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La noble y ancestral casa de los Black

«Toujours pur»

 

—¡Tú no sales aquí! —exclamó Harry tras recorrer con la mirada la parte inferior del árbol.

—Antes estaba —comentó Sirius señalando un pequeño y redondo agujero con los bordes chamuscados, que parecía una quemadura de cigarrillo—. Mi dulce y anciana madre me borró cuando me escapé de casa. A Kreacher le encanta relatar esa historia entre dientes.

—¿Te escapaste de casa?

—Cuando tenía dieciséis años —afirmó Sirius—. Estaba harto.

—¿Adonde fuiste? —preguntó Harry mirándolo fijamente.

—A casa de tu padre —contestó Sirius—. Tus abuelos se portaron muy bien conmigo; me adoptaron, por así decirlo. Sí, me instalé en casa de tu padre y pasé allí las vacaciones escolares, y cuando cumplí diecisiete años me fui a vivir solo. Mi tío Alphard me había dejado una cantidad considerable de oro; a él también deben de haberlo borrado del árbol por eso. En fin, después empecé a vivir solo. Pero siempre fui bien recibido en casa de los Potter, y solía ir allí a comer los domingos.

—Pero ¿por qué...?

—¿Por qué me marché? —Sirius compuso una amarga sonrisa y se pasó los dedos por el largo y despeinado cabello—. Porque los odiaba a todos: a mis padres, con su manía de la sangre limpia, convencidos de que ser un Black te convertía prácticamente en un miembro de la realeza... El idiota de mi hermano, que fue lo bastante estúpido para creérselo... Ése es él.

Sirius puso un dedo en la parte inferior del árbol y señaló el nombre «Regulus Black». La fecha de su muerte (unos quince años atrás) seguía a la de su nacimiento.

—Era más joven que yo —explicó Sirius—, y mucho mejor, como me recordaban mis padres cada dos por tres.

—Pero murió —dijo Harry.

—Sí. El muy imbécil... se unió a los mortífagos.

—¡No lo dirás en serio!

—¡Vaya, Harry! ¿No has visto ya suficiente de esta casa para entender a qué clase de magos pertenecía mi familia? —dijo Sirius con fastidio.

—Tus padres..., tus padres ¿también eran mortífagos?

—No, no, pero creían que Voldemort tenía razón; estaban a favor de la purificación de la raza mágica, querían deshacerse de los hijos de los muggles y que mandaran los sangre limpia. Y no eran los únicos; mucha gente, antes de que Voldemort se mostrara tal cual era en realidad, creía que él tenía razón... Aunque, cuando vieron lo que estaba dispuesto a hacer para conseguir el poder, les entró miedo y se echaron atrás. Pero supongo que, al principio, mis padres creyeron que Regulus era un verdadero héroe cuando se le unió.



—¿Lo mató un Auror? —preguntó Harry, titubeante.

—No, qué va —contestó Sirius—. Lo mató Voldemort. O mejor dicho, alguien que obedecía sus órdenes; dudo que Regulus llegara a ser lo bastante importante para que Voldemort quisiera matarlo en persona. Por lo que pude averiguar después de su muerte, al cabo de un tiempo de haberse unido a Voldemort le entró pánico al ver lo que le pedían que hiciera e intentó volverse atrás. Pero a Voldemort no le entregas tu dimisión así como así. Es toda una vida de servicio o la muerte.

—¡A comer! —anunció la señora Weasley.

Llevaba la varita en alto sosteniendo con la punta una enorme bandeja llena de sandwiches y un pastel. Estaba muy colorada y parecía muy enfadada. Todos se dirigieron hacia ella, hambrientos, pero Harry se quedó con Sirius, que se había acercado más al tapiz.

—Hacía años que no lo miraba. Aquí está Phineas Nigellus, mi tatarabuelo, ¿lo ves? El director menos admirado que jamás ha tenido Hogwarts... Y Araminta Meliflua, prima de mi madre. Intentó llevar adelante un proyecto de ley ministerial para legalizar la caza de muggles... Y la querida tía Elladora. Inició la tradición familiar de decapitar a los elfos domésticos cuando se hacían demasiado viejos para llevar las bandejas del té... Como es lógico, cada vez que la familia daba algún miembro medianamente decente, lo repudiaban. Veo que Tonks no aparece. Quizá sea por eso por lo que Kreacher no acepta sus órdenes: se supone que tiene que hacer todo lo que le ordene cualquier miembro de la familia...

—¿Tonks y tú sois parientes? —preguntó Harry con sorpresa.

—Sí, claro, su madre, Andrómeda, era mi prima favorita —le explicó Sirius mientras examinaba con minuciosidad el tapiz—. No, Andrómeda tampoco sale, mira...

Señaló otra quemadura redonda entre dos nombres, Bellatrix y Narcisa.

—Las hermanas de Andrómeda todavía están aquí porque hicieron bonitos y respetables matrimonios con hombres de sangre limpia, pero Andrómeda se casó con un hijo de muggles, Ted Tonks, así que...

Sirius fingió arremeter contra el tapiz con una varita y rió con amargura. Harry, sin embargo, no rió, pues estaba demasiado ocupado leyendo los nombres que había a la derecha del agujero de Andrómeda. Una línea doble de hilo dorado unía a Narcisa Black con Lucius Malfoy y una línea simple vertical que salía de sus nombres terminaba en «Draco».

—¡Estás emparentado con los Malfoy!

—Todas las familias de sangre limpia están relacionadas entre sí —explicó Sirius—. Si sólo permites que tus hijos e hijas se casen con gente de sangre limpia, las posibilidades son limitadas; ya no quedamos muchos. Molly y yo somos primos políticos, y Arthur es algo así como mi primo segundo. Pero no vale la pena buscarlos aquí: si hay una familia de traidores a la sangre en el mundo, se trata de los Weasley.

En ese momento Harry estaba leyendo el nombre que había a la izquierda del agujero correspondiente a Andrómeda: Bellatrix Black, que estaba conectado mediante una línea doble al del de Rodolphus Lestrange.

—Lestrange... —pronunció Harry en voz alta. Aquel nombre había despertado algún recuerdo en su memoria; le sonaba de algo, pero no sabía de qué, aunque le produjo una extraña sensación, una especie de escalofrío en el estómago.

—Están en Azkaban —dijo Sirius con aspereza. Harry lo miró con expresión de curiosidad—. Bellatrix y su marido, Rodolphus, entraron con Barty Crouch, hijo —añadió Sirius con la misma aspereza—. Rabastan, el hermano de Rodolphus, también entró con ellos.

Entonces Harry lo recordó. Había visto a Bellatrix Lestrange dentro del pensadero de Dumbledore, aquel extraño aparato en que se podían almacenar los pensamientos y los recuerdos; era una mujer alta y morena con los párpados caídos que en el juicio había proclamado que mantendría su alianza con lord Voldemort, así como lo orgullosa que se sentía por haber intentado encontrarlo después de su caída y su convicción de que algún día su lealtad se vería recompensada.

—Nunca me dijiste que era tu...

—¿Qué más da que sea mi prima? —le espetó Sirius—. Por lo que a mí respecta, ya no son familia mía. Ella, desde luego, no lo es. No la veo desde que tenía tu edad, exceptuando el día de su llegada a Azkaban. ¿Crees que estoy orgulloso de tener un pariente como ella?

—Lo siento —dijo Harry—. No quería... Es que me ha sorprendido, nada más.

—No importa, no tienes que disculparte —masculló Sirius entre dientes, y se dio la vuelta con las manos hundidas en los bolsillos—. No me hace ninguna gracia estar aquí —añadió contemplando el salón—. Nunca pensé que volvería a estar encerrado en esta casa.

Harry lo entendía a la perfección. Se imaginaba lo que sentiría cuando fuera mayor y creyera haberse librado de aquel lugar para siempre si tuviera que volver a vivir en el número cuatro de Privet Drive.

—Como cuartel general es ideal, desde luego —agregó Sirius—. Cuando mi padre vivía aquí instaló todas las medidas de seguridad mágicas conocidas. Está muy bien disimulada, de modo que los muggles nunca llamarían a la puerta; claro que, aunque no lo estuviera, tampoco querrían acercarse aquí. Y ahora que Dumbledore ha añadido sus propios sistemas de protección, te costaría mucho encontrar otra casa más segura que ésta. Dumbledore es Guardián de los Secretos de la Orden, lo cual quiere decir que nadie puede encontrar el cuartel general a menos que él le diga personalmente dónde está. Esa nota que Moody te enseñó anoche era de Dumbledore... —Sirius soltó una breve y áspera risa—. Si mis padres vieran para qué estamos utilizando su casa ahora... Bueno, puedes hacerte una idea por los gritos del retrato de mi madre... —Frunció un instante el entrecejo y luego suspiró—. No me importaría tanto si de vez en cuando pudiera salir y hacer algo útil. Le he pedido a Dumbledore que me deje escoltarte el día de la vista, tomando la forma de Hocicos, claro; así podría darte un poco de apoyo moral. ¿Qué te parece?

Harry tuvo la sensación de que el estómago se le hundía hasta la polvorienta alfombra. No había vuelto a pensar ni una sola vez en la vista desde la cena de la noche anterior; con la emoción de volver a estar rodeado de la gente que él más quería, y con tantas noticias, no había vuelto a acordarse de aquel asunto pendiente. Sin embargo, cuando Sirius mencionó la vista, volvió a invadirlo un miedo aplastante. Miró a Hermione y a los Weasley, que estaban comiéndose los sandwiches, y pensó en cómo se sentiría si ellos regresaban a Hogwarts sin él.

—No te preocupes —lo tranquilizó Sirius. Harry levantó la cabeza y comprendió que su padrino había estado observándolo—. Estoy seguro de que te absolverán. El Estatuto Internacional del Secreto contempla el uso de la magia para salvar la propia vida.

—Pero si me expulsan —dijo Harry en voz baja—, ¿me dejarás venir aquí y quedarme a vivir contigo?

Sirius esbozó una triste sonrisa.

—Ya veremos.

—Afrontaría mucho mejor la vista si supiera que, pase lo que pase, no tendré que volver con los Dursley —insistió Harry.

—Deben ser realmente odiosos para que prefieras vivir en esta casa —contestó Sirius con tono pesimista.

—Daos prisa vosotros dos, os vais a quedar sin nada —los avisó la señora Weasley.

Sirius suspiró otra vez y echó un vistazo al tapiz; luego Harry y él fueron a reunirse con los demás.

Aquella tarde Harry hizo todo lo posible para no pensar en la vista mientras vaciaban las vitrinas. Por fortuna para él, era un trabajo que requería gran concentración, pues muchos de los objetos que había allí dentro se mostraban muy reacios a abandonar sus polvorientos estantes. Sirius recibió una fuerte mordedura de una caja de rapé de plata; pasados unos segundos, la mano herida había generado una repugnante costra, como una especie de guante marrón muy duro.

—No pasa nada —dijo examinándose la mano con interés antes de darle unos golpecitos con la varita mágica para que la piel volviera a su estado normal—. Dentro debía de haber polvos verrugosos.

Metió la caja en el saco donde iban guardando lo que sacaban de las vitrinas, y poco después Harry vio cómo George se envolvía la mano con un trapo y se guardaba la caja en el bolsillo lleno de doxys.

Encontraron un instrumento de plata de aspecto espeluznante, algo parecido a unas pinzas con muchas patas; cuando Harry lo cogió, subió corriendo por su brazo, como una araña, e intentó pincharlo. Sirius lo atrapó y lo aplastó con un pesado libro titulado La nobleza de la naturaleza: una genealogía mágica. También había una caja de música que emitía una melodía tintineante y un poco siniestra cuando le dabas cuerda, y de pronto todos se sintieron débiles y soñolientos de una forma muy extraña, hasta que a Ginny se le ocurrió cerrar la tapa de un porrazo; un enorme guardapelo[87] que nadie pudo abrir; varios sellos antiguos; y, en una caja cubierta de polvo, una Orden de Merlín, Primera Clase, concedida al abuelo de Sirius por los «servicios prestados al Ministerio».

—Quiere decir que les dio mucho oro —aclaró Sirius con desprecio, y metió la medalla en el saco de basura.

Kreacher se coló en la habitación varias veces e intentó llevarse cosas en el taparrabos, murmurando terribles maldiciones cada vez que lo pillaban. Cuando Sirius le arrancó de la mano un enorme anillo de oro con el emblema de los Black, Kreacher rompió a llorar de rabia y salió de la habitación sollozando y lanzando contra Sirius unos insultos que Harry nunca había oído.

—Era de mi padre —explicó Sirius, y metió el anillo en el saco—. Kreacher no le tenía tanto aprecio a él como a mi madre, pero la semana pasada lo sorprendí robando unos pantalones suyos.

 

La señora Weasley los tuvo unos cuantos días trabajando muy duro. Tardaron tres días en descontaminar el salón. Al final los únicos trastos que quedaron fueron el tapiz del árbol genealógico de la familia Black, que resistió todos sus intentos de retirarlo de la pared, y el escritorio vibrante. Moody aún no había aparecido por el cuartel general, de modo que no podían estar seguros de qué había dentro.

Pasaron del salón a un comedor de la planta baja donde encontraron arañas, del tamaño de platos de postre, escondidas en el aparador (Ron salió precipitadamente de la habitación para hacerse una taza de té y no regresó hasta una hora y media más tarde). Sirius, sin miramientos, metió la porcelana, que llevaba el emblema y el lema de los Black, en un saco al que fueron a parar también una serie de fotografías viejas con deslustrados marcos de plata, cuyos ocupantes soltaron agudos gritos al romperse los cristales que los cubrían.

Snape se había referido a su trabajo como «limpieza», pero Harry opinaba que en realidad estaban guerreando contra la casa, que se defendía con uñas y dientes con la ayuda de Kreacher. El elfo doméstico aparecía siempre en el lugar donde se habían congregado, y sus murmullos de protesta cada vez eran más ofensivos mientras intentaba llevarse cualquier cosa que pudiera de los sacos de basura. Sirius hasta llegó a amenazarlo con darle una prenda, pero Kreacher lo miró fijamente con sus ojos vidriosos y dijo: «El amo puede hacer lo que quiera»; luego se dio la vuelta y farfulló de modo que todos pudieran oírlo: «Pero el amo no echará a Kreacher, no, porque Kreacher sabe lo que están tramando, oh, sí, están conspirando contra el Señor Tenebroso, sí, con estos sangre sucia y traidores y escoria...»

Al oír tales palabras, Sirius, sin hacer caso de las protestas de Hermione, agarró a Kreacher por la parte de atrás del taparrabos y lo sacó a la fuerza de la habitación.

El timbre de la puerta sonaba varias veces al día, y ésa era la señal para que la madre de Sirius se pusiera a gritar de nuevo, y para que Harry y los demás intentaran escuchar lo que decía el visitante, aunque podían deducir muy poco a partir de las fugaces imágenes y de los breves fragmentos de conversación que captaban, antes de que la señora Weasley los hiciera volver a sus tareas. Snape entró y salió de la casa varias veces más, aunque para gran alivio de Harry nunca se encontraron cara a cara; Harry también vio a la profesora McGonagall, de Transformaciones, que estaba muy rara con un vestido y un abrigo de muggle, y que al parecer también estaba demasiado ocupada para entretenerse mucho. A veces, sin embargo, los visitantes se quedaban para echar una mano. Tonks se quedó con ellos una tarde memorable en la que encontraron un viejo ghoul[88] de instintos asesinos escondido en un cuarto de baño del piso superior, y Lupin, que vivía en la casa con Sirius pero pasaba largos periodos fuera, realizando misteriosas misiones para la Orden, los ayudó a reparar un reloj de pie que había desarrollado la desagradable costumbre de lanzarse contra quien pasara por delante de él. Mundungus se reconcilió un poco con la señora Weasley al rescatar a Ron de unas viejas túnicas de color morado que intentaron estrangularlo cuando las sacó de su armario.

Pese a que seguía durmiendo muy mal, pues todavía soñaba con pasillos y puertas cerradas con llave que hacían que le picara la cicatriz, Harry estaba pasándoselo bien por primera vez aquel verano. Mientras estaba ocupado se sentía contento; pero una vez terminadas las tareas, y tan pronto como bajaba la guardia o, agotado, se tumbaba en la cama y se quedaba mirando las sombras borrosas que se movían por el techo, volvía a acordarse de la vista del Ministerio que se avecinaba. El miedo lo atenazaba cada vez que se preguntaba qué sería de él si lo expulsaban de Hogwarts. Esa idea era tan terrible que no se atrevía a expresarla en voz alta, ni siquiera delante de Ron y Hermione, a los que Harry veía a menudo susurrando y mirándolo disimuladamente con expresión de tristeza, aunque seguían su ejemplo y no mencionaban aquel tema. A veces no podía impedir que su imaginación le hiciera ver a un funcionario sin rostro del Ministerio partiendo su varita mágica por la mitad y ordenándole que regresara a casa de los Dursley... Pero Harry no pensaba volver allí. Estaba decidido. Regresaría a Grimmauld Place y viviría con Sirius.

El miércoles por la noche, durante la cena, notó como si un ladrillo hubiera caído dentro de su estómago cuando la señora Weasley se volvió hacia él y, con voz queda, dijo:

—Te he planchado tu mejor ropa para mañana por la mañana, Harry, y quiero que esta noche te laves el pelo. Una buena primera impresión puede hacer maravillas.

Ron, Hermione, Fred, George y Ginny dejaron de hablar y miraron a Harry. Éste asintió con la cabeza e intentó seguir comiéndose la chuleta, pero se le había quedado la boca tan seca que no podía masticar.

—¿Cómo voy a ir hasta allí? —le preguntó a la señora Weasley intentando adoptar un tono despreocupado.

—Te llevará Arthur cuando vaya a trabajar —contestó ella con dulzura.

El señor Weasley, que estaba sentado al otro lado de la mesa, sonrió para animar a Harry.

Éste miró a Sirius, pero antes de que pudiera formular la pregunta, la señora Weasley ya la había respondido.

—El profesor Dumbledore no cree que sea buena idea que Sirius vaya contigo, y he de decir que yo...

—... opino que tiene mucha razón —continuó Sirius entre dientes.

La señora Weasley frunció los labios.

—¿Cuándo te ha dicho Dumbledore eso? —preguntó Harry mirando a Sirius.

—Vino anoche, cuando tú estabas acostado —terció el señor Weasley.

Sirius, malhumorado, clavó el tenedor en una patata. Harry bajó la vista y la fijó en su plato. Saber que Dumbledore había estado en aquella casa la víspera de su vista y no había ido a verlo hizo que se sintiera aún peor, si eso era posible.



Date: 2015-12-11; view: 477


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