Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






La locura del señor Crouch 7 page

Harry siguió adelante, usando el encantamiento brúju­la para asegurarse de que caminaba en la dirección correc­ta. Ahora el reto estaba entre él y Cedric. El deseo de llegar el primero a la Copa era en aquel momento más intenso que nunca, pero apenas podía concebir lo que acababa de ver hacer a Krum. El uso de una maldición imperdonable contra un ser humano se castigaba con cadena perpetua en Azkaban: eso era lo que les había dicho Moody. No era posi­ble que Krum deseara la Copa de los tres magos hasta aquel punto... Empezó a caminar más aprisa.

De vez en cuando llegaba a otro callejón sin salida, pero la creciente oscuridad era una señal inequívoca de que se iba acercando al centro del laberinto. Entonces, caminando a zancadas por un camino recto y largo, volvió a percibir que algo se movía, y el haz de luz de la varita ilu­minó a una criatura extraordinaria, un espécimen al que sólo había visto en una ilustración de El monstruoso libro de los monstruos.

Era una esfinge: tenía el cuerpo de un enorme león, con grandes zarpas y una cola larga, amarillenta, que termina­ba en un mechón castaño. La cabeza, sin embargo, era de mujer. Volvió a Harry sus grandes ojos almendrados cuan­do él se acercó. Harry levantó la varita, dudando. No pare­cía dispuesta a atacarlo, sino que paseaba de un lado a otro del camino, cerrándole el paso.

Entonces habló con una voz ronca y profunda:

—Estás muy cerca de la meta. El camino más rápido es por aquí.

—Eh... entonces, ¿me dejará pasar, por favor? —le pre­guntó Harry, suponiendo cuál iba a ser la respuesta.

—No —respondió, continuando su paseo—. No a menos que descifres mi enigma. Si aciertas a la primera, te dejaré pasar. Si te equivocas, te atacaré. Si te quedas callado, te dejaré marchar sin hacerte ningún daño.

Se le hizo un nudo en la garganta. Era a Hermione a quien se le daban bien aquellas cosas, no a él. Sopesó sus probabilidades: si el enigma era demasiado difícil, podía quedarse callado y marcharse incólume para intentar en­contrar otra ruta alternativa hacia la copa.

—Vale —dijo—. ¿Puedo oír el enigma?

La esfinge se sentó sobre sus patas traseras, en el cen­tro mismo del camino, y recitó:

 

Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas,

pero eso sólo ocurrirá si no lo captas.

Y no es fácil la respuesta de esta adivinanza,

porque está lejana, en tierras de bonanza,

donde empieza la región de las montañas de arena

y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.

Y ahora contesta, tú, que has venido a jugar:

¿a qué animal no te gustaría besar?



Harry la miró con la boca abierta.

—¿Podría decírmelo otra vez... mas despacio? —pidió. Ella parpadeó, sonrió y repitió el enigma.

—¿Todas las pistas conducen a un animal que no me gustaría besar? —preguntó Harry.

Ella se limitó a esbozar su misteriosa sonrisa. Harry tomó aquel gesto por un «sí». Empezó a darle vueltas al acertijo en la cabeza. Había muchos animales a los que no le gustaría besar: de inmediato pensó en un escreguto de cola explosiva, pero intuyó que no era aquélla la respuesta. Ten­dría que intentar descifrar las pistas...

—«Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas» —murmuró Harry, mirándola.

«Puede desgarrarme si me come, pero me desgarraría con los colmillos, no con las zarpas —pensó—. Mejor dejo esta parte para luego...»

—¿Podría repetirme lo que sigue, si es tan amable?

Ella repitió los versos siguientes.

«La respuesta está donde empieza la región de las mon­tañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.» El país de los toros, la sangre, el mar y la verbe­na podría ser España, y la región de las montañas de arena podría ser Marruecos, el Magreb, Arabia. Donde acaba Espa­ña y empieza Marruecos podría ser el estrecho de Gibraltar, pero no puedo ir ahora tan lejos en busca de la respuesta. Claro que Marruecos y Magreb empiezan por «ma», Arabia lo hace por «ara», y España acaba en «ña». Y si me lo hace, si se da maña, no, si me araña... ¿qué animal no me gustaría besar?»

—¡La araña!

La esfinge pronunció más su sonrisa. Se levantó, ex­tendió sus patas delanteras y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—¡Gracias! —dijo Harry y, sorprendido de su propia in­teligencia, echó a correr.

Ya tenía que estar más cerca, tenía que estarlo... la va­rita le indicaba que iba bien encaminado. Si no encontraba nada demasiado horrible, podría...

Llegó a una bifurcación de caminos.

—¡Oriéntame! —le susurró a la varita, que giró y se paró apuntando al camino de la derecha. Giró corriendo por él, y vio luz delante.

La Copa de los tres magos brillaba sobre un pedestal a menos de cien metros de distancia. Harry acababa de echar a correr cuando una mancha oscura salió al camino, co­rriendo como una bala por delante de él.

Cedric iba a llegar primero. Corría hacia la copa tan rá­pido como podía, y Harry sabía que nunca podría alcanzarlo, porque Cedric era mucho más alto y tenía las piernas más largas...

Entonces Harry vio algo inmenso que asomaba por en­cima de un seto que había a su izquierda y que se movía ve­lozmente por un camino que cruzaba el suyo. Iba tan rápido que Cedric estaba a punto de chocar contra aquello, y, con los ojos fijos en la copa, no lo había visto...

—¡Cedric! —gritó Harry—. ¡A tu izquierda!

Cedric miró justo a tiempo de esquivar la cosa y evitar chocar con ella, pero, en su apresuramiento, tropezó. La va­rita se le cayó de la mano, mientras la araña gigante entra­ba en el camino y se abalanzaba sobre él.

¡Desmaius! —volvió a gritar Harry.

El encantamiento dio de lleno en el gigantesco cuerpo, negro y peludo, pero fue como si le hubiera tirado una pie­dra: el bicho dio una sacudida, se balanceó un momento y luego corrió hacia Harry, en lugar de hacerlo hacia Cedric.

¡Desmaius! ¡Impedimenta! ¡Desmaius!

Pero no servía de nada: la araña era tan grande, o tan mágica, que los encantamientos no hacían más que provo­caría. Antes de que estuviera sobre él, Harry sólo vio la ima­gen horrible de ocho patas negras brillantes y de pinzas afiladas como cuchillas.

Lo levantó en el aire con sus patas delanteras. Force­jeando como loco, Harry intentaba darle patadas: su pierna pegó en las pinzas del animal, y sintió de inmediato un do­lor insoportable. Oyó que Cedric también gritaba «¡Des­maius!», pero sin más éxito que él. Cuando la araña volvió a abrir las pinzas, Harry levantó la varita y gritó:

¡Expelliarmus!

Funcionó: el encantamiento de desarme hizo que el bi­cho lo soltara, pero eso supuso una caída de casi cuatro me­tros de altura sobre la pierna herida, que se aplastó bajo su peso. Sin detenerse a pensar, apuntó hacia arriba, a la pan­za de la araña, tal como había hecho con el escreguto, y gritó «¡Desmaius!» al mismo tiempo que Cedric.

Combinados, los dos encantamientos lograron lo que uno solo no podía: el animal se desplomó de lado, sobre un seto, y quedó obstruyendo el camino con una maraña de pa­tas peludas.

—¡Harry! —oyó gritar a Cedric—. ¿Estás bien? ¿Cayó sobre ti?

—¡No! —respondió Harry, jadeando.

Se miró la pierna: sangraba mucho; tenía la túnica manchada con una secreción viscosa de las pinzas. Trató de levantarse, pero la pierna le temblaba y se negaba a sopor­tar el peso de su cuerpo. Se apoyó en el seto, falto de aire, y miró a su alrededor.

Cedric estaba a muy poca distancia de la Copa de los tres magos, que brillaba tras él.

—Cógela —le dijo Harry sin aliento—. Vamos, cógela. Ya has llegado.

Pero Cedric no se movió. Se quedó allí, mirando a Harry. Luego se volvió para observarla. Harry vio la expresión de anhelo en su rostro, iluminado por el resplandor dorado de la Copa. Cedric volvió a mirar a Harry, que se agarraba ahora al seto para sostenerse en pie.

Cedric respiró hondo y dijo:

—Cógela tú. Tú mereces ganar: me has salvado la vida dos veces.

—No es así el Torneo —replicó Harry.

Estaba irritado: la pierna le dolía muchísimo, y tenía todo el cuerpo magullado por sus forcejeos con la araña; pero, después de todos sus esfuerzos, Cedric había llegado antes, igual que había llegado antes a pedirle a Cho que fue­ra su pareja de baile.

—El primero que llega a la Copa gana. Y el primero has sido tú. Te lo estoy diciendo: yo no puedo ganar ninguna competición con esta pierna.

Cedric se acercó un poco más a la araña desmayada, alejándose de la Copa y negando con la cabeza.

—No —dijo.

—¡Deja de hacer alardes de nobleza! —exclamó Harry irritado—. No tienes más que cogerla, y podremos salir de aquí.

Cedric observó cómo se agarraba al seto para mante­nerse en pie.

—Tú me dijiste lo de los dragones —recordó Cedric—. Yo habría caído en la primera prueba si no me lo hubieras dicho.

—A mí también me lo dijeron —espetó Harry, tratando de limpiarse con la túnica la sangre de la pierna—. Y luego tú me ayudaste con el huevo: estamos en paz.

—También a mí me ayudaron con el huevo.

—Seguimos estando en paz —repuso Harry, probando con cautela la pierna, que tembló violentamente al apoyar el peso sobre ella. Se había torcido el tobillo cuando la araña lo había dejado caer.

—Te merecías más puntos en la segunda prueba —dijo Cedric tercamente—. Te rezagaste porque querías salvar a todos los rehenes. Es lo que tendría que haber he­cho yo.

—¡Sólo yo fui lo bastante tonto para tomarme en serio la canción! —contestó Harry con amargura—. ¡Coge la Copa!

—No —contestó Cedric, dando unos pasos más hacia Harry.

Éste vio que Cedric era sincero. Quería renunciar a un tipo de gloria que la casa de Hufflepuff no había conquista­do desde hacía siglos.

—Vamos, cógela tú —dijo Cedric. Era como si le costara todas sus fuerzas, pero había cruzado los brazos y su rostro no dejaba lugar a dudas: estaba decidido.

Harry miró alternativamente a Cedric y a la Copa. Por un instante esplendoroso, se vio saliendo del laberinto con ella. Se vio sujetando en alto la Copa de los tres magos, oyó el clamor de la multitud, vio el rostro de Cho embriagado de admiración, más nítido de lo que lo había visto nunca... y luego la imagen se desvaneció y volvió a ver la expresión se­ria y firme de Cedric.

—Vamos los dos —propuso Harry.

—¿Qué?

—La cogeremos los dos al mismo tiempo. Será la victo­ria de Hogwarts. Empataremos.

Cedric observó a Harry. Descruzó los brazos.

—¿Es... estás seguro?

—Sí —afirmó Harry—. Sí... Nos hemos ayudado el uno al otro, ¿no? Los dos hemos llegado hasta aquí. Tenemos que cogerla juntos.

Por un momento pareció que Cedric no daba crédito a sus oídos. Luego sonrió.

—Adelante, pues —dijo—. Vamos.

Cogió a Harry del brazo, por debajo del hombro, y lo ayudó a ir hacia el pedestal en que descansaba la Copa. Al llegar, uno y otro acercaron sendas manos a las relucientes asas.

—A la de tres, ¿vale? —propuso Harry—. Uno... dos... tres...

Cedric y él agarraron las asas de la Copa.

Al instante, Harry sintió una sacudida en el estóma­go. Sus pies despegaron del suelo. No podía aflojar la mano que sostenía la Copa de los tres magos: lo llevaba hacia delante, en un torbellino de viento y colores, y Ce­dric iba a su lado.

 

 


Date: 2015-12-11; view: 570


<== previous page | next page ==>
La locura del señor Crouch 6 page | Hueso, carne y sangre
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.01 sec.)