Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






La Suma[217]Inquisidora de Hogwarts

 

 

Creyeron que a la mañana siguiente tendrían que repasar El Profeta de Hermione de arriba abajo para encontrar el artículo que Percy mencionaba en su carta. Sin embargo, cuando la lechuza que se lo había llevado acababa de levantar el vuelo desde la jarra de leche, Hermione soltó un grito ahogado y puso el periódico sobre la mesa para enseñar a sus amigos una gran fotografía de Dolores Umbridge que lucía una amplia sonrisa en los labios y pestañeaba lentamente bajo el siguiente titular:

 

EL MINISTERIO EMPRENDE LA REFORMA

EDUCATIVA Y NOMBRA A DOLORES UMBRIDGE

PRIMERA SUMA INQUISIDORA

 

—¿La profesora Umbridge «Suma Inquisidora»? —repitió Harry, desconcertado. La tostada que estaba comiendo se le cayó de los dedos—. ¿Qué significa eso?

Hermione leyó en voz alta:

 

Anoche el Ministerio de la Magia tomó una decisión inesperada y aprobó una nueva ley con la que alcanzará un nivel de control sin precedentes sobre el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

«Hace tiempo que el ministro está preocupado por los sucesos ocurridos en Hogwarts —explicó el asistente del ministro, Percy Weasley—. Y el paso que acaba de dar ha sido la respuesta a la preocupación manifestada por muchos padres angustiados respecto a la orientación que está tomando el colegio, una orientación con la que no están de acuerdo.»

No es la primera vez en las últimas semanas que el ministro, Cornelius Fudge, utiliza nuevas leyes para introducir mejoras en el colegio de magos. Recientemente, el 30 de agosto, se aprobó el Decreto de Enseñanza n.° 22 para asegurar que, en caso de que el actual director no pudiera nombrar a un candidato para un puesto docente, el Ministerio tuviera derecho a elegir a la persona apropiada.

«Así fue como Dolores Umbridge ocupó su actual puesto como profesora en Hogwarts —explicó Weasley anoche—. Dumbledore no encontró a nadie para impartir la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras... y por eso el ministro nombró a Dolores Umbridge, lo que ha constituido, por supuesto, un éxito inmediato...»

—¿Que ha sido QUÉ? —saltó Harry.

 

—Espera, aún hay más —dijo Hermione, apesadumbrada.

 

«... por supuesto, un éxito inmediato porque ha revolucionado por completo el sistema de enseñanza de dicha asignatura y porque así proporciona al ministro información de primera mano sobre lo que está pasando en Hogwarts.»

El Ministerio ha formalizado esta última función con la aprobación del Decreto de Enseñanza n.° 23, que crea el nuevo cargo de Sumo Inquisidor de Hogwarts.

«De este modo se inicia una emocionante nueva fase del plan del ministro para poner remedio a lo que algunos llaman el "descenso de nivel" de Hogwarts —explicó Weasley—. El Inquisidor tendrá poderes para supervisar a sus colegas y asegurarse de que su trabajo alcance el nivel requerido. El ministro ha ofrecido este cargo a la profesora Umbridge, además del puesto docente, y estamos encantados de anunciar que ella lo ha aceptado.»



Las nuevas medidas adoptadas por el Ministerio han recibido el entusiasta apoyo de los padres de los alumnos de Hogwarts.

«Estoy mucho más tranquilo desde que sé que Dumbledore estará sometido a una evaluación justa y objetiva —declaró el señor Lucius Malfoy, de 41 años, en su mansión de Wiltshire—. Muchos padres, que queremos lo mejor para nuestros hijos, estábamos preocupados por algunas de las descabelladas decisiones que ha tomado Dumbledore en los últimos años y nos alegra saber que el Ministerio controla la situación.»

Entre esas «descabelladas decisiones» están sin duda los controvertidos nombramientos docentes, anteriormente descritos en este periódico, que incluyen al hombre lobo Remus Lupin, al semigigante Rubeus Hagrid y al engañoso ex Auror Ojoloco Moody.

Abundan los rumores, desde luego, de que Albus Dumbledore, antiguo Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos y Jefe de Magos del Wizengamot, ya no está en condiciones de dirigir el prestigioso Colegio Hogwarts.

«Creo que el nombramiento de la Inquisidora es un primer paso hacia la garantía de que Hogwarts tenga un director en quien todos podamos depositar nuestra confianza», afirmó una persona perteneciente al Ministerio.

Dos de los miembros de mayor antigüedad del Wizengamot, Griselda Marchbanks y Tiberius Ogden, han dimitido como protesta ante la introducción del cargo de Inquisidor de Hogwarts.

«Hogwarts es un colegio, no un puesto de avanzada del despacho de Cornelius Fudge —afirmó la señora Marchbanks—. Esto no es más que otro lamentable intento de desacreditar a Albus Dumbledore.»

(En la página 17 encontrarán una detallada descripción de las presuntas vinculaciones de la señora Marchbanks con grupos subversivos de duendes.)

 

Hermione terminó de leer y miró a sus amigos, que estaban sentados al otro lado de la mesa.

—¡Ahora ya sabemos por qué nos han puesto a esa Umbridge! ¡Fudge aprobó el Decreto de Enseñanza y nos la ha impuesto! ¡Y ahora va y le da poderes para supervisar a los otros profesores! —Hermione respiraba muy deprisa y le brillaban los ojos—. No puedo creerlo. ¡Es un escándalo!

—Ya lo sé —coincidió Harry, que se miró la mano derecha, apoyada con fuerza en la mesa, y vio el débil trazo de las palabras que la profesora Umbridge le había obligado a grabarse en la piel.

Pero en la cara de Ron estaba dibujándose una sonrisa.

—¿Qué pasa? —preguntaron Harry y Hermione al mismo tiempo, observándolo.

—Es que me muero de ganas de ver cómo supervisan a la profesora McGonagall —dijo Ron alegremente—. Umbridge va a enterarse de lo que es bueno.

—En fin, vámonos —propuso Hermione poniéndose en pie—. Si piensa supervisar la clase de Binns, será mejor que no lleguemos tarde...

Pero la profesora Umbridge no supervisó la clase de Historia de la Magia, que fue tan aburrida como la del lunes anterior; tampoco la encontraron en la mazmorra de Snape cuando llegaron para una clase de dos horas de Pociones, en la que a Harry le devolvieron su redacción sobre el ópalo con una enorme y puntiaguda D negra estampada en una esquina superior.

—Os he puesto la nota que os habrían puesto si hubierais presentado este trabajo en vuestro TIMO —explicó Snape con una sonrisita de suficiencia mientras se paseaba entre sus alumnos devolviéndoles los deberes corregidos—. Así os haréis una idea de los resultados que podéis esperar de vuestros exámenes. —Snape llegó a la parte delantera de la clase y se dio la vuelta para mirar a los alumnos—. En general, el nivel de la redacción ha sido pésimo. La mayoría de vosotros habríais suspendido si hubiera sido un examen. Espero que os esforcéis mucho más en la redacción de esta semana sobre las diferentes variedades de antídotos para veneno; si no, tendré que empezar a castigar a los burros que obtengan una D.

—¿A alguien le han puesto una D? ¡Ja! —dijo Malfoy en voz baja, y entonces Snape esbozó una sonrisa de complicidad.

Harry se dio cuenta de que Hermione lo miraba de reojo intentando ver qué nota había tenido, así que guardó su redacción sobre el ópalo en la mochila tan rápido como pudo, pues prefería no divulgar esa información.

Decidido a no proporcionar un pretexto a Snape para que lo regañara en aquella clase, Harry leyó y releyó cada una de las instrucciones escritas en la pizarra como mínimo tres veces antes de ponerlas en práctica. Su solución fortificante no tenía exactamente el tono turquesa claro de la de Hermione, pero al menos era azul y no rosa como la de Neville; al finalizar la clase, fue hasta la mesa de Snape y se la entregó con una mezcla de alivio y desafío.

—Bueno, no ha ido tan mal como la semana pasada, ¿verdad? —comentó Hermione cuando subían por la escalera de la mazmorra y cruzaban el vestíbulo hacia el Gran Comedor para ir a comer—. Y los deberes tampoco están tan mal, ¿no? —Como ninguno de sus amigos contestó, Hermione insistió—: Hombre, tampoco es que esperara la nota más alta, sobre todo si Snape los ha corregido como si fueran un examen de TIMO, pero un aprobado no está mal en esta etapa, ¿no os parece? —Harry hizo un ruidito evasivo con la garganta—. Evidentemente, pueden pasar muchas cosas desde ahora hasta el examen, y tenemos mucho tiempo para mejorar, pero las notas que obtenemos ahora son una especie de punto de referencia, ¿no? Algo sobre lo que podemos construir... —Se sentaron juntos a la mesa de Gryffindor—. Evidentemente me habría encantado que me hubiera puesto una E...

—Hermione —dijo Ron con aspereza—, si quieres saber qué notas nos ha puesto, pregúntanoslo, ¿vale?

—No, si yo no... Bueno, si queréis decírmelo...

—A mí me ha puesto una I —confesó Ron mientras se servía sopa—. ¿Estás contenta?

—Bueno, no tienes por qué avergonzarte de eso —dijo Fred, que acababa de llegar a la mesa con George y Lee Jordan y se había sentado a la derecha de Harry—. Una buena I no tiene nada de malo.

—Pero ¿la I no significa...? —empezó Hermione.

—Sí, «Insatisfactorio» —contestó Lee Jordan—. Pero es mejor que una D de «Desastroso», ¿no?

Harry notó que se le encendían las mejillas y fingió un acceso de tos mientras se comía el panecillo. Cuando paró de toser lamentó comprobar que Hermione seguía hablando sobre las notas de los TIMOS.

—O sea, que la mejor nota es la E de «Extraordinario» —iba diciendo—, y luego está la A...

—No, la S —la corrigió George—, S de «Supera las expectativas». Y siempre he pensado que Fred y yo deberíamos tener S en todo porque superamos las expectativas sólo con presentarnos a los exámenes.

Todos rieron excepto Hermione, que siguió insistiendo:

—Bueno, después de la S está la A de «Aceptable», y ésa es la última nota de aprobado, ¿no?

—Sí —confirmó Fred echando un panecillo entero en su cuenco de sopa; luego se lo metió en la boca y se lo tragó de una vez.

—Después está la I de «Insatisfactorio»... —Ron levantó ambos brazos fingiendo que lo celebraba—, y la D de «Desastroso».

—Y luego la T —le recordó George.

—¿La T? —repitió Hermione, desconcertada—. ¿Es más baja incluso que la D? ¿Qué demonios significa la T?

—«Trol[218]» —contestó George.

Harry volvió a reír, aunque no estaba seguro de si George bromeaba o no. Se imaginó que intentaba ocultar a Hermione que le habían puesto una T en todos los TIMOS, e inmediatamente decidió que trabajaría más a partir de entonces.

—¿Ya habéis tenido alguna clase supervisada? —inquirió Fred.

—No —contestó Hermione en el acto—. ¿Y vosotros?

—Sólo una, antes de la comida —respondió George—. Encantamientos.

—¿Cómo ha ido? —preguntaron Harry y Hermione.

Fred se encogió de hombros.

—No ha estado tan mal. La profesora Umbridge se ha quedado en un rincón tomando notas en un fajo de pergaminos cogidos con un sujetapapeles. Ya conocéis a Flitwick, la ha tratado como si fuera una invitada; no parecía que le preocupara ni lo más mínimo. Y ella no ha dicho casi nada. Le ha hecho un par de preguntas a Alicia sobre cómo son las clases normalmente, Alicia le ha dicho que eran muy interesantes y ya está.

—No me imagino al viejo Flitwick suspendiendo la supervisión —comentó George—. Casi siempre aprueba a todo el mundo.

—¿A quién tenéis esta tarde? —le preguntó Fred a Harry.

—A Trelawney...

—Una T como hay pocas...

—... y a Umbridge.

—Pues hoy sé bueno y controla tu genio con la profesora Umbridge —le aconsejó George—. Angelina va a ponerse hecha una fiera como te pierdas otro entrenamiento de quidditch.

Pero Harry no tuvo que esperar a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para ver a la profesora Umbridge. Estaba sentado en la última fila de la lóbrega aula de Adivinación, sacando de su mochila el diario de sueños, cuando Ron le dio un codazo en las costillas; Harry giró la cabeza y observó que la profesora Umbridge entraba por la trampilla del suelo. La clase, que hasta entonces hablaba alegremente, guardó silencio de inmediato. El brusco descenso del ruido hizo que la profesora Trelawney, que se paseaba repartiendo copias de El oráculo de los sueños, se volviera para ver qué sucedía.

—Buenas tardes, profesora Trelawney —saludó la profesora Umbridge sonriendo ampliamente—. Espero que haya recibido mi nota en la que le indicaba la fecha y la hora en que la supervisaría.

La profesora Trelawney asintió con sequedad y, muy contrariada, le dio la espalda a la profesora Umbridge y siguió repartiendo los libros. Sin dejar de sonreír, la profesora Umbridge cogió el respaldo de la butaca que había más cerca y la arrastró hasta la parte delantera de la clase para colocarla unos centímetros por detrás de la profesora Trelawney. Entonces se sentó, sacó las hojas de pergamino de su floreado bolso y se quedó mirando expectante a su colega esperando que comenzara la clase.

La profesora Trelawney se ciñó los chales con manos ligeramente temblorosas y miró a sus alumnos a través de sus gafas de cristales de aumento.

—Hoy vamos a continuar con nuestro estudio de los sueños proféticos —dijo en un valeroso intento de adoptar su tono místico, aunque la voz también le temblaba un poco—. Colocaos por parejas, por favor, e interpretad las últimas visiones nocturnas de vuestro compañero con la ayuda del libro.

Fue hacia su butaca, pero como vio a la profesora Umbridge sentada justo detrás, de inmediato giró hacia la izquierda, donde se hallaban Parvati y Lavender, que ya estaban enfrascadas en un profundo análisis del último sueño de Parvati.

Harry abrió su ejemplar de El oráculo de los sueños mirando disimuladamente a la profesora Umbridge, que había empezado a tomar notas. Pasados unos minutos, ésta se levantó y empezó a pasearse por el aula siguiendo a la profesora Trelawney, escuchando las conversaciones que mantenía con los alumnos y haciendo preguntas de vez en cuando. Harry agachó la cabeza sobre su libro rápidamente.

—Deprisa, piensa un sueño por si el sapo viene hacia aquí.

—Yo me lo inventé la última vez —protestó Ron—, ahora te toca a ti.

—¡Ay, no sé! —dijo Harry, desesperado. No recordaba haber soñado nada en los últimos días—. Digamos que soñé que estaba... ahogando a Snape en mi caldero. Sí, eso servirá...

Ron contuvo la risa mientras abría El oráculo de los sueños.

—Vale, tenemos que sumar tu edad a la fecha en que tuviste el sueño, y el número de letras del tema... ¿Cuál sería el tema? ¿Ahogamiento, caldero o Snape?

—No importa, elige el que quieras —contestó Harry, y se arriesgó a mirar hacia atrás.

La profesora Umbridge estaba de pie detrás de la profesora Trelawney, echando un vistazo por encima de su hombro y tomando notas, mientras la profesora de Adivinación interrogaba a Neville sobre su diario de sueños.

—A ver, ¿qué noche lo soñaste? —le preguntó Ron, enfrascado en sus cálculos.

—No lo sé, anoche, o cuando te parezca —respondió Harry intentando escuchar lo que Dolores Umbridge estaba diciéndole a la profesora Trelawney.

En ese momento ya sólo estaban a una mesa de distancia de ellos. La profesora Umbridge anotaba algo más, y la profesora Trelawney parecía sumamente molesta.

—Dígame —dijo la profesora Umbridge mirando a su colega—, ¿cuánto tiempo hace exactamente que imparte esta clase?

La profesora Trelawney la observó frunciendo el entrecejo, con los brazos cruzados y los hombros encorvados, como si quisiera protegerse cuanto pudiera de la humillación que suponía aquel examen. Tras una breve pausa, durante la cual pareció decidir que la pregunta no era tan ofensiva como para ignorarla por completo, contestó con un tono que denotaba un profundo resentimiento:

—Casi dieciséis años.

—Eso es mucho tiempo —repuso la profesora Umbridge, y lo anotó en sus hojas de pergamino—. ¿Y fue el profesor Dumbledore quien le ofreció el puesto?

—Sí —respondió la profesora Trelawney con sequedad.

La profesora Umbridge lo apuntó también.

—¿Y es usted la tataranieta de la famosa vidente Cassandra Trelawney?

—Sí —respondió la profesora levantando un poco más la barbilla.

Otra nota en las hojas de pergamino.

—Pero tengo entendido, y corríjame si me equivoco, que usted es la primera de su familia, desde Cassandra, que tiene el don de la clarividencia.

—Estos dones suelen saltarse... tres generaciones —repuso la profesora Trelawney.

La sonrisa de sapo de la profesora Umbridge se ensanchó un poco más.

—Claro, claro —dijo con dulzura, y tomó otra nota—. ¿Podría predecirme algo, por favor? —preguntó, y miró inquisidoramente a su colega sin dejar de sonreír.

La profesora Trelawney se puso tensa, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

—Perdone, pero no la entiendo —dijo cogiendo convulsivamente el chal que tenía alrededor del esquelético cuello.

—Me gustaría que me predijera algo —repitió la profesora Umbridge con toda claridad.

Harry y Ron ya no eran los únicos que observaban y escuchaban a hurtadillas escondidos tras sus libros. La mayoría de los estudiantes miraban perplejos a la profesora Trelawney, que se enderezó completamente haciendo tintinear sus brazaletes y sus collares de cuentas.

—¡El Ojo Interior no ve nada por encargo! —respondió escandalizada.

—Bien —dijo la profesora Umbridge, y tomó una nueva nota.

—Pero... ¡un momento! —exclamó de pronto la profesora Trelawney en un intento de recuperar su tono etéreo, aunque el efecto místico se malogró un poco porque la voz le temblaba de rabia—. Creo..., creo... que veo algo. Algo... que la concierne a usted... Sí, noto algo..., algo tenebroso..., un grave peligro...

La profesora Trelawney señaló con un tembloroso dedo a la profesora Umbridge, que siguió sonriéndole de manera insulsa con las cejas arqueadas.

—Me temo... ¡Me temo que corre un grave peligro! —concluyó la profesora Trelawney con dramatismo.

Se produjo un silencio. La profesora Umbridge todavía tenía las cejas arqueadas.

—Muy bien —repuso en voz baja, y volvió a hacer una anotación—. Si no es capaz de nada mejor...

Se dio la vuelta y dejó a la profesora Trelawney plantada donde estaba mientras ésta respiraba con agitación. Harry miró de reojo a Ron y comprendió que su amigo estaba pensando exactamente lo mismo que él: ambos sabían que la profesora Trelawney era una farsante, pero, por otra parte, detestaban tanto a Umbridge que se sentían inclinados a defenderla. Bueno, al menos hasta que unos segundos más tarde la profesora Trelawney se abatió sobre ellos.

—¿Y bien? —dijo, chasqueando los dedos bajo la nariz de Harry con una brusquedad inusitada—. Déjame ver lo que has escrito en tu diario de sueños, por favor.

Pero cuando terminó de interpretar en voz alta los sueños de Harry (los cuales, incluso aquellos en los que comía gachas de avena[219], parecía que pronosticaban una muerte espantosa y prematura), él ya no sentía tanta compasión por ella. La profesora Umbridge permaneció todo el rato de pie, un poco alejada, sin dejar de tomar notas, y cuando sonó la campana fue la primera en bajar por la escalerilla de plata[220], de modo que ya los esperaba en el aula cuando los alumnos llegaron, diez minutos más tarde, para su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Cuando entraron en el aula la encontraron tarareando y sonriendo. Harry y Ron le contaron a Hermione, que había estado en Aritmancia, lo que había pasado en Adivinación mientras los alumnos sacaban sus ejemplares de Teoría de defensa mágica, pero antes de que Hermione pudiera preguntar algo, la profesora Umbridge ya los había llamado al orden y todos se habían callado.

—Guardad las varitas —ordenó sin dejar de sonreír, y los estudiantes más optimistas, que las habían sacado, volvieron a guardarlas con pesar en sus mochilas—. En la última clase terminamos el capítulo uno, de modo que hoy quiero que abráis el libro por la página diecinueve y empecéis a leer el capítulo dos, titulado «Teorías defensivas más comunes y su derivación». En silencio, por favor —añadió, y exhibiendo aquella amplia sonrisa de autosuficiencia, se sentó detrás de su mesa.

Los alumnos suspiraron mientras, todos a una, abrían los libros por la página 19. Harry, abatido, se preguntó si habría suficientes capítulos para pasarse el año leyendo en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y cuando estaba a punto de revisar el índice se fijó en que Hermione volvía a tener la mano levantada.

La profesora Umbridge también lo había visto, y no sólo eso, sino que al parecer había diseñado una estrategia por si se presentaba aquella eventualidad. En lugar de fingir que no se había fijado en Hermione, se puso en pie y pasó por la primera hilera de pupitres hasta colocarse delante de ella; entonces se agachó y susurró para que el resto de la clase no pudiera oírla:

—¿Qué ocurre esta vez, señorita Granger?

—Ya he leído el capítulo dos —respondió Hermione.

—Muy bien, entonces vaya al capítulo tres.

—También lo he leído. He leído todo el libro.

La profesora Umbridge parpadeó, pero recuperó el aplomo casi de inmediato.

—Estupendo. En ese caso, podrá explicarme lo que dice Slinkhard sobre los contraembrujos en el capítulo quince.

—Dice que los contraembrujos no deberían llamarse así —contestó Hermione sin vacilar—. Dice que «contraembrujo» no es más que un nombre que la gente utiliza para denominar sus embrujos cuando quieren que parezcan más aceptables. —La profesora Umbridge arqueó las cejas y Harry se dio cuenta de que estaba impresionada, a su pesar—. Pero yo no estoy de acuerdo —añadió Hermione.

Las cejas de la profesora Umbridge se arquearon un poco más y su mirada adquirió una frialdad evidente.

—¿No está usted de acuerdo?

—No —contestó Hermione, quien, a diferencia de la profesora, no hablaba en voz baja, sino con una voz clara y potente que ya había atraído la atención del resto de la clase—. Al señor Slinkhard no le gustan los embrujos, ¿verdad? En cambio, yo creo que pueden resultar muy útiles cuando se emplean para defenderse.

—¡¿Ah, sí?! —exclamó la profesora Umbridge olvidando bajar la voz y enderezándose—. Pues me temo que es la opinión del señor Slinkhard, y no la suya, la que nos importa en esta clase, señorita Granger.

—Pero... —empezó a decir ella.

—Basta —la atajó la profesora Umbridge; a continuación, se dirigió a la parte delantera de la clase y se quedó de pie delante de sus alumnos; todo el garbo que había exhibido al principio de la clase había desaparecido—. Señorita Granger, voy a restarle cinco puntos a la casa de Gryffindor.

Sus palabras desencadenaron un arranque de murmullos.

—¿Por qué? —preguntó Harry, furioso.

—¡No te metas en esto! —le susurró Hermione, alarmada.

—Por perturbar el desarrollo de mi clase con interrupciones que no vienen al caso —contestó la profesora Umbridge suavemente—. Estoy aquí para enseñaros a utilizar un método aprobado por el Ministerio que no contempla la posibilidad de animar a los alumnos a expresar sus opiniones sobre temas de los que no entienden casi nada. Es posible que vuestros anteriores profesores de esta disciplina os hayan permitido más libertades, pero dado que ninguno de ellos, tal vez con la excepción del profesor Quirrell, que al menos se limitó a abordar temas apropiados para vuestra edad, habría aprobado una supervisión del Ministerio...

—Sí, Quirrell era un profesor excelente —dijo Harry en voz alta—, pero tenía un pequeño inconveniente: que por su turbante se asomaba lord Voldemort.

Esa declaración fue recibida con uno de los silencios más aplastantes que Harry había oído en su vida. Y entonces...

—Creo que le sentará bien otra semana de castigos, Potter —sentenció la profesora Umbridge sin alterarse.

 

El corte que Harry tenía en la mano todavía no se había curado, y a la mañana siguiente volvía a sangrar. Harry no se quejó durante el castigo de la tarde, pues estaba decidido a no dar aquella satisfacción a la profesora Umbridge. Escribió una y otra vez «No debo decir mentiras» sin que un solo sonido escapara de sus labios, aunque el corte iba haciéndose más profundo con cada letra.

Lo peor de aquella segunda semana de castigos fue, como había predicho George, la reacción de Angelina. El martes, a la hora del desayuno, acorraló a Harry cuando éste llegó a la mesa de Gryffindor y se puso a gritarle de tal modo que la profesora McGonagall se acercó desde la mesa de los profesores.

—Señorita Johnson, ¿cómo se atreve a montar semejante escándalo en el Gran Comedor? ¡Cinco puntos menos para Gryffindor!

—Pero profesora... Han vuelvo a castigar a Harry...

—¿Qué pasa, Potter? —preguntó la profesora McGonagall con enojo dirigiéndose a Harry—. ¿Te han castigado? ¿Quién?

—La profesora Umbridge —masculló esquivando los negros y pequeños ojos de la profesora McGonagall, que lo taladraban a través de las gafas cuadradas.

—¿Estás diciéndome que, después de la advertencia que te hice el lunes pasado —dijo, bajando la voz para que no la oyera un grupo de curiosos de Ravenclaw que tenía detrás—, has vuelto a perder los estribos en la clase de la profesora Umbridge?

—Sí —confesó Harry mirando al suelo.

—¡Tienes que aprender a controlarte, Potter! ¡Estás buscándote problemas! ¡Cinco puntos menos para Gryffindor!

—Pero... ¿qué? ¡No, profesora! —se rebeló Harry, furioso ante aquella injusticia—. Ya me ha castigado ella, ¿por qué tiene que restarme puntos también?

—¡Porque por lo visto los castigos no surten el más mínimo efecto! —exclamó la profesora McGonagall de manera cortante—. ¡No, Potter, no quiero oír ni una palabra más! ¡Y usted, señorita Johnson, haga el favor de reservar en el futuro sus gritos para el campo de quidditch si no quiere perder la capitanía del equipo!

Y tras pronunciar esas palabras, la profesora McGonagall se encaminó pisando fuerte hacia la mesa de los profesores. Angelina lanzó a Harry una mirada de profundo desprecio y se alejó de él, tras lo cual el chico se sentó en el banco junto a Ron, echando chispas.

—¡Le quita puntos a Gryffindor porque todas las tardes me abro la mano con una plumilla! ¿Es eso justo?

—Te comprendo, Harry —dijo su amigo compasivamente mientras le servía beicon—. Está completamente chiflada.

Hermione, sin embargo, se limitó a hojear El Profeta y no comentó nada.

—Crees que la profesora McGonagall tiene razón, ¿verdad? —le preguntó Harry a la fotografía de Cornelius Fudge que le tapaba la cara a Hermione.

—Lamento que te haya quitado puntos, pero creo que hace bien advirtiéndote que no pierdas los estribos con Umbridge —sentenció la voz de su amiga mientras Fudge gesticulaba enérgicamente en la primera plana cuando pronunciaba un discurso.

Harry no le dirigió la palabra a Hermione en Encantamientos, pero cuando entraron en Transformaciones se le olvidó que estaba enfadado con ella. La profesora Umbridge estaba sentada en un rincón sosteniendo las hojas de pergamino, y al verla, lo ocurrido durante el desayuno se borró de su memoria.

—Estupendo —murmuró Ron cuando se sentaron en los asientos que solían ocupar—. Ahora veremos cómo le dan su merecido a esa Umbridge.

La profesora McGonagall entró en el aula con aire marcial sin dar ni la más leve muestra de saber que la profesora Umbridge estaba allí.

—¡Ya basta! —exclamó, y la clase se calló de inmediato—. Señor Finnigan, haga el favor de venir a buscar los trabajos y repártalos. Señorita Brown, coja esta caja de ratones, por favor; no seas tonta, niña, no te van a hacer nada, y dale uno a cada alumno.

—Ejem, ejem.

La profesora Umbridge utilizó la misma tosecilla ridícula con que había interrumpido a Dumbledore la primera noche del curso. La profesora McGonagall, sin embargo, la ignoró por completo. Seamus le devolvió su redacción a Harry, quien la cogió sin mirarlo y vio, con gran alivio, que le habían puesto una A.

—Muy bien, escuchadme todos con atención. Dean Thomas, si vuelves a hacerle eso a tu ratón voy a castigarte. La mayoría de vosotros ya habéis conseguido que vuestros caracoles desaparezcan, e incluso quienes les dejasteis un poco de caparazón habéis captado lo esencial del hechizo. Hoy vamos a...

—Ejem, ejem —insistió la profesora Umbridge.

—¿Sí? —dijo la profesora McGonagall volviéndose con las cejas tan juntas que formaban una larga y severa línea.

—Estaba preguntándome, profesora, si habría recibido usted la nota en la que le detallaba la fecha y la hora de su supervi...

—Es evidente que la he recibido, porque si no ya le habría preguntado qué está haciendo en mi aula —la interrumpió la profesora McGonagall, y dicho eso le dio la espalda. Muchos estudiantes intercambiaron miradas de regocijo—. Como iba diciendo, hoy vamos a practicar el hechizo desvanecedor con ratones, lo cual resulta mucho más difícil. Bien, el hechizo desvanecedor...

—Ejem, ejem.

—Me gustaría saber —empezó la profesora McGonagall, conteniendo su ira y volviéndose hacia la profesora Umbridge— cómo espera hacerse una idea de mis métodos de enseñanza si no para de interrumpirme. Verá, por lo general, no tolero que la gente hable cuando estoy hablando yo.

La profesora Umbridge se quedó como si acabara de recibir una bofetada. No dijo nada, pero colocó bien las hojas de pergamino que estaban cogidas con el sujetapapeles y empezó a escribir furiosamente.

La profesora McGonagall, haciendo gala de una indiferencia suprema, se dirigió de nuevo a los alumnos.

—Como iba diciendo, la dificultad del hechizo desvanecedor es proporcional a la complejidad del animal que queremos hacer desaparecer. El caracol, que es un invertebrado, no supone un gran desafío; el ratón, que es un mamífero, plantea un reto mucho mayor. Por lo tanto, éste no es un hechizo que podáis realizar si estáis pensando en la cena. Bien, ya conocéis el conjuro, veamos de qué sois capaces...

—¡Cómo se atreve a sermonearme por perder los estribos con Umbridge! —le murmuró Harry a Ron, aunque sonreía: casi se le había pasado del todo el enfado con la profesora McGonagall.

Dolores Umbridge no siguió a la profesora McGonagall por el aula como había hecho con la profesora Trelawney; quizá se diese cuenta de que la profesora McGonagall no lo permitiría. Sin embargo, tomó muchas notas, sentada en un rincón, y cuando finalmente la profesora McGonagall dijo a sus alumnos que podían recoger, se levantó con semblante adusto.

—Bueno, algo es algo —comentó Ron mientras cogía una larga y escurridiza cola de ratón y la metía en la caja que Lavender estaba pasando por los pasillos.

Cuando salían en fila del aula, Harry vio que la profesora Umbridge se acercaba a la mesa de la profesora McGonagall; entonces le dio un codazo a Ron, que a su vez le dio un codazo a Hermione, y los tres se quedaron rezagados adrede para escuchar.

—¿Cuánto tiempo hace que imparte clases en Hogwarts? —le preguntó la profesora Umbridge.

—En diciembre hará treinta y nueve años —contestó la profesora McGonagall bruscamente, y cerró su bolso con brío.

La profesora Umbridge anotó algo una vez más.

—Muy bien —añadió—, recibirá el resultado de su supervisión dentro de diez días.

—Me muero de impaciencia —replicó la profesora McGonagall con desprecio, y se encaminó hacia la puerta con grandes zancadas—. Daos prisa, vosotros tres —añadió dirigiéndose a Harry, Ron y Hermione.

Harry no pudo evitar dirigirle una tímida sonrisa, y habría jurado que la profesora McGonagall se la devolvía.

Harry creyó que no volvería a ver a Dolores Umbridge hasta el castigo de aquella tarde, pero se equivocaba. Después de recorrer el césped hacia el bosque para asistir a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, la encontraron esperándolos junto a la profesora Grubbly-Plank con sus dichosas hojas de pergamino para tomar notas.

—Usted no siempre imparte esta clase, ¿verdad? —oyó Harry que le preguntaba a Grubbly-Plank cuando llegaron a la mesa de caballete donde los bowtruckles cautivos, que parecían un montón de ramitas vivas, escarbaban en busca de cochinillas.

—Correcto —confirmó la profesora con las manos cogidas detrás de la espalda mientras se balanceaba sobre la parte anterior de la planta del pie—. Soy la sustituta del profesor Hagrid.

Harry intercambió una mirada de desasosiego con sus dos amigos. Malfoy hablaba en voz baja con Crabbe y Goyle; seguro que aprovecharía aquella oportunidad para contarle patrañas sobre Hagrid a un miembro del Ministerio.

—Humm —murmuró la profesora Umbridge, bajando la voz, aunque Harry pudo oírla a la perfección—. El director se muestra extrañamente reacio a proporcionarme información acerca de este asunto... ¿Podría usted decirme cuál es el motivo de la prolongada excedencia[221] del profesor Hagrid?

Harry vio que Malfoy levantaba la cabeza, atento.

—Me temo que no —respondió la profesora Grubbly-Plank con toda tranquilidad—. Sé lo mismo que usted. Dumbledore me envió una lechuza preguntándome si me gustaría hacer una sustitución de dos semanas, y acepté. Es lo único que puedo decirle. Bueno..., ¿ya podemos empezar?

—Sí, por favor —respondió la profesora Umbridge tomando notas de nuevo.

En aquella clase, la profesora Umbridge adoptó una táctica diferente: se paseó entre los estudiantes formulando preguntas sobre criaturas mágicas. La mayoría supo contestar correctamente, y Harry se animó un poco: al menos la clase no estaba poniendo en evidencia a Hagrid.

—Ya que es usted miembro temporal del cuerpo docente, y por lo tanto me imagino que tiene una perspectiva más objetiva —dijo luego la profesora Umbridge, que había regresado junto a la profesora Grubbly-Plank tras interrogar detenidamente a Dean Thomas—, dígame, ¿qué le parece Hogwarts? ¿Considera que recibe suficiente apoyo de la dirección del colegio?

—Sí, ya lo creo. Dumbledore es un excelente director —contestó la profesora Grubbly-Plank con entusiasmo—. Sí, estoy muy contenta con su forma de llevar las cosas, muy contenta.

La profesora Umbridge adoptó una expresión de educada incredulidad, anotó algo en sus hojas y prosiguió:

—¿Y qué materia tiene previsto enseñar a esta clase durante el curso, suponiendo, por supuesto, que el profesor Hagrid no vuelva?

—Oh, estudiaremos las criaturas que suelen salir en el TIMO —respondió la profesora Grubbly-Plank—. No queda mucho por hacer. Ya han estudiado los unicornios y los escarbatos; he pensado que podríamos dedicarnos a los porlocks y a los kneazles, y asegurarnos de que saben reconocer a los crups y a los knarls...

—Sí, desde luego parece que usted sabe lo que hace —dijo la profesora Umbridge, que hizo ostentosamente una señal de visto en sus notas. A Harry no le gustó el énfasis que puso en la palabra «usted», y aún menos la pregunta que le formuló a continuación a Goyle—: Tengo entendido que en esta clase ha habido heridos, ¿es eso cierto?

Goyle esbozó una estúpida sonrisa y Malfoy se apresuró a contestar por él.

—Fui yo —respondió—. Me golpeó un hipogrifo.

—¿Un hipogrifo? —se extrañó la profesora Umbridge, escribiendo frenéticamente en sus pergaminos.

—Sí, pero fue porque Malfoy es tan estúpido que no escuchó las instrucciones que le dio Hagrid —intervino Harry, furioso.

Ron y Hermione soltaron un gemido y la profesora Umbridge giró con lentitud la cabeza hacia donde estaba Harry.

—Creo que añadiremos una tarde más de castigo —dijo impasible—. Bueno, muchas gracias, profesora Grubbly-Plank, creo que ya tengo todo lo que necesito. Recibirá los resultados de su supervisión dentro de diez días.

—Estupendo —repuso ella, y la profesora Umbridge regresó por la ladera de césped hacia el castillo.

 

Era casi medianoche cuando Harry salió del despacho de la profesora Umbridge. La mano le sangraba tanto que se le había manchado el pañuelo con que se la había envuelto. Se había imaginado que al regresar encontraría la sala común vacía, pero Ron y Hermione estaban esperándolo. Se alegró de verlos, sobre todo porque Hermione no se mostró crítica con él, sino comprensiva.

—Toma —dijo con inquietud mientras le acercaba un pequeño cuenco lleno de un líquido amarillo—, pon la mano en remojo, es una solución de tentáculos de murtlap pasteurizados y escabechados. Te irá bien.

Harry metió la mano, dolorida y sangrante, en el cuenco y experimentó una agradable sensación de alivio. Crookshanks se enroscó alrededor de sus piernas maullando fuerte; luego saltó a su regazo y se quedó acurrucado.

—Gracias —dijo Harry reconfortado, acariciando a Crookshanks detrás de las orejas con la mano izquierda.

—Sigo pensando que deberías quejarte de esto —afirmó Ron en voz baja.

—No —contestó Harry cansinamente.

—La profesora McGonagall se pondría furiosa si supiera...

—Sí, lo más probable —admitió Harry—. Pero ¿cuánto crees que tardaría Umbridge en aprobar otro decreto diciendo que cualquier profesor que se queje de la Suma Inquisidora será inmediatamente despedido?

Ron despegó los labios para responder, pero no articuló ningún sonido, y al cabo de un momento volvió a cerrarlos, derrotado.

—Esa mujer es repugnante —afirmó Hermione con un susurro—. Repugnante. Cuando has entrado estaba diciéndole a Ron... que tenemos que tomar cartas en el asunto.

—Yo propongo que la envenenemos —sugirió Ron con gravedad.

—No, en serio... Tendríamos que decir algo sobre lo mala profesora que es y sobre el hecho de que con ella no vamos a aprender nada de Defensa —propuso Hermione.

—Pero ¿qué quieres que hagamos? —le preguntó Ron con un bostezo—. Es demasiado tarde, ¿no? Ya le han dado el empleo, y ahora no se va a marchar. De eso se encargará Fudge.

—Bueno —aventuró Hermione—, se me ha ocurrido... —Miró con cierto nerviosismo a Harry y prosiguió—: Se me ha ocurrido que a lo mejor ha llegado el momento... de que actuemos por nuestra cuenta.

—¿De que actuemos por nuestra cuenta? —repitió recelosamente Harry, que todavía tenía la mano metida en la solución de tentáculos de murtlap.

—Me refiero a... aprender Defensa Contra las Artes Oscuras nosotros solos—aclaró Hermione.

—¿Pretendes hacernos trabajar aún más? ¿No te das cuenta de que Harry y yo volvemos a tener los deberes atrasados y sólo llevamos dos semanas de curso?

—Pero ¡esto es mucho más importante que los deberes! —protestó Hermione.

Harry y Ron la miraron con los ojos desorbitados.

—¡No sabía que en el universo hubiera algo más importante que los deberes! —exclamó Ron.

—No seas tonto, claro que lo hay —replicó Hermione, y Harry percibió atemorizado que de pronto la cara de su amiga denotaba aquel tipo de fervor que el PEDDO le solía inspirar—. Se trata de prepararnos, como dijo Harry en la primera clase de Umbridge, para lo que nos espera fuera del colegio. Se trata de asegurarnos de que verdaderamente sepamos defendernos. Si no aprendemos nada durante un año...

—No podremos hacer gran cosa nosotros solos —repuso Ron con desánimo—. Sí, podemos buscar embrujos en la biblioteca e intentar practicarlos, supongo...

—No, estoy de acuerdo contigo: ya hemos superado esa etapa en la que sólo podíamos aprender cosas en los libros —dijo Hermione—. Necesitamos un profesor, un profesor de verdad que nos enseñe a usar los hechizos y nos corrija si los hacemos mal.

—Si estás pensando en Lupin... —empezó a decir Harry.

—No, no, no estoy pensando en Lupin —dijo Hermione—. Él está demasiado ocupado con la Orden, y además sólo podríamos verlo los fines de semana que fuéramos a Hogsmeade, y eso no sería suficiente.

—Entonces, ¿en quién? —preguntó Harry, mirándola con el entrecejo fruncido.

Hermione suspiró profundamente.

—¿No lo habéis captado? —se lamentó—. Podrías hacerlo tú, Harry.

Hubo un momento de silencio. Una ligera brisa nocturna hacía crujir los cristales de las ventanas y el fuego ardía con luz parpadeante.

—Podría hacer ¿qué? —se sorprendió él.

—Podrías enseñarnos Defensa Contra las Artes Oscuras.

Harry la miró fijamente. Luego dirigió la vista hacia Ron, dispuesto a cambiar con él una de aquellas miradas de exasperación que compartían cuando Hermione les salía con algún descabellado proyecto como el PEDDO. Sin embargo, para desesperación de Harry, Ron no parecía nada exasperado, y, después de reflexionar unos instantes con el entrecejo un poco fruncido, dijo:

—No es mala idea.

—¿Qué es lo que no es mala idea? —le preguntó Harry.

—Que nos enseñes tú.

—Pero si... —Harry sonrió, convencido de que sus amigos estaban tomándole el pelo—. Pero si yo no soy profesor. Yo no puedo...

—Harry, eres el mejor de nuestro curso en Defensa Contra las Artes Oscuras —le recordó Hermione.

—¿Yo? —dijo Harry sonriendo más abiertamente—. Eso no es verdad, tú me has superado en todos los exámenes que...

—No, Harry —aseguró Hermione cortante—. Tú me superaste en tercero, el único curso en que ambos hicimos el examen y tuvimos un profesor que sabía algo de la asignatura. Pero no estoy hablando de resultados de exámenes, Harry. ¡Piensa en todo lo que has hecho!

—¿Qué quieres decir?

—¿Sabes qué? No estoy seguro de querer que me dé clases alguien tan estúpido —le insinuó Ron a Hermione con una sonrisita. Luego miró a Harry e, imitando a Goyle cuando se concentraba, dijo—: Vamos a ver... En primero salvaste la Piedra Filosofal de las manos de Quien-tú-sabes...

—Pero no gracias a mi habilidad —explicó Harry—, sino porque tuve suerte.

—En segundo —lo interrumpió Ron— mataste al basilisco y destruiste a Ryddle.

—Sí, pero si no llega a ser por Fawkes...

—En tercero —prosiguió Ron, subiendo el tono de voz— ahuyentaste a más de un centenar de Dementores de una sola vez...

—Sabes perfectamente que eso fue por chiripa[222], si el giratiempo no hubiera...

—El año pasado —continuó Ron ya casi a voz en grito— volviste a vencer a Quien-tú-sabes...

—¿Queréis hacer el favor de escucharme? —saltó Harry casi enfadado porque Ron y Hermione lo miraban sonriendo—. Escuchadme, ¿de acuerdo? Dicho así suena fabuloso, pero lo que pasó fue que tuve suerte, yo ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, no planeé nada, me limité a hacer lo que se me ocurría, y casi siempre conté con ayuda...

Ron y Hermione seguían sonriendo y Harry se puso aún más nervioso; ni siquiera sabía con exactitud por qué estaba tan enfadado.

—¡No os quedéis ahí sentados sonriendo como si vosotros supierais más que yo! Era yo el que estaba allí, ¿no? —dijo acaloradamente—. Yo sé lo que pasó. Y si salí bien parado de esas situaciones no fue porque supiera mucho de Defensa Contra las Artes Oscuras, sino porque..., porque recibí ayuda en el momento preciso, o porque acerté por casualidad... Pero me libré por los pelos[223], no tenía ni idea de lo que estaba haciendo... ¡PARAD DE REÍR!

El cuenco que contenía la solución de murtlap cayó al suelo y se rompió y Harry se dio cuenta de que estaba de pie, aunque no recordaba haberse levantado. Crookshanks se escondió debajo de un sofá y la sonrisa de Ron y Hermione desapareció.

—¡No tenéis ni idea! ¡Vosotros nunca habéis tenido que enfrentaros a él! ¿Creéis que basta con memorizar un puñado de hechizos y lanzárselos, como si estuvierais en clase? En esas circunstancias eres totalmente consciente de que no hay nada que te separe de la muerte salvo..., salvo tu propio cerebro o tus agallas o lo que sea, como si fuera posible pensar fríamente cuando sabes que estás a milésimas de segundo de que te maten, o de que te torturen, o de ver morir a tus amigos... Lo que se siente cuando uno se enfrenta a situaciones así... nunca nos lo han enseñado en las clases. Y vosotros dos me miráis como si yo fuera muy listo porque estoy aquí de pie, vivo, y Diggory fuera un estúpido, como si él hubiera metido la pata... No lo entendéis; pudo pasarme a mí, me habría pasado de no ser porque Voldemort me necesitaba para...

—Nosotros no queríamos decir eso, Harry —se excusó Ron, que contemplaba aterrado a su amigo—. No nos estábamos metiendo con Diggory, no pretendíamos... Nos has interpretado mal —añadió mirando desesperado a Hermione, que estaba muy afligida.

—Harry —dijo ella con timidez—, ¿es que no lo ves? Por eso..., por eso precisamente te necesitamos. Necesitamos saber... có-cómo es en realidad... enfrentarse a..., enfrentarse a Vo-Voldemort.

Era la primera vez que Hermione pronunciaba el nombre de Voldemort, y fue eso más que ninguna otra cosa lo que calmó a Harry. Se sentó en la butaca, respirando agitadamente, y entonces se dio cuenta de que volvía a dolerle muchísimo la mano. Enseguida lamentó haber roto el cuenco del murtlap.

—Bueno, piénsatelo[224]... —insinuó Hermione con voz queda—. Por favor.

Harry no sabía qué decir. Estaba arrepentido de aquel arrebato, así que asintió sin reparar apenas en lo que estaba aceptando.

Hermione se puso en pie.

—En fin, me voy a la cama —anunció, esforzándose por hablar con naturalidad—. Buenas noches...

Ron también se había levantado.

—¿Vienes? —le preguntó con suavidad a Harry.

—Sí. Ahora mismo... Voy a limpiar esto —dijo señalando el cuenco roto. Ron asintió y se marchó—. ¡Reparo! —murmuró luego Harry apuntando con la varita a los trozos de porcelana rotos. Los fragmentos se unieron solos y el cuenco quedó como nuevo, pero no había forma de devolver la solución de murtlap al cuenco.

De pronto Harry se sintió tan cansado que estuvo tentado de dejarse caer de nuevo en la butaca y dormir allí mismo, pero hizo un esfuerzo para levantarse y siguió a Ron por la escalera. Aquella noche durmió mal y volvió a tener sueños en los que veía largos pasillos y puertas cerradas con llave, y al día siguiente, cuando despertó, volvía a dolerle la cicatriz.



Date: 2015-12-11; view: 519


<== previous page | next page ==>
TENTATIVA DE ROBO EN EL MINISTERIO | Reunión en Cabeza de Puerco
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.038 sec.)