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TENTATIVA DE ROBO EN EL MINISTERIO

Sturgis Podmore, de 38 años, vecino del número 2 de Laburnum Gardens, Clapham, se ha presentado ante el Wizengamot acusado de entrada ilegal y tentativa de robo en el Ministerio de Magia el 31 de agosto. Podmore fue detenido por el mago de seguridad del Ministerio de Magia, Eric Munch, que lo sorprendió intentando entrar por una puerta de alta seguridad a la una de la madrugada. Podmore, que se negó a declarar en su defensa, fue hallado culpable de ambas acusaciones y condenado a seis meses en Azkaban.

 

—¿Sturgis Podmore? —dijo Ron lentamente—. Es ese tipo con una mata de pelo que parece paja, ¿no? Pertenece a la Ord...

—¡Ron! ¡Chissst! —saltó Hermione mirando aterrada a sus amigos.

 

—¡Seis meses en Azkaban! —susurró Harry, impresionado—. ¡Sólo por intentar entrar por una puerta!

—No seas tonto, no lo han condenado sólo por intentar entrar por una puerta. ¿Qué demonios hacía en el Ministerio de la Magia a la una de la madrugada? —dijo Hermione en voz baja.

—¿Crees que hacía algún trabajo para la Orden? —murmuró Ron.

—Esperad un momento... —dijo Harry—. Sturgis tenía que venir a despedirnos, ¿no os acordáis?

Los otros dos lo miraron.

—Sí, tenía que formar parte de la guardia que nos acompañó a King's Cross. Y Moody estaba muy enfadado porque no se había presentado; por lo tanto, no puede ser que estuviera realizando una misión para la Orden, ¿verdad?

—Bueno, a lo mejor no contaban con que lo pillaran —dijo Hermione.

—¡Podría ser una trampa! —exclamó Ron, emocionado—. ¡No, escuchad! —continuó, bajando la voz exageradamente ante la mirada amenazadora de Hermione—. El Ministerio sospecha que es uno de los seguidores de Dumbledore, así que..., no sé, lo atrajeron hasta el Ministerio de alguna forma, y no es que él intentara entrar por alguna puerta. ¡Quizá sólo se hayan inventado una excusa para atraparlo!

Se produjo una pausa durante la cual Harry y Hermione reflexionaron sobre aquella posibilidad. Harry la encontraba demasiado rocambolesca[214]. Hermione, por su parte, se mostró impresionada.

—La verdad, no me extrañaría nada que fuera eso lo que pasó —comentó, y dobló concienzudamente su mitad del periódico. Mientras Harry dejaba el cuchillo y el tenedor en el plato, ella pareció salir de un ensueño y añadió—: Bueno, creo que para empezar deberíamos ponernos a escribir esa redacción para Sprout sobre arbustos autofertilizantes, y si tenemos suerte, podremos empezar la del hechizo Inanimatus Conjurus para la profesora McGonagall antes de la hora de comer...

Harry sintió cierto remordimiento al pensar en el montón de deberes que lo esperaba, pero el cielo, de un azul estimulante, estaba despejado y no había montado en su Saeta de Fuego en toda la semana...



—Hombre, podemos hacerlos esta noche —propuso Ron mientras él y Harry bajaban por la extensión de césped que descendía hasta el campo de quidditch, con las escobas sobre el hombro y las severas advertencias de Hermione de que suspenderían todos sus TIMOS resonando todavía en los oídos—. Y nos queda mañana. Hermione se obsesiona demasiado con el trabajo, ése es su problema... —Hizo una pausa y añadió con un tono más angustiado—: ¿Crees que hablaba en serio cuando dijo que no piensa dejarnos copiar?

—Sí, creo que sí —respondió Harry—. Pero esto también es importante, tenemos que practicar si queremos seguir en el equipo de quidditch...

—Sí, tienes razón —coincidió Ron, más animado—. Y tenemos tiempo de sobra para hacerlo todo...

Mientras se acercaban al campo de quidditch, Harry miró hacia la derecha, donde el viento agitaba los árboles del Bosque Prohibido, pero no salió nada volando de entre las copas; en el cielo sólo se veían unas cuantas lechuzas que revoloteaban alrededor de la torre de la lechucería. Como ya tenía suficientes preocupaciones, Harry apartó de su mente al caballo volador, convencido de que no iba a hacerle ningún daño.

Cogieron las pelotas de quidditch, guardadas en el armario de los vestuarios, y se pusieron a entrenar. Ron defendía los tres altos postes de gol, y Harry hacía de cazador y le lanzaba la quaffle procurando que no la atrapara. A Harry le pareció que Ron jugaba muy bien, pues bloqueó tres cuartas partes de los tantos que Harry intentó marcarle, y a medida que practicaban, su juego mejoraba. Pasadas un par de horas volvieron al castillo para comer (ocasión que Hermione aprovechó para dejar muy claro que los consideraba unos irresponsables), y luego volvieron al campo de quidditch para la sesión de entrenamiento con el resto del equipo. Sus compañeros, salvo Angelina, estaban ya en los vestuarios cuando ellos entraron.

—¿Estás preparado, Ron? —le preguntó George guiñándole un ojo.

—Sí —contestó Ron, que había ido quedándose más callado cuanto más se acercaban al campo.

—¿Preparado para hacernos a todos una exhibición, prefectito? —añadió Fred asomando la despeinada cabeza por el cuello de su túnica de quidditch con una sonrisa ligeramente malévola en los labios.

—¡Cállate! —le ordenó Ron con expresión inmutable mientras se ponía la túnica del equipo por primera vez. Ésta le quedaba muy bien si se tenía en cuenta que había pertenecido a Oliver Wood, cuyos hombros eran mucho más anchos que los de él.

—¡Hola, chicos! —dijo Angelina al salir del despacho del capitán, ya cambiada—. Vamos a empezar. Alicia y Fred, ¿podéis llevar el cajón de las pelotas? Ah, hay un par de personas ahí fuera mirando, pero quiero que las ignoréis, ¿de acuerdo?

Por el tono forzadamente despreocupado de su voz, Harry sospechó quiénes podían ser aquellos espectadores a los que nadie había invitado, y, en efecto, cuando salieron del vestuario a la intensa luz del sol del terreno de juego, los recibió una tormenta de silbidos y abucheos del equipo de quidditch de Slytherin y unos cuantos hinchas, que se habían sentado en grupo hacia la mitad de las tribunas vacías y cuyas voces resonaban por todo el estadio.

—¿Qué es eso que lleva Weasley? —gritó Malfoy con su voz burlona—. ¿A quién se le ocurriría hacerle un encantamiento volador a un palo viejo y mohoso como ése?

Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson rieron a carcajadas. Mientras, Ron montó en su escoba y dio una patada en el suelo para despegar, y Harry lo siguió y vio cómo se le ponían las orejas coloradas.

—No les hagas caso —le dijo a su amigo, y aceleró para alcanzarlo—, ya veremos quién ríe el último cuando nos toque jugar contra ellos...

—Ésa es exactamente la actitud que espero de mis jugadores, Harry —terció Angelina con satisfacción. Voló alrededor de ellos con la quaffle bajo el brazo y redujo la velocidad hasta quedar suspendida en un punto fijo frente al equipo—. Bueno, chicos, vamos a empezar con unos cuantos pases para calentar, todo el equipo, por favor...

—Eh, Johnson, ¿quién te ha hecho ese peinado? —gritó Pansy Parkinson desde las gradas—. ¡Parece que te salen gusanos de la cabeza!

Angelina se apartó las largas trenzas de la cara y siguió diciendo con serenidad:

—Separaos, y a ver qué podemos hacer...

Harry dio marcha atrás para alejarse de sus compañeros y colocarse en uno de los extremos del campo. Ron retrocedió hacia la portería opuesta. Angelina levantó la quaffle con una mano y se la lanzó con fuerza a Fred, quien se la pasó a George, quien se la pasó a Harry, quien se la pasó a Ron..., quien la dejó caer.

Los de Slytherin, liderados por Malfoy, se desternillaron de risa. Ron, que había bajado a toda velocidad para atrapar la quaffle antes de que llegara al suelo, remontó el vuelo torpemente, resbalando hacia un lado, y volvió hasta la altura donde estaban sus compañeros. Harry vio que Fred y George se miraban, pero ninguno de los dos dijo nada, cosa rara en ellos, y Harry se lo agradeció.

—Pásala, Ron —le pidió Angelina como si no hubiera sucedido nada.

Ron le lanzó la quaffle a Alicia, quien se la pasó a Harry, quien se la dio a George...

—Eh, Potter, ¿qué tal va tu cicatriz? —le gritó entonces Malfoy—. ¿Seguro que no necesitas descansar un poco? No sé, debe de hacer una semana entera que no has estado en la enfermería. Eso es un récord para ti, ¿verdad?

George le pasó la quaffle a Angelina; Angelina se la pasó hacia atrás a Harry, que no se la esperaba, pero a pesar de eso la atrapó con las yemas de los dedos y se la pasó rápidamente a Ron, que se lanzó para cogerla, pero la quaffle se le escapó por unos centímetros.

—¡Vamos, Ron! —exclamó Angelina con enfado cuando éste volvió a descender para recoger la quaffle—. ¡Presta más atención!

Cuando Ron volvió a alcanzar la altura necesaria para seguir jugando, habría resultado difícil decir qué rojo era más intenso, si el de la quaffle o el de la cara del chico. Malfoy y el resto de los del equipo de Slytherin se partían de risa.

Al tercer intento Ron atrapó la quaffle, y debido quizá al alivio que sintió, la pasó con tanto entusiasmo que la pelota voló entre las manos extendidas de Katie y le golpeó en la cara.

—¡Lo siento! —se disculpó Ron acercándose a Katie para ver si le había hecho mucho daño.

—¡No ha sido nada, vuelve a tu posición! —bramó Angelina—. Pero cuando le pases la pelota a un compañero intenta no derribarlo de la escoba, ¿vale? ¡Para eso ya tenemos las bludgers!

Katie sangraba por la nariz. Abajo, en las gradas, los de Slytherin pateaban y abucheaban a los de Gryffindor. Fred y George se acercaron a Katie.

—Tómate esto —le dijo Fred mientras le tendía una cosa pequeña y de color morado que había sacado del bolsillo—. Detendrá la hemorragia en cuestión de segundos.

—Muy bien —gritó Angelina—, Fred y George, id a buscar vuestros bates y una bludger. Ron, sube a los postes. Harry, suelta la snitch cuando yo lo diga. Vamos a marcar en la portería de Ron, evidentemente.

Harry fue volando detrás de los gemelos para recoger la snitch.

—Ron está haciéndolo fatal, ¿no? —murmuró George mientras los tres aterrizaban junto al cajón donde estaban las pelotas y lo abrían para sacar una bludger y la snitch.

—Es que está nervioso —replicó Harry—; esta mañana he estado practicando con él y lo hacía mucho mejor.

—Bueno, pues espero que su mejor momento no haya pasado del todo —comentó Fred con pesimismo.

Luego volvieron a subir. Cuando Angelina tocó el silbato, Harry soltó la snitch y Fred y George hicieron otro tanto con la bludger. A partir de aquel momento, Harry apenas se fijó en lo que hacían los demás. Su trabajo consistía en capturar la pequeña y dorada pelota con alas plateadas que valía ciento cincuenta puntos para el equipo del buscador que la atrapara, y eso requería mucha velocidad y habilidad. Aceleró haciendo bruscos virajes para sortear a los cazadores; el tibio aire otoñal le azotaba la cara, y los lejanos gritos de los de Slytherin dejaron de tener sentido... Pero mucho antes de lo que él esperaba, el silbato lo obligó a detenerse de nuevo.

—¡Alto! ¡Alto! ¡ALTO! —bramó Angelina—. ¡Ron, no estás cubriendo el poste central!

Harry giró la cabeza y miró a su amigo, que estaba suspendido delante del aro de gol izquierdo, dejando los otros dos completamente desprotegidos.

—Oh..., lo siento...

—¡No paras de moverte mientras miras a los cazadores! —le recriminó Angelina—. ¡O te quedas en el centro hasta que tengas que moverte para defender un aro, o vuelas en círculo alrededor de ellos, pero no vayas de un lado para otro porque así es como te han marcado los tres últimos tantos!

—Lo siento... —repitió Ron. Su rostro, sudoroso y colorado, brillaba como una baliza contra el azul del cielo. —Y tú, Katie, ¿no puedes hacer nada con esa nariz? —¡Cada vez va peor! —se lamentó la chica con voz pastosa mientras intentaba contener el chorro de sangre con la manga de su túnica.

Harry observó a Fred, que parecía nervioso y se palpaba los bolsillos. Vio que el gemelo sacaba una cosa de color morado, la examinaba rápidamente y luego, presa del pánico, miraba a Katie.

—Bueno, volvamos a intentarlo —propuso Angelina. No hacía ni caso a los de Slytherin, que se habían puesto a cantar «Los de Gryffindor son unos mantas[215], los de Gryffindor son unos mantas», pero de todos modos se la notaba un poco tensa sobre la escoba.

Cuando apenas llevaban tres minutos volando, volvió a sonar el silbato de Angelina. Harry, que acababa de ver que la snitch describía un círculo alrededor de un poste de la portería contraria, se paró sintiéndose ofendido.

—¿Y ahora qué pasa? —le preguntó impaciente a Alicia, que era la jugadora que tenía más cerca.

—Es Katie —se limitó a contestar ella.

Harry giró la cabeza y vio que Angelina, Fred y George volaban a toda velocidad hacia Katie. Harry y Alicia fueron también hacia ella. Era evidente que Angelina había interrumpido el entrenamiento justo a tiempo, pues Katie estaba pálida como la cera y cubierta de sangre.

—Hay que llevarla a la enfermería —decidió Angelina.

—La llevamos nosotros —se ofreció Fred—. Es posible que... se haya tragado un manantial de sangre por equivocación...

—Bueno, no tiene sentido continuar sin golpeadores y con una cazadora menos —se lamentó Angelina. Mientras tanto, Fred y George volaban hacia el castillo llevando entre los dos a Katie—. En fin, vamos a cambiarnos.

Los de Slytherin siguieron cantando mientras los de Gryffindor entraban en el vestuario.

—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —preguntó Hermione fríamente media hora más tarde, cuando Harry y Ron entraron por la abertura del retrato en la sala común de Gryffindor.

—Ha sido... —empezó a decir Harry.

—Un desastre total —se le adelantó Ron con voz apagada, y se desplomó en una butaca junto a Hermione. Ella miró a Ron y su frialdad pareció derretirse.

—Bueno, sólo ha sido el primero —dijo para consolarlo—, supongo que te costará cierto tiempo...

—¿Quién ha dicho que haya sido un desastre total por mi culpa? —la interrumpió Ron.

—Nadie —contestó Hermione, sorprendida—. Creí que...

—Estabas convencida de que iba a hacerlo mal, ¿no?

—¡No, nada de eso! Mira, como tú has dicho que había sido un desastre total...

—Voy a empezar a hacer los deberes —dijo Ron enfadado, y se fue dando zancadas hacia la escalera que conducía a los dormitorios de los chicos y se perdió de vista.

Hermione miró a Harry y le preguntó:

—¿Lo ha hecho mal o no?

—No —respondió Harry manteniéndose leal. Hermione arqueó las cejas—. Bueno, digamos que podría haber jugado mejor —murmuró—, pero sólo ha sido la primera sesión de entrenamiento, como tú has dicho...

Aquella noche ni Harry ni Ron adelantaron mucho los deberes. Harry sabía que su amigo estaba demasiado preocupado por lo nefasta que había sido su actuación en el entrenamiento de quidditch, y él no conseguía quitarse de la cabeza aquella cantinela de «Los de Gryffindor son unos mantas».

Pasaron todo el domingo en la sala común, rodeados de libros, mientras a ratos la estancia se llenaba de alumnos y otras veces se quedaba vacía. Hacía un día bonito y despejado, y la mayoría de sus compañeros de Gryffindor estuvieron al aire libre, en los jardines, disfrutando de lo que bien podía ser uno de los últimos días soleados del año. Al anochecer, Harry tenía la sensación de que alguien había estado golpeándole el cerebro contra las paredes internas del cráneo.

—Mira, creo que deberíamos intentar hacer más deberes durante la semana —le comentó a Ron cuando finalmente terminaron la larga redacción para la profesora McGonagall sobre el hechizo Inanimatus Conjurus y, abatidos, empezaron otra igual de larga para la profesora Sinistra sobre las lunas de Júpiter.

—Sí —respondió Ron frotándose los enrojecidos ojos y arrojando al fuego la quinta hoja de pergamino descartada—. Oye, ¿por qué no pedimos a Hermione que nos deje echar un vistazo a sus trabajos?

Harry giró la cabeza y miró a su amiga, que estaba sentada con Crookshanks en el regazo, charlando alegremente con Ginny mientras un par de agujas de punto tejían, suspendidas en el aire delante de sus ojos, un par de deformes calcetines de elfo.

—No —decidió Harry—, sabes perfectamente que no nos dejará copiar.

Así que siguieron trabajando mientras fuera el cielo se oscurecía cada vez más. Poco a poco, la sala común fue quedándose vacía otra vez. A las once y media, Hermione se les acercó bostezando.

—¿Ya habéis terminado?

—No —contestó Ron con aspereza.

—La luna más grande de Júpiter es Ganímedes, no Calixto —corrigió Hermione señalando por encima del hombro de su amigo una línea de la redacción de Astronomía—, y la que tiene los volcanes es Ío.

—Gracias —gruñó Ron tachando las frases equivocadas.

—Lo siento, yo sólo...

—Mira, Hermione, si únicamente has venido para criticar...

—Ron...

—No tengo tiempo para escuchar tus sermones, Hermione, ya estoy harto de...

—No, Ron, ¡mira!

Hermione señalaba la ventana más cercana. Harry y Ron miraron hacia allí. Una bonita lechuza se había posado en el alféizar y miraba a Ron.

—¿No es Hermes? —preguntó Hermione, asombrada.

—¡Vaya, sí! —exclamó Ron, que dejó su pluma y se levantó—. ¿Para qué me habrá escrito Percy?

Fue hacia la ventana y la abrió, y Hermes entró en la habitación, aterrizó sobre la redacción de Ron y extendió la pata en la que llevaba atada una carta. Ron cogió la carta y la lechuza se marchó sin perder tiempo, dejando huellas de tinta en el dibujo que el chico había hecho de la luna Ío.

—Sí, es la letra de Percy —observó Ron sentándose en la butaca y leyendo lo que había escrito en la parte exterior del rollo de pergamino: «Ronald Weasley, Casa de Gryffindor, Hogwarts.» Luego miró a sus amigos y añadió—: ¿Qué creéis que será?

—¡Ábrela! —le ordenó Hermione con impaciencia, y Harry asintió con la cabeza.

Ron desenrolló el pergamino y empezó a leer. Cuanto más avanzaba, más ceñuda era su expresión. Después, cuando con aspecto indignado terminó la lectura, les pasó la carta a Harry y a Hermione, que se pusieron el uno al lado del otro para leerla juntos.

 

Querido Ron:

Acabo de enterarme (nada más y nada menos que por el ministro de la Magia en persona, a quien ha informado tu nueva maestra, la profesora Umbridge) de que te han nombrado prefecto de Hogwarts.

Cuando supe la noticia me llevé una grata sorpresa, y ante todo quiero felicitarte. He de admitir que siempre temí que tomaras lo que podríamos llamar «el camino de Fred y George» en lugar de seguir mis pasos, así que ya puedes imaginarte cómo me alegré al saber que has dejado de desobedecer a las autoridades y has decidido cargar con una responsabilidad real.

Pero no voy a limitarme a felicitarte, Ron; también quiero darte algunos consejos, y por eso te envío esta carta por la noche en vez de utilizar el correo matutino, como habría sido lo normal. Espero que puedas leerla lejos de miradas curiosas y así evitar preguntas inoportunas.

Por algo que al ministro se le escapó cuando me contó que te habían nombrado prefecto, deduzco que sigues relacionándote con Harry Potter. Debo decirte, Ron, que no hay nada que pueda ponerte en mayor peligro de perder tu insignia que seguir confraternizando con ese chico. Sí, estoy seguro de que te sorprenderá que te diga esto (sin duda argumentarás que Potter siempre ha sido el favorito de Dumbledore), pero me veo obligado a comunicarte que es posible que Dumbledore no siga dirigiendo Hogwarts durante mucho tiempo, y las personas que son importantes de verdad tienen una opinión muy distinta (y seguramente más acertada) del comportamiento de Potter. Ahora no voy a darte más detalles, pero si mañana lees El Profeta tendrás una idea de por dónde van los tiros[216] (¡y ya verás mis declaraciones!).

En serio, Ron, no debes permitir que te metan en el mismo saco que a Potter, pues eso podría resultar muy perjudicial para tus perspectivas de futuro, y me refiero también a la vida después del colegio. Como ya debes de saber, dado que nuestro padre lo acompañó al tribunal, este verano Potter tuvo una vista disciplinaria ante el Wizengamot en pleno, y no salió muy bien parado. Si quieres que te diga la verdad, se libró de que lo condenaran gracias a un mero tecnicismo, pero mucha gente con la que he hablado sigue convencida de su culpabilidad.

Es posible que te dé miedo cortar tus lazos con Potter (ya sé que es un desequilibrado y que, por lo que me han contado, hasta puede llegar a ser violento), pero si tienes alguna preocupación al respecto, o si has detectado algo más en la conducta de Potter que te inquiete, te recomiendo que hables con Dolores Umbridge, una mujer encantadora que no tendrá ningún inconveniente en orientarte.

Y eso me lleva a darte otro consejo. Como ya he insinuado antes, es posible que muy pronto Dumbledore deje de dirigir Hogwarts. Tus lealtades, Ron, no deberían estar con él, sino con el colegio y el Ministerio. Lamento mucho saber que hasta ahora la profesora Umbridge no ha encontrado mucha cooperación por parte del profesorado en su intento de introducir esos necesarios cambios en Hogwarts que el Ministerio tan ardientemente desea (aunque a partir de la semana que viene creo que le resultará más fácil; te remito una vez más a El Profeta de mañana). Sólo te diré una cosa: un alumno que demuestre estar dispuesto a ayudar a la profesora Umbridge en estos momentos podría ser un firme candidato al cargo de delegado dentro de un par de años.

Siento mucho que no pudiéramos vernos más este verano. No me gusta criticar a nuestros padres, pero me temo que no puedo continuar viviendo con ellos mientras sigan mezclándose con ese peligroso grupo que apoya a Dumbledore (si escribes a nuestra madre, deberías decirle que a un tal Sturgis Podmore, gran amigo de Dumbledore, lo han enviado recientemente a Azkaban porque entró de forma ilegal en el Ministerio e intentó robar. Quizá la noticia le abra los ojos y le haga comprender que las personas con las que se relaciona son una pandilla de delincuentes). Me considero muy afortunado por haberme librado del estigma que conlleva asociarse con ese tipo de gente (el ministro se porta estupendamente conmigo), y de verdad, Ron, espero que no dejes que los lazos familiares te impidan ver lo erróneo de las opiniones y de los actos de nuestros padres. Ojalá con el tiempo se den cuenta de lo equivocados que estaban, y, por supuesto, cuando llegue ese día aceptaré sin reservas sus disculpas.

Piensa con detenimiento en todo lo que te he dicho, por favor, especialmente en lo de Harry Potter, y felicidades una vez más por tu nombramiento.

Tu hermano,

Percy

 

Harry levantó la cabeza y miró a Ron.

—Bueno —dijo intentando que pareciera que se había tomado aquella carta como una broma—, si quieres... ¿Cómo era?... —volvió a mirar la carta de Percy—. ¡Ah, sí! «Cortar los lazos» conmigo, te juro que no me pondré violento.

—Dámela —le pidió Ron tendiéndole una mano—. Es un completo... —añadió entrecortadamente mientras rompía la carta de Percy por la mitad—, absoluto... —la rompió en cuatro trozos—, y rematado... —la cortó en ocho trozos— imbécil. —Y los arrojó al fuego—. Démonos prisa, hemos de terminar esto antes del amanecer —le dijo con brusquedad a Harry, y cogió otra vez la redacción para la profesora Sinistra.

Hermione miraba a Ron con una extraña expresión en la cara.

—Dénmelas —dijo de pronto.

—¿Qué? —se extrañó Ron.

—Dádmelas, las repasaré y las corregiré —afirmó.

—¿Lo dices en serio? ¡Oh, Hermione, eres nuestra salvación! —exclamó Ron—¿Qué puedo...?

—Podéis decir esto: «Prometemos que nunca volveremos a dejar nuestros deberes para el último momento» —recitó ella tendiéndoles ambas manos para que le entregaran las redacciones, aunque con aire divertido.

—Un millón de gracias, Hermione —dijo Harry con un hilo de voz mientras le pasaba su redacción, y volvió a hundirse en su butaca frotándose los ojos.

Ya era más de medianoche, y en la sala común sólo estaban ellos tres y Crookshanks. Lo único que se oía era el rasgueo de la pluma de Hermione mientras tachaba frases aquí y allá, y el ruido que hacía al pasar las páginas de los libros de consulta que había esparcidos sobre la mesa cuando buscaba algún dato en ellos. Harry estaba agotado. Además notaba una extraña sensación de vacío y de mareo en el estómago que no tenía nada que ver con el cansancio, pero sí con la carta de Percy, que ya había quedado reducida a cenizas en la chimenea.

Harry era consciente de que la mitad de los estudiantes de Hogwarts lo consideraban raro, o incluso loco, y sabía que El Profeta llevaba meses haciendo comentarios maliciosos sobre él, pero ver todo eso escrito de puño y letra de Percy, y enterarse de que éste aconsejaba a Ron que dejara de ser amigo suyo y que le hablara de él a la profesora Umbridge, lo obligó a tomar conciencia real de la situación. Hacía cuatro años que conocía a Percy, había estado en su casa durante las vacaciones de verano, había compartido una tienda con él durante los Mundiales de quidditch, había recibido de él la puntuación máxima en la segunda prueba del Torneo de los tres magos el año anterior, y, sin embargo, en esos momentos, Percy creía que era un desequilibrado y que hasta podía llegar a ser violento. Entonces Harry sintió un arrebato de cariño hacia su padrino, y pensó que seguramente Sirius era la única persona capaz de comprender de verdad cómo se sentía él en aquel momento, porque Sirius estaba en la misma situación. Casi toda la comunidad de los magos creía que era un peligroso asesino y uno de los más fieles seguidores de Voldemort, y él había tenido que aguantar aquello durante catorce años...

Harry parpadeó, pues acababa de ver algo en el fuego que no podía estar allí. Había aparecido un instante y luego había desaparecido. No, no podía ser... Se lo había imaginado porque estaba pensando en Sirius...

—Bueno, ya puedes pasarla a limpio —le dijo Hermione a Ron acercándole su redacción y una hoja con lo que ella había escrito—; luego añade las conclusiones que he redactado yo.

—En serio, Hermione, eres la persona más maravillosa que he conocido jamás —repuso Ron con timidez—, y si vuelvo a ser maleducado contigo...

—... sabré que vuelves a ser el de siempre —terminó Hermione—. Harry, la tuya está bien, excepto este trozo del final. Creo que no oíste bien lo que decía la profesora Sinistra: Europa está cubierta de hielo, no de pelo. ¿Me oyes, Harry?

Harry se había levantado de la butaca y estaba arrodillado en la chamuscada y raída alfombra que había delante de la chimenea, contemplando las llamas.

—Harry —dijo Ron, desconcertado—. ¿Qué haces ahí?

—Acabo de ver la cabeza de Sirius en el fuego —explicó Harry.

Lo dijo con mucha calma; al fin y al cabo, había visto la cabeza de Sirius en aquella misma chimenea el año anterior y había hablado con él. Con todo, no estaba seguro de haberla visto esta vez... Había desaparecido tan deprisa...

—¿La cabeza de Sirius? —repitió Hermione—. ¿Como aquella vez que quería hablar contigo durante el Torneo de los tres magos? Pero no creo que vaya a hacerlo ahora, sería demasiado... ¡Sirius!

La chica dio un grito ahogado y se quedó mirando el fuego mientras Ron soltaba la pluma. En medio de las llamas, efectivamente, estaba la cabeza de Sirius, con el largo y oscuro cabello enmarcando su sonriente rostro.

—Empezaba a pensar que subiríais a acostaros antes de que se hubieran marchado los demás —dijo—. He venido a vigilar todas las horas.

—¿Has aparecido en el fuego hora tras hora? —le preguntó Harry conteniendo la risa.

—Sólo unos segundos, para comprobar si había moros en la costa.

—Pero ¿y si llega a verte alguien? —dijo Hermione con nerviosismo.

—Bueno, creo que antes me ha visto una chica que debía de ser de primero, por la pinta que tenía, pero no os preocupéis —se apresuró a añadir Sirius al ver que Hermione se llevaba una mano a la boca—, desaparecí en cuanto volvió a mirarme, y estoy seguro de que pensó que sólo era un tronco con forma rara o algo así.

—Pero Sirius, esto es muy arriesgado... —empezó Hermione.

—Me recuerdas a Molly —repuso Sirius—. Ésta ha sido la única manera que se me ha ocurrido de contestar a la carta de Harry sin recurrir a un código. Además, los códigos pueden descifrarse.

Cuando Sirius mencionó la carta de Harry, Hermione y Ron giraron la cabeza y se quedaron observando a su amigo.

—¡No nos dijiste que habías escrito a Sirius! —protestó Hermione.

—Se me olvidó —repuso Harry, y era cierto: su encuentro con Cho en la lechucería le había borrado de la mente todo lo ocurrido con anterioridad—. No me mires así, Hermione, era imposible que alguien obtuviera información secreta de esa carta, ¿verdad, Sirius?

—Sí, era muy buena —confirmó éste sonriendo—. Bueno, será mejor que nos demos prisa, por si alguien nos molesta. A ver, tu cicatriz...

—¿Qué pasa con...? —empezó a decir Ron, pero Hermione lo interrumpió.

—Ya te lo contaremos más tarde, Ron. Sigue, Sirius.

—Mira, ya sé que no tiene ninguna gracia que te duela, pero no creemos que sea algo por lo que debamos preocuparnos. El año pasado te dolía continuamente, ¿no?

—Sí, y Dumbledore dijo que sucedía cada vez que Voldemort sentía una intensa emoción —explicó Harry, ignorando, como de costumbre, las muecas de Ron y Hermione—. Quizá sólo se tratara de que Voldemort estaba..., no sé, muy enfadado o algo así la noche de mi castigo.

—Bueno, ahora que ha regresado, es lógico que te duela más a menudo —afirmó Sirius.

—Entonces, ¿no crees que tenga nada que ver con el hecho de que la profesora Umbridge me tocara mientras estaba cumpliendo el castigo con ella? —inquirió Harry.

—Lo dudo. No la conozco personalmente, pero sé la fama que tiene y estoy seguro de que no es una mortífaga.

—Pues es lo bastante repugnante para serlo —opinó Harry con desánimo, y Ron y Hermione asintieron enérgicamente, dándole la razón.

—Sí, pero el mundo no está dividido en buenas personas y mortífagos —aclaró Sirius con una sonrisa irónica—. De todos modos, ya sé que es una imbécil. Deberíais oír a Remus hablar de ella.

—¿Lupin la conoce? —preguntó Harry rápidamente, recordando los comentarios sobre híbridos peligrosos que la profesora Umbridge hizo en su primera clase.

—No —respondió Sirius—, pero hace dos años ella redactó el borrador de una ley antihombres lobo, y por culpa de esa ley, Remus tiene muchos problemas para conseguir trabajo.

Harry se acordó del descuidado y empobrecido aspecto que Lupin tenía últimamente, y sintió aún más desprecio hacia la profesora Umbridge.

—¿Qué tiene contra los hombres lobo? —preguntó Hermione, enojada.

—Supongo que miedo —contestó Sirius sonriendo ante la indignación de Hermione—. Por lo visto odia a los semihumanos; el año pasado hizo una campaña para reunir a toda la gente del agua y etiquetarla. Imaginaos, perder el tiempo y la energía persiguiendo a la gente del agua, cuando hay tantos sinvergüenzas sueltos, como Kreacher.

Ron rió, pero Hermione estaba muy enfadada.

—¡Sirius! —exclamó en tono de reproche—. En serio, si te esforzaras un poco con Kreacher, estoy segura de que él reaccionaría. Después de todo, eres el único miembro de la familia que le queda, y el profesor Dumbledore dijo que...

—Bueno, ¿qué tal son las clases con Umbridge? —la interrumpió Sirius—. ¿Qué hace, os entrena a todos para exterminar híbridos?

—No —contestó Harry sin hacer caso del gesto ofendido de Hermione por haber sido interrumpida en su defensa de Kreacher—. ¡No nos deja hacer magia!

—Lo único que hacemos es leer esos estúpidos libros de texto —añadió Ron.

—No me extraña —dijo Sirius—. Según hemos sabido por las fuentes que tenemos en el Ministerio, Fudge no quiere que recibáis entrenamiento para el combate.

—¿Entrenamiento para el combate? —repitió Harry, incrédulo—. ¿Qué piensa que hacemos aquí, formar una especie de ejército mágico?

—Eso es exactamente lo que piensa que hacéis —confirmó Sirius—, o, mejor dicho, eso es exactamente lo que teme que hace Dumbledore: formar su ejército privado, con el que podrá enfrentarse al Ministerio de la Magia.

Se produjo una pausa, y luego Ron dijo:

—Es la cosa más estúpida que he oído en mi vida, incluidas todas las tonterías que dice Luna Lovegood.

—Entonces ¿no nos dejan aprender Defensa Contra las Artes Oscuras porque Fudge teme que utilicemos los hechizos contra el Ministerio? —preguntó Hermione, furiosa.

—Exacto —afirmó Sirius—. Fudge cree que Dumbledore no se detendrá ante nada con tal de alcanzar el poder. Cada día que pasa está más paranoico con él. Sólo es cuestión de tiempo que dé la orden de detenerlo bajo alguna acusación falsa.

Aquellas palabras hicieron que Harry recordara la carta de Percy.

—¿Sabes si mañana va a salir algo sobre Dumbledore en El Profeta? Percy, el hermano de Ron, dice que sí...

—No lo sé —repuso Sirius—. No he visto a nadie de la Orden en todo el fin de semana; andaban todos muy ocupados. Hemos estado solos Kreacher y yo...

La voz de Sirius tenía un claro deje de amargura.

—Entonces ¿tampoco has tenido noticias de Hagrid?

—Ah... —dijo Sirius—, bueno, ya tendría que haber vuelto, nadie sabe con certeza qué le ha pasado. —Entonces, al ver los acongojados rostros de los tres amigos, se apresuró a añadir—: Pero Dumbledore no está preocupado, así que no os pongáis nerviosos. Estoy seguro de que Hagrid está bien.

—Pero si ya tendría que haber vuelto... —insistió Hermione con un hilo de voz.

—Madame Máxime estaba con él; hemos hablado con ella y dice que se separaron en el viaje de regreso a casa, pero nada indica que pueda estar herido o... Bueno, nada indica que no esté perfectamente bien. —Harry, Ron y Hermione, poco convencidos, intercambiaron miradas de preocupación—. Mirad, será mejor que no hagáis muchas preguntas sobre Hagrid —continuó Sirius—. Con eso sólo conseguiréis atraer la atención hacia el hecho de que no ha vuelto, y sé que a Dumbledore no le interesa. Hagrid es un tipo duro, seguro que está bien. —Y como no pareció que sus palabras animaran a los chicos, añadió—: Por cierto, ¿cuándo es vuestra próxima excursión a Hogsmeade? Se me ha ocurrido que ya que nos salió bien lo del disfraz de perro en la estación, podríamos...

—¡NO! —saltaron Harry y Hermione a la vez, gritando.

—Sirius, ¿acaso no lees El Profeta? —le preguntó Hermione muy angustiada.

—¡Oh, El Profeta!—exclamó Sirius sonriendo—. Les encantaría saber por dónde ando, pero en realidad no tienen ni idea...

—Creemos que esta vez sospechan algo —intervino Harry—. Algo que comentó Malfoy en el tren, utilizando la palabra «perro», nos hizo pensar que sabía que eras tú, y su padre estaba en el andén, Sirius, ya sabes, Lucius Malfoy, así que sobre todo no te acerques por aquí. Si Malfoy vuelve a reconocerte...

—De acuerdo, de acuerdo —repuso Sirius con aire muy contrariado—. Sólo era una idea, pensé que te gustaría que nos viéramos.

—¡Claro que me gustaría, pero no quiero que vuelvan a encerrarte en Azkaban! —aclaró Harry.

Hubo una pausa durante la cual Sirius se quedó mirando a su ahijado desde el fuego, frunciendo el entrecejo.

—No te pareces a tu padre tanto como yo creía —comentó entonces con frialdad—. Para James, el riesgo habría sido lo divertido.

—Mira...

—Bueno, tengo que marcharme. Oigo a Kreacher bajando por la escalera —dijo Sirius, pero Harry estaba seguro de que mentía—. Ya te escribiré diciéndote a qué hora puedo volver a aparecer en el fuego, ¿está bien? Si no lo encuentras demasiado arriesgado, claro...

Entonces se oyó un débil «¡Pum!», y donde antes estaba la cabeza de Sirius volvieron a verse sólo llamas.



Date: 2015-12-11; view: 535


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Castigo con Dolores | La Suma[217]Inquisidora de Hogwarts
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