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La profesora Umbridge

 

 

A la mañana siguiente, Seamus se vistió a toda velocidad y salió del dormitorio antes de que Harry se hubiera puesto los calcetines.

—¿Qué le pasa? ¿Teme volverse loco si está demasiado tiempo en una habitación conmigo? —preguntó Harry en voz alta en cuanto el dobladillo de la túnica de Seamus se perdió de vista.

—No te preocupes, Harry —dijo Dean colgándose la mochila del hombro—. Lo que le pasa es que...

Pero al parecer no sabía decir con exactitud lo que le sucedía a Seamus, y tras una pausa un tanto violenta, salió también del dormitorio.

Neville y Ron miraron a Harry como diciendo «Es problema suyo, no le hagas caso», pero eso no lo consoló demasiado. ¿Tendría que aguantar muchas situaciones semejantes?

—¿Qué os ocurre? —les preguntó Hermione cinco minutos más tarde, cuando se reunió con sus dos amigos en la sala común antes de que bajaran todos a desayunar--. Estáis completamente... ¡Vaya!

Se había quedado mirando el tablón de anuncios de la sala común, donde habían colgado un gran letrero.

 

¡GALONES DE GALEONES!

¿Tus gastos superan tus ingresos?

¿Te gustaría ganar un poco de oro?

Si te interesa un empleo sencillo,

a tiempo parcial y prácticamente indoloro,

ponte en contacto con Fred y George Weasley,

sala común de Gryffindor.

(Lamentamos decir que los aspirantes

tendrán que asumir los riesgos del empleo.)

 

—Se han pasado —comentó Hermione con gravedad, y descolgó el letrero que Fred y George habían clavado encima de un póster que anunciaba la fecha de la primera excursión a Hogsmeade, que sería en octubre—. Vamos a tener que hablar con ellos, Ron.

Ron se mostró muy alarmado.

—¿Por qué?

—¡Porque somos prefectos! —exclamó Hermione mientras trepaban por el agujero del retrato—. ¡Es tarea nuestra impedir este tipo de cosas!

Ron no dijo nada, pero, por la apesadumbrada expresión de su amigo, Harry comprendió que la perspectiva de evitar que Fred y George hicieran lo que les gustaba no lo ilusionaba.

—¿Qué te pasa, Harry? —continuó Hermione mientras bajaban un tramo de escalera cuya pared estaba cubierta de retratos de viejos magos y brujas que no les hicieron ni caso, pues se hallaban enfrascados en sus propias conversaciones—. Te veo de muy mal humor.

—Seamus cree que Harry miente acerca de Quien-tú-sabes —contestó brevemente Ron al comprobar que Harry no respondía.

La chica suspiró, lo cual sorprendió al muchacho, que esperaba que su amiga manifestara indignación.

—Ya, Lavender también lo cree —comentó Hermione con tristeza.

—Seguro que has tenido una interesante charla con ella sobre si soy o no soy un mentiroso y un presumido que sólo busca llamar la atención, ¿no? —dijo Harry en voz alta.



—No —repuso Hermione con calma—. La verdad es que le he dicho que cierre su sucia boca y que no hable mal de ti. Y haz el favor de dejar de lanzarte a nuestro cuello[163] a cada momento, Harry, porque, por si no lo sabías, Ron y yo estamos de tu parte.

Hubo una breve pausa.

—Lo siento —se disculpó Harry en voz baja.

—Así me gusta —dijo Hermione con dignidad. Luego hizo un gesto negativo con la cabeza y añadió—: ¿No os acordáis de lo que dijo Dumbledore en el banquete de final de curso del año pasado? —Harry y Ron la miraron sin comprender, y la chica volvió a suspirar—. Sí, habló sobre Quien-vosotros-sabéis. Dijo que su «fuerza para extender la discordia y la enemistad entre nosotros es muy grande. Sólo podemos luchar contra ella presentando unos lazos de amistad y mutua confianza igualmente fuertes».

—¿Cómo consigues acordarte de esas cosas? —preguntó Ron mirando a Hermione con admiración.

—Escucho, Ron —respondió ella con un deje de aspereza.

—Yo también, pero sería incapaz de decirte con exactitud qué...

—El caso es —prosiguió Hermione, imponiéndose— que a eso es precisamente a lo que se refería Dumbledore. Sólo hace dos meses que Quien-vosotros-sabéis ha regresado y ya hemos empezado a pelearnos entre nosotros. Y la advertencia del Sombrero Seleccionador era la misma: permaneced juntos, estad unidos...

—Y Harry ya dijo anoche —replicó Ron— que si eso significa que tenemos que hacernos amigos de los de Slytherin..., lo tiene claro[164].

—Bueno, pues yo creo que es una lástima que no fomentemos la unidad entre las casas —dijo Hermione con enfado.

En ese momento llegaron al pie de la escalera de mármol. Una fila de alumnos de cuarto de Ravenclaw cruzaba el vestíbulo; al ver a Harry se apresuraron a apiñarse, como si temieran que él pudiera atacar a los rezagados.

—Sí, deberíamos intentar trabar amistad con gente como ésa —comentó Harry con sarcasmo.

Siguieron a los de Ravenclaw al interior del Gran Comedor, y al entrar miraron instintivamente hacia la mesa del profesorado. La profesora Grubbly-Plank hablaba con la profesora Sinistra, de Astronomía, y Hagrid, una vez más, brillaba por su ausencia. El techo encantado del recinto reflejaba el estado anímico de Harry: tenía un triste color gris, como el de las nubes de lluvia.

—Dumbledore ni siquiera mencionó durante cuánto tiempo vamos a tener a la profesora Grubbly-Plank —comentó Harry mientras los tres se dirigían hacia la mesa de Gryffindor.

—A lo mejor... —insinuó Hermione pensativa.

—¿Qué? —preguntaron Harry y Ron a la vez.

—Bueno..., a lo mejor no quería llamar la atención sobre la ausencia de Hagrid.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ron medio riendo—. ¿Cómo no íbamos a fijarnos en que no está aquí?

Antes de que Hermione pudiera contestar, una muchacha alta y negra, que llevaba el pelo peinado en largas trencitas, se había acercado a Harry.

—¡Hola, Angelina!

—¡Hola! —contestó ella con brío—. ¿Qué tal las vacaciones? —Y sin esperar respuesta, añadió—: Me han nombrado capitana del equipo de quidditch de Gryffindor.

—¡Qué bien! —dijo Harry sonriéndole; se imaginó que las charlas de Angelina para infundir ánimo no serían tan densas como las de Oliver Wood, lo cual suponía una mejora.

—Sí, bueno... Necesitamos un nuevo guardián ahora que Oliver se ha marchado. Las pruebas serán el viernes a las cinco y quiero que venga todo el equipo. Tenemos que ver quién encaja mejor en esa posición.

—De acuerdo —contestó Harry.

Angelina le sonrió y se fue.

—Ya no me acordaba de que Wood se marchó —comentó Hermione con vaguedad mientras se sentaba junto a Ron y se acercaba un plato de tostadas—. Supongo que el equipo lo notará, ¿no?

—Supongo —contestó Harry, y se sentó en el banco de enfrente—. Era un buen guardián...

—De todos modos, no irá mal un poco de sangre nueva, ¿verdad? —observó Ron.

De repente se oyó como un rugido, y cientos de lechuzas entraron volando por las ventanas más altas. Bajaron hacia las mesas del comedor y llevaron cartas y paquetes a sus destinatarios, a quienes rociaron con gotas de agua; evidentemente, fuera estaba lloviendo. Harry no vio a Hedwig, pero eso no le sorprendió: su único corresponsal era Sirius, y dudaba mucho que su padrino tuviera algo nuevo que contarle ya que sólo llevaban veinticuatro horas sin verse. Hermione, en cambio, tuvo que apartar con rapidez su zumo de naranja para dejar sitio a una enorme y chorreante lechuza que llevaba un empapado ejemplar de El Profeta en el pico.

—¿Todavía recibes El Profeta? —le preguntó Harry con fastidio, acordándose de Seamus, mientras Hermione ponía un knut en la bolsita de piel que la lechuza llevaba atada a la pata y el ave volvía a emprender el vuelo—. Yo ya no me molesto en leerlo. Sólo cuentan tonterías.

—Conviene saber lo que dice el enemigo —respondió ella misteriosamente; luego desplegó el periódico y desapareció tras él, y no volvieron a verla hasta que Harry y Ron terminaron de desayunar—. Nada —se limitó a decir; enrolló el periódico y lo dejó junto a su plato—. No hace ningún comentario sobre ti, ni sobre Dumbledore ni sobre nada.

En ese momento la profesora McGonagall pasó por la mesa repartiendo horarios.

—¡Mirad lo que tenemos hoy! —gruñó Ron—. Historia de la Magia, clase doble de Pociones, Adivinación y otra sesión doble de Defensa Contra las Artes Oscuras... ¡Binns, Snape, Trelawney y Umbridge en un solo día! Espero que Fred y George se den prisa y se pongan a fabricar ese Surtido Saltaclases...

—¿He oído bien? —dijo Fred, que llegaba en ese instante con George. Los gemelos se sentaron junto a Harry—. ¡No es posible que los prefectos de Hogwarts intenten saltarse clases!

—¡Mirad lo que tenemos hoy! —repitió Ron de mal humor, y le puso el horario bajo la nariz a Fred—. Es el peor lunes que he visto en mi vida.

—Tienes razón, hermanito —le dijo Fred leyendo la lista—. Si quieres puedo darte un turrón sangranarices; te lo dejo barato.

—¿Por qué barato? —preguntó Ron con recelo. —Porque sangrarás hasta quedarte seco. Todavía no hemos conseguido el antídoto —respondió George mientras se servía un arenque ahumado.

—Gracias —repuso Ron de mal humor, y se guardó el horario en el bolsillo—, pero creo que iré a las clases.

—Por cierto, hablando de vuestro Surtido Saltaclases —dijo Hermione mirando a Fred y a George con sus redondos y brillantes ojos—, no podéis poner anuncios en el tablón de Gryffindor para contratar cobayos[165].

—¡¿Ah, no?! —exclamó George con sorpresa—. ¿Quién ha dicho eso?

—Lo digo yo —contestó Hermione—. Y Ron.

—A mí no me metas —se apresuró a apuntar éste.

La chica le lanzó una mirada fulminante y los gemelos rieron por lo bajo.

—No tardarás en cambiar de actitud, Hermione —vaticinó Fred mientras untaba un buñuelo con mantequilla—. Vas a empezar quinto, y dentro de poco vendrás a suplicar que te vendamos un Surtido Saltaclases.

—¿Y qué tiene que ver que empiece quinto con que quiera comprar un Surtido Saltaclases? —preguntó Hermione.

—Quinto es el año de los TIMOS[166] —le recordó George.

-¿Y?

—Que llegarán los exámenes, ¿no? Vais a tener que hincar los codos hasta que se os queden en carne viva —dijo Fred con satisfacción.

—La mitad de los de nuestro curso sufrieron pequeñas crisis nerviosas cuando se acercaban los exámenes del TIMO[167] —añadió George la mar de contento—. Lágrimas, rabietas... Patricia Stimpson se desmayaba a cada momento...

—Kenneth Towler se llenó de granos, ¿te acuerdas? —dijo Fred con nostalgia.

—Eso fue porque le pusiste polvos Bulbadox en el pijama —aclaró George.

—¡Ah, sí! —admitió Fred, sonriente—. Ya no me acordaba... A veces resulta difícil llevar la cuenta de todo, ¿verdad?

—En fin, quinto es un curso de pesadilla —concluyó George—. Si te importan los resultados de los exámenes, naturalmente. Fred y yo conseguimos no desanimarnos.

—Sí, claro... —intervino Ron—. ¿Qué sacasteis, tres TIMOS cada uno[168]?

—Sí —afirmó Fred con indiferencia—. Pero nosotros creemos que nuestro futuro está fuera del mundo de los logros académicos.

—Nos planteamos muy seriamente si íbamos a volver a Hogwarts este año para hacer séptimo —comentó George alegremente— ahora que tenemos...

Se interrumpió al captar la mirada de advertencia de Harry, que se había dado cuenta de que George estaba a punto de mencionar el premio en metálico del Trofeo de los tres magos que les había entregado.

—... ahora que tenemos nuestros TIMOS[169] —se apresuró a añadir George—. No sé, ¿de verdad necesitamos los ÉXTASIS? Pero creímos que mamá no soportaría que abandonáramos los estudios tan pronto, sobre todo después de que Percy resultara ser el mayor imbécil del mundo.

—Pero no vamos a malgastar nuestro último año aquí —prosiguió Fred echando un afectuoso vistazo al Gran Comedor—. Vamos a utilizarlo para hacer un poco de estudio de mercado. Nos interesa saber con exactitud qué le exige el alumno medio de Hogwarts a una tienda de artículos de broma para luego evaluar meticulosamente los resultados de nuestra investigación y crear productos que satisfagan la demanda.

—Pero ¿de dónde pensáis sacar el oro necesario para montar una tienda de artículos de broma? —inquirió Hermione con escepticismo—. Necesitaréis muchos ingredientes y materiales, y también permisos, supongo...

Harry no miró a los gemelos. Notó que estaba ruborizándose, de modo que dejó caer a propósito el tenedor y se agachó para recogerlo. Cuando todavía no se había incorporado oyó que Fred decía:

—No nos hagas preguntas y no tendremos que decirte mentiras, Hermione. Vamos, George, si llegamos pronto quizá podamos vender unas cuantas orejas extensibles antes de que empiece la clase de Herbología.

—¿Qué habrá querido decir con eso? —dijo Hermione mirando primero a Harry y luego a Ron—. «No nos hagas preguntas...» ¿Significa que ya tienen dinero para montar la tienda?

—Mira, yo ya lo había pensado —repuso Ron frunciendo el entrecejo—. Este verano me compraron una túnica de gala nueva y no sé de dónde sacaron los galeones...

Harry decidió que había llegado el momento de desviar aquella conversación tan peligrosa.

—¿Creéis que es cierto que los exámenes de este año serán muy duros?

—¡Oh, ya lo creo! —exclamó Ron—. Los TIMOS[170] son muy importantes, y del resultado dependerá el tipo de ofertas de empleo a las que puedas presentarte más adelante. Además, este año podemos pedir consejo sobre las diferentes carreras. Me lo ha dicho Bill. Así puedes elegir qué ÉXTASIS[171] quieres hacer el año que viene.

—¿Vosotros ya sabéis qué os gustaría hacer cuando salgáis de Hogwarts? —preguntó Harry a sus dos amigos poco después, cuando salían del Gran Comedor y se dirigían hacia el aula de Historia de la Magia.

—Pues no —contestó Ron—. Salvo..., bueno... —añadió un tanto avergonzado.

—¿Qué? —lo animó Harry.

—Bueno, no me importaría ser Auror[172] —declaró Ron con brusquedad.

—A mí tampoco[173] —repuso fervorosamente Harry.

—Pero los Aurores son... la élite —comentó Ron—. Para ser Auror tienes que ser muy bueno. ¿Y tú, Hermione?

—No lo sé. Creo que me gustaría hacer algo que valga la pena.

—¡Ser Auror vale la pena! —exclamó Harry.

—Sí, ya lo sé, pero no es lo único que vale la pena —dijo Hermione con aire pensativo—. No sé, si pudiera seguir trabajando en el PEDDO... —añadió, y Harry y Ron evitaron mirarse.

Todos los alumnos de Hogwarts estaban de acuerdo en que Historia de la Magia era la asignatura más aburrida que jamás había existido en el mundo de los magos. El profesor Binns, su profesor fantasma, tenía una voz jadeante y monótona que casi garantizaba una terrible somnolencia al cabo de diez minutos (cinco si hacía calor). Nunca alteraba el esquema de las lecciones y las recitaba sin hacer pausas mientras los alumnos tomaban apuntes o contemplaban el vacío con aire amodorrado. Hasta entonces, Harry y Ron habían conseguido unos aprobados justos[174] en esa asignatura copiando los apuntes de Hermione antes de los exámenes; ella era la única capaz de resistir el efecto soporífero de la voz de Binns.

Aquel día tuvieron que soportar tres cuartos de hora de una inalterable perorata sobre las guerras de los gigantes. Harry oyó lo suficiente en los diez primeros minutos para comprender que, en manos de otro profesor, esa asignatura habría podido resultar un poco más interesante; sin embargo, desconectó el cerebro y pasó los treinta y cinco minutos restantes jugando con Ron al ahorcado, utilizando una esquina de su pergamino, mientras Hermione les lanzaba con disimulo miradas asesinas.

—¿Qué pasaría —les preguntó con frialdad cuando salieron del aula a la hora del descanso (Binns se perdió a través de la pizarra)— si este año me negara a prestaros mis apuntes?

—Que suspenderíamos el TIMO —contestó Ron—. Si quieres cargar con eso en tu conciencia, Hermione...

—Pues os lo merecéis —les espetó—. Ni siquiera intentáis escuchar al profesor, ¿verdad?

—Sí lo intentamos —dijo Ron—. Lo que pasa es que no tenemos tu cerebro, ni tu memoria, ni tu capacidad de concentración. Eres más inteligente que nosotros, pero no hace falta que nos lo recuerdes continuamente.

—No me vengas con cuentos —repuso Hermione, pero las palabras de Ron la habían aplacado un poco, o eso parecía cuando los precedió en dirección al mojado patio.

Caía una débil llovizna, y el contorno de los alumnos, que estaban de pie formando corros en el patio, se veía difuminado. Harry, Ron y Hermione eligieron un rincón apartado, bajo un balcón desde el que caían gruesas gotas; se levantaron el cuello de las túnicas para protegerse del frío aire de septiembre y empezaron a hacer conjeturas sobre lo que Snape les tendría preparado para la primera clase del curso. Ya se habían puesto de acuerdo en que probablemente sería algo muy difícil, para pillarlos desprevenidos tras dos meses de vacaciones, cuando alguien dobló la esquina y fue hacia ellos.

—¡Hola, Harry!

Era Cho Chang, y curiosamente volvía a estar sola. Eso era muy raro, pues Cho casi siempre iba rodeada de un grupo de chicas que no paraban de reír como tontas; Harry recordaba lo mal que lo había pasado cuando intentaba hablar un momento a solas con ella para invitarla al baile de Navidad.

—¡Hola! —dijo Harry, y notó que se ponía colorado. «Al menos esta vez no estás cubierto de jugo fétido», se dijo. Cho parecía estar pensando algo parecido.

—Veo que ya te has quitado aquella... cosa.

—Sí —afirmó Harry intentando sonreír, como si el recuerdo de su último encuentro fuera divertido en vez de vergonzoso—. Bueno..., y tú... ¿has pasado un buen verano?

Lamentó haber pronunciado esas palabras en cuanto salieron por su boca, pues Cedric había sido el novio de Cho, y recordar su muerte debía de haberla afectado durante las vacaciones tanto como a él. Con cierta tensión en el rostro, Cho dijo:

—Sí, no ha estado mal...

—¿Qué es eso? ¿Una insignia de los Tornados? —preguntó de pronto Ron señalando la túnica de Cho, donde llevaba una insignia de color azul cielo con la doble T dorada—. No serás admiradora suya, ¿verdad?

—Pues sí —contestó Cho.

—¿Lo has sido siempre, o sólo desde que empezaron a ganar la liga? —inquirió Ron con un tono de voz que Harry consideró innecesariamente acusador.

—Soy admiradora de los Tornados desde que tenía seis años —concretó la chica con serenidad—. Bueno, hasta luego, Harry.

Hermione esperó a que Cho se alejara por el patio antes de volverse contra Ron.

—¡Qué poco tacto tienes!

—¿Qué? Pero si sólo le he preguntado si...

—¿No te has dado cuenta de que quería hablar con Harry?

—¿Y qué? Podía hablar con él, yo no se lo impedía...

—¿Por qué demonios te has metido con ella[175] por su equipo de quidditch?

—¿Meterme con ella? No me he metido con ella, sólo he[176]...

—¿Qué importa que sea seguidora de los Tornados?

—Mira, Hermione, la mitad de la gente que ves con esas insignias se las compró la temporada pasada...

—Pero ¿a ti qué te importa?

—Significa que no son verdaderos admiradores, sino unos simples oportunistas...

—Ha sonado la campana —dijo Harry sin ánimo, porque Ron y Hermione discutían en voz tan alta que no la habían oído.

No dejaron de pelearse hasta que llegaron a la mazmorra de Snape, lo cual dio tiempo a Harry para pensar que, gracias a Neville y a Ron, podría considerarse afortunado si conseguía hablar dos minutos con Cho y no recordar esa breve conversación deseando que la tierra se lo tragase.

Mientras se unían a la fila que se había formado delante de la puerta del aula de Snape, Harry pensó que, sin embargo, Cho había ido por voluntad propia a hablar con él... Cho había sido la novia de Cedric, y habría sido comprensible que odiara a Harry por haber salido con vida del laberinto del Torneo de los tres magos, mientras que Cedric había muerto; pero a pesar de todo hablaba con él en un tono normal y amistoso, y no como si creyera que estaba loco, que era un mentiroso o que en cierto modo era responsable de la muerte de su novio... Sí, estaba claro que había ido a hablar con él porque había querido, y era la segunda vez que lo hacía en dos días... Ese pensamiento le subió la moral. Ni siquiera el amenazador chirrido que la puerta de la mazmorra de Snape hizo al abrirse consiguió que estallara la pequeña y optimista burbuja que había crecido en su pecho. Entró en el aula detrás de Ron y Hermione, los siguió hasta la mesa donde se sentaban siempre, al fondo, y fingió que no oía los sonidos de irritación que ambos emitían.

—Silencio —ordenó Snape con voz cortante al cerrar la puerta tras él.

En realidad no había ninguna necesidad de que impusiera orden, pues en cuanto los alumnos oyeron que la puerta se cerraba, se quedaron quietos y callados. Por lo general, la sola presencia de Snape bastaba para imponer silencio en el aula.

—Antes de empezar la clase de hoy —dijo el profesor desde su mesa, abarcando con la vista a todos los estudiantes y mirándolos fijamente—, creo conveniente recordaros que el próximo mes de junio realizaréis un importante examen en el que demostraréis cuánto habéis aprendido sobre la composición y el uso de las pociones mágicas. Pese a que algunos alumnos de esta clase son indudablemente imbéciles, espero que consigan un «Aceptable» en el TIMO si no quieren... contrariarme. —Esa vez su mirada se detuvo en Neville, que tragó saliva—. Después de este curso, muchos de vosotros dejaréis de estudiar conmigo, por supuesto —prosiguió Snape—. Yo sólo preparo a los mejores alumnos para el ÉXTASIS de Pociones, lo cual significa que tendré que despedirme de algunos de los presentes.

Entonces miró a Harry y torció el gesto[177]. El muchacho le sostuvo la mirada y sintió un sombrío placer ante la perspectiva de librarse de Pociones al acabar quinto.

—Pero antes de que llegue el feliz momento de la despedida tenemos todo un año por delante —anunció Snape melodiosamente—. Por ese motivo, tanto si pensáis presentaros al ÉXTASIS como si no, os recomiendo que concentréis vuestros esfuerzos en mantener el alto nivel que espero de mis alumnos de TIMO.

»Hoy vamos a preparar una poción que suele salir en el examen de Título Indispensable de Magia Ordinaria[178]: el Filtro de Paz, una poción para calmar la ansiedad y aliviar el nerviosismo. Pero os lo advierto: si no medís bien los ingredientes, podéis provocar un profundo y a veces irreversible sueño a la persona que la beba, de modo que tendréis que prestar mucha atención a lo que estáis haciendo. —Hermione, que estaba sentada a la izquierda de Harry, se enderezó un poco; la expresión de su rostro denotaba una concentración absoluta—. Los ingredientes y el método —continuó Snape, y agitó su varita— están en la pizarra. —En ese momento aparecieron escritos—. Encontraréis todo lo que necesitáis —volvió a agitar la varita— en el armario del material. —A continuación, la puerta del mueble se abrió sola—. Tenéis una hora y media. Ya podéis empezar.

Como habían imaginado Harry, Ron y Hermione, Snape no podía haber elegido una poción más difícil y complicada. Había que echar los ingredientes en el caldero en el orden y las cantidades precisas; había que remover la mezcla exactamente el número correcto de veces, primero en el sentido de las agujas del reloj y luego en el contrario; y había que bajar el fuego, sobre el que la pócima hervía lentamente, hasta que alcanzara los grados adecuados durante un número determinado de minutos antes de añadir el último ingrediente.

—Ahora un débil vapor plateado debería empezar a salir de vuestra poción —advirtió Snape cuando faltaban diez minutos para que concluyera el plazo.

Harry, que sudaba mucho, echó un vistazo alrededor de la mazmorra, desesperado. Su caldero emitía grandes cantidades de vapor gris oscuro; el de Ron, por su parte, escupía chispas verdes. Seamus intentaba avivar con la punta de la varita las llamas sobre las que estaba colocado su caldero, pues amenazaban con apagarse. La superficie de la poción de Hermione, en cambio, era una reluciente neblina de vapor plateado, y al pasar a su lado, Snape acercó su ganchuda nariz al interior sin hacer ningún comentario, lo cual significaba que no había encontrado nada que criticar.

Al llegar junto al caldero de Harry, sin embargo, Snape se detuvo y miró su contenido con una espantosa sonrisa burlona en los labios.

—¿Qué se supone que es esto, Potter?

Los estudiantes de Slytherin que estaban sentados en las primeras filas del aula levantaron la cabeza, expectantes; les encantaba oír cómo Snape se burlaba de Harry.

—El Filtro de Paz —contestó el chico, muy tenso.

—Dime, Potter —repuso Snape con calma—, ¿sabes leer?

Draco Malfoy no pudo contener la risa.

—Sí, sé leer —respondió Harry sujetando con fuerza su varita.

—Léeme la tercera línea de las instrucciones, Potter.

El muchacho miró la pizarra con los ojos entornados, pues no resultaba fácil descifrar las instrucciones a través de la niebla de vapor multicolor que en ese instante llenaba la mazmorra.

—«Añadir polvo de ópalo, remover tres veces en sentido contrario a las agujas del reloj, dejar hervir a fuego lento durante siete minutos y luego añadir dos gotas de jarabe de eléboro.»

Entonces se le cayó el alma a los pies. No había añadido el jarabe de eléboro y había pasado a la cuarta línea de las instrucciones tras dejar hervir la poción a fuego lento durante siete minutos.

—¿Has hecho todo lo que se especifica en la tercera línea, Potter?

—No —contestó él en voz baja.

—¿Perdón?

—No —repitió Harry elevando la voz—. Me he olvidado del eléboro.

—Ya lo sé, Potter, y eso significa que este brebaje no sirve para nada. ¡Evanesco! —La pócima de Harry desapareció y él se quedó plantado como un idiota junto a un caldero vacío—. Los que hayáis conseguido leer las instrucciones, llenad una botella con una muestra de vuestra poción, etiquetadla claramente con vuestro nombre y dejadla en mi mesa para que yo la examine —indicó luego Snape—. Deberes: treinta centímetros de pergamino sobre las propiedades del ópalo y sus usos en la fabricación de pociones, para entregar el jueves.

Mientras los otros estudiantes llenaban sus botellas, Harry, muerto de rabia, recogió sus cosas. Su poción no era peor que la de Ron, que ahora desprendía un desagradable olor a huevos podridos; ni peor que la de Neville, que había adquirido la consistencia del cemento recién mezclado, y que el muchacho intentaba arrancar de su caldero; y, sin embargo, era él, Harry, quien recibiría un cero. Guardó la varita en su mochila y se dejó caer en el asiento mientras observaba a los demás, que desfilaban hacia la mesa de Snape con sus botellas llenas y tapadas con corchos. Cuando por fin sonó la campana, Harry fue el primero en salir de la mazmorra, y ya había empezado a comer cuando Ron y Hermione se reunieron con él en el Gran Comedor. El techo se había puesto de un gris todavía más oscuro a lo largo de la mañana. La lluvia golpeaba las altas ventanas.

—¡Qué injusto! —exclamó Hermione intentando consolar a Harry. Luego se sentó a su lado y empezó a servirse pudin[179] de carne y patatas—. Tu poción era mucho mejor que la de Goyle; cuando la puso en la botella, el cristal estalló y le prendió fuego a la túnica.

—Ya, pero ¿desde cuándo Snape es justo conmigo? —dijo Harry sin apartar la vista de su plato.

Nadie contestó, pues los tres sabían perfectamente que la enemistad mutua que había entre Snape y Harry había sido absoluta desde el momento en que éste puso un pie en Hogwarts.

—Yo creía que este año se comportaría un poco mejor —comentó Hermione con pesar—. Ya sabéis... —miró alrededor, vigilante; había media docena de asientos vacíos a ambos lados, y nadie pasaba cerca de la mesa—, ahora que ha entrado en la Orden y eso.

—Las manchas de los hongos venenosos nunca cambian[180] —sentenció Ron sabiamente—. En fin, yo siempre he pensado que Dumbledore está loco por confiar en Snape. ¿Qué pruebas tiene de que dejara de trabajar en realidad para Quien-vosotros-sabéis?

—Supongo que Dumbledore debe de tener pruebas de sobra, aunque no las comparta contigo, Ron —le espetó Hermione.

—¿Queréis parar de una vez? —dijo Harry con fastidio al ver que Ron abría la boca para replicar. Hermione y Ron se quedaron callados, con aire enfadado y ofendido—. ¿Tenéis que estar siempre igual? No paráis de chincharos el uno al otro[181], estáis volviéndome loco —añadió, y apartó su pudin de carne y patatas, se colgó la mochila del hombro y los dejó allí plantados.

Subió de dos en dos los escalones de la escalinata de mármol, cruzándose con los alumnos que bajaban corriendo a comer. Todavía sentía aquella rabia que había surgido inesperadamente en su interior, pero al ver las caras de asombro de sus amigos había experimentado una profunda satisfacción.

«Les está bien empleado[182] —pensó—. Siempre están como el perro y el gato... No lo soporto.»

Entonces llegó al rellano donde estaba colgado el retrato del caballero sir Cadogan, quien desenvainó su espada y la blandió, exaltado, contra Harry, pero éste no le hizo caso.

—¡Ven aquí, perro sarnoso! ¡Ponte en guardia y pelea! —gritó sir Cadogan con una voz amortiguada por la visera, pero Harry siguió caminando, y cuando el caballero intentó seguirlo trasladándose al cuadro de al lado, su ocupante, un corpulento y fiero hombre lobo, lo rechazó.

Harry pasó el resto de la hora de la comida solo, sentado bajo la trampilla[183] que había en lo alto de la torre norte. Por eso fue el primero en subir por la escalerilla de plata que conducía al aula de Sybill Trelawney cuando sonó la campana.

Después de Pociones, Adivinación era la asignatura que menos le gustaba a Harry, debido sobre todo a la costumbre de la profesora Trelawney de vaticinar, de vez en cuando, que él moriría prematuramente. Era una mujer delgada, envuelta siempre en varios chales y con muchos collares de cuentas; a Harry le recordaba a una especie de insecto por las gruesas gafas que llevaba, que aumentaban de tamaño sus ojos. Cuando Harry entró en el aula, ella estaba ocupada repartiendo unos viejos libros, encuadernados en cuero, por las mesitas de finas patas que llenaban desordenadamente la habitación; pero la luz que proyectaban las lámparas cubiertas con pañuelos, y la del fuego de la chimenea, que ardía con lentitud y desprendía un desagradable olor, era tan tenue que pareció que la profesora Trelawney no se había dado cuenta de que Harry se sentaba en la penumbra. Los demás alumnos llegaron al cabo de unos cinco minutos. Ron entró por la trampilla, miró con detenimiento a su alrededor, vio a Harry y fue derecho hacia él, o todo lo derecho que pudo, pues tuvo que abrirse camino entre las mesas, las sillas y los abultados pufs.

—Hermione y yo ya hemos dejado de pelearnos —aseguró al sentarse junto a su amigo.

—Me alegro —gruñó Harry.

—Pero Hermione dice que le gustaría que dejaras de descargar tu mal humor sobre nosotros —añadió Ron.

—Yo no...

—Sólo te repito lo que ella me ha dicho —aclaró Ron sin dejar que Harry acabara—. Pero creo que tiene razón. Nosotros no tenemos la culpa de cómo te traten Seamus o Snape.

—Yo nunca he dicho que...

—Buenos días —saludó la profesora Trelawney con su sutil y etérea voz, y Harry se interrumpió; volvía a estar enfadado y un poco avergonzado a la vez—. Y bienvenidos de nuevo a Adivinación. Como es lógico, durante las vacaciones he ido siguiendo con atención vuestras peripecias, y me alegro mucho de ver que habéis regresado todos sanos y salvos a Hogwarts, como yo, evidentemente, ya sabía que sucedería.

»Encima de las mesas encontraréis vuestros ejemplares de El oráculo de los sueños, de Inigo Imago. La interpretación de los sueños es un medio importantísimo de adivinar el futuro, y es muy probable que ese tema aparezca en vuestro examen de TIMO. No es que crea que los aprobados o los suspensos en los exámenes tengan ni la más remota relevancia cuando se trata del sagrado arte de la adivinación, porque si tenéis el Ojo que Ve[184], los títulos y los certificados importan muy poco. Con todo, el director quiere que hagáis el examen, así que...

Su frase quedó en suspenso, y los alumnos comprendieron que la profesora Trelawney consideraba que su asignatura estaba muy por encima de asuntos tan insignificantes como los exámenes.

—Abrid el libro por la introducción, por favor, y leed lo que Imago dice sobre el tema de la interpretación de los sueños. Luego sentaos en parejas y utilizad el libro para interpretar los sueños más recientes de vuestro compañero. Podéis empezar.

Lo único bueno que tenía aquella clase era que no duraría dos horas. Cuando todos terminaron de leer la introducción del libro, apenas les quedaban diez minutos para la interpretación de los sueños. En la mesa contigua a la de Harry y Ron, Dean había formado pareja con Neville, quien de inmediato emprendió un denso relato de una pesadilla en la que aparecían unas tijeras gigantes que se habían puesto el mejor sombrero de su abuela; Harry y Ron se limitaron a mirarse con desánimo.

—Yo nunca me acuerdo de lo que sueño —dijo Ron—. Cuéntame tú algún sueño que hayas tenido.

—Seguro que recuerdas alguno —replicó Harry con impaciencia.

El no pensaba compartir sus sueños con nadie. Sabía perfectamente qué significaba su recurrente pesadilla sobre el cementerio; no necesitaba que Ron, la profesora Trelawney o ese estúpido libro se lo explicara.

—Bueno, la otra noche soñé que jugaba al quidditch —confesó Ron haciendo muecas mientras intentaba rescatar aquel sueño de su memoria—. ¿Qué crees que significa?

—Pues que te va a comer un malvavisco gigante, o algo así —sugirió Harry mientras pasaba distraídamente las páginas de El oráculo de los sueños.

Buscar fragmentos de sueños en el libro era un trabajo aburridísimo, y a Harry no le hizo ninguna gracia que la profesora Trelawney les mandara escribir durante un mes un diario de los sueños que tenían. Cuando sonó la campana, Harry y Ron fueron los primeros en salir del aula y bajar la escalera; Ron gruñía sin parar.

—¿Te das cuenta de la cantidad de deberes que tenemos ya? Binns nos ha puesto una redacción de medio metro sobre las guerras de los gigantes; Snape quiere que le entreguemos otra de treinta centímetros sobre las propiedades y los usos del ópalo; ¡y ahora Trelawney nos manda redactar un diario de sueños durante un mes! Fred y George no andaban equivocados sobre el año de los TIMOS, ¿no crees? Espero que la profesora Umbridge no nos ponga...

Cuando entraron en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Umbridge ya estaba sentada en su sitio. Llevaba la suave y esponjosa chaqueta de punto de color rosa que había lucido la noche anterior, y el lazo de terciopelo negro en la cabeza. A Harry volvió a recordarle a una gran mosca posada imprudentemente en la cabeza de un sapo aún más descomunal.

Los alumnos guardaron silencio en cuanto entraron en el aula; la profesora Umbridge todavía era un elemento desconocido y nadie sabía lo estricta que podía ser a la hora de imponer disciplina.

—¡Buenas tardes a todos! —saludó a los alumnos cuando por fin éstos se sentaron. Unos cuantos respondieron con un tímido «Buenas tardes»—. ¡Ay, ay, ay! —exclamó—. ¿Así saludáis a vuestra profesora? Me gustaría oíros decir: «Buenas tardes, profesora Umbridge.» Volvamos a empezar, por favor. ¡Buenas tardes a todos!

—Buenas tardes, profesora Umbridge —gritó la clase.

—Eso está mucho mejor —los felicitó con dulzura—. ¿A que no ha sido tan difícil? Guardad las varitas y sacad las plumas, por favor.

Unos cuantos alumnos intercambiaron miradas lúgubres; hasta entonces la orden de guardar las varitas nunca había sido el preámbulo de una clase que hubieran considerado interesante. Harry metió su varita en la mochila y sacó la pluma, la tinta y el pergamino. La profesora Umbridge abrió su bolso, sacó su varita, que era inusitadamente corta, y dio unos golpecitos en la pizarra con ella; de inmediato, aparecieron las siguientes palabras:

Defensa Contra las Artes Oscuras:

regreso a los principios básicos

 

—Muy bien, hasta ahora vuestro estudio de esta asignatura ha sido muy irregular y fragmentado, ¿verdad? —afirmó la profesora Umbridge volviéndose hacia la clase con las manos entrelazadas frente al cuerpo—. Por desgracia, el constante cambio de profesores, muchos de los cuales no seguían, al parecer, ningún programa de estudio aprobado por el Ministerio, ha hecho que estéis muy por debajo del nivel que nos gustaría que alcanzarais en el año del TIMO. Sin embargo, os complacerá saber que ahora vamos a rectificar esos errores. Este año seguiremos un curso sobre magia defensiva cuidadosamente estructurado, basado en la teoría y aprobado por el Ministerio. Copiad esto, por favor.

Volvió a golpear la pizarra y el primer mensaje desapareció y fue sustituido por los «Objetivos del curso».

1. Comprender los principios en que se basa la magia defensiva.

2. Aprender a reconocer las situaciones en las que se puede emplear legalmente la magia defensiva.

3. Analizar en qué contextos es oportuno el uso de la magia defensiva.

 

Durante un par de minutos en el aula sólo se oyó el rasgueo de las plumas sobre el pergamino. Cuando los alumnos copiaron los tres objetivos del curso de la profesora Umbridge, ésta preguntó:

—¿Tenéis todos un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard? —Un sordo murmullo de asentimiento recorrió la clase—. Creo que tendremos que volver a intentarlo —dijo la profesora Umbridge—. Cuando os haga una pregunta, me gustaría que contestarais «Sí, profesora Umbridge», o «No, profesora Umbridge». Veamos: ¿tenéis todos un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard?

—Sí, profesora Umbridge —contestaron los alumnos al unísono.

—Estupendo. Quiero que abráis el libro por la página cinco y leáis el capítulo uno, que se titula «Conceptos elementales para principiantes». En silencio, por favor.

La profesora Umbridge se apartó de la pizarra[185] y se sentó en la silla, detrás de su mesa, observándolos atentamente con aquellos ojos de sapo con bolsas. Harry abrió su ejemplar de Teoría de defensa mágica por la página cinco y empezó a leer.

Era extremadamente aburrido, casi tanto como escuchar al profesor Binns. El muchacho notó que le fallaba la concentración, pues al poco rato se dio cuenta de que había leído la misma línea media docena de veces sin entender nada más que las primeras palabras. Pasaron unos silenciosos minutos. A su lado, Ron, distraído, giraba la pluma una y otra vez entre los dedos con los ojos clavados en un punto de la página. Harry miró hacia su derecha y se llevó una sorpresa que lo sacó de su letargo. Hermione ni siquiera había abierto su ejemplar de Teoría de defensa mágica y estaba mirando fijamente a la profesora Umbridge con una mano levantada.

Pero pasados unos minutos más, Harry dejó de ser el único que observaba a Hermione. El capítulo que les habían ordenado leer era tan tedioso que muchos alumnos optaban por contemplar el mudo intento de Hermione de captar la atención de la profesora Umbridge, en lugar de seguir adelante con la lectura de los «Conceptos elementales para principiantes».

Cuando más de la mitad de la clase miraba a Hermione en vez de leer el libro, la profesora Umbridge decidió que ya no podía continuar ignorando aquella situación.

—¿Quería hacer alguna pregunta sobre el capítulo, querida? —le dijo a Hermione como si acabara de reparar en ella.

—No, no es sobre el capítulo.

—Ahora estamos leyendo —repuso la profesora Umbridge mostrando sus pequeños y puntiagudos dientes—. Si tiene usted alguna duda podemos solucionarla al final de la clase.

—Tengo una duda sobre los objetivos del curso —aclaró Hermione.

La profesora arqueó las cejas.

—¿Cómo se llama, por favor?

—Hermione Granger.

—Mire, señorita Granger, creo que los objetivos del curso están muy claros si los lee atentamente —dijo la profesora Umbridge con decisión y un deje[186] de dulzura.

—Pues yo creo que no —soltó Hermione sin miramientos—. Ahí no dice nada sobre la práctica de los hechizos defensivos.

Se produjo un breve silencio durante el cual muchos miembros de la clase giraron la cabeza y se quedaron mirando con el entrecejo fruncido los objetivos del curso, que seguían escritos en la pizarra.

—¿La práctica de los hechizos defensivos? —repitió la profesora Umbridge con una risita—. Verá, señorita Granger, no me imagino que en mi aula pueda surgir ninguna situación que requiera la práctica de un hechizo defensivo por parte de los alumnos. Supongo que no espera usted ser atacada durante la clase, ¿verdad?

—¡¿Entonces no vamos a usar la magia?! —exclamó Ron en voz alta.

—Por favor, levante la mano si quiere hacer algún comentario durante mi clase, señor...

—Weasley —dijo Ron, y levantó una mano.

La profesora Umbridge, con una amplia sonrisa en los labios, le dio la espalda. Harry y Hermione levantaron también las manos inmediatamente. La profesora Umbridge miró un momento a Harry con sus ojos saltones antes de dirigirse de nuevo a Hermione.

—¿Sí, señorita Granger? ¿Quiere preguntar algo más?

—Sí —contestó ella—. Es evidente que el único propósito de la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras es practicar los hechizos defensivos, ¿no es así?

—¿Acaso es usted una experta docente preparada en el Ministerio, señorita Granger? —le preguntó la profesora Umbridge con aquella voz falsamente dulce.

—No, pero...

—Pues entonces me temo que no está cualificada[187] para decidir cuál es el «único propósito» de la asignatura que imparto. Magos mucho mayores y más inteligentes que usted han diseñado nuestro nuevo programa de estudio. Aprenderán los hechizos defensivos de forma segura y libre de riesgos...

—¿De qué va a servirnos eso? —inquirió Harry en voz alta—. Si nos atacan, no va a ser de forma...

—¡La mano, señor Potter! —canturreó la profesora Umbridge.

Harry levantó un puño. Una vez más, la profesora Umbridge le dio rápidamente la espalda, pero otros alumnos también habían levantado la mano.

—¿Su nombre, por favor? —le preguntó la bruja a Dean.

—Dean Thomas.

—¿Y bien, señor Thomas?

—Bueno, creo que Harry tiene razón. Si nos atacan, no vamos a estar libres de riesgos.

—Repito —dijo la profesora Umbridge, que miraba a Dean sonriendo de una forma muy irritante—: ¿espera usted ser atacado durante mis clases?

—No, pero...

La profesora Umbridge no le dejó acabar:

—No es mi intención criticar el modo en que se han hecho hasta ahora las cosas en este colegio —explicó con una sonrisa poco convincente, estirando aún más su ancha boca—, pero en esta clase han estado ustedes dirigidos por algunos magos muy irresponsables, sumamente irresponsables; por no mencionar —soltó una desagradable risita— a algunos híbridos peligrosos en extremo...

—Si se refiere al profesor Lupin —saltó Dean, enojado—, era el mejor que jamás...

—¡La mano, señor Thomas! Como iba diciendo, los han iniciado en hechizos demasiado complejos e inapropiados para su edad, y letales en potencia. Los han asustado y les han hecho creer que podrían ser víctimas de ataques de las fuerzas oscuras en cualquier momento...

—Eso no es cierto —la interrumpió Hermione—. Sólo nos...

—¡No ha levantado la mano, señorita Granger!

Hermione la levantó y la profesora Umbridge le dio la espalda.

—Tengo entendido que mi predecesor no sólo realizó maldiciones ilegales delante de ustedes, sino que incluso las realizó con ustedes.

—Bueno, resultó que era un maniaco, ¿no? —terció Dean acaloradamente—. Y aun así, aprendimos muchísimo con él.

—¡No ha levantado la mano, señor Thomas! —gorjeó la profesora Umbridge—. Bueno, el Ministerio opina que un conocimiento teórico será más que suficiente para que aprueben el examen; y al fin y al cabo para eso es para lo que vienen ustedes al colegio. ¿Su nombre? —añadió mirando a Parvati, que acababa de levantar la mano.

—Parvati Patil. Pero ¿no hay una parte práctica en el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras? ¿No se supone que tenemos que demostrar que sabemos hacer las contramaldiciones[188] y esas cosas?

—Si habéis estudiado bien la teoría, no hay ninguna razón para que no podáis realizar los hechizos en el examen, en una situación controlada —explicó la profesora Umbridge quitándole importancia al asunto.

—¿Sin haberlos practicado de antemano? —preguntó Parvati con incredulidad—. ¿Significa eso que no vamos a hacer los hechizos hasta el día del examen?

—Repito, si habéis estudiado bien la teoría...

—¿Y de qué nos va a servir la teoría en la vida real? —intervino de pronto Harry, que había vuelto a levantar el puño.

La profesora Umbridge lo miró y dijo:

—Esto es el colegio, señor Potter, no la vida real.

—¿Acaso no se supone que estamos preparándonos para lo que nos espera fuera del colegio?

—No hay nada esperando fuera del colegio, señor Potter.

—¿Ah, no? —insistió Harry. La rabia que sentía, que parecía haber estado borboteando ligeramente durante todo el día, estaba alcanzando el punto de ebullición.

—¿Quién iba a querer atacar a unos niños como ustedes? —preguntó la profesora Umbridge con un exageradísimo tono meloso.

—Humm, a ver... —respondió Harry fingiendo reflexionar—. ¿Quizá... lord Voldemort?

Ron contuvo la respiración, Lavender Brown soltó un grito y Neville resbaló hacia un lado del banco. La profesora Umbridge, sin embargo, ni siquiera se inmutó: simplemente miró a Harry con un gesto de rotunda satisfacción en la cara.

—Diez puntos menos para Gryffindor, señor Potter —dijo, y los alumnos se quedaron callados e inmóviles observando tanto a la profesora Umbridge como a Harry—. Y ahora, permítanme aclarar algunas cosas. —La profesora Umbridge se puso en pie y se inclinó hacia ellos con las manos de dedos regordetes abiertas y apoyadas en la mesa—. Les han contado que cierto mago tenebroso ha resucitado...

—¡No estaba muerto —la corrigió un Harry furioso—, pero sí, ha regresado!

—Señor-Potter-ya-ha-hecho-perder-diez-puntos-a-su-casa-no-lo-estropee-más —recitó la profesora de un tirón y sin mirar a Harry—. Como iba diciendo, les han informado de que cierto mago tenebroso vuelve a estar suelto. Pues bien, eso es mentira.

—¡No es mentira! —la contradijo Harry—. ¡Yo lo vi con mis propios ojos! ¡Luché contra él!

—¡Castigado, señor Potter! —exclamó entonces la profesora Umbridge, triunfante—. Mañana por la tarde. A las cinco. En mi despacho. Repito, eso es mentira. El Ministerio de la Magia garantiza que no están ustedes bajo la amenaza de ningún mago tenebroso. Si alguno todavía está preocupado, puede ir a verme fuera de las horas de clase. Si alguien está asustándolos con mentiras sobre magos tenebrosos resucitados, me gustaría que me lo contara. Estoy aquí para ayudar. Soy su amiga. Y ahora, ¿serán tan amables de continuar con la lectura? Página cinco, «Conceptos elementales para principiantes».

Y tras pronunciar esas palabras la profesora Umbridge se sentó. Harry, en cambio, se levantó. Todos lo miraban expectantes, y Seamus parecía sentirse entre aterrado y fascinado.

—¡No, Harry! —le advirtió Hermione con un susurro mientras le tiraba de la manga; pero su amigo dio un tirón del brazo para soltarse.

—Entonces, según usted, Cedric Diggory se cayó muerto porque sí, ¿verdad? —dijo Harry con voz temblorosa.

Todo el mundo contuvo la respiración, pues ningún alumno salvo Ron y Hermione había oído hablar a Harry sobre lo sucedido la noche en que murió Cedric. Ávidos de noticias, miraron a Harry y luego a la profesora Umbridge, que había arqueado las cejas y observaba al muchacho muy atenta, sin rastro de una sonrisa forzada en los labios.

—La muerte de Cedric Diggory fue un trágico accidente —afirmó con tono cortante.

—Fue un asesinato —le discutió Harry, que entonces se dio cuenta de que estaba temblando. No había hablado con casi nadie de aquel tema, y menos aún con treinta compañeros de clase que escuchaban ansiosos—. Lo mató Voldemort, y usted lo sabe.

El rostro de la profesora Umbridge no denotaba expresión alguna. Durante un momento Harry creyó que iba a gritarle, pero ella, con la más suave y dulce voz infantil, dijo:

—Venga aquí, señor Potter.

Harry apartó su silla de una patada, dio unas cuantas zancadas, pasando al lado de Ron y de Hermione, y se acerco a la mesa de la profesora. Era consciente de que el resto de la clase seguía conteniendo la respiración, pero estaba tan furioso que no le importaba lo que pudiera ocurrir.

La profesora Umbridge sacó de su bolso un pequeño rollo de pergamino rosa, lo extendió sobre la mesa, mojó la pluma en un tintero y empezó a escribir encorvada sobre él para que Harry no viera lo que ponía. Nadie decía nada.

Aproximadamente después de un minuto, la profesora enrolló el pergamino, que, al recibir un golpe de su varita mágica, quedó sellado a la perfección para que Harry no pudiera abrirlo.

—Lleve esto a la profesora McGonagall, haga el favor —le ordenó la profesora Umbridge tendiéndole la nota.

Harry la cogió sin decir nada, salió del aula sin mirar siquiera a Ron y a Hermione y cerró de un portazo. Echó a andar a buen ritmo por el pasillo, con la nota para la profesora McGonagall fuertemente agarrada con una mano; al doblar una esquina tropezó con Peeves, el poltergeist, un hombrecillo con boca de pato[189] que flotaba en el aire, boca arriba, haciendo malabarismos con unos tinteros.

—¡Hombre, pero si es Potter pipí en el pote! —dijo Peeves riendo con voz aguda al mismo tiempo que dejaba caer al suelo dos de los tinteros, que se rompieron y salpicaron las paredes; Harry se apartó de un brinco y le gruñó:

—Déjame, Peeves.

—¡Oh! El chiflado está de mal humor —replicó el poltergeist, y se puso a perseguir a Harry por el pasillo, sonriendo burlonamente mientras volaba por encima de él—. ¿Qué ha pasado esta vez, Potty, amigo mío? ¿Has oído voces? ¿Has tenido visiones? ¿Te has puesto a hablar en... —Peeves hizo una gigantesca pedorreta— idiomas raros?

—¡Te he dicho que me dejes en paz! —gritó el chico, y echó a correr hacia la escalera más cercana; pero Peeves, impasible, se tumbó sobre la barandilla y se deslizó por ella, siguiéndolo.

—«Ladra el pequeño chiflado / porque está malhumorado. / Los más clementes opinan / que sólo está un poco amargado. / Pero Peeves os asegura / que es un perturbado...»

—¡Cállate!

Entonces se abrió una puerta en la pared de la izquierda y la profesora McGonagall salió de su despacho con aire severo y un tanto nervioso.

—¿Qué demonios significan esos gritos, Potter? —le espetó mientras Peeves reía socarronamente y se alejaba volando a toda velocidad—. ¿Por qué no estás en clase?

—Me han enviado a verla —le explicó Harry en un tono glacial.

—¿Enviado? ¿Qué quiere decir que te han enviado?

Como respuesta le tendió la nota de la profesora Umbridge. La profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo, cogió el rollo de pergamino, lo abrió con un golpe de su varita, lo desenrolló y empezó a leer. Detrás de sus cuadradas gafas, sus ojos recorrían el pergamino rápidamente y con cada línea se estrechaban más.

—Pasa, Potter. —Harry la siguió a su despacho, cuya puerta se cerró automáticamente detrás de él—. ¿Y bien? —dijo la profesora McGonagall, volviéndose hacia Harry—. ¿Es verdad?

—¿Si es verdad qué? —preguntó él con un tono mucho más agresivo de lo que era su intención—... profesora —añadió en un intento de suavizar su primera reacción.

—¿Es verdad que has gritado a la profesora Umbridge?

—Sí.

—¿La has llamado mentirosa?

—Sí.

—¿Le has dicho que El-que-no-debe-ser-nombrado[190] ha vuelto?

—Sí.

La profesora McGonagall se sentó detrás de su mesa y se quedó mirando a Harry con el entrecejo fruncido. Tras una pausa, dijo:

—Coge[191] una galleta, Potter.

—Que coja[192]... ¿qué?

—Coge una galleta —repitió ella con impaciencia señalando una lata de cuadros escoceses que había sobre uno de los montones de papeles de su mesa—. Y siéntate.

En ese momento Harry recordó aquella otra ocasión en que, en lugar de castigarlo con la palmeta[193], la profesora McGonagall lo había incluido en el equipo de quidditch de Gryffindor. El muchacho se sentó en una silla delante de la mesa y cogió un tritón de jengibre, tan desconcertado y despistado como aquella vez.

La profesora McGonagall dejó la nota de la profesora Umbridge sobre la mesa y miró con seriedad a Harry.

—Debes tener cuidado, Potter.

Harry se tragó el trozo de tritón de jengibre y la miró a los ojos. El tono de voz de la profesora McGonagall no se parecía en nada al que él estaba acostumbrado a oír; no era enérgico, seco y severo, sino lento y angustiado, y mucho más humano de lo habitual.

—La mala conducta en la clase de Dolores Umbridge podría costarte mucho más que un castigo y unos puntos menos para Gryffindor.

—¿Qué quiere...?

—Utiliza el sentido común, Potter —lo atajó la profesora McGonagall, y volvió rápidamente al tono al que tenía acostumbrados a sus alumnos—. Ya sabes de dónde viene, y por lo tanto también debes saber bajo las órdenes de quién está.

En ese instante sonó la campana que señalaba el final de la clase. Por todas partes se oía el ruido de cientos de alumnos que se movilizaban como una manada de elefantes.

—Aquí dice que te ha impuesto un castigo todas las tardes de esta semana, y que empezarás mañana —prosiguió la profesora McGonagall, y miró de nuevo la nota de la profesora Umbridge.

—¡Todas las tardes de esta semana! —repitió Harry, horrorizado—. Pero profesora, ¿no podría usted...?

—No, no puedo —dijo la profesora McGonagall con rotundidad.

—Pero...

—Ella es tu profesora y tiene derecho a castigarte. Debes ir a su despacho mañana a las cinco en punto para recibir el primer castigo. Y recuerda: ándate con cuidado cuando estés con Dolores Umbridge.

—Pero ¡si yo sólo he dicho la verdad! —protestó Harry, indignado—. Voldemort ha regresado, usted lo sabe; el profesor Dumbledore también lo sabe...

—¡Por favor, Potter! —lo interrumpió la profesora McGonagall con enojo, colocándose bien las gafas, pues había hecho una mueca espantosa al oír el nombre de Voldemort—. ¿De verdad crees que esto es una cuestión de verdades o mentiras? ¡Lo que tienes que hacer es mantenerte al margen y controlar tu temperamento!

La mujer se levantó, con las aletas de la nariz dilatadas y los la


Date: 2015-12-11; view: 581


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