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Navidad en la sala reservada 1 page

 

 

¿Era por eso por lo que Dumbledore ya no miraba a Harry a los ojos? ¿Acaso esperaba ver a Voldemort mirando a través de ellos? ¿Temía quizá que el verde intenso de los ojos de Harry se tornara de pronto rojo, y que sus pupilas se convirtieran en dos rendijas felinas? Harry recordó cómo en una ocasión la cara de serpiente de Voldemort había salido de la parte de atrás de la cabeza del profesor Quirrell, y se pasó una mano por la nuca, preguntándose qué ocurriría si Voldemort saliera de pronto de su cráneo.

Se sentía sucio, contaminado, como si llevara dentro un germen mortal; no era digno de ir sentado en un vagón de metro, de regreso del hospital, con gente inocente y limpia, cuyas mentes y cuyos cuerpos estaban libres del estigma de Voldemort... Él no sólo había visto la serpiente: él era la serpiente, ahora lo sabía...

Entonces se le ocurrió algo verdaderamente terrible, un recuerdo que surgió de su mente y que hizo que las entrañas se le retorcieran como si fueran serpientes.

«¿Qué busca, aparte de seguidores?»

«Cosas que sólo puede conseguir furtivamente... como un arma. Algo que no tenía la última vez.»

«Yo soy el arma —pensó Harry, y fue como si por sus venas corriera veneno en lugar de sangre, un veneno que lo dejó helado e hizo que rompiera a sudar mientras se mecía con el tren por un oscuro túnel—. Voldemort intenta utilizarme, por eso me ponen vigilantes adondequiera que voy, pero no es para protegerme, sino para proteger a los demás; lo que ocurre es que no funciona porque no pueden vigilarme constantemente dentro de Hogwarts... Anoche ataqué al señor Weasley, seguro que fui yo. Voldemort me obligó a hacerlo, podría estar dentro de mí ahora mismo escuchando lo que pienso...»

—¿Te encuentras bien, Harry, querido? —susurró la señora Weasley inclinándose sobre Ginny para hablar con él, mientras el tren traqueteaba por el túnel—. No tienes muy buen aspecto. ¿Estás mareado?

Todos lo miraban. Harry movió la cabeza enérgicamente y fijó la vista en un anuncio de una compañía de seguros.

—Harry, cariño, ¿seguro que estás bien? —insistió la señora Weasley, preocupada, cuando rodeaban la descuidada extensión de hierba que había en el centro de Grimmauld Place—. Estás tan pálido... ¿Seguro que has dormido esta mañana? Ahora subes a tu habitación y duermes un par de horitas antes de la cena, ¿de acuerdo?

Harry asintió; ya tenía una excusa para no tener que hablar con los demás, y eso era precisamente lo que él quería. En cuanto la señora Weasley abrió la puerta de la calle, Harry pasó a toda prisa por delante del paragüero con forma de pierna de trol, subió la escalera y fue al dormitorio que compartía con Ron.



Una vez allí empezó a pasearse por la habitación, por delante de las dos camas y del cuadro vacío de Phineas Nigellus. En su cerebro bullían preguntas y más ideas espantosas.

¿Cómo se había convertido en serpiente? A lo mejor era un animago... No, no podía ser, lo sabría... Quizá Voldemort fuera un animago... «Sí —pensó Harry—, eso encaja: Voldemort puede transformarse en serpiente, y cuando me posee, ambos nos transformamos... Aunque eso sigue sin explicar cómo llegué a Londres y regresé a mi cama en unos cinco minutos... Pero Voldemort es el mago más poderoso del mundo, aparte de Dumbledore; no creo que para él sea difícil transportar a alguien de ese modo.»

Y entonces lo acometió un sentimiento de pánico al pensar: «Pero esto es una locura, ¡si Voldemort me posee, ahora mismo le estoy proporcionando una clara visión del Cuartel General de la Orden del Fénix! Sabrá quién pertenece a la Orden y dónde está Sirius... Y he escuchado un montón de cosas que no debería haber escuchado, todo lo que Sirius me contó la primera noche que pasé aquí...»

Una cosa estaba clara: tenía que salir de Grimmauld Place cuanto antes. Pasaría la Navidad en Hogwarts con los demás; así al menos estarían a salvo durante las vacaciones... Pero no, eso no serviría de nada, en Hogwarts quedaba mucha gente a la que Voldemort podía atacar. ¿Y si la próxima vez les tocaba a Seamus, a Dean o a Neville? Dejó de dar vueltas por la habitación y se quedó contemplando el cuadro vacío de Phineas Nigellus. Notaba un peso cada vez mayor en lo hondo del estómago. No tenía alternativa: debía regresar a Privet Drive y separarse por completo de los otros magos.

Bueno, si debía hacerlo, pensó, no había por qué retrasar el momento. Hizo un esfuerzo descomunal para no pensar en cómo iban a reaccionar los Dursley cuando lo vieran en la puerta seis meses antes de lo que esperaban; fue hacia su baúl, cerró la tapa y echó la llave. Luego miró alrededor automáticamente buscando a Hedwig, pero entonces recordó que la lechuza se había quedado en Hogwarts. Mejor: así no tendría que cargar con su jaula. Cogió el baúl por un extremo y tiró de él hacia la puerta, cuando una voz sarcástica dijo:

—¿Qué haces? ¿Huyes?

Harry se dio la vuelta. Phineas Nigellus había aparecido en el lienzo de su retrato y estaba apoyado en el marco observándolo con una expresión divertida en la cara.

—No, no huyo —respondió Harry con aspereza, y tiró un poco más de su baúl hacia la puerta.

—Tenía entendido que para entrar en la casa de Gryffindor debías ser valiente —continuó Phineas mientras se acariciaba la puntiaguda barba—. Me da la impresión de que habrías estado mejor en mi casa. Nosotros, los de Slytherin, somos valientes, sí, pero no estúpidos. Si nos dan a elegir, por ejemplo, siempre preferimos salvar el pellejo.

—No es mi pellejo lo que intento salvar —repuso Harry, lacónico, y arrastró el baúl por encima de un trozo de alfombra muy retorcido y apolillado que había justo enfrente de la puerta.

—Ah, ya entiendo —comentó Phineas Nigellus, que seguía acariciándose la barba—, esto no es una huida cobarde, sino un acto noble. —Harry no le hizo caso. Tenía la mano sobre el picaporte cuando el mago añadió perezosamente—: Por cierto, tengo un mensaje para ti de parte de Albus Dumbledore.

Harry se dio la vuelta.

—¿Qué mensaje?

—«Quédate donde estás.»

—¡No me he movido! —exclamó Harry sin levantar la mano del picaporte—. Dime, ¿cuál es el mensaje?

—Acabo de dártelo, imbécil —le soltó Phineas Nigellus sin alterarse—. Dumbledore me ha ordenado que te diga: «Quédate donde estás.»

—¿Por qué? —preguntó Harry con impaciencia, y soltó el baúl—. ¿Por qué quiere que me quede aquí? ¿Qué más ha dicho?

—Nada más —respondió el mago, y arqueó una delgada y negra ceja, como si creyera que Harry era un impertinente.

El genio[303] del muchacho afloró a la superficie como la cabeza de una serpiente asoma por encima de la hierba crecida. Estaba agotado, estaba sumamente desconcertado, había experimentado terror, alivio y luego otra vez terror en las últimas doce horas, ¡y Dumbledore seguía sin hablar con él!

—Y ya está, ¿no? —dijo en voz alta—. ¡«Quédate donde estás»! ¡Eso fue lo único que me dijeron después de que me atacaran los Dementores! ¡Quédate quieto mientras los adultos se encargan de solucionarlo, Harry! Pero ¡no vamos a molestarnos en explicarte nada porque tu diminuto cerebro no podría asimilarlo!

—¡Mira —añadió Phineas Nigellus hablando en voz aún más alta que Harry—, por eso precisamente odiaba ser profesor! Los jóvenes están convencidos de que tienen razón sobre todas las cosas. ¿No se te ha ocurrido pensar, miserable engreído, que podría haber un excelente motivo por el que el director de Hogwarts no te confía los detalles de sus planes? ¿Nunca te has parado a pensar, mientras te sentías tan injustamente tratado, que obedecer las órdenes de Dumbledore todavía no te ha causado ningún daño?

No. Claro que no; como todos los jóvenes, estás convencido de que eres el único que siente y piensa, el único que reconoce el peligro, el único lo bastante inteligente para darse cuenta de qué es lo que planea el Señor Tenebroso...

—Entonces, ¿es verdad que planea hacer algo relacionado conmigo? —preguntó Harry inmediatamente.

—¿He dicho yo eso? —comentó Phineas Nigellus mientras examinaba ociosamente sus guantes de seda—. Mira, si me disculpas, tengo cosas mejores que hacer que escuchar las elucubraciones de un adolescente... Que tengas un buen día.

Y se fue pisando fuerte hasta el borde del cuadro y se perdió de vista.

—¡Muy bien, vete! —gritó Harry al cuadro vacío—. ¡Y dale las gracias a Dumbledore de mi parte!

El lienzo permaneció en silencio. Harry, furioso, arrastró de nuevo el baúl hasta el pie de la cama, y luego se tumbó boca abajo sobre la apolillada colcha, con los ojos cerrados. Notaba el cuerpo pesado y dolorido.

Tenía la sensación de haber hecho un viaje de kilómetros y kilómetros... Parecía imposible que sólo veinticuatro horas atrás Cho Chang se le hubiera acercado bajo el ramillete de muérdago... Estaba tan cansado... Le daba miedo dormirse... Pero no sabía cuánto tiempo iba a aguantar... Dumbledore le había dicho que se quedara... Eso debía de significar que tenía permiso para dormir... Pero tenía miedo... ¿Y si volvía a ocurrir?

Se hundía en las sombras...

Fue como si dentro de su cabeza hubiera un rollo de película que había estado esperando hasta ese momento para ponerse en marcha: caminaba por un pasillo vacío hacia una puerta lisa y negra, un pasillo de bastas paredes de piedra donde había colgadas antorchas; dejaba atrás una puerta abierta, a la izquierda, que daba a una escalera que descendía...

Estiraba el brazo y cogía el picaporte de la puerta, pero no podía abrirla... Se quedaba mirándola, desesperado por entrar... Detrás de aquella puerta había algo que él deseaba con toda su alma... Un premio que superaba todos sus sueños... Si la cicatriz dejara de dolerle, quizá pudiera pensar con más claridad...

—Harry —dijo entonces la voz de Ron desde muy lejos—. Mamá dice que la cena está lista, pero que si quieres quedarte un rato más en la cama, te guardará un plato.

Harry abrió los ojos, pero Ron ya había salido del dormitorio.

«No quiere quedarse a solas conmigo —pensó—. Es lógico, después de lo que le ha oído decir a Moody.»

Dio por hecho que ninguno de ellos querría estar con él ahora que sabían lo que tenía dentro.

No bajaría a cenar; no quería imponerles su compañía. Así que se tumbó sobre el otro costado y, al cabo de un rato, se quedó dormido. Despertó mucho más tarde, a primera hora de la mañana; las tripas le dolían de hambre, y su amigo roncaba en la cama de al lado. Echó un vistazo a la habitación con los ojos entornados y vio la oscura silueta de Phineas Nigellus, que volvía a estar en su retrato, y se le ocurrió pensar que, seguramente, Dumbledore había enviado a Phineas Nigellus para que lo vigilara, por si él atacaba a alguien más.

Volvía a sentirse sucio. Casi se arrepentía de haber obedecido a Dumbledore... Al fin y al cabo, si la vida en Grimmauld Place iba a ser así a partir de entonces, quizá estuviera mejor en Privet Drive.

 

Aquella mañana todos se dedicaron a colgar adornos navideños. Harry no recordaba haber visto jamás a Sirius de tan buen humor: hasta cantaba villancicos, y parecía encantado de tener compañía por Navidad. Harry escuchaba la voz de su padrino, que llegaba hasta él desde el piso de abajo a través del suelo del helado salón donde estaba sentado solo, mientras contemplaba por la ventana el cielo, cada vez más blanco, que amenazaba nieve; sentía un sádico placer al dar a los otros la oportunidad de seguir hablando de él, como sin duda debían de estar haciendo. Cuando oyó que la señora Weasley lo llamaba tímidamente por la escalera, a la hora de comer, Harry subió unos pisos más y no le hizo caso.

Hacia las seis de la tarde sonó el timbre de la puerta y la señora Black se puso a gritar, como de costumbre. Harry, suponiendo que sería Mundungus o algún otro miembro de la Orden, se limitó a instalarse más cómodamente contra la pared de la habitación de Buckbeak, donde se había escondido, e intentó no prestar atención al hambre que tenía mientras le daba ratas muertas al hipogrifo. Sin embargo, se llevó una sorpresa cuando, unos minutos más tarde, alguien golpeó con fuerza la puerta.

—Sé que estás ahí dentro —dijo la voz de Hermione—. ¿Quieres salir, por favor? Tengo que hablar contigo.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Harry al abrir, mientras Buckbeak arañaba el suelo cubierto de paja en busca de algún trozo de rata que podría habérsele caído—. ¿No ibas a esquiar con tus padres?

—Verás, he de confesar que el esquí no es mi fuerte —le contó Hermione—. Así que he venido a pasar las Navidades aquí. —Tenía nieve en el pelo y la cara sonrosada por efecto del frío—. Pero no se lo digas a Ron. A él le he dicho que esquiar es estupendo porque no paraba de reír. Mis padres están un poco disgustados, pero les he dicho que los alumnos que se toman en serio los exámenes se quedan a estudiar en Hogwarts. Quieren que saque buenas notas, de modo que lo entenderán. Bueno —añadió con decisión—, vamos a tu dormitorio. La madre de Ron ha encendido la chimenea y te ha subido unos sandwiches.

Harry la siguió al segundo piso. Cuando entró en el dormitorio, se llevó una sorpresa al ver que Ron y Ginny los estaban esperando sentados en la cama de Ron.

—He venido en el autobús noctámbulo —dijo Hermione como quien no quiere la cosa, y se quitó la chaqueta antes de que Harry tuviera ocasión de hablar—. Ayer por la mañana a primera hora Dumbledore me contó lo que había pasado, pero no he podido marcharme del colegio hasta que el trimestre ha terminado oficialmente. La profesora Umbridge está furiosa porque os habéis largado dejándola con un palmo de narices, pese a que Dumbledore le dijo que el señor Weasley estaba en San Mungo y que os había dado permiso para que fuerais a visitarlo. Así que... —Se sentó al lado de Ginny, y las dos chicas y Ron miraron a Harry—. ¿Cómo te encuentras? —le preguntó Hermione.

—Bien —contestó él fríamente.

—Vamos, Harry, no mientas —repuso ella con impaciencia—. Ron y Ginny me han comentado que desde que volvisteis de San Mungo te has estado escondiendo de los demás.

—¡No me digas! —replicó Harry fulminando con la mirada a Ron y a Ginny. Ron se contempló los pies, pero Ginny continuó impertérrita y exclamó:

—¡Es verdad! ¡Ni siquiera nos miras!

—¡Sois vosotros los que no me miráis a mí! —protestó Harry, furioso.

—A lo mejor resulta que os turnáis para miraros y no coincidís nunca —sugirió Hermione con el amago de una sonrisa en los labios.

—Muy gracioso —le espetó Harry, y se dio la vuelta.

—Deja de hacerte el incomprendido, Harry —dijo su amiga con crudeza—. Mira, los demás me han contado lo que escuchasteis anoche con las orejas extensibles...

—¿Ah, sí? —gruñó Harry con las manos hundidas en los bolsillos mientras observaba cómo fuera caían gruesos copos de nieve—. Habéis estado hablando de mí, ¿no? Bueno, la verdad es que ya me estoy acostumbrando.

—Queríamos hablar contigo, Harry —dijo Ginny—, pero como desde que llegamos no has hecho más que esconderte...

—No quería que nadie hablara conmigo —admitió él, que cada vez se sentía más molesto.

—Pues ésa es una postura muy estúpida —replicó Ginny con enojo—, dado que yo soy la única persona que conoces que ha estado poseída por Quien-tú-sabes, y por lo tanto puedo explicarte lo que se siente.

Harry se quedó callado, asimilando el impacto de aquellas palabras. Entonces se dio la vuelta.

—No me acordaba de eso —se excusó.

—Pues tienes suerte —dijo Ginny fríamente.

—Lo siento —se disculpó Harry con sinceridad—. Entonces... ¿creéis que estoy poseído?

—A ver, ¿recuerdas todo lo que has hecho? —le preguntó Ginny—. ¿O hay largos periodos en blanco de los que no recuerdas nada?

Harry se exprimió el cerebro.

—No —contestó tras una pausa.

—Entonces Quien-tú-sabes no te ha poseído nunca —dedujo Ginny con simplicidad—. Cuando me poseyó a mí, no recordaba lo que había hecho durante horas seguidas. De pronto me encontraba en un sitio y no tenía ni la más remota idea de cómo había llegado hasta allí.

Harry no se atrevía a creerla, y sin embargo, pese a su reticencia, el peso que lo abrumaba empezó a aligerarse.

—Pero ese sueño que tuve sobre tu padre y la serpiente...

—Ya has tenido sueños de ésos otras veces, Harry —terció Hermione—. El año pasado tenías visiones de lo que Voldemort se traía entre manos.

—Esta vez ha sido distinto —aseguró su amigo moviendo negativamente la cabeza—. Yo estaba dentro de aquella serpiente. Era como si yo fuera ella... ¿Y si Voldemort se las ingenió para transportarme a Londres?

—Algún día leerás Historia de Hogwarts —dijo Hermione con un tono de profundo fastidio— y quizá te enterarás de que dentro del colegio uno no puede aparecerse ni desaparecerse. Ni siquiera Voldemort podría hacerte salir volando de tu dormitorio, Harry.

—No te levantaste de la cama, Harry —intervino Ron—. Yo te vi retorciéndote en sueños, por lo menos durante un minuto, antes de que consiguiéramos despertarte.

Harry empezó a pasearse de nuevo por la habitación. Cavilaba. Lo que todos afirmaban no sólo resultaba consolador, sino que tenía sentido... Cogió sin darse cuenta un sandwich del plato que había encima de la cama y, hambriento, se lo metió entero en la boca.

«Resulta que no soy el arma», pensó Harry, quien de pronto sintió una gran alegría y un gran alivio, y le entraron ganas de ponerse también a cantar cuando oyeron a Sirius, que pasaba en ese momento por delante de su puerta hacia la habitación de Buckbeak, cantando Hacia Belén va un hipogrifo a pleno pulmón.

 

¿Cómo podía habérsele ocurrido la idea de regresar a Privet Drive por Navidad? La alegría que sentía Sirius por volver a tener la casa llena y, sobre todo, por volver a tener a Harry a su lado, era contagiosa. Había dejado de ser el huraño anfitrión del verano y en esos momentos parecía decidido a que se divirtieran tanto como se habrían divertido en Hogwarts, o quizá más, y por eso trabajó infatigablemente en el periodo previo al día de Navidad; lo limpió y lo decoró todo con la ayuda de los chicos, de modo que en Nochebuena, cuando fueron a acostarse, la casa estaba irreconocible. De las lámparas de cristal, anteriormente carentes de brillo, ya no colgaban telarañas, sino guirnaldas de acebo y serpentinas plateadas y doradas; había montoncitos de reluciente nieve mágica sobre las raídas alfombras; un gran árbol de Navidad, que había conseguido Mundungus y que estaba decorado con hadas de verdad, tapaba el árbol genealógico de la familia de Sirius; y hasta las cabezas reducidas de elfos domésticos de la pared del vestíbulo llevaban gorros y barbas de Papá Noel.

La mañana del día de Navidad, Harry despertó y encontró un montón de regalos a los pies de su cama. Ron ya había empezado a abrir los paquetes de su montón, aún más grande.

—¡Mira cuántos regalos nos han hecho este año! —exclamó a través de una nube de papel—. ¡Gracias por la brújula para escobas, es fabulosa! Supera el regalo de Hermione: un planificador de deberes...

Entonces Harry buscó entre sus regalos y encontró uno con la letra de Hermione. A él también le había regalado un libro que parecía una agenda, sólo que cada vez que lo abría por cualquier página gritaba cosas como: «¡No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy!»

Sirius y Lupin, por su parte, le habían regalado una estupenda colección de libros titulada Magia defensiva práctica y cómo utilizarla contra las artes oscuras, con soberbias ilustraciones móviles en color de todos los maleficios y contraembrujos que describía. Harry hojeó el primer volumen con avidez; le encantó porque iba a resultarle muy útil para lo que tenía planeado en las reuniones del ED. Hagrid le había enviado una cartera marrón y peluda con unos colmillos que supuestamente eran un sistema antirrobo, aunque en realidad lo que hacían era que Harry se arriesgara a que le arrancaran un dedo cada vez que ponía dinero dentro. El regalo de Tonks era una pequeña maqueta de una Saeta de Fuego; Harry la hizo volar por la habitación y entonces lamentó no tener su escoba de tamaño real. Ron le había regalado una caja enorme de grageas de todos los sabores; el señor y la señora Weasley, el jersey tejido a mano de rigor y unos cuantos pastelillos de frutos secos, y Dobby, un cuadro francamente espantoso que Harry sospechó que había pintado el propio elfo. Acababa de colocarlo del revés para ver si de ese modo tenía mejor aspecto cuando, con un fuerte ¡crac!, Fred y George se aparecieron a los pies de su cama.

—¡Feliz Navidad! —exclamó George—. Pero no bajéis hasta dentro de un rato.

—¿Por qué? —preguntó Ron.

—Porque mamá está llorando otra vez —contestó Fred con gravedad—. Percy le ha devuelto el jersey de Navidad.

—Sin ninguna nota —añadió George—. No ha preguntado cómo se encuentra papá, ni ha ido a visitarlo ni nada.

—Hemos intentado consolarla —prosiguió Fred, y rodeó la cama para ver el cuadro de Harry—. Le hemos dicho que Percy no es más que un montón de excrementos de rata podridos.

—Pero no ha funcionado —continuó George, que cogió una rana de chocolate—. Entonces Lupin ha tomado el relevo. Creo que será mejor que dejemos que él intente animarla antes de bajar a desayunar.

—Oye, ¿qué se supone que representa? —preguntó Fred escudriñando el cuadro de Dobby—. Parece un gibón[304] con dos ojos negros.

—¡Es Harry! —exclamó George, y señaló el dorso del cuadro—. ¡Lo pone aquí!

—Es un buen retrato —opinó Fred sonriendo. Harry le lanzó su nueva agenda de deberes, que chocó contra la pared y cayó al suelo, desde donde gritó alegremente: «¡Si el trabajo has terminado puedes ir a comprarte un helado!»

Luego se levantaron y se vistieron. Desde arriba oían a los distintos habitantes de la casa deseándose feliz Navidad unos a otros. Cuando bajaban por la escalera se encontraron con Hermione.

—Gracias por el libro, Harry —dijo ella alegremente—. ¡Hacía siglos que buscaba Nueva teoría de numerología! Y ese perfume es muy especial, Ron.

—Me alegro de que te haya gustado —repuso Ron—. Pero ¿para quién es eso? —añadió señalando el paquete cuidadosamente envuelto que Hermione llevaba en las manos.

—Para Kreacher —contestó ella, muy satisfecha.

—¡Espero que no sea ropa! —la previno Ron—. Ya sabes lo que dice Sirius: Kreacher sabe demasiado, no podemos darle la libertad.

—No, no es ropa —lo tranquilizó Hermione—, aunque si por mí fuera desde luego que le habría regalado algo para ponerse que no sea ese trapo viejo y mugriento. Es una colcha de patchwork. Pensé que alegraría un poco su dormitorio.

—¿Qué dormitorio? —preguntó Harry bajando la voz al pasar por delante del retrato de la madre de Sirius.

—Bueno, Sirius dice que en realidad no es un dormitorio, sino una especie de... guarida —contestó Hermione—. Por lo visto, Kreacher duerme debajo de la caldera que hay en ese armario de la cocina.

Cuando llegaron al sótano, sólo encontraron a la señora Weasley. Estaba de pie frente a la cocina, y todos esquivaron la mirada cuando les deseó feliz Navidad con la voz tomada.

—¿Así que esto es el dormitorio de Kreacher? —dijo Ron mientras caminaba hacia una deslucida puerta que había en un rincón, frente a la despensa. Harry nunca la había visto abierta.

—Sí —confirmó Hermione, que ahora parecía un poco nerviosa—. Esto..., creo que será mejor que llamemos.

Ron golpeó la puerta con los nudillos, pero no obtuvo respuesta.

—Debe de estar espiando por arriba —comentó, y sin pensárselo dos veces abrió la puerta—. ¡Puaj!

Harry se asomó al interior. Gran parte del armario lo ocupaba una enorme y anticuada caldera, pero en el reducido espacio que quedaba debajo de las tuberías, Kreacher se había construido algo que parecía un nido. Había un revoltijo de mantas y harapos viejos y apestosos amontonado en el suelo, y la pequeña marca que había en el centro indicaba el sitio donde el elfo se acurrucaba para dormir por las noches. Aquí y allá, entre la tela, había mendrugos de pan y pedazos de queso mohoso. En un rincón brillaban unos pequeños objetos y monedas que Harry imaginó que Kreacher había salvado, como una urraca, de la purga que Sirius había hecho en la casa, y también había conseguido rescatar las fotografías familiares con marco de plata que su padrino había tirado aquel verano. Los cristales de los marcos estaban rotos, pero aun así las pequeñas figuras en blanco y negro que había dentro lo miraron con arrogancia, incluida la de la mujer morena de párpados caídos, Bellatrix Lestrange (Harry sintió una breve sacudida en el estómago), cuyo juicio Harry había visto en el pensadero de Dumbledore. Al parecer, esa fotografía era la favorita de Kreacher, pues la había colocado delante de todas las demás y había hecho una chapuza para arreglar el cristal con celo mágico[305].


Date: 2015-12-11; view: 374


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