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El escarabajo, acorralado 3 page

Daba la impresión de que a Rita le habría encantado meterle a Hermione por la nariz la sombrillita de papel que decoraba su copa.

—Supongo que no tengo alternativa, ¿no? —repuso Rita con voz ligeramente temblorosa. Abrió una vez más su bolso de cocodrilo, sacó un trozo de pergamino y levantó su pluma a vuelapluma.

—Mi padre se va a poner muy contento —comentó Luna alegremente mientras a Rita le temblaba un músculo de la mandíbula.

—¿Listo, Harry? —le preguntó Hermione volviéndose hacia él—. ¿Preparado para contar la verdad a todo el mundo?

—Supongo que sí —dijo él mientras Rita sostenía en equilibrio la pluma a vuelapluma sobre el trozo de pergamino que los separaba.

—Ya puedes disparar, Rita —sentenció Hermione con serenidad, y pescó una guinda del fondo de su copa.


Visto y no visto

 

 

Luna dijo que no sabía cuándo aparecería la entrevista de Rita con Harry en El Quisquilloso, pues su padre estaba esperando un largo e interesantísimo artículo basado en el testimonio de personas que recientemente habían visto snorkacks de cuernos arrugados.

—Como os podéis imaginar —explicó—, esa historia es muy importante, así que la de Harry quizá tenga que esperar al siguiente número.

Para Harry no fue una experiencia fácil hablar de la noche en que regresó Voldemort. Rita lo había presionado para sacarle hasta el último detalle, y él le había contado todo lo que recordaba, consciente de que aquélla era una oportunidad única para explicar la verdad. No sabía cómo reaccionaría la gente al leer la crónica. Imaginaba que serviría para que muchos se reafirmaran en la opinión de que estaba completamente loco, en parte porque su historia aparecería junto a una sarta de tonterías sobre los snorkacks de cuernos arrugados. Pero la fuga de Bellatrix Lestrange y de los otros mortífagos había despertado en Harry un deseo irrefrenable de hacer algo, funcionara o no...

—Estoy impaciente por saber lo que opina la profesora Umbridge de tus revelaciones a la prensa —le dijo Dean, atemorizado, el lunes por la noche durante la cena. Seamus, sentado al lado de Dean, engullía enormes cantidades de empanadas de pollo con jamón, pero Harry se dio cuenta de que no se perdía detalle.

—Has hecho lo que tenías que hacer, Harry —terció Neville, que estaba sentado enfrente. Estaba muy pálido, pero añadió en voz baja—: Debió de ser... muy duro para ti hablar de todo eso, ¿verdad?

—Sí —musitó el chico—, pero la gente tiene que saber de qué es capaz Voldemort, ¿no?

—Claro; bueno, él y sus mortífagos —coincidió Neville asintiendo con la cabeza—. La gente debería saber...



Neville dejó la frase inacabada y siguió comiendo patatas asadas. Seamus, por su parte, levantó la cabeza, pero cuando su mirada se encontró con la de Harry, bajó rápidamente la vista hacia su plato. Al cabo de un rato, Dean, Seamus y Neville se marcharon a la sala común; Harry y Hermione se quedaron en la mesa esperando a Ron, que todavía no había cenado por culpa del entrenamiento de quidditch.

Cho Chang entró en el comedor con su amiga Marietta. Harry notó una desagradable sacudida en el estómago, pero ella no miró hacia la mesa de Gryffindor y se sentó de espaldas a él.

—Ah, se me olvidó preguntártelo —comentó Hermione con una sonrisa en los labios tras echar un vistazo a la mesa de Ravenclaw—, ¿cómo te fue la cita con Cho? ¿Por qué volviste tan pronto?

—Pues fue..., fue... —respondió Harry al mismo tiempo que acercaba una bandeja de pastel de ruibarbo y se servía por segunda vez— un fracaso total, ya que me lo preguntas.

Y le contó lo que había pasado en el salón de té de Madame Pudipié.

—...y entonces —concluyó varios minutos más tarde, cuando desaparecieron las últimas migas de pastel[353]— se levanta y dice: «Hasta la vista, Harry» ¡y se larga corriendo! —Dejó la cuchara sobre la mesa y miró a Hermione—. ¿Tú entiendes algo?

Hermione lanzó una mirada a la nuca de Cho y suspiró.

—¡Ay, Harry! —exclamó con tristeza—. Lo siento, pero tienes muy poco tacto.

—¿Poco tacto? ¿Yo? —dijo Harry, indignado—. Pero si estábamos la mar de bien, y de repente me cuenta que Roger Davies le había pedido salir y que ella solía ir a aquel ridículo salón de té a besuquearse con Cedric. ¿Cómo crees que me sentó[354] a mí eso?

—Verás —dijo Hermione adoptando un aire de paciencia infinita, como si estuviera explicándole a un niño pequeño e hipersensible que uno más uno son dos—, no debiste soltarle en plena cita que habías quedado conmigo.

—Pero..., pero —balbuceó Harry—, pero tú me pediste que nos reuniéramos allí a las doce y me dijiste que podía llevarla. ¿Cómo querías que lo hiciera sin decírselo?

—Tendrías que habérselo explicado de otro modo —aclaró Hermione sin abandonar aquel exasperante aire de superioridad—. Tendrías que haberle asegurado que te daba mucha rabia, pero que yo te había hecho prometer que irías a Las Tres Escobas, y que en realidad no tenías ningunas ganas de ir allí porque preferías mil veces pasar todo el día con ella, pero desgraciadamente creías que no podías darme plantón[355]; y tendrías que haberle pedido por favor que te acompañara, porque así podrías librarte antes de mí. Y no habría estado de más mencionar lo fea que me encuentras[356] —añadió Hermione en el último momento.

—Pero si yo no te encuentro fea —dijo Harry, desconcertado.

Su amiga se rió.

—Eres peor que Ron, Harry. Bueno, peor no. —Suspiró, y en ese momento Ron entró en el comedor; iba lleno de salpicaduras de barro y estaba malhumorado—. Mira, a Cho le disgustó que hubieras quedado conmigo e intentó ponerte celoso. Lo hizo para averiguar hasta qué punto te gusta.

—¿Estás segura? —inquirió Harry al mismo tiempo que Ron se dejaba caer en el banco de enfrente y se acercaba todas las bandejas que tenía a su alcance—. ¿Y no habría sido más sencillo que me hubiera preguntado si ella me gusta más que tú?

—Las chicas no suelen hacer preguntas de ese tipo —le respondió Hermione.

—¡Pues deberían hacerlas! —exclamó Harry con vehemencia—. ¡Así yo habría podido decirle que me gusta, y ella no habría tenido que volver a ponerse a llorar por la muerte de Cedric!

—Yo no digo que lo que hizo fuera lo más sensato —puntualizó Hermione. Ginny acababa de llegar a la mesa de Gryffindor; también iba cubierta de barro y parecía tan contrariada como su hermano—. Sólo intento hacerte comprender lo que Cho sentía en aquel momento.

—Deberías escribir un libro —le dijo Ron a Hermione mientras cortaba las patatas que se había puesto en el plato—. Tendrías que explicar todas las locuras que hacen las chicas para que los chicos pudiéramos entenderlas.

—Sí —dijo Harry con fervor, y miró hacia la mesa de Ravenclaw. Cho acababa de levantarse y, sin mirar hacia donde estaba él, salió del Gran Comedor. Harry, muy deprimido, miró a Ron y a Ginny—. Bueno, ¿qué tal ha ido el entrenamiento de quidditch?

—Fue una pesadilla —contestó Ron hoscamente.

—Vamos, vamos —dijo Hermione mirando a Ginny—, seguro que no ha sido tan...

—Ya lo creo —afirmó Ginny—. Ha sido desastroso. Al final, Angelina estaba al borde de las lágrimas.

Después de cenar, Ron y Ginny fueron a darse un baño y Harry y Hermione regresaron a la concurrida sala común de Gryffindor y a su montón de deberes de rigor. Harry llevaba media hora peleando con un nuevo mapa celeste para la clase de Astronomía cuando aparecieron Fred y George.

—¿No están aquí ni Ron ni Ginny? —preguntó Fred, y miró alrededor mientras arrastraba una butaca; Harry negó con la cabeza, y entonces Fred dijo—: Mejor. Hemos estado viendo el entrenamiento. Los van a machacar[357]. Sin nosotros son un completo desastre.

—Hombre, Ginny no lo hace mal del todo —intervino George, y se sentó junto a su gemelo—. La verdad es que no me explico que lo haga tan bien, porque nunca le hemos dejado jugar con nosotros.

—Tu hermana entra a hurtadillas en el cobertizo de las escobas del jardín desde que tiene seis años y vuela con vuestras escobas, por turnos, cuando no podéis verla —dijo Hermione desde detrás de un inseguro montón de libros sobre la asignatura de Runas Antiguas.

—¡Ah! —exclamó George, ligeramente impresionado—. Bueno, eso lo explica todo.

—¿Ha parado Ron alguna bola[358]? —preguntó Hermione asomando por encima de la cubierta de Jeroglíficos y logogramas mágicos.

—Verás, el caso es que las para cuando cree que nadie lo mira —explicó Fred poniendo los ojos en blanco—, de modo que lo único que tenemos que hacer el sábado es pedir a los espectadores que se den la vuelta y hablen unos con otros cada vez que la quaffle llegue al extremo del campo donde está Ron. —Fred se levantó e, inquieto, fue hacia la ventana y desde allí contempló los oscuros jardines—. ¿Sabéis una cosa? El quidditch era lo único por lo que valía la pena quedarse en este colegio.

Hermione lo miró con severidad.

—¡Pronto tendrás exámenes!

—Ya te lo he dicho, los ÉXTASIS no nos preocupan —repuso Fred—. Los Surtidos Saltaclases ya están listos, hemos encontrado la manera de eliminar esos granos: basta con aplicarles un par de gotas de solución de murtlap. Lee fue quien nos lo recomendó.

George bostezó y miró desconsoladamente el nublado cielo nocturno.

—Me parece que no quiero ni ver ese partido. Si Zacharias Smith nos gana tendré que matarme.

—Querrás decir que tendrás que matarlo a él —lo corrigió Fred con firmeza.

—Eso es lo malo que tiene el quidditch —comentó Hermione, distraída, sin apartar la vista de su traducción de runas—, que crea muchas tensiones y enemistades entre las casas. —Levantó la cabeza para buscar su ejemplar del Silabario del hechicero y se dio cuenta de que Fred, George y Harry la miraban de hito en hito[359] con una mezcla de asco e incredulidad en el rostro—. ¡Es cierto! —se defendió—. En realidad no es más que un juego, ¿no?

—Hermione —dijo Harry moviendo la cabeza con un gesto negativo—, eres un as con los sentimientos y esas cosas, pero de quidditch no tienes ni idea.

—Es posible —admitió ella con vaguedad, y siguió con su traducción—, pero al menos mi felicidad no depende de la habilidad de Ron como guardián.

Y pese a que Harry hubiera preferido saltar desde la torre de Astronomía antes que darle la razón a Hermione, habría dado un montón de galeones a cambio de que a él tampoco le interesara el quidditch después de ver el partido del sábado siguiente.

Lo mejor que podía decirse de aquel partido era que fue corto; los espectadores de Gryffindor sólo tuvieron que soportar veintidós minutos de martirio. No resultaba fácil decidir qué había sido lo peor, pero Harry creía que la palma se la disputaban la decimocuarta parada fallida[360] de Ron, el momento en que Sloper no logró darle a la bludger y en cambio golpeó a Angelina en la boca con el bate, y el espectáculo que montó Kirke, que se puso a chillar y cayó de espaldas de su escoba, cuando Zacharias Smith salió zumbando hacia él con la quaffle. El milagro fue que Gryffindor sólo perdió por diez puntos: Ginny consiguió atrapar la snitch cuando la bola estaba debajo de las narices de Summerby, el buscador de Hufflepuff, de modo que el resultado final fue de doscientos cuarenta a doscientos treinta.

—¡Buena jugada! —le dijo Harry a Ginny un poco más tarde en la sala común, donde reinaba una atmósfera parecida a la de un funeral especialmente triste.

—He tenido suerte —replicó ella encogiéndose de hombros—. No era una snitch muy rápida, y Summerby está resfriado: ha estornudado y ha cerrado los ojos justo en el peor momento. Pero cuando tú vuelvas al equipo...

—Me han suspendido de por vida, Ginny.

—Te han suspendido mientras la profesora Umbridge siga en el colegio —lo corrigió ella—. No es lo mismo. En fin, cuando tú vuelvas, creo que me presentaré a las pruebas de cazador. Angelina y Alicia se marchan el año que viene, y de todos modos prefiero marcar goles a buscar. —Harry miró a Ron, que estaba encorvado en una esquina observándose las rodillas y llevaba una botella de cerveza de mantequilla colgando de una mano—. Angelina sigue sin dejarle renunciar —le explicó Ginny como si le hubiera leído el pensamiento a su amigo—. Dice que está segura de que lo lleva en la sangre.

A Harry le caía bien Angelina por la fe que demostraba tener en Ron, pero al mismo tiempo pensaba que en el fondo le haría un favor si lo dejara abandonar el equipo. Ron había salido del terreno de juego en medio de otro atronador coro de «A Weasley vamos a coronar» entonado con verdadero entusiasmo por los de Slytherin, que ya eran los favoritos para ganar la Copa de quidditch. Los gemelos se le acercaron.

—Ni siquiera he tenido valor para tomarle el pelo —comentó Fred mirando a su hermano Ron—. Y eso que... cuando se le escapó la decimocuarta... —Hizo unos aspavientos con los brazos, como si nadara al estilo perro—. Bueno, me lo guardo para las fiestas, ¿eh?

Poco después, Ron subió arrastrándose hasta el dormitorio. Harry, por respeto al estado de ánimo de su amigo, tardó un rato en subir a acostarse, para que pudiera hacerse el dormido si le apetecía. Y en efecto, cuando Harry entró en la habitación, Ron roncaba de un modo demasiado exagerado para ser del todo verosímil.

Harry se metió en la cama y se puso a pensar en el partido. Observarlo desde las gradas había resultado muy frustrante. La actuación de Ginny le había impresionado mucho, pero estaba seguro de que de haber jugado él habría logrado atrapar antes la snitch... Hubo un momento en que la pequeña bola alada revoloteó cerca del tobillo de Kirke; si Ginny no hubiera vacilado, habría podido conseguir que Gryffindor ganara, aunque hubiera sido por los pelos.

La profesora Umbridge había contemplado el partido sentada unas cuantas filas por debajo de Harry y Hermione. En un par de ocasiones, la profesora había girado la cabeza para mirarlo, y a él le había parecido que la enorme boca de sapo de la profesora se había dilatado en una sonrisa de regodeo. Aquel recuerdo hizo que Harry, tumbado a oscuras en su cama, se pusiera rojo de ira. Sin embargo, pasados unos minutos recordó que tenía que vaciar su mente de toda emoción antes de dormir, como Snape seguía ordenándole siempre al final de la clase de Oclumancia.

Lo intentó durante un momento, pero la imagen de Snape se superponía a la de la profesora Umbridge, y eso no hacía más que intensificar su profundo resentimiento. De ese modo, en lugar de vaciar su mente, se dio cuenta de que estaba concentrado en pensar lo mucho que odiaba a aquellos dos personajes. Los ronquidos de Ron fueron apagándose poco a poco, y los sustituyó el sonido de su lenta y acompasada respiración. Harry tardó mucho más que su amigo en conciliar el sueño; estaba físicamente cansado, pero le llevó un buen rato desconectar el cerebro.

Soñó que Neville y la profesora Sprout bailaban un vals en la Sala de los Menesteres mientras la profesora McGonagall tocaba la gaita. Él los observaba tranquilamente, hasta que decidía ir a buscar a los otros miembros del ED.

Pero cuando salía de la sala no se encontraba frente al tapiz de Barnabás el Chiflado, sino frente a una antorcha que ardía en un soporte, en una pared de piedra. Giraba con lentitud la cabeza hacia la izquierda, y allí, al final del pasillo sin ventanas, había una puerta negra y lisa.

Se dirigía hacia ella con una emoción cada vez mayor. Tenía la extraña sensación de que esa vez, por fin, iba a tener suerte y descubriría la forma de abrirla... Estaba a pocos palmos de ella y veía, con gran entusiasmo, que había una reluciente rendija de débil luz azulada que discurría por la parte de la derecha. La puerta estaba entreabierta. Estiraba un brazo para empujarla y...

Ron soltó un fuerte, bronco[361] y genuino ronquido, y Harry despertó bruscamente con la mano derecha en alto y extendida en la oscuridad para abrir una puerta que estaba a cientos de kilómetros de distancia. Luego la dejó caer con una mezcla de decepción y culpabilidad. Era consciente de que no debía haber visto aquella puerta, pero al mismo tiempo lo consumía hasta tal punto la curiosidad por saber qué había detrás de ella que se enfadó con Ron. ¿No podía haber esperado un minuto más para soltar aquel ronquido?

El lunes por la mañana entraron en el Gran Comedor para desayunar en el preciso instante en que llegaban las lechuzas con el correo. Hermione no era la única que esperaba con avidez su ejemplar de El Profeta: casi todos los estudiantes estaban ansiosos por saber más noticias sobre los mortífagos fugitivos, quienes todavía no habían sido detenidos, pese a que muchas personas aseguraban haberlos visto. Entregó un knut a la lechuza que le dio el periódico, y lo desplegó apresuradamente mientras Harry se servía zumo de naranja; como sólo había recibido un mensaje en todo el curso, cuando la primera lechuza aterrizó con un golpe seco delante de él, creyó que se había equivocado.

—¿A quién buscas? —le preguntó apartando lánguidamente su zumo de naranja de debajo del pico de la lechuza, y se inclinó hacia delante para leer el nombre y la dirección del destinatario.

Harry Potter

Gran Comedor

Colegio Hogwarts

 

Harry frunció el entrecejo y se dispuso a coger la carta, pero, antes de que pudiera hacerlo, tres, cuatro y hasta cinco lechuzas más llegaron volando y se posaron al lado de la primera disputándose un sitio, al mismo tiempo que pisaban la mantequilla y tiraban el salero en sus intentos de entregarle, antes que las demás, la carta que llevaban.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ron, asombrado, mientras los demás ocupantes de la mesa de Gryffindor se inclinaban para mirar y siete lechuzas más aterrizaban entre las anteriores, chillando, ululando y agitando las alas.

—¡Harry! —exclamó Hermione, que a continuación hundió las manos en la masa de plumas y levantó una lechuza que llevaba un paquete largo y cilíndrico—. Creo que sé lo que esto significa. ¡Abre ésta primero!

Harry retiró el envoltorio de papel de color marrón y encontró un ejemplar fuertemente enrollado del número de marzo de El Quisquilloso. Lo desenrolló y vio su cara, que sonreía tímidamente en la portada. Sobre la imagen de Harry había unas grandes letras rojas que rezaban:

HARRY POTTER HABLA POR FIN:

«TODA LA VERDAD SOBRE EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO Y

LA NOCHE QUE LO VI REGRESAR»

 

¿Te gusta? —le preguntó Luna, que se había acercado a la mesa de Gryffindor y se apretujaba en el banco entre Fred y Ron—. Salió ayer. Le pedí a mi padre que te enviara un ejemplar gratuito. Supongo que todo esto —añadió señalando las lechuzas, que seguían buscando un lugar frente a Harry— son cartas de los lectores.

—Lo que me imaginaba —dijo Hermione con entusiasmo—. Harry, ¿te importa si...?

—Tú misma[362] —repuso él con expresión de desconcierto.

Ron y Hermione empezaron a abrir sobres.

—Ésta es de un tipo que cree que estás como una cabra —dijo Ron mientras leía la carta que había cogido[363]—. Ah, bueno...

—Esta mujer te recomienda que hagas un tratamiento de hechizos de choque en San Mungo —comentó Hermione, decepcionada, y arrugó su carta.

—Pues ésta no está mal —afirmó Harry despacio, leyendo por encima una larga carta de una bruja de Paisley—. ¡Eh, dice que me cree!

—Éste está indeciso —terció Fred, que se había apuntado con entusiasmo a abrir cartas—. Dice que no cree que estés loco, pero que no le hace ninguna gracia pensar que Quien-vosotros-sabéis ha regresado y por eso ahora no sabe qué pensar. ¡Vaya, qué manera de malgastar el pergamino!

—¡A éste también lo has convencido, Harry! —exclamó Hermione, emocionada—. «Después de leer tu versión de la historia, he llegado a la conclusión de que El Profeta te ha tratado injustamente... Aunque no me guste pensar que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado, no tengo más remedio que aceptar que dices la verdad...» ¡Es fantástico!

—Otro que cree que has perdido la cabeza —comentó Ron, y tiró una carta arrugada por encima del hombro—, pero ésta dice que la has convencido y que ahora piensa que eres un verdadero héroe; ¡hasta ha incluido una fotografía suya! ¡Toma!

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó una voz infantil y falsamente dulzona.

Harry, que tenía las manos llenas de sobres, levantó la cabeza. La profesora Umbridge estaba de pie, detrás de Fred y de Luna, y examinaba con sus saltones ojos de sapo el revoltijo de lechuzas y cartas que había encima de la mesa, enfrente de Harry. Y él se dio cuenta de que muchos estudiantes los observaban con avidez.

—¿A qué se debe que recibas tantas cartas, Potter? —le preguntó la profesora Umbridge lentamente.

—¿También es delito recibir correo? —inquirió Fred en voz alta.

—Ten cuidado, Weasley, o tendré que castigarte —respondió la bruja—. ¿Y bien, señor Potter?

Harry vaciló, pero no sabía cómo iba a mantener en secreto lo que había hecho; seguramente, sólo era cuestión de tiempo que un ejemplar de El Quisquilloso llegara a manos de la profesora Umbridge.

—La gente me escribe cartas porque me han hecho una entrevista —contestó Harry—. Sobre lo que pasó en junio.

Cuando pronunció esta frase, dirigió la vista hacia la mesa de los profesores sin saber por qué. Harry tuvo la extraña sensación de que un instante antes Dumbledore lo había estado observando, pero cuando miró al director lo vio enfrascado en una conversación con el profesor Flitwick.

—¿Una entrevista? —repitió la profesora Umbridge con una voz más aguda y alta que nunca—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Quiero decir que una periodista me hizo preguntas y que yo las contesté. Mire...

Y le lanzó un ejemplar de El Quisquilloso. La profesora Umbridge lo cogió al vuelo y se quedó contemplando la portada. Inmediatamente, su blancuzco rostro se cubrió de desagradables manchas violetas.

—¿Cuándo has hecho esto? —le preguntó con voz ligeramente temblorosa.

—En la última excursión a Hogsmeade —contestó Harry.

La profesora lo miró rabiosa mientras la revista temblaba entre sus regordetes dedos.

—Se te han acabado los fines de semana en Hogsmeade, Potter —susurró—. ¿Cómo te atreves..., cómo has podido...? —Inspiró hondo—. He intentado mil veces enseñarte a no decir mentiras. Por lo visto, todavía no has captado el mensaje. Cincuenta puntos menos para Gryffindor y otra semana de castigos.

Se marchó muy indignada, con el ejemplar de El Quisquilloso contra el pecho, y los estudiantes la siguieron con la mirada.

A media mañana aparecieron colgados enormes letreros por todo el colegio, no sólo en los tablones de anuncios, sino también en los pasillos y en las aulas.

POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS

Cualquier estudiante al que se sorprenda en posesión de la revista El Quisquilloso será expulsado del colegio.

Esta norma se ajusta al Decreto de Enseñanza n.°27.

Firmado:

Dolores Jane Umbridge

Suma Inquisidora

 

Por algún extraño motivo, a Hermione se le iluminaba la cara cada vez que veía uno de esos letreros.

—¿Se puede saber por qué estás tan contenta? —le preguntó Harry.

—¡Ay, Harry! ¿No lo entiendes? —exclamó Hermione—. ¡Si algo puede haber hecho la profesora Umbridge para tener la certeza absoluta de que hasta el último estudiante de este colegio lee tu entrevista, es prohibirla!

Y por lo visto Hermione tenía razón. Hacia el final del día, aunque Harry no había visto ni un trocito de El Quisquilloso en todo el colegio, los alumnos hablaban entre sí de la entrevista. Harry oyó que cuchicheaban mientras esperaban en fila para entrar en las aulas, y que la comentaban a la hora de comer y durante las clases; además, Hermione le informó de que las chicas también hablaban de la noticia en los lavabos cuando ella entró allí un momento antes de la clase de Runas Antiguas.

—Entonces me han visto, y como saben que te conozco, me han bombardeado a preguntas —le contó con los ojos relucientes—. Y me parece que te creen, Harry, de verdad, ¡creo que por fin los has convencido!

Entre tanto, la profesora Umbridge recorría el colegio parando a los estudiantes al azar, y les exigía que se vaciaran los bolsillos y le enseñaran los libros; Harry sabía que lo que buscaba era ejemplares de El Quisquilloso, pero los alumnos le llevaban ventaja: habían embrujado las páginas de la entrevista de Harry para que parecieran fragmentos de libros de texto por si las leía alguien que no fuera ellos, o las habían borrado mediante magia, y esperaban el momento adecuado para leerlas. Al poco tiempo daba la impresión de que todo el alumnado había leído la entrevista.

Los profesores tenían prohibido mencionar la entrevista según el Decreto de Enseñanza n.° 26, por supuesto, pero aun así encontraron formas de expresar lo que opinaban de ella. La profesora Sprout concedió veinte puntos a Gryffindor cuando Harry le acercó una regadera; el profesor Flitwick le puso una caja de ratones de azúcar chillones en las manos al finalizar la clase de Encantamientos, y luego dijo: «¡Chissst!» y se alejó a toda prisa; y la profesora Trelawney lloró como una histérica durante la clase de Adivinación y anunció a la desconcertada clase, y a la profesora Umbridge, que la contemplaba con gesto de desaprobación, que no era cierto que Harry moriría prematuramente, sino que llegaría a ser muy viejo, se convertiría en ministro de la Magia y tendría doce hijos.


Date: 2015-12-11; view: 377


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