezaron a agotarse los efectos del hechizo parlante y sólo gritaba palabras inconexas, como «CHÚPATE» y «UMBRIDGE», a intervalos cada vez más frecuentes y con una voz cada vez más alta. De hecho, aquellos gritos comenzaron a producirle dolor de cabeza, y la cicatriz volvía a molestarle mucho. Al final, pese a las exclamaciones de desilusión de los estudiantes que estaban sentados a su alrededor y que le pedían que reviviera su entrevista por enésima vez, Harry anunció que él también necesitaba acostarse pronto.



Cuando llegó al dormitorio lo encontró vacío. Apoyó un momento la frente en el frío cristal de la ventana que había junto a su cama, y eso le alivió un tanto el dolor. A continuación, se desvistió y se metió en la cama con la esperanza de que se le pasara. También estaba un poco mareado. Se tumbó sobre un costado, cerró los ojos y se quedó dormido casi al instante...

Estaba de pie en una habitación oscura con cortinas, iluminada con unas pocas velas, y agarraba con ambas manos el respaldo de una silla que tenía delante. Eran unas manos blancas de largos dedos, como si no hubieran visto la luz del sol durante años, y parecían enormes y pálidas arañas contra el oscuro terciopelo de la silla. Frente a ésta, bajo la luz que proyectaban las velas, estaba arrodillado un hombre que llevaba una túnica negra.

—Al parecer me han aconsejado mal —decía Harry con una voz fría y aguda, cargada de ira.

—Os ruego que me perdonéis, amo —respondía con voz ronca el hombre que estaba arrodillado en el suelo. La luz de las velas se reflejaba en su nuca. Estaba temblando. —No te culpo a ti, Rookwood —afirmaba Harry, que seguía hablando con aquella voz fría y cruel.

Soltaba la silla, pasaba junto a ella y se acercaba al hombre que estaba encogido de miedo en el suelo, hasta situarse enfrente de él en la oscuridad, y miraba hacia abajo desde una altura mucho mayor de la habitual.

—¿Estás seguro de lo que dices, Rookwood? —preguntaba Harry.

—Sí, mi señor, sí... Yo trabajé en el Departamento después..., después de todo...

—Avery me dijo que Bode podría sacarla de allí.

—Bode jamás habría podido cogerla, amo... Bode debía de saber que no podía... Sin duda fue por eso por lo que se defendió tanto contra la maldición Imperius que le echó Malfoy...

—Levántate, Rookwood —susurraba Harry.

El hombre arrodillado casi se caía con las prisas por obedecer. Tenía la cara picada de viruela y la luz de las velas daba relieve a las cicatrices. Al ponerse en pie permanecía un poco encorvado, como si se hubiera quedado a media reverencia, y lanzaba miradas aterradas a Harry.

—Has hecho bien contándome eso —decía Harry—. Muy bien... Por lo visto, he malgastado meses urdiendo planes inútiles... Pero no importa, volveremos a empezar. Cuentas con la gratitud de lord Voldemort, Rookwood.

—Sí, mi señor —contestaba éste con voz ahogada y ronca, cargada de alivio.

—Voy a necesitar tu ayuda. Voy a necesitar toda la información que puedas conseguir.

—Por supuesto, mi señor, por supuesto... Haría cualquier cosa...

—Muy bien, ya puedes irte. Envíame a Avery. —Rookwood salía caminando hacia atrás, haciendo reverencias, y desaparecía por una puerta.

Harry, a solas en la habitación en penumbra, se volvía hacia la pared, donde había colgado un viejo espejo rajado y con manchas. Harry iba hacia él. Su reflejo se hacía más grande y más nítido en la oscuridad... Veía una cara más blanca que una calavera, unos ojos rojos con unas pupilas que parecían rendijas...

—¡NOOOOOO!

—¿Qué pasa? —preguntó una voz.

Harry agitó los brazos, desesperado, se enredó en los cortinajes y cayó de la cama. Durante unos segundos no supo dónde se hallaba; estaba convencido de que volvería a ver de inmediato la cara blanca que parecía una calavera, pero entonces, muy cerca de él, la voz de Ron dijo:

—¿Quieres dejar de comportarte como un loco para que pueda sacarte de aquí?

Ron arrancó las cortinas y Harry, tumbado boca arriba y sintiendo un intenso dolor en la cicatriz, vio a su amigo bajo la luz de la luna. Ron debía de estar a punto de acostarse porque tenía un brazo fuera de la túnica.

—¿Han vuelto a atacar a alguien? —preguntó Ron al mismo tiempo que ayudaba a Harry a levantarse—. ¿A mi padre? ¿Ha sido esa serpiente otra vez?

—No, todos están bien —contestó Harry de forma entrecortada y con la frente ardiendo—. Bueno, Avery no... Él está metido en un lío... Le dio una información equivocada... Voldemort está muy enfadado...

Harry soltó un gemido y se desplomó temblando en la cama mientras se frotaba la cicatriz.

—Pero ahora Rookwood va a ayudarlo... Vuelve a estar sobre la pista correcta...

—Pero ¿de qué estás hablando? —dijo Ron, muy asustado—. ¿Insinúas... que has visto a Quien-tú-sabes?

—Yo era Quien-tú-sabes —lo corrigió Harry, y extendió las manos en la oscuridad y se las acercó a la cara para comprobar que ya no eran de un blanco mortal y que no tenían aquellos largos dedos—. Estaba con Rookwood, es uno de los mortífagos que se fugaron de Azkaban, ¿te acuerdas? Rookwood acaba de decirle que Bode no habría podido hacerlo.

—¿Que no habría podido hacer qué? —Sacar algo... Dijo que Bode debía de saber que no habría podido hacerlo... Bode estaba bajo la maldición imperius... Creo que dijo que se la había echado Malfoy.

—¿Embrujaron a Bode para sacar algo de algún sitio? Pero... Harry, tiene que ser...

—El arma —confirmó él terminando la frase de Ron—. Ya lo sé.

Entonces se abrió la puerta del dormitorio y entraron Dean y Seamus. Harry subió las piernas a la cama. No quería que se notara que había pasado algo raro, puesto que hacía muy poco que Seamus pensaba que Harry no estaba chiflado.

—¿Qué has dicho? —murmuró Ron acercando la cabeza a la de Harry y fingiendo que se servía un poco de agua de la jarra que había en su mesilla de noche—. ¿Que eras Quien-tú-sabes?

—Sí —afirmó Harry en voz baja. Ron bebió un gran sorbo de agua que no necesitaba y Harry vio que se le derramaba por la barbilla y por el pecho.

—Harry —dijo mientras Dean y Seamus iban de aquí para allá haciendo ruido, quitándose las túnicas y hablando entre ellos—, tienes que contárselo...

—No tengo que contárselo a nadie —le contradijo su amigo de manera cortante—. No habría visto nada de todo eso si supiera hacer Oclumancia. Se supone que he aprendido a no tener esas visiones. Eso es precisamente lo que quieren.

Con el «quieren» se refería a Dumbledore. Se metió de nuevo en la cama y se tumbó sobre un costado, dándole la espalda a Ron; al cabo de un rato, oyó crujir el colchón de su amigo, que también se había acostado. Entonces a Harry empezó a arderle la cicatriz y mordió con fuerza la almohada para no hacer ningún ruido. Sabía que en algún lugar estaban castigando a Avery.

Al día siguiente, Harry y Ron esperaron hasta la hora del recreo para contarle a Hermione lo que había pasado; querían estar completamente seguros de que nadie los oiría. De pie en su rincón de siempre del frío y ventoso patio, Harry le relató su sueño con todos los detalles que pudo recordar. Cuando hubo terminado, su amiga no dijo nada durante unos momentos; se quedó mirando fijamente a Fred y George, que se paseaban sin cabeza por el otro extremo del patio mientras vendían los sombreros mágicos que llevaban escondidos debajo de las capas.

—Así que es por eso por lo que lo mataron —comentó entonces con voz queda, y apartó por fin la vista de los gemelos—. Cuando Bode intentaba robar esa arma, le ocurrió algo raro. Supongo que, para impedir que la toquen, debe de tener hechizos defensivos encima o alrededor de ella. Por eso Bode estaba en San Mungo, porque tenía el cerebro afectado y no podía hablar. Pero ¿os acordáis de lo que nos dijo la sanadora? Aseguró que se estaba recuperando. Y ellos no podían arriesgarse a que se recuperara del todo, ¿no? Quiero decir que la conmoción o lo que fuera que sufrió Bode al tocar esa arma, seguramente provocó que la maldición Imperius dejara de ejercer efecto sobre él. En cuanto recobrara la voz, explicaría lo que había estado haciendo, ¿verdad? Se habría sabido que lo habían enviado a robar el arma. A Lucius Malfoy debió de resultarle fácil echarle la maldición porque se pasa la vida en el Ministerio, ¿no es así?

—Hasta estaba por allí el día que se celebró mi vista —comentó Harry—. En el... Un momento —dijo lentamente—. ¡Aquel día estaba en el pasillo del Departamento de Misterios! Tu padre, Ron, comentó que era probable que estuviera intentando colarse allí abajo y averiguar qué había pasado en mi vista, pero ¿y si...?

—¡Sturgis! —exclamó Hermione con un grito ahogado de estupefacción.

—¿Cómo dices? —preguntó Ron sin comprender.

—¡A Sturgis Podmore lo detuvieron por intentar colarse por una puerta! —exclamó Hermione con voz entrecortada—. ¡Lucius Malfoy también debió de echarle una maldición a él! Apuesto algo a que lo hizo el día que tú lo viste allí, Harry. Sturgis llevaba la capa de Moody, ¿verdad? ¿Y si estaba plantado junto a la puerta, manteniéndose invisible, y Malfoy lo oyó moverse, o adivinó que había alguien allí, o sencillamente lanzó la maldición Imperius para ver si por casualidad había un vigilante apostado en aquel lugar? Y en cuanto a Sturgis se le presentó una ocasión, probablemente cuando volvió a tocarle montar guardia, intentó entrar en el Departamento para robar el arma para Voldemort... Tranquilo, Ron... Pero lo pillaron y lo enviaron a Azkaban... —Hermione miró fijamente a Harry—. ¿Y ahora Rookwood le ha explicado a Voldemort cómo conseguir el arma?

—No oí toda la conversación, pero eso fue lo que me pareció —confirmó Harry—. Rookwood trabajaba allí... ¿Y si Voldemort envía a Rookwood a robarla?

Hermione asintió con la cabeza, abstraída. De repente dijo:

—Pero no debiste ver nada de todo eso, Harry.

—¿Qué? —dijo él sin comprender.

—Se supone que estás aprendiendo a cerrar tu mente a esas cosas —comentó Hermione con severidad.

—Ya lo sé, pero...

—Mira, creo que deberíamos intentar olvidar lo que has visto —añadió Hermione con firmeza-—. Y a partir de ahora también deberías poner un poco más de empeño en las clases de Oclumancia.

Harry se enfadó tanto con ella que no le dirigió la palabra durante el resto del día, que nuevamente resultó ser un asco. Cuando en los pasillos no se comentaba el tema de los mortífagos fugados, la gente se reía de la pésima actuación de los de Gryffindor en su partido contra Hufflepuff, y los de Slytherin cantaron «A Weasley vamos a coronar» tan fuerte y tan a menudo que, antes de que el sol se pusiera, Filch, harto de la cancioncilla, la había prohibido.

La situación no mejoró con el paso de los días. Harry recibió otras dos D en Pociones; todavía estaba en ascuas por si despedían a Hagrid, y no podía dejar de pensar en el sueño en que él era Voldemort, aunque no volvió a hablar sobre ello ni con Ron ni con Hermione porque no quería que su amiga volviera a regañarlo. Le habría encantado hablar de aquel tema con Sirius, pero eso estaba descartado, así que intentó confinar el asunto a lo más recóndito de su mente.

Aunque, por desgracia, lo más recóndito de su mente había dejado de ser un lugar seguro.

—Levántate, Potter.

Un par de semanas después de soñar con Rookwood, Harry volvía a estar arrodillado en el suelo del despacho de Snape, intentando vaciar su mente. Snape acababa de obligarlo una vez más a revivir un caudal de recuerdos muy antiguos que él ni siquiera era consciente de conservar, y la mayoría estaban relacionados con humillaciones que le habían infligido Dudley y sus compinches en la escuela primaria.

—¿Qué era ese último recuerdo? —preguntó Snape.

—No lo sé —contestó Harry, y se puso en pie cansinamente. Cada vez le resultaba más difícil desenredar los recuerdos del torrente de imágenes y sonidos que Snape le hacía evocar—. ¿Ese en que mi primo intentaba que metiera los pies en el retrete?

—No —dijo el profesor en voz baja—. Me refiero al del hombre arrodillado en medio de una habitación en penumbra.

—No es... nada —mintió Harry.

Snape taladró al muchacho con sus oscuros ojos, pero éste, recordando el comentario del profesor de que el contacto visual era indispensable para la Legeremancia, parpadeó y desvió la mirada.

—¿Qué hacen ese hombre y esa habitación dentro de tu cabeza, Potter? —insistió Snape.

—Sólo es... —balbuceó él mirando a todas partes menos a Snape—, sólo es... un sueño que tuve.

—¿Un sueño? —Hubo una pausa durante la cual Harry fijó la vista en una gran rana muerta que flotaba en un tarro lleno de un líquido de color morado—. Sabes por qué estamos aquí, ¿verdad, Potter? —le preguntó Snape con voz débil pero amenazadora—. Sabes por qué estoy sacrificando mi tiempo libre y realizo esta tediosa tarea, ¿no?

—Sí —contestó Harry fríamente. —Recuérdame por qué estamos aquí, Potter. —Para que pueda aprender Oclumancia —repuso él mientras miraba una anguila muerta, desafiante.

—Correcto, Potter. Y pese a lo torpe que eres —Harry miró con odio a Snape—, creía que después de más de dos meses de clases habrías progresado algo. ¿Cuántos sueños más sobre el Señor Tenebroso has tenido?

—Sólo ése —mintió.

—A lo mejor —prosiguió Snape entrecerrando ligeramente sus fríos y oscuros ojos—, a lo mejor resulta que te gusta tener esas visiones y esos sueños, Potter. Tal vez hacen que te sientas especial, importante...

—No —repuso Harry con las mandíbulas apretadas y los dedos fuertemente cerrados alrededor de su varita mágica.

—Me alegro, Potter —dijo Snape con frialdad—, porque no eres ni especial ni importante, y no te corresponde a ti averiguar qué dice el Señor Tenebroso a sus mortífagos.

—No, eso le corresponde a usted, ¿verdad? —le espetó Harry.

Lo dijo sin querer, las palabras salieron por su boca impulsadas por la rabia que sentía. Se miraron fijamente; Harry estaba convencido de que había ido demasiado lejos. Pero cuando Snape habló, lo hizo con una expresión curiosa, casi de satisfacción.

—Sí, Potter —afirmó, y sus ojos destellaron—. Ese es mi trabajo. Y ahora, si estás preparado, volveremos a empezar. —Snape levantó la varita y dijo—: Uno, dos, tres, ¡Legeremens!

Un centenar de Dementores se abatían sobre Harry cruzando el lago de los jardines de Hogwarts... Harry hizo una mueca de concentración... Cada vez estaban más cerca... Veía los oscuros agujeros que había bajo sus capuchas... Y, sin embargo, también veía a Snape enfrente de él, que lo observaba con atención al mismo tiempo que murmuraba por lo bajo... Y la imagen de Snape cada vez era más clara, y la de los Dementores más débil...

Harry levantó su varita.

¡Protego!

Snape se tambaleó, su varita saltó por los aires, lejos de Harry, y de pronto la mente del chico se llenó de recuerdos que no eran suyos: un hombre de nariz aguileña gritaba a una mujer que se encogía de miedo, mientras un niño de cabello oscuro lloraba en un rincón... Un adolescente de cabello grasiento estaba sentado, solo, en un oscuro dormitorio, y apuntaba al techo con su varita mágica para matar moscas... Una muchacha reía mientras un chico escuálido intentaba montar en una escoba que no paraba de dar sacudidas...

—¡BASTA!

Harry sintió como si lo hubieran empujado con fuerza por el pecho; dio unos pasos hacia atrás tambaleándose, chocó contra una de las estanterías que cubrían las paredes del despacho de Snape, y oyó que algo se rompía. El profesor temblaba ligeramente y estaba muy pálido.

Harry tenía la parte de atrás de la túnica mojada. Uno de los tarros que había en la estantería contra la que había chocado se había roto, y el elemento viscoso que había dentro giraba como un remolino en el líquido que se derramaba.

¡Reparo! —exclamó Snape por lo bajo, y el tarro se selló de inmediato—. Bueno, Potter, veo que vas mejorando... —Jadeando ligeramente, Snape enderezó el pensadero en el que había vuelto a almacenar algunos de sus pensamientos antes de iniciar la clase, como si quisiera comprobar que seguían allí—. No recuerdo haberte dicho que utilizaras un encantamiento escudo, pero no cabe duda de que ha surtido efecto...

Harry no dijo nada, pues tenía la impresión de que decir algo podría resultar peligroso. Estaba seguro de que acababa de entrar en los recuerdos de Snape, y que había contemplado algunas escenas de su infancia. Resultaba desconcertante pensar que aquel niño, que lloraba mientras veía cómo sus padres se gritaban, estaba en esos momentos de pie ante él mirándolo con ojos llenos de odio.

—Volvamos a intentarlo —dijo Snape. Harry se estremeció de miedo; estaba a punto de pagar por lo que acababa de pasar, estaba convencido de ello. Se colocaron de nuevo en sus posiciones, separados por la mesa. Harry temía que esa vez le costara mucho más vaciar su mente.

—Contaré hasta tres —le avisó Snape, y levantó la varita una vez más—. Uno, dos... —Harry no tuvo tiempo para prepararse e intentar vaciar su mente antes de que Snape gritara—: ¡Legeremens!

Iba corriendo por el pasillo de paredes de piedra con antorchas hacia el Departamento de Misterios; la puerta negra cada vez era más grande. Corría tanto que iba a chocar contra ella; estaba a pocos palmos y volvía a ver aquella rendija de débil luz azulada.

¡La puerta se había abierto! Por fin había entrado por ella, y se encontraba en una sala circular de paredes y suelo negros, iluminada por velas de llama azul, y había más puertas a su alrededor. Tenía que seguir adelante, pero ¿cuál debía abrir?

—¡POTTER!

Harry abrió los ojos. Volvía a estar tumbado boca arriba, pero no recordaba cómo había llegado hasta allí; jadeaba como si de verdad hubiera atravesado corriendo el pasillo del Departamento de Misterios, hubiera entrado apresuradamente por la puerta negra y se hubiera encontrado en la sala circular.

—¡Explícate! —le ordenó Snape, que estaba plantado delante de él, furioso.

—No..., no sé qué ha pasado —dijo Harry con sinceridad al mismo tiempo que se levantaba. Tenía un chichón en la parte de atrás de la cabeza, del golpe que se había dado contra el suelo, y sentía como si tuviera fiebre—. Es la primera vez que lo veo. Ya se lo he dicho, he soñado otras veces con esa puerta, pero nunca se había abierto...

—¡No te esfuerzas lo suficiente! —Por algún extraño motivo, Snape parecía aún más enojado de lo que lo estaba hacía dos minutos, cuando Harry había visto los recuerdos del profesor—. Eres perezoso y descuidado, Potter, no me extraña que el Señor Tenebroso...

—¿Puede decirme una cosa, señor? —lo interrumpió Harry con renovado ímpetu—. ¿Por qué llama a Voldemort Señor Tenebroso? Sólo he oído a los mortífagos llamarlo así.

Snape despegó los labios e hizo una mueca de desdén, pero entonces se oyó gritar a una mujer fuera del despacho.

El profesor levantó la cabeza y miró hacia el techo.

—¿Qué demonios...? —masculló. Harry oyó ruidos amortiguados que provenían, al parecer, del vestíbulo. Snape miró alrededor, ceñudo—. ¿Has visto algo raro cuando venías hacia aquí, Potter?

Harry hizo un gesto negativo con la cabeza y la mujer volvió a gritar. Snape fue a grandes zancadas hacia la puerta del despacho, con la varita en ristre[365], y salió. Tras vacilar unos instantes, el chico lo siguió.

Los gritos, efectivamente, procedían del vestíbulo, y se hicieron más fuertes cuando Harry corrió hacia la escalera de piedra. Cuando llegó al vestíbulo, lo encontró abarrotado: los estudiantes habían salido en tropel del Gran Comedor, donde todavía se estaba sirviendo la cena, para ver qué pasaba; otros se habían amontonado en la escalera de mármol. Harry se abrió paso a empujones entre un grupo de alumnos de Slytherin, que eran muy altos, y vio que los curiosos habían formado un gran corro; algunos estaban asombrados, y otros, incluso aterrados. La profesora McGonagall se hallaba enfrente de Harry, al otro lado del vestíbulo, y daba la impresión de que lo que estaba viendo le producía un débil mareo.

La profesora Trelawney estaba de pie en medio del vestíbulo, sosteniendo la varita en una mano y una botella vacía de jerez en la otra, completamente enloquecida. Tenía el pelo de punta, las gafas se le habían torcido, de modo que uno de los ojos aparecía más ampliado que el otro, y sus innumerables chales y bufandas le colgaban desordenadamente de los hombros causando la impresión de que se le habían descosido las costuras. En el suelo, junto a ella, había dos grandes baúles, uno de ellos volcado, como si se lo hubieran lanzado desde la escalera. La profesora Trelawney miraba fijamente, con gesto de terror, algo que Harry no distinguía, pero que al parecer estaba al pie de la escalera.

—¡No! —gritó la profesora Trelawney—. ¡NO! ¡Esto no puede ser! ¡No puede ser! ¡Me niego a aceptarlo!

—¿No se imaginaba que iba a pasar esto? —preguntó una voz aguda e infantil con un deje de crueldad; Harry, que se había desplazado un poco hacia la derecha, descubrió que la aterradora visión de la profesora Trelawney no era ni más ni menos que la profesora Umbridge—. Pese a que es usted incapaz de predecir ni siquiera el tiempo que hará mañana, debió darse cuenta de que su lamentable actuación durante mis supervisiones, y sus nulos progresos, provocarían su despido.

—¡N-no p-puede! —bramó la profesora Trelawney, a quien las lágrimas le resbalaban por las mejillas por detrás de sus enormes gafas—. ¡No p-puede despedirme! ¡Llevo d-dieciséis años aquí! ¡Hogwarts es m-mi hogar!

—Era su hogar hasta hace una hora, en el momento en que el ministro de la Magia firmó su orden de despido —la corrigió la profesora Umbridge, y Harry sintió asco al ver que el placer le ensanchaba aún más la cara de sapo mientras contemplaba cómo la profesora Trelawney, que lloraba desconsoladamente, se desplomaba sobre uno de sus baúles—. Así que haga el favor de salir de este vestíbulo. Nos está molestando.

Pero la profesora Umbridge se quedó donde estaba, regodeándose con la imagen de la profesora Trelawney, que gemía, se estremecía y se mecía hacia delante y hacia atrás sobre su baúl en el paroxismo del dolor. Harry oyó un sollozo amortiguado a su izquierda y giró la cabeza. Lavender y Parvati lloraban en silencio, cogidas del brazo. Luego oyó pasos. La profesora McGonagall había salido de entre los espectadores, había ido directamente hacia la profesora Trelawney y le estaba dando firmes palmadas en la espalda al mismo tiempo que se sacaba un gran pañuelo de la túnica.


Date: 2015-12-11; view: 364


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