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MATÍAS MARTÍ, TRES GENERACIONES

Don Matías Martí, industrial, tenía setenta y cinco años. Matías Martí, perito agrícola, tenía cincuenta y dos. Matiítas Martí, poeta lírico, veinticinco. Una vez se sacaron una fotografía juntos; don Matías, de bombín; Matías, de flexible, y Matiítas, de gorra de visera blanca, de deportista.

—Estás hecho un hockeywoman* — le decía su amiga Clarita, una chica que no sabía muy bien el inglés.

— ¡ Ay! ¿Tú crees?

Don Matías estaba convencido de que un refrán que había inventado era verdad, una verdad inmensa y tremenda como el mar. El refrán decía: para prosperar, madrugar y ahorrar. Según don Matías, la humanidad no andaba derecha* porque no había bastantes despertadores ni suficientes huchas. Cuando inventó su refrán —muy joven todavía, en los primeros años de la regencia* — ordenó que se lo dibujaran sobre cristal esmerilado* del mejor, y lo mandó colocar en la pared de su despacho, al lado de un pintoresco retrato de su padre —don Rosario Martí y López— y de un letrero en letra gótica, donde se leía:

Por razones de higiene

no escupir en el suelo.

¡Ay, Dios, cuánto desvelo

denota aquél que tiene!

—Oiga usted, don Matías —le solía preguntar algún visitante curioso—. ¿aquel que tiene qué?

—Pues aquel que tiene salud, ganso, aquel que tiene salud. ¿O es que no está claro?

El visitante hacía un gesto con la cabeza, como diciendo: hombre, pues tan claro no está, pero se callaba siempre.

Su hijo Matías Martí, el perito agrícola, no hacía versos, aunque también tenía ciertas concomitancias con la literatura y las humanidades. Su contribución a ese campo del saber era más bien de orden erudito y filológico, y lo que mejor hacía era inventar palabras, voces y locuciones que — según aseguraba— darían una precisión sinóptica al lenguaje, enriqueciendo el léxico patrio al tiempo que* se le otorgaba luminosidad y, sobre todo, concisión

Las palabras inventadas por el perito Matías eran innumerables como las arenas del océano. Aquí vamos tan sólo a espigar media docena de ellas elegidas al azar entre las que aportó a las tres primeras letras deralfabeto. La media docena de que hablamos es la siguiente:

Aburrimierdo.—Dícese de aquel que está más que aburrido y menos que desesperado.

Agromagister.—Perito agrícola. Uno mismo y cada uno de sus compañeros.

Bebidonsonio.—Dícese de aquel que se duerme bebiendo. Ebrio somnoliento o alcohólico soporífero

Bizcotur.—Dícese de aquel que, amén de bizco, es atravesado, ruin y turbulento.



Cabezonnubio.—Híbrido de cabezota y atontado. Dícese de aquel que, aun teniendo la cabeza gorda, camina por las nubes, ausente de la dura realidad de la vida.

Ceonillo.—Ladronzuelo vivaracho y de mala suerte. Rata* gafe* y de cortos vuelos*.

Seguir con la lista de las palabras inventadas por el perito Matías sería el cuento de nunca acabar, algo por el estilo del cuento de la buena pipa*.

Su hijo, Matiítas, el nieto de don Matías, era ya un literato convicto y confeso, y no un literato vergonzante como su padre y como su abuelo.

—¡Anda! ¿Y qué hay de malo?—solía decir cuando le echaban los perros*, a la hora de la comida.

— ¡Hombre! De malo, nada — le decía su madre, doña Leocadia, que parecía un sargento de alabarderos jubilado—, pero de memo, bastante, te lo juro.

—¡Anda! ¿Y entonces, Lope de Vega era un memo? ¿Y Zorrilla*, el inmortal autor del Tenorio, otro?

—Pues, hijo, ¡qué quieras que te diga! Para mí, sí.

El pobre Matiítas estaba horrorizado con las ideas de su madre.

—¡Qué burra es! —pensaba—. Pero, no — se añadía en voz alta, a ver si se convencía—, una madre es siempre una madre. El día de la madre* le tengo que hacer un regalito de su gusto, un pequeño presente en el que vea mi buen deseo de... (iba a decir de corresponder...) de agradar.

Una tarde histórica, la tarde del doce de octubre, fiesta de la raza*, don Matías y Matías acordaron llamar a capítulo a Matiítas:

—Oye, Matiítas, hijo —le dijeron—; te hemos llamado para hablarte. Eres ya un hombre...

— ¡Ay, sí!

—Sí, hijo, todo un hombre. ¿Cuántos años tienes ya?

—Sumo cinco lustros.

Don Matías lo miró con aire preocupado por encima de sus lentes. El padre procuró disimular lo mejor que pudo.

—Bueno, hijo. Vamos a ver, ¿quieres un pitillo?

Matiítas se puso algo colorado.

—Gracias, papi, ya sabes que no fumo.

—De nada, hijo, no se merecen. Bien...

Sobre los tres Matías volaba torpemente una atmósfera vaga y cansada como el joven poeta. Doña Leocadia, en la habitación de al lado, hacía solitarios con cierta resignación: estaba de malas* y no conseguía sacar ninguno bien hasta el final. Las cuatro sotas le salían siempre juntas, por más que barajaba.

El padre y el hijo se miraron y miraron para el nieto.—Vamos a ver, hijito, ¿tú qué quieres ser?

Matiítas se puso un poco rabioso.

—¿Yo? Ya lo sabéis: ¡poeta, poeta y poeta!

—Pero, hombre, así, poeta a secas.

—Sí, papi, poeta lírico como el Dante.

—Bueno, pero el Dante sería otra cosa además. ¡Vamos, digo yo!* A mí no me parece mal que seas poeta; lo que te quiero decir es que, para vivir, puedes ser de paso alguna otra cosa. Lo cortés no quita lo valiente. Ya ves don Rosendo, el del entresuelo, sin ir más lejos, que también es poeta y además está en la Renfe*...

—¡Huy!

Don Matías y Matías se asustaron.

—¿Qué te pasa, Matiítas?

—Nada. Dejadme a solas con mi congoja.

El ademán de Matiítas era un gesto de la mejor escuela senatorial* romana. Don Matías y Matías salieron de la habitación, se sentaron en el despacho, debajo del cristalito esmerilado del refrán, y estuvieron lo menos una hora sin hablar.

Don Matías, al cabo del tiempo, se atrevió a romper el hielo mientras limpiaba los cristales de las gafas con un papel de fumar.

—Me parece, hijo, que hemos llegado algo tarde.

Matías suspiró.

—Sí, padre, eso me parece.

Don Matías adoptó el aire del hombre que, resignadamente, está ya de vuelta de todo.

—Se acabaron los Matías, hijo mío. En fin, ¡pelillos a la mar! Si él es feliz así...

Matías, casi sin voz, todavía respondió:

—Sí...Si él es feliz así...

Doña Leocadia, que había asomado los hocicos por la puetra, terció:

—Si nos saliese un Zorrilla o un Campoamor ..

Los dos hombres la miraron con un gesto de remota esperanza.

 


Date: 2015-12-11; view: 857


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