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CASI LO MISMO, PERO DIFERENTE

Aquella noche fui el primero en irse a la cama. Desde el barracón oí regresar a Bugs y a Keaty con las provisiones para el Tet. La gente se entusiasmó ante lo que traían para la fiesta. Al cabo de unos momentos Keaty me llamó por mi nombre, y otro tanto hizo Françoise poco después. No contesté a ninguno de los dos. Tendido de espaldas y con la camiseta sobre la cara, estaba esperando que el sueño me venciese. Fue curioso lo poco que tardó en ocurrir.

El claro siempre había sido un claro, y aunque casi había duplicado su tamaño con la expansión del campamento, ya existía cuando los árboles cohete no eran más que retoños. ¿Cuánto haría de eso? ¿Doscientos años? Quizá más. Sólo conozco un modo de saber la edad de un árbol, y es cortándolo, pero no era difícil imaginárselos unos cuantos siglos atrás.

-Un trabajo de Hércules -dijo Mister Duck, pensativo. Se encontraba justamente en el lugar donde se levantaba el barracón, casi oculto entre los helechos-. Hubo que desviar la corriente, lo que hicimos cuando llevábamos ya dos años y éramos catorce los que vivíamos aquí. No habríamos podido hacerlo sin Jean, desde luego, y no sólo desde un punto de vista técnico, sino también porque trabajó como un burro... convirtiéndose en un ejemplo para todos. Ya me habría gustado tenerte entre nosotros, Richard, que hubieras estado aquí desde el principio. Sal, Bugs y yo... No te imaginas lo que fue aquello...

Me abrí paso cuidadosamente entre los arbustos, midiendo la distancia entre la puerta del barracón y el lugar donde debía de encontrarse mi cama. Era curioso pisar el lugar en el que, en aquel mismo instante, me encontraba durmiendo.

-Me lo puedo imaginar -comenté, y me hice a un lado con la embarazosa sensación de que me estaba pisando la cabeza- Claro que puedo imaginármelo.

-Si no fuera porque te conozco -dijo Mister Duck levantando un dedo-, consideraría una ofensa lo que dices. No puedes imaginarte cómo nos sentíamos, entre otras cosas porque eres demasiado joven. Me tiré más de once años viajando con Sal y Bugs. ¡Once años, Rich! ¿Cómo te vas a imaginar lo que es vivir con un cáncer durante once años?

-¿Cáncer?

-Eso he dicho. Cáncer. O sida. ¿Cómo lo llamarías tú?

-¿A qué?

-A vivir con la muerte. El tiempo pone sus límites a todo lo que te complace. Ya puedes sentarte en una hermosa playa, que el jodido tiempo se te echará encima, condicionando el modo en que miras la arena y los crepúsculos y saboreas el arroz. Después te vas, y a esperar que todo vuelva a ocurrir. ¡Once años así! -Mister Duck se estremeció-. Luego a lo mejor piensas que ya no tienes cáncer y crees que has encontrado un remedio... Eso es lo que no puedes imaginarte, Rich.



Al menos, la cascada y el estanque eran exactamente los mismos, aunque con algunos arbustos diferentes, supongo, y sin duda con unas cuantas ramas invisibles rotas en los árboles, pero no tan distintos como para que mereciese echarle una segunda mirada.

Sólo había una diferencia, quizás, y habría tardado cierto tiempo en dar con ella. En el árbol grabado no había ninguna inscripción, y Mister Duck sacó una navaja del bolsillo en cuanto llegamos al estanque, y se puso a trabajar en los nombres.

Lo observé un buen rato; su rostro, habitualmente sereno, reflejaba una profunda concentración.

-¿Por qué yo? -le pregunté cuando empezaba a escribir el calendario cero.

Sonrió.

-Me gustó el modo en que protestaste cuando te arrojé el porro. Fue divertido verte tan indignado. Pero, sobre todo, te escogí porque eres un viajero. Cualquier viajero habría hecho el trabajo. Difundir las noticias forma parte de nuestra naturaleza.

-¿Nuestra?

-Yo no soy mejor que tú. Soy exactamente igual.

-Quizá peor.

Mister Duck terminó el último cero con un giro de la muñeca, y un pedazo de corteza en forma de óvalo cayó en su regazo.

-¡Vaya! -exclamó, alegre-. No recordaba haber hecho esto. ¡Qué divertido!

-Quizá peor -repetí-. Si en parte soy responsable de la destrucción de la playa, es por algo que hice involuntariamente. Tú, en cambio, lo hiciste a propósito.

-¿Quién dice que destruí este lugar? Yo no, colega, no desde donde estoy... -Miró sus piernas cruzadas-. Así sentado.

-¿Quién, entonces?

Mister Duck se encogió de hombros.

-Nadie. No se trata de que te haya salido mal, Rich. Acepta el hecho de que estos lugares, la protección de estos lugares, es algo que supera nuestras fuerzas. Pensábamos que podíamos, pero nos equivocamos. Lo comprendí cuando apareció Jed. Creíamos haber dejado el mundo al margen, pero sólo era una cuestión de tiempo. Al principio no hice nada. Me limité a esperar, con la esperanza, supongo, de que se tratase de una casualidad. Pero cuando llegaron los suecos, ya no tuve duda alguna. El cáncer había regresado, incurable y maligno como la ruina... -Se levantó, se sacudió el polvo de las piernas y dejó caer el cero de la corteza al estanque de la cascada-. Terminal.

Le golpeé lo más fuerte que pude en pleno plexo solar. Cuando se dobló, lo tiré al suelo y le pateé la cara.

No hizo el menor intento de defenderse, y permitió que le pegara hasta que me dolieron los nudillos y los talones. Entonces, cuando caí sin aliento sobre la hierba, a su lado, se estiró, se puso en pie y se echó a reír.

-¡Cállate! -resollé-. ¡Cierra la puta boca!

-Pero, bueno -dijo entre risas y escupiendo un diente roto-, ¿Por qué te pones así?

-¡Me engañaste!

-¿Cómo? ¿Acaso te ofrecí algo? ¿Acaso te prometí...?

-¡Sí!

-Lo único que te ofrecí fue Vietnam, y eso porque tú me lo pediste. Lo que pasa es que también querías la playa. Pero si hubieras podido tener ambas cosas, no se habría tratado de Vietnam.

-¡Yo no lo sabía! ¡No me lo dijiste!

-Así es -repuso Mister Duck, eufórico-. Eso fue lo más bonito

de todo. Que no supieras que también era Vietnam. Ignorabas dónde te metías y el modo de salir, y así te viste en medio de un combate perdido de antemano. Es realmente increíble. Todo sale como estaba previsto.

-¡Pero yo no quería ese Vietnam! -exclamé-, ¡No quería eso! Yo quería... -Me detuve sin concluir la frase-. ¿Todo sale...? Aguarda, ¿has dicho todo sale como estaba previsto?

-Todo. Todo avanza hacia su amargo final -contestó, frotándose las manos-, ¿Sabes una cosa, Richard? Siempre he considerado la eutanasia como una manifestación piadosa, pero jamás imaginé que fuese tan divertida.

MUCHA MIERDA

A GOLPE DE PICO

Observé a Sal desde la puerta del barracón. Todos formaban un amplio círculo en torno a ella, que, radiante, se movía sin cesar dando órdenes, como si repartiera regalos de cumpleaños. A Greg y al equipo de Moshe les aumentó la cuota pesquera; a Bugs y a los carpinteros les encargó la construcción de un lugar que sirviera de comedor, a Antihigiénix y los que trabajaban en la huerta la preparación del banquete; a Ella, siete pollos que desplumar.

-¡Carne! -oí que exclamaba una de las yugoslavas-. No pruebo la carne desde... desde...

Todos estuvieron de acuerdo en que desde la última fiesta del Tet. Nueve o diez meses atrás unos cuantos se habían comido un mono muerto por Jean. Según Jesse, sabía más a cordero que a pollo, lo cual habría interesado a Sammy como excepción a sus reglas de gastronomía exótica.

Al observar la destreza con que Sal lo organizaba todo, me pregunté cómo reaccionaría si le dijese que el respiro conseguido con respecto a los balseros era meramente temporal, y que todos nuestros esfuerzos por proteger la playa carecían de sentido. Me pregunté también si eso le habría aterrado tanto como me aterraba a mí.

Cuando todos comenzaron a levantarse con el consiguiente alboroto, me hice el dormido, lo que no fue fácil. Françoise intentó despertarme, pero tuve la suerte de que Sal la llamase a gritos.

-Déjalo -le dijo, apercibida, sin duda, de que yo estaba fingiendo-. Richard trabajó mucho ayer recogiendo marihuana para la fiesta.

Afortunadamente, el barracón no tardó en quedar vacío, y me encontré entonces en condiciones de quitarme las sábanas de la cabeza y encender una vela y un cigarrillo. Llevaba despierto más de dos horas y ya no soportaba la falta de nicotina. Podría haberme ido cuando tuve oportunidad de hacerlo y evitar así sentirme atrapado en el barracón, pero eso había sido a las cinco de la mañana, aún estaba oscuro y no me sentía con ánimo para enfrentarme a lo que fuera que las sombras ocultasen. Así que me concedí dos horas de imaginación tumultuosa para intentar averiguar qué se traía entre manos Mister Duck.

Lo único seguro era que si Vietnam se encaminaba hacia un amargo final, yo también. Fuera de eso no había nada seguro. Dándole vueltas a las probabilidades, el fin podía presentarse por infinidad de caminos. Para un soldado raso de infantería, basta con una metedura de pata por parte del oficial al mando, cuya orden se asume contra los dictados del instinto, como había ocurrido en la Zona Desmilitarizada. Claro que tampoco hay que descartar la simple mala suerte. Lo mismo que un soldado corre el riesgo de que se le encasquille el fusil en el momento menos oportuno, yo podía resbalar al arrojarme por la cascada.

Pero conociendo a Mister Duck como lo conocía, no eran ésas las amenazas que más me asustaban. Aunque bastante plausibles, carecían de su marca de fábrica. Algo en mi interior me decía que el amargo final de que hablaba se refería al Vietcong. La caída de Saigón.

Había tenido suerte de que Françoise no me quitara las sábanas al intentar despertarme. De haberlo hecho, habría descubierto que estaban empapadas de sudor frío.

A las ocho cada cual sabía qué tenía que hacer para preparar la fiesta, y todos estaban trabajando en los alrededores del claro, de modo que volví a sentarme en la cama para que nadie me viera y requiriese mi ayuda. Sabía que era inútil, pues tarde o temprano alguien daría conmigo, pero se trataba de retrasar el momento todo lo posible. Eran las ocho y media cuando una rolliza silueta se recortó en el hueco de la puerta del barracón.

-Se te echa de menos -dijo Sal, atravesando las tinieblas hasta llegar a la luz de mi vela-. Greg me preguntó si hoy podías trabajar con ellos. Keaty quiere que lo pongas al corriente sobre Ko Pha-Ngan. -Sonrió-. Y te alegrará saber que Françoise me ha pedido que intente convencerte de que te unas a ellos en cuanto despiertes.

-¿Qué sabes de Jed? -pregunté de inmediato.

-¿Jed? -Sal frunció el entrecejo y se sentó en la posición del loto junto a mi cama-. Todavía no he hablado con él, pero seguro que también quiere verte.

-Luego iré a buscarlo.

-Bien. -Sal asintió con la cabeza-. De hecho, me parece que es mejor dejarlo solo un buen rato. Ahora mismo hay gente alrededor de la tienda, y tengo la impresión de que las cosas se están poniendo algo difíciles con Christo. Debemos considerar la posibilidad de que Jed desee que no se le moleste.

-Pero quizá prefiera que yo...

-Pasaré a verlo dentro de un rato, si eso te tranquiliza. De todos modos... -Una leve sombra de aprensión cruzó su rostro, tan tenue que me habría pasado inadvertida si hubiese estado menos atento-. Me gustaría que te encargases de otra cosa.

Traté de mostrarme tan tranquilo como ella.

-Mira, Richard, sé que, resuelta la cuestión de los balseros, quizá muchos den nuestros problemas por concluidos, pero me temo que aún nos queda un problema: los suecos, y estando las cosas como están, no quiero exponerme a que algo se tuerza. Así que... -Hizo una pausa para colocarse un rizo rebelde detrás de la oreja-. Si Christo fallece durante el Tet, que nadie se entere. La gente no está para tragedias, de modo que nos callaremos hasta que llegue el momento oportuno. En mi opinión, el problema no es ése, sino...

-Karl.

-Eso mismo. Karl. Y me temo que se trata de una responsabilidad que debes asumir.

Mis manos se crisparon sobre las sábanas.

-¿Yo?

-Sí. Creo que es lógico que te sientas culpable.

-¿Culpable?

-Si no lo hubieras molestado, habría permanecido en su agujero todo el día, y probablemente también toda la semana que viene. Es un asunto del que deberíamos habernos ocupado tarde o temprano, pero pensaba dejarlo hasta después del Tet... Ahora, gracias a ti, ése es un lujo que no podemos permitirnos. -Hizo un gesto vago en dirección a la puerta del barracón-. Echa un vistazo. Mira la importancia que tiene el Tet para todos nosotros. Es vital que todo salga bien. No puedo dejar de insistir en ello...

Me estremecí al caer en la cuenta de por dónde iba. Daría muchas vueltas antes de llegar a la frase crucial, pero yo ya sabía adonde iría a parar.

-Bien -añadió, y percibí claramente la controlada tensión de su voz-. El problema es el siguiente: con Karl corriendo en torno a nosotros de un lado para otro, nadie está en situación de asegurar que no aparezca en medio del...

-No lo haré, Sal -la interrumpí.

Se produjo un breve silencio.

El hecho de que Sal supiera mantener muy bien el tipo no me impidió percibir la envergadura de sus cálculos mentales. Era como un jugador de ajedrez que, con la mirada perdida, rumiase todo un abanico de respuestas y de posibles respuestas a las respuestas todas en relación con cuatro o cinco movimientos previsibles, la complejidad de cuyas variables era cada vez mayor.

-¿Que no harás qué, Richard? -inquirió, cruzándose de brazos.

-No, Sal. No lo haré.

-¿Qué es lo que no vas a hacer?

-Por favor, no me pidas...

-¿Que no te pida el qué?

Escruté su rostro preguntándome si era posible que me hubiese equivocado en la interpretación de lo que veía. Ella bajó entonces la mirada y yo supe que estaba en lo cierto.

Y Sal también lo supo, con lo que ya no hubo necesidad de seguir disimulando.

-Me temo -añadió encogiéndose ligeramente de hombros-, Richard, que he de pedirte...

-Sal, por favor -insistí, sacudiendo la cabeza.

-Voy a salir del barracón. Volveré dentro de media hora y para entonces te habrás ido. Al caer la noche, todos nuestros problemas estarán resueltos. Habremos dado carpetazo a este maldito mes, y ya jamás tendremos que pensar en lo ocurrido. -Suspiró profundamente y se puso en pie para marcharse-. La playa es mi vida, Richard, pero no olvides que también es la tuya. No puedes permitirte dejarme en la estacada.

Asentí con la cabeza, acobardado.

-Bien -dijo, se volvió y se fue.

Fuera, todos, menos los pescadores, estaban trabajando en el claro, la mayoría junto a la cabaña de la cocina, pelando un enorme montón de verduras, que era cuatro veces, por lo menos, la cantidad habitual. Antihigiénix se había adornado el pelo con unas plumas de pollo. Los carpinteros marcaban en el centro del claro el espacio donde íbamos a sentarnos. Bugs y Cassie cubrían el suelo con hojas de palmera, a modo de alfombra.

Todos parecían contentos y muy dispuestos. No me fue difícil deslizarme sin ser visto por la pared del barracón hasta la selva.

PRUDENCIA

Pensé en las cuevas después de haber buscado por los alrededores de la cascada y el extremo más alejado del Paso de Jaibar. De haber tenido la cabeza más despejada habría comenzado por las cuevas, aunque eso no hubiese cambiado las cosas. La barca debió de desaparecer con la salida del sol.

Ahora me resulta singularmente grata la idea de que mi desquiciado ataque a Karl sirviera para curarlo, al fin y al cabo. Suelo pensar en él y me lo imagino haciendo esto o lo otro, siempre con la idea de que lleva una vida normal, dentro de la vaga noción que tengo de lo que puede ser una vida normal para un sueco.

Imagino que debe de consistir en esquiar, comer, trabajar en una oficina, tomar una copa con los amigos en un bar con paredes cubiertas de paneles de roble y adornados con cabezas de alce y trofeos de caza. Esa clase de cosas, cuanto más rutinarias, mejor para mi conciencia.

Pero en aquel entonces mi actitud no era tan sencilla. Por un lado, me tranquilizaba saber que matar a Karl ya era imposible. No creo que me hubiese atrevido a hacerlo si lo hubiera encontrado en las cuevas, por muy inflexibles que fuesen las órdenes de Sal, y me alegro de que no se me planteara la oportunidad de acabar con su vida. Aunque, en realidad, estaba obnubilado. Durante los cinco minutos que siguieron a mi examen de las cuevas vacías, fui incapaz de plantearme siquiera salir del agua. Sólo atiné a permanecer colgando de las rocas, dejándome llevar por el oleaje y sin atreverme a pensar en lo que diría Sal cuando se enterara de lo ocurrido. La irrupción de Karl durante la fiesta del Tet no era nada comparado con la pérdida de la barca, por no hablar de las posibles consecuencias de su aparición en Ko Pha-Ngan.

La fuerza de las olas me lanzó hacia el saliente donde solíamos dejar las reservas de gasolina. Una vez allí, me arrastré un poco y ya no me moví hasta que al cabo de unos momentos vi el rostro de alguien junto al pasaje submarino.

Me agaché instintivamente porque no supe reconocer aquella oscura cabeza que, al balancearse, me inspiró un miedo paranoico: Sal sabía perfectamente qué podía pasar y había enviado a Bugs tras mis pasos como a mí tras los de Karl. Eso era, probablemente, lo que había querido decir cuando me avisó de que no podía permitirme el lujo de dejarla en la estacada.

-¿Richard? -gritó la cabeza entre el oleaje. Era Étienne, que se acercaba con aire de no haberme visto ni saber nada de la barca-. ¿Eres tú, Richard?

De cuantos podían amenazarme en la playa, Étienne era el menos peligroso.

Me levanté con cuidado y agité la mano.

No había advertido que hacía tanto frío hasta que él subió al saliente y advertí que le castañeteaban los dientes. El sol todavía estaba demasiado bajo como para que sus rayos penetrasen en la cueva, y la brisa enfriaba las rociadas del mar.

-Te he seguido -dijo, frotándose la carne de gallina de los brazos-, Quiero hablar contigo.

Me pregunté cómo era posible que no hubiera echado en falta la barca, y entonces caí en la cuenta de que era muy probable que jamás hubiese estado en aquel lado de las cuevas, en cuyo caso se trataba de la primera vez que atravesaba el pasadizo submarino. Era un valiente, me dije, o tan loco como todos nosotros.

-Soy consciente de que las cosas no andan del todo bien entre nosotros-prosiguió-. ¿Verdad?

Me encogí de hombros.

-Richard, por favor -añadió-, me gustaría mucho que pudiéramos hablar de ello. No debemos distanciamos, y menos en estas circunstancias...

-¿A qué circunstancias te refieres?

-Antes... -Tragó saliva con dificultad-. Antes del Tet... Sal quiere que todo esté resuelto para la fiesta del Tet, para que de ese modo comencemos bien el año nuevo. Todos los demás, hasta Keaty y Bugs, han olvidado sus rencillas. Por eso... he pensado que podíamos conversar sobre nuestro problema y ser otra vez amigos... Eso incluye hablar del beso que le diste a Françoise.

Aquello tenía gracia. Mi mundo se desintegraba, mi vida se veía amenazada por todos lados y mis nervios estaban hechos trizas y, sin embargo, tenía que oír a Étienne decir que continuaba molesto por el beso que le había dado a Françoise. Era como para morirse de risa.

-Porque ése es el problema, ¿no crees? -continuó-. La manera tan estúpida que tuve de reaccionar... Fue culpa mía, de verdad.

Y lamento mucho que...

-Étienne, ¿de qué carajo me estás hablando?

-Del beso.

-Del beso. -Alcé la mirada al cielo-, A la mierda el puto beso.

Y a la mierda todas esas chorradas del Tet y de Sal. Ya sé lo mucho que te preocupa el Tet.

-¡Ya lo creo que me preocupa! -exclamó, sumamente alarmado-. ¡Naturalmente que me preocupa! Estoy trabajando mucho para que todo salga...

-¡Y una mierda!

Étienne se levantó como si estuviera a punto de tirarse al agua.

-Tengo que regresar con los pescadores -dijo-. Sólo quería excusarme contigo y proponerte que volvamos a ser amigos...

Lo retuve por el codo.

-¡Dios! ¿Qué te pasa?

-Nada, Richard; quería pedirte perdón, eso es todo. Déjame, por favor. He de volver...

-¡Corta el rollo, Étienne! ¡Te comportas como si yo fuera la jodida Gestapo!

Me miró, sin abrir la boca.

-¿Qué pasa? -grité-. ¿Qué demonios pasa?

Parecía muy asustado.

-¡Di algo!

Al cabo de un momento se aclaró la garganta y dijo:

-Richard, quiero hablar contigo, pero... No sé...

-¿Qué es lo que no sabes?

Suspiró profundamente.

-No sé si puedo... arriesgarme.

-¿Arriesgarte?

-Creo... que Sal no está muy contenta conmigo.

-¡Por Dios! -murmuré, ocultando la cara entre las manos-. Piensas que soy la Gestapo, ¿verdad?

-Creo que cumples... órdenes. Las órdenes que te da Sal, como todo el mundo sabe.

-¿Como todo el mundo sabe?

-Hoy saliste en busca de Karl...

-¿Qué es lo que todo el mundo sabe?

-¿Dónde está Karl, Richard? ¿Diste con él?

Cerré los ojos, tratando de contener las náuseas.

-¿Está muerto?

Todo el mundo sabía que yo cumplía órdenes de Sal, y no paraban de hablar de ello, aunque nunca delante de mí.

No sé muy bien qué siguió diciendo Étienne sobre lo que yo le había hecho a Karl, porque no le presté la menor atención. Sentía que me iba a estallar la cabeza. Me acordaba del modo en que me había mirado Cassie cuando dejé que Bugs resbalase y cayera sobre su propia mierda, del tácito silencio que podía sobrevenir con la rapidez de una tormenta asiática, de los nervios de Jean al pedirme una cita y de los disparos de los que nadie había hablado. Y también de la agonía de Christo, abandonado en una tienda mortuoria, del funeral de Sten, olvidado al cabo de medio día, de Karl, abandonado a su suerte en una playa.

Pero de repente Karl ya no se encontraba desamparado en una playa, y los demás lo habían dejado huir para darme, discretamente, una oportunidad de cumplir con las órdenes de Sal.

Sólo Dios sabía lo que habían significado para Étienne las semanas que siguieron a la intoxicación. Me resulta imposible meterme en su piel y hacerme una idea del sentido que tuvieron para él todas esas peripecias, aunque lo intenté, y nunca estuve tan cerca de lograrlo como en los momentos que pasé sentado a su lado en la cueva vacía.

Sin embargo, todo cuanto conseguí fue una imagen fiable de lo que había sido su experiencia: la escena que siguió a la irrupción de Karl corriendo a través del claro conmigo pisándole los talones, el momento en que Françoise se alejó decididamente de Étienne, sin hacer caso de los brazos que él tendía hacia ella y harta de la pesada carga en que él había llegado a convertirse. Habría dado cualquier cosa por saber qué le dijo ella después, pero era obvio que a Étienne eso le bastaba para entender que una vez que Karl desapareciese, el siguiente podía ser él.

-Étienne -dije, y mi propia voz me sonó extrañamente distante-. ¿Quieres volver a casa?

Tardó bastante en responder.

-¿Te refieres... al campamento?

-Me refiero a casa.

-¿Al campamento... no?

-Al campamento, no.

-No...

-Estoy hablando de abandonar la playa, de que Françoise y tú regreséis a Francia y yo, a Inglaterra.

Me volví hacia él y me dio un nuevo ataque de náuseas cuando observé la expresión de su rostro y lo mal que ocultaba su esperanza.

-Está bien -murmuré, inclinándome para animarle con una palmada en el hombro. Al ver que él retrocedía ante mi gesto, añadí-: No te preocupes. Todo saldrá bien. Nos vamos esta noche.

ESFUERZOS

Era un imbécil. Me estaba tomando el pelo a mí mismo. Apenas me hubo asaltado la idea de escapar, otra se coló de rondón en mi mente: la de que quizás ése fuese el modo en que todo iba a acabar. No con un ataque de los centinelas Vietcong de la plantación de marihuana y una evacuación de las víctimas aterradas del campamento, sino con una simple desmovilización de fuerzas. Al fin y al cabo, así habían acabado las cosas en Vietnam para un buen número de soldados estadounidenses; para la mayoría, en realidad. Las estadísticas estaban de mi lado y había jugado de acuerdo con las reglas de Mister Duck, de modo que saldría sano y salvo de aquel lío.

Parecía imposible equivocarse tanto, pero así me lo imaginaba, pletórico como estaba de apresurados planes e ideas y de ese jodido optimismo que es fruto de la desesperación.

No perdí tiempo en los aspectos prácticos de la huida. Habría sido más fácil si Karl no se hubiera llevado la barca, pero aún teníamos la balsa. Y si nos quedábamos sin ésta, nadaríamos. Estábamos en mejor forma que cuando llegamos a la isla, y no me cabía la menor duda de que podíamos hacerlo de nuevo. De modo que una vez resuelto el tema del transporte, sólo quedaba el de la comida y el agua. Para ésta teníamos cantimploras, y en cuanto al alimento, pescar era nuestra especialidad. Los aspectos prácticos, pues, no fueron sino consideraciones pasajeras. Tenía cosas mucho más serias en las que pensar; por ejemplo, en quién vendría con nosotros.

Françoise fue la primera. Estaba dos rocas más allá de la mía, con una mano en la cadera y la otra en los labios, escuchando a Étienne, que delante de ella hablaba con rapidez y en voz demasiado baja para que yo lo oyese.

Su conversación se animó por momentos, hasta hacerse tan agitada que temí que Gregorio sospechara algún tipo de problema. Greg se encontraba en el agua, más cerca de mí que de ellos, buceando con Keaty, y en cuanto me puse a buscar un modo de llamar su atención la charla llegó a su fin. Françoise me miró con los ojos como platos. Étienne le dijo algo y ella apartó rápidamente la mirada. Después, Étienne señaló hacia mí con un movimiento de la cabeza, y eso fue todo. Entendí que Françoise estaba de acuerdo con la huida.

Aquello constituía un gran alivio. Ignoraba de qué modo reaccionaría, y otro tanto le ocurría a Étienne, lo que era aún más inquietante. Según Étienne, todo dependía de que Françoise no pusiese la playa por encima del amor que sentía hacia él. Finalmente, la cuestión se resolvió por los pelos, y ambos lo sabíamos.

Sin embargo, por muy por los pelos que se hubiera resuelto con respecto a Françoise, el asunto era bastante más complicado en lo que se refería a los otros dos nombres de nuestra lista: Jed y Keaty. O quizá fuese más apropiado decir mi lista, pues Étienne no quería que nos acompañase ninguno de los dos. Su punto de vista resultaba comprensible; si sólo hubiéramos contado con Françoise habríamos estado en condiciones de irnos casi de inmediato. Alcanzar lo alto de los acantilados y llegar a donde estaba la balsa no nos habría llevado más de una hora, pero los meses vividos en la playa ya me habían proporcionado pesadillas suficientes para veinte años, y no tenía ganas de incrementar mi condena. Jed y Keaty eran mis mejores amigos en la playa, y por muy arriesgado que fuera -sobre todo con este último-, yo no podía desaparecer sin darles la oportunidad de irse conmigo.

Las pesadillas que no podría evitar se llamaban Gregorio, Ella, Antihigiénix, Jesse y Cassie. Incluso si se hubieran mostrado de acuerdo en escapar -algo realmente improbable- y hubiésemos logrado que Sal no se enterara -algo realmente imposible-, seríamos demasiados para la balsa. No había otro remedio que dejarlos atrás. Y lo acepté sin someterlo a discusión alguna y aguantándome el mal sabor de boca que me producía.

Poco después de que Étienne dejara de hablar con Françoise, ésta nadó hasta donde yo me encontraba y permaneció frente a mí con medio cuerpo fuera del agua. Esperé a que dijese algo, pero no lo hizo. Ni siquiera me miró.

-¿Hay algún problema? -susurré. Gregorio y Keaty seguían buceando por los alrededores-. ¿Te das cuenta de que debemos irnos?

-No sé... -respondió-. Me hago cargo de que Étienne quiere marcharse porque teme a Sal.

-Y tiene razón.

-¿La tiene?

-Sí.

-Pero no creo que ésa sea la razón por la que tú quieres irte... Para ti hay algo más...

-¿Algo más?

-Tú no te irías sólo porque Étienne teme a Sal.

-Lo haría. De hecho, voy a hacerlo.

-No. -Sacudió la cabeza-. ¿Vas a decirme por qué quieres irte?

-Por lo que te dijo Étienne...

-Richard. Es a ti a quien se lo pregunto. Dímelo, por favor.

-No hay nada que decir. Sencillamente pienso que si nos quedamos Étienne correrá peligro.

-¿No crees que con el Tet todo se arreglará? Según afirman, las cosas mejorarán después del Tet. ¿No te parece que deberíamos quedarnos? Podríamos esperar unos cuantos días y, después, si todavía temes...

-El Tet no va a cambiar nada, Françoise. La vida sólo irá a peor.

-A peor... ¿Quieres decir peor de como lo hemos pasado?

-Sí.

-Pero no vas a explicarme por qué.

-No sé cómo podría hacerlo.

-Pero estás seguro.

-Sí. Lo estoy.

-Y jamás volveremos -dijo; antes de sumergir la cabeza, suspiró-. Qué pena.

-Quizá -repuse al torbellino de burbujas que dejó en la superficie del agua-. Si hubiera algo a qué regresar.

Diez minutos después apareció Gregorio agitando su arpón, en la punta del cual aleteaba un pez que cuantos más esfuerzos hacía por liberarse más se ensartaba en él. Era la presa que completaba la cuota extra para la fiesta.

Françoise, Étienne y Gregorio regresaron a la playa, saltando entre las rocas cuando podían y nadando cuando era inevitable. Keaty y yo nos rezagamos.

-Quédate -le pedí cuando los demás se hubieron alejado-. Hay algo que quiero enseñarte.

Keaty frunció el entrecejo.

-Tenemos que volver con la pesca.

-Eso puede esperar. No serán más de veinte o veinticinco minutos. Es importante.

-Bueno -dijo, encogiéndose de hombros-. Si es importante...


Date: 2015-12-11; view: 692


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