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Los Mundiales de quidditch 4 page

Harry sabía que la única manera de liberar a un elfo do­méstico era que su amo le regalara una prenda de su propie­dad. Daba pena ver la manera en que Winky se aferraba a su paño de cocina sollozando a los pies de su amo.

—¡Pero estaba aterrorizada! —saltó Hermione indig­nada, mirando al señor Crouch—. ¡Su elfina siente terror a las alturas, y los magos enmascarados estaban haciendo le­vitar a la gente! ¡Usted no le puede reprochar que huyera!

El señor Crouch dio un paso atrás para librarse del con­tacto de su elfina, a la que miraba como si fuera algo sucio y podrido que le podía echar a perder los lustrosos zapatos.

—Una elfina que me desobedece no me sirve para nada —declaró con frialdad, mirando a Hermione—. No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.

Winky lloraba con tanta energía que sus sollozos reso­naban en el claro del bosque.

Se hizo un silencio muy desagradable al que puso fin el señor Weasley diciendo con suavidad:

—Bien, creo que me llevaré a los míos a la tienda, si no hay nada que objetar. Amos, esa varita ya no nos puede de­cir nada más. Si eres tan amable de devolvérsela a Harry...

El señor Diggory se la devolvió a Harry, y éste se la guardó en el bolsillo.

—Vamos, vosotros tres —les dijo en voz baja el señor Weasley. Pero Hermione no quería moverse. No apartaba la vista de la elfina, que seguía sollozando—. ¡Hermione! —la apremió el señor Weasley. Ella se volvió y siguió a Harry y a Ron, que dejaban el claro para internarse entre los ár­boles.

—¿Qué le va a pasar a Winky? —preguntó Hermione, en cuanto salieron del claro.

—No lo sé —respondió el padre de Ron.

—¡Qué manera de tratarla! —dijo Hermione furiosa—. El señor Diggory, sin dejar de llamarla «elfina»... ¡y el señor Crouch! ¡Sabe que no lo hizo y aun así la va a despedir! Le da igual que estuviera aterrorizada, o alterada... ¡Es como si no fuera humana!

—Es que no lo es —repuso Ron.

Hermione se le enfrentó.

—Eso no quiere decir que no tenga sentimientos, Ron. Da asco la manera...

—Estoy de acuerdo contigo, Hermione —se apresuró a decir el señor Weasley, haciéndole señas de que siguiera adelante—, pero no es el momento de discutir los derechos de los elfos. Me gustaría que estuviéramos de vuelta en la tienda lo antes posible. ¿Qué ocurrió con los otros?

—Los perdimos en la oscuridad —explicó Ron—. Papá, ¿por qué le preocupaba tanto a todo el mundo aquella cosa en forma de calavera?

—Os lo explicaré en la tienda —contestó el señor Weas­ley con cierto nerviosismo.

Pero cuando llegaron al final del bosque no los dejaron pasar: una multitud de magos y brujas atemorizados se ha­bía congregado allí, y al ver aproximarse al señor Weasley muchos de ellos se adelantaron.



—¿Qué ha sucedido?

—¿Quién la ha invocado, Arthur?

—¡No será... él!

—Por supuesto que no es él —contestó el señor Weasley sin demostrar mucha paciencia—. No sabemos quién ha sido, porque se desaparecieron. Ahora, por favor, perdonadme. Quiero ir a dormir.

Atravesó la multitud seguido de Harry, Ron y Hermio­ne, y regresó al cámping. Ya estaba todo en calma: no había ni rastro de los magos enmascarados, aunque algunas de las tiendas destruidas seguían humeando.

Charlie asomaba la cabeza fuera de la tienda de los chicos.

—¿Qué pasa, papá? —le dijo en la oscuridad—. Fred, George y Ginny volvieron bien, pero los otros...

—Aquí los traigo —respondió el señor Weasley, aga­chándose para entrar en la tienda. Harry, Ron y Hermione entraron detrás.

Bill estaba sentado a la pequeña mesa de la cocina, apli­cándose una sábana al brazo, que sangraba profusamen­te. Charlie tenía un desgarrón muy grande en la camisa, y Percy hacía ostentación de su nariz ensangrentada. Fred, George y Ginny parecían incólumes pero asustados.

—¿Los habéis atrapado, papá? —preguntó Bill de in­mediato—. ¿Quién invocó la Marca?

—No, no los hemos atrapado —repuso el señor Weas­ley—. Hemos encontrado a la elfina del señor Crouch con la varita de Harry, pero no hemos conseguido averiguar quién hizo realmente aparecer la Marca.

—¿Qué? —preguntaron a un tiempo Bill, Charlie y Percy.

—¿La varita de Harry? —dijo Fred.

—¿La elfina del señor Crouch? —inquirió Percy, ató­nito.

Con ayuda de Harry, Ron y Hermione, el señor Weasley les explicó todo lo sucedido en el bosque. Al finalizar el rela­to, Percy se mostraba indignado.

—¡Bueno, el señor Crouch tiene toda la razón en querer deshacerse de semejante elfina! —dijo—. Escapar cuando él le mandó expresamente que se quedara... Avergonzarlo ante todo el Ministerio... ¿En qué situación habría quedado él si la hubieran llevado ante el Departamento de Regula­ción y Control...?

—Ella no hizo nada... —lo interrumpió Hermione con brusquedad—. ¡Sólo estuvo en el lugar equivocado en el mo­mento equivocado!

Percy se quedó desconcertado. Hermione siempre se había llevado muy bien con él... Mejor, de hecho, que cual­quiera de los demás.

—¡Hermione, un mago que ocupa una posición cómo la del señor Crouch no puede permitirse tener una elfina do­méstica que hace tonterías con una varita mágica! —declaró Percy pomposamente, recuperando el aplomo.

—¡No hizo tonterías con la varita! —gritó Hermione—. ¡Sólo la recogió del suelo!

—Bueno, ¿puede explicar alguien qué era esa cosa en forma de calavera? —pidió Ron, impaciente—. No le ha he­cho daño a nadie... ¿Por qué le dais tanta importancia?

—Ya te lo dije, Ron, es el símbolo de Quien-tú-sabes —explicó Hermione, antes de que pudiera contestar ningún otro—. He leído sobre el tema en Auge y calda de las Artes Oscuras.

—Y no se la había vuelto a ver desde hacia trece años —añadió en voz baja el señor Weasley—. Es natural que la gente se aterrorizara... Ha sido casi cómo volver a ver a Quien-tú-sabes.

—Sigo sin entenderlo —dijo Ron, frunciendo el entrece­jo—. Quiero decir que no deja de ser simplemente una señal en el cielo...

—Ron, Quien-tú-sabes y sus seguidores mostraban la Marca Tenebrosa en el cielo cada vez que cometían un asesi­nato —repuso el señor Weasley—. El terror que inspiraba... No puedes ni imaginártelo: eres demasiado joven. Imagínate que vuelves a casa y ves la Marca Tenebrosa flotando justo encima, y comprendes lo que estás a punto de encontrar den­tro... —El señor Weasley se estremeció—. Era lo que más te­mía todo el mundo... lo peor...

Se hizo el silencio. Luego Bill, quitándose la sábana del brazo para comprobar el estado de su herida, dijo:

—Bueno, quienquiera que la hiciera aparecer esta no­che, a nosotros nos fastidió, porque los mortífagos echaron a correr en cuanto la vieron. Todos se desaparecieron antes de que nosotros hubiéramos llegado lo bastante cerca para desenmascarar a ninguno de ellos. Afortunadamente, pudimos coger a la familia Roberts antes de que dieran contra el suelo. En estos momentos les están modificando la memoria.

—¿Mortífagos? —repitió Harry—. ¿Qué son los mortí­fagos?

—Es como se llaman a sí mismos los partidarios de Quien-tú-sabes —explicó Bill—. Creo que esta noche hemos visto lo que queda de ellos; quiero decir, los que se libraron de Azkaban.

—Pero no tenemos pruebas de eso, Bill —observó el se­ñor Weasley—, aunque es probable que tengas razón —agregó, desesperanzado.

—Apuesto a que sí —dijo Ron de pronto—. ¡Papá, en­contramos a Draco Malfoy en el bosque, y prácticamente admitió que su padre era uno de aquellos chalados de las máscaras! ¡Y todos sabemos lo bien que se llevaban los Mal­foy con Quien-tú-sabes!

—Pero ¿qué pretendían los partidarios de Voldemort...? —empezó a decir Harry.

Todos se estremecieron. Como la mayoría de los magos, los Weasley evitaban siempre pronunciar el nombre de Vol­demort.

—Lo siento —añadió apresuradamente Harry—. ¿Qué pretendían los partidarios de Quien-vosotros-sabéis, ha­ciendo levitar a los muggles? Quiero decir, ¿para qué lo hicieron?

—¿Para qué? —dijo el señor Weasley, con una risa for­zada—. Harry, ésa es su idea de la diversión. La mitad de los asesinatos de muggles que tuvieron lugar bajo el poder de Quien-tú-sabes se cometieron nada más que por diver­sión. Me imagino que anoche bebieron bastante y no pudie­ron aguantar las ganas de recordarnos que todavía están ahí y son unos cuantos. Una encantadora reunión para ellos —terminó, haciendo un gesto de asco.

—Pero, si eran mortífagos, ¿por qué se desaparecieron al ver la Marca Tenebrosa? —preguntó Ron—. Tendrían que haber estado encantados de verla, ¿no?

—Piensa un poco, Ron —dijo Bill—. Si de verdad eran mortífagos, hicieron lo indecible para no entrar en Azkaban cuando cayó Quien-tú-sabes, y dijeron todo tipo de mentiras sobre que él los había obligado a matar y a torturar a la gen­te. Estoy seguro de que ellos tendrían aún más miedo que nosotros si volviera. Cuando perdió sus poderes, negaron haber tenido relación con él y se apresuraron a regresar a su vida cotidiana. Imagino que no les guarda mucho apre­cio, ¿no crees?

—Entonces... los que hicieron aparecer la Marca Te­nebrosa... —dijo Hermione pensativamente— ¿lo hicieron para mostrar su apoyo a los mortífagos o para espantarlos?

—Puede ser cualquier cosa, Hermione —admitió el se­ñor Weasley—. Pero te diré algo: sólo los mortífagos sabían formar la Marca. Me sorprendería mucho que la persona que lo hizo no hubiera sido en otro tiempo un mortífago, aunque no lo sea ahora... Escuchad: es muy tarde, y si vues­tra madre se entera de lo sucedido se preocupará muchísi­mo. Lo que vamos a hacer es dormir unas cuantas horas y luego intentaremos irnos de aquí en uno de los primeros trasladores.

A Harry le zumbaba la cabeza cuando regresó a la lite­ra. Tenía motivos para estar reventado de cansancio, por­que eran casi las tres de la madrugada; sin embargo, se sentía completamente despejado... y preocupado.

Hacía tres días (parecía mucho más, pero realmente eran sólo tres días) que había despertado con la cicatriz ar­diéndole. Y aquella noche, por primera vez en trece años, había aparecido en el cielo la Marca de lord Voldemort. ¿Qué significaba todo aquello?

Pensó en la carta que le había escrito a Sirius antes de dejar Privet Drive. ¿La habría recibido ya? ¿Cuándo contes­taría? Harry estaba acostado de cara a la lona, pero ya no tenía fantasías de escobas voladoras que lo fueran introdu­ciendo en el sueño paulatinamente, y pasó mucho tiempo desde que comenzaron los ronquidos de Charlie hasta que, finalmente, él también cayó dormido.

 

 


Date: 2015-12-11; view: 488


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