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FÁBULA DEL CARNERO DE ORO

Qu'on m'aille soutenir, après un tel récit, que les bêtes n'ont point d'esprit!

La Fontaine.*

El carnero de oro se llama Estanislao, como cualquier pobre, y cobra las patadas a treinta mil duros. Su dueño, don Leufrido de Escodinas y Orpí, conde de Casa Lahorra, lo cuida con mucho miramiento (por la cuenta que le tiene) y por las noches, para que no coja anginas ni catarros, lo arropa bien arropado* con su barba, bajo la que el carnero de oro desaparece (porque es muy elástico y mimoso).

Estanislao es natural de Burriana, provincia de Castellón. Estanislao iba para naranja grano de oro*, pero después, con eso de las mutaciones, se convirtió en futbolista carnero de oro; a los elegidos no suele importarles, ni poco ni mucho, el decorado para su ulterior realización*. Estanislao es obediente y senti­mental, intuitivo, ordenancista* y atlético. Estanislao aprendió a leer y a escribir y las [251] cuatro reglas* y, a veces, hasta discurre con cierta soltura.

—¿Y sabe de cocina?

—Pues no. De cocina, la verdad, es que sabe más bien poco; lo que suele decirse un corriente: ensalada de lechuga, ensalada de tomate, huevos fritos, sopa de ajo, sopa prisa, flanín, etc. ¿Por qué me lo pregunta?

—No, por nada; para hacerme una idea.

Don Leufrido de Escodinas y Orpí, conde de Casa Lahorra, no pierde nunca de vista al carnero de oro, no vaya a hacer el diablo que se lo desgracien las malas compañías, tan abundantes —por desgracia — como descaradas.

—Tú consérvate y sacude candela* al balón y a los defensas del equipo enemigo, que ya tendrás tiempo de divertirte cuando cumplas los cuarenta años.

—Sí, señor: muchas gracias por su inteligente consejo.

Estanislao suele retratarse de pie, con una mano en la cadera y la otra apoyada, casi displicentemente, sobre un velador. Estanis­lao, por regla general, sale tan bien en las fotografías que parece un novio (muchos novios de verdad salen peor y más escorados). Esta­nislao no es novio de nadie, no tiene novia. Una vez, por la radio, dijo que era muy joven para pensar en esas cosas y que su única novia era el fútbol. La original declaración fue muy del gusto de los aficionados* y al domingo siguiente, al saltar al campo, lo premiaron con una ovación cerrada* y estruendosa.

— ¡Viva Estanislao, modelo de profesionales pundonorosos! —rugía el graderío*. [252]

— ¡Viva!—coreaba con entusiasmo el mismo graderío.

Estanislao, embargado por la emoción, correspondió repartiendo besos por doquier.

—¿Por doquier?

—Sí, por doquier. ¿Qué pasa?

—No, nada; por mí, no pasa nada.

Estanislao cuida su forma física con mucha aplicación, y cuando se levanta hace gimnasia respiratoria (un, dos..., un, dos..., un, dos...) en la galería. Los vecinos, orgullosos de su vecindad y un poco cómplices de su triunfo, lo ponen como ejemplo a los viciosos parientes recién importados de la provincia (que van a hacer oposiciones* a la capital, sin tener ni ciencia, ni salud, ni recomendación, ni suerte, ni ganas siquiera).



—¿Y al menos, te sabes el programa de memoria?

—Hombre, ¡como saber, saber...!*

Estanislao se ducha con agua fría cada ma­ñana. Los vecinos no lo ven, pero, adivinada-mente, también lo ponen de ejemplo al primo bronquítico y listillo* que lo único que sabe es jugar al billar.

—Puedes empezar por lavarte los pies. A medida que te vayas acostumbrando ya irás subiendo.

—Sí, claro, ¡eso se dice muy pronto!

A Estanislao no le llaman el carnero de oro. Estanislao es un carnero de oro. A los perros tampoco les llaman perro, sino Lobito, Moro, León, etc. Estanislao está muy imbuido de su papel* de carnero de oro, que representa con muy estudiado y eficaz empaque. Don Leufrido de Escodinas y Orpí, conde de Casa Lahorra, [253] se lo enseña a los forasteros y a algunos, a los más distinguidos y conspicuos, hasta les permite que lo toquen un poco, sin abusar.

En los partidos difíciles, a Estanislao le dan una copita de ceregumil, en el descanso, para que cobre fuerzas y rinda hasta el máximo de sus posibilidades. Partidos hubo en los que Estanislao, se conoce que a efectos del ceregumil, salió con tantos bríos en el segundo tiempo, que al final hubo que recurrir a la fuerza pública* para convencerlo de que ya todo había terminado. El celo de Estanislao, algunas tardes, se manifestaba tan a lo vivo, que a los espectadores delicados del corazón tenían que darles aire* para que no se quedaran como pajaritos: muertos de repente y sin decir ni mu.

Lo que en los toros se llama casta, en los futbolistas es clase. Hay toros con casta, mucha casta, y futbolista con clase, mucha clase. Otros, en cambio, son ganado moracho*, carne de matadero, reses de saldo y liquidación por fin de temporada. La casta, en los toros, no es la bravura o, al menos, no es sólo la bravura. Con la clase de los futbolistas pasa igual. Hay futbolistas mansurrones* y con mucha clase que suplen el arrojo con ciencia. Estanislao es muy completo. Estanislao, además de clase, tiene valor personal y sacude estopa* con entusiasmo y sin discriminar. Estanislao es lo que se llama un deportista completo: duro, incansable, peleón, oportuno y que además discurre (dentro de las lógicas limitaciones que cabe suponer).

A don Leufrido de Escodinas y Orpí, conde de Casa Lahorra, los íntimos le dicen Américo [254] Vespucio, se conoce que por eso de los descubrimientos, y los no íntimos —que suelen ser unos desaprensivos— le dicen cosas peores, que sería incluso feo repetir. El conde, con gesto prócer y olímpico ademán, hace oídos de mercader a las insidias y no se las cuenta a Estanislao, para que no se disguste. Los carneros de oro son rentables, cierto es, pero también histéricos o al menos propensos a la histeria. Don Leufrido de Escodinas y Orpí. conde de Casa Lahorra y dueño del carnero de oro Estanislao, es también su esclavo y su nodriza. El poder y el dinero tienen sus servidumbres, exactamente lo mismo que la debilidad y la inopia. En el Guzrnán de Aljarache* se dice que el dinero calienta la sangre y la vivifica, pero en su segunda parte, en la que escribió Lujan de Saavedra, también se dice que no hay montaña tan alta que no la suba un asno cargado de oro. Ni Estanislao ni el conde saben cuál de los dos Guzmanes tiene razón.

 

COMO A PERRO

POR CARNESTOLENDAS

...puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él, como con perro por carnestolendas*.

Quijote.

. . .comenzaron a levantarme en el alto, manteándome como a perro por carnestolendas.

Marcos de Obregón*.

El de perro es mal oficio, un oficio sin términos medios: se conoce que entre los perros no hay clase media, sino áurea aristocracia y mugriento y hambriento peonaje. Unos perros viven como duques y comen pechuguitas de pollo y beben leche, y otros, en cambio, husmean por los mataderos, llevan palos y, cuando viene el carnaval, salen volando por los aires, con el espinazo partido en dos. A los perros, por carnestolendas, los pintan a franjas para mayor y más cauteloso escarnio propio y regocijo de los demás, y así, cuando van por el aire, la gente dice: «¡parecen mari­posas!», y disfruta honestamente y sin hacer daño a nadie (el perro no cuenta, que para eso es perro y no concejal, digamos, o propietario de una cadena de tiendas de souvenirs).

A Blas Tronchen, Harinita, cuando terminó el partido, lo pusieron en mitad de la manta

y comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él, como con perro por carnestolendas. La escena fue de mucho chiste y crueldad, y el público, mientras a Blas Tronchón, Harinita, le molían la osamenta, gozó con muy recatada compostura.

—Que no hubiera fallado el penalty*, ¿verdad usted?

—Claro, eso es lo que yo me digo: que no hubiera fallado el penalty. ¡Así aprenderá a afinar la puntería*!

Blas Tronchen, Harinita, tenía un chut* potente y despiadado que era el orgullo de los seguidores del equipo del club y el terror de los porteros enemigos. Blas Tronchen, Harinita, era muy habilidoso y lo mismo chutaba con una pierna que con la otra; la cabeza, por fuera, también la usaba bien y con oportunidad. Blas Tronchón, Harinita, era el verdugo de los penaltys, el fiero y frío ejecutor de la pena de muerte del fútbol. A veces, sin embargo, marraba el golpe y entonces sus compañe­ros, al terminar el partido, lo manteaban como a perro por carnestolendas, para que escarmentase.

—¿Pero qué están haciendo ustedes con ese desgraciado?

—Nada, señora; manteándolo, para que aprenda a apuntar mejor. Y, además, no es ningún desgraciado, que es el famoso Blas Tronchón, Harinita, nuestro delantero centro, siete veces internacional*. Nosotros somos unos mandados, no hacemos más que cumplir órdenes.

—¿Del entrenador, ese fantasma sin caridad?

—No señora, de nuestras conciencias.

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Blas Tronchón, Hariníta, es escribiente de la fábrica de piensos compuestos Ruiz Hermanos, famosa hasta en el extranjero por la fina calidad de sus productos. Su jefe, don Felipito Lanzarote, hace gimnasia yoga, a escondidas, para que no se rían de él. Don Felipito es un enano muy aplicado, que gasta medio tacón*, escribe versos y duerme de redecilla* (como las tuberculosas coquetas de hace treinta años y las viudas de los brigadas del cuerpo de carabineros). Blas Tronchón, Harinita, que es un subalterno de mucha confianza, le ayuda a marcarse las ondas con saliva.

—¿Y por qué fallaste el penalty ayer, desgraciado?

—¡Cosas, don Felipito! ¡Las cosas de la vida, ya ve usted!

Cuando Blas Tronchón, Harinita, durante el manteo, va por los aires, aprovecha para pensar.

—Las rubias suelen ir a tribuna y las morenas a general*; se conoce que los novios de las rubias andan mejor de cuartos*. Don Felipito dice que no, que eso no tiene nada que ver. Magdalenita, la del registrador, que es morena, está novia de un mozo que acaba de heredar una verdadera fortuna, de un mozo más rico que nadie, el Samuel (que mira contra el gobierno y tiene las orejas como coliflores). Algo pasará, pero en tribuna se ven más rubias y en gallinero, en cambio, más morenas; a lo mejor es que las tuesta el sol, ¡quién sabe!

El arte del manteo (¡se dice manteamiento, joven, se dice manteamiento!) es el hermano tonto del arte del diábolo*, que es el distinguido -

y listo, el hermano juguetón y elegante (y distinguido y listo). En el corazón de las niñas que juegan al diábolo anida la cautelosa larva del pecado mortal, el somnoliento gusanillo que, a veces, si le llegan a brotar alas de colores, se convierte en caprichosa y voluble palomita. Cuando Blas Tronchón vuela por encima de las cabezas de sus manteadores (igual que flota sobre la cabeza de la niña el falso relojito de arena del diábolo), va pensando:

—A don Felipito pronto lo jubilan; a los enanos los jubilan jóvenes, para que no den la lata. Un enano latoso es malo de llevar con paciencia*. Don Felipito es muy gimnástico, pero gasta tacón cubano, como los cantaores*. Cuando tire otro penalty voy a poner mis cinco sentidos, a ver si acierto; estos bárbaros me van a moler, con tanto cumplir las órdenes de su conciencia. Yo me quedo con los enanos sin conciencia, con los enanos desaprensivos, con los enanos desalmados; en el fondo, como casi no tienen resuello, son más llevaderos. Las morenas no tienen nada que envidiar a las rubias; al revés, tampoco. Yo no quiero hacer juicios temerarios sobre nadie, no merece la pena.

A los bomberos, cuando mantean a los damnificados de las inundaciones (por regla general, al grito de ¡viva el tumulto y el cachondeo*!), les abren expediente y terminan por echarlos a la calle.

No se lleve usted el casco; déjelo en el perchero, por favor.

A pesar de su fea acción, lo que no suelen hacer con ellos es mantearlos como a can por

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antruejo* (dolorosa y humillantemente). Blas Tronchón, Harinita, es un triunfador al que no se perdona que no triunfe. La gloria tiene sus exigencias, sus caprichos y sus duros portazgos.

—¿Te cambiabas por don Felipito, Blas?

—No, señora.

—¿Y por un bombero?

—Tampoco.

—Entonces aguanta marea, muchacho, y confórmate con que te manteen cuando marras el golpe. Los hay que están peor.

A Blas Tronchón, Harinita, le asomaron las lágrimas al mirar.

—Sí, señora, tiene usted razón. ¡Bien me hago cargo!

El de perro es mal oficio: la renta del capital está en razón directa de su riesgo. El de futbolista es un oficio azaroso, de premios y castigos inusuales, imprevistos. Blas Tronchón, Harinita, no suele pifiar los penaltys, aunque eso de tirar penaltys tenga también sus quiebras, sus preocupaciones y su azar.

 

 

COMENTARIO

EL BONITO CRIMEN DEL CARABINERO

Pag. 45


Date: 2015-12-11; view: 685


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