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El escarabajo, acorralado 1 page

 

 

A la mañana siguiente, Harry encontró la respuesta a su pregunta. Cuando llegó El Profeta de Hermione, ésta lo alisó, echó un vistazo a la primera plana y soltó un grito que hizo que todos los que estaban cerca se quedaran mirándola.

—¿Qué pasa? —preguntaron Harry y Ron a la vez.

Por toda respuesta, Hermione colocó el periódico sobre la mesa, delante de sus dos amigos, y señaló diez fotografías en blanco y negro que ocupaban la primera plana; eran las caras de nueve magos y una bruja. Algunas de las personas fotografiadas se burlaban en silencio; otras tamborileaban con los dedos en el borde inferior de la fotografía, con aire insolente. Cada fotografía llevaba un pie[327] de foto con el nombre de la persona y el delito por el que había sido enviada a Azkaban.

«Antonin Dolohov, condenado por el brutal asesinato de Gideon y Fabian Prewett», rezaba el pie de foto de un mago con la cara larga, pálida y contrahecha, que miraba sonriendo burlonamente a Harry.

«Augustus Rookwood, condenado por filtrar secretos del Ministerio de la Magia a Aquel-que-no-debe-ser-nombrado», rezaba el pie de foto de un individuo con la cara picada de viruela y el cabello grasiento, que estaba apoyado en el borde de su fotografía con pinta de aburrido.

Pero la foto que más llamó la atención de Harry fue la de la bruja, cuya cara había destacado entre las demás en cuanto él miró la página. Llevaba el cabello largo y era castaño, pero en la fotografía tenía aspecto de desgreñado y sucio, aunque él lo había visto bien arreglado, denso y reluciente. La bruja miraba a Harry fijamente con ojos de párpados caídos y una arrogante y desdeñosa sonrisa en los finos labios. Como Sirius, conservaba vestigios de la antigua belleza que algo, quizá Azkaban, le había robado.

«Bellatrix Lestrange, condenada por torturar a Frank y Alice Longbottom hasta causarles una incapacidad permanente.»

Hermione le dio un codazo a Harry y señaló el titular que había encima de las fotografías, que Harry, concentrado en la imagen de Bellatrix, todavía no había leído.

 

FUGA EN MASA DE AZKABAN

EL MINISTERIO TEME QUE BLACK SEA EL «PUNTO

DE REUNIÓN» DE ANTIGUOS MORTÍFAGOS

 

—¿Black? —dijo Harry en voz alta—. ¿No se...?

—¡Chissst! —susurró Hermione, alarmada—. ¡No hables tan alto, léelo y calla!

 

El Ministerio de la Magia anunció ayer entrada la noche que se había producido una fuga en masa de Azkaban.

Cornelius Fudge, ministro de la Magia, fue entrevistado en su despacho y confirmó que diez prisioneros de la sección de alta seguridad escaparon a primera hora de la noche pasada, y que ya ha informado al Primer Ministro muggle del carácter peligroso de esos individuos.



«Desgraciadamente, nos encontramos en la misma situación en que estábamos hace dos años y medio, cuando huyó el asesino Sirius Black —declaró Fudge ayer por la noche—. Y creemos que las dos fugas están relacionadas. Una huida de esta magnitud sugiere que los fugitivos contaron con ayuda del exterior, y hemos de recordar que Black, el primer preso que logró huir de Azkaban, sería la persona idónea para ayudar a otros a seguir sus pasos. Creemos también que esos individuos, entre los que se encuentra la prima de Black, Bellatrix Lestrange, han acudido a ofrecer apoyo a Black, al que han erigido líder. Sin embargo, estamos haciendo todo lo posible para capturar a los delincuentes, y pedimos a la comunidad mágica que permanezca alerta y actúe con prudencia. No hay que abordar a ninguno de estos individuos bajo ningún concepto.»

 

—Ya está, Harry —dijo Ron, atemorizado—. Por eso estaba tan contento anoche.

—No puedo creerlo —gruñó Harry—. ¡Fudge culpa de la fuga a Sirius!

—¿Qué otras posibilidades tiene? —comentó Hermione con amargura—. No puede decir: «Lo siento mucho, Dumbledore ya me advirtió que esto podía pasar, los vigilantes de Azkaban se han unido a lord Voldemort...» ¡Deja de gimotear, Ron! «... y ahora los peores partidarios de Voldemort se han fugado.» Hay que tener en cuenta que Fudge lleva seis meses diciendo a todo el mundo que Dumbledore y tú sois unos mentirosos.

Hermione abrió el periódico y empezó a leer la crónica interior mientras Harry recorría el Gran Comedor con la mirada. No entendía por qué sus compañeros no parecían asustados ni comentaban por lo menos la espantosa noticia de la primera plana, aunque lo cierto era que muy pocos recibían el periódico todos los días, como Hermione. Allí estaban, hablando de los deberes, de quidditch y de los últimos cotilleos[328], a pesar de que fuera de aquellos muros otros diez mortífagos habían pasado a engrosar las filas de Voldemort.

Miró hacia la mesa de los profesores. Allí todo era diferente: Dumbledore y la profesora McGonagall estaban en plena conversación, y ambos parecían sumamente serios. La profesora Sprout tenía El Profeta apoyado en una botella de ketchup y leía la primera plana con tanta concentración que no se había dado cuenta de que de la cuchara que tenía en suspenso delante de la boca caía un hilillo[329] de yema de huevo que iba a parar a su regazo. Entre tanto, al final de la mesa, la profesora Umbridge atacaba un cuenco de gachas de avena[330]. Por primera vez los saltones ojos de sapo de Dolores Umbridge no recorrían el Gran Comedor, tratando de descubrir a algún estudiante que no se estuviera portando bien. Tenía el entrecejo fruncido mientras engullía la comida, y de vez en cuando lanzaba una mirada maliciosa hacia el centro de la mesa, donde conversaban Dumbledore y la profesora McGonagall.

—¡Oh, no...! —exclamó Hermione, sorprendida, sin apartar los ojos del periódico.

—¿Y ahora qué? —preguntó rápidamente Harry; estaba muy nervioso.

—Es... horrible —dijo la chica, conmocionada. Dobló el periódico por la página diez y se lo pasó a sus amigos.

 

TRÁGICO FALLECIMIENTO DE UN FUNCIONARIO

DEL MINISTERIO DE LA MAGIA

Anoche el Hospital San Mungo prometió llevar a cabo una investigación en toda regla, tras ser descubierto muerto en su cama el funcionario del Ministerio de la Magia Broderick Bode, de 49 años, estrangulado por una planta. Los sanadores que acudieron en su ayuda no lograron reanimar al señor Bode, que unas semanas antes de su muerte había sufrido un accidente laboral.

La sanadora Miriam Strout, que estaba a cargo de la sala del señor Bode en el momento del incidente, ha sido suspendida de empleo aunque no de sueldo, pero ayer no quiso hacer declaraciones; no obstante, un mago portavoz del hospital declaró lo siguiente:

«San Mungo lamenta profundamente la muerte del señor Bode, cuya salud estaba mejorando notablemente antes de este trágico accidente.

«Existen estrictas directrices sobre los objetos decorativos permitidos en nuestras salas, pero al parecer la sanadora Strout, ocupada con las celebraciones navideñas, no reparó en el peligro que suponía la planta de la mesilla de noche del señor Bode. A medida que el paciente recuperaba el habla y la movilidad, la sanadora Strout lo animó a cuidar él mismo de la planta, sin saber que no era una inocente flor voladora, sino un esqueje de lazo del diablo que estranguló al señor Bode en cuanto éste, convaleciente, se acercó y lo tocó.

»Hasta el momento, San Mungo no ha podido explicar la presencia de la planta en la sala y ruega a cualquier mago o bruja que tenga alguna información que se ponga en contacto con el hospital.»

 

—Bode... —dijo Ron—. Bode. Me suena de algo...

—Lo vimos —comentó Hermione en voz baja—. En San Mungo, ¿no te acuerdas? Estaba en la cama de enfrente de Lockhart, tumbado, contemplando el techo. Y vimos cómo le llevaban el lazo del diablo. La sanadora dijo que era un regalo de Navidad.

Harry volvió a leer la crónica. El horror subía por su garganta como la bilis.

—¿Cómo puede ser que no reconociéramos el lazo del diablo? Hemos visto esa planta otras veces... Pudimos impedir que sucediera.

—¿Quién se imagina que van a meter un lazo del diablo en un hospital disfrazado de inocente planta de interior? —replicó Ron—. ¡Nosotros no tenemos la culpa; el responsable es el que la envió! Menudos imbéciles, ¿por qué no miraban lo que estaban comprando?

—¡Ron, por favor! —dijo Hermione con voz temblorosa—. No creo que nadie sea capaz de poner un lazo del diablo en un tiesto sin darse cuenta de que esa planta intenta matar a quien la toque. Esto..., esto ha sido un asesinato, y un asesinato muy inteligente... Si enviaron la planta de forma anónima, ¿cómo van a averiguar quién lo hizo?

Pero Harry no pensaba en el lazo del diablo. Estaba recordando que el día de la vista había bajado en ascensor a la novena planta del Ministerio y que un hombre de rostro cetrino se había subido en la planta del Atrio.

—Yo conocí a Bode —dijo despacio—. Lo vi en el Ministerio cuando fui allí con tu padre.

Ron se quedó con la boca abierta.

—¡Yo también he oído a papá hablar de él en casa! ¡Era un inefable! ¡Trabajaba en el Departamento de Misterios!

Se miraron un momento; entonces Hermione recuperó el periódico, lo cerró, observó con repugnancia la portada con las fotografías de los diez mortífagos fugados, y se puso en pie.

—¿Adonde vas? —le preguntó Ron, sorprendido.

—A enviar una carta —contestó Hermione, y se colgó la mochila del hombro— Bueno, no sé si... Pero vale la pena intentarlo... Y soy la única que puede hacerlo.

—No soporto que se comporte así —refunfuñó Ron mientras él y Harry se levantaban también de la mesa y salían más despacio del Gran Comedor—. ¿Qué le costaría, por una vez, explicarnos lo que se propone? Sólo tardaría unos diez segundos más... ¡Eh, Hagrid!

Hagrid estaba de pie junto a las puertas por las que se accedía al vestíbulo, esperando a que pasara un grupo de alumnos de Ravenclaw. Todavía estaba muy magullado, como el día en que había regresado de su misión con los gigantes, y tenía un nuevo corte en el caballete de la nariz[331].

—¿Todo bien, chicos? —les preguntó intentando sonreír, aunque sólo consiguió una especie de dolorosa mueca.

—¿Y tú, Hagrid? ¿Estás bien? —inquirió Harry, y lo siguió cuando el guardabosques echó a andar pesadamente tras los alumnos de Ravenclaw.

—Sí, sí —contestó Hagrid con falsa ligereza; luego agitó una mano y estuvo a punto de dar un porrazo[332] a la asustada profesora Vector, que pasaba en aquel momento junto a él—. Un poco liado, ya sabéis, lo de siempre: tengo que preparar las clases, hay un par de salamandras a las que se les están pudriendo las escamas... y estoy en periodo de prueba —murmuró.

—¿Que estás en periodo de prueba? —dijo Ron en voz alta, y unos cuantos estudiantes que pasaban por allí giraron la cabeza con curiosidad—. Lo siento... ¿Estás en periodo de prueba? —repitió en un susurro.

—Sí. Pero la verdad es que ya me lo imaginaba. No sé si os fijasteis, pero la supervisión no dio muy buen resultado, ¿sabéis? En fin... —Soltó un hondo suspiro—. Será mejor que vaya a ponerles un poco más de chile[333] en polvo a esas salamandras o dentro de poco se les van a caer las colas. Hasta luego, chicos...

Se alejó caminando con dificultad, salió por la puerta del castillo y bajó la escalera de piedra que conducía al húmedo jardín. Harry lo vio marchar y se preguntó cuántas malas noticias más sería capaz de soportar.

 

En los días posteriores, la noticia de que Hagrid estaba en periodo de prueba se extendió por el colegio, pero para indignación de Harry, casi nadie se mostró muy disgustado. De hecho, algunos estudiantes, entre los que destacaba Draco Malfoy, parecían contentísimos. Por otra parte, Harry, Ron y Hermione eran, por lo visto, los únicos que conocían o los únicos a los que les importaba la extraña muerte de un anónimo empleado del Departamento de Misterios, sucedida en el Hospital San Mungo. En esos días, en los pasillos sólo se hablaba de una cosa: de los diez mortífagos fugados, cuya historia se había propagado por Hogwarts filtrada por los pocos alumnos que leían los periódicos. Corrían rumores de que habían visto a algunos de los fugitivos en Hogsmeade, de que estaban escondidos en la Casa de los Gritos y de que iban a entrar en Hogwarts, como había hecho Sirius en una ocasión.

Los que procedían de familias de magos habían crecido oyendo pronunciar los nombres de aquellos mortífagos casi con el mismo temor que el de Voldemort; los crímenes que habían cometido en tiempos del reinado de terror de Voldemort eran legendarios. Entre los estudiantes de Hogwarts había familiares de sus víctimas, y en esos días se habían convertido sin pretenderlo en objeto de una horripilante fama indirecta: Susan Bones, cuyos tío, tía y primos habían muerto a manos de uno de los diez mortífagos, comentó muy triste, durante una clase de Herbología, que ya entendía perfectamente lo que debía de sentir Harry.

—Y no sé cómo lo aguantas, es espantoso —dijo sin rodeos mientras tiraba más estiércol de dragón de la cuenta en su bandeja de brotes de chasquichirridos, haciendo que éstos se retorcieran y chillaran, incómodos.

Era verdad que últimamente los estudiantes volvían a murmurar y a señalar a Harry cuando se cruzaban con él por los pasillos, aunque le pareció detectar un ligero cambio en el tono de voz de los que cuchicheaban. Éste ya no era de hostilidad, sino de curiosidad, y en un par de ocasiones alcanzó a oír fragmentos de conversaciones que indicaban que sus compañeros no estaban conformes con la versión que daba El Profeta sobre cómo y por qué diez mortífagos habían conseguido fugarse de la fortaleza de Azkaban. Confundidos y temerosos, parecía que esos escépticos recurrían a la única explicación alternativa que tenían: la que Harry y Dumbledore habían estado exponiendo desde el año anterior.

Y no era sólo el estado de ánimo de los alumnos lo que había cambiado; también era habitual encontrarse a dos o tres profesores hablando en susurros por los pasillos e interrumpiendo sus conversaciones en cuanto veían que se acercaba algún alumno.

—Es evidente que si la profesora Umbridge está en la sala de profesores, ya no pueden hablar con libertad allí —comentó Hermione en voz baja cuando un día ella, Harry y Ron se cruzaron con la profesora McGonagall, el profesor Flitwick y la profesora Sprout, que estaban apiñados frente al aula de Encantamientos.

—¿Crees que ellos saben algo más? —le preguntó Ron girando la cabeza para mirar a los tres profesores.

—Si saben algo, no nos lo van a contar, ¿verdad? —terció Harry, enfadado—. Con el decreto... ¿Por qué número vamos ya?

Y es que en los tablones de anuncios de las cuatro casas habían aparecido nuevos letreros a la mañana siguiente de que saltara la noticia de la fuga de Azkaban:

POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA

DE HOGWARTS

Se prohíbe a los profesores proporcionar a los alumnos cualquier información que no esté estrictamente relacionada con las asignaturas que cobran por impartir[334].

Esta orden se ajusta al Decreto de Enseñanza n.°26.

Firmado:

Dolores Jane Umbridge

Suma Inquisidora

 

Este último decreto había sido objeto de gran número de bromas entre los estudiantes. Lee Jordan le comentó a la profesora Umbridge que, según la nueva norma, ella no estaba autorizada a regañar ni a Fred ni a George por jugar a los naipes explosivos en el fondo de la clase.

—¡Los naipes explosivos no tienen nada que ver con la Defensa Contra las Artes Oscuras, profesora! ¡Esa información no está relacionada con su asignatura!

Cuando Harry volvió a ver a Lee, reparó en que tenía una herida sangrante en el dorso de la mano, y le recomendó solución de murtlap.

Harry creyó que la fuga de Azkaban le daría una lección de humildad a la profesora Umbridge, o que tal vez se avergonzaría de la catástrofe que se había producido en las mismísimas narices de su querido Fudge. Sin embargo, parecía que sólo había intensificado su furioso deseo de tomar bajo su control todos los aspectos de la vida en Hogwarts. Se mostraba decidida, como mínimo, a conseguir un despido lo más pronto posible, y la única duda era quién iba a caer primero: la profesora Trelawney o Hagrid.

A partir de entonces, todas las clases de Adivinación y de Cuidado de Criaturas Mágicas se impartían en presencia de la profesora Umbridge y de sus hojas de pergamino, cogidas[335] con el sujetapapeles. Acechaba junto al fuego en la perfumada sala de la torre, interrumpía los discursos de la profesora Trelawney, cada vez más histéricos, con difíciles preguntas sobre ornitomancia y heptomología, insistía en que predijera las respuestas de los alumnos antes de que ellos las dieran, y exigía que demostrara sus habilidades con la bola de cristal, las hojas de té y las runas. A Harry le parecía que, en cualquier momento, la profesora Trelawney se vendría abajo ante tanta presión. En varias ocasiones se la cruzó por los pasillos (un hecho muy inusual, pues ella solía quedarse en su habitación de la torre), y siempre iba murmurando por lo bajo, furiosa, se retorcía las manos, lanzaba aterradas miradas por encima del hombro y despedía un intenso olor a jerez para cocinar. De no haber estado tan preocupado por Hagrid, Harry habría sentido lástima por ella; pero, si tenían que destituir a alguno de los dos, Harry tenía clarísimo quién quería que se quedara.

Desgraciadamente, éste no veía que Hagrid lo estuviera haciendo mejor que la profesora Trelawney. Desde antes de Navidad, él también parecía haber perdido los nervios[336], pese a que por lo visto seguía los consejos de Hermione y no les había enseñado nada más peligroso que un crup (una criatura indistinguible de un Jack Russell terrier[337], salvo por la cola bífida). Durante las clases, Hagrid parecía enajenado y nervioso, perdía continuamente el hilo de lo que estaba diciendo, se equivocaba al formular las preguntas y no paraba de mirar, angustiado, a la profesora Umbridge. Además, se mostraba más distante que nunca con Harry, Ron y Hermione, y les había prohibido explícitamente que fueran a visitarlo después del anochecer.

—Si os pilla[338], nos colgarán a todos —les advirtió de forma terminante, y como no querían hacer nada que pudiera poner en peligro su empleo, ellos se abstuvieron de bajar a la cabaña por la noche.

Harry tenía la impresión de que la profesora Umbridge lo estaba privando metódicamente de todo lo que hacía que su vida en Hogwarts resultara agradable: las visitas a la cabaña de Hagrid, las cartas de Sirius, su Saeta de Fuego y el quidditch. Y él se vengaba de la única forma en que podía: redoblando sus esfuerzos con el ED.

A Harry le alegró comprobar que la noticia de que otros diez mortífagos andaban sueltos había estimulado a los que participaban en las reuniones, incluso a Zacharias Smith, a esforzarse más que nunca, pero en quien más se notaba esa mejora era en Neville. La noticia de la fuga de la agresora de sus padres había operado en él un cambio extraño y hasta un poco alarmante. No había mencionado ni una sola vez su encuentro con Harry, Ron y Hermione en la sala reservada de San Mungo, y ellos, siguiendo su ejemplo, tampoco habían hecho ningún comentario al respecto. Tampoco había dicho nada sobre la fuga de Bellatrix y los otros mortífagos. De hecho, Neville casi nunca hablaba durante las reuniones del ED, pero trabajaba sin tregua en cada nuevo embrujo y contramaldición que Harry les enseñaba; arrugaba la regordeta cara en una mueca de concentración, en apariencia indiferente a las heridas o a los accidentes, y trabajaba más duro que ningún otro compañero. Mejoraba tan deprisa que resultaba desconcertante, y cuando Harry les enseñó el encantamiento escudo (un método para desviar pequeños embrujos y que rebotaran sobre el agresor), sólo Hermione consiguió ejecutarlo más deprisa que Neville.

A Harry le habría gustado progresar en Oclumancia tanto como Neville en las reuniones del ED. Las clases particulares de Harry con Snape, que habían empezado con mal pie, no habían mejorado nada. Más bien al contrario: Harry creía que cada vez lo hacía peor.

Antes de empezar a estudiar Oclumancia, la cicatriz le dolía ocasionalmente, la mayoría de las veces por la noche, o después de una de aquellas extrañas percepciones de los pensamientos o del estado anímico de Voldemort que experimentaba de cuando en cuando. Ahora, en cambio, la cicatriz le dolía casi constantemente, y muy a menudo sentía arrebatos de fastidio o de alegría que no estaban relacionados con lo que le estaba ocurriendo en ese momento, y siempre iban acompañados de una punzada especialmente dolorosa en la frente. Tenía la horrible sensación de que poco a poco se estaba convirtiendo en una especie de antena sintonizada para detectar las más leves fluctuaciones del humor de Voldemort, y estaba seguro de que podía determinar, sin equivocarse, que aquel aumento de su sensibilidad se había iniciado en la primera clase de Oclumancia con Snape. Es más, ahora, casi todas las noches soñaba que iba por el pasillo hacia la entrada del Departamento de Misterios, y en el sueño siempre acababa de pie, ansioso, ante la sencilla puerta negra.

—A lo mejor es como una enfermedad —sugirió Hermione, un tanto preocupada, cuando Harry se sinceró con ella y con Ron—. Un virus o algo así. Tiene que empeorar antes de empezar a mejorar.

—Las clases con Snape lo están agravando —aseguró Harry con rotundidad—. Estoy harto de que me duela la cicatriz y de recorrer ese pasillo todas las noches. —Se frotó la frente con fastidio—. ¡Ojalá se abriera esa puerta porque estoy hasta la coronilla de quedarme allí plantado mirándola!

—No tiene ninguna gracia —opinó Hermione con aspereza—. Dumbledore no quiere que sueñes con ese pasillo; si no, no le habría pedido a Snape que te enseñara Oclumancia. Lo que tienes que hacer es esforzarte un poco más en las clases.

—¡Ya me esfuerzo! —protestó Harry, molesto—. Pruébalo un día y verás. A ver si a ti te gusta que Snape se meta dentro de tu cabeza... ¡Te aseguro que no es nada divertido!

—A lo mejor... —intervino Ron.

—A lo mejor ¿qué? —dijo Hermione con brusquedad.

—A lo mejor Harry no tiene la culpa de no poder cerrar su mente —repuso Ron, misterioso.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó la chica.

—Pues que... quizá Snape en realidad no intente ayudar a Harry... —Éste y Hermione lo miraron con fijeza. Ron, por su parte, miraba elocuentemente a sus amigos—. Tal vez —prosiguió bajando un poco la voz— lo que intenta es abrir un poco más la mente de Harry... Ponérselo más fácil a Quien-vosotros-sabéis...

—Cállate, Ron —le espetó Hermione—. ¿Cuántas veces has sospechado de Snape y cuándo has tenido razón? Dumbledore confía en él, trabaja para la Orden, con eso tendría que bastarte.

—Era un mortífago —afirmó Ron con testarudez—. Y no tenemos pruebas de que verdaderamente se cambiara de bando.

—Dumbledore confía en él —repitió Hermione—. Y si nosotros no confiamos en Dumbledore, no podemos confiar en nadie.

 

Había tantas cosas por las que preocuparse y tanto que hacer (una cantidad asombrosa de deberes que muchas veces tenía a los estudiantes de quinto curso trabajando hasta pasada la medianoche, las sesiones secretas del ED y las clases particulares con Snape) que el mes de enero estaba pasando a una velocidad alarmante. Antes de que Harry se diera cuenta, había llegado febrero, con un tiempo más húmedo pero menos frío, y la perspectiva de la segunda excursión del año a Hogsmeade. Harry había tenido muy poco tiempo para conversar con Cho desde que acordaron ir juntos al pueblo, y de pronto se enfrentaba a la idea de pasar todo el día de San Valentín con ella.

La mañana del día 14 se vistió con especial esmero. Ron y él entraron a desayunar en el mismo momento en que llegaban las lechuzas con el correo. Hedwig no estaba allí (aunque Harry no la esperaba), pero Hermione estaba cogiendo una carta del pico de una desconocida lechuza marrón cuando ellos se sentaron.

—¡Ya era hora! Si no hubiera llegado hoy... —comentó; a continuación, abrió con ansiedad el sobre y extrajo un pequeño trozo de pergamino. Leyó el mensaje a toda velocidad, y una expresión de triste placer apareció en su cara—. Oye, Harry —dijo, levantando la cabeza—, esto es muy importante. ¿Crees que podrías reunirte conmigo en Las Tres Escobas hacia mediodía?

—Pues... no lo sé —contestó Harry, vacilante—. A lo mejor Cho espera que pase todo el día con ella. Nunca hemos hablado de lo que íbamos a hacer.

—Bueno, si es necesario ven con ella —concedió Hermione con gravedad—. Pero ¿irás?

—Sí, pero ¿por qué?

—Ahora no tengo tiempo para contártelo. Tengo que contestar cuanto antes esta carta.

Y sin dar más explicaciones, salió a toda prisa del Gran Comedor, con la carta en una mano y una tostada en la otra.

—¿Vienes? —le preguntó Harry a Ron, pero éste movió negativamente la cabeza con gesto tristón.

—No puedo ir a Hogsmeade; Angelina quiere entrenar todo el día. Como si fuera a servir para algo; somos el peor equipo que he visto en mi vida. Tendrías que ver a Sloper y a Kirke; son patéticos, incluso peores que yo. —Exhaló un hondo suspiro y agregó—: No sé por qué Angelina no me deja renunciar.

—Porque cuando estás en forma eres bueno —repuso Harry con irritación.


Date: 2015-12-11; view: 357


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