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Capítulo 28: El Vuelo del Príncipe

Harry se sintió como si cayera en el vacío; no había ocurrido… No podía haber ocurrido…

–¡Fuera de aquí, rápido!– dijo Snape.

Agarró a Malfoy por el pescuezo y lo empujó a través de la puerta, más allá del descansillo; Greyback y los achaparrados hermanos que jadeaban excitados fueron tras ellos. Cuando se desvanecieron atravesando la puerta, Harry notó que podía moverse de nuevo. En ese momento, lo que le mantenía paralizado contra la pared no era magia, sino horror y conmoción. Echó a un lado la Capa de Invisibilidad mientras el mortífago de rostro brutal, el último en abandonar la cima de la torre, desaparecía a través de la puerta.

–¡Petrificus Totalus!

El mortífago se dobló cuando le alcanzó la espalda y cayó al suelo, rígido como una figura de cera. Apenas había tocado el suelo cuando Harry gateó sobre él para bajar corriendo las oscuras escaleras.

El corazón de Harry se desgarraba de terror... Debía llegar hasta Dumbledore y atrapar a Snape. De alguna forma, las dos cosas estaban relacionadas… Podía deshacer lo ocurrido si conseguía tenerlos juntos… Dumbledore no podía estar muerto…

Saltó los últimos diez escalones de la escalera de caracol, deteniéndosé donde aterrizó, con la varita alzada. El pasillo, débilmente iluminado, estaba lleno de polvo; la mitad del techo parecía haberse derrumbado y el fragor de una batalla se oía delante de él, cada vez más cerca, pero incluso mientras intentaba descubrir quién luchaba con quién, podía oír la odiosa voz, que en ese momento gritaba

–¡Se acabó, hora de largarse!–

Vio a Snape desaparecer tras la esquina del extremo más alejado del pasillo, parecía que Malfoy y él se habían abierto paso a través de la lucha, ilesos. Cuando Harry se abalanzaba sobre ellos, uno de los luchadores se separó de la pelea y se arrojó sobre él: era el hombre lobo, Fenrir. Harry lo tuvo encima antes de poder levantar la varita y cayó hacia atrás, su cara llena de pelo enmarañado y sucio, con el hedor de sudor y sangre impregnando en nariz y boca, sintiendo en su garganta un aliento cálido y anhelante…

–¡Petrificus Totalus!

Harry sintió a Fenrir desmayarse contra él, con gran esfuerzo empujó al hombre lobo a un lado mientras un chorro de luz verde se le acercaba volando. Se agachó y corrió de cabeza hacia la lucha. Su pie se topó con algo aplastado y resbaladizo que había en el suelo y trastabilló. Había dos cuerpos allí tirados, tumbados boca abajo en un charco de sangre, pero no tenía tiempo para investigar. Harry vio justo ante él una cabellera rojiza flotando como una llama: Ginny combatía con el nudoso mortífago, Amycus que le arrojaba un maleficio tras otro mientras ella los esquivaba. Amycus soltaba risitas tontas disfrutando de la diversión.



–¡Crucio! ¡Crucio! No podrás bailar eternamente, bonita

–¡Impedimenta!– vociferó Harry.

Su maldición alcanzó a Amycus en el pecho que soltó un chillido porcino de dolor. Sus pies se separaron del suelo, se estampó contra la pared opuesta y cayó deslizándose tras Ron, la Profesora McGonagall y Lupin, cada uno de ellos luchando con un mortífago. Tras ellos, Harry vio a Tonks luchando con un enorme mago rubio que lanzaba maleficios en todas direcciones. Rebotaron en las paredes que los rodeaban, rompiendo piedra y haciendo añicos la ventana más cercana.

–¿De dónde has venido Harry?– gimió Ginny… pero no tenía tiempo para contestar. Agachó la cabeza y echó a correr hacia delante esquivando por poco una explosión que estalló justo encima y cubrió a todos con trocitos de pared. ‘Snape no puede escapar, debo ajustar cuentas con él…’.

–¡Ahí va eso!– aulló la Profesora McGonagall y Harry pudo ver de reojo a la mortífaga, Alecto corriendo por el pasillo con sus brazos sobre la cabeza, con su hermano justo al lado. Se abalanzó tras ellos pero su pie se tropezó con algo y cayó sobre unas piernas. Al mirar a su alrededor vio el rostro pálido y redondo de Neville contra el suelo.

–Neville, ¿estás…?

–Estoy bien– musitó Neville que se apretaba el vientre. –Harry… Snape y Malfoy… acaban de pasar corriendo…

–¡Lo sé, ya me ocupo!– dijo Harry enviando una maldición desde el suelo hacia el enorme mortífago rubio que estaba causando la mayor parte del caos. El hombre aulló de dolor cuando el hechizo le golpeó el rostro. Se giró en redondo tambaleándose y entonces escapó a toda velocidad tras los hermanos. Harry se levantó con algo de esfuerzo y comenzó a correr por el pasillo, ignorando los estallidos que se oían tras él, los gritos que le pedían que volviera y la llamada muda de las figuras del suelo cuyo destino desconocía todavía…

Patinó al girar la esquina, con las zapatillas deportivas resbaladizas por la sangre; Snape le llevaba mucha ventaja. ¿Era posible que hubiera entrado ya en la Habitación de los Deseos o la Orden había tomado medidas para mantenerla segura para evitar que los mortífagos se retiraran por ese camino? No podía oír nada excepto sus pisadas y el latir de su corazón mientras corría por el siguiente pasillo vacío. En ese momento encontró una pisada marchada con sangre, que demostraba que al menos uno de los velocísimos mortífagos se dirigía hacia las puertas principales… quizá la Habitación de los Deseos estaba bloqueada.

Se resbaló al girar otra esquina y un maleficio voló hacia él, saltó tras una armadura que explotó. Vio a los hermanos bajando las escaleras de mármol a toda velocidad y les envió varias maldiciones. Sin embargo sólo alcanzaron a varias brujas con peluca que estaban en un cuadro campestre y que escaparon a toda prisa hacia las pinturas vecinas. Al dejar el refugio de la armadura, Harry pudo oír más gritos y gemidos, otras personas del castillo parecían haberse despertado…

Decidió tomar un atajo esperando superar a los hermanos y acercarse a Snape y Malfoy, que seguramente ya estaban en los jardines. Recordó saltar el escalón que desaparecía se lanzó a través de un tapete en el fondo y salió a un corredor donde estaban algunos alterados Hufflepuffs vestidos en pijama.

–¡Harry! Oímos un ruido, y alguien mencionó la Marca Oscura...– comenzó Ernie Macmillan.

–¡Déjenme pasar!– aulló Harry golpeando a dos chicos al apartarlos mientras descendía corriendo hacia el rellano hasta el final de la escalera de mármol. Las puertas principales de roble parecían haber sido abiertas con una explosión. Había manchas de sangre sobre las baldosas y varios estudiantes aterrorizados amontonados contra las paredes, uno o dos aún protegiéndose las caras con los brazos. El enorme Reloj de Arena de Gryffindor había sido alcanzado por un maleficio y todavía estaba perdiendo rubíes que caían en las losas con un golpeteo suave.

Harry voló a través del recibidor de la entrada hacia los campos oscuros del exterior. Podía distinguir tres figuras corriendo a través del césped, buscando las puertas, más allá de las cuales podrían desaparecerse... Por su aspecto, eran el enorme mortífago rubio y algo más lejos Snape y Malfoy...

El frío aire desgarraba los pulmones de Harry cuando se precipitó tras ellos, vió un destello de luz en la distancia que le permitió momentáneamente, ver las siluetas de sus presas. No sabía a qué se debía, pero continuó la carrera, aún demasiado lejos para acertarles con una maldición...

Otro destello, gritos, vengativos chorros de luz... y Harry comprendió qué ocurría: Hagrid había salido de su cabaña y estaba intentando impedir la fuga de los mortífagos. Aunque cada inhalación parecía desgarrar sus pulmones y la punzada de su pecho ardía como fuego, Harry aceleró mientras no dejaba de oír una voz en su cabeza que decía ‘A Hagrid no... Que también le ocurra a Hagrid no...’

Algo alcanzó con fuerza la zona central de la espalda de Harry y cayó hacia delante con la cara estampada contra el suelo y sangre saliendo de ambos orificios nasales. Supo, incluso mientras rodaba sobre sí mismo, con la varita lista que los hermanos que había adelantado gracias al atajo estaban tras él muy cerca...

–¡Impedimenta!– vociferó mientras rodaba de nuevo acurrucándose en el suelo oscuro. Milagrosamente su maleficio golpeó a uno, que se tambaleó y cayó desequilibrando al otro. Harry se impulsó con los pies y corrió tras Snape.

Ahora podía ver la enorme silueta de Hagrid iluminada por la luz de la luna creciente, que apareció de repente desde detrás de las nubes. El mortífago rubio lanzaba una maldición tras otra al guardabosques, pero la inmensa fuerza de Hagrid y la piel dura que había heredado de su madre giganta parecían estar protegiéndole. De todas formas, Snape y Malfoy todavía corrían, pronto estarían más allá de las puertas donde podrían desaparecerse.

Harry se abrió paso hasta más allá de Hagrid y de su adversario, apuntó a la espalda de Snape y gritó –¡Desmaius!–. Falló, el chorro de luz roja flotó por encíma de la cabeza de Snape.

Snape gritó –¡Corre, Draco!– y se volvió. A veinte metros de distancia, Harry y él se miraron el uno al otro antes de alzar simultáneamente las varitas.

–¡Cruc...!

Pero Snape detuvo el maleficio tirando a Harry de espaldas antes de que pudiera completarla. Harry rodó sobre sí mismo y se revolvió, levantándose de nuevo mientras el enorme mortífago a sus espaldas vociferaba –¡Incendio!–. Harry oyó una explosión y una danzarina luz naranja se derramó sobre ellos, la casa de Hagrid estaba en llamas.

–¡Fang está ahí dentro malvado!– rugió Hagrid.

–¡Cruc...!–. gritó Harry por segunda vez, apuntando a la figura que se veía ante él, iluminada por la bailarina claridad de las llamas, pero Snape bloqueó de nuevo el hechizo. Harry podía verlo burlándose.

–¡Maldiciones Imperdonables de ti no Potter!– vociferó más fuerte que el rugir de las llamas, de los aullidos de Hagrid y de los gemidos salvajes del atrapado Fang. –No tienes el temperamento ni la habilidad.

–¡Incarc...!– bramó Harry pero Snape desvió el hechizo con un toque de su varita desganadamente. –¡Pelea conmigo!– le chilló Harry. –¡Pelea conmigo, cobarde...!

–¿Me has llamado cobarde, Potter?– aulló Snape. –Tu padre jamás me atacaba a menos que fueran cuatro contra uno... Me pregunto cómo deberías llamarle..

–¡Desma...!

–¡Te bloquearé una y otra vez hasta que aprendas a callarte y a cerrar la mente Potter!– dijo despreciativamente Snape desviando el maleficio una vez más. –¡Ven ahora mismo!–gritó al enorme mortífago que estaba tras Harry. –Debemos irnos, antes de que el Ministerio aparezca

–¡Impedi...! –Pero antes de poder terminar su maldición, un dolor atroz alcanzó a Harry. Se dobló sobre la hierba. Oyó que alguien vociferaba, sintió que iba a morir de agonía, pensó que seguramente Snape le torturaría hasta la muerte o la locura...

–¡No!– rugió la voz de Snape y el dolor cesó tan súbitamente como había empezado. Harry estaba en el suelo, encogido, agarrando su varita y temblando. En algún sitio, sobre él, Snape gritaba –¿Has olvidado nuestras órdenes? Potter pertenece al Señor Oscuro. Debemos dejárselo a él. ¡Vamos! ¡Vamos!.

Y Harry sintió el suelo estremecerse bajo su cara, mientras los hermanos y el enorme mortífago obedecían corriendo hacia las puertas. Harry pronunció un inarticulado gemido de furia. En ese instante, le daba lo mismo vivir o morir. Se alzó de nuevo hacia Snape, el hombre a quien ahora odiaba tanto como al mismo Voldemort.

–¡Sectum...!

Snape agitó su varita y repelió de nuevo el maleficio, pero Harry estaba ahora a sólo unos pasos y pudo ver claramente, por fin, la cara de Snape. Ya no estaba despreciativo o burlón, las ardientes llamas mostraban un rostro lleno de furia. Reuniendo todos sus poderes de concentración, Harry pensó –¡Levi...!

–¡No Potter!– gritó Snape. Se oyó una explosión muy fuerte y Harry fue arrojado sobre sus espaldas, golpeándose muy fuerte contra el suelo, una vez más y perdiendo además la varita. Podía oír las voces de Hagrid y los aullidos de Fang mientras Snape se le acercaba. Lo miró desde arriba, mientras estaba tumbado, sin varita e indefenso, como había estado Dumbledore. El rostro pálido de Snape iluminado por la ardiente cabaña estaba asfixiado de odio, igual que antes de maldecir a Dumbledore.

–¿Te atreves a utilizar mis propios hechizos en mi contra Potter? Los inventé yo... ¡Yo, el Príncipe Mestizo! ¿Y utilizarás mis invenciones contra mí como hizo tu asqueroso padre, verdad? No lo creo.... ¡No!

Harry había saltado hacia su varita. Snape lanzó un maleficio contra ella y la hizo volar varios metros hacia la oscuridad y fuera de su vista.

–¡Mátame entonces!– jadeó Harry, que no sintió miedo ante la idea, sólo furia y desdén. –¡Mátame como lo mataste a él cobarde!

–¡NO...– gritó Snape con su rostro súbitamente demencial, inhumano, como si sufriera tanto como el gimoteante y aullante perro atrapado en la casa incendiada a sus espaldas –...ME LLAMES COBARDE!

Y acuchilló el aire. Harry sintió que algo blanco y cálido, semejante a un látigo le golpeaba en la cara y fue derribado hacia atrás. Manchas de luz brillaron ante sus ojos y por un momento fue como si hubiera perdido todo el aliento de su cuerpo. En ese momento oyó un batir de alas sobre él y algo enorme oscureció las estrellas. Buckbeack volaba hacia Snape que se tambaleó hacia atrás cuando las garras rapaces y afiladas se clavaron en él. Mientras Harry se incorporaba hasta sentarse, aún confuso por el último golpe de su cabeza contra el suelo vio a Snape correr tan rápido como era capaz y a la enorme bestia que chillaba como Harry jamás le había oído chillar aleteando tras él.

Harry se inclinó hasta el suelo buscando su varita aún atontado, deseando poder continuar la caza, pero incluso mientras sus dedos rebuscaban en la hierba, descartando ramitas, ya sabía que era demasiado tarde. Cuando consiguió localizar su varita, estaba seguro de ello. Se volvió y sólo fue capaz de ver al hipogrifo que volaba en círculo alrededor de las puertas. Snape había conseguido desaparecerse justo más allá de los límites de la escuela.

–Hagrid– musitó Harry todavía aturdido, mirando a su alrededor. –¿HAGRID?

Se tambaleó hacia la casa en llamas y entonces una enorme figura emergió del fuego llevando a Fang sobre su espalda. Con un sollozo de agradecimiento Harry cayó de rodillas. Todo su cuerpo temblaba, cada centímetro padecía y respiraba entrecortadamente y lleno de dolor.

–¿Estás bien, Harry? ¿Estás bien? Háblame, Harry...

–La cara ancha y peluda de Hagrid se movía sobre Harry ocultando las estrellas. Harry podía oler madera quemada y pelo de perro. Extendió una mano y sintió el cuerpo de Fang, reconfortantemente cálido y vivo, estremeciéndose a su lado.

–Estoy bien.– jadeó Harry, –¿Y tú?

–Por supuesto. Se necesita más para acabar conmigo.

Hagrid puso sus manos bajo los brazos de Harry y le incorporó con tal fuerza que los pies de Harry perdieron momentáneamente el contacto con el suelo, antes de que Hagrid lo posara de nuevo. Podía ver un hilillo de sangre que se deslizaba por la mejilla de Hagrid, surgía de un corte profundo que tenía bajo un ojo que se estaba hinchando rápidamente.

–Deberíamos lanzar a tu casa– dijo Harry –el hechizo ‘Aguamenti’.

–Sabía que era algo así– murmuró Hagrid, alzando un paraguas rosa, floreado y amenazador y dijo ‘Aguamenti’.

Un chorro de agua voló desde la punta del paraguas. Harry levantó el brazo de la varita, que pesaba como el plomo y murmuró también ‘Aguamenti’. Juntos, Hagrid y él vertieron agua sobre la casa hasta que se extinguió la última llama.

–No está tan mal.– dijo Hagrid, lleno de esperanza, unos minutos después, mirando las humeantes ruinas. –Nada que Dumbledore sea incapaz de arreglar.

Harry sintió un quemante dolor en el vientre al oír el nombre. Rodeado de silencio y quietud, sintió la angustia creciente en su interior.

–Hagrid...

–Estaba vendando las patas de un par de bowtruckles cuando les oí acercarse– dijo Hagrid tristemente, aún mirando su ruinosa cabaña. Se chamuscaron completamente, pobres bichitos...

–Hagrid...

–Pero, ¿qué ocurrió Harry? Sólo pude ver mortífagos que salían corriendo del castillo, pero ¿qué demonios hacía Snape yendo con ellos? ¿Dónde ha ido, les perseguía?

–Él ha...–. Harry aclaró su garganta, estaba reseca del pánico y el humo. –Hagrid, Snape ha asesinado a...

–¿Asesinado?– gritó Hagrid mirando directamente a Harry. –¿Que Snape ha matado a alguien? ¿Qué dices, Harry?

–A Dumbledore– dijo Harry. –Snape ha asesinado... a Dumbledore.

–¿Qué... qué dices que ha pasado con Dumbledore, Harry?

–Está muerto. Lo ha matado Snape.

–No digas eso– dijo Hagrid ásperamente. –¡Snape asesinar a Dumbledore...! No digas estupideces Harry. ¿Por qué dices eso?

–He visto cómo ocurría...

–Es imposible.

–Lo he visto, Hagrid.

Hagrid meneó la cabeza, su expresión era incrédula pero cariñosa y Harry supo que Hagrid pensaba había recibido un golpe en su cabeza que lo había confundido o que quizá eran los efectos de un maleficio...

–Lo que seguramente ha ocurrido es que Dumbledore dijo a Snape que se fuera con los mortífagos– dijo Hagrid lleno de confianza. –Supongo que tiene que mantener su camuflaje. Venga, regresemos a la escuela. Vámos, Harry.

Harry ni siquiera intentó discutir o explicarse. Aún temblaba incontroladamente. Hagrid se daría cuenta pronto, demasiado pronto... Mientras volvían hacia el castillo, Hagrid vio que muchas ventanas estaban ahora encendidas. Podía imaginar claramente las escenas del interior, con gente moviéndose de una habitación a otra, diciéndose que habían entrado mortífagos, que la Marca brillaba sobre Hogwarts, que seguro alguien había sido asesinado...

Las puertas de roble de la entrada estaban aún abiertas frente a ellos. Había luz que salía hacia el camino y el césped. Lenta y dubitativamente, gente en ropa de dormir bajaba arrastrándose por las escaleras, buscando por todas partes algún signo de los mortífagos que habían volado hacia la noche. De cualquier forma, los ojos de Harry estaban fijos en el suelo que estaba a los pies de la torre más alta. Imaginó que podía ver una masa negra y amontonada en la hierba de esa zona, aunque realmente estaba demasiado lejos para ver nada. Incluso mientras miraba fíja y silenciosamente el punto donde calculaba que estaba el cuerpo de Dumbledore, vio gente que empezaba a moverse hacia allí.

–¿Qué están mirando todos esos?– dijo Hagrid, mientras Harry y él se acercaban a la fachada del castillo, con Fang tan estrechamente pegado a sus tobillos como era posible. –¿Qué hay tirado en la hierba?– añadió Hagrid con voz aguda, dirigiéndose ahora hacia los pies de la Torre de Astronomía, donde se estaba juntando una pequeña multitud. –¿Ves lo que te digo, Harry? Bajo la Marca... Caramba... ¿no creerás que alguien ha caído...?

Hagrid se calló, como si el pensamiento fuera demasiado horrible como para decirlo en voz alta. Harry caminó a su lado, mientras sentía múltiples dolores y molestias en su cara y sus piernas, donde las muchas maldiciones de la última media hora le habían alcanzado, aunque los percibía de una forma extrañamente despegada, como si fuera otra persona cercana quien sufría. Lo que sí era real, de lo que no podía escapar, era del horrible peso que sentía en su pecho...

Harry y él se movieron como en un sueño, hacia la susurrante multitud que había ante ellos, donde los atontados estudiantes y profesores habían dejado un hueco.

Harry oyó el gemido dolorido y conmocionado de Hagrid, pero no se detuvo, se adelantó despacio hasta que alcanzó el lugar donde estaba tendido Dumbledore y se agachó a su lado. Sabía que no había esperanza desde el momento en que la Maldición Petrificus Totalis que Dumbledore había echado sobre sí mismo se desvaneció, sabiendo que eso sólo ocurría cuando el mago que la había lanzado moría, pero de todas formas no había forma de sentirse preparado para verle allí, con el cuerpo extendido como las alas de un águila, roto… el mago más grande que Harry había conocido o que jamás conocería.

Los ojos de Dumbledore estaban cerrados pero excepto por el extraño ángulo que formaban sus brazos y piernas, podría haber estado dormido. Harry alargó la mano hacia él enderezando los anteojos con forma de media luna sobre la nariz torcida y limpió una salpicadura de sangre de la boca con su propia manga. Entonces miró más fijamente al anciano y sabio rostro e intentó absorber la enorme e incomprensible verdad: que Dumbledore nunca volvería a hablarle, que nunca más podría ayudar…

La multitud murmuraba tras de Harry. Después de lo que pareció una eternidad, se dio cuenta de que estaba de rodillas sobre algo duro y miró abajo.

El medallón que habían intentado robar tantas horas antes había caído del bolsillo de Dumbledore. Estaba abierto quizá debido a la fuerza con que había golpeado el suelo. Y aunque no se sentía capaz de sentir más horror, conmoción o tristeza de la que ya sentía, Harry supo cuando lo recogió, que algo estaba mal…

Giró el medallón en sus manos. No tan grande como el que recordaba haber visto en el Pensadero, no tenía marcas, ni tampoco se veía rastro de la adornada S que se suponía que era el signo de los Slytherin. Además, tampoco había nada dentro excepto un pedacito de pergamino doblado encajado firmemente en el lugar donde debería haber estado un retrato.

Automáticamente, sin ser realmente consciente de lo que hacía, Harry tiró del pedazo de pergamino, lo abrió y lo leyó a la luz de las muchas varitas encendidas que tenía detrás.

Al Señor Oscuro.

Sé que llevaré mucho tiempo muerto cuando leas esto, pero quiero que sepas que fui yo quien descubrió tu secreto. He robado el auténtico Horcrux e intentaré destruirlo lo antes posible.

Me enfrento a la muerte con la esperanza de que cuando te planten cara serás mortal una vez más.

R. A. B.

Harry no supo qué significaba el mensaje, pero le dio igual. Sólo una cosa tenía importancia: que éste no era un Horcrux. Dumbledore se había debilitado a sí mismo al beber esa terrible poción por nada. Harry estrujó el pergamino en su mano y sus ojos ardieron con lágrimas mientras, tras él, Fang comenzó a aullar.

 


Date: 2015-12-11; view: 423


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