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Las tribulaciones de la señora Weasley 4 page

Encontró la página en el índice y la buscó.

Ese artículo también iba ilustrado con una caricatura bastante mala; seguramente, Harry no habría sabido que pretendía representar a Sirius si no hubiera llevado una leyenda. Su padrino estaba de pie sobre un montón de huesos humanos, con la varita en alto. El titular del artículo rezaba:

 

¿ES SIRIUS BLACK TAN MALO

COMO LO PINTAN[145]?

¿Famoso autor de matanzas

o inocente cantante de éxito?

 

Harry tuvo que leer la segunda frase varias veces antes de convencerse de que no la había entendido mal. ¿Desde cuándo era Sirius un cantante de éxito?

Durante catorce años, Sirius Black ha sido considerado culpable del asesinato de un mago y doce muggles inocentes. La audaz fuga de Black de Azkaban, hace dos años, ha dado pie a la mayor persecución organizada en toda la historia del Ministerio de la Magia. Ninguno de nosotros ha puesto en duda jamás que Black merece ser capturado de nuevo y entregado a los Dementores.

PERO ¿LO MERECE EN REALIDAD?

Hace poco tiempo han salido a la luz nuevas y sorprendentes pruebas de que Sirius Black podría no haber cometido los crímenes por los que lo enviaron a Azkaban. De hecho. Doris Purkiss, del número 18 de Acanthia Way, Little Norton, sostiene que Black ni siquiera podría haber estado presente en el escenario de los crímenes.

«Lo que la gente no sabe es que Sirius Black es un nombre falso —afirma la señora Purkiss—. El hombre al que todos creen conocer como Sirius Black es en realidad Stubby Boardman, cantante del conocido grupo musical Los Trasgos, que se retiró de la vida pública hace casi quince años, tras recibir el impacto de un nabo en una oreja durante un concierto celebrado en la iglesia de Little Norton. Lo reconocí en cuanto vi su fotografía en el periódico. Pues bien, Stubby no pudo cometer esos crímenes porque el día en cuestión estaba disfrutando de una romántica cena a la luz de las velas conmigo. He escrito al ministro de la Magia y espero que pronto presente sus disculpas a Stubby, alias Sirius.»

Harry terminó de leer el artículo y se quedó mirando la página, incrédulo. Quizá fuera un chiste, pensó, quizá la revista incluyese bromas de ese tipo. Retrocedió unas cuantas páginas y encontró el artículo sobre Fudge.

Cornelius Fudge, el ministro de la Magia, ha negado que tuviera planes para hacerse con la dirección de Gringotts, el banco mágico, cuando fue elegido ministro de la Magia hace cinco años. Fudge siempre ha insistido en que lo único que quiere es «cooperar pacíficamente» con los guardianes de nuestro oro.

PERO ¿ES ESO CIERTO?

Fuentes cercanas al ministro han revelado recientemente que la mayor ambición de Fudge es hacerse con el control del oro de los duendes, y que no dudará en emplear la fuerza si es necesario.



«No sería la primera vez que sucede —dijo un empleado del Ministerio—. Cornelius Fudge, el Aplastaduendes, así es como lo llaman sus amigos. Si lo oyera usted hablar cuando cree que nadie lo escucha... Oh, siempre está hablando de los duendes que se ha cargado: ha mandado que los ahoguen, que los lancen desde lo alto de edificios, que los envenenen, que hagan pasteles con ellos...»

Harry no siguió leyendo. Fudge podía tener muchos defectos, pero le resultaba extremadamente difícil imaginárselo ordenando que hicieran pasteles con duendes. Hojeó el resto de la revista y, deteniéndose de vez en cuando, leyó otros artículos, como: la afirmación de que los Tutshill Tornados estaban ganando la liga de quidditch mediante una combinación de chantaje, tortura y manipulación ilegal de escobas; una entrevista con un brujo que aseguraba haber volado hasta la luna en una Barredora 6 y había traído una bolsa llena de ranas lunares para demostrarlo, y un artículo sobre las runas antiguas que al menos explicaba por qué Luna había estado leyendo El Quisquilloso del revés. Según la revista, si ponías las runas cabeza abajo, éstas revelaban un hechizo para hacer que las orejas de tu enemigo se convirtieran en naranjitas chinas[146]. De hecho, comparada con el resto de los artículos de El Quisquilloso, la insinuación de que Sirius podía ser en realidad el cantante de Los Trasgos parecía bastante sensata.

—¿Hay algo que valga la pena? —preguntó Ron cuando Harry cerró la revista.

—Pues claro que no —se adelantó Hermione en tono mordaz—. El Quisquilloso es pura basura, lo sabe todo el mundo.

—Perdona —dijo Luna, cuya voz, de pronto, había perdido aquel tono soñador—. Mi padre es el director.

—¡Oh..., yo...! —balbuceó Hermione, abochornada—. Bueno..., tiene cosas interesantes... Es muy...

—Dámela, por favor. Gracias —respondió Luna con frialdad, y luego se inclinó hacia delante y se la quitó a Harry de las manos.

Pasó con rapidez las páginas hasta la número cincuenta y siete, volvió a ponerla del revés con decisión y desapareció de nuevo tras ella justo cuando la puerta del compartimento se abría por tercera vez.

Harry se volvió; estaba esperando que sucediera, pero eso no significó que el hecho de ver a Draco Malfoy sonriendo con suficiencia, flanqueado por Crabbe y Goyle, le resultara menos desagradable.

—¿Qué? —le espetó agresivamente antes de que Malfoy pudiera abrir la boca.

—Cuida tus modales, Potter, o tendré que castigarte —dijo Malfoy arrastrando las palabras; su lacio y rubio cabello y su puntiaguda barbilla eran iguales que los de su padre—. Mira, a mí me han nombrado prefecto y a ti no, lo cual significa que yo tengo el derecho de imponer castigos y tú no.

—Ya[147] —replicó Harry—, pero tú eres un imbécil y yo no, así que lárgate de aquí y déjanos en paz.

Ron, Hermione, Ginny y Neville se pusieron a reír y Malfoy torció el gesto.

—Dime, Potter, ¿qué se siente siendo el mejor después de Weasley?

—Cállate, Malfoy —dijo Hermione con dureza. —Veo que he puesto el dedo en la llaga —sentenció Malfoy sin dejar de sonreír—. Bueno, ándate con mucho cuidado, Potter, porque voy a estar siguiéndote como un perro por si desobedeces en algo.

—¡Largo[148]! —le ordenó Hermione poniéndose en pie. Malfoy soltó una risita, dirigió una última mirada maliciosa a Harry y salió del compartimento seguido de Crabbe y Goyle. Hermione cerró de golpe la puerta y se volvió para mirar a Harry, quien comprendió de inmediato que ella, igual que él, había entendido lo que había querido decir Malfoy con aquellas palabras, y que la habían impresionado tanto como a él.

—Pásame otra rana —dijo entonces Ron, que no se había enterado de nada.

Harry no podía hablar libremente delante de Neville y Luna, así que intercambió otra mirada nerviosa con Hermione y luego se puso a mirar por la ventanilla.

Le había parecido divertido que Sirius los acompañara a la estación, pero de pronto lo asaltó la idea de que había sido arriesgado, por no decir peligrosísimo... Hermione tenía razón... Sirius no debía haberlos acompañado. ¿Y si el señor Malfoy había visto al perro negro y se lo había contado a Draco? ¿Y si había deducido que los Weasley, Lupin, Tonks y Moody sabían dónde estaba escondido Sirius? ¿O había sido una simple coincidencia que Malfoy utilizara la expresión «como un perro»?

El clima seguía sin definirse mientras el tren avanzaba hacia el norte. La lluvia salpicaba las ventanillas con desgana, y de vez en cuando el sol hacía una débil aparición antes de que las nubes volvieran a taparlo. Cuando oscureció y se encendieron las luces dentro de los vagones, Luna enrolló El Quisquilloso, lo guardó con cuidado en su bolsa y se dedicó a observar a los que viajaban con ella en el compartimento.

Harry iba sentado con la frente apoyada en la ventanilla intentando divisar la silueta de Hogwarts, pero no había luna y el cristal estaba mojado y sucio.

—Será mejor que nos cambiemos —dijo Hermione al fin.

Ron y Hermione engancharon sus insignias de prefectos en ellas y Harry vio que Ron se miraba en el cristal de la oscura ventanilla.

Por fin el tren empezó a aminorar la marcha y oyeron el habitual alboroto por el pasillo, pues todos se pusieron en pie para recoger su equipaje y a sus mascotas, listos para apearse. Como Ron y Hermione tenían que supervisar que hubiera orden, volvieron a salir del compartimento encargando a Harry y a los demás del cuidado de Crookshanks y Pigwidgeon.

—Yo puedo llevar esa lechuza, si quieres —le dijo Luna a Harry señalando la jaula de Pigwidgeon mientras Neville se guardaba a Trevor con cuidado en un bolsillo interior.

—¡Ah, gracias! —contestó Harry, quien le pasó la jaula de Pigwidgeon y así pudo sujetar mejor la de Hedwig.

Salieron del compartimento y notaron por primera vez el frío de la noche en la cara al reunirse con el resto de los alumnos en el pasillo. Lentamente fueron avanzando hacia las puertas. Harry notó el olor de los pinos que bordeaban el sendero, que descendía hasta el lago. Bajó al andén y miró a su alrededor esperando oír el familiar grito de «¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí!».

Pero aquel grito no se oyó. Una voz de mujer muy diferente gritaba con un enérgico tono: «¡Los de primero pónganse en fila aquí, por favor! ¡Todos los de primero conmigo!»

Un farol se acercaba oscilando hacia Harry, y su luz le permitió ver la prominente barbilla y el severo corte de pelo de la profesora Grubbly-Plank, la bruja que el año anterior había sustituido durante un tiempo a Hagrid como profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.

—¿Dónde está Hagrid? —preguntó Harry en voz alta.

—No lo sé —contestó Ginny—, pero será mejor que nos apartemos, estamos impidiendo el paso.

—¡Ah, sí!

Harry y Ginny se separaron mientras recorrían el andén y entraban en la estación. Empujado por el gentío, el muchacho escudriñaba la oscuridad tratando de distinguir a Hagrid; tenía que estar allí, Harry lo había dado por hecho: volver a ver a Hagrid era una de las cosas que más ilusión le hacían. Pero no había ni rastro de él.

«No puede haberse marchado —se dijo Harry mientras caminaba con el resto de los alumnos, despacio y arrastrando los pies, y pasaba por una estrecha puerta que daba a la calle—. Debe de estar resfriado o algo así.»

Miró alrededor buscando a Ron o a Hermione, pues quería saber qué opinaban ellos de la presencia de la profesora Grubbly-Plank, pero ninguno de los dos estaba por allí cerca, así que se dejó arrastrar hacia la oscura y mojada calle que discurría frente a la estación de Hogsmeade.

Allí esperaba el centenar de carruajes sin caballos que cada año llevaba a los alumnos que no eran de primer curso hasta el castillo. Harry los miró brevemente, se dio la vuelta para buscar a Ron y a Hermione, y luego volvió a mirar.

Los carruajes habían cambiado, pues entre las varas de los coches había unas criaturas de pie. Si hubiera debido llamarlas de alguna forma, suponía que las habría llamado caballos, aunque tenían cierto aire de reptil. No tenían ni pizca de carne, y el negro pelaje se pegaba al esqueleto, del que se distinguía con claridad cada uno de los huesos. La cabeza parecía de dragón y tenían los ojos sin pupila, blancos y fijos. De la cruz, la parte más alta del lomo de aquella especie de animales, les salían alas, unas alas inmensas, negras y curtidas, que parecían de gigantescos murciélagos. Allí plantadas, quietas y silenciosas en la oscuridad, las criaturas tenían un aire fantasmal y siniestro. Harry no entendía por qué aquellos horribles caballos tiraban de los carruajes cuando éstos eran perfectamente capaces de moverse solos.

—¿Dónde está Pig —preguntó la voz de Ron detrás de Harry.

—La llevaba esa chica, Luna —respondió éste volviéndose con rapidez, ansioso por preguntar a Ron por Hagrid—. ¿Dónde crees que...?

—¿... está Hagrid? No lo sé —contestó su amigo, que se mostraba preocupado—. Espero que esté bien...

Cerca de ellos, Draco Malfoy, seguido de un pequeño grupo de amigotes, entre ellos Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson, apartaba a unos alumnos de segundo de aspecto tímido para que él y sus colegas pudieran tener un coche para ellos solos. Unos segundos más tarde, Hermione salió jadeando de entre la multitud.

—Malfoy se ha portado fatal con un alumno de primero. Pienso informar de esto, sólo hace tres minutos que se ha puesto la insignia y ya está utilizándola para intimidar a la gente... ¿Dónde está Crookshanks?

—Lo tiene Ginny —respondió Harry—. Mira, allí está...

Ginny acababa de salir de la muchedumbre con el gato en los brazos.

—Gracias —dijo Hermione cogiendo a su mascota—. Vamos a ver si encontramos un coche antes de que se llenen todos; así podremos ir juntos...

—¡Todavía no tengo a Pig! —exclamó entonces Ron, pero Hermione ya iba hacia el primer carruaje libre que había visto. Harry se quedó atrás con su amigo.

—¿Qué crees que son esos bichos? —le preguntó señalando con la cabeza los horribles caballos, mientras los otros alumnos pasaban a su lado.

—¿Qué bichos?

—Esos caballos...

En ese momento apareció Luna con la jaula de Pigwidgeon; la pequeña lechuza gorjeaba muy emocionada, como siempre.

—Toma —dijo Luna—. Es una lechuza encantadora, ¿no?

—Esto..., sí..., encantadora —balbuceó Ron con brusquedad—. Vamos, subamos al... ¿Qué estabas diciéndome, Harry?

—Estaba preguntándote qué son esos caballos —repitió Harry mientras Ron, Luna y él se dirigían al carruaje al que ya habían subido Hermione y Ginny. —¿Qué caballos?

—¡Los caballos que tiran de los coches! —dijo Harry con impaciencia.

Estaban a menos de un metro de uno de ellos y el animal los miraba con sus ojos vacíos y blancos. Ron, sin embargo, miró a Harry con perplejidad. —¿De qué me hablas? —Te hablo de... ¡Mira!

Harry agarró a Ron por un brazo y le dio la vuelta, colocándolo cara a cara con el caballo alado. Ron lo miró fijamente un par de segundos y luego volvió a mirar a Harry. —¿Qué se supone que estoy mirando? —El... ¡Aquí, entre las varas! ¡Enganchado al coche! ¡Lo tienes delante de las narices!

Pero Ron seguía sin comprender ni una palabra, y entonces a Harry se le ocurrió algo muy extraño.

—¿No..., no los ves?

—¿Ver qué?

—¿No ves lo que tira de los carruajes? En ese instante Ron parecía ya muy alarmado.

—¿Te encuentras bien, Harry?

—Sí, claro...

Harry estaba absolutamente perplejo. El caballo estaba allí mismo, delante de él, sólido y reluciente bajo la débil luz que salía de las ventanas de la estación que tenían detrás, y le salía vaho por los orificios de la nariz. Sin embargo, a menos que Ron estuviera gastándole una broma, y si así era no tenía ninguna gracia, su amigo no los veía.

—¿Subimos o no? —preguntó éste, perplejo, mirando a Harry como si estuviera preocupado por él.

—Sí. Sí, subamos...

—No pasa nada —dijo entonces una voz soñadora detrás de Harry en cuanto Ron se perdió en el oscuro interior del carruaje—. No te estás volviendo loco ni nada parecido. Yo también los veo.

—¿Ah, sí? —replicó Harry, desesperado, volviéndose hacia Luna y viendo reflejados en sus redondos y plateados ojos los caballos con alas de murciélago.

—Sí, claro. Yo ya los vi el primer día que vine aquí —le explicó la chica—. Siempre han tirado de los carruajes. No te preocupes, estás tan cuerdo como yo.

Luna esbozó una sonrisa y subió al mohoso carruaje detrás de Ron, y Harry la siguió sin estar muy convencido.


 


Date: 2015-12-11; view: 541


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