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VOCACIÓN DE REPARTIDOR

Robertito tenía seis años, el pelo colorado, un jersey a franjas, dos hermanas más pequeñas que él, y una ilimitada vocación de repartidor de leche.

El misterioso planeta de las vocaciones está por explorar. El misterioso planeta de las vocaciones es un mundo hermético, recóndito, clausurado, pletórico de una vida imprevista, saturado de las más insospechadas enseñanzas.

—¿Niño, que vas y ser?

—General, papá.

El día estaba espléndido, radiante, y las golondrinas volaban veloces, al claro y cálido sol.

—Niño, ¿qué vas a ser?

El día está nublado y frío, desapacible y gris. El niño rompe a llorar con un amargo desconsuelo.

—Nada, yo no quiero ser nada,

A Robertito, por la mañana temprano, la madre lo lava, lo peina, le echa colonia*, le pone su jersey a franjas y le da de desayunar.

Robertito está nervioso, impaciente, preocupado, imaginándose que el reloj vuela, desbocado, desconsiderado. En cuanto Robertito se toma la última tierna, aromática sopa* de café con leche, se lanza como un loco escaleras abajo. A Robertito le va latiendo el corazón con violencia. A Robertito, su libertad de cada mañana le hace feliz, pero su felicidad es una felicidad de finísimo cristal fácil de quebrar.

Robertito, ya en la calle, sale arreando hasta una esquina lejana, la distante esquina en la que piensa durante todo el día.

A lo lejos, por la acera abajo, vienen ya Luisito y Cándido, dos niños de nueve y diez años, los dos niños de la lechería, que ya han empezado el reparto, que ya se ganan su pan de cada día.

Luisito y Cándido son los dos héroes de leyenda de Robertito, sus dos espejos de caballeros. Robertito hubiera dado gustosamente una mano por conseguir la amistad de los dos niños de la lechería, su tolerancia al menos.

A Robertito le empieza a latir el corazón en el pecho y una dicha inefable le invade todo el cuerpo. Luisito y Cándido, sin embargo, no piensan ni sienten, ni tampoco padecen, lo mismo.

—¿Ya estás aquí, pelma*?

Robertito siente ganas de llorar, pero procura sonreír. ¿Por qué Luisito y Cándido no quieren ser sus amigos? ¿Por qué no lo tratan bien?

—Sí —responde Robertito con un hilo de voz

Robertito está relimpio, repeinado, casi elegante. Sus dos huraños, imposibles amigos aparecen sucios, despeluchados, desastrados*. Robertito y los dos niños de la vaquería hacen un trío extraño; evidentemente, Robertito es el tercero en discordia.

—¿Me dejáis ir con vosotros?

La voz de Robertito es una voz dulcísima, suplicante.

— ¡No!—oye que le responden a coro.



Robertito rompe a llorar a grito herido.

—¿Por qué?

—Porque no —le sueltan los dos—, porque eres un pelma, porque no queremos nada contigo, porque no queremos ser amigos tuyos.

Luisito y Cándido salen corriendo con el cajoncillo de lata donde guardan los botellines de leche. Robertito, hecho un mar de lágrimas, corre detrás. El no se explica por qué no le permiten que los acompañe a repartir la leche; él les daría conversación, les ayudaría a subir los botellines a los pisos más altos, les iría a recados con mucho gusto. A cambio no pedía nada: pedía, ¡bien poco es!, que lo dejasen marchar al lado, como un perro conocido.

Al llegar a una casa, los dos niños de la lechería se paran. Robertito se para también. Hubiera dado cualquier cosa porque le dijeran: anda, quédate guardando las cacharras*, o anda, súbete esto al séptimo izquierda, pero Luisito y Cándido ni le dirigen la palabra.

Los dos niños de la lechería se meten en el portal, y Robertito, empujado por una fuerza misteriosa, entra detrás,

—Oiga, portero, eche usted a éste, que es un pelma, éste no viene con nosotros.

Robertito, al primer descuido del portero, sale corriendo detrás de los niños, subiendo las escaleras de dos en dos. Los alcanza en el sexto, adonde llega jadeante, con la frente sudorosa y la respiración entrecortada.

Los niños de la lechería, al verlo venir, lo insultan. Robertito llora y grita cada vez más desaforadamente. Un señor que bajaba las escaleras sorprende la escena.

—Pero, hombre, ¿por qué le pegáis, si es pequeño?

—No, señor; nosotros no le pegamos, es que no queremos hablarle.

El señor que bajaba la escalera pregunta ahora a Robertito:

—¿Tú vives aquí?

—No, señor —respondió Robertito entre hipos.

—¿Y eres de la lechería?

—No, señor.

—¿Y, entonces, por qué vienes con éstos?

Robertito miró al señor con unos ojos tiernísimos de corza histérica...

—Es que es lo que más me gusta.

Por aquel misterioso planeta. aquel séptimo cielo de las vocaciones que no se explican, corría una fresca, una lozana brisa de bienaventuranza.

 


Date: 2015-12-11; view: 819


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