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Navidad en la sala reservada 4 page

—Bueno, Potter, ya sabes por qué estás aquí —dijo—. El director me ha pedido que te enseñe Oclumancia. Espero que demuestres ser más hábil en eso que en Pociones.

—Sí —contestó Harry lacónicamente.

—Quizá ésta no sea una clase como las demás, Potter —prosiguió Snape, y entornó los ojos con malicia—, pero sigo siendo tu profesor, y por lo tanto debes llamarme siempre «señor» o «profesor».

—Sí..., señor.

—Veamos, Oclumancia... Como ya te dije en la cocina de tu querido padrino, esa rama de la magia impide que las intrusiones y las influencias mágicas penetren en la mente.

—¿Y por qué cree el profesor Dumbledore que necesito aprenderla, señor? —preguntó Harry mirando a los ojos a Snape, aunque dudaba que éste contestara a su pregunta.

Snape le sostuvo la mirada unos instantes y luego respondió con profundo desdén:

—Hasta tú deberías haberlo deducido, Potter. El Señor Tenebroso[322] es sumamente hábil en Legeremancia...

—¿En qué? ¿Señor?

—Es la capacidad de extraer sentimientos y recuerdos de la mente de otra persona.

—¿Quiere eso decir que puede leer el pensamiento? —replicó rápidamente Harry, cuyos peores temores se estaban confirmando.

—Qué poca sutileza tienes, Potter —repuso Snape observándolo con aquellos ojos que emitían destellos—. No sabes apreciar los matices. Ése es uno de los defectos que te convierten en un inepto para la fabricación de pociones. —Snape hizo una breve pausa, al parecer para saborear el placer de insultar a Harry, y después continuó—. Sólo los muggles hablan de «leer el pensamiento». La mente no es ningún libro que uno pueda abrir cuando se le antoje o examinarlo cuando le apetezca. Los pensamientos no están grabados dentro del cráneo para que los analice cualquier invasor. La mente es una potencia muy compleja y con muchos estratos, Potter, o al menos así son la mayoría de las mentes. —Dibujó una sonrisa irónica—. Sin embargo, es cierto que aquellos que dominan el arte de la Legeremancia pueden, bajo determinadas condiciones, hurgar en la mente de sus víctimas e interpretar de forma correcta sus hallazgos. El Señor Tenebroso, por ejemplo, casi siempre sabe cuándo alguien le está mintiendo. Sólo los que dominan la Oclumancia saben bloquear los sentimientos y los recuerdos que delatarían su mentira, y de ese modo pueden decir falsedades en su presencia sin que él las detecte.

Explicara lo que explicase Snape, Harry seguía pensando que la Legeremancia era lo mismo que leer el pensamiento, y esa idea no le hacía ni pizca de gracia.

—Entonces, ¿él podría saber qué estoy pensando en este momento, señor?



—El Señor Tenebroso se encuentra a una considerable distancia de aquí, y los muros y los terrenos de Hogwarts están protegidos mediante numerosos y antiguos hechizos y encantamientos para asegurar la seguridad física y mental de aquellos que habitan detrás de ellos —respondió Snape—. El tiempo y el espacio son factores que hay que tener en cuenta cuando se trata de hacer magia, Potter. En general, el contacto visual es esencial para la Legeremancia.

—Entonces, ¿por qué tengo que estudiar Oclumancia?

Snape miró a Harry y se siguió el contorno de los labios con un largo y delgado dedo.

—Al parecer, Potter, a ti no se te aplican las reglas generales. Y también parece que la maldición que no consiguió matarte ha forjado una especie de conexión entre el Señor Tenebroso y tú. Todos los indicios apuntan a que en ocasiones, cuando tu mente está más relajada y vulnerable, como cuando duermes, por ejemplo, compartes los pensamientos y las emociones con el Señor Tenebroso. El director cree que no es conveniente que eso continúe ocurriendo. Quiere que te enseñe a cerrar tu mente al Señor Tenebroso.

El corazón de Harry volvía a latir muy deprisa. Nada de todo aquello cuadraba.

—Pero ¿por qué quiere evitarlo el profesor Dumbledore? —preguntó bruscamente—. No es que me guste, pero ha resultado útil, ¿no? Porque..., no sé, vi cómo la serpiente atacaba al señor Weasley, y si no lo hubiera visto, el profesor Dumbledore no habría podido salvarle la vida, ¿verdad, señor?

Snape miró fijamente a Harry unos instantes mientras se pasaba todavía un dedo por los labios. Cuando habló de nuevo, lo hizo lentamente, con mucha parsimonia, como si midiera cada una de sus palabras.

—Por lo visto, el Señor Tenebroso no se ha percatado de la conexión que hay entre tú y él hasta hace muy poco. Hasta ahora parece que has estado experimentando sus emociones y compartiendo sus pensamientos sin que él se enterara. Sin embargo, la visión que tuviste poco antes de Navidad...

—¿La de la serpiente y el señor Weasley?

—No me interrumpas, Potter —dijo Snape con una voz amenazadora—. Como te iba diciendo, la visión que tuviste poco antes de Navidad representó una incursión tan poderosa en los pensamientos del Señor Tenebroso...

—¡Yo veía el interior de la cabeza de la serpiente, no el de la suya!

—¿No acabo de decirte que no me interrumpas, Potter?

Pero a Harry no le importaba que Snape se enfadara; por fin parecía estar llegando al fondo de aquel asunto; se había inclinado tanto hacia delante en la silla que, sin darse cuenta, estaba sentado en el borde, tenso como si se dispusiera a despegar.

—¿Cómo puede ser que viera con los ojos de la serpiente si son los pensamientos de Voldemort los que comparto?

—¡No pronuncies el nombre del Señor Tenebroso! —le espetó Snape.

Se produjo otro incómodo silencio y ambos se miraron con desprecio por encima del pensadero.

—El profesor Dumbledore pronuncia su nombre —dijo Harry con serenidad.

—Dumbledore es un mago extraordinariamente poderoso —murmuró Snape—El hecho de que él se sienta lo bastante seguro para utilizar ese nombre no quiere decir que los demás... —Se frotó el antebrazo izquierdo, al parecer de forma inconsciente, justo en el sitio donde Harry sabía que tenía grabada a fuego la Marca Tenebrosa.

—Sólo quería saber por qué... —dijo Harry obligándose a adoptar un tono educado.

—Por lo visto, visitaste la mente de la serpiente porque allí era donde estaba el Señor Tenebroso en ese momento concreto —gruñó Snape—. Él estaba poseyendo a la serpiente entonces, y por eso tú soñaste que también estabas dentro de ella.

—¿Y Vol..., él se dio cuenta de que yo estaba allí?

—Parece que sí —contestó Snape con frialdad.

—¿Cómo lo saben? —preguntó Harry con urgencia—. ¿Es eso algo que ha deducido el profesor Dumbledore o...?

—Te he dicho que me llames «señor» —lo reprendió Snape, que estaba rígido en la silla y cuyos ojos se habían reducido a dos estrechas rendijas.

—Sí, señor —dijo Harry, impaciente—, pero ¿ustedes cómo saben...?

—Basta con que lo sepamos —lo atajó Snape—. Lo que importa es que ahora el Señor Tenebroso está al corriente de que tienes acceso a sus pensamientos y a sus sentimientos. Del mismo modo ha deducido que es probable que el proceso funcione a la inversa; es decir, se ha dado cuenta de que él también podría tener acceso a tus pensamientos y a tus sentimientos...

—¿Y podría intentar que yo hiciera determinadas cosas? —inquirió Harry—. ¿Señor? —se apresuró a añadir.

—Es posible —respondió Snape con frialdad y con un tono indiferente—. Lo cual nos lleva de nuevo a la Oclumancia.

Snape sacó su varita mágica del bolsillo interior de la túnica y Harry se puso en tensión, pero el profesor se limitó a levantar la varita y a colocarse la punta en las grasientas raíces del cabello. Cuando la retiró, se desprendió una sustancia plateada que se extendió entre la sien y la varita, como una gruesa hebra de telaraña. Cuando Snape se apartó la varita de la sien, la hebra se rompió y cayó suavemente en el pensadero, donde se arremolinó con un reflejo blanco plateado, pero no era ni un gas ni un líquido. Snape se llevó la varita a la sien dos veces más y depositó la sustancia plateada en la vasija de piedra; entonces, sin ofrecer a Harry ninguna explicación sobre aquel procedimiento, levantó con cuidado el pensadero, lo dejó en un estante, lejos de donde estaban ellos, y volvió a colocarse frente a Harry varita en ristre[323].

—Levántate y saca tu varita, Potter. —Harry, nervioso, se puso en pie. Se miraban el uno al otro, separados por la mesa—. Puedes utilizar tu varita para intentar desarmarme, o defenderte de cualquier otra forma que se te ocurra —dijo el profesor.

—¿Y qué va a hacer usted? —preguntó Harry mirando con aprensión la varita de Snape.

—Voy a intentar penetrar en tu mente —contestó con voz queda—. Vamos a ver si resistes. Me han dicho que ya has demostrado tener aptitudes para resistir la maldición Imperius. Comprobarás que para esto se necesitan poderes semejantes... Prepárate. ¡Legeremens!

Snape había atacado antes de que Harry se hubiera preparado, antes incluso de que hubiera empezado a reunir cualquier fuerza de resistencia. El despacho dio vueltas ante sus ojos y desapareció; por su mente pasaban a toda velocidad imágenes y más imágenes, como una película parpadeante, tan intensa que le impedía ver su entorno.

Tenía cinco años, estaba mirando cómo Dudley montaba en su nueva bicicleta roja, y se moría de celos... Tenía nueve años, y Ripper, el bulldog, lo perseguía y lo obligaba a trepar a un árbol, y los Dursley lo contemplaban desde el jardín, bajo el árbol, y se reían de él... Estaba sentado bajo el Sombrero Seleccionador, que le decía que se encontraría muy a gusto en Slytherin... Hermione estaba tumbada en una cama de la enfermería, con la cara cubierta de grueso pelo negro... Un centenar de Dementores se cernían sobre él detrás del oscuro lago... Cho Chang se acercaba a él bajo el ramillete de muérdago...

«No —dijo una voz dentro del cerebro de Harry cuando se le acercó el recuerdo de Cho—, eso no lo vas a ver, no lo vas a ver, es privado...»

Entonces notó una punzada de dolor en la rodilla. El despacho de Snape había vuelto a aparecer, y Harry se dio cuenta de que se había caído al suelo; una de sus rodillas había chocado contra una pata de la mesa, y eso era lo que le producía aquel dolor. Levantó la cabeza y miró al profesor, que había bajado la varita y se frotaba la muñeca, donde tenía un verdugón[324], como la marca de una quemadura.

—¿Pensabas hacerme un maleficio punzante? —preguntó Snape fríamente.

—No —respondió Harry con amargura al mismo tiempo que se levantaba del suelo.

—Ya me lo imaginaba —repuso Snape, y miró a Harry con desprecio—. Me has dejado llegar demasiado lejos. Has perdido el control.

—¿Ha visto todo lo que he visto yo? —preguntó el chico pese a que no estaba seguro de querer escuchar la respuesta.

—Fragmentos —dijo Snape haciendo una mueca con el labio—. ¿De quién era ese perro?

—De mi tía Marge —masculló Harry, que sentía el odio más profundo hacia Snape.

—Bueno, para tratarse de un primer intento, no ha estado tan mal como habría podido estar —dijo Snape, y volvió a levantar la varita—. Al final has conseguido pararme, aunque has malgastado tiempo y energía gritando. Tienes que conservar la concentración. Repéleme con el cerebro y no tendrás que recurrir a la varita mágica.

—¡Lo intento —exclamó Harry, furioso—, pero usted no me dice cómo tengo que hacerlo!

—Esos modales, Potter —lo reprendió Snape—. Bien, ahora quiero que cierres los ojos. —Harry le lanzó una mirada asesina antes de obedecer. No le hacía ninguna gracia quedarse allí plantado con los ojos cerrados, teniendo a Snape delante armado con una varita—. Vacía tu mente, Potter —le ordenó la fría voz de Snape—. Libérate de toda emoción...

Pero la rabia que sentía Harry hacia el profesor seguía latiendo en sus venas como si fuera veneno. ¿Liberarse de su rabia? Más fácil le habría resultado separar las piernas de su cuerpo...

—No lo estás haciendo, Potter... Necesitas más disciplina... Concéntrate... —Harry trató de vaciar su mente, trató de no pensar, ni recordar, ni sentir—. Volvamos a intentarlo... Voy a contar hasta tres: uno... dos... tres... ¡Legeremens!

Un enorme dragón negro se erguía ante él... Su padre y su madre lo saludaban con la mano desde un espejo encantado... Cedric Diggory estaba tendido en el suelo mirándolo con los ojos vacíos...

—¡NOOOOOO!

Harry había vuelto a caer de rodillas, tenía la cara entre las manos y le dolía el cerebro, como si alguien hubiera intentado arrancárselo del cráneo.

—¡Levántate! —le ordenó Snape con aspereza—. ¡Levántate! No te esfuerzas, no opones resistencia. ¡Me estás dejando entrar en recuerdos que temes, me estás proporcionando armas!

Harry volvió a levantarse. El corazón le latía tan deprisa como si de verdad hubiera visto a Cedric muerto en el cementerio. Snape estaba aún más pálido de lo habitual, y más enfadado, aunque no tanto como Harry.

—Claro... que... me esfuerzo —dijo éste apretando los dientes.

—¡Te he dicho que te vacíes de toda emoción!

—¿Ah, sí? Pues mire, me cuesta un poco —gruñó Harry.

—¡Entonces serás una presa fácil para el Señor Tenebroso! —replicó Snape con crueldad—. ¡Los imbéciles que demuestran con orgullo sus sentimientos, que no saben controlar sus emociones o que se regodean con tristes recuerdos y se dejan provocar fácilmente, los débiles, en una palabra, lo tienen muy difícil frente a sus poderes! ¡Penetrará en tu mente con absurda facilidad, Potter!

—Yo no soy débil —dijo él en voz baja; estaba tan furioso que creyó que en cualquier momento podría atacar a Snape.

—¡Pues demuéstralo! ¡Domínate! ¡Controla tu ira, impón disciplina a tu mente! ¡Lo intentaremos otra vez! ¡Prepárate! ¡Legeremens!

Harry estaba observando a tío Vernon, que clavaba unas tablas en el buzón... Un centenar de Dementores se deslizaban sobre el lago, en los jardines de Hogwarts, hacia él... Corría por un pasillo sin ventanas con el señor Weasley... Se acercaban a la sencilla puerta negra que había al final del pasillo... Harry creía que iba a entrar por ella... Pero el señor Weasley lo guiaba hacia la izquierda y lo hacía bajar por una escalera de piedra...

—¡YA LO SÉ! ¡LO SÉ!

Volvía a estar a cuatro patas en el suelo del despacho de Snape, y le dolía la cicatriz, pero la voz que acababa de salir por su boca denotaba triunfo. Se puso en pie y vio que Snape lo miraba fijamente con la varita levantada. Tenía la impresión de que esa vez Snape había detenido el hechizo antes incluso de que Harry hubiera intentado defenderse.

—¿Qué ha pasado, Potter? —le preguntó Snape mirándolo fijamente.

—Lo he visto —dijo Harry, jadeante—. Lo he recordado. Acabo de darme cuenta...

—¿Darte cuenta de qué? —inquirió Snape con brusquedad.

Harry no contestó de inmediato; todavía estaba saboreando lo que se le había ocurrido de pronto, mientras se frotaba la frente...

Llevaba meses soñando con un pasillo sin ventanas que terminaba en una puerta cerrada, y no se había percatado de que aquel lugar existía realmente. Pero en ese momento, al volver a contemplar el recuerdo, supo que lo que había soñado tantas veces era el pasillo que había recorrido con el señor Weasley el 12 de agosto cuando iban a toda prisa hacia las salas del tribunal del Ministerio; era el pasillo que conducía al Departamento de Misterios, y el señor Weasley estaba allí la noche que lo atacó la serpiente de Voldemort.

Harry levantó la cabeza y miró a Snape.

—¿Qué hay en el Departamento de Misterios?

—¿Qué has dicho? —le preguntó Snape en voz baja, y Harry comprendió, con profunda satisfacción, que Snape se había puesto nervioso.

—He preguntado qué hay en el Departamento de Misterios, señor —repitió Harry.

—¿Y a qué viene esa pregunta? —dijo Snape lentamente.

—Pues viene a que llevo meses soñando con ese pasillo que acabo de ver —respondió Harry mientras escudriñaba el rostro de Snape, atento a su reacción—. Acabo de reconocerlo. Conduce al Departamento de Misterios... y creo que Voldemort quiere algo que hay...

—¡Te he dicho que no pronuncies el nombre del Señor Tenebroso! —Ambos se fulminaron con la mirada. A Harry volvió a dolerle la cicatriz, pero no le importó. Snape parecía turbado, pero cuando volvió a hablar dio la impresión de que intentaba mostrar indiferencia y despreocupación—. En el Departamento de Misterios hay muchas cosas, Potter, muy pocas de las cuales entenderías y ninguna de las cuales te incumbe. ¿Queda claro?

—Sí —respondió Harry, que seguía frotándose la cicatriz, que cada vez le dolía más.

—Quiero que vengas aquí el miércoles a la misma hora que hoy. Seguiremos trabajando.

—De acuerdo —repuso Harry muriéndose de ganas de salir del despacho de Snape y reunirse con Ron y Hermione.

—Quiero que todas las noches, antes de dormir, limpies tu mente de toda emoción; vacíala, ponía en blanco y relájala, ¿entendido?

—Sí —dijo Harry, que apenas lo escuchaba.

—Y te lo advierto, Potter... Si no has practicado, lo sabré...

—De acuerdo —murmuró Harry. Cogió su mochila, se la colgó del hombro y fue rápidamente hacia la puerta del despacho. Al abrirla, giró la cabeza y miró a Snape, que estaba de espaldas y sacaba sus pensamientos del pensadero con la punta de la varita y los devolvía con cuidado al interior de su cabeza. Harry se marchó sin decir nada más y cerró la puerta con suavidad. Notaba un fuerte dolor pulsante en la cicatriz.

Harry encontró a Ron y Hermione en la biblioteca, haciendo los últimos deberes que la profesora Umbridge les había mandado. Había otros estudiantes, casi todos de quinto curso, sentados a las mesas cercanas, iluminadas con lámparas; tenían la nariz pegada a los libros y rasgueaban febrilmente con las plumas, mientras detrás de las ventanas con parteluz el cielo se iba oscureciendo poco a poco. Lo único que se oía, aparte del rasgueo de las plumas, eran los débiles crujidos de uno de los zapatos de la señora Pince[325] mientras la bibliotecaria se paseaba amenazadoramente por los pasillos vigilando a los estudiantes que tocaban sus valiosos libros.

Harry tenía escalofríos; todavía le dolía la cicatriz y se sentía como si tuviera fiebre. Cuando se sentó frente a Ron y Hermione, se vio reflejado en la ventana que tenía delante; estaba muy pálido y la cicatriz de la frente destacaba más de lo normal.

—¿Cómo te ha ido? —le preguntó Hermione en un susurro, y al momento añadió con preocupación—: ¿Te encuentras bien, Harry?

—Sí, estoy bien... Bueno, no lo sé... —respondió él, impaciente, e hizo una mueca de dolor al notar otra punzada en la frente—. Escuchad, acabo de darme cuenta de una cosa...

Y les contó lo que acababa de ver y deducir.

—¿Estás diciendo..., estás insinuando... —susurró Ron cuando la señora Pince hubo pasado por su lado, produciendo ligeros crujidos al caminar— que el arma..., eso que busca Quien-tú-sabes..., está en el Ministerio de la Magia?

—En el Departamento de Misterios, sí, estoy convencido —dijo Harry en voz baja—. Vi esa puerta cuando tu padre me acompañó a las salas del tribunal donde se celebró mi vista, y estoy seguro de que es la misma que él estaba vigilando cuando lo mordió la serpiente.

Hermione exhaló un largo y lento suspiro.

—Claro —dijo.

—Claro ¿qué? —inquirió Ron, alterado.

—Piensa un poco, Ron... Sturgis Podmore intentaba entrar por una puerta del Ministerio de la Magia... ¡Debía de ser ésa, no puede tratarse de una coincidencia!

—¿Cómo iba a querer entrar Sturgis por esa puerta si está en nuestro bando? —objetó Ron.

—No lo sé —admitió Hermione—. Es un poco raro...

—¿Y qué hay en el Departamento de Misterios? —le preguntó Harry a Ron—. ¿Alguna vez ha mencionado algo tu padre?

—Sé que a los que trabajan allí los llaman los inefables —explicó Ron frunciendo el entrecejo—, porque en realidad nadie sabe qué hacen. Me parece un lugar extraño para guardar un arma.

—No, no tiene nada de extraño. Al revés: tiene mucho sentido —lo contradijo Hermione—. Debe de ser algo muy secreto que ha estado creando el Ministerio... ¿Seguro que te encuentras bien, Harry?

Éste acababa de pasarse ambas manos con fuerza por la frente, como si quisiera plancharla.

—Sí, estoy bien... —afirmó, y bajó las manos, que le temblaban—. Aunque estoy un poco... No me gusta mucho la Oclumancia.

—Cualquiera se sentiría débil si acabaran de atacar su mente un montón de veces seguidas —opinó Hermione, comprensiva—. Mira, volvamos a la sala común, allí estaremos más cómodos.

Pero la sala común estaba abarrotada de encantados alumnos que reían a carcajadas; Fred y George estaban haciendo una exhibición de su último artículo de broma.

—¡Sombreros acéfalos! —gritó George mientras Fred exhibía ante los estudiantes un sombrero puntiagudo decorado con una suave y sedosa pluma de color rosa—. ¡Dos galeones cada uno! ¡Mirad a Fred!

Fred, sonriente, se puso el sombrero en la cabeza. Al principio no pasó nada, sólo que Fred tenía pinta de estúpido; pero a continuación sombrero y cabeza desaparecieron. Varias chicas chillaron, pero los demás se desternillaban de risa.

—¡Y ahora...! —gritó George, y la mano de Fred tanteó un momento sobre sus hombros; entonces le volvió a aparecer la cabeza y él se quitó el sombrero con la pluma de color rosa.

—¿Cómo funcionarán esos sombreros? —se preguntó Hermione, que dejó un momento sus deberes y se puso a observar a los gemelos—. Evidentemente, se trata de algún tipo de hechizo de invisibilidad, pero hay que ser muy hábil para extender el campo de invisibilidad más allá de los límites del objeto encantado... Aunque me imagino que el encantamiento no debe de durar mucho.

Harry no hizo ningún comentario; estaba mareado.

—Esto tendré que hacerlo mañana —musitó, y guardó los libros que acababa de sacar de su mochila.

—¡Pues anótalo en tu planificador de deberes! —lo alentó Hermione—. ¡Así no lo olvidarás!

Harry y Ron se miraron al mismo tiempo que Harry metía la mano en su mochila, sacaba el planificador y lo abría con vacilación.

—«No lo dejes para más tarde o acabarás convertido en un tunante[326]» —lo reprendió el libro mientras Harry anotaba los deberes de la profesora Umbridge. Hermione sonrió encantada.

—Creo que me voy a la cama —dijo Harry, que metió el planificador de deberes en la mochila y se propuso arrojarlo al fuego en cuanto tuviera una oportunidad.

Luego atravesó la sala común esquivando a George, que intentó ponerle un sombrero acéfalo, y llegó a la tranquila y fresca escalera de piedra que conducía a los dormitorios de los chicos. Volvía a estar mareado, como la noche que había tenido la visión de la serpiente, pero pensó que si se tumbaba un rato se le pasaría.

Abrió la puerta de su dormitorio, y en cuanto puso un pie dentro, notó un dolor tan intenso que creyó que alguien le había partido la cabeza por la mitad. No sabía dónde se encontraba, ni si estaba de pie o tumbado; ni siquiera sabía cómo se llamaba.

Unas risotadas de maníaco resonaban en sus oídos... Se sentía más feliz de lo que se había sentido en mucho tiempo... Radiante de alegría, eufórico, triunfante... Había pasado algo maravilloso...

—¿Harry? ¡HARRY!

Alguien le había pegado en la cara. En ese momento, aquella risa loca tenía como contrapunto un grito de dolor. La felicidad se estaba esfumando, pero la risa continuaba...

Abrió los ojos y se dio cuenta de que la salvaje risa salía de su propia boca. En cuanto lo comprendió, la risa se apagó. Harry estaba tirado en el suelo jadeando, tenía la vista fija en el techo, y la cicatriz de la frente le dolía muchísimo. Ron estaba inclinado sobre él, muy preocupado.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó.

—No... lo sé... —contestó Harry entrecortadamente, y se incorporó—. Está muy contento..., muy contento...

—¿Te refieres a Quien-tú-sabes?

—Ha pasado algo bueno —murmuró Harry. Temblaba de pies a cabeza, igual que después de ver cómo la serpiente atacaba al señor Weasley, y estaba muy mareado—. Algo que él deseaba.

Pronunció aquellas palabras sin darse cuenta, igual que había sucedido en el vestuario de Gryffindor, como si un extraño hablara por su boca, y sin embargo sabía que eran ciertas. Respiró hondo varias veces confiando en no vomitarle encima a Ron. Se alegró mucho de que esa vez ni Dean ni Seamus estuvieran allí para ver lo que estaba sucediendo.

—Hermione me ha pedido que subiera a ver cómo estabas —dijo Ron en voz baja al mismo tiempo que ayudaba a Harry a levantarse—. Me ha dicho que debes de estar bajo de defensas después de que Snape haya estado hurgando en tu mente... Pero supongo que a la larga servirá de algo, ¿no?

Miró sin convicción a Harry mientras lo ayudaba a ir hasta su cama. Harry asintió, también sin convicción, y se desplomó sobre las almohadas. Le dolía todo el cuerpo por la cantidad de veces que había caído al suelo aquella tarde, y todavía le dolía la cicatriz. No podía dejar de pensar que su primera clase de Oclumancia le había debilitado la resistencia de la mente en lugar de fortalecerla, y se preguntó, con profunda inquietud, qué habría pasado para que lord Voldemort se sintiera más feliz de lo que se había sentido en catorce años.



Date: 2015-12-11; view: 473


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