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ALGO SE VE A TRAVÉS DE LA BRUMA MATINAL

Mister Duck estaba sentado en su cuarto de Khao San Road. Había desprendido uno de los periódicos que cubrían la ventana y contemplaba la calle. Sobre la cama, detrás de él, descansaban unos lápices de colores con los que había dibujado el mapa, que no se veía por ningún lado; quizás estuviera ya en mi puerta.

Vi que sus hombros se estremecían.

-¿Mister Duck? -dije en voz baja para no sobresaltarlo.

Se volvió y pasó una mirada confusa por la habitación hasta dar conmigo al otro lado de la mosquitera.

-Rich... Hola.

-Hola. ¿Te encuentras bien?

-No. -Una lágrima le corrió por la sucia mejilla-. Estoy a punto de matarme. Ya no aguanto más.

-Lo siento... ¿Puedo hacer algo por ti?

-Gracias, Rich -respondió entre suspiros-. Eres un buen amigo, pero ya es demasiado tarde. Llevo casi tres meses en un depósito de cadáveres de Bangkok.

-¿Nadie te ha reclamado?

-Nadie. La policía se puso en contacto con la embajada británica. Avisaron a mis padres en Glasgow, pero no quieren venir a firmar los papeles. -Otro lagrimón-. Su único hijo y no les importa un carajo.

-Vaya putada.

-Me incinerarán en cuanto pase otro mes sin que nadie firme los documentos de embarque. La embajada no cubre los gastos de repatriación de mi cuerpo.

-Y tú... quieres que te entierren.

-A mí me da igual que me incineren, pero si mis padres no vienen a recogerme, no me da la gana de que me repatrien. Prefiero que mis cenizas se queden aquí. -Su voz comenzó a enronquecer-. Una pequeña ceremonia, nada del otro mundo, y mis cenizas esparcidas por los mares del Sur -añadió, y se echó a llorar desconsoladamente.

Hundí el rostro y las manos en la mosquitera. Me hubiera gustado estar con él en la habitación.

-Venga, Mister Duck. No es para tanto.

Meneó, enfadado, la cabeza, y acerté a distinguir entre sus sollozos el comienzo de la banda sonora de MASH.

Aguardé a que terminara, sin saber adónde mirar, y entonces, porque fue lo único que se me ocurrió, dije:

-Tienes una buena voz.

Se encogió de hombros, enjugándose el rostro con su mugrienta camiseta, con lo cual la cara le quedó más sucia que antes.

-No tengo mucha voz... La suficiente para seguir una melodía.

-No, Mister Duck. Es una buena voz... Me gusta mucho MASH.

Eso pareció animarlo un poco.

-A mí también. Ese comienzo con los helicópteros...

-Lo de los helicópteros era genial.

-Trataba sobre Vietnam. ¿Lo sabías, Rich?

-¿No era sobre Corea?

-Vietnam. Corea era la excusa.

-Ah...

Mister Duck volvió a atisbar entre los periódicos. Le pregunté qué miraba sólo por mantener viva la conversación, pues él no parecía muy dispuesto a seguir hablando.



-Nada en particular -respondió en voz baja-. Un tipo dormido en su tuk-tuk... un perro callejero olisqueando la basura... la clase de cosas que se dan por supuestas cuando estás vivo, Rich, pero cuando son las últimas que vas a ver en tu vida... -Se le quebró de nuevo la voz. Apretó los puños-. Es hora de acabar con esto.

-¿Suicidándote?

-Sí -contestó, y con voz más firme repitió-: Sí.

Avanzó, resuelto, hasta la cama, se sentó en ella y sacó un cuchillo de debajo de la almohada.

-¡No, Mister Duck! ¡No lo hagas!

-Lo he decidido.

-Puedes cambiar de opinión.

-No voy a echarme atrás.

-¡Mister Duck! -supliqué con un hilo de voz. Demasiado tarde. Ya se estaba acuchillando.

No asistí a su muerte porque habría sido una falta de respeto, pero volví a los cinco minutos para comprobar cómo le iba. Todavía estaba vivo, y se agitaba entre las sábanas rociando de sangre las paredes. Esperé a que pasaran quince minutos antes de echarle otro vistazo a fin de asegurarme. Esta vez estaba quieto, en la misma posición en que lo viera la primera vez. Tenía el cuerpo retorcido y las piernas le colgaban de la cama, un detalle en el que no me había fijado anteriormente. Quizás había intentado levantarse antes de morir.

-Yo esparciré tus cenizas, Mister Duck -susurré desde la mosquitera-. No te preocupes por eso.

LÍOS

Abrí los ojos con el primer resplandor del día. El sol aún no había salido y la playa estaba envuelta en una extraña luz azul, oscura y brillante al mismo tiempo. Era algo muy hermoso y tranquilo. Hasta las olas parecían más suaves de lo normal.

No desperté a Jed porque me gusta levantarme cuando los demás aún duermen. Me produce una sensación de holgazanería que disfruto preparando el desayuno, si hay algo que preparar o, como en esta ocasión, paseando sin rumbo por la orilla. Mientras lo hacía, miré en busca de algunas valvas bonitas. El collar que Bugs me había hecho estaba bien, pero la mayor parte de las valvas habían perdido brillo. Me parecía que no se lo había tomado muy en serio. Ni siquiera el collar de Françoise, el mejor de los tres, era tan bueno como los que llevaban los demás. Al cabo de un rato había reunido un montón, y no me fue fácil escoger con cuáles quedarme. La más bonita que encontré tenía pintas azules, rojas y verdes. Había pertenecido a un pequeño cangrejo. Decidí que sería el centro de mi nuevo collar e hice planes para conservarla hasta que volviera a casa.

Encontré a la pareja profundamente dormida en la franja de hierba, a unos doscientos metros de donde habíamos escondido el bote. Era la misma pareja con que Jed y yo nos habíamos cruzado el día anterior. Mi reacción instintiva fue volver sobre mis pasos, pero me lo impidió la curiosidad. Aquella playa estaba muy lejos de Hat Rin como para quedarse allí, y quería saber qué clase de gente eran. Me guardé las valvas en el bolsillo y crucé la arena hacia ellos.

Era mi oportunidad para mirarlos de cerca, pero lo que vi no me gustó. La chica presentaba unas feas úlceras alrededor de la boca y estaba cubierta de enormes mosquitos negros, de los que treinta o cuarenta, por lo menos, se arracimaban sobre sus brazos y piernas. Ninguno se dio por aludido cuando agité la mano para alejarlos. El tipo, por su parte, no tenía un solo mosquito encima. No me sorprendió, pues apenas si había en él algo que picar. Aunque por su estatura debería haber pesado unos setenta kilos, difícilmente pasaría de los cincuenta. Su cuerpo era poco más que un manojo de huesos y músculos que daban pena. A su lado había un frasco de píldoras con la etiqueta de una dudosa farmacia de Surat Thani. Comprobé que estaba vacío.

Llevaba un rato estudiando al tipo cuando advertí que no tenía los ojos cerrados del todo. Esperé a que parpadeara, lo que no hizo o no me pareció que lo hiciese, de modo que esperé a que respirase, lo que tampoco hizo. Entonces me incliné para tocarle el pecho. Estaba bastante caliente, pero como el aire era muy cálido, aquello no significaba mucho. Apreté con la mano y mis dedos se hundieron profundamente entre sus costillas, arrastrando una piel exangüe. No había pulso. Me puse a contar cuidadosamente los segundos como si fuesen elefantes, y cuando llegué a sesenta supe que estaba muerto.

Fruncí el entrecejo y miré alrededor. Fuera de la silueta de Jed y los sacos de arroz, la playa estaba desierta. Después miré de nuevo a la chica. Sabía que estaba viva por los mosquitos y, en cualquier caso, su pecho subía y bajaba.

Todo aquello me desconcertó. El tipo me importaba un pito. Había llegado a Tailandia para meterse en líos, lo que a fin de cuentas era cosa suya. Pero la chica era otra historia. En cuanto se le disipara el letargo del opio, despertaría en una playa solitaria al lado de un cadáver. Sin duda debía de ser una experiencia terrible, y pensé que, puesto que era yo quien la había encontrado, alguna responsabilidad me cabía en lo que a su bienestar respectaba. Encendí un cigarrillo mientras me preguntaba de qué modo ayudarla.

Despertarla no tenía ningún sentido. Aunque lograse reanimarla, no conseguiría impedir que se asustara. Después intervendrían las autoridades de Ko Pha-Ngan y todo se iría al garete. Otra opción era despertar a Jed y pedirle consejo, pero no me apetecía. Jed me diría que aquello no era asunto nuestro y que los dejáramos tal como los habíamos encontrado. Yo ya sabía que no era eso lo que quería hacer.

De pronto, tuve una buena idea. Arrastraría el cuerpo del hombre hasta los matorrales y lo escondería allí. De ese modo, cuando ella despertara creería que el tipo había ido a dar una vuelta. Al cabo de una día, o algo así, lo daría por perdido y comenzaría a inquietarse por lo que pudiera haberle pasado, pero al menos se habría evitado el mal trago de verlo muerto. Para entonces las hormigas y los escarabajos habrían dado cuenta del cadáver, y sólo yo sabría lo ocurrido.

Me puse a la tarea sin perder de vista el reloj. Jed no tardaría en despertar, y entonces tendríamos que irnos.

-¡Jed! -dije en voz baja.

Se agitó y movió una mano como si se espantara una mosca.

-¡jed! ¡Despierta!

-¿Qué? -masculló.

-Tenemos que irnos. Se está haciendo de día.

Se incorporó y miró al cielo. El sol lucía bien alto en el horizonte.

-¡Mierda! ¡Es cierto! Hay que marchar. Me he quedado dormido. Lo siento. Vayámonos rápido.

Cuando estábamos a medio camino entre Ko Pha-Ngan y nuestra isla le conté lo del cadáver y lo que había hecho con él.

-¡Por todos los putos santos, Richard! -gritó, sólo para imponerse al ruido del motor-. ¿Por qué cojones has tenido que meter las narices...?

-¿Qué querías que hiciera?

-¡Podías haberlo dejado allí, jodido idiota! ¿Qué tenía eso que ver con nosotros? ¡Nada!

-Sabía que lo dirías -comenté, encantado-. Lo sabía.

 

 


Date: 2015-12-11; view: 713


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