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La primicia de Rita Skeeter 5 page

Al deslizarse por aquel paisaje extraño, oscuro y nebli­noso, el silencio le presionaba los oídos. No veía más allá de tres metros a la redonda, de forma que, mientras nadaba velozmente, las cosas surgían de repente de la oscuridad: bosques de algas ondulantes y enmarañadas, extensas pla­nicies de barro con piedras iluminadas por un levísimo res­plandor. Bajó más y más hondo hacia las profundidades del lago, con los ojos abiertos, escudriñando, entre la misteriosa luz gris que lo rodeaba, las sombras que había más allá, donde el agua se volvía opaca.

Pequeños peces pasaban en todas direcciones como dar­dos de plata. Una o dos veces creyó ver algo más grande ante él, pero al acercarse descubría que no era otra cosa que algún tronco grande y ennegrecido o un denso macizo de al­gas. No había ni rastro de los otros campeones, de sirenas ni tritones, de Ron ni, afortunadamente, tampoco del calamar gigante.

Unas algas de color esmeralda de sesenta centímetros de altura se extendían ante él hasta donde le alcanzaba la vista, como un prado de hierba muy crecida. Miraba hacia delante sin parpadear, intentando distinguir alguna forma en la oscuridad... y entonces, sin previo aviso, algo lo agarró por el tobillo.

Se retorció para mirar y vio que un grindylow, un pe­queño demonio marino con cuernos, le había aferrado la pierna con sus largos dedos y le enseñaba los afilados colmi­llos. Se apresuró a meterse en el bolsillo la mano membra­nosa, y buscó a tientas la varita mágica. Pero, para cuando logró hacerse con ella, otros dos grindylows habían salido de las algas y, cogiéndolo de la túnica, intentaban arrastrarlo hacia abajo.

¡Relaxo! —gritó Harry.

Pero no salió ningún sonido de la boca, sino una burbu­ja grande, y la varita, en vez de lanzar chispas contra los grindylows, les arrojó lo que parecía un chorro de agua hirviendo, porque donde les daba les producía en la piel verde unas ronchas rojas de aspecto infeccioso. Harry se soltó el tobillo del grindylow y escapó tan rápido como pudo, echan­do a discreción de vez en cuando más chorros de agua hir­viendo por encima del hombro. Cada vez que notaba que alguno de los grindylows le volvía a agarrar el tobillo, le lan­zaba una patada muy fuerte. Por fin, sintió que su pie había golpeado una cabeza con cuernos; volviéndose a mirar, vio al aturdido grindylow alejarse en el agua, bizqueando, mien­tras sus compañeros amenazaban a Harry con el puño y se hundían otra vez entre las algas.

Aminoró un tanto, guardó la varita en la túnica, y miró en torno, escuchando, mientras describía en el agua un círculo completo. La presión del silencio contra los tím­panos se había incrementado. Debía de hallarse a mayor profundidad, pero nada se movía salvo las ondulantes al­gas.



—¿Cómo te va?

Harry creyó que le daba un infarto. Se volvió de inmedia­to, y vio a Myrtle la Llorona flotando vaporosamente delante de él, mirándolo a través de sus gruesas gafas nacaradas.

—¡Myrtle! —intentó gritar Harry.

Pero, una vez más, lo único que le salió de la boca fue una burbuja muy grande. Myrtle la Llorona se rió.

—¡Deberías mirar por allá! —le dijo, señalando en una dirección—. No te acompaño. No me gustan mucho: me per­siguen cada vez que me acerco.

Harry le hizo un gesto de agradecimiento con la mano, y se fue en la dirección indicada, con cuidado de nadar algo más distanciado de las algas para evitar a otros grindylows que pudieran estar al acecho.

Siguió nadando durante unos veinte minutos, hasta que llegó a unas vastas extensiones de barro negro, que en­turbiaba el agua en pequeños remolinos cuando él pasaba aleteando. Luego, por fin, percibió un retazo del canto de las criaturas marinas:

 

Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...

 

Harry nadó más aprisa, y no tardó en ver aparecer fren­te a él una roca grande que se alzaba del lodo. Había en ella pinturas de sirenas y tritones que portaban lanzas y pare­cían estar tratando de dar caza al calamar gigante. Harry pasó la roca, guiado por la canción:

 

... ya ha pasado media hora, así que no nos des largas si no quieres que lo que buscas se quede criando al­gas...

 

De repente, de la oscuridad que lo envolvía todo surgió un grupo de casas de piedra sin labrar y cubiertas de algas. Harry distinguió rostros en las ventanas, rostros que no guardaban ninguna semejanza con el del cuadro de la sire­na que había en el baño de los prefectos...

Las sirenas y los tritones tenían la piel cetrina y el pelo verde oscuro, largo y revuelto. Los ojos eran amarillos, del mismo color que sus dientes partidos, y llevaban alrededor del cuello unas gruesas cuerdas con guijarros ensartados. Le dirigieron a Harry sonrisas malévolas. Dos de aquellas criaturas, que enarbolaban una lanza, salieron de sus mo­radas para observarlo, mientras batían el agua con sus fuertes colas de pez plateadas.

Harry siguió, mirando a su alrededor, y enseguida las casas se hicieron más numerosas. Alrededor de algunas de ellas había jardines de algas, y hasta vio un grindylow que parecían tener de mascota, atado a una estaca a la puerta de una de las moradas. Para entonces las sirenas y los trito­nes salían de todos lados y lo contemplaban con mucha cu­riosidad; señalaban sus branquias y las membranas de sus extremidades, y se tapaban la boca con las manos para ha­blar entre ellos. Harry dobló muy aprisa una esquina, y vio de pronto algo muy raro.

Una multitud de sirenas y tritones flotaba delante de las casas que se alineaban en lo que parecía una versión subma­rina de la plaza de un pueblo pintoresco. En el medio cantaba un coro de tritones y sirenas para atraer a los campeones, y tras ellos se erguía una tosca estatua que representaba a una sirena gigante tallada en una mole de piedra. Había cuatro personas ligadas con cuerdas a la cola de la sirena.

Ron estaba atado entre Hermione y Cho Chang. Había también una niña que no parecía contar más de ocho años y cuyo pelo plateado le indicó a Harry que debía de ser herma­na de Fleur Delacour. Daba la impresión de que los cuatro se hallaban sumidos en un sueño muy profundo: la cabeza les colgaba sobre los hombros, y de la boca les salía una fina hi­lera de burbujas.

Se acercó rápidamente a ellos, temiendo que los trito­nes bajaran las lanzas para atacarlo, pero no hicieron nada. Las cuerdas de algas que sujetaban a los rehenes a la esta­tua eran gruesas, viscosas y muy fuertes. Por una fracción de segundo, pensó en la navaja que Sirius le había regalado por Navidad y que tenía guardada en el baúl, dentro del castillo, a cuatrocientos metros de allí, donde no le podía servir de nada en absoluto.

Miró a su alrededor. Muchos de los tritones y sirenas que los rodeaban llevaban lanzas. Se acercó rápidamente a un tritón de más de dos metros de altura que lucía una lar­ga barba verde y un collar de colmillos de tiburón, y le pidió por señas la lanza. El tritón se rió y negó con la cabeza.

—No ayudamos —declaró con una voz ronca.

—¡Vamos! —dijo Harry furioso (aunque sólo le salieron burbujas de la boca), e intentó arrancarle la lanza al tritón, pero él tiró de ella, sin dejar de negar ni de reírse.

Harry se volvió y buscó algo afilado... algo...

Había piedras en el fondo del lago. Se hundió para co­ger una particularmente dentada, y regresó junto a la esta­tua. Comenzó a cortar las cuerdas que ataban a Ron, y, tras varios minutos de duro trabajo, lo consiguió. Ron flotó, in­consciente, unos centímetros por encima del fondo del lago, balanceándose ligeramente con el flujo del agua.

Harry miró a su alrededor. No había señal de ninguno de los otros campeones. ¿Qué hacían? ¿Por qué no se da­ban prisa? Se volvió hacia Hermione, levantó la piedra dentada y se dispuso a cortarle las cuerdas también a ella...

De inmediato lo agarraron varios pares de fuertes ma­nos grises. Media docena de tritones lo separaban de Her­mione, negando con la cabeza y riéndose.

—Llévate el tuyo —le dijo uno de ellos—. ¡Deja a los otros!

—¡De ninguna manera! —respondió Harry furioso... pero de la boca sólo le salieron dos burbujas grandes.

—Tu misión consiste en liberar a tu amigo... ¡Deja a los otros!

—¡Ella también es amiga mía! —gritó Harry, seña­lando a Hermione y sin echar por la boca más que una enorme burbuja plateada—. ¡Y tampoco quiero que ellas mueran!

La cabeza de Cho se indinaba sobre el hombro de Her­mione. La niña del pelo plateado estaba espectralmente pá­lida y verdosa. Harry intentó apartar a los tritones, pero ellos se reían más fuerte que antes, deteniéndolo. Harry miró a su alrededor, desesperado. ¿Dónde estaban los otros? ¿Le daría tiempo de subir con Ron a la superficie y volver por Hermione y las otras? ¿Podría encontrarlas otra vez? Miró el reloj para ver cuánto tiempo le quedaba, pero se le había parado.

Entonces los tritones y las sirenas que lo rodeaban se­ñalaron hacia lo alto. Al levantar la vista, Harry vio a Ce­dric nadando hacia allí. Tenía una enorme burbuja alrededor de la cabeza, que agrandaba extrañamente los rasgos de su cara.

—¡Nos perdimos! —dijo moviendo los labios, sin pro­nunciar ningún sonido, y estremecido de horror—. ¡Fleur y Krum vienen detrás!

Muy aliviado, Harry vio a Cedric sacar un cuchillo del bolsillo y liberar con él a Cho, para luego subir con ella has­ta perderse de vista.

Harry miró a su alrededor, esperando. ¿Dónde estaban Fleur y Krum? El tiempo se agotaba y, de acuerdo con la canción, si la hora de plazo concluía, los rehenes se quedarían allí para siempre.

De pronto, los tritones y las sirenas prorrumpieron en alaridos de excitación. Los que sujetaban a Harry aflojaron las manos, mirando hacia atrás. Harry se volvió y vio algo monstruoso que se dirigía hacia ellos abriéndose paso por el agua: el cuerpo de un hombre en bañador con cabeza de ti­burón: era Krum. Parecía que se había transformado, pero mal.

El hombre-tiburón fue directamente hasta Hermione y empezó a morderle las cuerdas. El problema estaba en que los nuevos dientes de Krum se hallaban en una posición poco práctica para morder nada que fuera más peque­ño que un delfín, y Harry se dio cuenta de que, si Krum no ponía mucho cuidado, cortaría a Hermione por la mitad. Lanzándose hacia Krum, le dio un golpe en el hombro y le entregó la piedra dentada. Krum la cogió y la usó para li­berar a Hermione. Al cabo de unos segundos ya lo había logrado. Cogió a Hermione por la cintura y, sin una mira­da hacia atrás, se impulsó rápidamente hacia la superficie con ella.

«¿Y ahora qué?», pensó Harry desesperado. Si estuviera seguro de que llegaría Fleur... pero no había ni rastro de ella.

Cogió la piedra que Krum había tirado al suelo, pero los tritones se acercaron a él y a la niña, negando con la ca­beza.

Harry sacó la varita.

—¡Apartaos!

Sólo le salieron burbujas de la boca, pero tenía la cla­ra impresión de que los tritones habían comprendido, porque de repente dejaron de reírse. Sus amarillos ojos estaban fijos en la varita de Harry, y parecían asustados. Podían ser muchos más que él, pero viendo sus caras comprendió que no sabían más de magia que el calamar gigante.

—¡Contaré hasta tres! —gritó. Salió una fila de burbu­jas, pero levantó tres dedos para asegurarse de que enten­dían el mensaje—. Uno... —bajó un dedo—, dos... —bajó el segundo.

Se dispersaron. Harry se lanzó hacia la niña y empezó a cortarle las cuerdas que la ataban a la estatua. Y al final la liberó. Cogió a la niña por la cintura y a Ron por el cuello de la túnica, y comenzó a ascender.

El ascenso era muy lento, porque ya no podía usar las manos palmeadas para avanzar. Movió las aletas con furia, pero Ron y la hermana de Fleur eran como sacos de patatas que tiraban de él hacia abajo... Alzó los ojos hacia el cielo, aunque sabía que aún debía de encontrarse muy hondo por­que el agua estaba oscura por encima de él.

Los tritones y las sirenas lo acompañaban en la subida. Los vio girar a su alrededor con gracilidad, observando cómo él forcejeaba contra las aguas. ¿Lo arrastrarían a las profundidades cuando el tiempo hubiera concluido? Tal vez devoraban humanos... Las piernas se le agarrotaban del es­fuerzo de nadar, y los hombros le dolían terriblemente de arrastrar a Ron y a la niña...

Respiraba con dificultad. Volvían a dolerle los lados del cuello, y era muy consciente de la humedad del agua en la boca... pero, por otro lado, el agua se aclaraba. Podía ver so­bre él la luz del día...

Dio un potente coletazo con las aletas, pero descubrió entonces que ya no eran más que pies... El agua que le en­traba por la boca le inundaba los pulmones. Empezaba a marearse, pero sabía que la luz y el aire se hallaban sólo a unos tres metros por encima de él. Tenía que llegar... tenía que conseguirlo...

Hizo tal esfuerzo con las piernas que le pareció que los músculos se quejaban a gritos. Incluso su cerebro parecía lleno de agua: no podía respirar, necesitaba oxígeno, tenía que seguir subiendo, no podía parar...

Y entonces notó que rompía con la cabeza la superfi­cie del agua. Un aire limpio, fresco y maravilloso le produ­jo escozor en la cara empapada. Tomó una bocanada de aquel aire, con la sensación de que nunca había respirado de verdad y, jadeando, tiró de Ron y de la niña hasta la su­perficie. Alrededor de ellos, por todas partes, emergían unas primitivas cabezas de pelo verde, pero ahora le son­reían.

Desde las tribunas, la multitud armaba muchísimo ja­leo: todos estaban de pie, gritando y chillando. Tuvo la im­presión de que creían que Ron y la niña habían muerto, pero se equivocaban: tanto uno como otro habían abierto los ojos. La niña parecía asustada y confusa, pero Ron simplemente echó un chorro de agua por la boca, parpadeó a la brillante luz del día y se volvió hacia Harry.

—Esto está muy húmedo, ¿eh? —comentó; luego miró a la hermana de Fleur—. ¿Para qué la has traído?

—Fleur no apareció. No podía dejarla allí —contestó Harry jadeando.

—Harry, serás ingenuo... —dijo Ron—. ¡No me digas que te tomaste la canción en serio! Dumbledore no nos ha­bría dejado ahogarnos allí.

—Pero la canción decía...

—¡Era sólo para asegurarse de que te dabas prisa en volver! —replicó Ron—. ¡Espero que no perdieras el tiempo allí abajo interpretando el papel de héroe!

Harry se sintió al mismo tiempo estúpido y enfadado. Para Ron había sido muy fácil: había permanecido dormido, no se había dado cuenta de lo sobrecogedor que era el lago y verse rodeado de tritones y sirenas armados de lanzas, que parecían más que capaces de asesinar.

—Vamos —dijo Harry—, ayúdame a llevarla. Creo que no nada muy bien.

Con la compañía de veinte sirenas y tritones, que ha­cían de guardia de honor cantando sus horribles cánticos que parecían chirridos, llevaron a la hermana de Fleur por el agua hasta la orilla, desde donde los observaban los miembros del tribunal.

Harry vio a la señora Pomfrey prodigando sus atencio­nes a Hermione, Krum, Cedric y Cho, que estaban envueltos en mantas muy gruesas. Desde la orilla a la que se dirigían, Dumbledore y Ludo Bagman les sonreían, pero Percy, que parecía muy pálido y, en cierto modo, más joven de lo habi­tual, fue a su encuentro chapoteando en el agua. Mientras tanto, Madame Maxime intentaba sujetar a Fleur Delacour, que estaba completamente histérica y peleaba con uñas y dientes para volver al agua.

—¡«Gabguielle»!, ¡«Gabguielle»! ¿Está viva? ¿Está «he­guida»?

—¡Está bien! —intentó decirle Harry, pero llegaba tan cansado que apenas podía hablar, y mucho menos gri­tar.

Percy agarró a Ron y tiró de él hacia la orilla («¡Déjame en paz, Percy, estoy bien!»); Dumbledore y Bagman cogie­ron a Harry; Fleur se había soltado de Madame Maxime y corría a abrazar a su hermana.

—Fue «pog» los «guindylows»... Me «atacagon»... ¡Ah, Gabguielle, pensé... pensé...!

—Tú, ven aquí —dijo la voz de la señora Pomfrey.

Agarró a Harry y, llevándolo hasta donde estaban Her­mione y los otros, lo envolvió tan apretado en una manta que le pareció que le había puesto una camisa de fuerza, y lo obligó a beber una poción muy caliente que le hizo salir humo por las orejas.

—¡Muy bien, Harry! —gritó Hermione—. ¡Lo hiciste, averiguaste el modo, y todo por ti mismo!

—Bueno... —contestó Harry. Le hubiera contado lo de Dobby, pero se acababa de dar cuenta de que Karkarov lo miraba. Era el único miembro del tribunal que no se había levantado de la mesa, el único que no mostraba señales de alivio al ver volver sanos y salvos a Harry, Ron y la herma­na de Fleur—. Sí, es verdad —dijo Harry, elevando algo la voz para que lo oyera Karkarov.

—Tienes un «escarrabajo» en el pelo, Herr... mío... ne —dijo Krum.

Harry tuvo la impresión de que Krum intentaba recu­perar la atención de Hermione, tal vez para recordarle que había sido él quien la había rescatado del lago, pero Hermione se quitó el escarabajo del pelo con un gesto de impa­ciencia y continuó:

—Pero te has pasado un montón del tiempo, Harry... ¿Te costó mucho encontrarnos?

—No, os encontré sin problemas.

Harry se sentía más idiota a cada momento. Una vez fuera del agua, le parecía evidente que las medidas de se­guridad de Dumbledore no habrían permitido la muerte de uno de los rehenes sólo porque el campeón no hubiera conseguido llegar a tiempo. ¿Por qué no había cogido a Ron y se había marchado con él? Habría sido el primero... Ni Cedric ni Krum habían perdido un instante preocupán­dose por los otros: no se habían tomado en serio la canción de las sirenas.

Dumbledore estaba agachado en la orilla, trabando conversación con la que parecía la jefa de las sirenas, que tenía un aspecto especialmente feroz y salvaje. El director hacía el mismo tipo de ruidos estridentes que las sirenas y los tritones producían fuera del agua: evidentemente, Dumbledore hablaba sirenio. Finalmente se enderezó, se volvió hacia los otros miembros del tribunal y les dijo:

—Me parece que tenemos que hablar antes de dar la puntuación.

Los miembros del tribunal hicieron un corrillo para dis­cutir. La señora Pomfrey había ido a rescatar a Ron de las garras de Percy; lo llevó con Harry y los otros, le dio una manta y un poco de poción pimentónica, y luego fue en bus­ca de Fleur y su hermana. Fleur tenía muchos cortes en la cara y los brazos, y la túnica rasgada; pero no parecía que eso le preocupara, y no permitió que la señora Pomfrey se ocupara de ella.

—Atienda a «Gabguielle» —le dijo, y luego se volvió ha­cia Harry—. Tú la has salvado —le dijo casi sin resuello—. Aunque no «ega» tu «gueén».

—Sí —asintió Harry, que en ese momento estaba muy arrepentido de no haber dejado a las tres atadas a la esta­tua.

Fleur se inclinó, besó a Harry dos veces en cada mejilla (él sintió que la cara le ardía, y no le habría extrañado que le hubiera vuelto a salir humo por las orejas), y luego le dijo a Ron:

—Tú también la ayudaste.

—Sí —dijo Ron muy ilusionado—, un poco.

Fleur se abalanzó también sobre él para besarlo. Her­mione parecía furiosa, pero justo entonces la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman retumbó junto a ellos y los sobresaltó. En las gradas, la multitud se quedó de repen­te en silencio.

—Damas y caballeros, hemos tomado una decisión. Murcus, la jefa sirena, nos ha explicado qué ha ocurrido exactamente en el fondo del lago, y hemos puntuado en consecuencia. El total de nuestras puntuaciones, que se dan sobre un máximo de cincuenta puntos a cada uno de los campeones, es el siguiente:

»La señorita Delacour, aunque ha demostrado un uso excelente del encantamiento casco-burbuja, fue atacada por los grindylows cuando se acercaba a su meta, y no consiguió recuperar a su hermana. Le concedemos veinticin­co puntos.

Aplaudieron en las tribunas.

—Me «meguezco» un «cego» —dijo Fleur con voz ronca, agitando su magnífica cabellera.

—El señor Diggory, que también ha utilizado el encan­tamiento casco-burbuja, ha sido el primero en volver con su rehén, aunque lo hizo un minuto después de concluida la hora.

Se escucharon unos vítores atronadores procedentes de la zona de Hufflepuff. Harry vio que, entre la multitud, Cho le dirigía a Cedric una mirada entusiasmada.

—Por tanto le concedemos cuarenta y siete puntos.

A Harry se le cayó el alma a los pies. Si Cedric había lle­gado demasiado tarde, él desde luego mucho más.

—El señor Viktor Krum ha utilizado una forma de transformación incompleta, que sin embargo dio buen resultado, y ha sido el segundo en volver con su rescatada. Le concedemos cuarenta puntos.

Karkarov aplaudió muy fuerte y de manera muy arro­gante.

—El señor Harry Potter ha utilizado con mucho éxito las branquialgas —prosiguió Bagman—. Volvió en último lugar, y mucho después de terminado el plazo de una hora. Pero la jefa sirena nos ha comunicado que el señor Potter fue el primero en llegar hasta los rehenes, y que el retraso en su vuelta se debió a su firme decisión de salvarlos a todos, no sólo al suyo.

Tanto Ron como Hermione dirigieron a Harry mira­das que eran en parte de exasperación, en parte de compa­sión.

—La mayoría de los miembros del tribunal —y aquí Bagman le dirigió a Karkarov una mirada muy desagrada­ble— están de acuerdo en que esto demuestra una gran al­tura moral y que merece ser recompensado con la máxima puntuación. No obstante... la puntuación del señor Potter son cuarenta y cinco puntos.

A Harry le dio un vuelco el estómago. Estaba empata­do en el primer puesto con Cedric Diggory. Ron y Hermio­ne, muy sorprendidos, miraron a Harry; luego se rieron y empezaron a aplaudir muy fuerte con el resto de la multi­tud.

—¿Has visto, Harry? —le gritó Ron por encima del es­truendo—. ¡Después de todo, no fuiste tan tonto! ¡Estabas demostrando gran altura moral!

Fleur también aplaudía con mucho entusiasmo. Krum, en cambio, no parecía nada contento. Volvió a intentar en­tablar conversación con Hermione, pero ella estaba demasiado ocupada vitoreando a Harry para escuchar.

—La tercera y última prueba tendrá lugar al anoche­cer del día veinticuatro de junio —continuó Bagman—. A los campeones se les notificará en qué consiste dicha prueba justo un mes antes. Gracias a todos por el apoyo que les brindáis.

«Ya ha pasado», pensaba Harry algo aturdido mientras la señora Pomfrey se lo llevaba con el resto de los campeo­nes y los rehenes de regresó al castillo, para que se pusieran ropa seca. Ya había pasado todo: había superado la prue­ba, y no tenía que preocuparse por nada más hasta el 24 de junio...

Mientras subía la escalinata de piedra que daba acceso al castillo, decidió que en cuanto volviera a Hogsmeade le compraría a Dobby un par de calcetines para cada día del año.

 

 


Date: 2015-12-11; view: 482


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