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Las tribulaciones de la señora Weasley 2 page

Fred y George se miraron.

—No te importará que nosotros no te besemos, ¿verdad, Ron? —dijo Fred con una voz falsamente nerviosa.

—Si quieres, podemos hacerte una reverencia —añadió George.

—Dejadme en paz —replicó Ron frunciendo el entrecejo.

—Y si no te dejamos en paz, ¿qué? —dijo Fred dibujando una maliciosa sonrisa—. ¿Vas a castigarnos?

—Me encantaría ver cómo lo intenta —se burló George.

—¡Podría hacerlo si no os andáis con cuidado! —intervino una enojada Hermione.

Fred y George rompieron a reír, y Ron murmuró:

—Déjalo ya, Hermione.

—Vamos a tener que ir con mucho cuidado, George —dijo Fred fingiendo que temblaba—, con estos dos vigilándonos...

—Sí, por lo visto se nos ha acabado lo de hacer el gamberro[124] —añadió George moviendo la cabeza.

Y con otro sonoro ¡crac!, los gemelos se desaparecieron.

—¡Vaya par! —exclamó Hermione, furiosa, mirando al techo, a través del cual oían a Fred y a George, que se reían a carcajadas en la habitación del piso de arriba—. No les hagas caso, Ron, lo que ocurre es que están celosos.

—No lo creo —dijo Ron mirando también hacia el techo—. Siempre han dicho que sólo nombran prefectos a los imbéciles... —Luego, con un tono de voz más alegre, continuó—: Pero ¡ellos nunca han tenido escobas nuevas! Me habría gustado ir con mamá y elegirla... Ella no me puede comprar una Nimbus, pero ha salido una Barredora nueva que me encantaría... Sí, creo que voy a decirle que me gustaría que me comprara una Barredora, para que lo sepa...

Salió corriendo de la habitación, y Harry y Hermione se quedaron solos.

Por algún extraño motivo, a Harry no le apetecía nada mirar a Hermione. Se volvió hacia su cama, cogió el montón de ropa limpia que la señora Weasley había dejado encima y fue hacia su baúl.

—Harry... —empezó a decir la muchacha con timidez.

—Felicidades, Hermione —dijo Harry tan efusivamente que no parecía su voz; y, todavía sin mirarla, añadió—: Es fantástico. Prefecta. Genial.

—Gracias —contestó Hermione—. Esto... Harry, ¿me prestas a Hedwig para que pueda contárselo a mis padres? Se pondrán muy contentos. Bueno, creo que entenderán lo que significa que me hayan nombrado prefecta.

—¡Sí, claro! —exclamó Harry con aquella espantosa voz efusiva que no le pertenecía—. ¡Cógela[125]!

Se inclinó sobre su baúl, puso las túnicas en el fondo y fingió que buscaba algo dentro, mientras Hermione iba hacia el armario y llamaba a Hedwig. Pasaron unos momentos; Harry oyó que se cerraba la puerta, pero siguió doblado por la cintura, escuchando; lo único que oía eran las risitas del cuadro en blanco de la pared y los eructos de la papelera[126] del rincón.



Se enderezó y giró la cabeza. Hermione se había marchado y Hedwig no estaba. Harry volvió con lentitud a su cama y se sentó en ella, clavando la vista en las patas del armario.

Había olvidado por completo que elegían a los prefectos en quinto. Había estado tan preocupado con la posibilidad de que lo expulsaran del colegio que no se había parado a considerar que las insignias debían de estar viajando hacia sus destinatarios. Pero si lo hubiera recordado..., si hubiera pensado en ello... ¿qué expectativas habría tenido?

«Ésta no, desde luego», dijo una discreta pero sincera voz en su cerebro.

Harry hizo una mueca y se tapó la cara con ambas manos. No podía engañarse a sí mismo: si hubiera sabido que una insignia de prefecto iba en camino, se habría imaginado que sería para él, no para Ron. ¿Lo convertía eso en una persona tan arrogante como Draco Malfoy? ¿Se consideraba superior a los demás? ¿De verdad creía que era mejor que Ron?

«No», dijo la voz, desafiante.

¿Era eso cierto?, se preguntó Harry, angustiado, poniendo a prueba sus sentimientos.

«Yo soy mejor en quidditch —afirmó la voz—. Pero no soy mejor en nada más.»

Era la pura verdad, pensó Harry; no era mejor que Ron en clase. Pero ¿y fuera de clase? ¿Y las aventuras que él, Ron y Hermione habían vivido juntos desde que llegaron a Hogwarts, arriesgándose muchas veces a cosas peores que la expulsión?

«Bueno, Ron y Hermione casi siempre estaban conmigo», aseguró la voz.

«Pero no siempre —discutió Harry—. Ellos no pelearon conmigo contra Quirrell. Ellos no se enfrentaron a Ryddle[127] ni al basilisco, ni se libraron de los Dementores la noche que Sirius escapó, ni estaban conmigo en el cementerio la noche que regresó Voldemort...»

Y volvió a asaltarlo aquella sensación de injusticia que había tenido la noche de su llegada a la casa.

«Es evidente que yo he hecho muchas más cosas —pensó Harry con indignación—. ¡He hecho muchas más cosas que ellos dos!»

«Pero, a lo mejor —aventuró la vocecita con imparcialidad—, Dumbledore no elige a los prefectos por haberse metido en un montón de situaciones peligrosas... Quizá los elija por otros motivos... Ron debe de tener algo que tú no tienes...»

Harry abrió los ojos y miró entre sus dedos las patas con forma de garras del armario, recordando lo que había dicho Fred: «Nadie en su sano juicio nombraría prefecto a Ron...»

Harry soltó una breve risotada. Un segundo más tarde estaba asqueado de sí mismo.

Ron no le había pedido a Dumbledore que le diera una insignia de prefecto. Ron no era culpable de nada. ¿Iba a deprimirse Harry, el mejor amigo que Ron tenía en el mundo, porque él no tenía una insignia? ¿Iba a reírse con los gemelos a espaldas de Ron, iba a estropearle la fiesta a su amigo cuando, por primera vez, lo había superado a él en algo?

Entonces Harry volvió a oír los pasos de Ron por la escalera. Se levantó, se colocó bien las gafas y sonrió cuando Ron entró dando saltos por la puerta.

—¡La he pillado[128]! —exclamó alegremente—. Dice que si puede me comprará la Barredora.

—Qué bien —dijo Harry, y sintió un gran alivio al comprobar que su voz había dejado de sonar efusiva—. Oye, Ron... Bueno, te felicito, amigo.

La sonrisa de los labios de Ron se esfumó de inmediato.

—¡Nunca pensé que fueran a dármela a mí! —aseguró, haciendo un gesto negativo con la cabeza—. ¡Estaba convencido de que te la darían a ti!

—No, yo he causado demasiados problemas —afirmó Harry, repitiendo las palabras de Fred.

—Ya. Sí, debe de ser por eso... Bueno, será mejor que hagamos el equipaje, ¿no?

Parecía mentira cómo se habían esparcido sus cosas desde que habían llegado a la casa. Les llevó casi toda la tarde recoger sus libros y sus objetos personales, que estaban desperdigados por todas partes, y meterlos en los baúles del colegio. Harry se fijó en que Ron llevaba su insignia de prefecto de un lado a otro: primero la dejó en la mesilla de noche, luego se la puso en el bolsillo de los vaqueros, y por fin la sacó y la dejó sobre sus túnicas dobladas, como si quisiera ver cómo quedaba el rojo sobre el negro. Pero cuando Fred y George entraron en la habitación y amenazaron con pegársela en la frente con un encantamiento de presencia permanente, Ron la envolvió con ternura con sus calcetines granates y la guardó bajo llave en el baúl.

La señora Weasley regresó del callejón Diagon hacia las seis, cargada de libros y con un largo paquete envuelto con papel marrón que Ron le quitó de las manos con un gemido de deseo contenido.

—No la desenvuelvas ahora; está llegando la gente para cenar y os quiero a todos abajo —dijo la señora Weasley, pero en cuanto se perdió de vista, Ron arrancó el papel en un arrebato de euforia y, extasiado, examinó centímetro a centímetro su nueva escoba.

Abajo, en el sótano, la señora Weasley había colgado una pancarta roja sobre la mesa, llena a rebosar de comida, que decía:

 

FELICIDADES

RON Y HERMIONE

NUEVOS PREFECTOS

 

Harry no la había visto de tan buen humor en todas las vacaciones.

—Me ha parecido buena idea celebrar una pequeña fiesta en lugar de servir la cena en la mesa —explicó a Harry, Ron, Hermione, Fred, George y Ginny cuando entraron en la sala—. Tu padre y Bill están en camino, Ron. Les he enviado una lechuza y están entusiasmados —añadió, radiante.

Fred puso los ojos en blanco.

Sirius, Lupin, Tonks y Kingsley Shacklebolt ya estaban allí, y Ojoloco Moody entró poco después de que Harry se sirviera una cerveza de mantequilla.

—¡Oh, Alastor, me alegro de verte! —exclamó la señora Weasley jovialmente, mientras Ojoloco se quitaba la capa de viaje haciendo un movimiento con los hombros—. Hace mucho tiempo que queríamos pedírtelo... ¿Podrías echarle un vistazo al escritorio del salón y decirnos qué hay dentro? No hemos querido abrirlo por si se trata de algo peligroso.

—No te preocupes, Molly... —El ojo de color azul eléctrico de Moody giró hacia arriba y se clavó en el techo de la cocina—. En el salón... —gruñó mientras se le contraía la pupila—. ¿Ese escritorio del rincón? ¡Ah, sí, ya lo veo! Sí, es un boggart... ¿Quieres que suba y me deshaga de él, Molly?

—No, no, ya lo haré yo más tarde —dijo la señora Weasley sin dejar de sonreír—. Ahora tómate algo. Verás, hoy hemos organizado una pequeña fiesta... —Señaló la pancarta roja—. ¡El cuarto prefecto de la familia! —añadió con orgullo, alborotándole el pelo a Ron.

—Conque prefecto... —gruñó Moody observando a Ron con su ojo normal mientras el mágico giraba y se quedaba mirando hacia la sien. Harry tuvo la desagradable sensación de que lo contemplaba a él, y fue hacia donde estaban Sirius y Lupin—. Bueno..., felicidades —dijo Moody fulminando a Ron con su ojo normal—, las figuras de autoridad siempre atraen problemas, pero supongo que Dumbledore cree que tú puedes soportar cualquier embrujo, porque si no, no te habría nombrado a ti...

Ron se asustó un poco ante aquella interpretación del asunto, pero se libró de tener que contestar gracias a la llegada de su padre y de su hermano mayor. La señora Weasley estaba de tan buen humor que ni siquiera protestó porque hubieran llevado a Mundungus con ellos; éste llevaba un largo abrigo que tenía extraños bultos en sitios donde no debía tenerlos, y declinó el ofrecimiento de quitárselo y dejarlo con la capa de viaje de Moody.

—Bueno, creo que la ocasión merece un brindis —anunció el señor Weasley cuando todos tenían ya su copa. Levantó la suya y dijo—: ¡Por Ron y por Hermione, los nuevos prefectos de Gryffindor!

Ron y Hermione sonrieron encantados mientras los demás bebían a su salud, y luego todos aplaudieron.

—Yo nunca fui prefecta —comentó alegremente Tonks, que estaba detrás de Harry, cuando todos fueron hacia la mesa para servirse. Ese día llevaba el cabello de color rojo tomate, y largo hasta la cintura; parecía la hermana mayor de Ginny— El jefe de mi casa decía que me faltaban ciertas cualidades indispensables.

—¿Como cuáles? —preguntó Ginny, que estaba sirviéndose una patata asada.

—Como la capacidad de comportarme[129] —respondió Tonks.

Ginny rió; Hermione no sabía si sonreír o no, y solucionó el dilema bebiendo un enorme trago de cerveza de mantequilla y atragantándose con él.

—¿Y tú, Sirius? —preguntó Ginny mientras le daba una palmada en la espalda a Hermione.

Sirius, que estaba junto a Harry, soltó su atronadora risa.

—A nadie se le habría ocurrido nombrarme prefecto porque me pasaba demasiado tiempo castigado con James. El bueno era Lupin, a él sí le dieron la insignia.

—Creo que Dumbledore albergaba esperanzas de que yo ejerciera cierto control sobre mis mejores amigos —terció Lupin—. Ni que decir tiene que fracasé estrepitosamente.

Harry se animó al descubrir que su padre tampoco había sido prefecto y entonces la fiesta empezó a resultar más agradable; se llenó el plato y, de pronto, todo el mundo parecía mucho más simpático.

Ron no paraba de hablar, entusiasmado, de su nueva escoba con todo el que estuviera dispuesto a escucharlo.

—... de cero a ciento diez en diez segundos. No está mal, ¿eh? Imagínate, la Cometa 290 sólo tiene una aceleración de cero a sesenta, y eso con un viento de cola apropiado, según El mundo de la escoba.

Hermione hablaba muy seriamente con Lupin de su opinión sobre los derechos de los elfos.

—Mire, es tan absurdo como la segregación de los hombres lobo, ¿no le parece? Todo proviene de esa horrible tendencia de los magos a considerarse superiores al resto de las criaturas...

La señora Weasley y Bill discutían sobre el pelo de este, como siempre.

—... se está descontrolando, y eres tan guapo... Te quedaría mucho mejor corto, ¿no crees, Harry?

—Oh... No sé... —contestó él, un tanto alarmado cuando le pidieron su opinión; se alejó de ellos y fue hacia Fred y George, que estaban apiñados en un rincón junto a Mundungus.

Éste dejó de hablar en cuanto vio a Harry, pero Fred le guiñó un ojo e hizo señas al muchacho para que se acercara.

—No pasa nada —aseguró Fred a Mundungus—. Podemos confiar en Harry; es nuestro patrocinador.

—Mira lo que nos ha traído Dung —dijo George mostrándole a Harry una mano llena de unas cosas negras que parecían vainas resecas. Emitían un ruidito vibrante pese a estar completamente quietas—. Son semillas de tentácula venenosa. Las necesitamos para los Surtidos Saltaclases, pero son una Sustancia No Comerciable de Clase C, y por eso nos ha costado un poco conseguirlas.

—¿Cuánto dices, Dung? ¿Diez galeones el lote? —preguntó Fred.

—Ya sabes los problemas que he tenido para hacerme con ellas —respondió Mundungus abriendo aún más los caídos y enrojecidos ojos—. Lo siento, muchachos, pero no puedo bajar de veinte.

—A Dung le encanta bromear —le dijo Fred a Harry.

—Sí, hasta ahora su mejor chiste fue pedirnos seis sickles por una bolsa de púas de knarl —añadió George.

—Tened cuidado —les advirtió Harry con disimulo.

—¿Qué pasa? —inquirió Fred—. ¡Ah, no te preocupes! Mamá está muy ocupada arrullando al prefecto Ron.

—Pero Moody os podría estar vigilando —señaló Harry.

Mundungus, nervioso, giró la cabeza.

—Es verdad —gruñó—. Está bien, chicos, os las dejo por diez si os las lleváis ahora mismo.

—¡Gracias, Harry! —exclamó Fred con gran alegría cuando Mundungus vació sus bolsillos en las manos de los gemelos y se escabulló hacia donde estaba la comida—. Será mejor que las subamos a la habitación...

Harry vio cómo se marchaban y se quedó un tanto preocupado. Se le acababa de ocurrir que el señor y la señora Weasley querrían saber cómo financiaban Fred y George su negocio de artículos de broma cuando por fin lo descubrieran, lo cual acabaría pasando tarde o temprano. En su momento había resultado muy sencillo entregar a los gemelos el premio en metálico del Torneo de los tres magos, pero ¿y si eso acababa provocando otra pelea familiar y una crisis parecida a la que había causado Percy? ¿Seguiría considerando la señora Weasley a Harry como un hijo si se enteraba de que él había contribuido a que Fred y George empezaran una carrera que ella consideraba inadecuada?

Se quedó plantado donde lo habían dejado los gemelos, sin otra compañía que el peso de su sentimiento de culpa en el fondo del estómago, y entonces oyó que alguien pronunciaba su nombre. La profunda voz de Kingsley Shacklebolt se oía incluso en medio de todo aquel alboroto.

—¿... por qué Dumbledore no ha nombrado prefecto a Potter? —preguntaba Kingsley.

—Debe de tener sus razones —respondió Lupin.

—Pero así le habría demostrado que confía en él. Es lo que habría hecho yo —insistió Kingsley—, sobre todo ahora que El Profeta se mete con él sin parar.

Harry no se dio la vuelta; no quería que Lupin y Kingsley supieran que los había oído. Pese a que no tenía ni pizca de hambre, siguió el ejemplo de Mundungus y se dirigió hacia la mesa. El placer que había empezado a encontrar en la fiesta se había evaporado con la misma rapidez con que había llegado; le habría gustado estar arriba, en la cama.

Ojoloco Moody olfateaba un muslo de pollo con lo que le quedaba de nariz; evidentemente, no detectó ni rastro de veneno, porque le asestó un mordisco y arrancó un buen trozo de carne.

—...el mango es de roble español, con barniz antiembrujos y control de vibración incorporado... —le decía Ron a Tonks.

La señora Weasley bostezó sin disimulo.

—Bueno, creo que voy a ocuparme de ese boggart antes de acostarme... Arthur, no quiero que los niños se vayan a dormir demasiado tarde, ¿entendido? Buenas noches, Harry, querido —añadió, y salió de la cocina.

El muchacho dejó su plato y se preguntó si sería capaz de seguirla sin llamar la atención.

—¿Estás bien, Potter? —le preguntó entonces Moody.

—Sí, muy bien —mintió él.

Moody bebió un sorbo de su petaca; su ojo azul eléctrico miraba de soslayo a Harry.

—Ven aquí, tengo una cosa que quizá te interese —dijo, sacando una vieja y destrozada fotografía mágica de un bolsillo interior de su túnica—. La Orden del Fénix original —gruñó Moody—. La encontré anoche mientras buscaba mi capa invisible de recambio, dado que Podmore no ha tenido la decencia de devolverme la que le presté, que por cierto es la buena... Pensé que a alguien le gustaría verla.

Harry cogió la fotografía. En ella había un grupo de gente que le devolvía la mirada; algunos lo saludaban con la mano y otros se levantaban las gafas.

—Ése soy yo —dijo Moody, señalándose, aunque no hacía ninguna falta. El Moody de la fotografía era inconfundible, pese a que no tenía el cabello tan gris y su nariz estaba intacta—. Y el que está a mi lado es Dumbledore; al otro lado tengo a Dedalus Diggle... Ésa es Marlene McKinnon; la asesinaron dos días después de que se tomara esta fotografía; de hecho, mataron a toda su familia. Ésos son Frank y Alice Longbottom...

El estómago de Harry, que ya estaba un poco revuelto, se encogió al ver a Alice Longbottom; su cara, redonda y simpática, le resultaba muy familiar pese a que no la conocía, porque era la viva imagen de su hijo Neville.

—... pobrecillos[130] —gruñó Moody—. Preferiría morir a que me pasara lo que les pasó a ellos... Y ésa es Emmeline Vance, ya la conoces, y ese otro es Lupin, evidentemente... Benjy Fenwick, que también se fue al otro barrio; sólo encontramos unos cuantos trozos de su cuerpo... Moveos un poco —añadió, dándole unos golpecitos a la fotografía, y los retratados se desplazaron hacia un lado para que los que quedaban tapados pudieran pasar hacia delante.

»Ese de ahí es Edgar Bones, el hermano de Amelia Bones... También se los cargaron a él y a su familia; era un gran mago... Sturgis Podmore, vaya, qué joven está... Caradoc Dearborn, que murió seis meses después; nunca encontramos su cadáver... Hagrid, por supuesto, está igual que siempre... Elphias Doge, también lo conoces, no me acordaba de que antes solía llevar ese ridículo sombrero... Gideon Prewett, hicieron falta cinco mortífagos para matarlos a él y a su hermano Fabián, que pelearon como verdaderos héroes... Moveos, moveos...

Los retratados se empujaron unos a otros y los que estaban ocultos detrás pasaron al primer plano de la imagen.

—Ése es Aberforth, el hermano de Dumbledore; sólo lo vi ese día, era un tipo extraño... Y Dorcas Meadowes, a quien Voldemort mató personalmente... Sirius, cuando todavía llevaba el pelo corto... Y... ¡ahí está, pensé que esto te interesaría!

A Harry le dio un vuelco el corazón. Su padre y su madre lo miraban sonrientes, sentados uno a cada lado de un individuo menudo y de ojos llorosos a quien Harry reconoció de inmediato: era Colagusano, el que había revelado a Voldemort el paradero de sus padres, ayudándolo así a provocar su muerte.

—¿Qué me dices? —le preguntó Moody. Harry levantó la cabeza y miró el rostro, picado y lleno de cicatrices, de Moody. Era evidente que Ojoloco tenía la impresión de que acababa de darle una alegría a Harry.

—Vaya[131] —dijo éste, y una vez más intentó sonreír—. Esto..., mire, acabo de recordar que he olvidado meter en el baúl...

Pero se libró de tener que inventar un objeto que no había metido en el baúl, porque Sirius acababa de decir: —¿Qué es eso que tienes ahí, Moody? Ojoloco se volvió hacia Sirius, y Harry cruzó la cocina, se escabulló por la puerta y subió la escalera antes de que alguien pudiera retenerlo.

No sabía por qué estaba tan conmocionado; al fin y al cabo, ya había visto otras fotografías de sus padres y había conocido a Colagusano... Pero verlos aparecer así, cuando menos se lo esperaba... Eso a nadie le gustaría, pensó con enfado...

Y además, verlos rodeados de esas otras caras sonrientes... Benjy Fenwick, al que habían encontrado hecho pedazos, y Gideon Prewett, que había muerto como un héroe, y los Longbottom, a los que habían torturado hasta la locura... Todos condenados a saludar alegremente con la mano desde la fotografía, sin saber que estaban destinados a morir... Quizá Moody lo encontrara interesante, pero a Harry le resultaba inquietante...

A continuación subió la escalera de puntillas[132] y pasó por delante de las cabezas de elfo reducidas, contento de volver a estar solo, pero cuando llegaba al primer rellano oyó ruidos. Había alguien llorando en el salón.

—¿Hola? —dijo Harry.

No obtuvo respuesta, pero los sollozos continuaron. Subió de dos en dos los escalones que faltaban, cruzó el rellano y abrió la puerta del salón.

Dentro había alguien encogido de miedo contra la oscura pared, con la varita mágica en la mano, mientras los sollozos sacudían con violencia su cuerpo. Tirado sobre la polvorienta alfombra, en medio de un rayo de luz de luna, y sin duda alguna muerto, estaba Ron.

Harry tuvo la sensación de que sus pulmones se quedaban sin aire; notó que se hundía en el suelo y el cerebro se le paralizó. Ron muerto, no, no podía ser...

«Espera un momento», pensó; no podía ser, Ron estaba abajo...

—¡Señora Weasley! —gritó Harry con voz ronca.

¡Ri-ri-riddíkulo! —sollozaba la señora Weasley, apuntando con su temblorosa varita al cuerpo de Ron.

¡Crac!

El cuerpo de Ron se transformó en el de Bill, que estaba tumbado boca arriba con los brazos y las piernas extendidos y los ojos muy abiertos e inexpresivos. La señora Weasley sollozó aún más fuerte.

¡Ri-riddíkulo! —volvió a exclamar.

¡Crac!

El cuerpo del señor Weasley sustituyó al de Bill; llevaba las gafas torcidas y un hilillo de sangre resbalaba por su cara.

—¡No! —gimió la señora Weasley—. No... ¡Riddíkulo! ¡Riddíkulo! ¡RIDDÍKULO!

¡Crac! Los gemelos muertos. ¡Crac! Percy muerto. ¡Crac! Harry muerto...

—¡Salga de aquí, señora Weasley! —gritó Harry contemplando su propio cuerpo sin vida, que yacía sobre la alfombra—. ¡Deje que alguien...!

—¿Qué está pasando aquí?

Lupin había entrado corriendo en la habitación, seguido de Sirius y luego de Moody, que estaba furioso. Lupin miró a la señora Weasley y después el cadáver de Harry echado en el suelo, y al parecer lo entendió todo en un instante. Sacó su varita mágica y dijo con voz firme y clara:

¡Riddíkulo!

El cadáver de Harry desapareció y una esfera plateada quedó suspendida en el aire sobre la alfombra. Lupin sacudió una vez más su varita y la esfera desapareció tras convertirse en una bocanada de humo.

—¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! —exclamó la señora Weasley, y rompió a llorar con desconsuelo tapándose la cara con las manos.

—Molly —dijo Lupin con tono sombrío acercándose a ella—. Molly, no... —La mujer se abrazó a Lupin y lloró a lágrima viva sobre su hombro—. Sólo era un boggart, Molly —susurró Lupin para tranquilizarla mientras le acariciaba la cabeza— Sólo era un estúpido boggart...

—¡Los veo m-m-muertos continuamente! —gimió la señora Weasley sin separarse de Lupin—. ¡C-c-continuamen-te! S-s-sueño con ellos...

Sirius se quedó mirando el trozo de alfombra en el que había estado tumbado el boggart adoptando la forma del cuerpo de Harry. Moody, por su parte, observaba al muchacho, que esquivó su mirada. Harry tenía la extraña sensación de que el ojo mágico de Moody lo había seguido desde que había salido de la cocina.

—N-n-no se lo cuentes a Arthur —gimoteaba la señora Weasley, restregándose desesperadamente los ojos con los puños de la túnica—. N-n-no quiero que sepa... lo t-t-tonta que soy... —Lupin le dio un pañuelo y la señora Weasley se sonó—. Lo siento mucho, Harry. ¿Qué vas a pensar de mí? —dijo con voz temblorosa—. Ni siquiera soy capaz de librarme de un boggart...

—No diga tonterías —contestó Harry intentando sonreír.

—Es que estoy t-t-tan preocupada... —añadió ella, y las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos—. La mitad de la f-f-familia está en la Orden; si salimos todos con vida de ésta, será un m-m-milagro... Y P-P-Percy no nos dirige la palabra... ¿Y si le p-p-pasa algo espantoso antes de que hayamos hecho las p-p-paces con él? ¿Y qué s-s-sucederá si morimos Arthur y yo, quién c-c-cuidará de Ron y Ginny?


Date: 2015-12-11; view: 538


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